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Antropologia Economica Dolors Comas
Antropologia Economica Dolors Comas
tú04»C'VhÁ¿6'
EditorialAriel, S.A
Barcelona
D iseño cubierta: V icente M orales
ISBN: 84-344-2212-3
Impreso en España
PREFACIO
hacia los temas y enfoques que aquí se presentan. Siem pre he huido
de los planteam ientos exclusivamente academ icistas y he procurado
aplicar las distintas aportaciones de autores y enfoques teóricos hacia
el análisis de algunas cuestiones nucleares de nuestro tiem po. Me
interesa de la antropología su visión crítica y reflexiva acerca de lo
que constituyen las grandes tendencias y los paradigm as dom inantes
de la intervención política y del pensam iento económ ico. Considero
que la antropología social tiene m uchas cosas que ap o rta r a las actu a
les discusiones acerca del desarrollo, una gestión participativa de los
recursos que tenga en cuenta los conocim ientos y saberes locales, o de
cómo im pulsar «economías sostenibles» que hagan com patibles la
necesidad de crecim iento económ ico y de preservación am biental, p o r
poner algunos ejemplos.
En este punto, he de reconocer la gran ayuda y estím ulo que me
han prestado algunas personas. Una de ellas es M aurice Godelier, que
me hizo interesar por los planteam ientos teóricos m ás globales, rela
cionados con la transición económ ica y social. Además de esta deuda
intelectual, he de agradecer a M aurice Godelier que m e confiara la
coordinación de un equipo de investigación que trabajó ju n to con
otros equipos en la com paración de distintos procesos de transición
social, a p artir de sus concreciones y expresiones locales. Esto era a
finales de los años ochenta y todavía recuerdo la vitalidad e interés de
las reuniones en que investigadores de distintos países poníam os en
com ún nuestras experiencias y resultados. E n un plano distinto he de
citar a Jesús Contreras, pionero en la docencia de la antropología eco
nóm ica en la universidad española. Con Jesús he tenido la o p ortuni
dad de colaborar en diversas ocasiones, especialm ente en tem as rela
cionados con el análisis de la econom ía cam pesina y en su caso m e es
difícil separar su condición de colega de la cam aradería y am istad que
nos une desde hace ya m uchos años. Tam bién debo m encionar a
Eduardo Bedoya, que ha sido durante dos cursos profesor visitante en
nuestro departam ento de Tarragona y que m e ha ayudado de form a
muy sustancial a introducirm e en los tem as y literatu ra de la ecología
política m ás recientes. Ha sido una suerte tenerle tan cerca y poder
discutir con él m uchas cuestiones relativas a la relación entre econo
mía y ecología, que a los dos nos interesan.
A Joan Prat debo agradecer la cuidadosa lectura que ha hecho de
este texto, cosa que valoro especialm ente p o r cuanto me consta que la
antropología económ ica no es lo que m ás le apasiona en la vida p reci
samente. Los com entarios que m e hicieron tam bién en su m om ento
Luis Álvarez, Teresa San Román y Teresa del Valle m e h an sido muy
útiles y algunas de sus sugerencias han sido incorporadas en la ver
sión final. Además de estas contribuciones, he recibido otros tipos de
10 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
ayuda, que debo reconocer tam bién. David Pujadas tuvo a su cargo la
bibliografía, lo que no es poco, y he de agradecer a Pedro M arta que
salvara el texto de la saña y desperfectos que causaron los virus infor
m áticos, que, ya se sabe, siem pre aparecen en los m om entos m ás ino
portunos. N úria Alberich, Carm e M artínez y Albert M oncusí me han
prestado tam bién u n a colaboración m uy valiosa aunque haya sido
indirecta. Y a p a rtir de aquí la lista de personas que de una form a u
o tra m e han ayudado, tanto en el ám bito de la universidad como fuera
de él, es dem asiado larga com o p ara citarlas individualmente. Reservo
en todo caso este últim o párrafo para los alum nos y alum nas de licen
ciatura y de doctorado, porque aunque no lo sepan son los que me
han prestado una colaboración m ás sustancial y decisiva.
1. Puesto que puede ser de interés tener en cuenta cóm o se concretaron las diversas
orientaciones surgidas en la antropología económ ica, nos remitimos a las visiones de síntesis
que pueden encontrarse en los artículos de Contreras (1981, 1995); Gladwin (1991); Gudeman
(1981); Sahlins (1969); Salisbury (1973); Valdés (1981), y Vayda y Mac Kay (1975); así com o a
los libros de Firth (1974); Godelier (1976); Gregory y Altman (1989); Llobera (1981); Martínez
Veiga (1978, 1985a, 1989a); Narotzky (1997); Netting (1977); Pouillon (1976); Plattner (1991);
Tentori (1996), y Valdés (1977).
LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL ESTUDIA LA ECONOMÍA 13
Los cam bios que hoy tienen lugar en el m undo son de tal n atu rale
za y extensión que alcanzan a todas las sociedades. La hegem onía del
capitalismo como sistem a económ ico, ju n to con el avance de las n u e
vas tecnologías y de los medios de transporte y com unicación h an
hecho de nuestro planeta un solo m undo. Es com ún hoy en día utili
zar términos com o «globalización» o «mundialización», que pueden
referirse tanto a las dim ensiones económ icas de este proceso com o a
las culturales. M cLuhan fue quien acuñó el térm ino de «aldea global»
Ejemplos
Un ejemplo de cazadores-recolectores que frecuentem ente aparece
en la literatura antropológica es el de los aínos, que originariam ente
habitaban en la isla de Hokkaido en Japón (W atanabe, 1973). Al tra
tarse de un grupo étnico diferenciado, con sus propias costum bres y
formas de vida, los aínos no son considerados japoneses. Hoy en día
el territorio en que viven los aínos es profusam ente visitado p o r turis
tas, atraídos por el interés de poder observar directam ente a un grupo
aborigen y prim igenio, que tanto contrasta con el estilo de vida p redo
minante. Investigaciones recientes sobre este pueblo han revelado que
los aínos fueron en otros tiempos una sociedad jerarquizada, que vivía
de una econom ía mixta, en que la agricultura tenía u n a presencia
im portante. La problem ática integración de Hokkaido al estado Meiji
fue la que provocó la m arginalización de los aínos, su consideración
como una m inoría étnica sin casta (no japonesa) y su em pobrecim ien
to (Friedm an, 1994¿>: 109-110). A pesar de estos antecedentes, los
aínos han sido y continúan siendo uno de los ejemplos prototípicos de
cazadores-recolectores, com o si el proceso histórico no les hubiera
afectado y como si se hubieran quedado anclados en el pasado desde
tiempos inm emoriales.
Algo parecido se produce entre los pueblos indígenas de la cuenca
am azónica, que han sido descritos com o ejemplo de pueblos bien
adaptados a las características del ecosistem a de selva, que viven de la
agricultura de tala y quem a, tienen una baja dem ografía, h ab itan en
pequeños poblados itinerantes y poseen u n a organización social igua
litaria, lo que se corresponde con su econom ía de subsistencia casi
autárquica (Meggers, 1976). Estas características se h an extrapolado
al período precolonial, y, sin em bargo, hay evidencias de que la situ a
ción era bien distinta. Efectivamente, las crónicas de Carvajal y otros
exploradores dem uestran la existencia de asentam ientos perm anentes
m ucho más num erosos que los contem poráneos. En los años prece
dentes a la conquista, los pueblos de la várzea practicaban u n a agri
cultura intensiva, estaban organizados en form a de jefaturas y com er
ciaban con los pueblos andinos. Las actuales form as de adaptación
son un claro ejemplo de involución, com o los aínos, que se vieron p e r
judicados por el declive de los pueblos con los que com erciaban y p o r
18 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
4. El potlatch fue objeto de m inuciosas descripciones por parte de Franz Boas, a partir
de su participación en la Jesup North Pacific Expedition de 1897 y Marccl Mauss le otorgó un
papel protagonista en su «Ensayo sobre las donaciones». Benedict dedicó un capítulo a los
kwakiult en su Pattem s o f Culture (1934), que contribuyó a difundir la imagen de competitivi-
dad irracional de la celebración, que consideraba basada en un estilo de vida megalómano, en
que la gente se movía por el feroz impulso de obtener prestigio. El texto de Piddocke (1981),
que se basa especialm ente en los datos proporcionados por Boas y en las investigaciones que
posteriorm ente realizó Helen Codere, ha sido uno de los que de forma más decisiva ha contri
buido a cambiar la interpretación sobre esta clase de ritual, subrayando sus implicaciones eco
nóm icas y políticas y no meramente asociadas al deseo de obtener prestigio.
LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL ESTUDIA LA ECONOMÍA 19
propagó prácticam ente por todos los pueblos de las P raderas y con
tribuyó a otorgarles un sentido de unidad. Así pues, el com ercio e
intercam bio con los europeos supuso la conform ación de identidades
étnicas de m ayor envergadura a las existentes previam ente, basadas
en alianzas entre pueblos e, incluso, en la organización de confedera
ciones, con las que pudieron con tro lar nuevas tierras de caza o ru tas
com erciales y que supusieron el predom inio de determ inados p u e
blos sobre los dem ás.
El proceso histórico perm ite m ostrar que las configuraciones étn i
cas no sólo son m udables, sino que su existencia debe entenderse en
relación a factores económ icos y políticos y a contextos de alcance
m ás global que el de la propia cultura que se analiza. Por esto, la
em ergencia de pueblos particulares hay que entenderla en la conjun
ción de las historias locales y globales, situando a las poblaciones
locales en las corrientes m ás am plias de la historia m undial. E sto es
algo que no puede ignorar la antropología económ ica a la hora de
analizar las características de econom ías locales o de form as de p ro
ducción concretas y su relación con la econom ía de m ercado.
LA ECONOMÍA POLÍTICA
EN LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
C a p ít u l o 2
1. Este capítulo se basa en una revisión del artículo «Economía, cultura y cam bio
social», publicado en el libro de homenaje a Claudio Esteva-Fabregat, coordinado por J. Prat y
A. Martínez y del artículo «L’analyse du changement social: un enjeu pour l’anthropologie»,
actualmente en prensa. Véase Comas d'Argemir (1996 y en prensa).
30 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
5. Véanse Contreras (1981); Gudeman (1981); Martínez Veiga (1989a); Valdés (1981).
ECONOMÍA. CULTURA Y CAMBIO SOCIAL 35
desde ella el cam bio social se entiende com o un cam bio de grado ta m
bién, en la m edida en que se incorporan a la sociedad nuevos valores,
nuevas técnicas, nuevas form as de producir bienes y servicios. E n el
contexto contem poráneo, el cam bio social se entiende, pues, com o
modernización (si se pone el énfasis en el im pacto de los cam bios tec
nológicos), o como aculturación (si el énfasis recae en el cam bio de
sistemas de valores). Im plícitam ente, el punto de referencia com para
tivo es la «sociedad occidental», que se erige en m otor de los cam bios
y en punto de llegada de otras sociedades. Por ello, y p o r definición, el
cambio social se origina por factores externos, que m odifican la confi
guración de las culturas; la econom ía, com o parte del sistem a cultu
ral, no origina los cam bios, sino que recibe sus repercusiones y ha de
adaptarse a ellos. El sentido lineal por el que se concibe la evolución
hace que el resultado inevitable sea la uniform ización cultural, a
pesar de las variaciones locales que puedan existir.
Karl Polanyi, uno de los m áxim os exponentes del sustantivism o,
pone el énfasis en la dependencia de las personas respecto a la n atu ra
leza y de las personas respecto a otras personas p ara obtener su sus
tento, puesto que la econom ía es el proceso por el que se satisfacen las
necesidades m ateriales, y, por tanto, consiste en la producción y dis
tribución de bienes y servicios (Polanyi, 1994: 92). Eso im plica que la
actividad económ ica requiere, por encim a de todo, organización, y,
por ello, la econom ía es una actividad institucionalizada, que se reali
za en el m arco de unas determ inadas condiciones sociales, que son las
que dan unidad y estabilidad al sistem a. No hay escasez p o r defini
ción, como asegura el formalismo; hay form as diferentes en cada cul
tura de distribuir los recursos y los bienes producidos. La econom ía
es, pues, una m odalidad de la cultura.
La institucionalización es el eje clave en el concepto sustantivo
de econom ía. Lo im p o rtan te es an alizar qué lugar ocupa la actividad
económ ica en cada sociedad, p orque las form as de organización e
institucionalización de los procesos económ icos varían de unas
sociedades a otras; tienen, p o r tanto, un carácter específico y con
creto, no universal. D ependen de cada cultura, de la form a concreta
de resolver la interacción con el en to rn o p ara la satisfacción de
necesidades y de las form as de trabajo y organización, y éstos son
los elem entos que explican la existencia de determ inados valores,
motivaciones y actuaciones prácticas. Este énfasis en la necesidad
de analizar la interacción con el en to rn o p erm itirá d esarro llar la
corriente conocida com o «ecología cultural». El concepto de «estra
tegias adaptativas», central en esta aproxim ación, encaja con el in d i
vidualism o m etodológico, o con la teoría de la praxis, que hem os
com entado ya.
36 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
6. Una aportación importante, com o reflexión sobre esta forma de abordar el concepto
de cultura y su vinculación con la econom ía política, es el texto de W. Rosebcrry Anlhropologies
and Histories (1989).
ECONOMIA, CULTURA Y CAMBIO SOCIAL 39
7. El socialism o no llegó a construir una base material propia, sino que se asienta en la
misma base material que posee el sistema capitalista (el maqumismo). Por ello no ha consegui
do implantarse com o un sistem a histórico y la transición hacia el socialism o ha sido ilusoria
(Godelier. 1991c).
8. La perspectiva sobre estas cuestiones necesariamente ha de ser dinámica, pues en el
transcui-so histórico ciertas periferias han pasado a ser centrales (el caso de Estados Unidos,
por ejemplo, o el más reciente de Japón), y algunos centros han perdido la importancia que en
otros m om entos tuvieron (el caso de España o Portugal, con la pérdida de sus colonias). Estos
ejemplos muestran cóm o los flujos económ icos y culturales no circulan en una sola dirección.
ECONOMÍA, CULTURA Y CAMBIO SOCIAL 43
occidental, pero que actualm ente tom a nuevas form as y abarca países
de América, Asia o África. La caída del m uro de Berlín en 1989 m os
traría su presencia tam bién en E uropa oriental (Godelier, 1993).
cultura. Lo que guardan, lo que conservan se com bina con las prácti
cas e ideas venidas de Occidente, de m anera que el sistem a social y
cultural resultante es único y diferente del que acontece en otros pue
blos y en otras partes del m undo. En este sentido, la perspectiva de
Godelier se asem eja notablem ente a la que sostiene Wolf.
Por consiguiente, no se puede considerar la transform ación de las
sociedades sólo en su sentido negativo, enfatizando todo lo que han
«perdido», porque esto nos im pide ver que la occidentalización, que
es un fenóm eno unitario y homogeneizador, genera también variedad
y diversidad. No podem os ignorar las com unidades preexistentes, los
valores y tradiciones que se reelaboran en una síntesis entre lo viejo
y lo nuevo y que generan sentido de com unidad, por fraccionada y
jerarquizada que ésta sea. Lo cual no niega el que prácticam ente nin
guna sociedad en el m undo actual puede reproducirse sin incorporar
algún elem ento proveniente de Occidente: útiles, arm as, técnicas,
ideas o relaciones sociales, y esto es así incluso para aquellos pueblos
que defienden vigorosam ente su identidad (Godelier, 1993: 54).
Un térm ino utilizado hoy con m ucha frecuencia en las diferentes
ciencias sociales es el de globalización, que expresa la conciencia de
unidad del m undo com o consecuencia de la difusión a gran escala de
ideas y prácticas sociales. Este concepto se aplica tam bién al ám bito
de la econom ía, lo que dem uestra su carácter am biguo, generalista y
poco específico (M artínez Veiga, 1997). Constituye, adem ás, un con
cepto que connota el sentido unitario de la econom ía, enm ascarando
el hecho de que sólo el m ercado es unitario, pero en cam bio la mano
de obra está fragm entada p o r m últiples factores de división: fronte
ras nacionales, clases sociales, o jerarquías basadas en el sexo, la
raza, o el origen cultural. M uchos autores, sin embargo, utilizan el
térm ino globalización p ara enfatizar las dim ensiones culturales e ins
titucionales, m ás que las económ icas, y buena parte de los debates
sobre esta dim ensión se han canalizado a través de la revista Theory,
Culture and Society, cuyo prim er núm ero apareció en 1984, y tratan
de la difusión de valores am ericanos, estilo de vida y bienes de consu
mo, com o consecuencia de la creciente hegem onía de los Estados
Unidos y de la relación jerárq u ica entre sociedades. El énfasis actual
por la globalización se ve reforzado con la noción de sociedad infor-
m acional (Castells, 1996). Este concepto parle de la hipótesis del su r
gim iento en el contexto capitalista de una nueva revolución técnica
con profundos efectos sociales, que sucede a la revolución industrial.
M ientras que los cam bios tecnológicos que hicieron posible el siste
m a industrial se ciñeron a un sector concreto de la economía, el de la
industria, la revolución inform acional concierne a todas las ram as de
actividad de la sociedad e interviene tam bién en la esfera de la vida
ECONOMÍA, CULTURA Y CAMBIO SOCIAL 45
9. Los términos originales en inglés son, tal vez, más expresivos de esta idea de «paisaje»
en movimiento: ethnoscapes, medias capes, techiwscapes, finanscapes e ideoscapes. El sufijo
-scape permite caracterizar un tipo de conexión que es fluida, que no tiene contornos fijos ni
delimitados, com o sucede, por ejemplo, con el capital internacional o los estilos de vestir
(Appadurai, 1990: 7).
ECONOMÍA, CULTURA Y CAMBIO SOCIAL 47
Ejemplos
10. Es interesante remarcar la valoración que actualmente se otorga a los productos «de
la tierra», supuestamente originarios de un lugar determinado, al poseer connotaciones asocia
das a la «tradición», la especificidad y la calidad. Este valor deriva del propio contraste que se
establece respecto a la producción hecha de forma masificada y que típicamente se compra en
supermercados. La revista Agricultura y Sociedad dedica un número monográfico a este tema,
compilado por Bérard, Contreras y Marchenay (1996).
50 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
1. No tendrá el m ism o impacto, por ejemplo, la obra de Dobb, en que analiza igualm ente
el desarrollo del capitalismo. Publicada inicialmente en 1945 y con una segunda edición en
1962, tendrá mucha influencia en los debates de los historiadores sobre la transición social. En
los años en que se publicó este texto predominaban los planteam ientos funcionalistas en la
antropología, y tanto su carácter em inentem ente histórico com o su orientación marxista expli
can su escasa repercusión en la disciplina.
58 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
lógica del capital, sin que ello im plique necesariam ente cam biar sus
formas de trabajo y de organización. W allerstein se niega a conside
rarlos «feudales», «precapitalistas» u otra clase de denom inación,
pues el capitalism o conform a para él u n sistem a único que se im pone
sobre todos los dem ás (1979: 494).
Wallerstein no fue el prim ero en considerar la existencia de un siste
ma m undial. Si su obra tuvo tanto im pacto es porque se publicó en un
mom ento en que había un creciente descontento respecto a la teoría de
la modernización y a las formulaciones de la teoría de la dependencia.
De hecho, los estudios sobre la globalización se iniciaron en la
década de los sesenta, a p artir del interés despertado por el desarrollo
del Tercer Mundo, que se analizaba en base a la teoría de la m oderni
zación. Se suponía que todas las sociedades, partiendo de distintas
situaciones y distintas velocidades, seguían el m ism o cam ino hacia la
«modernidad», y el debate era si había divergencia o convergencia en
los resultados del proceso. La obra de W allerstein rom pe con los estre
chos esquem as de la m odernización. En lugar de considerar las socie
dades com parativam ente, tom ando la sociedad occidental com o
punto de referencia principal, propone que existe un patró n sistem áti
co de relaciones entre sociedades, y, en lugar de analizar los países del
Tercer M undo com o m arginales y recién llegados a la m odernidad
(que poseerían de form a incompleta), los considera parte sustancial
en la form ación de la econom ía-m undo com o totalidad, pasando a
estudiar cómo se insertan en ella.
Wallerstein se apoya en la teoría de la dependencia, que se había
popularizado a inicios de los años setenta entre los investigadores de
América Latina. Esta teoría se difundió básicam ente a través de la
obra de Frank (publicada en 1967), que considera que el subdesarro-
11o y el desarrollo están estructuralm ente ligados y que no es nad a evi
dente que pueda pasarse de una situación a la otra, ya que los países
desarrollados nunca estuvieron subdesarrollados y, por tanto, no p a r
tieron de las condiciones de dependencia económ ica, tecnológica y
financiera que padecen las regiones subdesarrolladas. Esta diferencia
estructural se fundam enta en el intercam bio desigual que se produce
en la esfera de la división del trabajo a escala m undial y en la esfera
de la circulación, lo que conlleva la reproducción dependiente de las
sociedades subdesarrolladas.2
4. Véanse, por ejemplo, Asad (1978); Bloch (1977b); Friedman (1977); Godelier (1971,
1974, 1989); Kahn y Llobcra (1981); M eillassoux (1977, 1978, 1979); Rey (1973), y Terray
(1977).
5. Véase, por ejemplo, Godelier (1971), así com o la amplia cantidad de textos que se
recopilan en Bailey y Llobera (1981).
66 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
Que hoy en día todas las sociedades form an parte de una econo
m ía-m undo dom inada p o r la hegem onía del capitalism o es un hecho;
la cuestión está en conocer cóm o se ha producido esta vinculación.
En este sentido, Godelier distingue los procesos que han tenido lugar
en los «centros» respecto a los de las «periferias». En el prim er caso,
el capitalism o surge com o fruto de un proceso endógeno, espontá
neo, que arran ca de las entrañas del feudalism o. Inicialm ente supone
la m odificación de la organización social de la producción y de las
condiciones de trabajo, hasta que se produce la creación de una base
m aterial nueva. La aparición del m aqum ism o y de la gran industria
supone la finalización de la etapa de transición, al hallarse ya consti
tuida la form a capitalista de producción. Las periferias, en cambio,
son las zonas de expansión del m odo de producción capitalista y, por
tanto, este sistem a aparece p o r influencias externas, es im puesto
m ediante la violencia (conquista, colonización) o m ediante el dom i
nio técnico o de mei'cado. En ocasiones, esto ha supuesto la destruc
ción de pueblos enteros o su desestructuración cultural. ¿Se puede
h ab lar de «transición» cuando se trata de cam bios im puestos, brus
cos, acelerados? Tal vez debido a esta dificultad, en su texto de 1991a
G odelier distingue la «transición al capitalism o» de la «subordina
ción al capitalism o», aunque am bas situaciones form en parte de un
m ism o proceso.
ECONOMÍA POLÍTICA Y ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA 69
Gr u p o s d o m é s t ic o s y c o m u n id a d e s l o c a l e s
EN LA TRANSICIÓN AL CAPITALISMO
En Europa y la gente sin historia, Eric Wolf aplica la teoría del sis
tema global y la de los m odos de producción, pero, a diferencia de
Wallerstein, no considera el capitalism o com o un único sistem a que
se im pone de form a unilateral y anula a todos los dem ás y, a diferen
cia de los m arxistas-estructuralistas, utiliza el concepto de m odo de
producción como instrum ento analítico sin pretender teorizar acerca
de su articulación. La obra de Wolf constituye una excelente síntesis
de la perspectiva que enfatiza la intersección entre centros y perife
rias, entre lo global y lo local, entre las fuerzas estructurales y las que
derivan de la acción hum ana.
Hay que entender lo que supone la aportación de Wolf a p artir de
las reacciones que generaron las dos aproxim aciones que hem os p re
sentado anteriorm ente: la teoría de la dependencia y la de los m odos
de producción. Tanto si se parte de la im plantación hegem ónica de la
economía de m ercado, com o si se enfatiza la persistencia de m odos
de producción no capitalistas, se acaban reduciendo todos los fenó
menos a la lógica de funcionam iento del capitalism o. Y cuando se
siguen los debates de los m arxistas franceses, preocupados por las
características estructurales de los m odos de producción, la ab strac
ción es tal que se tiene la im presión de que el propio debate pasa a ser
un fin en sí mismo. E n definitiva: se produce una cierta insatisfacción
por el fuerte énfasis en los determ inantes estructurales y p o r el escaso
o nulo m argen que se deja a la acción hum ana. Se discute tam bién la
reiterada insistencia en el im pacto de la econom ía de m ercado y en el
papel decisivo de los centros en im poner sus reglas del juego, com o si
las periferias no tuvieran su propia historia y com o si ellas m ism as no
hubieran influido en nada en la form a y características que ad o p ta
rían los centros de donde surgieron.
72 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
8. El concepto de modo de producción que utiliza W olf es distinto del que emplea Gode
lier. Wolf considera un modo de producción com o una forma de organización del trabajo: «un
conjunto concreto, que ocurre históricamente, de relaciones sociales mediante las cuales se
despliega trabajo para exprimir energía de la naturaleza por m edio de utensilios, destrezas,
organización y conocim iento» (1987: 100). Para Godelier, en cambio, un modo de producción
es un concepto abstracto, que com bina relaciones de producción y fuerzas productivas.
ECONOMÍA POLÍTICA Y ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA 75
9. Véanse, por ejemplo, Comaroff (1990); Moore (1994); Narotzky (1995); Rapp (1978);
Yanagisako (1990).
80 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
DEBATES.
¿MERCANTILIZACIÓN DE TODAS LAS COSAS?
LO QUE NO SE MERCANTILIZA
U n a c u e s t i ó n p r e v ia : s o b r e c a m p e s in o s , a r t e s a n o s - c a m p e s in o s
y p r o l e t a r ia d o r u r a l
4. Tanto Martínez Alier (1968) com o Sevilla-Guzmán (1979) consideran que los trabaja
dores rurales asalariados deben ser incluidos en la definición del cam pesinado, cuando nor
malmente se los ha excluido. Para una revisión sucinta pero de carácter general de esta clase de
definiciones, véanse Aguilar (1996), Cancian (1991) y Roberts (1990).
88 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
5. Hay m uchos textos que resumen este debate, ya que cada posicionam iento implica
exponer las posturas de los autores que son el punto de referencia principal. Véanse, por ejem
plo, Bernstein (1986o, 1986/j), Blum (1995), Collins (1990), Kahn (1986), Sm ith (1984 a , I984¿?)
y Vandergeest (1988).
90 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
6. Friedmann (1986a) insiste en este punto cuando se refiere a las características genera
les de la producción familiar (y no sólo a la PMS). Tanto la familia com o la pequeña propiedad
persisten en el capitalism o avanzado y el hogar patriarcal refuerza ambas dim ensiones, pues
forma parte de la lógica que subyace a las explotaciones agrarias estudiadas por ella en las pra
deras de Estados Unidos y Canadá. Véase la crítica de Goodman y Redclift (1985) y la réplica
de Friedmann ( 1986b).
92 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
7. Véanse por ejemplo las valoraciones críticas realizadas por Bernstein (1986a, 1986b),
Blum (1989), Brass (1984, 1990), Collins (1990), Painter (1984, 1986a), Smith (1984a, 1984b) y
Vandergeest (1988).
96 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
P e r s is t e n c ia y c r is is d e l a s e x p l o t a c io n e s a g r íc o l a s f a m il ia r e s
8. Martínez Veiga (198% ) considera este tipo de actividades com o parte del trabajo
informal (no regulado por el Estado), que incluye también actividades asalariadas; pero así
com o la economía doméstica y comunal se rige por los principios de redistribución y reciproci
dad, el trabajo informal asalariado se rige por las leyes puras del mercado.
100 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
trabajo y de bienes totalm ente m ercantil izado. Así pues, las relaciones
dom ésticas no pueden entenderse fuera del contexto de los im perati
vos del trabajo asalariado (G. Sm ith, 1990). De la m ism a forma, el tra
bajo asalariado y la producción m ercantil no pueden entenderse sin la
existencia de actividades no m ercantilizadas, tanto si se trata de las
tareas vinculadas a la reproducción realizadas en la familia o en insti
tuciones sociales dependientes de la com unidad o el Estado, como si
se trata de formas de producción 110 m ercantil presentes en diversas
zonas del planeta. La expansión del capitalism o precisa de estas últi
m as; su propio funcionam iento requiere de las prim eras.
Las investigaciones feministas, p o r su parte, h an m ostrado que las
form as de trabajo no rem unerado que se realizan en el hogar forman
p arte integral del sistem a capitalista y han proporcionado las bases
teóricas para analizarlas. Han cuestionado que el m ercado sea el
único están d ar de valor y han llam ado la atención respecto de la
im portancia del trabajo no-asalariado, las actividades de aprovisiona
m iento y m antenim iento, los procesos de socialización y la transm i
sión del conocim iento cultui'al (Collins, 1992: 34). En definitiva, han
abierto el análisis a esferas de actividad que son directam ente relevan
tes p ara la existencia m ism a de la sociedad y han m ostrado que el
género, así com o otras divisiones sociales, están im bricados en la lógi
ca de la producción y de la reproducción social. De esta forma consi
deran com o variables endógenas lo que la econom ía trata como varia
bles exógenas.
Finalm ente, y desde datos m eram ente empíricos, hay que resaltar
el increm ento progresivo del trabajo no-asalariado, contrariam ente a
lo que podría esperarse. Aunque el autoaprovisionam iento está dism i
nuyendo en térm inos absolutos, en cambio, cada vez es m ayor la can
tidad de grupos dom ésticos que han de realizar actividades orientadas
a la autosubsistencia p ara poder sobrevivir. Son respuestas defensivas
ante las situaciones de crisis, tanto si se trata de trabajadores asalaria
dos com o de productores de m ercancías (Nash, 1994: 22). Del mismo
m odo, el desempleo creciente en los países de capitalism o avanzado,
la creciente privatización de servicios sociales y sanitarios y el declive
de los Estados del bienestar, increm enta la cantidad de trabajo que
debe realizarse en el hogar. Los debates actuales sobre el futuro del
em pleo y el futuro del Estado del bienestar contribuyen tam bién a
visualizar el conjunto de actividades que se realizan fuera del marco
de relaciones asalariadas.
H ay que decir que bajo el concepto de actividades no-mercantiliza-
das se incluyen de hecho cosas bastante distintas. El autoaprovisiona
m iento y el trabajo doméstico no tienen el m ism o papel en la creación
de valor. Su presencia y su proporción respecto al conjunto de activi
DEBATES. ¿MERCANTILIZACIÓN DE TODAS LAS COSAS? 101
10. La relación entre las políticas sociales del Estado y la familia han empezado a ser un
tema de interés creciente desde la perspectiva feminista, por la importante repercusión que tie
nen tales políticas sobre las trayectorias de vida de las mujeres. Véanse, por ejemplo, Balbo
(1984), Bazo y Dom ínguez (1996), Comas d’Argemir (1994, 19956), Durán (1996), Finch y Gra
ves (1983), M clntosh (1978, 1979), Orloff (1993), Saraceno (1994), Sassoon (1987), Ungerson
(1990, 1995) y W illiams (1995).
11. Las formas de cuidado y asistencia en la familia han sido las dim ensiones menos
estudiadas del trabajo familiar, excepto las actividades relacionadas con la maternidad. El libro
de Finch (1989) expone estas dim ensiones desde una perspectiva global.
12. La fuerte presencia del trabajo no mercantilizado en contextos agrarios hace que las
estrategias de reproducción se dirijan a la reproducción de la explotación agraria com o tal
(Bourdieu, 1972a, 1991; Comas d'Argemir, 1988; Contreras, 1991, 1997; Goody, 1976; Martínez
Veiga, 1985/;; Medick y Sabean, 1984).
DEBATES. ¿MERCANTILIZACIÓN DE TODAS LAS COSAS? 107
Ciclos de reproducción
de las familias urbanas
e industriales con bajo
empleo femenino
13. Desde la antropología feminista se han realizado numerosas reflexiones acerca del
papel de la familia en la construcción social del género y en las relaciones internas de poder.
Véanse, por ejemplo, Beechey (1978), Benería y Stim pson (1987), Bimbi (1986), Benjamín y
Sullivan (1996), Collier y Yanagisako (1987), González de la Rocha (1995), Harris (1981), Hart-
mann (1981), Lamphere (1986), Rapp (1978) y Tilly y Scott (1978).
110 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
14. En este texto de Martínez Veiga puede encontrarse una buena síntesis del debate
acerca de las repercusiones del «salario familiar», que básicamente centralizaron Hartmann
(1976) y Hum phries (1977).
DEBATES. ¿MERCANTILIZACIÓN DE TODAS LAS COSAS? 111
15. Véanse también Martínez Veiga (1997), Narotzky (1988) y Safa (1981). Escobar
(1993) y González de la Rocha y Escobar (1990) analizan la creciente presencia de mujeres en
la industria maquilera en México y muestran que las bajas rem uneraciones que reciben se
corresponde con un descenso en el salario de los hombres. Su hipótesis es que esta reducción
es posible debido al mayor número de trabajadores por hogar.
112 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
LA ECOLOGÍA POLÍTICA
EN LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
C a p ít u l o 5
2. La com isión que realizó este informe era una de las que había organizado Naciones
Unidas y se denominaba World Com mission on Environment and Development. Trabajó bajo la
dirección de la primera ministra de Noruega Gro Harlem Bruntland, de manera que el informe
resultante de estos trabajos, titulado Oitr Common Futttre, ha pasado a conocerse com o Infor
me Bnm dtland, a pesar de haber sido publicado con el nombre de la com isión.
3. La ecología política, al centrarse en las causas de la degradación ambiental y estable
cer los factores sociales y políticos que inciden en ella, proporciona pautas importantes para
las políticas de desarrollo. Algunos textos se orientan específicam ente a realizar propuestas, en
una vertiente claramente aplicada. Véanse, por ejemplo, Bailey (1996), Bray (1994), Collins
(1986a), Guimaraes (1990), Holloway (1993), Horowitz (1996), Leff (1994), Moran (1996), Orlo-
ve y Brush (1996), Peet y Watts (1993), Schmink y Wood (1987) y Sponsel, Bailey y Headland
(1996).
118 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
4. Véanse, por ejemplo, Beck (1992, 1995, 1996), Giddens (1990, 1994), Gortz (1980,
1994) y Habermas (1981). En el libro de Goldbiatt (1996) puede encontrarse una muy buena
síntesis de las teorías de estos autores. Son interesantes también las reflexiones sobre el surgi
m iento de una conciencia ecológica mundial aportadas por Abram (1996), Eder (1996b) y
Wynne (1996).
ECOLOGÍA, NATURALEZA Y CAMBIO SOCIAL 119
apreciados como tales, que han sido fuertem ente m odificados para
fines muy concretos: los lagos de Juclar y de Engolasters en Andorra, o
el de Sant Maurici en el parque natural de Aigüestortes, por ejemplo,
son, en realidad, lagos artificiales que se construyeron para contener el
agua canalizada. Hay parajes naturales que se adaptan para los nuevos
deportes de aventura: rafting, ala delta, barranquism o, etc. Hay parajes
artificiales que se crean im itando los naturales, para m ejor acceso y
disfrute de los urbanitas: el lago de Puigcerdá, el parque nuevo de Olot,
así como m uchos de los parques y jardines que rodean diversos hoteles
son ejemplo de lo que decimos. Hay neoarquitectura de m ontaña, que
intenta im itar el estilo tradicional, que enseña la piedra e im pone unas
formas uniform izadoras y foráneas. Los métodos artesanales de p ro
ducción son reivindicados y reinventados, intentando con ellos d ar una
idea de los productos tradicionales, como sucede con buena parte de la
artesanía alim entaria, que en el caso del Pirineo gira en torno a los
quesos y embutidos. Los productos «naturales» ganan adeptos en
general, pues tienen una garantía especial p ara los consum idores. Esto
produce en el Pirineo una sobrevaloración de las actividades predado
ras, que por este mism o motivo se ven som etidas a control, como suce
de con la pesca, la caza m ayor y m uy especialm ente con la recolección
de setas. Y así podríam os seguir con m uchas otras dimensiones con
cretas de la invención de la naturaleza en el caso del Pirineo, que
puede aplicarse a otros m uchos lugares.
Estamos en un m om ento en el que las imágenes de la naturaleza se
están modificando con sum a rapidez, como fruto del im pacto de las
tecnologías de com putadoras, la informática, la biotecnología genética
y la biología molecular. Donna Haraway (1995) ha llamado a este fenó
meno una «reinvención posm oderna de la naturaleza», cuyo principal
exponente es la figura de los cyborgs, m ezcla de m áquina y organismo,
que se incorporan a nuestro im aginario como posibilidad a través del
camino abierto por la ciencia y por la técnica. Los cyborgs se encuen
tran hoy am pliam ente difundidos a través de los relatos de ciencia fic
ción y de los nuevos cuentos infantiles; sin embargo, tienen una cierta
verosimilitud porque encajan con nuevas realidades y se corresponden
con los cambios que se están produciendo en nuestras nociones orgáni
cas sobre la vida.6 Pensemos, por ejemplo, en las polémicas recientes
7. Para una presentación global de la antropología ecológica nos remitimos por tanto a
los libros o artículos que sintetizan este enfoque. Véanse, por ejemplo, Contreras (1995), Har-
desty (1979), Martínez Veiga (1978, 1985a), Netting (1977), Orlove (1980), Vessuri (1986), Val-
dés (1977), Valdés y Valdés (1996) y Vayda y McKay (1975).
ECOLOGÍA, NATURALEZA Y CAMBIO SOCIAL 127
11. Para un análisis de la confrontación entre las posturas del materialismo y del cultu-
ralismo y de los intentos de síntesis véase Contreras (1995: 55-67).
130 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
12. Vale la pena citar especialm ente el artículo de Johnson (1982), que hace una revisión
crítica de los enfoques de la ecología cultural, que califica com o reduccionistas, analizando
cóm o se han aplicado en el caso de la Amazonia. Lo interesante es el debate que genera este
artículo y las respuestas de distintos autores, que introducen matices o muestran una oposición
abierta a las posturas de Johnson, al representar las distintas tendencias teóricas que se han
puesto en juego en el análisis de la Amazonia.
ECOLOGÍA, NATURALEZA Y CAMBIO SOCIAL 133
13. Son m uy ilustrativos los casos etnográficos por los que Godelier muestra estas dife
rencias de x'epresentarse la realidad. Por ejemplo, los cazadores blancos y los indios naskapi de
la península del Labrador, o los pigm eos mbuti y los banlúes de la selva ecuatorial africana tie
nen m ecanism os de subsistencia diferentes y se representan la realidad de manera diversa jus
tamente porque la aprovechan de forma diferente. Cada una de estas maneras tiene su propia
lógica, su propia «racionalidad». Un inventario com pleto de esta variedad permitiría evitar caer
en la trampa etnocentrista del formalismo económ ico y en la trampa sustantivista de evitar a
toda costa la consideración económ ica que puede hallarse en los elem entos sociales.
ECOLOGÍA, NATURALEZA Y CAMBIO SOCIAL 137
las com unidades indígenas y las form as de vivir com unitarias, e im po
ne la pobreza y el desarraigo en aras de la obtención del máximo bene
ficio. Así deben interpretarse las situaciones de m iseria y de degrada
ción ambiental: como resultado de un tipo de organización social y no
como producto de diferencias naturales o de castigos bíblicos. E n unos
años en que está en auge la ideología neoliberal, la obra de Polanyi es,
nos dice Jam es O’Connor, «una luz brillante en un cielo lleno de estre
llas que decaen y de agujeros negros de naturalism o burgués, neomal-
thusianismo, tecnocratism o del Club de Roma, ecologismo profundo
romántico y "unim undialism o” de las Naciones Unidas» (1991: 114).
El libro de Geertz Involución agrícola, publicado en 1963, es otro
de los que frecuentem ente se citan com o precedente de la ecología
política. Este autor parte de la aproxim ación de la ecología cultural y,
más en concreto, de los conceptos introducidos p o r Stew ard p ara
analizar la evolución de los dos sistem as agrícolas predom inantes en
Indonesia, que se distribuyen de acuerdo con condiciones ecológicas
diferenciales. La agricultura intensiva (sawah) predom ina en la isla
de Java y se caracteriza p o r los cam pos abiertos, el m onocultivo, ele
vada especialización, dependencia de nutrientes m inerales, necesidad
de infraestructuras y m antiene un equilibrio estable. La agricultura de
tala y quem a (swidden) predom ina en las islas Exteriores, donde hay
una gran abundancia de bosques tropicales, y se basa en la diversidad
de cultivos, ciclos de nutrientes con seres vivos, m anto vegetal de
cobertura y tiene un equilibrio delicado.
Geertz identifica sistem as agrícolas y ecosistemas. De hecho, des
cribe los dos ecosistem as diferenciados a p artir de'cada uno de los sis
temas agrícolas predom inantes en ellos, lo cual im plica enfatizar las
dimensiones tecnológicas e im pide profundizar en los factores socia
les asociados a cada uno de estos sistem as. Pero lo que otorga im por
tancia a la m onografía de Geertz es el concepto de involución agrícola
y el análisis de los factores políticos asociados a la evolución de los
sistemas agrícolas existentes.
El concepto de involución agrícola tendrá una fuerte repercusión
tanto en la antropología com o en las teorías sobre desarrollo. Geertz
constata que en el caso de Java se produce un proceso de progresiva
absorción de la población en el m arco del propio sistem a agrícola, de
m anera que cada vez m ás trabajadores trabajan en m inúsculas explo
taciones de arroz, a m enudo com binadas con el cultivo de azúcar.
Toda la población adicional que crea indirectam ente la intrusión de
Occidente es absorbida p ara el cultivo del arroz, el cual consigue
m antener im portantes niveles de productividad de trabajo m arginal. Y
tomando como referente la estética, Geertz señala que «los sistem as
de propiedad se vuelven m ás intrincados, las relaciones más com pli
142 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
Para entender este proceso de involución hay que buscar las claves
políticas: la historia de la colonización holandesa de las islas y su más
reciente independización. El texto de Geertz recorre los distintos perío
dos p o r los que se puede dividir la historia de Indonesia: 1) el período
clásico es el anterior a la colonización y la distribución de los sistemas
agrícolas se corresponde con los distintos ecosistemas de las islas. 2)
El período colonial está m arcado por la presencia de determinados
organism os político-económicos (la com pañía de las Indias Occidenta
les, el Sistem a de Cultivo y el Sistem a Corporado de Plantaciones), que
conform an una econom ía dual respecto a la casa campesina. 3) La his
toria reciente, m arcada por la decadencia de los cultivos de exporta
ción, el im pacto de las nuevas relaciones políticas que derivan de la
segunda guerra m undial, la entrada en la órbita de Japón y la procla
m ación de la independencia en 1945. En tan sólo dos décadas hubo
depresión, guerra, ocupación y revolución y, a pesar de ello, las formas
de actividad económ ica apenas cam biaron. Java está sobrepoblada y, a
diferencia de Japón, no se ha industrializado hasta años m uy recientes.
La explicación está, según Geertz, en la inexistencia de una elite indí
gena, ahogada por el largo período colonial, que no repercutió en el
desarrollo de Java y encam inó los beneficios obtenidos hacia el exte
rior. El resultado es la constitución de una econom ía dual entre una
elite em presarial m odernizada y un cam pesinado empobrecido que
trabaja con m étodos tradicionales.
Finalm ente, citarem os a Eric Wolf. Este autor utiliza en el año
1972 p o r vez prim era el térm ino «ecología política» en su presenta
ción de un congreso realizado sobre los Alpes titulada «Propiedad y
ecología política». Y no es sólo una cuestión de título, sino que los
ingredientes de la ecología política se encuentran tam bién presentes
ECOLOGÍA POLITICA Y ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA 143
cual las clases bajas siem pre procrean m ucho m ás abundantem ente
que los ricos. No basta, pues, con m ejorar la situación de los más
pobres m ediante leyes e intervenciones concretas, sino que debe pro-
cederse a lim itar su núm ero. El neom althusianism o tiende a proyec
ta r estas conclusiones hacia la situación de los países más pobres del
m undo, que son tam bién los dem ográficam ente más numerosos y
m antienen elevadas tasas de fecundidad.
El dram atism o de las situaciones de m iseria hace que exista un
elevado consenso respecto a la necesidad de políticas de control
dem ográfico, pues, com o nos recuerda Dasgupta, «el desastre no es
algo que los pobres hayan de aguardar: lo están sufriendo ya» (1995:
7). Eso no obvia que se destaquen im portantes limitaciones en el enfo
que neom althusiano, pues ignorar las causas de la pobreza y centrarse
sólo en sus efectos conduce a políticas injustas porque reproducen las
situaciones de desigualdad. Las críticas al neom althusianism o son,
por consiguiente, tanto de orden teórico como de práctica política.
Es m uy significativo, por ejemplo, la doble m oral reproductiva
que se expresó en algunas de las actitudes y conclusiones de la Confe
rencia sobre Población y Desarrollo que se celebró en El Cairo en el
m es de septiem bre de 1994. Ante el espectacular crecim iento dem o
gráfico de las últim as décadas, y que hace prever un em peoram iento
de las situaciones de ham bre y de pobreza, la Conferencia im partió
toda u na serie de recom endaciones dirigidas a fom entar la educación
reproductiva, pero tam bién a im pulsar políticas sanitarias y sociales,
así com o estrategias de desarrollo económico. Frente a estas propues
tas de carácter global, la reacción de los distintos fundam entalism os
religiosos (el católico incluido) fue oponerse a cualquier clase de con
trol de la natalidad, hasta el punto de focalizar los debates hacia
aspectos tan concretos com o el aborto o la planificación familiar, y
desviando la atención respecto al verdadero problem a que estaba en
el trasfondo de la conferencia, es decir, la distribución desigual de la
riqueza y el desequilibrio entre población y desarrollo.
Hay un hecho en el que se insistió m uy poco en la conferencia de
El Cairo y que apenas surge en esta clase de debates, y es que mien
tras en los países pobres se im pulsan políticas para lim itar el creci
m iento de la población, en los países ricos se gastan, en cambio, ele-
vadísim as cantidades p ara luchar contra la esterilidad o para promo
ver las técnicas de reproducción asistida (que, p o r cierto, contrarres
tan m uy poco la escasa natalidad existente en ellos). ¿Qué es lo que
hace que exista esta doble m oral reproductiva? Tal vez el hecho de no
considerar que el problem a dem ográfico no es exclusivamente num é
rico, sino que reside en los desequilibrios económ icos existentes, en
las políticas de cierre de fronteras ante la inm igración y en si se está
ECOLOGÍA POLÍTICA Y ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA 147
[...] y precisam ente en esto reside la tragedia. Cada hom bre forma
parte de un sistem a que le obliga a increm entar su rebaño ilim itada
mente, en un m undo que es limitado. La m in a es el destino al que todos
los hom bres se precipitan, cada quien persiguiendo sus óptimos intere
ses en una sociedad que cree en la libertad de los espacios colectivos.
Esta libertad lleva a todos a la ruina (Hardin, 1989: 115).
H ardin concluye que es im posible pedir a la gente que se autorres-
trinja; por ello es inevitable utilizar la coerción, porque, con todo, es
m ejor la injusticia que la ruina total. Considera, p o r otro lado, que la
única vía para conseguir un uso racional de los recursos reside en su
total privatización, elim inando la propiedad colectiva, ya que de este
modo cada productor se autolim ita pues su actividad queda restringi
da por los recursos que posee individualm ente.
Es cierto que el texto de H ardin llega a ser una caricatura de las
posiciones neoliberales, que habitualm ente no se expresan de form a
tan apocalíptica ni tan dictatorial. Pero lo significativo es el gran
revuelo que causó este texto y el propio hecho de que incide en uno de
los puntos cruciales de los debates sobre la degradación am biental: la
contradicción existente entre las ganancias privadas y los costos socia
les de tales ganancias, que son a rep artir entre todo el mundo. El enfo
que neoliberal sostiene la idea de que los recursos (comunes) son limi
tados y que hay que poner freno a su utilización indiscrim inada. Y si el
problem a deriva de u n sistem a de propiedad inadecuado, la propuesta
es alterar tal sistema, introduciendo formas de propiedad más exclusi
vas y elim inando la com unitaria. M uchas de las políticas de interven
ción responden a esta lógica (Little, 1994: 216), que en absoluto consi
dera que el problem a de la escasez tenga algo que ver con la distribu
ción desigual de los recursos y que el beneficio ilim itado de unos pocos
es lo que conduce m ás fácilmente a su agotam iento o destrucción.
En oposición a esta visión, los trabajos hechos desde la antropolo
gía dem uestran que los supuestos en que se basa H ardin son muy cues
tionables y etnocéntricos. Para empezar, aunque no nos detendrem os
en ello, es bien conocido que los objetivos de la producción no siem pre
se orientan a la consecución del máximo beneficio: eso ha sido así en
la historia de la m ayor parte de pueblos del m undo. Pero es que, ade
más, los espacios colectivos no suelen ser nunca de acceso abierto, sino
que existen m inuciosas regulaciones respecto a su acceso y utilización
(Acheson, 1991; Bretón, 1997; Chamoux y Contreras, 1996; Netting,
1993).' Más aún, se puede dem ostrar que en m uchos lugares la propie
1. El libro de Chamoux y Contreras (1996) contiene abundantes ejemplos de regulacio
nes en el acceso y uso de la propiedad com unal. En la península Ibérica, donde existe una fuer
te tradición de la propiedad comunal, hay monografías interesantes sobre su uso. Destacamos
las de Behar (1986), Devillard (1993), Freeman (1970), Pais de Brito (1996), además del clásico
trabajo de Joaquín Costa (1898).
150 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
dad com unal es especialm ente conservadora del medio ambiente, por
que regula el uso de los recursos y porque en muchos casos existen
prácticas asociadas a su regeneración (J. F. Eder, 1996; M artínez Alier,
1992; Peluso, 1996). E n el caso de la India, Alcorn y M olnar (1996)
m uestran, por ejemplo, cómo el Estado fue usurpando a las com unida
des locales su derecho de utilización de los bosques y en nombre de
una gestión m oderna y del conservacionismo perm itió que se talara el
bosque, lo que provocó una enorm e deforestación. El Estado colonial
se contrapuso así a las com unidades cam pesinas y tribales como mani
festación de dos grupos de interés contrapuestos: los comerciales y los
de subsistencia. Estos últimos habían perm itido que durante siglos se
m antuviera el equilibrio entre la población y los recursos que en pocos
años se rompió. Por tanto, la ru p tu ra respecto a los mecanismos tradi
cionales de utilización de los bosques originó graves procesos de degra
dación am biental. De ahí que actualm ente se hagan propuestas de
im plicar a las com unidades locales en las políticas de conservación y
desarrollo. No se trata, pues, de considerar a las poblaciones locales
com o un problem a a resolver, sino como la solución del mismo.2 Pers
pectivas bien distintas éstas de las que defendía Hardin.
3. Para un análisis de los movim ientos ecologistas en los países de capitalismo avanzado
véanse Riechmann y Fernández Buey (1994). Respecto al «ecologismo de los pobres», véanse
Martínez Alier (1992), Guha (1994), Mires (1993), Nash (1994) y Rao (1990).
152 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
4. Como textos básicos del planteamiento ecofem inista pueden destacarse los de
Holland-Cunz (1996), Mies y Shiva (1993), Shiva (1989). Como planteamientos críticos a esta
posición véanse Collins (1992), Jackson (1994), Molyneux y Steinberg (1994) y Salleh (1994).
ECOLOGÍA POLÍTICA Y ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA 153
Demanda de
Acumulación mercado
de capital
Producción comercial
Aumento de . expansión
producción . intensificación
. dlverslficación
Deforestación
y concentración
de la tierra
Trabajo
barato
Desplazamiento y Incremento
escasez de tierras de población
♦
Empobrecimiento. Migración
Valor económico
’ de las criaturas
Producción doméstica
Producción . expansión
reducida . intensificación
. diversificación
Deforestación '
am biental, pues son las dos caras de una m ism a moneda, dos com po
nentes de u n a m ism a estructura. El increm ento de la población, así
com o la tecnología, introducen variaciones im portantes en la m anera
de concretarse el proceso. C onsiderar sólo una de las dim ensiones sin
tener en cuenta la otra resulta sim plista e insuficiente.
Por otro lado, Michael Painter señala acertadam ente que en las
investigaciones sobre América Latina se ha prestado m ucha atención
a la destrucción am biental causada p o r los pequeños productores,
cuando la m ayor degradación procede de las grandes corporaciones y
de los propietarios m ás poderosos y ricos. Éstos tratan la tierra como
un input con bajo coste, y económ icam ente les es más rentable ocupar
nuevas tierras e ir degradando el entorno que preservarlo mediante
prácticas orientadas a ello. Esta clase de planteam iento supone a
m enudo para los m ás pobres la pérdida de sus tierras, o su sujeción
m ediante la violencia o la coerción y, en todo caso, acentúa las condi
ciones de desigualdad en el acceso a los recursos (Painter, 1995: 8-9).
Estas consideraciones revelan que la pobreza no es causa por sí
sola de la degradación am biental. Es cierto que m uchos pueblos utili
zan los recursos de form a inadecuada y que se producen daños
am bientales; en m uchos casos la gente tiene plena conciencia de que
esto revierte negativam ente contra ellos mismos, pero no pueden
hacer otra cosa y de esto son conscientes tam bién. Por otro lado, no
olvidemos que la riqueza es una m ayor am enaza p ara el am biente que
la pobreza, y que es la acum ulación de capital la que origina la inte
gración desfavorable en el m ercado, los altos niveles de extracción de
excedente y las políticas de endeudam iento. En estas condiciones, los
cam pesinos han de adoptar estrategias para sobrevivir a corto plazo,
que a m enudo resultan incom patibles con el uso sostenido de la tierra
y con la preservación a largo plazo de sus propias condiciones de exis
tencia (Collins, 1986¿>: 139). De ahí que no resuelva nada estim ular la
pequeña propiedad, com o sugieren los cam pesinistas o el neonarod-
nism o ecologista (véase Netting, 1993, por ejemplo), o quienes defien
den la idea rom ántica de com unidades que viven en arm onía con el
entorno (Shiva, 1989), pues olvidan las circunstancias económicas glo
bales en que los distintos pueblos deben producir y reproducirse.
É ste es el enfoque general que perm ite interpretar las expresiones
concretas de la interacción de procesos sociales y ecológicos. En el
próxim o capítulo analizarem os distintos escenarios políticos para
ejem plificar cóm o en cada caso las causas de la degradación am bien
tal aparecen asociadas a aspectos específicos derivados de los dos
grandes tipos de procesos generales e interrelacionados que hemos
com entado: la acum ulación de capital y el em pobrecim iento.
C a p ít u l o 7
ESCENARIOS POLÍTICOS.
CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA DEGRADACIÓN
AMBIENTAL EN AMÉRICA LATINA
2. En Brasil existe una «Fundación Nacional del Indio», que tiene com o finalidad evitar
la destrucción de las com unidades indígenas. Observemos lo que implica el surgimiento de fun
daciones que paralelamente tienen com o objetivo preservar la naturaleza, con sus especies
vegetales y animales y también a las com unidades indígenas. Hoy es el «indio»; mañana, tal vez
sea toda la humanidad la que deba ser protegida. El ser humano ya no se enfrenta y dom ina el
entorno, sino que es parte de este entorno que se debe preservar (M. O'Connor, 1994).
3. Las movilizaciones para frenar el proceso de deforestación de la Amazonia son un
claro ejemplo del surgim iento de una conciencia mundial en tom o a los problemas am bienta
les. La Amazonia ha sido calificada de «jardín de la humanidad» y de «pulmón del mundo» y
estos lemas han tenido una gran fuerza evocadora. El popular cantante Sting hizo una gira por
el mundo acom pañado por Raoni, un líder indígena kayapo, para sensibilizar acerca de los
peligros de la deforestación de la Amazonia, transmitiendo una visión idílica de la selva y de
los pueblos indígenas, fuertemente contrastada con la imagen apocalíptica del futuro: «La
desaparición de la selva —dice Sting— provoca el conocido efecto invernadero, terremotos,
huracanes, sequía, miseria» (1989: 7). Distintas ONG de carácter internacional han hecho
numerosas actuaciones y presiones sobre el gobierno brasileño para que frene la deforestación:
World Life Fundation, Nature Conservancy, Greenpeace, Envlromental Defense Foundation,
Cultural Survival, Survival International, Rainforest Action Network.
168 ANTROPOLOGIA ECONÓMICA
a reform ularse. Schm inck y Wood (1987) y tam bién M oran (1996)
consideran que se está iniciando un contexto m ás propicio para pro
m over m odelos alternativos que frenen la deforestación y se basen en
el principio de la sustentabilidad.4
P r e s io n e s d e l m e r c a d o : e l c u l t iv o d e c o c a
P rogram as d e d e s a r r o l l o e in t e r c a m b io d e s ig u a l
6. El proyecto de San Julián es especialm ente destacable por excepcional, porque, tal
com o muestra Jones (1995), en Bolivia la ayuda internacional no ha servido para una mayor
protección del medio ambiente, ni para promover un bienestar generalizado. Por el contrario,
los fondos obtenidos han sido gestionados por la elite y han subvencionado más bien la degra
dación ambiental y el racismo. Efectivamente, la instalación sistem ática de granjas ganaderas
de vacuno favoreció a los grandes propietarios y, en cambio, significó el progresivo arrincona-
miento y exclusión de los indígenas. El impulso de esta clase de políticas no ha hecho más que
acentuar la denominada «deuda social» y que los cam pesinos sean más pobres en 1990 que tan
sólo cinco años antes.
178 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
H o n d u r a s : i n t e r e s e s e x t e r n o s y c o n f l ic t o s s o c ia l e s
8. Gudeman (1978) explica para Panamá un tipo de trato muy similar entre grandes pro
pietarios y cam pesinos. Estos últim os son los que van roturando el bosque y detrás de ellos se
van instalando las grandes explotaciones de ganado vacuno.
ESCENARIOS POLÍTICOS 181
C o s t a R ic a y N ic a r a g u a :
10. Ante la incapacidad dei Estado para proveer de servicios suficientes, ha surgido
recientem ente un sector privado asistencial que pretende cubrir tales deficiencias, aunque en la
práctica acostumbra a reproducirlas por el propio hecho de actuar de forma desarticulada
(Altamirano, 1988).
ESCENARIOS POLÍTICOS 191
México, Lima, Sao Paulo o Santiago tienen una atm ósfera irrespira
ble, lo que provoca que regularm ente tenga que declararse el estado
de emergencia, con la suspensión de actividades escolares, el reforza
miento de los centros sanitarios y severas m edidas para la restricción
del tráfico." No hay ni que resaltar, por evidente, que las barriadas
más pobres son las m ás afectadas p o r las condiciones de insalubridad
derivadas de esta degradación am biental del sistem a urbano.
Respecto a las form as de sobrevivencia, la diferenciación social
condiciona tam bién de form a m uy nítida las líneas divisorias respecto
a la clase de trabajos a los que se puede acceder. La pobreza urbana se
caracteriza por la inestabilidad ocupacional, los bajos ingresos y la
falta de prestaciones sociales. Por tanto, desde un punto de vista eco
nómico, la m arginalidad que genera la pobreza hace que los indivi
duos no participen plenam ente en el m ercado de trabajo ni en el de
consum o y que la sobrevivencia sea extrem adam ente difícil. La dife
renciación social en la ciudad se expresa en el hecho de que los m ás
pobres viven en buena m edida de los sobrantes que generan los
demás, sea porque realizan trabajos poco cualificados (servicio dom és
tico o actividades diversas en el sector informal), sea porque aprove
chan y consum en directam ente lo que otras clases sociales desechan.
Así lo describe Larissa Lom nitz en su estudio de una barriada de la
ciudad de México:
11. No hay que olvidar en este apartado el im pacto de los grandes desastres, que no
siempre son fruto de agentes de la naturaleza o de factores imprevisibles. La mala calidad de la
infraestructura urbana, relacionada con la corrupción política, originó por ejemplo la terrible
explosión que se produjo en Guadalajara en 1992 com o resultado de la emanación de gases de
las alcantarillas (Ramírez y Regalado, 1995).
192 ANTROPOLOGIA ECONÓMICA
1. Las tesis de James O'Connor han suscitado numerosos com entarios y debates. Véanse,
por ejemplo, Barceló (1992), Collins (1992, 1993), Escobar (1995), Martínez Alier (1992),
M. O'Connor (1994), Peet y Watts (1993) y Recio (1992).
204 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
2. Véase, por ejemplo, Lojkine (1979), que incluye en el concepto de «condiciones gene
rales» las siguientes dimensiones: 1) los m edios de circulación material (carreteras, ferrocarri
les, etc.) suministrados por el Estado; 2) los medios de consum o colectivos, que contribuyen a
la reproducción de la fuerza laboral, y 3) los bienes colectivos urbanos, que conform an el
medio ambiente construido donde se desarrollan las actividades humanas. Godelier (1989)
también tiene en consideración las condiciones materiales y sociales del proceso de producción
y su incidencia en la reproducción o no-reproducción de las sociedades.
206 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
Para acabar este capítulo final señalaré que soy plenam ente cons
ciente de que este texto no agota ni m ucho m enos el campo de la
antropología económ ica y de que podía haber presentado otros deba
tes y otros temas de interés tam bién im portantes. Se me ocurren
ahora, por ejemplo, el tem a de las culturas del trabajo, la antropología
del turism o, la antropología de la pesca, el análisis de la economía
sum ergida o el estudio de las formas de alim entación y de consumo...
Valga decir que los enfoques teóricos que hemos presentado pueden
aplicarse al análisis de estos temas, aunque, desde luego, haya muchos
aspectos específicos que derivan de cada uno de ellos. He pasado de
puntillas p o r la ecología política urbana, que es un cam po realmente
sugerente e im portante, com o m ínim o porque implica a millones y
m illones de personas en el mundo: el esbozo que he presentado ha de
considerarse com o tal y com o una m era introducción al tema. He deja
do intocado tam bién todo el am plísim o cam po de la antropología
industrial, precisam ente por lo am plio que es y porque en sí mismo
justificaría hacer toda una presentación con entidad propia.
La antropología económ ica tiene planteados distintos cam pos de
interés que extienden sus fronteras y suponen retos para seguir
haciendo aportaciones a la antropología social. Los resum iré de
acuerdo con cinco grandes ejes.
(Thom pson, 1977; Willis, 1977), así como la ideología de las elites que
llegan a im pregnar toda la sociedad. Williams (1977) destacó la inter
sección entre clase, cultura y política, recuperando la perspectiva
gram sciana. La economía, por otra parte, está im pregnada de modelos
y m etáforas a p artir de las cuales la gente se representa sus activida
des y su entorno (G udem an, 1986). En un m om ento en que los pro
gram as de desarrollo intentan basarse en (y no ignorar) las formas de
utilizar los recursos y las percepciones del entorno p o r parte de los
pueblos con los que se actúa, se trata de u n a dim ensión im portante.
La econom ía es com o la urdim bre del tejido social porque discurre
p o r todas sus fibras. Que el tejido pueda d u rar m ás o menos tiempo,
que m antenga su color con m ás o m enos intensidad, que pueda ir
renovando las partes desgastadas y que pueda cubrir a m ás o menos
gente depende de sus m ateriales, de las formas de utilización y del
grado de deterioro que pueda alcanzar según la presión y las tensio
nes entre quienes poseen el poder y los medios para apropiarse de la
m áxim a extensión, y quienes no tienen otra opción que luchar simple
m ente p o r sobrevivir y tener un lugar en el m undo.
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224 ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
Prefacio ........................................................................................................ 7
P r im e r a pa r te
LA ECONOMÍA POLÍTICA
EN LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
S egunda parte
Conclusiones