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Primeros años, 1534-1568

No es mucha la información que tenemos acerca de los orígenes del clan Oda, puesto que no
fue éste un apellido demasiado importante hasta el momento que nos ocupa –ellos mismos
afirmaban ser descendientes del antaño poderoso clan Fujiwara, pero casi todas, si no todas, las
familias samuráis afirmaban lo mismo, variando entre apenas un puñado de ilustres apellidos
gloriosos. Lo que sí sabemos es que se establecieron en la provincia de Owari ya a principios
del siglo XV, provenientes de Echizen, y que eran vasallos del clan Shiba pero que
aprovecharon la decadencia y los conflictos internos de éste para hacerse con el control de su
territorio ya a principios del periodo Sengoku. Además, la rama del clan Oda a la que pertenecía
Nobunaga ni siquiera era la principal, con lo que podríamos decir que no parecía destinado a
jugar un papel importante en la escena política del país.

Nobunaga se convirtió primero en el líder de su propia rama de los Oda cuando murió su padre
en 1552, pese a la oposición de gran parte del clan, que creía que el joven Nobunaga estaba
loco debido a su estrambótico comportamiento en muchas ocasiones. Suele comentarse que
vestía y se peinaba de manera estrafalaria, que su forma de actuar hacía que incluso la gente
llana de su provincia le apodase “el idiota”, o que en el mismísimo funeral de su padre apareció
desaliñado y se comportó de una manera muy poco respetuosa y completamente fuera del
marcado y estricto protocolo propio de esta clase de ceremonias. Una explicación habitual es la
que afirma que sencillamente era una persona muy pragmática que hacía siempre lo que
consideraba más adecuado en cada situación para conseguir sus objetivos, aunque ello
contraviene las tradiciones y el protocolo –a los que no daba ningún valor– o ignorase las
opiniones de los demás, puesto que para él los medios no eran importantes si conducían al
éxito.
El jesuita portugués Luís Fróis (1532-1597), por su lado, nos lo describe como alguien muy
belicoso, ambicioso, severo al impartir justicia y que no dejaba sin castigo ninguna ofensa que
se le hiciese, lo que ilustra contándonos que cuando se enteró de que cierto bonzo estaba
intentando organizar un complot en su contra, lo capturó, lo mandó enterrar vivo de pie, y
cuando estuvo cubierto de tierra hasta los hombros le cortaron la cabeza con una pequeña
sierra de mano. Carácter vengativo aparte, esta personalidad pragmática que se le suele atribuir
a Nobunaga encaja bastante primero con el clima general de la época y después con el
desarrollo de la propia carrera del líder de los Oda, especialmente con su guerra abierta contra
ciertos monasterios y sectas budistas, con su adopción temprana y masiva de las armas de
fuego, o con su relación con los misioneros jesuitas.

En el campo de batalla, sus tropas se movían mucho más velozmente que las de ningún otro
daimyō, puesto que construía en sus dominios nuevas carreteras y reparaba y ensanchaba las
ya existentes, levantaba puentes en muchos lugares y construía grandes barcazas que podían
trasladar rápidamente sus batallones de un lado al otro del lago Biwa –estratégicamente
localizado en el centro del país. Podría decirse que son varios los factores que hicieron que
Nobunaga acabase triunfando sobre el resto: al pragmatismo y la innovación que acabamos de
comentar hay que sumar la localización óptima de su provincia, Owari, convenientemente cerca
de la capital pero lo suficientemente apartada como para no verse afectada por los combates
que la habían asolado durante la Guerra Ōnin. Además, en algunos momentos clave podríamos
decir que contó con la ayuda de una cantidad nada despreciable de suerte, como veremos.
Tras, como hemos visto, heredar el liderazgo de su propia rama del clan, Nobunaga pasó los
restantes treinta años de su vida inmerso en una campaña militar tras otra, no conociendo la paz
en ningún momento. Los primeros siete de estos años los dedicó a combatir al resto de ramas
del clan Oda para hacerse con el control absoluto del mismo, eliminando primero a la rama
principal, los llamados Oda Yamato no Kami, al conquistar el castillo de Kiyosu en 1555 –lugar al
que trasladó entonces su base–, y terminando con los últimos focos de resistencia dentro del
clan en 1559, tras el asedio al castillo de Iwakura. Desde ese momento, Nobunaga se convirtió
en el indiscutido líder del clan y dueño de la provincia de Owari, pero no debemos olvidar que
tanto el primero como la segunda no eran entonces actores decisivos dentro del conflicto que se
estaba librando a escala nacional.

Muy distinta era la situación de Imagawa Yoshimoto (1519-1560), quien en ese mismo momento
era señor de tres importantes provincias: Suruga –de donde era originario–, Tōtōmi y Mikawa
–que había ido conquistando en su avance hacia el oeste. Uno de los objetivos de los grandes
daimyō del periodo Sengoku consistía en conseguir controlar Kioto, e Imagawa, tras asegurarse
la retaguardia mediante acuerdos con los poderosos clanes Hōjō y Takeda, fue el primero en
poder intentarlo con razonables garantías de éxito, en 1560, siendo ya señor de tres provincias
estratégicamente bien situadas y pudiendo marchar hacia la capital al frente de un poderoso
ejército. En su camino hacia el oeste se encontraba la provincia de Owari, recientemente
unificada y gobernada por un clan que –como hemos visto– acababa de protagonizar una larga
lucha interna que lo había dejado teóricamente exhausto, y a la cabeza del que se encontraba
un daimyō menor y prácticamente desconocido: Oda Nobunaga. Por todo ello, no parecía que
Imagawa tuviese que preocuparse demasiado por conseguir cruzar –e incluso conquistar– la
provincia. Pero el encuentro de Nobunaga e Imagawa en la Batalla de Okehazama, uno de los
episodios bélicos más famosos e importantes de la historia japonesa, no tuvo en absoluto el
resultado esperado. Para empezar, las cifras estaban claramente en contra del ejército de los
Oda porque, aunque la mayoría de historiadores han descartado los exagerados 45.000 contra
mil que nos da el Shinchō-Kō Ki, sí parece haber consenso en que estaríamos hablando de
unos 25.000 soldados Imagawa contra entre dos y tres mil de los Oda. En cualquier caso, tras
hacerse con varias fortificaciones fácilmente, las tropas de los Imagawa estaban descansando y
celebrando su hasta entonces exitosa marcha en un lugar llamado Dengakuhazama, una
especie de cañón o garganta; y Nobunaga, consciente de que sus cerca de tres mil hombres no
podrían hacer nada contra un ejército tan superior en número si se encontraban frente a frente
en campo abierto, decidió aprovechar lo cerrado del lugar –que además conocía bien– para un
ataque por sorpresa. Así, su pequeño ejército dio un rodeo para colocarse justo encima del
desfiladero sin ser descubiertos por los vigilantes del campamento de las tropas invasoras, y allí
esperaron el mejor momento para lanzar el ataque. La suerte quiso que el tiempo cambiase de
repente y cayese sobre la zona una fortísima tormenta que hizo que los soldados Imagawa
corrieron a resguardarse bajo los árboles. Justo cuando la lluvia cesó, y aprovechando la
confusión reinante mientras los soldados volvían al campamento, Nobunaga ordenó la carga,
cayendo casi literalmente sobre el enemigo. Los Imagawa, tomados por sorpresa, no supieron
reaccionar al ataque y se produjo un completo caos en el que sólo los hombres del clan Oda
sabían lo que estaba pasando, acabando con sus rivales fácilmente.
El propio Imagawa Yoshimoto no supo que estaban siendo atacados hasta poco antes de que
un soldado de Nobunaga le cortase la cabeza. Después de Okehazama –el que podría
afirmarse que fue el primer paso hacia la unificación de Japón– Nobunaga pasó a tener un
nuevo estatus entre los daimyō del país, y prueba de ello es que en 1565, en el contexto de la
disputa sucesoria que se dio tras la muerte del shōgun Ashikaga Yoshiteru (1536-1565), uno de
los postulantes al cargo, Ashikaga Yoshiaki (1537-1597), hermano menor del fallecido, pidió
ayuda al líder del clan Oda –aunque es cierto que antes la había pedido a otros tres daimyō que
no respondieron a su petición. Nobunaga no sólo accedió a colaborar con Yoshiaki, sino que vio
esta ocasión como una gran oportunidad para llegar a Kioto, justificando así su campaña como
una orden recibida del nuevo shōgun –si acababa siendo una campaña exitosa, obviamente.
Pero antes de ponerse en camino tuvo que prepararlo todo debidamente, pactando con algunos
daimyō que controlaban zonas de importancia estratégica y acabando con otros que se oponían
a ello, consiguiendo de paso la provincia de Mino.

Control sobre Kioto y gobierno dual, 1568-1573

Nobunaga entró finalmente en Kioto en 1568, tomando la ciudad con sesenta mil soldados e
instalando a Yoshiaki como shōgun. Éste le concedió a su vez el título de kanrei –una
especie de viceshōgun– pero Nobunaga lo rechazó puesto que ese cargo implicaba por
definición estar a las órdenes del shōgun, y eso no era para lo que él había tomado la capital; al
contrario, su intención era la de utilizar a Yoshiaki como un títere que hiciera lo que él decidiese.
Se estableció entonces un gobierno dual en el que él shōgun tenía un papel poco más que
simbólico, siendo decisivo políticamente sólo en asuntos menores, mientras que Nobunaga era
el verdadero gobernante de facto del país, aunque necesitase a Yoshiaki para dar legitimación a
sus leyes. Y así, respaldado por su relación con el shōgun, se lanzó a la conquista de Japón,
empezando por su complicada y conflictiva zona central. Uno de los principales obstáculos para
conseguirlo radicaba en el gran poder de algunos monasterios budistas de la zona cercana a la
capital, que poseían tierras y ejércitos de la misma forma en que lo hacían los clanes samuráis.
Este tema resulta especialmente relevante, sobre todo por su influencia en la relación que
Nobunaga –y también Hideyoshi posteriormente– tendría con el cristianismo.Paralelamente a las
campañas militares contra estas instituciones religiosas, Nobunaga completó la conquista de la
zona central del país, venciendo allí a algunos importantes clanes como los Asakura o los Azai.
Cuando tuvo toda esta zona bajo su control pudo empezar a planear su avance hacia el oeste,
pues de momento el norte, su retaguardia, permanecía bastante segura gracias a su alianza con
el líder de los Tokugawa. Éstos habían acabado con los Imagawa –lo que había quedado de
ellos tras la Batalla de Okehazama–, poseían ahora las provincias de Mikawa y Tōtōmi, y
mantenían además bajo control a los Hōjō. También se vio beneficiado por la ya legendaria
rivalidad sin fin entre los Takeda y los Uesugi, que les mantenía demasiado ocupados como para
atacar a Nobunaga y les hacía temer que, de intentarlo, su rival aprovecharía la ocasión para
atacar sus propias tierras.
La relación entre Nobunaga y Yoshiaki se había ido deteriorando desde casi el principio, en
cuanto el segundo vio que el primero tenía sus propios planes, y para 1572 era ya tan mala que
él shōgun empezó a promover un complot para librarse del molesto líder de los Oda,
contactando secretamente con los líderes de varios de los más poderosos clanes bushi,
concretamente con los Mōri, los Uesugi y los Takeda. Estos últimos fueron los únicos que
respondieron a su propuesta, y Takeda Shingen (1521-1573) –uno de los daimyō más famosos
aún hoy– emprendió la marcha hacia la capital al mando de su ejército, famoso por su potente
caballería. Los Tokugawa los interceptaron en la que se conoce como la Batalla de
Mikatagahara, pero pronto no tuvieron más remedio que emprender la retirada, librándose de
una derrota casi segura. Tras esa batalla, Shingen, temeroso de un ataque por su retaguardia
por parte de su gran rival Uesugi Kenshin (1530-1578), decidió no seguir avanzando hacia la
capital por el momento, volver a sus tierras, y retomar el proyecto pasados unos meses, cuando
la nieve bloquease los caminos entre su territorio y el de los Uesugi. Así, en enero de 1573, los
treinta mil samuráis Takeda volvieron a ponerse en movimiento, para poco después volver a
detenerse cuando Shingen fue alcanzado por un disparo de arcabuz durante una batalla, herida
que se cree que fue la causa de su repentina muerte en abril de ese mismo año –aunque los
detalles de su muerte, incluyendo la causa y el lugar exacto siguen sin estar claros. De una u
otra forma, parece que la fortuna volvió a sonreír a Nobunaga, librándole de repente de una de
sus mayores amenazas.

Habiendo acabado con el poco exitoso complot del shōgun, en 1573 Nobunaga decidió terminar
definitivamente con el problema, y de paso demostrar que era ya tan poderoso que no
necesitaba la legitimación de la que se había valido desde 1568, y expulsó a Yoshiaki tanto de la
capital como de su cargo. De esta forma, el decimoquinto sería el último de los shōgun
Ashikaga, terminando así además tanto el periodo Sengoku como el período mayor dentro del
que éste se sitúa, el Muromachi, y empezando pues el siguiente, que recibe el nombre de
Azuchi-Momoyama (1573-1603) –el nombre está formado por los nombres de los lugares donde
situarían sus castillos primero Oda Nobunaga y después Toyotomi Hideyoshi, se indica así que
el periodo lo componen los gobiernos de estos dos líderes. El nuevo gobernante del país, ahora
ya en solitario y sin el respaldo de ningún shōgun, no se preocupó por obtener ni ese ni ningún
otro cargo oficial igual de pomposo –su pragmatismo se aplicó también en este momento–,
creyendo que su poder militar ya era más que suficiente para legitimar su autoridad. Nobunaga
parecía estar más preocupado por seguir conquistando territorios hasta hacerse con todo el
país.
Gobierno en solitario, 1573-1582

Los siguientes años Nobunaga los dedicó primero a afianzar su control sobre la zona centro del
país, donde terminó definitivamente con la amenaza que constituían algunos monasterios
budistas o con la que aún suponían los Takeda, liderados ahora por el hijo de Takeda Shingen y
a los que venció en la famosa Batalla de Nagashino en 1575 y destruyó definitivamente en 1582.
Por otro lado, Uesugi Kenshin empezó también a pensar en la idea de hacerse con Kioto
derrotando a Nobunaga, y fue avanzando hacia la capital, conquistando algunos territorios tras
vencer a los ejércitos de los Oda y sus aliados en varias batallas, entre las que destaca la de
Tedorigawa en 1577. Pero cuando al año siguiente se preparaba para el ataque final, murió
aquejado de una enfermedad en el transcurso de sólo cuatro días –una repentina muerte que ha
dado, como en el caso de Takeda Shingen, lugar a todo tipo de teorías e historias desde
entonces. De nuevo, Nobunaga se veía favorecido por la fortuna y, con el clan Uesugi muy
debilitado tras la pérdida de su líder, no le costó demasiado acabar con ellos. De esta forma, en
la zona central del país sólo los Hōjō constituían ya una potencial amenaza, aunque por el
momento estaban controlados estrechamente por los Tokugawa; así que Nobunaga decidió
entonces centrarse en la zona oeste de Japón, que estaba principalmente bajo dominio de los
Mōri y sus aliados, y para dirigir esta campaña eligió al que era por entonces su mejor general:
Toyotomi Hideyoshi.
Pero en ese mismo año 1582 se acabó repentinamente la buena suerte de Nobunaga, en el
conocido como Incidente Honnō-ji. Estando de camino desde su base de Ōmi, donde se
levantaba su impresionante castillo de Azuchi, y dirigiéndose a supervisar la campaña contra los
Mōri a petición de Hideyoshi, decidió enviar por adelantado a uno de sus generales, Akechi
Mitsuhide (1528-1582), mientras él se quedaba en Kioto un par de días a esperar la llegada de
Tokugawa Ieyasu, a quien había invitado a acompañarle. Decidió alojarse en el templo Honnō-ji,
como era su costumbre cuando visitaba la capital –donde siempre se negó a tener residencia
propia–, custodiado esta vez por sólo un centenar de samuráis, y no los dos mil soldados que
solía llevar con él. Akechi, estando a medio camino en dirección a la campaña en el oeste,
ordenó repentinamente a sus tropas –unos trece mil soldados– desviarse hacia Kioto y, al llegar
a la ciudad al alba del 20 de junio, atacaron el Honnō-ji. Nobunaga y sus hombres, muy
superados en número y en absoluto preparados para ser atacados, prefirieron prender fuego al
templo y morir quemados antes que caer en manos de los traidores –se cree, por cierto, que uno
de los samuráis que participaron ese día en la defensa del Honnō-ji fue el africano Yasuke.
Nobunaga cometió seppuku, aunque como su cuerpo nunca fue encontrado, el hecho dio lugar
–de nuevo– a todo tipo de historias. Inmediatamente tras el ataque, Akechi ordenó a sus
hombres atacar al hijo y heredero de Nobunaga, Oda Nobutada (1557-1582), quien se enfrentó
con ellos en el castillo de Nijō, también en Kioto, donde terminó cometiendo seppuku igual que
su padre.

Los motivos para la traición de Akechi Mitsuhide han sido largamente discutidos por los
historiadores que han estudiado el tema y se barajan varias hipótesis, siendo la más habitual
que se trató de una venganza personal por culpar Akechi a Nobunaga de la muerte de su madre
tres años antes, mientras que algunos estudiosos defienden que, sencillamente, el general
quería hacerse él mismo con el control de Japón. Motivos aparte, tras conseguir acabar con la
cúpula del clan Oda, Akechi se proclamó a sí mismo shōgun, algo que formalmente podía hacer
puesto que su clan estaba emparentado con los Minamoto, aunque no suele aparecer su
nombre cuando se hace la lista de los shōgun de la historia japonesa porque, de todas formas,
el cargo le duró bien poco, las apenas dos semanas que necesitó Toyotomi Hideyoshi para
vengar al líder de los Oda. En el momento de su muerte, Nobunaga había conseguido unificar
toda la zona central del país, poniendo bajo su control 32 de las 68 provincias de Japón
–aproximadamente un tercio del país si hablamos de extensión. En estos territorios destacó su
política de creación de ciudades en torno a castillos, donde apareció un nuevo espíritu de
emprendimiento y comercio debido a las facilidades para la actividad comercial que promovía el
gobierno Oda, una liberalización del mercado favorecida con medidas como la abolición de
aranceles o peajes. En lo referente a la capital, Kioto, decidió no colocarse ni a sí mismo ni a
ningún otro en el puesto de shōgun, pero sí apoyó y financió a la Casa Imperial, gozando de la
legitimidad que esto le aportaba, o devolvió a algunos nobles propiedades que habían perdido
durante los diferentes conflictos desde finales del siglo XV. Fuera de la capital repartió a sus
principales vasallos –siempre un grupo reducido y, en su mayoría, los mismos desde los
principios de su carrera– por sus dominios, actuando allí como sus gobernadores, aunque esto
no suponía en absoluto una delegación del poder en ellos, al contrario, pues el gobierno Oda se
caracterizó por estar fuertemente centralizado. El propio Nobunaga controlaba personalmente
gran parte de su territorio, tenía siempre la última palabra en cualquier feudo controlado por sus
gobernadores, supervisaba las leyes que estos promulgaban, y movía a menudo a sus vasallos
de un feudo a otro cuando le parecía bien.

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