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LA NATURALEZA DE LOS NEFILIM.

PARALELOS CON LOS DIOSES


MESOPOTÁMICOS

Xavier Bartlett

A estas alturas, es bien sabido que una de las tendencias recurrentes de la llamada
arqueología alternativa ha sido la búsqueda de “historia real” en las antiguas mitologías o
religiones de muchos pueblos del pasado. En otras palabras, lo que tradicionalmente se ha
interpretado como pura ficción o creencia, para algunos autores es el fiel reflejo de una
realidad muy remota que acabó distorsionada con el paso de los milenios hasta convertirse
en un relato aparentemente fantástico. Sin embargo, estas interpretaciones, que no dudan en
dar vida a dioses, semidioses, ángeles, gigantes, etc., son rechazadas por la ciencia
moderna, que las considera una mera excusa para vender historias sensacionalistas al gran
público, pues –en su opinión– carecen del más mínimo sentido fuera de su propio ámbito
mitológico.

A pesar de esta negación académica, muchos investigadores han querido ir más allá del
enfoque convencional y han buscado pistas de todo tipo que pudieran dar alguna
verosimilitud a los mitos. En este sentido, tenemos un magnífico ejemplo en los diversos
estudios acerca de la controvertida identidad de los Nefilim, unos seres que aparecen en el
Antiguo Testamento de la Biblia judeo-cristiana, concretamente en el sexto capítulo del
Génesis. De hecho, son citados dos veces en este libro de la Biblia, si bien de forma
escueta:

«Y aconteció que cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y
les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas, y
tomaron para sí todas las esposas que eligieron.»

«Había gigantes [Nefilim] en la tierra en aquellos días, y también después que entraron los
hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos: éstos fueron los valientes
que desde la antigüedad fueron varones de nombre.»

Lo cierto es que la discusión sobre ellos es antigua, pero siempre había estado fijada en un
plano religioso. Sin embargo, en tiempos recientes, los Nefilim se han puesto muy de moda
gracias a la intervención del ya fallecido autor de origen judío Zecharia Sitchin, que los
identificó con sus famosos dioses sumerios Anunnaki, protagonistas de toda un saga que
daría cobertura a la teoría del antiguo astronauta, incluyendo el polémico tema de la
creación artificial del ser humano.
Zecharias Sittchin

Zecharia Sitchin

En fin, dado que en los últimos años se ha hablado mucho –a veces desde el dogmatismo, la
fantasía o la ignorancia– sobre esta controversia, parece oportuno ofrecer una panorámica
de las diversas visiones que se han dado sobre los Nefilim, para que cada cual extraiga
luego sus conclusiones. Así pues, vamos a explorar brevemente la identidad de estos seres
mitológicos revisando y valorando las principales hipótesis planteadas hasta la fecha.

Empecemos pues por la propuesta lanzada por el ya mencionado Sitchin en su libro El


duodécimo planeta (1976), en el cual identificaba a los Nefilim bíblicos con los dioses
Anunnaki de la mitología sumeria, teniendo en cuenta que tal paralelismo no es tan osado
como pudiera parecer pues –según admiten los propios académicos– la tradición hebrea
bebió de las fuentes de los antiguos mitos mesopotámicos. Su argumentación partía de la
base de que la traducción del término Nefilim era completamente errónea. Así, la versión
griega de la Biblia había optado por traducir Nefilim como “gigantes” en vez de emplear la
traducción directa del término hebreo, que debería ser “los que descendieron del cielo a la
tierra”, siendo éste precisamente el significado que él otorgaba también a los dioses
Anunnaki. Pero vamos a ir un poco más al detalle.

Para Sitchin, la traducción correcta del fragmento del Génesis sería esta:

«Los Nefilim estaban sobre la Tierra, en aquellos días y también después, cuando los hijos
de los dioses cohabitaban con las hijas de los Adán, y ellas les daban hijos. Ellos fueron los
poderosos de la Eternidad, el Pueblo del shem.»

Básicamente lo que el autor judío nos aportaba es una nueva interpretación a partir de dos
conceptos. Por un lado, como hemos apuntado, mantenía el término original hebreo Nefilim
en vez del clásico “gigantes”. Así, Sitchin, buen conocedor de la lengua hebrea, defendía
que la palabra Nefilim procedía de la raíz semita NFL (“ser lanzado abajo”), lo que en
definitiva significaría literalmente “los que fueron arrojados a la Tierra”. Por otro lado,
tampoco reconocía la traducción convencional de la palabra shem (“nombre”, “renombre”),
y en su lugar aplicaba su propia traducción, que es ni más ni menos que “cohete o nave
espacial”.

Entonces, juntando estas piezas bíblicas con la mitología sumeria, Sitchin ofrecía su
escenario perfecto para la intervención de dioses venidos del espacio. Desde su punto de
vista, los Anunnaki (o Nefilim) eran, en efecto, el “pueblo de los shem” (naves espaciales),
que habría descendido a la Tierra a fin de obtener oro, elemento necesario para la
protección de la dañada atmósfera de su planeta original, Nibiru. Como resultado de esta
empresa, se hizo necesario disponer de trabajadores esclavos que llevasen a cabo el duro
trabajo de la extracción minera, y sería en este contexto en que los dioses habrían creado a
un “trabajador primitivo” o lu.lu después de varios experimentos. Este prototipo exitoso, el
primer hombre, habría sido llamado adamu o adapa, el Adán de la Biblia.

En suma, la historia de los Nefilim según Sitchin nos lleva al típico escenario de antiguos
astronautas que a su vez da pie a la llamada teoría intervencionista, que considera que el
Homo sapiens no es fruto de un proceso evolutivo natural sino de la ingeniería genética
practicada por unos seres extraterrestres sobre un homínido primitivo. Así pues, Sitchin,
tomando elementos del Antiguo Testamento y sobre todo de las antiguas tablillas
mesopotámicas, construyó una historia que bien podríamos llamar de “arqueología-ficción”
en la cual los dioses Anunnaki, o sea, unos humanoides de carne y hueso venidos de un
lejano planeta, habitaron la Tierra durante más de medio millón de años, establecieron bases
permanentes y crearon a la criatura humana para que trabajase a su servicio. Más adelante,
tras el Diluvio universal, los dioses habrían concedido la civilización a la Humanidad y
habrían partido de vuelta a su mundo tras una tremenda guerra nuclear entre facciones
Anunnaki a finales del tercer milenio a. C. (A este respecto, cabe señalar que otros autores
afirman que en realidad los Anunnaki nunca se marcharon sino que permanecen aún entre
nosotros controlando los asuntos humanos.)

La segunda visión sobre los Nefilim procede del investigador británico Andrew Collins, que
escribió un interesante libro sobre los bíblicos Vigilantes y sus descendientes los Nefilim
titulado The forbidden legacy of a fallen race (“El legado prohibido de una raza caída”).
Collins, que se desmarca de la teoría extraterrestre, plantea en su obra varias cuestiones
relacionadas con estos Vigilantes, unos seres superiores o semidivinos (“Hijos de Dios”),
que de algún modo cayeron en desgracia, así como sus descendientes, los Nefilim. El autor
inglés compara las citas bíblicas con el famoso Libro de Enoc –el libro que habla de los
Vigilantes en calidad de “ángeles caídos”– y comprueba que hay cosas que no acaban de
cuadrar y que oscurecen el perfil de los Nefilim.
Andrew Collins

Andrew Collins

Por ejemplo, la doble mención del Génesis resulta algo confusa. Para Collins, cuando el
texto se refiere a los Hijos de Dios, quiere decir ángeles celestiales, siendo el original
hebreo bene-ha-Elohim. En el versículo 3 del capítulo 6, Dios declara de forma inesperada
que su espíritu no puede permanecer en los hombres para siempre, y que puesto que la
humanidad es una creación de la carne, su vida útil en lo sucesivo se reduciría a “ciento
veinte años”. Sin embargo, en el versículo 4, el tono vuelve de repente al tema original de
este capítulo, ya que dice: “Los Nefilim estaban en la tierra en aquellos días, y también
después, cuando los hijos de Dios se juntaron con las hijas de los hombres, y les
engendraron hijos: los mismos valientes que desde la antigüedad fueron los varones de
renombre.”

Según Collins, los teólogos, para tratar de resolver este tema, habrían optado por la
hipótesis de que los ángeles habrían caído en desgracia dos veces, primero por el orgullo y
luego por la lujuria. Pero en opinión del autor británico estos dos fragmentos podrían
pertenecer a tradiciones y épocas distintas, y de ahí la confusión entre los bene ha-Elohim
(Hijos de Dios) y los Nefilim. Los primeros serían un añadido muy posterior, con origen en
Irán, mientras que los segundos serían propiamente los ángeles caídos de la tradición
hebrea.
Shemihaza

Lider de los Nefilim – Shemihaza

Por otro lado, Andrew Collins concede gran importancia al Libro de Enoc (que en realidad
sería anterior al Génesis), pues vendría a ofrecer un relato bastante revelador en cuanto al
origen de los Nefilim. Según este libro, doscientos de los Erin –“los que vigilan” o
Vigilantes– se convirtieron en ángeles caídos, al descender al mundo terrenal de los
mortales y cohabitar con mujeres humanas. Estos transgresores tuvieron descendencia fruto
de esta cohabitación y tales seres híbridos fueron llamados Nefilim, un término hebreo que
puede traducirse como “los que han caído”, y que luego se convirtió en “gigantes” en la
versión griega. Al parecer, los Nefilim se dedicaron en principio a instruir y civilizar a los
humanos, enseñándoles múltiples conocimientos y artes. Sin embargo, luego, los Nefilim se
volvieron contra los humanos, cometiendo toda clase de maldades y tropelías, tal y como se
menciona en el propio Libro de Enoc. Entonces, los Vigilantes celestiales escucharon las
quejas de los humanos y procedieron a juzgar y castigar duramente a los Nefilim,
empezando por su líder Shemihaza. Así, los rebeldes fueron finalmente recluidos en una
especie de prisión celestial, un abismo de fuego (¿el infierno?).
Estatuilla de la cultura neolítica mesopotámica de el-Obeid o Ubaid

Estatuilla de la cultura neolítica mesopotámica de el-Obeid o Ubaid

A partir de este punto, Collins apuesta por una investigación a caballo entre la mitología y
la arqueología, a fin de obtener un perfil más terrenal de los Nefilim, que tal vez no serían
tan etéreos como se podría suponer. Su investigación le lleva a relacionar a los Nefilim con
unos seres (¿chamanes?) medio humanos medio pájaros, considerados por los hombres
como demonios, que habrían habitado una determinada región de Oriente Medio, más
concretamente las montañas de Media, al noroeste del actual Irán.

Además, la literatura enoquiana y los rollos del Mar Muerto también recogían otra
descripción de estos seres, caracterizados fuertemente por tener el rostro de víbora, lo cual
casa con la iconografía de ciertas estatuillas de la cultura neolítica mesopotámica de el-
Obeid o Ubaid (datada hacia 5.000 a. C.), en las cuales aparecen unas divinidades con
rasgos marcadamente reptiloides. En opinión de Collins, estas efigies derivaban
directamente de unas imágenes muy similares de la anterior cultura protoneolítica de Jarmo
(en el Kurdistán), zona supuestamente habitada por los Vigilantes. Así, Collins especula con
la idea de que fueron estos seres los que adiestraron a los primitivos habitantes de la región
en las habilidades agrícolas.
Rollos del Mar Muerto

Rollos del Mar Muerto

La tercera visión, propuesta por el investigador alternativo holandés L. C. Geerts, se


sustenta en varias fuentes religiosas y trata de situar el tema en la oscura polémica sobre los
gigantes, introduciendo en la controversia un nuevo elemento directamente relacionado con
los Nefilim: los llamados Anakim. Básicamente, lo que Geerts propone es que la confusa
dualidad expresada en el Génesis se debe a la yuxtaposición de dos tradiciones diferentes
(como acabamos de ver en lo expuesto por Collins), pero incorporando la figura de los
Anakim bíblicos como descendientes de los propios Nefilim.

Así pues, el escenario de Geerts es más o menos el siguiente: los hijos de Dios o
“Vigilantes” se habrían unido a las hijas de los hombres, creando así una raza híbrida de
gigantes. En este caso, los Nefilim serían propiamente los mismos Vigilantes (o sea, dos
nombres distintos para una misma estirpe), mientras que su descendencia serían los
Anakim, raza de gigantes también citada en la Biblia. Así pues, los ángeles caídos o Nefilim
serían gigantes, al igual que sus descendientes los Anakim, y no sólo en un sentido físico,
sino también por tener capacidades superiores a los humanos “normales”. Así, aunque estos
seres habrían ido decreciendo en tamaño con el paso de los siglos, habrían sido los
responsables de las grandes obras y monumentos de la Antigüedad, sobre todo los de
carácter megalítico, atribuidos (erróneamente, a juicio del autor holandés) a las primeras
civilizaciones conocidas. En cualquier caso, esta raza o razas de gigantes habría caído en
desgracia por haberse rebelado contra la gran autoridad divina y habría sido castigada
consecuentemente, todo ello antes de la aparición del humano moderno (Homo sapiens).

Por otra parte, en la mayoría de escrituras sagradas, todos estos ángeles caídos y razas
derivadas serían denominados con diversos nombres, como gigantes, Anakim, demonios y
monstruos, acentuando especialmente su faceta maligna y perversa. Esta tradición se
fundamentaría en el hecho de que estos gigantes se habrían cruzado con diversos animales,
creando así unas criaturas fantásticas (medio humanas medio bestias) que fueron adorados y
temidos al mismo tiempo, y que están recogidos en mitos y leyendas de diversas culturas.
goliat

El famoso combate en David y Goliat

En definitiva, Geerts, a partir de los textos religiosos, reconstruye una historia


supuestamente real sobre la presencia de gigantes sobre la tierra antes de que surgiera la
raza de humanos actuales. Estos Nefilim, a pesar de haber sido castigados por sus creadores
y de haber estado al borde de la desaparición a causa del Diluvio universal, habrían
pervivido hasta épocas que podríamos calificar de históricas, según vemos en episodios
bíblicos como la lucha de los israelitas contra los últimos representantes de estas razas.

Finalmente, cabe destacar el trabajo del investigador griego Petros Koutoupis, que se ha
centrado en la cuestión propiamente filológica, descartando que los Nefilim fueran antiguos
astronautas o que pertenecieran a una cultura muy anterior a las conocidas
convencionalmente. En su estudio, Koutoupis parte de la interpretación propuesta por
Sitchin y considera que su traducción es errónea, ya que la palabra correcta hebrea para
“descender” es yārad, que no tendría pues relación con los Nefilim. En su opinión, la
cuestión filológica tiene gran importancia para aclarar el auténtico origen del mito de los
Nefilim. El autor griego aduce que se ha querido relacionar la palabra hebrea nāfal (“caer”,
“sucumbir”) con los Nefilim, pero el plural de este término no puede ser nefilim de ningún
modo.

Además, observa que en los escritos de la religión judía se aprecia una duplicidad en la
escritura de la palabra Nefilim: NFYLYM / NFLYM. La diferencia entre ambas grafías es
que en la primera tenemos una yod adicional, que resulta muy excepcional, pues en la gran
mayoría de textos aparece la segunda forma, sin esta yod. El asunto no es menor, pues
Koutoupis, basándose en que la tradición hebrea más antigua no poseía letras para las
vocales, cree que los escribas de épocas más recientes habrían añadido los signos vocálicos
para preservar la pronunciación tradicional, y de aquí la aparición de la grafía Nefilim, tal
como se observa en Números 13:33. No obstante, lo que podría haber ocurrido aquí es una
confusión de términos, pues en el Libro de Job (de los rollos del Mar Muerto), escrito en
arameo, hallamos el término nefilā referido a la constelación de Orión, cuyo masculino
sería nāfil (plural nefilin), que se traduce literalmente como “gigante”. Así pues, pasando
del arameo nefilin al hebreo nefilim, ya tendríamos la palabra que se tradujo normalmente
como “gigantes”, y que en realidad podría tener un origen arameo.

Por otro lado, tomando las propias fuentes bíblicas y comparándolas con los relatos de otras
culturas, vemos que el perfil de estos gigantes no está nada claro. Por un lado, serían los
héroes de gran renombre, portadores de la cultura y la civilización, mientras que por otro se
los presenta como seres demoníacos y malvados. ¿Cómo casamos ambas visiones?
Koutoupis recurre a otra fuente, el Libro de Jasher (una obra compilada justo después del
exilio judío en Babilonia), para tratar de esclarecer esta cuestión. En este libro se habla de
Enoc como rey de la Humanidad pero no hay mención alguna a los Hijos de Dios ni a los
Nefilim. A juicio del autor griego, en realidad no hay conexión entre los hijos de Dios, los
Nefilim y la corrupción de la Humanidad. Además, si los Nefilim eran responsables de esta
corrupción, no queda nada claro cómo es que aparecen “sobre la Tierra en aquellos días y
después de eso” (¿el Diluvio?). En vez de considerar que los gigantes Nefilim volvieron de
alguna manera a la Tierra tras el Diluvio, sería mas adecuado considerar que nunca llegaron
a ser barridos o apartados de ella
Gilgamesh

Gilgamesh

Siguiendo esta pista, el autor cree que es más correcto ceñirse a la mitología mesopotámica,
que nos habla del héroe semidivino Gilgamesh, en dos tercios divino y en un tercio humano,
y que tendría todo el aspecto de un gigante. En efecto, los semidioses de la mitología
sumeria –que habrían existido antes y después del Diluvio– presentan un perfil que coincide
básicamente con el de los Nefilim y son representados en un tamaño superior al de los
humanos. Así pues, estos antiguos gigantes serían propiamente los “héroes de renombre”,
guerreros y capaces de grandes gestas, pero no propiamente “demonios”.

Koutoupis concluye su propuesta apuntando a que en algún momento la tradición hebrea


tomó el término arameo nāfil, y que eso pudo suceder en el periodo del post-exilio, bajo la
fuerte influencia persa. La historia de la corrupción de la Humanidad por obra de los
Nefilim habría sido pues una interpretación adquirida en época tardía por inspiración de la
religión zoroástrica, que tenía un Dios supremo (Ahura Mazda) y unos demonios o ángeles
caídos (daevas). De este modo, la religión judía habría adoptado un enfoque dualístico en
que cualquier deidad que no fuera el único y buen dios Yahveh sería necesariamente
malvada. Aquí el autor especula con la idea de que los escribas judíos no pudieran concebir
que los hombres hubieran optado por el mal de forma libre, sino que hubieran sido
inducidos al mal por fuerzas malignas superiores, lo cual hubiera hecho recaer todas las
culpas sobre los gigantes semidivinos, pasando de ser héroes a ser demonios.

Concluyendo, hemos visto varias interpretaciones sobre la figura de los Nefilim, que se
mueven en los pantanosos terrenos del mito y la religión, pero con algunos ecos que podrían
conectar con un remoto pasado que podríamos situar en un contexto histórico-arqueológico.
De todas formas, con los datos disponibles hasta el momento no es posible validar ninguna
de las teorías, pero no podemos descartar que tantas referencias –y tan semejantes– a estos
seres que convivieron con los humanos en un pasado muy remoto pudieran tener algún
sustrato de verdad. En todo caso, para adentrarnos en esta controversia conviene tener la
mente despejada y abierta a todas las opciones, porque bien podría ser que algún día –a la
luz de nuevas pruebas– los mitos se mostrasen más verdaderos que las interpretaciones de
nuestra actual ciencia ortodoxa

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