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Hiraoka caminaba solo por el campo, sintiendo el peso de la derrota en su corazón después de

su enfrentamiento con Yamaji. La conversación final había dejado una marca profunda en su

alma, y se encontraba en un punto de quiebre. Finalmente, decidió hablar con su comandante,

Sim Kenjiro, y le reveló sus intenciones. Viajó durante una hora por los oscuros prados de la

noche en la capital, llegando hasta donde sus hombres, que esperaban sus órdenes, atrezados.

Hiraoka: Comandante Kenjiro, no puedo continuar con esta lucha, ya no tengo motivos para

seguir en el imperio.

Con una mirada seria el Comandante Kenjiro miró a los ojos de Hiraoka decidido, todo el mundo

escuchaba en silencio la conversación de los oficiales.

Sim Kenjiro: Hiraoka, entiendo tu conflicto, pero ten en cuenta que somos leales a ti. Si decides

irte, lo haremos contigo.

La sorpresa se dibujó en el rostro de el Mink, conmovido por las palabras de su primer oficial,

fiel.

Hiraoka: ¿Qué estás diciendo, Kenjiro?

El comandante Kenjiro contestó con un semblante serio y firme, una respuesta de todo corazon,

que todos en aquel cuartel compartían.

Sim Kenjiro: Somos una legión, y nuestro compromiso es contigo. Si decides partir, entonces

iremos contigo, donde sea que vayas. Nuestra lealtad y honor están contigo, no importa la

dirección que elijas.

Las palabras de Sim Kenjiro resonaron en el aire, y pronto los hombres de la legión de Hiraoka

se reunieron a su alrededor. Sus rostros reflejaban un profundo respeto y compromiso hacia su

líder.

Hiraoka: No esperaba esta respuesta… pero estoy agradecido por su lealtad. Si me acompaña,

será un exilio solitario y peligroso.


Sim Kenjiro: Estamos dispuestos a enfrentar cualquier desafío a tu lado. Juntos, superaremos lo

que venga.

Hiraoka se sintió abrumado por la muestra de apoyo y lealtad de su legión. A pesar de las

adversidades, sabía que no estaría solo en su viaje al exilio. La lealtad y el honor que

compartían los unirían en esta nueva dirección, donde enfrentarían juntos lo que el destino les

tenía preparado. Fundido en un abrazo con su comandante y una sonrisa melancólica en su

rostro. Sentía que esto era un nuevo comienzo.

Después de la conmovedora conversación entre Hiraoka y su comandante, Sim Kenjiro, se

produjo un acto simbólico y poderoso. Juntos, en un gesto de renuncia a sus antiguas lealtades

y compromisos, Hiraoka y Kenjiro se quitaron sus medallas y las arrojaron al suelo. Las

medallas, que habían sido símbolos de honor y servicio al imperio, ahora reposaban en el suelo,

despreciadas y abandonadas.

Kenjiro: Quien desee quedarse en el imperio no será maltratado ni mal visto, pero no podemos

acompañaros nunca más, quien desee venir, ha de saber que esto tan solo es un inicio y que

años de incertidumbre están aún por llegar, pero los afrontaremos juntos, con fraternidad.

Aquellos guerreros alentaron al discurso de su comandante, todos fieles al ideal de lealtad y

unión, nadie dio un paso atrás.

Luego, con determinación, tomaron las banderas que habían ondeado con orgullo como

símbolos de la legión de Hiraoka. Las banderas, una vez símbolos de unión y propósito, fueron

dejadas atrás, junto con las medallas que habían llevado con honor. El acto de abandonar las

banderas marcó el fin de una era y el comienzo de una nueva, donde su lealtad y compromiso

se dirigirán hacia un destino desconocido.


Con las medallas y banderas tiradas al suelo, Hiraoka y su leal legión, armados con la

determinación de seguir a su líder, emprendieron un camino incierto. Desde la capital,

caminaron juntos hacia el horizonte, buscando un lugar donde establecerse y construir un

nuevo camino. Abandonaron el pasado en busca de un futuro que ellos mismos forjaron, con la

lealtad y el honor como su brújula en esta nueva etapa de sus vidas. La decisión de dejar atrás

las medallas y las banderas fue un testimonio de su compromiso con una causa más grande,

donde la verdadera lealtad residía en su unidad y en la búsqueda de un nuevo propósito en su

exilio solitario.

Hiraoka caminaba solo por la orilla de un arroyo, aquel convoy formado por la legión detuvo su

camino durante varios días para descansar, con su mirada perdida en la corriente serena del

agua. Sus pensamientos estaban atormentados, y las dudas lo acosaban. Kenjiro se acercó en

silencio, reconociendo la angustia en el rostro de su líder. No había necesidad de palabras, la

complicidad entre ambos era profunda.

Hiraoka: Kenjiro, a veces me pregunto si hemos tomado el camino correcto. Tantas vidas

perdidas, tanto sufrimiento... ¿Valdrá la pena?

Kenjiro respondió firmemente, con un semblante serio, pero con una sonrisa en su boca

expresando la cercanía con su general.

Kenjiro: Hiraoka, es natural tener dudas en tiempos de guerra, pero nunca debes cuestionar el

camino que hemos elegido. Nuestra causa es justa, y nuestro compromiso es inquebrantable.

Hiraoka miraba a Kenjiro con preocupación, las dudas que la pelea con Kaemon le habían

plantado en su corazón, no tenían comparación ninguna. El duelo por la muerte del emperador,

y la situación actual lo hacían sentir débil y superado.

Hiraoka: Pero las vidas que se han perdido, Kenjiro... No puedo evitar sentir la responsabilidad de

cada una de ellas.

Kenjiro colocó una de sus manos en el hombro de Hiraoka mirándole a los ojos, de hombre a

hombre, ambos humanos y vulnerados por la situación, ambos unidos.


Kenjiro: Comprendo tus dudas, mi amigo. Pero recuerda que también hemos salvado vidas y

luchamos por un futuro mejor. La adversidad es parte del camino, pero juntos la superaremos.

Hiraoka obtuvo una sonrisa en su rostro con la cual observaba el fluir del arroyo.

Hiraoka: A veces siento como si cargara con el peso de todo, Kenjiro. No sé si puedo soportarlo.

La determinación llenó la voz y el alma del comandante de la legión, apoyando a Hiraoka con

unas palabras cargadas de significado.

Kenjiro: Tú no estás solo en esto, Hiraoka. Nuestra legión está contigo, y yo estoy a tu lado.

Juntos superaremos cualquier obstáculo y forjaremos un camino hacia un mañana mejor. No te

desanimes, hermano, porque juntos somos invencibles. Yo tambíen tengo miedo, ¿sabes?... Mi

esposa y mis hijos están en Kuri esperándome.

Hiraoka miró a Kenjiro con gratitud en sus ojos, sintiendo el apoyo y la fuerza que emanaba de

su compañero. A pesar de las dudas y las adversidades, sabía que no podía rendirse. Con la

lealtad y el compromiso de su legión, se fortalecería para afrontar los desafíos que les

deparaba el futuro. Juntos, encontrarán la determinación para seguir adelante, sin importar

cuán difícil sea el camino.

La noche caía sobre el asentamiento provisional de la legión de Hiraoka cuando las fuerzas

imperiales, lideradas por el general Sein ``el sabio´´, aparecieron en las sombras, listas para el

combate preparadas para castigar a los exiliados y los desertores. La sorpresa fue total, y la

batalla comenzó con un enfrentamiento caótico en medio de la oscuridad.

Hiraoka: Maldición… ¡Han venido a buscarnos!

Kenjiro tomó la delantera, lanzándose a la batalla que estalló en el campo, con las fuerzas

imperiales avanzando en número abrumador hacia la legión de Hiraoka. La sorpresa inicial no

logró desmoronar la determinación de los leales seguidores de Hiraoka. Sabían que estaban

superados en número, pero no retrocedieron.


Los soldados imperiales, liderados por el sabio general Sein, avanzaron con determinación,

sabiendo que estaban bajo órdenes de castigar la traición de Hiraoka. La lucha se desarrolló

con una ferocidad inquebrantable. Hiraoka ,espalda con espalda con Kenjiro, luchaba en el

frente de batalla, dirigiendo a sus hombres con valentía. Las espadas chocaban, los arcos

disparaban flechas y el campo de batalla se llenaba de gritos y el choque de acero contra acero.

Hiraoka: ¡Mantened sus posiciones! ¡No retrocedan!

Kenjiro luchaba con igual valentía, liderando a los soldados de la legión con determinación.

Sabía que la victoria dependía de su coraje y resistencia.

Kenjiro: ¡No cederemos, hermanos! ¡Por la legión!

La batalla se prolongó con tensión y desgaste. Los imperiales demostraron ser un enemigo

formidable, y la lucha era feroz. La determinación y el coraje de los hombres de Hiraoka los

sostenían en la batalla.

Sein: Traidores,, es inútil. No puedes ganar esta batalla, ¡No teneis donde huir!

Hiraoka: ¡No nos subestimes, Sein! Lucharemos hasta el final.

La superioridad numérica de las fuerzas imperiales se hizo cada vez más evidente. Los

soldados de Hiraoka luchaban con coraje, pero se encontraban rodeados y superados en

número. La fatiga y el desgaste comenzaron a pasar factura a la legión de Hiraoka, mientras

que las filas imperiales parecían inagotables.

Los recursos de la legión de Hiraoka se agotaban. Las flechas eran escasas, las espadas

comenzaban a mellarse y la fatiga se apoderaba de los hombres. Los soldados de Hiraoka

luchaban con una determinación inquebrantable, pero sus fuerzas menguaban ante la

avalancha de soldados imperiales.

El sabio general Sein demostró ser un adversario formidable, liderando las fuerzas imperiales

con estrategia y astucia. Sus tácticas y su habilidad en la batalla mantenían a la legión de

Hiraoka a la defensiva, sin espacio para maniobrar.


A medida que la batalla se prolongaba, la moral de la legión de Hiraoka se tambaleaba. Los

soldados estaban agotados y desesperados, mientras el enemigo avanzaba con implacable

determinación. Parecía que la derrota era inevitable, y las esperanzas de Hiraoka y su legión se

desvanecían lentamente.

La situación se volvía cada vez más desesperada. La lucha había llegado a un punto crítico, y el

destino de la legión de Hiraoka pendía de un hilo, al borde de la derrota.

La batalla estaba en su punto más decisivo cuando Kenjiro mal herido y casi derrotado se dio

cuenta de que sus probabilidades de supervivencia eran nulas, en su mente calculaba aquella

situación con miedo, miedo que borró de su mente, sustituido por una decisión y lealtad

enormes. La única forma de asegurar la supervivencia de Hiraoka y su legión era un sacrificio

desesperado. Las fuerzas imperiales se cerraron rápidamente y parecía que no había

escapatoria. Kenjiro tomó una decisión trágica.

Kenjiro: Hiraoka, escapa... protege a la legión..

Hiraoka entendió al instante el plan de Kenjiro y trató de detenerlo, pero era demasiado tarde.

Kenjiro desvió la atención de las fuerzas imperiales, lanzándose audazmente hacia ellas y

enfrentándolas con valentía. Luchó con fiereza, pero finalmente quedó abrumado por el

enemigo.

La legión de Hiraoka aprovechó la distracción y comenzó su desesperada huida. A medida que

se alejaban del campo de batalla, las últimas palabras de Kenjiro resonaron en sus corazones.

Hiraoka: (Protege a la legión…)

Aquello despertó una risa impotente en Hiraoka que al tiempo se vio convertida en lágrimas

que brotaban mientras huía con sus hombres arroyo abajo, el mismo en el que antes

conversaban, su comandante y el.


El sacrificio de Kenjiro había asegurado la huida de Hiraoka y su legión, pero había sido una

muerte trágica y heroica. Los soldados corrían por su vida, con lágrimas en los ojos por la

pérdida de su valiente comandante. La batalla había dejado cicatrices profundas, pero la

lección de sacrificio y lealtad de Kenjiro perdurará en sus corazones mientras continuaban su

lucha por un mañana mejor.

La dura batalla en la que la legión de Hiraoka estuvo al borde de la derrota marcó un punto de

inflexión en la vida de Hiraoka. Mientras escapaban del campo de batalla, con las palabras

finales de Kenjiro resonando en sus oídos, el corazón de Hiraoka se endureció. A partir de ese

momento, se convirtió en una persona transformada, segura de sí misma y de su cometido.

La muerte de Kenjiro, su sacrificio heroico, dejó una huella indeleble en el alma de Hiraoka. Si

antes había sido un líder valiente, a partir de ese momento se convirtió en un líder

inquebrantable. Las dudas que alguna vez lo habían atormentado ya no tenían cabida en su

corazón. Se había convertido en una persona decidida, con un liderazgo sólido y respetada por

todos aquellos que lo seguían.

Hiraoka no era inmune a las dudas y las dificultades de su camino, pero ahora las abordaba con

determinación. No retrocedía ante los desafíos, sino que caminaba al frente con confianza y

convicción. Había aprendido que el sacrificio a menudo era necesario en la búsqueda de un

propósito más grande, y estaba dispuesto a llevar esa lección en su corazón.

Después de varios meses de viaje, Hiraoka y su legión finalmente encontraron un lugar donde

establecerse. Allí, donde los cerezos florecen todo el año, en lo que se conocería como la Aldea

Floral, construyeron un nuevo hogar. Hiraoka se convirtió en un líder que guiaba a su gente con

sabiduría y humanidad, manteniendo la memoria de Kenjiro viva en su corazón tomando a su

hijo como aprendiz y educandolo como hijo suyo. La aldea floral se convirtió en un reflejo de su

compromiso con un futuro mejor, donde la lealtad y el honor eran los cimientos de su

comunidad. La muerte de Kenjiro había moldeado al Hiraoka Torashi que todos conocían, un

líder fuerte y compasivo, decidido a seguir adelante y enfrentar el futuro con coraje y

determinación.

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