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TRUENO EL CABALLO VALIENTE

Había una vez un caballo muy bueno y con un pelo brillante que vivía en un
prado verde con muchos árboles. Todos lo llamaban Trueno.

Trueno destacaba por su color negro, su gran cola y su nobleza. Era tan
obediente que si le chiflabas, te obedecía a la primera, pero muy pocas
personas sabían todo lo que había sufrido cuando era un pequeño potrillo;
porque tenía un pequeño lucero en la frente. Al caballo le gustaba bajar todas
las mañanas a beber agua del río y corretear por el prado. De pequeño, por las
mañanas, en la cuadra relinchaba mucho porque sus hermanos le daban
bocados y patadas porque era el potrillo más débil y pequeño de la familia y por
eso se metían todos sus hermanos con él.

Trueno nunca ganaba las carreras que hacía con sus amigos: Picarel, Ángel y
Finto y con sus hermanos: Relámpago, Pegaso, Romero y Veloz. Estaba muy
triste y lloraba mucho a la luz de la Luna.

Pero el destino cambió para Trueno: a la vez que fue creciendo, se esforzó por
conseguir lo que él siempre deseó; ser un caballo mejor, ser el mejor de todos.

Trueno, una mañana, se levantó y empezó a hacer carreras y a fortalecer y


entrenar las patas para, así, correr y correr cada vez más rápido y coger la
técnica.

Una mañana, Trueno realizó una carrera y por ser el más rápido, ganó el
primer puesto y se acordó de que todo esfuerzo tiene su recompensa
contando también con el entrenamiento que realizaba diariamente.

Trueno se convirtió en un gran y fuerte caballo que había crecido mucho con un
pelaje más desarrollado, brillante y lucido. Llegó a alcanzar tanta velocidad que
le eligieron para participar en un certamen de carreras de caballos. Cuando
todos los corredores estaban listos, sonó la bocina de salida. Corría tanto y
tanto que… pasó la línea de meta el primero.
Los espectadores empezaron a aplaudir, aclamarlo y a decir que él era el mejor
caballo de carreras. Él relinchaba y daba grandes saltos de alegría. ¡Lo había
conseguido! ¡Era el mejor de todos!

Fue tal la fortuna de Trueno de conocer en la carrera a una yegua valiente y


veloz como él llamada Ventisca. Era blanca como la nieve y la crin la tenía
amarilla como la miel. ¡Eran uña y carne! Tan compatibles que todos los días
jugaban juntos y hacían carreras entre ellos.

De esta bonita y amorosa amistad, nació en el prado verde, un


pequeño potrillo llamado Peón. Nació con un lucero en la frente, igual que el de
Trueno, su padre. A Peón le gustaba correr mucho y jugar a las carreras en el
prado como su padre y su madre de jóvenes. Cuando Peón se cansaba de
jugar o de correr, daba un suave relincho para que, Ventisca, su madre, le
diera de comer. Entonces, ella le ponía las ubres; el comía y se ponía a
corretear muy contento.

Como su padre era un experto en correr, pues le enseñaba técnicas


para ser el mejor corredor de la pradera.

También para que sea igual que su papá cuando era pequeño.

Llegaron a ser tan felices que Peón quería tener otra hermana y…

¡La tuvo! Se llamaba Tormenta y es como Ventisca. Era blanca como


la leche y su crin era amarilla como la miel. Como los dos hermanos eran
pequeños, jugaban a: las carreras, un, dos, tres, caballito inglés, a ver quién
llegaba antes a las ubres de mamá para comer, etc.

En resumen, que los dos hermanos se quieren mucho aunque,


también, tienen sus peleíllas.
Esta es una adorable familia de caballos y, por eso, los dueños les
llevan a los certámenes de carreras para que Trueno dé su espectáculo y todo
el mundo disfrute animándole y aclamando su nombre.

Después de un certamen, a Trueno le empezó a dolerle las patas y


pezuñas. ¡OH, NO! ¡TRUENO SE ESTABA HACIENDO MAYOR!

Con un relincho, le dijo a su hijo Peón que ocupara su puesto en los


espectáculos, que él no podía porque ya no podía vivir en el mundo de las
carreras. Ventisca, su mujer, le dijo a Trueno con un gesto de la cabeza que
esa era la mejor opción para curarse.

Peón lo hacía genial. Algunas veces salía Tormenta con él y


realizaban un número maravilloso. Todo el mundo pagaba un pastón por ver a
Peón y Tormenta juntos.

Cuando Peón tenía horas libres, le enseñaba a su hermana como ser


la mejor, la mejor de todos.

Peón era ya un adolescente y se había emparejado con una yegua


muy guapa llamada Reina. Reina era de color marrón clarito con un lucero
blanco en la frente. A Trueno le gustaba aquella yegua que había buscado su
hijo. Cuando Trueno se encontraba mejor, practicaba poco a poco para que no
le doliera mucho.

Ventisca ayudaba a Tormenta a comer como una yegua educada y


con modales mientras que Peón daba un rodeo con su novia Reina. Peón
pasaba tanto tiempo con Reina que no le daba tiempo ni de entrenar para las
carreras.

Cuando ya, en invierno, no quedaba más con Reina, Peón tuvo que
entrenar bastante porque se acercaba el “XXII CERTAMEN DE CABALLOS
INVERNAL 2020-2021”.
Cuando llegó el día de la carrera, Peón ganó y así convivió esta
familia de caballos, viviendo en paz, tranquilidad y armonía gozando de
felicidad con Trueno, Ventisca, Peón y Tormenta, siendo tan felices en el verde
prado.

Firmado:

Margarita López Martínez 1 ESO A

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