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Leszek Kolakowski: Husserl y la busqueda de certeza EI Libro de Bolsillo Alianza Editorial Madrid Titulo original: Husserl and the Search for Certitude Traductor: Adolfo Murgufa Zuriarrain PRhera edicién en «El Libro de Bolsillo»: 1977 SSounda edicién en «El Libro de Bolsillo»: 1983 © 1975 by Yale University © Ed. cast.: Alianza Editorial, $. A., Madrid, 1977, 1983 Calle Milin, 38; @ 200 00 45 ISBN: 84-206-1658-3 Depésito legal: M. 14.811-1983 Compuesto en Fernandez Ciudad, S. L. Impreso en Artes Graficas Ibarra, S. A. Matilde Hernandez, 31. Madrid-19 Printed in Spain Estas tres conferencias se pronunciaron en la Univer- sidad de Yale en febrero de 1974. Al prepararlas he uti- lizado algunos fragmentos de mi articulo escrito en ale- man con el titulo «Das Suchen nach der Gewissheit» y publicado en la coleccién Information und Imagination por la Editorial Piper, Munich, 1973. Utilicé, ademas, un corto fragmento de mi libro, escrito en polaco y pu- blicado en polaco y aleman por el Institut Littéraire de Paris y la Editorial Piper en Munich, respectivamente. (El titulo alemdn es Die Gegenwiartigkeit des Mythos, 1972.) Estoy muy agradecido a la senora Jane Isay por su gran esfuerzo en traducir este texto al inglés de un idioma extraito, desconocido para los estudiosos. 12 conferencia: Los fines Por qué pienso que el tema es importante. Husserl aparece aqui mds bien como un pretexto para discutir el problema de la certeza, Este pretexto, sin embargo, esta lejos de ser arbitrario; y en verdad seria dificil encontrar uno mejor. No pretendo ser un experto en Husserl, como muchos lo son, que analizan cada paso de su desarrollo intelectual, que siguen incluso los cambios mds minucio- sos en sus formulaciones y que tratan de justificar todo cuanto dijo. Tampoco creo, como hacen algunos, que si se ptofundiza suficientemente en su trabajo, uno podria iniciarse en un método de pensamiento absolutamente confiable. Sin estar interesado en este tipo de busqueda debo admitir que Husserl fue verdaderamente un gran filésofo debido a la extraordinaria obstinacién de su es- fuerzo sin fin: restaurar la esperanza en el retorno a una intuicién absolutamente primordial en el conocimiento y en la victoria sobre el relativismo y el escepticismo. Leer a Husserl es a menudo irritante. Durante su vida amontoné un gran ntimero de distinciones y conceptos muy detallados que facilmente pueden despistar al lector 1 12 Leszek Kolakowski que no dedica su vida a estudiar a Husserl. El lector tiene muy a menudo la impresién de que estas distincio- nes se hacen sobre material vacio. La fenomenologfa aparece Muy a menudo al lector como un eterno progra- ma que nunca es aplicado; un método que es continua- mente perfeccionado, pero rara vez mostrado in actu (y sabemos que en filosoffa, a diferencia de en tecno- logfa, describir un método nunca es suficiente para que la gente pueda aplicarlo— el método nunca esta claro hasta que no se lo ha mostrado en su aplicacién). Bergson tenia probablemente razén cuando afirmaba que cada fildsofo en su vida sdlo dice una cosa, una in- tencidn o idea rectora que llena de sentido todas sus obras. Podemos rastrear tal intuici6n bésica, continua- mente presente en todo el esfuerzo gigantesco de Husserl. Al igual que la mayorfa de los filésofos, durante toda su vida estuvo escribiendo el mismo libro, volviendo siempre al comienzo, corrigiéndose, luchando con sus propios supuestos. La meta era invariablemente la mis- ma: cémo descubtir el fundamento absolutamente in- cuestionable, inamovible, del conocimiento; cémo refu- tar los argumentos de los escépticos, de los relativistas; cémo librarse de la corrosién del psicologismo y del his- toricismo; cémo alcanzar un fundamento perfectamente s6lido en el conocer. Yo mismo fui sumamente depen- diente de Husserl, de modo negativo. Pienso que no descubridé ese fundamento autofundante de nuestro pen- samiento. Pero su esfuerzo no fue en vano; creo que la fenomenologia fue el intento mayor y mds serio en nues- tro siglo por alcanzar las fuentes ultimas del conoci- miento. Para la filosofia es de la mayor importancia el preguntar: gpor qué fracasé este intento y por qué (como lo pienso) debia fracasar? La enfermedad escéptica: liberacién de la ciencia. La fenomenologia aparece a primera vista como una clase Husserl y la biisqueda de¥testéezat’. 13 de filosofia muy «técnica». Aspira a ser una ciencia, no una Weltanschauung. Pero su tendencia hacia una Wel- tanschauung aparece una y otra vez. El mismo Husserl esperaba que su método jugaria un gran papel en la sal- vacién de la cultura europea de la decadencia escéptica. Como todo filésofo, él sdlo es inteligible en contraste con y contra el trasfondo de la cultura filosdfica a la que atacaba, Su manera antididdctica de escritura desani- m6 a bastantes lectores ante muchas de sus obras; para Husserl lo tinico que contaba era la disciplina del conte- nido. De este modo se disimulaba a menudo su tendencia hacia una Weltanschauung. Sin embatgo, aparece algunas veces clatamente (como en Philosophie als sirenge Wis- senschaft 0 en Krisis). Y, después de todo, sin saber eso no sabriamos para qué es su filosoffa. El concepto de certeza puede ser considerado como la clave del pensamiento de Husserl. El se dio cuenta de que el proyecto de filosoffa cientifica, en el sentido en que fue popularizado por los pensadores alemanes en la segunda mitad del siglo diecinueve, era inconducente y peligroso. La consigna de «cientificidad» introducia sub- repticiamente una renuncia a lo que habia valido como ciencia en sentido genuino —platénico— a través de la tradicidn intelectual europea. Abandonaba la distin- cién fundamental entre doxa y episteme, entre opinién y conocimiento. Al dejar de lado la tradicién del idealis- mo alem4n, la filosofia dejé de lado su independencia de las ciencias. Comenzd a considerarse como sintesis de las ciencias o como anilisis psicolégico. Incluso nuevas formas de kantismo cedieron al punto de partida psico- légico y explicaron el @ priori kantiano no como un con- junto de condiciones trascendentales del conocimiento (vélido para cualquier ente racional), sino como cuali- dades especificas de la psique humana, Jo que llevé fatal- mente a un relativismo genérico. El concepto husserliano de «filosoffa cientifica» era en- teramente distinto. La filosoffa no debe aceptar resul- tados de la ciencia ya dados y luego «generalizarlos». Su tarea es preguntar por el significado y fundamento de 14 Leszek Kolakowski dichos resultados. La filosofia no debe ser una «corona- cidn» o una sintesis, sino una actividad que halla fos significados que preceden Idgicamente a las ciencias, en cuanto que ellas son incapaces de interpretarse. La idea de una epistemologia basada en una ciencia, sobre todo en la psicologia, es desagradablemente absurda. Creer en una epistemologia psicolégica equivale a creer que podemos aceptar los resultados de una ciencia particular para legitimar la pretensién de objetividad de cualquier ciencia, o para dotar de sentido a todas las ciencias, y esto implica obviamente un circulo vicioso. Por ello Husserl retomé la tradicién antiescéptica de la filosofia europea. La tradicién de Platén, Descartes, Leibniz y Kant, todos los que se habian preguntado: 1.° ede qué se puede dudar y de que no? y 2° gestamos capacitados para preguntar (y para responder) no sdélo «cémo es el mundo», sino también «cémo est4 el mun- do constrefiido a ser»? y gcudl es el sentido y finalidad de la ultima pregunta? Husserl crefa que la brisqueda de certeza era consti- tutiva de la cultura europea y que abandonar esa bis- queda Hevaria a destruir dicha cultura. Husserl proba- blemente tenia razén: la historia de la ciencia y de la filosofia en Europa seria ciertamente ininteligible si pa- sdésemos por alto la busqueda de certeza, una cefteza que es algo mayor que lo que satisface la prdctica; una busqueda de la verdad como algo distinto de la bisqueda de conocimiento apoyado en la técnica. No tenemos ne- cesidad de explicar por qué buscamos certeza cuando la duda obstaculiza nuestra vida prdctica; pero la busque- da de certeza no es tan obvia cuando no se mezclan en ella consideraciones directa o indirectamente practicas. Cualquier estudiante sabe que la geometria, tal como lo indica su nombre, surgié de la necesidad de medir la tierra. Sin embargo, seria dificil de explicar c6mo al me- dir la tierra se hizo necesario el sistema axiomdtico de Euclides; un sistema que atin hoy admiramos como a un milagro. Sabemos para qué es la matemética, pero ninguna necesidad prdéctica pudo haber incitado a Eucli- Husserl y la biisqueda de certeza 15 des a construir su famosa y bella prueba de que el con- junto de ntimeros primos es infinito. Es dificil imaginar cémo el conocimiento de que el conjunto de nimeros ptimos es infinito, en lugar de finito, pudo significar alguna diferencia en la prdctica. Ninguna consideracién prdéctica puede explicar los grandes momentos de cambio en la historia del conocimiento, incluso si sus resultados se muestran de gran utilidad prdctica. Que esto es asi lo prueba el que si la gente no hubiese esperado obtener de su conocimiento algo mds que utilidad técnica y si no hubiesen considerado la verdad y la certeza como valores en s{ mismos, no habrian producido ciencia técni- camente fructifera. Esto confirma la idea de que en cien- cia lo que paga es prescindir de la utilidad posible, pero no explica por qué la gente, de hecho, prescindié de ella. De esta busqueda nos ha sido revelado solamente el fruto, y no las razones. La tarea que desde el comienzo, y no solamente des- de Descartes, se propuso la filosofia europea, fue ésta: destruir las certezas aparentes para obtener las «genui- nas»; dudar de todo, para liberarse de toda duda. De hecho, sus resultados destructivos se mostraton mds efectivos y convincentes que sus programas positives; los filésofos siempre han sido més fuertes en disipar las viejas certezas que en establecer nuevas. Sdlo habia dos dmbitos en los que el sentido comtin buscaba las fuentes de la certeza: las percepciones directas y las verdades de las matemdticas (al menos aquellas directamente inteli- gibles). El problema de la certeza aparecié cuando los filésofos comenzaron a criticar la certeza de la percep cién, a discutir acerca de las ilusiones de los sentidos, a estigmatizar ojos y ofdos como a «malos testigos», y a atribuir las cualidades sensibles mds bien al perceptor que a lo percibido. La distinci6n entre percepciones «co- rrectas» e ilusiones no era muy apta para disipar las dudas, ya que era facil darse cuenta de que lo que sabe- mos acerca del mundo lo sabemos mediante la percep- cién. Carecemos por [fo tanto, en principio, de medios para confrontar el contenido de las percepciones con el 16 Leszek Kolakowski original que conocemos por otras fuentes y determinar asf su correccién. Y se objeté a las proposiciones mate- maticas que su certeza aparente se fundaba unicamente en que eran taurologias vacias, que no nos dicen nada acerca del mundo. La sospecha de que el conocimiento matemdtico debe su certeza a su cardcter analftico habia, aparecido ya entre los antiguos escépticos aunque bajo una forma algo diferente: bajo la de la objecién segin la cual el razonamiento deductivo implica siempre una petitio principit porque las conclusiones siempre estdn incluidas en las premisas. Esto proporcionaba a los es- cépticos la base para su interpretacién pragmética del conocimiento. —Ya que nunca podemos alcanzar las ul- timas fuentes de la certeza, deberiamos considerar a nues- tro conocimiento no como verdadero en el sentido co- rriente, sino como un conjunto de instrucciones prdcti- cas, de signos de orientacién, indispensables pata huir del sufrimiento, pero que no nos dicen cémo es el mun- do, y, menos atin, cémo deberfa ser. Los antiguos escép- ticos afirmaban practicamente todo lo que afirmarian los modernos positivistas: no hay juicios sintéticos @ priori; y todo lo que en nuestro conocimiento reviste cardcter necesario se halla incluido necesariamente en juicios ana- liticos que tegulan nuestro uso del lenguaje, pero que de otra maneta son vacios. Lo cierto son los contenidos de las percepciones individuales cuya subsiguiente acu- mulacién en una asi Hamada «ley de Ia naturaleza» es necesaria para la vida, pero Iégicamente arbitraria, ya que no podemos legitimar la induccién sin razonamiento inductivo, lo que constituye un circulo vicioso. El cono- cimiento empirico no se diferencia de los reflejos con- dicionados mds que en que los entes humanos, a difeten- cia de otros animales, poseen mejores modos de acumu- larlo y de transmitirlo a sus descendientes. Lo que real- mente conocemos son percepciones individuales imitiles acerca de cuyo significado ontolégico no debemos pre- guntar; si vamos mds all4 de este conocimiento no es por- que nos hallemos Iégicamente calificados pata hacerlo, sino porque, de otro modo, no podriamos vivir. Junto a Husserl y la btisqueda de certeza 7 las verdades analiticas de las mateméaticas (y de la légica) y las afirmaciones empiricas que se hallan encerradas en su hic et nunc, sdlo hay algunas afirmaciones muy im- portantes de las ciencias empiricas que son de gran uso practico, pero a las que setfa un abuso denominat «ver- dad». Ya que construimos barcos y embarcaciones, hemos de comportarnos como si la ley de Arquimedes fuera valida, de otra manera nos hundirfamos. Pero carecemos de una razén para afirmar que hay una propiedad del mundo tal como la ley de Arquimedes. Vanos intentos de definir la certeza. El pensamiento trascendental en sus diversas formas se rebelé contra estas irritantes conclusiones. Descartes hizo dos distincio- nes cuya validez es decisiva para el destino de la cues- tidn de la certeza: 1. La distincién entre el sentimiento subjetivo de evi- dencia («obviedad») y la evidencia objetiva de la verdad, 2. La distincién entre la certeza «moral» y Ja meta- fisica. Ambas se mostraron de alcance muy limitado. El que el sentimiento de evidencia no es lo mismo que el cono- cimiento que la evidencia desarrolla en el acto de perci- bir, es algo que concluimos sélo del hecho de que a me- nudo nos vemos obligados a rechazar este sentimiento como ilusorio (inducidos por un estado mental patold- gico), pero esto no implica que tengamos un criterio que nos permita distinguir la certeza «subjetiva» de la genui- na certeza que emana del objeto. Y Descartes fue incapaz de establecer tal criterio sin la ayuda de la veracidad di- vina, lo que restauré nuestra confianza en el sentido comtn. Pero los ptimeros criticos repararon en un circu- 18 Leszek Kolakowski lo vicioso de su razonamiento: Descartes hab{a hecho uso del criterio de la evidencia para probar la existencia de Dios, y luego utilizé a Dios para validar el criterio de evidencia. No nos hallamos en mejor situacién al discutir la se- gunda distincién, aquella entre certeza moral y certeza metaffsica. Segiin Descartes estamos moralmente ciertos de un juicio si se halla fundamentado de tal modo que podemos aceptarlo para todos los fines prdcticos y para usarlo en el razonamiento, La certeza metaffsica otorga una calidad a los juicios que los hace no sélo utilizables practicamente, sino inconmovibles apodicticamente. Pero, nuevamente, pata convencernos de que hay tales juicios debemos recurrir a la veracidad divina. Para Descartes la diferencia no es de grado de probabilidad, sino una diferencia de cardcter. Para los fines précticos la certeza moral es suficiente. Pero para Descartes necesitamos mds, no para mejorar nuestras habilidades técnicas, sino para ayudar a descubrir un orden del mundo significativo y nuestro lugar en él; y esto incluye no sdlo el acto del cogito, sino también toda la cadena de razonamientos que conduce al divino Fundador del ser. Si Descartes se hubiese detenido luego del primer paso, luego del «cogito», su descubrimiento habria sido estéril. No hubiera yo sabido mds que «soy», sin ser capaz de decir qué significa este «soy» u otorgar a esta verdad un: significado universal. De hecho, el cogito sdlo puede ser expresado en la primera persona singular, y serfa absurdo decir «Juan piensa, por lo tanto Juan exis- te». El mismo Descartes subraya que el cogito, a pesar del «ergo» que lo compone, no era propiamente una in- ferencia, sino un acto indivisible, un acto en el que capto tanto mi propia existencia como la de un ente pensante. Es sdélo’ luego de que la existencia real de Dios aparece apodicticamente probada y que con El es restaurado el orden significativo del mundo y la confianza en nuestros sentidos, que sabemos para qué existe la «certeza meta- fisica». Pero, desde el comienzo, este paso del cogito a Dios mostré tantas lagunas que los esfuerzos de Descar-

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