Prólogos A Bukowski

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PRÓLOGOS AL LIBRO DE CHARLES BUKOWSKI El infierno es un lugar solitario

Prólogo de Federico Ludueña

Dicen que en estos días, por primera vez en la historia, casi todas las culturas del mundo están
representadas en un solo lugar geográfico, la ciudad de Los Ángeles. Entre los niños de sus escuelas se
hablan más de cien idiomas. No sorprende, entonces, que una de las voces más intensas y personales de la
poesía moderna haya crecido allí. Pero Charles Bukowski no nació en Los Ángeles. Como es de rigor para
todo angeleno, inmigró a California desde un país extraño. Su padre era un soldado americano en Alemania
cuando conoció a la muchacha con quien se casaría y tendría un único hijo.
Como las palmeras, los estilos arquitectónicos, las marcas de automóviles, algunos pájaros,
Bukowski fue llevado a Los Ángeles desde otro sitio, y él ni siquiera quería venir a este mundo.
Quizás esa curiosa ciudad haya determinado que el poeta no perteneciera a nada ni a nadie.
Durante su juventud viajó profusamente por los estados de la Unión, cambiando de trabajo cada vez que se
cansaba o se cansaban de él. Nunca votó, nunca militó en un partido político o movimiento literario. Tuvo
dos matrimonios, el primero de los cuales le dio una hija a la que adoró, Marina, y el segundo le deparó el
cariño de una esposa que lo acompañó hasta el final. Pero Bukowski siempre mantuvo su ajenidad intacta.
Salvo por su elección de vivir en Los Ángeles, ciudad amada, fue un vagabundo de tierras y corazones. Fue
parte vital de la paradoja de Los Ángeles, que sostiene que sólo pertenecen a la ciudad aquéllos que no le
pertenecen.
Como escritor, nunca obtuvo el juicio exacto acerca de su obra. La imagen del borracho que escribe
oscureció al escritor que bebe. Quizá sea verdad que es un escritor para adolescentes. Dostoievski también
lo es. Vale decir, son escritores para ser leídos en ese momento de la vida de un hombre en el cual todo
parece perdido. No tiene que ver con la edad. Por otro lado, Bukowski utiliza técnicas de escritura con una
destreza impecable. Su técnica favorita acaso sea la «enumeración caótica», pequeña lista de objetos y
conceptos que produce un efecto poético. Nunca utilizó la rima, pero el ritmo es la sangre de sus poemas.
Los versos cortos o largos, los espacios, las mayúsculas y minúsculas no son azarosos. Todos los signos
incluidos en un poema de Bukowski expresan algo, como e.e. cummings enseñó a los veinte años.
Sus temas, incluso sus historias, se repiten hasta el hartazgo. Mujeres, alcohol, caballos son los
principales. Algo universal deben de tener, puesto que son los mismos temas que desarrollan el tango y el
blues. Podría aventurarse que, finalmente, hablan del amor, del universo alterado, y del azar.
Bukowski es esencialmente un poeta. Su prosa se reduce a cinco o seis libros, en tanto que su
poesía cuenta con más de veinte títulos editados. Esto no significa que no sea un excelente narrador, pero el
corazón de su obra es sin duda la poesía, y para entender y disfrutar la arrolladora concepción del arte y del
mundo que nos brinda Bukowski, la mejor vía es, sin duda, su obra poética.

Prólogo de Jorge Lanata


Primero Bukowski fue un personaje de Bukowski. Sólo después, años después, ese personaje
decidió escribirse.
Quiso ser escrito para escapar de la soledad: la literatura o su ejercicio llevan en esencia una ficción
de compañía.
Escribirse a sí mismo es difícil pero es, también, el único camino posible.
Una madeja desordenada de lana convirtiéndose en ovillo. La lógica que la enreda no tiene lógica, o
tiene una lógica tan privada que la vuelve inexistente como sistema. El ovillo enreda acá, en los que dijeron
que no; tensa allá, en el rostro de Ella: cede en este punto, donde sólo queda el aliento de una puerta
giratoria.
La vida sólo puede entenderse desde los accidentes: no tiene ningún sentido explicar por qué doblé
esta esquina y no la otra. Sólo puedo sangrar la esquina que doblé: la otra, la que no doblé jamás, la que
hubiera querido doblar pero no lo hice, la esquina del futuro que no va a producirse, es la ciencia, el pizarrón,
el guardapolvo blanco y seco, la costura. Ese personaje de Bukowski que fue después Bukowski mismo,
tenía sed y no recordaba los pizarrones.
Escribir es un acto físico –sentía--, ser es un acto físico.
Mear una frase, tornar sin descanso el pasado perfecto, toser gerundios, hacer efectivo el punto y
aparte. Ser madeja.
Perdón: el personaje no decide escribirse. Nació para ser escrito. El personaje no sabe --es obvio, el
personaje siente, nunca sabe que el destino lo empujará hacia la hoja en blanco. Lleva ese papel en blanco
desde siempre, sin advertirlo, como se carga con un brazo, o con la angustia, o con la respiración. Algún
accidente le hará enfrentarlo: decirse, escribirse. Aun escrito estará insatisfecho: no era así, no fui.
Su condena anexa es comenzar de nuevo. El castigo del personaje es la distancia: consciente de
que lo que sucede debe ser escrito, vive cada pelea como un diálogo futuro, acomoda cada situación en su
memoria. La sangre (el alcohol) no me sangra, pero sangra la hoja. El alcohol (la sangre) no me mancha,
pero mancha la hoja.
El personaje tiene la atroz contundencia de lo que no existe (véase Dios), pero tampoco Io sabe --
aunque tal vez lo sienta- y se obliga a una carrera fatal contra el olvido.
El peso del personaje es variable: el personaje de Bukowski cabe en una copa u ocupa todos los
tomos de la Enciclopedia Británica. No puede ser encerrado entre dos fechas: nace Baudelaire o Whitman,
crece Hemingway, Scott o Miller, o Dylan Thomas o Pessoa, y muere Nadie. A veces lo acosan los
científicos (quiero decir, la Academia, los periodistas, los críticos, los directores de cine): él se ríe; no está ni
abajo ni arriba de ellos, está en otro lado. Del lugar donde está no se vuelve.

Charles Bukowski: El infierno es un lugar solitario, Editorial Txalaparta s.l., Navarra, 1998, pp 7-10.

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