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Instrucciones para llorar LUNES

Julio Cortázar

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar,


entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa
con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción
general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos
últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.
Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por
haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de
hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.
Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia
adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un
rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

FIN

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El elefante blanco de Jean-Pierre Claris de Florian MARTES

En varios países de Asia se venera a los elefantes, en especial los blancos. Tienen
por establo un palacio, comen en recipientes de oro, todos los hombres se postran ante
ellos y los pueblos luchan para arrebatarse tan preciado tesoro. Uno de estos elefantes,
gran pensador, inteligente, le preguntó un buen día a uno de sus conductores por qué le
rendían tantos honores, dado que en el fondo él no era más que un simple animal.
-¡Ay! Eres demasiado humilde -fue la respuesta-. Todos conocemos tu dignidad y toda la
India sabe que, al abandonar esta vida, las almas de los héroes armados por la patria
habitan por un tiempo en los cuerpos de los elefantes blancos. Nuestros sacerdotes lo
han dicho, por lo tanto debe ser así.
-¡Cómo! ¿Somos considerados héroes?
-Sin duda.
-De no serlo, ¿podríamos disfrutar en paz, en la selva, de los tesoros de la naturaleza?
-Sí señor.
-Amigo mío, entonces déjame ir, porque te han engañado, te lo aseguro; si reflexionas
comprenderás de inmediato el error: somos altivos pero cariñosos; moderados pero
poderosos; no injuriamos a los más débiles; en nuestro corazón, el amor sigue las leyes
del pudor; pese a la situación privilegiada en la que nos encontramos, los honores no han
modificado nuestras virtudes. ¿Qué más pruebas se necesitan? ¿Cómo es posible que
alguien haya visto en nosotros el menor rasgo humano?

FIN

2
Los deseos ridículos
Charles Perrault - Teodoro Baró (trad.) MIERCOLES

Érase un pobre leñador, tan buena lumbre y prepara abundante cena


cansado de su vida que, según se cuenta, pues somos ricos, pero muy ricos; y tanta
tenía de morirse deseos, porque en es nuestra dicha que todos nuestros
ningún de los agradables que había deseos se verán realizados.
alimentado se vio complacido. Cierto día Al oír estas palabras, la leñadora
fuese al bosque, y como era en él comenzó a hacer castillos en el aire, pero
costumbre, comenzó a quejarse de su luego dijo a su marido:
suerte, cuando se le apareció Júpiter con -Cuidado con que nuestra impaciencia nos
el rayo en la mano. Grande fue el espanto perjudique. Procedamos con calma y
del leñador, quien arrojándose al suelo, después de pensarlo bien, consultándolo
murmuró: antes con la almohada, que es buena
-Nada quiero; nada deseo. consejera.
-No temas, le dijo Júpiter. Tantas son -Lo mismo opino; pero no perdamos la
tus quejas que quiero convencerte de su cena y tráete vino.
falta de fundamento. No olvides mis Cenaron, bebieron, y sentándose luego al
palabras: verás realizados tus tres amor de lumbre, el leñador exclamó,
primeros deseos, sea lo que fuere lo que apoyándose con fuerza en el respaldo de
desees. Elige lo que pueda hacerte su silla:
dichoso y dejarte completamente -¡Ajajá! Con este fuego nos hace falta
satisfecho, y como tu felicidad de ti una vara de salchicha. ¡Cuánto gustaría
depende, reflexiona bien antes de tenerla al alcance de mi mano!
formular tus deseos. Apenas hubo pronunciado estas
Pronunciadas estas palabras, palabras, su mujer vio con gran sorpresa
Júpiter desapareció; y el leñador, loco de una salchicha muy larga, que arrancando
contento, cargose la hacina, que no le de uno de los ángulos de la chimenea se
pareció pesada, y dándole alas la alegría, dirigió hacia ella serpenteando. Lanzó un
volvió a su casa, diciéndose mientras grito de espanto, pero cayendo luego en
tanto: la cuenta de que la aventura era debida al
-He de reflexionar mucho antes de tener ridículo deseo formulado por su marido,
un deseo. El caso es importante y quiero con él la emprendió agotando los
tomar consejo de mi mujer. dicterios.
Saltando entró en su cabaña -Hubiéramos podido tener oro, perlas,
gritando: -Mujercita mía, enciende una diamantes, vestidos excelentes, añadió, y
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eres tan necio que te se ha ocurrido de la salchicha y a cada gesto se movía
desear semejante cosa. como rama a impulsos del huracán,
-Cállate, mujer; reconozco mi falta y prefirió la leñadora quedarse sin trono a
procuraré enmendarla. conservar las narices como antes; y
-A buena hora calzas verdes; necesario formulado el deseo por el leñador, su
es ser muy imbécil para hacer lo que has mujer volvió a quedar como estaba, lo que
hecho. no fue obstáculo para que se llevase la
Tanta fue la insistencia de la mano a la cara para convencerse de que la
mujer, que el bueno del hombre perdió la salchicha había desaparecido.
calma, y como a pesar de sus súplicas ella El leñador no cambió de posición, no se
no cejase, exclamó furioso: convirtió en un gran potentado, no llenó
-¡Maldita salchicha que te ha desatado la de escudos su bolsa y creyose muy
lengua; así te colgara de la nariz para que dichoso empleando el último de los tres
callaras! deseos en devolver a su esposa las
Dicho y hecho, y la salchicha quedó narices que antes tenía.
colgada de la nariz de la esposa del Moraleja
leñador. ¡Cuántos son los que con voces
Realizado el deseo, quedose ella muda de llenan los cielos y tierra
asombro y él con la boca abierta y y sin cesar de sus labios
rascándose el cogote. Restableciose el se desprenden duras quejas!
silencio, hasta que por último la mujer, !Cuán dichoso yo sería,
que había perdido los bríos y no apartaba van diciendo, si pudiera
la mirada de la salchicha, murmuró: hacer esto o bien aquello!
-¿Y bien? -¡Hazlo!, la suerte contesta,
-Sólo falta formular el tercer deseo. y en vez de crecer su dicha,
Puedo transformarme en rey, pero ¿qué crecen a veces sus penas,
reina vas a ser tú con tres palmos de que sólo es dichoso el hombre
nariz? Elige, mujer: o reina con esa nariz que con poco se contenta,
más larga que una semana sin pan, o a su suerte se acomoda
leñadora con una nariz como la que tenías. y delirios no alimenta.
Mucho discurrieron antes de resolver,
pero como su mirada no podía apartarse

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Los relojes - Ana María Matute JUEVES

Me avergüenza confesar que hasta hace muy poco no he comprendido el reloj. No


me refiero a su engranaje interior -ni la radio, ni el teléfono, ni los discos de gramófono
los comprendo aún: para mí son magia pura por más que me los expliquen innumerables
veces-, sino a la cifra resultante de la posición de sus agujas. Éstas han sido para mí uno
de los mayores y más fascinantes misterios, y aún me atrevo a decir que lo son en muchas
ocasiones. Si me preguntan de improviso qué hora es y debo mirar un reloj rápidamente,
creo que en muy contadas ocasiones responderé con acierto. Sin embargo, si algo deseo
de verdad, es tener un reloj. Nunca en mi vida lo he tenido. De niña, nunca lo pedí, porque
siempre lo consideré algo fuera de mi alcance, más allá de mi comprensión y de mi ciencia.
Me gustaban, eso sí. Recuerdo un reloj alto, de carillón, que daba las horas lentamente,
precedidas de una tonada popular:
Ya se van los pastores a la Extremadura.
Ya se queda la sierra triste y oscura…
También me gustaba un reloj de sol, pintado en la fachada de una iglesia, en el
campo. Este reloj me parecía algo tan cabalístico y extraño que, a veces, tumbada bajo
los chopos, junto al río, pasaba horas mirando cómo la sombra de la barrita de hierro
indicaba el paso del tiempo. Esto me angustiaba y me hundía, a la vez, en una infinita
pereza. Cómo me inquieta y me atrae el tictac sonando en la oscuridad y el silencio, si me
despierto a medianoche. Es algo misterioso y enervante. Durante la enfermedad, si es
larga y debemos permanecer acostados, la compañía del reloj es una de las cosas
imprescindibles y a un tiempo, aborrecidas. Me gustan los relojes, me fascinan, pero creo
que los odio. A veces, la sombra de los muebles contra la pared se convierte en un reloj
enorme, que nos indica el paso inevitable. Y acaso, nosotros mismos, ¿no somos un gran
reloj implacable, venciendo nuestro tiempo cantado?
Deseo tener un reloj. Muchas veces he pensado que me es necesario. No sé si
llegaré a comprármelo algún día. ¿Lo necesito de verdad? ¿Lo entenderé acaso?
FIN

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El malo y el bueno VIERNES
Fernando Díaz-Plaja

Los dos niños iban cubiertos de pieles y mirándolo… (se inclinó hacia su hermano),
su edad era parecida. Uno era moreno, y luego me comeré tus hortalizas.
hirsuto, con expresión torva. El otro era El padre se acercaba. El muchacho que
rubio, con ojos azules. Cuando el primero levantaba la pirámide levantó los ojos
cantaba parecía gruñir, cuando el hacia él. El rubio aprovechó el segundo y
segundo maldecía lo que oía era un canto derribó con la mano la edificación entera.
de pájaros. El primero tenía la torpeza Luego, antes que el otro se repusiera de
del bruto; el segundo, la gracia del ángel. su asombrada indignación, corrió hacia su
Jugaban frente a la cueva. El moreno padre.
había ido colocando con lentitud una -Padre -la cabeza rubia se apoyó en la
piedra encima de otra. Ya eran dos, ya pierna musculosa y sucia del terrón, la
tres, ya cinco. El edificio se iba cara medio oculta, como quien se
levantando poco a poco, las piedras se avergüenza del proceder ajeno-, padre…
caían, y él las colocaba pacientemente en Estaba haciendo una casa con piedras…
su puesto. El rubio lo miraba. y… y… él me la ha tirado.
Se oyó un rumor de pasos a lo lejos. Los La sonriente expresión del padre se
dos levantaron la cabeza para ver a su tornó iracunda mirando al otro hijo; este,
padre que volvía con la azada al hombro. repuesto del asombro, empezaba a
Habló el moreno. balbucear su versión. Pero la indignación
-Cuando sea mayor ayudaré a padre. le cortaba las palabras…
Cavaré la tierra y sembraré… Veré -Yo… no…, él…; yo…
crecer la planta, la segaré… Comeremos -¡Cállate!
de lo que yo produzca. La mano protectora sobre la cabeza de
El rubio sonrió desdeñoso. rubios cabellos, el padre lo contemplaba.
-Estúpida labor… Te cansarás… Mira -Siempre tienes que ser el malo…, el
cómo vuelve padre, agotado, lleno de enemigo… ¿Por qué no imitas a tu
sudor… Yo no; yo cuidaré del rebaño. hermano? ¿Por qué no eres más bueno…?
Porque el rebaño se cuida solo y yo (Bajó la cabeza.) Eres el otro castigo.
estaré bajo el árbol, a la sombra, Entró en la cueva con un suspiro. El
muchacho rubio sonrió y se apoyó en un
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árbol mirando al hermano. Este -Has hecho bien, mi vida…, debes
mascullaba protestas sordas contra la matarlas a todas…, a todas…
vida, contra la vida injusta y necia. -Él no quería que lo hiciera. Decía que
Mientras tanto, iba colocando quería jugar con ella y quería pegarme…,
cuidadosamente de nuevo una piedra pero yo la he matado lo mismo, porque
sobre la otra; pero ahora no dejaba de sabía que te gustaría, madre…
vigilar con el rabillo del ojo a su -Y a él no le importaba ofenderme…
calumniador. Siempre el mismo… -suspiró-. Ven, hijo,
Se detuvo de pronto. Una liana ondulaba entra…; empieza a hacer frío.
en la hierba… Sí, no cabía duda, era una El sol empezaba a ponerse. El muchacho
serpiente. Se acercó a gatas, llevando en que quedaba fuera, seguía encorvado y a
la mano una de las bases del edificio, que su alrededor el ocaso iba poniendo una
ahora debía servir de arma mortífera. aureola sangrienta. Miró la mano que
Cuando levantaba la mano se la sujetaron sujetaba la piedra y la abrió lentamente.
por detrás. La piedra, todavía manchada de sangre,
-No la mates, quiero jugar con ella. cayó, incrustándose en la hierba fresca.
-Madre las odia. Quiere que respetemos El muchacho miró hacia la cueva y luego
todos los animales menos este… ¿Cuántas al cielo. En su alma había una gigantesca
veces se lo has oído? pregunta que nadie podía contestar.
Se desasió de su hermano y golpeó la -¿No quieres comer?
aplastada cabeza. El reptil se agitó Su padre estaba frente a él. No tenía
convulsivamente un poco, luego se quedó aire encolerizado, sino triste. La tristeza
inmóvil. El rubio permaneció unos del hombre que ha perdido la felicidad
segundos pensativo contemplándolo. para siempre, la tristeza del que sabe
Luego lo cogió de la cola y corrió hacia la que esta pérdida se debe exclusivamente
cueva. a sus propios pecados y no le queda el
-¡Madre! ¡Madre! recurso de achacarla a la maldad ajena.
Una mujer, que había sido bella y había En sus ojos no había cólera, sino dolor.
llorado mucho, apareció en el umbral. Un dolor de siglos que no eran pasados,
-Mira, madre, sé que tú las odias, y la he sino futuros. Cuando aquel hombre
matado; ¿qué te parece? lloraba lo hacía por algo que había de
La mujer miró el cuerpo yerto y se pasar.
estremeció de repugnancia y de terror -Vamos, entra.
antiguo… Caín se enderezó y le siguió lentamente.
FIN

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