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La lealtad de un marqués escocés

Pacto entre caballeros 1

Rose Lowell
© Rose Lowell
La lealtad de un marqués escocés
Primera edición: marzo de 2023

Diseño de portada: Ana Gallego Almodóvar


Corrección y edición: Mareletrum Soluciones
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Reservados todos los derechos.


«¿Para qué ver las estrellas, si en tus ojos está mi universo?
Mi escasa vista no me impide ver tu belleza interior».
Anónimo
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Epílogo
k Prólogo l

Eton College, Berkshire.


Inglaterra, 1811.
CALLEN observó con fingida indiferencia a los cuatro matones que se dirigían
hacia él. Había bajado al patio para aprovechar la soleada mañana y leer con
tranquilidad hasta que llegase la hora de la llamada para las siguientes clases. Se
tensó mientras, con parsimonia, marcaba la página en la que se había detenido.
«¡Malditos cobardes!». Estaba harto de los cuatro bastardos que le hacían la
vida imposible desde que llegó al condenado colegio. En realidad, estaba harto
del colegio, de los alumnos y hasta de Inglaterra. Este era su primer año en
Eton, en realidad su primer trimestre, y ya había tenido varios encontronazos
con esos cretinos, algunos de ellos, además de humillantes, habían dejado
marcas en su cuerpo. ¡Por Dios! Seguramente, ¡hasta habría batido algún
récord!
Sus padres se habían empecinado en que siguiera los pasos de su hermano,
el heredero, estudiando en Inglaterra. Pese a que Callen se resistió a abandonar
Escocia, no tuvo más remedio que acatar las órdenes de su padre. Había vivido
doce años en Escocia, justo era que conociera la cultura inglesa, sobre todo
siendo su propia madre inglesa de nacimiento.
Había colegios estupendos en Escocia, ¡¿Por qué demonios tenían que
haberlo enviado precisamente a este, lleno de arrogantes esnobs?!
Se preparó al tiempo que decidía cuál llevaría el primer golpe. El líder, por
supuesto. Si caía él, los otros se replegarían como cobardes que eran, sin
embargo, el muy desgraciado siempre se mantenía detrás de sus acólitos.
A pesar de que los cuatro cretinos que se le acercaban entre risotadas
tendrían unos tres años más que él, Callen era mucho más alto y corpulento
pese a contar con tan solo trece años. Los ingleses no destacaban precisamente
por su corpulencia, en realidad no destacaban por nada más que por su
estupidez. Uno a uno, incluso a dos, no tendría dificultad alguna para
deshacerse de ellos pero, utilizando su caballerosidad inglesa, solían pelear limpio,
esto era: dos o tres lo sujetaban mientras el líder le zurraba limpiamente.
Dejó el libro en el banco en el que estaba sentado y se puso en pie mientras
miraba con disimulo a su alrededor. El patio interior estaba vacío, claro que
ellos lo sabían bien. No era la primera vez que aprovechaban los descansos
entre las clases, cuando los otros alumnos subían a sus habitaciones o se
hallaban en la biblioteca.
Escrutó uno a uno a los cuatro chicos.
Archibald Maynor, barón Maynor. El más bajo de todos. Regordete, no
poseía mucha agilidad, pero si conseguía atraparte con una de sus enormes
manos, había que poseer mucha destreza para soltar su agarre.
El honorable Trevor Dafton, heredero del vizconde Dafton. Delgado como
una vara, lo que destacaba en un rostro, por lo demás anodino, era su perpetua
expresión de hastío. A Callen no le hubiera sorprendido que una de sus
aficiones fuese despellejar vivos a animalitos indefensos, siempre que fuesen
pequeños, por supuesto. Su impiedad iba a la par con su cobardía. Claro que
ninguno de ellos se distinguía precisamente por su valor.
El honorable Dafton, que de honorable solo tenía el tratamiento, arrastraba
tras él a su hermano, el señor Mortimer Dafton, el único que se mostraba
incómodo ante las fechorías de los otros tres degenerados. Callen supuso que
era el miedo a su hermano lo que hacía que lo siguiese como un perrito
faldero.
Y por fin, el cabecilla del grupo, el vizconde Longford, Arthur Longford.
Un poco más alto que los otros, delgado, nadie podría decir, contemplando su
angelical rostro, que su interior contenía toda la maldad de los infiernos.
Los tres acólitos se adelantaron hacia él, siempre protegiendo al instigador
de todos los desmanes que cometían.
r
Gabriel Leighton, marqués de Willesden, masculló una maldición entre
dientes mientras observaba la escena desde la ventana del dormitorio que
compartía con sus tres amigos. Ahí estaban otra vez, con esta la tercera... no, la
cuarta vez que acosaban al escocés.
―Otra vez van a por él ―gruñó Gabriel.
Justin levantó brevemente sus ojos del libro que leía tumbado en la cama de
Gabriel.
―Es escocés ―anunció, como si eso lo explicara todo.
―Y grande como la torre de Londres ―añadió Kenneth, sentado en el
suelo con Darrell mientras sonreía malicioso al levantar una carta y conseguir
un vingt et un.
―Se las apañará ―apostilló Darrell mientras fruncía el ceño al mirar la carta
de su amigo.
―Lo haría si fuese una pelea limpia. No cuando tres te sujetan para que el
idiota de Longford demuestre su valentía. ―A Gabriel el escocés le caía bien.
Iba a lo suyo y no se metía en asuntos que no le concernían, lo que en Eton
era algo inusual.
Darrell se levantó para colocarse al lado de Gabriel en la ventana.
―Por lo que se aprecia desde aquí, dos de ellos ya tienen un aspecto
bastante lastimoso. Me temo que la nariz de Dafton no volverá a ser la misma
―observó, jocoso.
Gabriel bufó y se giró para dirigirse a la puerta de la habitación, lo que
consiguió que la atención de Justin pasase del libro a los movimientos de su
amigo.
―¿A dónde demonios vas? ―inquirió, desconcertado.
Sin detenerse, Gabriel abrió la puerta y espetó por encima del hombro:
―A ayudarle.
Los otros tres se miraron.
―Maldita sea ―murmuró Kenneth mientras se levantaba, dispuesto a seguir
a su amigo.
Darrell encogió los hombros al tiempo que se disponía a seguirlos.
―En realidad empezaba a aburrirme.
Justin dejó el libro con un suspiro mientras se levantaba de la cama.
―Eso lo dices porque ibas perdiendo.
Darrell esbozó una mueca al tiempo que se encogía de hombros otra vez.
―Se pierde, se gana... Esa es la diversión del juego, mon ami.
Callen se hallaba en el suelo, después de haber recibido un puñetazo de
Longford en el estómago, cuando notó que sus agresores se envaraban y se
alejaban unos pasos de él para situarse al lado del cabecilla.
―Me atrevería a decir que esta no es una pelea justa. ¿No creen, caballeros?
―espetó Gabriel con indiferencia mientras se colocaba al lado del joven
escocés.
Maynor abrió la boca para contestar, pero Gabriel le lanzó una fría mirada,
lo que hizo que el muchacho la cerrase al instante.
―Por caballeros, me refiero a los que están a mi lado, por supuesto. ―Echó
un vistazo de reojo al muchacho, que continuaba sentado en el suelo
observando la escena como si no fuese con él, a pesar de los moratones que ya
lucía en la mandíbula y en el pómulo izquierdo―. Ya sea de pie o sentados.
Longford entrecerró los ojos.
―Esto no es asunto tuyo, Willesden.
Gabriel se encogió de hombros.
―He decidido que sí es asunto mío.
Se acercó más a Longford, mientras los otros tres retrocedían.
―Déjalo en paz, Longford. Me tienes harto con tus bravuconadas, siempre
rodeado de tus cobardes servidores. Si llega a mis oídos que se te ocurre a ti o
a cualquiera de tus perritos falderos siquiera respirar cerca de él, conocerás
cómo acostumbro a encargarme de mis asuntos.
»Pero... ―prosiguió con malicia―, si tanto interés tienes en imponerte, me
atrevería a decir que el escocés estaría encantado de permitirte intentarlo,
siempre y cuando te comportases como un caballero. Lo que quiere decir, una
lucha limpia uno contra uno. Claro que, ni se te puede considerar un caballero,
ni sabes lo que es pelear limpio ―sentenció, mordaz.
Gabriel miró al muchacho, que comenzaba a levantarse con un brillo
vengativo en los ojos. Sin embargo, Longford se limitó a dar un paso atrás al
tiempo que enrojecía de ira al oír las risillas de los amigos de Gabriel.
En su altanería, ni siquiera pensó que se había retratado a sí mismo frente al
grupo que escuchaba atentamente a Gabriel. Longford levantó arrogante la
barbilla.
―¿Quién te crees que eres, Willesden?
Gabriel le dirigió una acerada mirada. Más alto que el vizconde, se acercó
hasta que este tuvo que alzar la cabeza para mirarlo.
―Sé perfectamente quién soy, Longford. ¿Lo sabes tú? Si vuelves a irritarme
llamando mi atención sobre tu patética persona, te puedo asegurar que no te
quedará duda alguna sobre quién soy.
Gabriel se giró con ademán desdeñoso, ignorando la mirada venenosa que
le lanzó el vizconde.
Longford hizo un gesto a sus amigos y, después de dirigir un último vistazo
al escocés, se encaminaron al interior del colegio.
Se acercó al escocés, que lo observaba con suspicacia, al tiempo que
extendía la mano.
―Gabriel Leighton, marqués de Willesden.
―Sé quién eres ―masculló Callen mientras estrechaba su mano, aún con
desconfianza. Esos cuatro no solían meterse en asuntos ajenos, ¿por qué
ayudarle a él?
―Comenzaba a estar harto de Longford y sus bravuconadas ―dijo Gabriel
como si hubiese escuchado sus pensamientos, al tiempo que se encogía de
hombros―. Es un defecto, lo sé, pero no puedo tolerar a los cobardes.
Los otros tres chicos se aproximaron con ademán indolente.
―Permíteme ―ofreció Gabriel.
―Justin Wilder, conde de Craddock. ―El aludido extendió su mano, que
Callen estrechó.
―Kenneth Hyland, vizconde Hyland, y Lord Darrell Ridley.
Después de estrechar sus manos, Darrell preguntó con un punto de humor
en su voz:
―¿Tienes nombre o debemos referirnos a ti como «el escocés»?
―Callen Douglas.
Darrell enarcó las cejas.
―¿Solo Callen Douglas? ¿Sin un lord, honorable, o algún tipo de tratamiento
que preceda a tu nombre?
―Solo Callen ―contestó.
Gabriel escrutaba atento el rostro del escocés. Sabía perfectamente que sí
debería utilizar el tratamiento de lord, no en vano su padre era uno de los
hombres con más títulos del reino: dos ducados, uno a cada lado de la
frontera, varios condados, marquesados y baronías lo hacían uno de los
hombres más poderosos de Inglaterra y Escocia. Y aunque él era el repuesto,
su pedigrí era muy superior a todos ellos, incluido él, por no hablar del grupo
de descerebrados que se había marchado. ¿Sabría Longford con quién se
estaba metiendo en realidad? Una palabra del padre de Callen y el vizcondado
desaparecería como si nunca hubiese existido; sin embargo, no veía al escocés
capaz de ir a quejarse a su padre esperando que este resolviese sus problemas.
Kenneth palmeó la espalda de Callen, arrancando una mueca del muchacho.
Aunque no habían llegado a hacerle demasiado daño gracias a la providencial
llegada de Gabriel y sus amigos, tenía el cuerpo dolorido, y no precisamente
por los golpes recibidos hacía unos instantes.
―Vamos a la habitación ―ofreció, al ver el gesto de dolor del escocés―.
Tengo un linimento que hace milagros con los moratones.
Varias cejas se enarcaron.
―¡¿Qué?! Mi ama de llaves es muy previsora ―aclaró mientras se encogía de
hombros.
Todos se encaminaron hacia la habitación que compartían, al tiempo que
Callen se retrasaba un poco para colocarse al lado de Gabriel.
―Gracias, por cierto.
Gabriel hizo un gesto displicente con la mano.
―No se merecen. Longford es un idiota, y me atrevería a decir que tú
hubieras hecho lo mismo por mí.
Callen lo miró de reojo.
―Supongo que sí ―masculló.
Gabriel soltó una risilla. Era desconfiado el escocés.
―Por cierto, no acabo de entender la razón por la que toleraste las
bravuconadas de Longford y sus acólitos. Una simple queja al rector y tu
padre...
―Yo libro mis propias batallas. Además, en cualquier momento conseguiría
atraparlos uno a uno ―respondió, glacial.
Gabriel asintió. Cada vez le gustaba más el escocés.
Kenneth aplicó el linimento en los visibles moratones de Callen. Cuando
insinuó que se quitase la camisa para aliviar los golpes recibidos en el cuerpo,
la firme negativa de Callen hizo que Gabriel lo observase suspicaz. ¿Qué
escondía? Se temió que Longford y sus amigos quizá habían llevado demasiado
lejos su acoso al escocés.
Gabriel le ofreció a Callen instalarse en la habitación que compartía con sus
amigos. Ante la reticencia de este, que no admitía lo que consideraba limosna,
Gabriel argumentó que mejor él en lugar de que el rector les endosase a
alguien parecido a Longford. Callen, aunque sabía que los argumentos de
Gabriel no tenían consistencia, puesto que su rango le permitía elegir a sus
compañeros de dormitorio, aceptó encantado de dejar atrás la infame Long
Chamber1, donde no había visto más que abusos, malos tratos y ratas.
r
Ese año, el primero de su estadía en Eton, con tan solo trece años forjaron
una amistad incondicional.
Juntos acudieron a la universidad y juntos hicieron su Grand Tour.
Todos estarían para todos, cuando alguno de ellos lo necesitase. Eran más
que familia, eran amigos y caballeros, y entre caballeros los pactos se
respetaban.
k Capítulo 1 l

Puerto de Calais.
Francia, 1828.
ACODADO en la cubierta del barco que lo llevaría de vuelta a Inglaterra, Callen
observaba el trasiego de equipajes y viajeros. Mientras echaba una ojeada al
cielo pensó que, si el tiempo acompañaba, tal y como la falta de nubes parecía
indicar, en unas horas estaría en Dover y al día siguiente en Londres.
No tenía prisa alguna por llegar a la sucia y maloliente ciudad. De hecho,
después del Grand Tour, mientras que sus amigos habían regresado a Inglaterra,
él decidió quedarse en Francia. Bueno, en realidad había tomado esa decisión
fascinado por los azules ojos, el bello rostro y el espectacular cuerpo de la
señorita Amelia Bonham, hija del vizconde Bonham, agregado de la embajada
británica en París. Tan fascinado estaba que, a pesar de las advertencias de sus
amigos (los cuales no se habían deslumbrado tanto como él por los múltiples
encantos de la dama), depositó su corazón en las pequeñas y suaves manos de
la señorita Bonham para ver cómo, entre su codicioso padre y la, no menos
codiciosa, susodicha señorita, arrojaban la enamorada víscera a las aguas del
Sena.
Él no era suficiente para la hija de un vizconde, ¡un segundo hijo! No
importó que su padre tuviese más títulos que cualquier noble en Inglaterra, no
importó que fuese hijo de un duque poseedor de dos ducados, que su pedigrí
fuese infinitamente superior al de la simple señorita Bonham y el no menos
simple vizconde. Era un segundón y, para colmo, escocés: totalmente
inapropiado para los arrogantes Bonham.
Mientras contemplaba absorto la frustración de un caballero y su agobiada
esposa, ocupados en controlar a la caterva de hijos empeñados en curiosear
por todas partes menos en decidirse a subir al barco, recordó la conversación
con sus amigos cuando estos decidieron dar por finalizado su Grand Tour y
regresar a Inglaterra.
r
―¿Qué quieres decir con que no regresas con nosotros? ―espetó lord Darrell Ridley,
estupefacto.
―Pues eso, que me quedo en París ―contestó Callen con indiferencia.
Justin, el conde de Craddock, se levantó del sillón en el que se encontraba arrellanado y se
encaminó hacia el mueble de bebidas.
―El escocés se casa ―afirmó, con la misma indiferencia con la que había hablado el
aludido.
El vizconde Hyland se enderezó en su sillón.
―¿Con la señorita Bonham? ―preguntó con suspicacia.
Justin soltó una carcajada.
―Resultaría harto extraño que fuese con otra, habida cuenta de que lleva dos meses de
cortejo con la dama.
Darrell intercambió una mirada con Gabriel, marqués de Willesden, que permanecía
extrañamente silencioso. «Tenemos que avisarlo, lo destrozarán», pareció decir con los ojos.
Sin embargo, Kenneth Hyland no tuvo tanto reparo, o sensibilidad, para el caso.
―Esa mujer no merece la pena ―Su tono de voz era el mismo que utilizaría para elegir
su desayuno o un sombrero nuevo.
Callen se envaró.
―¿Qué insinúas?
Kenneth se encogió de hombros.
―No insinúo, afirmo que esa dama no es trigo limpio.
Callen entecerró los ojos.
―Cuidado, Ken, estás hablando de mi futura esposa.
Kenneth clavó la mirada en su amigo.
―Jamás aceptará casarse contigo, su padre y ella aspiran a pescar un pez más grande.
―Me ama ―insistió Callen.
Ken rodó los ojos.
―¡Por el amor de Dios, Callen! Se divierte contigo mientras espera algo mejor ―repicó,
exasperado.
La señorita Bonham se había insinuado a todo aquel inglés poseedor de un título o
heredero de alguno, y era de conocimiento público, salvo de Callen, por supuesto, que estaba
siendo cortejada por el conde de Manners. Salvo Darrell, que era también un segundo hijo,
todos ellos habían eludido como pudieron los coqueteos de la dama, sabedores de que Callen
estaba interesado en ella. Esperando que su amigo se diese cuenta a tiempo de la clase de
mujer de la que estaba, o creía estar, enamorado, ninguno le advirtió de la catadura moral de
la señorita.
«Y en estos momentos, me temo que es demasiado tarde», pensó, abatido, Ken.
Callen se levantó con actitud hostil. Eran sus amigos, pero no estaba dispuesto a que
cuestionaran los sentimientos de la señorita Bonham.
―Entiendo que no puedo contar con vuestro apoyo ―comentó con frialdad.
―Por supuesto que te apoyaremos. ―Gabriel habló por primera vez.
Darrell enarcó las cejas.
―¿Lo haremos?
―Tenemos un pacto. Apoyarnos los unos a los otros sin juzgar.
Entre ellos no había un líder como tal, pero todos reconocían a Gabriel una cierta
autoridad, quizá por su heredada dignidad ducal o porque había sido el que los había
reunido en Eton.
―De hecho, retrasaremos el viaje hasta que Callen anuncie su compromiso.
Gabriel no iba a dejar solo a su amigo sabiendo, como sabían todos, el rechazo que iba a
sufrir.
Callen alzó una ceja con altanería.
―No quiero vuestra condescendencia.
Ken intervino.
―No es condescendencia, es amistad, escocés. ―Esbozó una sonrisa torcida―. Pero no
tardes mucho, estoy harto de vagabundear por el Continente. Por cierto, ¿cuándo se lo vas a
pedir?
―Mañana, en el baile de la embajada. Sé que no es lo adecuado, pero quiero tener su
consentimiento antes de hablar con su padre.
―¿Has comprado el anillo? ―terció Justin.
―Eh... No ―respondió, azorado.
―Pues vamos ―ofreció Justin.
Callen lo observó sorprendido.
―¿Vas a acompañarme a comprar el anillo para mi futura prometida?
―Por supuesto, ―Justin palmeó la espalda de Callen―, tengo mucho mejor gusto que tú.
―Sin contar la experiencia que ha adquirido regalando joyas a sus amantes ―masculló
Darrell.
―Eso también ―aceptó Justin, sonriente.
Ambos amigos abandonaron la casa que habían alquilado para todos ellos en uno de los
mejores barrios de París, seguidos por las miradas preocupadas de Gabriel, Darrell y
Kenneth.
r
Callen interrumpió sus recuerdos al notar que el barco comenzaba a
moverse. Estaba tan abstraído que ni se había dado cuenta de que habían
levado anclas y comenzaban a salir del puerto.
Decidió retirarse a su camarote. Aunque era una travesía relativamente
corta, nunca se sabía si podría alargarse por el mal tiempo o cualquier otra
causa, así que había comprado el pasaje con derecho a un camarote privado.
Se tumbó en la litera y continuó recordando aquellos malditos días en París.
r
Caminaban por los jardines de la embajada. La sociedad parisina no era tan estricta
como la londinense en cuanto a que una pareja pasease sola. Sin embargo, Callen,
preocupado por la reputación de la señorita Bonham, procuraba mantenerse a la vista de los
demás invitados.
Nervioso, con la cajita del anillo en uno de los bolsillos de su chaqueta, meditaba la
manera más adecuada de hacer la propuesta. Condujo a la dama a una glorieta un poco
apartada del sendero, pero en cuanto entraron ella le lanzó los brazos al cuello para bajar su
cabeza y besarlo. A Callen le había fascinado la pasión que demostraba Amelia en sus
brazos, sobre todo teniendo en cuenta la recatada educación inglesa que se suponía que
recibía una dama. Después de corresponder a su beso detuvo las manos de la joven, que ya
empezaban a vagar por su cuerpo.
―Amelia, yo... hay algo que desearía preguntarte ―murmuró, azorado.
―¿Mmm? ―Ella tenía su rostro enterrado en el cuello masculino y lamía con fruición la
zona, que latía frenéticamente.
Callen la separó suavemente y, sin detenerse a pensar, hincó una rodilla en el suelo
mientras su mano se internaba en el bolsillo para sacar la cajita, abrirla y mostrarle el
contenido.
Se congeló cuando observó que Amelia había palidecido.
―¿Qué... qué estás haciendo? ―preguntó, mientras entrecerraba los ojos pero miraba la
espectacular joya con un brillo de codicia.
Callen, confuso, tomó una de las manos de la joven.
―Amelia, te amo, y creo que tú también sientes algo por mí. ¿Me harías el gran honor
de convertirte en mi esposa?
Ella se soltó bruscamente del agarre del joven.
―Levántate ―siseó con frialdad, mientras miraba en derredor comprobando si alguien
había visto el gesto del muchacho.
Callen, sorprendido, se puso en pie al instante, al tiempo que cerraba y guardaba el
estuche.
―¿Amelia?
―Por Dios, Callen, ¿por qué tenías que estropearlo todo? ―espetó ella con exasperación.
Callen frunció el ceño.
―¿Estropearlo? ¿De qué hablas? Te he pedido...
Amelia alzó su rostro hacia él. Callen, desconcertado, dio un paso atrás al notar la
irritación en sus ojos.
―Sé lo que me has pedido ―interrumpió ella con frialdad―. ¡Santo Dios, solamente
tienes veintidós años! ¡Eres un crío! ¿De verdad creías que en algún momento tuve la
intención de convertirme en tu esposa? ―Callen escuchaba estupefacto a la joven, en ese
momento completamente desconocida para él―. Eres un segundo hijo, por Dios, ¡y escocés!
»¿Por qué tenías que echarlo a perder? Nos estábamos divirtiendo. Supuse que tú, al
igual que yo, disfrutabas con lo que teníamos ―continuó, ajena a la conmoción que estaba
provocando en el joven.
Callen meneó la cabeza con incredulidad.
―¿Esto era para ti lo nuestro? ¿Manosearnos en cualquier jardín o habitación?
―Por supuesto, ¿para ti no? Callen, por Dios, tienes un cuerpo espectacular y creí que
también disfrutabas del mío. ―Amelia se frotó la frente con enojo―. ¡¿Quién me mandaría
a mí enredarme con un chiquillo?! ―masculló, mientras se giraba para abandonar la
glorieta.
Al ver la indiferencia de la que creía el amor de su vida, Callen no se pudo contener.
―Mis amigos tenían razón, ¡no eres más que una ramera codiciosa!
Ella se giró con una sonrisa maliciosa, al tiempo que respondía con desdén.
―¿Tus amigos? Otros críos que rechazaron mi... amistad por la estúpida lealtad que
sienten hacia ti.
Incrédulo, Callen solo acertó a farfullar.
―¿Te has insinuado a mis amigos al mismo tiempo que yo te cortejaba?
Amelia rodó los ojos.
―No hubo tal cortejo, Callen, entiéndelo de una vez. Nos divertíamos... o eso pensaba
yo. ―Encogió un hombro con arrogancia―. Te lo he dicho, quiero un título, no un «escocés
don nadie». Eres muy atractivo, y besas como los ángeles, perfecto para un rato de diversión
sin complicaciones, pero... ¡¿matrimonio?! ―Amelia soltó una cínica carcajada―. De hecho,
el conde de Manners está cortejándome. Pronto me convertiré en condesa.
Callen entrecerró los ojos.
―¿Consentías en ser cortejada mientras tú y yo...? ¿El conde tiene el permiso de tu
padre? Él sabe que nosotros estamos juntos.
―Por supuesto que mi padre ha dado su permiso. ¡Es un conde, por Dios! Y sobre lo
nuestro, eres tan ingenuo... ―añadió, burlona―. Él jamás permitiría un compromiso entre
nosotros, mi padre sabe lo que tiene que saber, que somos compatriotas y amigos, para él no
hay nada más entre tú y yo ―espetó con altanería.
Amelia entró en el salón de baile dejando a Callen humillado y avergonzado. Maldita
sea, si les hubiese hecho caso...
Cuando vieron entrar a la señorita Bonham con ademán altanero, los cuatro se miraron
al tiempo que se dirigían a los jardines en busca de su amigo. Todos sospechaban lo que
acababa de ocurrir.
Gabriel y Justin interceptaron a la muchacha.
―Señorita Bonham ―saludó Justin con frialdad.
Amelia hizo una reverencia a los dos caballeros.
―Señorías.
Mientras Justin miraba a la joven de arriba abajo con desprecio, Gabriel tomó la
palabra. Su suave voz tenía un matiz peligrosamente acerado.
―Señorita Bonham, en mi vida he dañado la reputación de una dama y no pienso
empezar a hacerlo ahora. ―Amelia levantó la barbilla con altanería, pero no se atrevió a
dejar a un marqués, heredero de un ducado, con la palabra en la boca―. Sin embargo, hay
algo que quiero que le quede muy claro: usted no es más que la hija de un simple vizconde
que no tiene más remedio que financiar sus caprichos trabajando como agregado en una
embajada. Comience a buscar marido entre los compañeros de su padre: barones,
terratenientes, abogados... porque jamás, repito: jamás, ningún caballero con rango superior a
barón le propondrá matrimonio.
Después de una leve inclinación de cabeza, Gabriel siguió a sus amigos, sin preocuparse
de la mujer que lo observaba alejarse, estupefacta.
Justin miró de reojo a su amigo.
―Has estado espectacular en todo tu arrogante esplendor ducal ―comentó, jocoso.
Gabriel esbozó una sonrisa maliciosa.
―¿Verdad? ―contestó, siguiendo la broma.
Cuando alcanzaron a sus amigos, estos rodeaban a Callen, que de espaldas a ellos
contemplaba los hermosos jardines de la embajada.
Justin interrogó con la mirada a Darrell, que se encogió de hombros.
―No parece muy afectado, furioso sí, creo que es más el orgullo herido que su... amor no
correspondido ―susurró.
―No hace falta que habléis como si tuvierais miedo de que me vaya a deshacer en
lágrimas de un momento a otro ―masculló, irritado.
Kenneth puso una mano en el hombro de Callen.
―Aunque ahora duela...
―No me duele nada en absoluto ―siseó Callen con altanería.
Kenneth ladeó la cabeza.
―¿Fastidie, humille, ofenda...? Bah, elige el verbo que quieras ―sugirió, mientras hacía
un gesto vago con la mano―. El caso es que somos muy jóvenes para pensar en compromisos,
matrimonios y todo lo que conlleva. ―Fingió un escalofrío―. Solo de pensar en que pudiera
verte en cinco años rodeado de una caterva de críos llorones me provoca sudores fríos.
Las risitas de los otros provocaron una sonrisa en Callen. Sus amigos estaban haciendo
todo lo posible por ayudarlo a pasar la humillación, y lo agradecía, vaya si lo agradecía.
Sabía que habían alargado su estancia en París por él, porque se esperaban el estrepitoso
fracaso de su condenada petición de matrimonio y no habían querido dejarlo solo. Enderezó
los hombros y se giró.
―¡Vámonos! Aquí ya no tenemos nada que hacer.
Al cruzar el salón de baile, un grupo de damas que rodeaban a Amelia prorrumpieron
en risitas al ver pasar a Callen, mientras Amelia lo miraba despectivamente. El vizconde,
cerca de ellas, levantó una ceja, burlón, mientras esbozaba una sonrisa maliciosa. Mientras
el rubor subía por su cuello ante la caprichosa y gratuita humillación a la que lo estaba
sometiendo la señorita Bonham, Callen se prometió que jamás volvería a poner su corazón ni
su confianza en ninguna dama inglesa.
Mientras esperaban la llegada del carruaje, Justin le hizo la pregunta que todos tenían en
la lengua.
―¿Volverás con nosotros?
―No. Francia tiene grandes posibilidades para los negocios, el whisky de mi padre será
muy apreciado aquí, y los vinos y brandis franceses lo serán en Escocia.
Kenneth asintió. A pesar de su juventud, de los cinco, era el que tenía un olfato infalible
para los negocios.
―Una pena que mi padre me haya ordenado regresar para ponerme al tanto de los
entresijos del condado, de lo contrario me quedaría con gusto. ¡Seríamos socios! ¿No te
agradaría?
Callen lo miró enarcando una ceja. Al igual que era un Midas para los negocios, era un
completo libertino.
―Dudo que pudieras encontrar tiempo entre tus amantes y tus juergas ―observó,
mordaz.
―Hay tiempo para todo, mon ami ―contestó, mientras soltaba una carcajada.
Cuando el carruaje se acercó, Callen observó al muchacho que lo conducía, un poco
mayor que ellos, y se acercó al pescante, ante el desconcierto de los demás.
El joven se inclinó hacia el caballero, creyendo que le daría alguna indicación, sin
embargo, no era precisamente indicarle nada lo que tenía Callen en mente.
―¿Estás casado, chico?
El muchacho frunció el ceño.
―No, monsieur.
―¿Novia, quizás?
Desconcertado, el cochero farfulló:
―Pues... sí, monsieur.
―¿Ya le has pedido matrimonio?
Callen se estaba divirtiendo pensando en la perplejidad de sus amigos al verlo enfrascado
en la extraña conversación con un cochero parisino.
―Eh... no, monsieur. Todavía tenemos que ahorrar un poco más antes de... ―El
joven cochero ni siquiera sabía la razón por la que le estaba dando tantas explicaciones sobre
su vida personal al extraño inglés, ni por qué este estaba tan interesado en conocerla.
Callen sacó la cajita con la sortija que pensaba regalarle a Amelia y se la lanzó al
cochero. El muchacho la atrapó y, al abrirla, jadeó aturdido:
―¡¿Monsieur?!
―Ahí tienes tu sortija de compromiso para tu novia. Haz lo que quieras con ella;
véndela, si te viene mejor, y le compras otra y con lo que te sobre tendréis para una casita o lo
que sea que queráis. ―Ya se giraba para subir al carruaje, cuando se detuvo para añadir―:
Por cierto, que no te estafen si la vendes.
Alzó la mano y, mientras agarraba al joven por la chaqueta, le susurró algo al oído que
hizo que las cejas del pobre hombre se elevasen hasta casi llegarle a la nuca.
―Eso es lo que pagué yo. No admitas menos del noventa por ciento de esa cantidad.
Con una ancha sonrisa, ignorando los estupefactos rostros de sus amigos, se encaramó al
coche. Al ver que todos permanecían paralizados, gritó desde el interior:
―¿Vais a quedaros ahí pasmados toda la noche?
En el momento en que todos estuvieron acomodados, Justin espetó:
―¿Le has regalado esa joya al cochero? ¿Sabes lo que ha costado?
Callen enarcó una ceja.
―Perfectamente. La pagué yo, por si no lo recuerdas. Y, por cierto, hay que reconocerte
que tienes muy buen gusto.
La carcajada de Darrell hizo que todos volviesen sus ojos hacia él, mirándolo
inquisitivos.
Cuando pudo hablar, Darrell exclamó:
―Me hubiera gustado ver la cara de la señorita Bonham al enterarse de que su fabuloso
anillo ha acabado en manos de un cochero y su novia.
Las risas de los demás llenaron el carruaje.
«A mí también me hubiese gustado», pensó Callen con malicia.
r
Una semana después, el vizconde Bonham dejó su puesto en la embajada, el cortejo del
conde de Manners cesó y padre e hija regresaron a Inglaterra. Callen nunca supo si Gabriel
había tenido algo que ver en la repentina marcha de los Bonham, claro que tampoco le
importaba.
Después fue el turno de partir de sus amigos. A lo largo de esos ocho años, lo habían
visitado con asiduidad; incluso cuando, hacía tres años, el hermano de Callen, y heredero del
ducado, había muerto repentinamente, habían viajado a París para escoltarlo a Escocia
mostrándole su apoyo.
Había llegado el momento de regresar a Inglaterra. Su negocio estaba bien
consolidado en Francia y su padre lo necesitaba. Después de tantos años sin
responsabilidad alguna con el ducado, ahora tendría que hacerse cargo de las
obligaciones que conllevaba ser el heredero, título que nunca deseó ni esperó
poseer.
Pasaría unos días en la residencia familiar de Londres y disfrutaría con sus
amigos. Aunque los había visto con asiduidad en Francia, no era lo mismo que
volver a estar juntos en Londres. Mentiría si no reconociese que, a veces, hasta
él había extrañado esa bulliciosa, maloliente, sucia y esnob ciudad.
k Capítulo 2 l

CALLEN disfrutó de las primeras semanas en compañía de sus amigos. Todos


verdaderos tunantes, pero muy cuidadosos en cuanto a sus reputaciones...
excepto Kenneth, al que le importaba un ardite provocar algún escándalo que
otro, los cuales solían pasarse por alto teniendo en cuenta, más que su rango,
su don para hacer dinero. A ningún noble le interesaba hacerle un desplante al
rey Midas de la ton.
Coincidía con ellos en que ninguno mantenía amante fija. No deseaban
complicaciones más allá de una o dos noches con la misma mujer.
En ocasiones, visitaban un selecto club regentado por una inteligente
cortesana, madame Bernard, que, a pesar de su apellido, de francesa tenía más
bien poco. Callen fue recibido con gran expectación por parte de las chicas.
A que era una cara nueva, se unía su estatura además de su físico
musculado. Callen era un perfecto espécimen del género masculino. De gran
estatura, unos centímetros más que el más alto de sus amigos, su corpulencia,
por demás bien proporcionada con estrechas caderas y largas piernas, tenía un
rostro de nariz recta, labios llenos, mandíbula cuadrada y ojos castaños, con
unos párpados algo caídos que le daban un aspecto de falsa somnolencia.
Todo ello iba enmarcado en un espeso cabello rubio con hebras pelirrojas, que
llevaba bastante más largo que los demás caballeros y hacía que, cuando
entraba en el local, las muchachas compitiesen por llamar su atención ante la
divertida mirada de sus amigos, sabedores de que Callen evitaba en lo posible a
cualquier mujer cuyo físico se pareciese, aunque fuese ligeramente, a lo
habitual entre las inglesas. Callen las prefería tipo... escocés, con abundantes
curvas, y pelirrojas, con lo cual había restringido bastante donde poder elegir.
Ya había comenzado la temporada y los cinco estaban desayunando en la
residencia familiar de Callen en Londres, Brandon House.
El mayordomo había dejado la bandeja con la correspondencia a un lado de
Callen y, mientras este permanecía indiferente a las misivas e invitaciones,
Kenneth, sentado a su izquierda, atrapó el lote de cartas. Fue descartando
varias ante la mirada indolente de Callen, hasta que llegó a una de ellas.
―Et voilá ―exclamó satisfecho, mientras agitaba una invitación.
Callen lo miró de reojo.
―¿Encontraste lo que buscabas? Tengo más correspondencia en mi
despacho, si lo deseas, sírvete tú mismo. Hasta podrías responderlas por mí,
me harías un gran favor ―ofreció con sarcasmo.
Kenneth lo miró con altanería.
―Tenía que cerciorarme de que tú también la habías recibido.
―¿Recibir el qué? ―inquirió Callen, después de tomar un sorbo de su té.
Kenneth suspiró y rodó los ojos.
―La invitación para la fiesta de los condes de Balfour. Son muy selectos
con sus invitaciones ―aclaró.
Callen bufó.
―¿Tú estás invitado?
―Por supuesto ―respondió Kenneth―, me ofende que preguntes siquiera.
―Pues tan selectos no deben ser ―masculló Callen entre dientes, lo que le
valió un puñetazo en el brazo.
―¡Auch!
Justin intervino.
―¿Irás? ―preguntó, dirigiendo su mirada a Callen.
―¿A dónde? ―respondió distraído este, más preocupado en cortar sus
salchichas que en la dichosa celebración.
―A la fiesta ―repuso Darrell, como si hablase con un niño pequeño.
Callen se encogió de hombros y cuando abrió la boca para negarse, la ceja
alzada de Gabriel hizo que la cerrase de golpe.
―¿Debo ir? ―preguntó suspicaz.
―Callen, eres el heredero de un ducado, en realidad de dos, y de no sé
cuántos títulos más; tienes que afianzar tu lugar. Hace tres años que murió tu
hermano, la alta debe verte. ―Gabriel sabía de lo desconfiado que era Callen
con todo lo que se refiriese a Inglaterra, sin embargo, uno de los ducados era
inglés, precisamente era la residencia ducal en la que estaban desayunando, así
que no tenía más remedio que aguantarse y cumplir con su papel de heredero
del ducado en Londres.
―Maldita sea, estará a rebosar de madres codiciosas, hijas aún más
codiciosas y padres arruinados. Estoy harto de inglesas ―masculló enojado.
―Claro, como había tantas en París ―rebatió Kenneth con sorna.
Callen le lanzó una mirada asesina.
―Una ya es demasiado. ¿Cuándo es ese maldito baile?
―Mañana ―respondió Justin.
―¡¿Mañana?! ―Callen no se había dado cuenta de que su exclamación había
sonado con el tono agudo de una damisela hasta que vio cuatro pares de ojos
clavados en él―. ¿Mañana? ―repitió, después de carraspear.
Darrell lo miró con sorna.
―¿Qué ocurre, no tienes zapatillas de baile?
Justin no perdió el tiempo.
―Oh, si es por eso, conozco una modista...
El gruñido de Callen hizo que todos estallaran en carcajadas.
Gabriel se levantó, todavía sonriendo.
―Me es muy grata vuestra compañía, pero me temo que debo irme: he de
reunirme con mi padre y el administrador ―Hizo una mueca de fastidio―.
Caballeros. ―Dirigió una mirada mordaz a Callen―: Consíguete esas zapatillas
―zanjó, ante las risillas de sus amigos.
Justin se levantó a su vez.
―También deberíamos irnos ―comentó mientras Kenneth y Darrell ya se
encaminaban hacia la puerta―. Callen necesita escoger el vestido y el peinado
adecuado. ―No había acabado de decirlo cuando una taza voló hacia él. Tuvo
el tiempo justo de agacharse y que la letal taza se estrellase contra la puerta.
―Deberías practicar tu puntería ―espetó, jocoso, al tiempo que se
marchaba con ademán indolente.
Callen apoyó los codos en la mesa y puso la cara entre las manos.
«Maldición. Cuatro meses, cuatro malditos meses», pensó, desanimado.
r
En otra zona de Mayfair, esta vez en la residencia del duque de Brentwood,
lady Jenna Leighton, hermana de Gabriel, discutía sobre el mismo baile con su
prima, amiga y pupila de su padre, lady Celia Merrick.
―No puedo pasar por eso otra vez, Celia, no iré. Seguramente tendré un
dolor de cabeza horrible.
Lady Celia, de pie frente a ella, se cruzó de brazos.
―Bien, quizá te resulte esta vez. Y la siguiente, ¿qué argumentarás? ¿Te
tirarás de un caballo y te romperás una pierna? ―Alzó una mano y se frotó la
barbilla―. Pensándolo bien, eso te salvaría de participar en la temporada al
completo.
Estaban las dos en la salita privada de Jenna. La muchacha se recostó en la
otomana en la que estaba sentada, dando gracias por que ya no necesitase
institutriz. Ese gesto le hubiera valido una buena reprimenda.
Muy hermosa, era quizá un poco más alta que otras damas; en su rostro
destacaban sus expresivos ojos grises, su pequeña y recta nariz y su boca de
labios un poco más llenos de lo habitual. De abundante cabello castaño
oscuro, era esbelta aunque su pecho estaba un poco más lleno de lo que se
estilaba entre las demás debutantes. Había algo más que destacaba en su
rostro... sus gafas. Esas gafas que su padre tanto odiaba.
Celia se sentó a su lado.
―Jen, estaré a tu lado, te iré guiando. No debes preocuparte, lo hemos
hecho otras veces.
Celia estaba furiosa, aunque cualquiera que la viese no lo podría percibir.
¿Por qué tenía el maldito duque que hacerle eso a su propia hija? Hacerla pasar
por un calvario prohibiéndole el uso de las gafas fuera de la casa y, para el caso,
también dentro, siempre que él estuviese presente.
El duque consideraba la escasa visión de Jenna una tara y, como tal, había
que ocultarla. Tenía la absurda idea de que, si forzaba a su hija a no usarlas, su
visión mejoraría, lo que provocaba que Jenna, que más allá de tres o cuatro
metros veía borroso y no podía distinguir rasgo alguno, tuviese que recurrir a
la ayuda de su prima si no quería hacer de sí misma un espectáculo en público.
Era la primera temporada para las dos, y ninguna de ellas estaba
particularmente contenta de disfrutarla. Jenna por su suplicio al tener que
socializar casi a ciegas, y Celia porque no le veía sentido. Huérfana desde los
once años, sus padres, los condes de Desford, habían designado como tutor al
duque de Brentwood, hermano de su madre. Con una pequeña dote que le
habían dejado sus padres en fideicomiso, dote que casi ningún caballero
elegible tomaría en consideración, se había convencido de que su destino sería,
una vez que Jenna se casase, trabajar para ganarse la vida, bien como dama de
compañía o bien montando su propio negocio en algún barrio respetable, pero
lejos de Mayfair.
Jenna la observó a través de sus gafas. Su salita era el único sitio donde
podía ponérselas sin estar continuamente atemorizada por la posible aparición
de su padre.
―No en un baile ―musitó desolada―. En la calle resulta relativamente fácil,
pero... ¿un baile? Te sacarán a bailar y entonces yo... no puedo, Celia.
―Me cercioraré de aceptar solo los mismos bailes que tengas
comprometidos tú, así en ningún momento estarás sola. ―Celia tomó las
manos de su amiga y las apretó con cariño―. Es eso, o enfrentarte a la ira de tu
padre. Además, ―La miró intentando darle ánimos―, estará tu hermano, él no
permitirá que te encuentres sola en ningún momento.
Jenna resopló.
―Gabriel tendrá mejores cosas que hacer que ocuparse de su defectuosa
hermana.
Los ojos azules de Celia refulgieron de enojo.
―No tienes ningún derecho a hablar así de tu hermano, ni por supuesto a
degradarte de esa manera. Sabes que Gabriel se ha enfrentado varias veces con
tu padre a causa de su absurda orden de que no utilices las gafas, además de
que te adora.
Celia se levantó bruscamente ante la mirada perpleja de Jenna. Su prima no
solía mostrar su enfado, para el caso, no solía mostrar abiertamente sus
sentimientos.
―Supongo que estará comenzando tu dolor de cabeza, pediré que te traigan
paños fríos, pero sería mejor que subieras a tu alcoba. Si te tumbas en la cama,
será más creíble. ―Celia se dirigió hacia la puerta al tiempo que sugería por
encima de su hombro―: Ah, y cerciórate de que echen las cortinas. La luz
agudiza las jaquecas.
Jenna se quedó mirando estupefacta la puerta por donde había salido su
prima. Nunca había sido cobarde. Cuando, con cinco años, su madre se dio
cuenta de que no veía bien, se preocupó de paliar todo lo que pudiese esa
carencia. Jenna no necesitaba gafas para leer o para relacionarse con los demás,
siempre que estuviesen a menos de tres o cuatro metros de distancia. Mientras
vivió su madre, su padre se guardaba muy mucho de hacer algún comentario
sobre su deficiencia, sin embargo, al morir la duquesa, cuando ella tenía tan solo
diez años, Jenna ya no contaba con defensa alguna.
El duque culpaba a su hija de la muerte de su esposa. La duquesa,
empecinada en buscar lo más adecuado para mejorar la vista de su hija, había
acudido a un médico de renombre en el tratamiento de la dolencia de Jenna,
pero no desempeñaba su trabajo en el selecto círculo en el que se movían, sino
que su consulta estaba en los límites del West End, en una zona cercana a
Covent Garden. Pese a la oposición del duque, que consideraba peligroso para
ellas visitar dicha zona, la duquesa insistió. La mala fortuna hizo que en la
consulta se contagiasen, madre e hija, de unas fiebres y, mientras que la niña sí
salió adelante, la duquesa no superó la enfermedad.
Desde ese día, Jenna dejó de existir para su padre, la culpaba de que, a causa
de su defecto, su madre había muerto por buscarle remedio y de que, mientras
las dos se habían contagiado, solo la duquesa había muerto, y todo por culpa
de su hija. El dolor por la muerte de su esposa hacía que buscase cualquier
culpable, aunque este fuese su propia hija.
Se había enfrentado a su padre más veces de las que podía contar, hasta que
comprobó que los castigos no solo le afectaban a ella, sino que se extendían
también a Celia. En ese momento, dejó de pelear.
Suspiró resignada. La jaqueca le valdría esta noche, pero ¿y las demás
noches? Celia tenía razón, no podría evadir la temporada entera, sobre todo
porque su padre, después de la primera excusa, se aseguraría de que participase
en todos los eventos, aunque tuviese que llevarla a rastras.
Abatida, se levantó decidida a buscar a Celia, disculparse por su cobardía y
asegurarle que asistiría al condenado baile.
r
Jenna solía salir a cabalgar muy temprano. Era el único momento, a solas,
en que podía sentirse libre y a salvo de los continuos desprecios de su padre.
Sin que nadie la viese, al ser una hora en que Rotten Row estaba desierto y no
había jinetes que pudiesen reconocerla y comentarlo con su padre, podía
ponerse sus gafas y disfrutar de una hora de tranquilidad, sin contar con que
solía ponerse un sombrero que ocultaba en su totalidad el cabello para evitar
que alguien demasiado observador la reconociese en algún evento.
Había puesto a su yegua a galope y disfrutaba de la velocidad seguida por
su lacayo. De repente, el animal pareció vacilar y, después de hacer un
movimiento extraño, comenzó a bajar el ritmo. Jenna, preocupada, bajó de un
salto de la yegua, al mismo tiempo que su lacayo, que ya se acercaba.
―¿Ocurre algo, milady? ―preguntó el joven con preocupación.
―No lo sé, Roddy. Missy acaba de hacer algo extraño.
r
Callen disfrutaba de su temprana cabalgata sin tener que preocuparse por
mantener una velocidad adecuada, como sería el caso si saliese a una hora más
tardía, en la que se encontraría el paseo lleno de jinetes, tanto caballeros como
damas, más preocupados por ver y ser vistos que por disfrutar del aire libre y
del ejercicio.
Detuvo su caballo cuando vio a una dama acompañada, supuso, por su
lacayo, que revisaba las patas de su yegua.
Satisfecho de que no lo hubiesen visto, ocupados con el caballo, se dispuso
a dar la vuelta. Que se las apañase sola la inglesa. Cuando comenzaba a mover
las riendas, los buenos modales se impusieron. Maldijo interiormente y se
dirigió a prestar ayuda mientras resoplaba con frustración.
Jenna levantó la vista de la pata de Missy al escuchar el trote de otro caballo
que se acercaba. Condenación. Esperaba que no fuese ningún conocido, o
tendría graves problemas con su padre.
Se ajustó las gafas y observó al jinete. El hombre tenía el cabello rubio más
largo de lo habitual, el sol hacía destacar unas hebras rojizas en el revoltijo que
era su pelo, ya que el hombre no utilizaba sombrero, y era guapo, muy guapo.
Suspiró tranquila, no lo había visto en su vida.
El hombre se detuvo y, sin bajarse del caballo, inquirió:
―Buenos días, milady. ¿Puedo ayudarla en algo?
Jenna se paralizó al oír su voz. ¿Cómo era posible que un hombre tuviese
una voz tan hermosa? Ronca pero suave, su timbre era grave y tenía una
rítmica cadencia, como una mezcla de varios acentos que no reconoció.
Callen frunció el ceño, al ver que la dama lo observaba boquiabierta. Se
sabía atractivo, pero no hasta ese punto, por Dios.
―¿Milady? ―insistió.
Jenna despertó de su ensoñación.
―Oh, mis disculpas. Me temo que a mi yegua se le ha incrustado una piedra
en uno de los cascos, y ni Roddy ni yo tenemos con qué sacársela.
Callen enarcó una ceja. Puede que el lacayo llevase consigo una navaja, cosa
improbable, pero dudaba mucho que la dama saliese a montar pertrechada con
una, por lo que por supuesto que no podrían ayudar al animal.
Maldiciendo en varios idiomas, descabalgó y se acercó a la dama y a la pata
del caballo mientras metía la mano en su bota y sacaba una navaja. En realidad,
no era propiamente una navaja, tal y como la conocían los ingleses. Era un
sgian dubh regalado por su padre cuando era apenas un crío.
Jenna se había quedado paralizada al ver al caballero cuando bajó de su
caballo. Dios Santo, era altísimo, Gabriel era alto, pero este hombre le
sobrepasaba en algunas pulgadas, y su cuerpo parecía el doble del de su
hermano. Gabriel estaba en forma y tenía musculatura, o eso suponía por
cómo llenaba la ropa, pero su porte era mucho más estilizado que el del
hombre que la observaba suspicaz.
Callen miró con recelo a la dama, que permanecía al lado de la pata del
caballo sin apartarse; si no le dejaba espacio, mal podría ayudar. Frunció el
ceño al observarla con más atención... ¿llevaba gafas? ¿Una dama inglesa,
joven, con gafas en público? Una solterona, tal vez, pero esta muchacha
parecía una debutante, aunque no podría asegurarlo. Entre su sencillo traje de
montar, por lo que parecía, una talla más grande de la debida, que no ayudaba
en nada a destacar su figura, el sombrero calado hasta las cejas y las gafas... lo
único que podía observar era una bonita nariz pequeña y recta y una boca...
¡Joder! Tenía una boca preciosa, de labios llenos y con un precioso tono
rosado, y cuando la fruncía, como ahora, un hoyuelo se le formaba en la
comisura izquierda.
Maldita sea, ahora el embobado era él. Meneó la cabeza y le hizo un gesto a
la dueña del hoyuelo para que se apartase.
Tomó la pata de la yegua y comprobó que, efectivamente, tenía incrustada
una piedra. Con la punta del cuchillo sacó limpiamente el guijarro y continuó
revisando las otras patas.
Mientras guardaba el sgian dubh, se dirigió a la muchacha del hoyuelo.
―Ya está, milady. Sin embargo, le recomendaría que no la forzase. Puede
ser que la piedra haya causado alguna pequeña herida.
Se dio la vuelta para subir a su caballo al tiempo que observaba de reojo
cómo el lacayo ayudaba a subir a su señora. Debería de haberla ayudado él, le
habían enseñado buenos modales, pero consideró que ya había hecho bastante
por una inglesa. ¡Y sin haber desayunado todavía!
Una vez encima del caballo, inclinó la cabeza cortés.
―Que tenga un buen día, milady.
Jenna, perpleja, solo atinó a responder:
―Oh, sí, buen día para usted también, señor.
La joven dudó que el hombre hubiera escuchado siquiera sus palabras,
puesto que ya se alejaba al trote. Se encogió de hombros y, al tiempo que
acariciaba a Missy, se dispuso a volver a Brentwood House.
r
La fiesta era un éxito. Los condes, bien relacionados y respetados entre la
ton, habían reunido a la élite de la alta sociedad.
Jenna y Celia saludaron a sus anfitriones y les fue presentada la sobrina de
la condesa, una hermosa americana a la que su padre, banquero en América,
había enviado a Londres a disfrutar de su primera temporada y, ya de paso,
encontrar un marido entre la abundancia de caballeros titulados.
La señorita Shelby Holden les cayó bien de inmediato a ambas primas. Su
franqueza y que observaba a las damas y caballeros a los que era presentada
con un deje de diversión gustó a las jóvenes, que no dudaron en invitarla a que
las acompañase una vez se hubiese disuelto la línea de recepción.
Después de proveerse de sendas bebidas, se situaron al borde de la pista
amparadas por unas columnas, desde donde podían divisar la escalera de
acceso al salón. Era el sitio perfecto para que Celia, discretamente, fuese
indicando a Jenna los nombres de quienes se acercaban a ellas.
En un momento dado, se anunció la llegada del conde de Craddock
escoltando a su hermana, lady Frances Wilder, seguidos por el vizconde
Hyland y lord Darrell Ridley.
Unos minutos más tarde, el maestro de ceremonias anunciaba al marqués
de Willesden, hermano de Jenna, y a otro caballero, el marqués de Clydesdale.
Jenna miró hacia la escalera, su hermano se había adelantado al otro
caballero y esperaba por este. Cuando él miró en su dirección, le dedicó una
abierta sonrisa. No solía verlo a menudo, puesto que mantenía una residencia
de soltero y Gabriel no era muy aficionado a acudir a bailes repletos de
debutantes.
Jenna no podía distinguir si Gabriel le estaba correspondiendo o no, por lo
que, al ver que su rostro seguía girado hacia ella, levantó la mano para
saludarlo afectuosa.
Celia, al notar el gesto, miró en derredor.
―¿A quién saludas?
Jenna hizo un gesto con la cabeza señalando la escalera.
―A mi hermano, por supuesto ―informó, mientras seguía agitando su
mano.
Su prima siguió su mirada y al instante palideció. Disimuladamente, bajó la
inquieta mano de su amiga.
―Ese no es tu hermano ―siseó mientras se envaraba.
Jenna la miró extrañada.
―¿Cómo dices? Si acaban de anunciarlo...
―Jen, tu hermano está entrando en este mismo instante.
La joven abrió los ojos como platos.
―Oh.
«¿Entonces a quién estoy saludando?», se preguntó, azorada.
―¿Estás segura? ―insistió―. Ese caballero es igual que Gabriel.
―Tiene el mismo color de pelo, solo que tu hermano lo tiene más claro, y
es algo más alto que Willesden. Viéndolos, y es un eufemismo en tu caso, por
separado, es lógica tu confusión.
Jenna bajó la mirada, avergonzada.
―El caballero... ¿está muy sorprendido?
Celia observó al hombre.
―Sorprendido no sé. Te mira con el ceño fruncido. Debe estar
preguntándose si has escapado de Bedlam. ―Celia no pudo reprimir una risita.
―No es gracioso ―musitó Jen, enojada―. A saber lo que está pasando por
su cabeza. ¡Ay Dios! ―exclamó.
―¡¿Qué?!
―Si lo anunciaron con Gabriel debe formar parte de su grupo de amigos.
―Jenna se mordió el labio, aturdida.
Celia rodó los ojos.
―Jen, el caballero no te conoce. No sabe que eres la hermana de Gabriel, la
confusión se aclarará cuando tu hermano haga las presentaciones. Deja de
preocuparte. Sonríe, se acercan el conde de Craddock y lady Frances.
Ambas muchachas esbozaron una sonrisa al tiempo que se disponían a
saludar a los hermanos.
Mientras Jenna y Celia saludaban al conde y a su hermana, Callen, aún con
el ceño fruncido, se dirigió hacia la mesa de bebidas en el otro extremo del
salón.
«¡¿Qué demonios?! Estas inglesas no tienen un ápice de decoro en su
cuerpo. Y Kenneth presumía de lo selecto de los invitados. Por Dios, si esa
muchacha llega a estar más cerca de mí, apostaría mi mejor caballo a que me
hubiera arrastrado a la primera habitación vacía que encontrase», pensó. Y sin
embargo, la muchacha era preciosa, tenía que reconocerlo.
No es que a Callen le preocupase demasiado la falta o la abundancia de
decoro en las debutantes inglesas, lo que le ponía el vello de punta era poder
verse arrastrado a una situación... complicada por una de esas ambiciosas
damas. Desde su funesta relación con Amelia no había vuelto a relacionarse
con dama inglesa alguna y, desde luego, no le habían faltado amantes.
Sabía que estaba siendo irracional. Aquello había sucedido cuando él era un
crío sin experiencia, no debería haber dejado huella alguna en él, pero Amelia,
aun siendo más joven que él, rebosaba experiencia por los dos, y recordar las
advertencias de sus amigos, que ignoró, lo llenaba de indignación suponer que,
al igual que ellos, la totalidad de la población inglesa en París estaba al tanto de
su estúpido enamoramiento por una vulgar falda ligera, a la vez que de su
humillante rechazo, del que Amelia había presumido, considerándose destinada
a ser la esposa de un caballero titulado, no de un segundón escocés. ¿O era
vergüenza? Daba igual, la avezada señorita Bonham había conseguido que a su
pobre opinión sobre los caballeros ingleses se sumara también la de las damas.
Había tenido que soportar el abuso de la pandilla de cretinos matones en
Eton y, después, ser avergonzado por Amelia. Estaba más que harto de los
ingleses.
Por el rabillo del ojo vio acercarse a Gabriel. Cuando estuvo a su altura y
antes de que abriera la boca, Callen espetó:
―No.
Gabriel enarcó las cejas mientras detenía el movimiento de su mano hacia
una copa de brandi.
―Me temo que no he hecho ninguna pregunta... todavía.
Callen tomó un sorbo de su copa.
―Pero la harás, y la respuesta es no.
―¿Puedo conocer al menos la pregunta que se supone que te haré?
―sugirió Gabriel, mientras lo miraba desconcertado.
―No voy a bailar con ninguna dama menor de... cincuenta... no, sesenta
años ―sentenció.
Gabriel se tragó una sonrisa.
―Cal, sería raro encontrar una dama de sesenta años que todavía disfrute
con el baile.
―Mejor, eso me deja menos opciones.
―¿Opciones para qué? ―Darrell los observó brevemente para después
centrarse en elegir su bebida de entre la variedad de la mesa.
―Callen solo está interesado en bailar con damas que superen los...
¿cincuenta? ―inquirió Gabriel, mientras enarcaba una ceja en dirección al
aludido.
Darrell miró perplejo al susodicho. Meneó la cabeza y le dio un sorbo a su
copa.
―Creo que nos vendrá bien a todos tomar un poco el aire, parece ser que
Justin está en los jardines con lady Frances.
Ambos amigos miraron inquisitivos a Callen.
―Me temo que prefiero la sala de caballeros. ―Inclinó la cabeza con
sarcasmo y se alejó con paso indolente.
―¿Nunca superará lo de la señorita Bonham? ―preguntó Darrell, mientras
observaba alejarse a Callen.
Gabriel hizo una mueca.
―Me atrevería a decir que ese enamoramiento, si se le puede llamar así, está
más que superado. Lo que es incapaz de disculpar es la humillación a la que
fue sometido en Eton y, posteriormente, por esa mujer.
Darrell palmeó la espalda de Gabriel.
―Menos mal que intervinimos, si no, me temo que con su carácter hubiera
arrasado Eton hasta los cimientos y tendríamos que haber finalizado el colegio
en Harrow ―opinó, mientras sacudía la cabeza como ofendido por tal
suposición.
Gabriel asintió esbozando una sonrisa, mientras ambos se encaminaban
hacia los jardines.
r
En ese momento, Justin se encontraba conversando con su hermana, lady
Celia y lady Jenna, a las que se les había unido la señorita Shelby Holden,
protegida de los anfitriones.
En un momento determinado, ante una broma de Shelby, todos se echaron
a reír al tiempo que Justin tiraba de su hermana y comenzaba a hacerle
cosquillas. No resultaba muy decoroso, pero se hallaban solos y los amigos,
excepto Callen a causa de su larga estancia en París, conocían a las hermanas y
primas de los demás desde que llevaban pañales.
Frances chilló de modo muy poco femenino.
―¡Justin, detente, me estropearás el peinado! ―exclamó, mientras las demás
reían a carcajadas.
Justin continuó con la broma.
―No te estoy tocando el peinado, si dejaras de revolverte como una
sanguijuela... ―De repente, una voz airada los sobresaltó a todos.
―¡Suéltela!
Seis pares de ojos se giraron hacia donde provenía la voz.
Una dama se acercaba a la carrera, con ademán belicoso. Justin,
desconcertado pero sin soltar a su hermana, miró hacia atrás, suponiendo que
se refería a otra persona. No vio a nadie más en los jardines y volvió su rostro
hacia la enojada dama.
La joven, porque se trataba de otra debutante, se paró delante de la pareja
formada por Justin y Frances y, de un tirón, arrebató a Frances del agarre de su
hermano.
Mientras la colocaba detrás de ella, sin reparar en el estupor de las otras
cinco personas que la contemplaban, espetó, al tiempo que señalaba con un
dedo a Justin:
―He dicho que la suelte. ¿Es usted sordo, acaso?
Justin, perplejo, solo atinó a responder:
―Milady, me temo que está confundida, la dama es...
La joven no lo dejó acabar.
―¡No importa quién sea, le debe respeto, tanto si es su amante como si no!
Se oyeron varios jadeos y cuatro pares de ojos se dispararon hacia Justin.
Todas, excepto Shelby, conocían al conde de Craddock desde siempre, y que lo
acusasen de falta de decoro... no lo iba a tomar nada bien. Las jóvenes se
encogieron esperando la respuesta de Justin.
La voz del conde tomó un matiz acerado.
―Milady, no tengo por qué tolerar que se haya inmiscuido en una
conversación a todas luces privada... Mucho menos, que juzgue a una dama sin
conocerla en absoluto.
―¡¿A eso le llama usted conversación?! ―ladró la joven―. Estaba
toqueteándola por todas partes mientras ella le rogaba que parase. ¡Usted no es
un caballero, es un sinvergüenza, milord!
Sin dirigirle otra mirada se giró hacia Frances, que observaba aturdida la
escena.
―Vamos, milady ―ofreció la joven―, la acompañaré a la sala de damas.
Justin, al ver que la belicosa muchacha hacía ademán de tomar a su
hermana del brazo, lanzó el suyo y agarró el de la joven.
La joven se volvió como si le hubiese picado un escorpión. Se levantó un
poco las faldas y, al tiempo que le soltaba una patada en la zona más delicada
de Justin, para el caso de cualquier hombre, exclamó furiosa:
―¡A mí no me toque, maldito libertino!
Mientras Justin, gimiendo de dolor, caía de rodillas con sus manos
cubriendo lo que esperaba fueran las joyas del condado, eso si todavía se
encontraban en su sitio, ya que se temía que el nudo que notaba en la garganta
fueran dichas joyas desplazadas por la patada de la arisca muchacha, la dama,
con ademán belicoso, lideró al atónito grupito de damas que se cruzó con los
tres caballeros que salían al encuentro de Justin.
Kenneth observó la extraña procesión liderada por una menuda dama con
el rostro sonrojado por... ¿el enojo? Mientras se miraban unos a otros
confusos, Frances se giró hacia ellos.
―Justin..., ayudadlo ―vocalizó sin palabras al tiempo que les enviaba una
mirada de súplica.
Gabriel, sin perder tiempo, se encaminó a grandes zancadas hacia donde se
suponía que habían dejado al conde, y lo que vio hizo que se detuviera atónito,
provocando que los otros, que lo seguían, casi lo tirasen al chocar contra su
espalda.
Justin se encontraba arrodillado en el suelo, meciéndose hacia delante
mientras se agarraba sus... ¿partes privadas?
―¿Jus? ―balbuceó Kenneth.
Justin levantó un palmo la cabeza solo para ver tres pares de brillantes botas
delante de él.
Darrell abrió la boca, pero la cerró de inmediato. La situación era tan
absurda que no sabía qué preguntar. Miró a Gabriel en busca de ayuda, sin
embargo, este se limitó a encogerse de hombros.
Kenneth, que parecía el menos perplejo por la situación, volvió a preguntar:
―Estás... ¿estás bien?
Justin, ahora sí, alzó la cabeza para fijar una mirada asesina en su amigo.
―¿Te lo parece?
Kenneth se encogió de hombros.
―En realidad, no. ¿Qué ha pasado?
Justin dejó de mecerse, parecía que el dolor comenzaba a remitir.
―Una maldita zorra salvaje metomentodo, eso es lo que ha pasado.
Los otros tres se miraron confusos.
―¿Hablas de una dama? ―se atrevió a preguntar Darrell.
―Eso no era una dama ―masculló Justin entre dientes―, era un maldito
jabalí sanguinario.
Gabriel por fin encontró su voz.
―Pero ¿qué ha ocurrido? ―inquirió.
―¡Y yo qué sé! ―exclamó Justin exasperado―. En un minuto estaba
bromeando con Frances y al minuto siguiente esa... esa salvaje se abalanzó
sobre...
―Ya, ya vemos hacia dónde se abalanzó ―murmuró, jocoso, Kenneth.
Justin le lanzó una mirada letal al tiempo que tomaba la mano que Gabriel
le tendía.
―Vamos, levántate, no creo que tengas interés en que nadie te vea en este
estado ―pareció pensarlo, y continuó―: bueno, además de nosotros y de mi
hermana, y de la tuya, y de...
―¡Suficiente! ―zanjó Justin mientras se levantaba.
Reprimiendo un gesto de dolor, sacudió sus pantalones.
Cuando levantó la vista, observó tres rostros que lo miraban con caras
afligidas.
―Es a mí a quien le duele ―masculló irritado.
Darrell rodó los ojos.
―Ingrato, estamos siendo solidarios.
El doliente miró a Kenneth.
―Dijiste que este baile era de lo más selecto ―El aludido asintió.
―Entonces... ―siseó mientras se acercaba peligrosamente a Kenneth, al
tiempo que este retrocedía un paso―. ¡¿Cómo demonios se ha colado una
maldita loca escapada de Bedlam?! ―ladró furioso.
―Yo qué sé, ya sabes que a veces, entre tanta gente... ―intentó justificar
Kenneth.
Gabriel intervino antes de que Justin perdiese la poca paciencia que le
quedaba.
―Entremos, invitaremos a bailar a las damas y luego podremos irnos.
r
Mientras tanto, en la sala de damas...
―¿Es tu hermano? ―preguntó lady Lilith Edwards mientras su rostro
estallaba en un furioso color rojo―. ¿Estás segura?
Jenna soltó una risilla mientras Frances enarcaba una ceja, sin responder a
la absurda pregunta.
Lilith se inclinó para tomar las manos de Frances que, sentada delante del
tocador, dejaba que Celia recolocase su peinado.
―¡Oh Señor, cuánto lo siento! Pensé...
―No pensaste, Lilith ―intervino Shelby―, ¿crees que si lord Craddock
estuviese abusando de Frances permaneceríamos de brazos cruzados sin
intervenir? ―pareció pensarlo un instante, y añadió―: Quizá no de forma tan
expeditiva como tú, pero habríamos intervenido.
Lilith comenzó a frotarse las manos, nerviosa.
―Debo pedirle disculpas... ¡Santo Dios, pude...!
―¿Dejar al condado sin posibilidad de herederos? ―aventuró Jenna.
Lilith gimió al tiempo que se tapaba el rostro, avergonzada.
―Yo que tú esperaría un poco a que lord Craddock y sus... ―Celia hizo un
gesto vago con la mano― se calmasen. Quizá la próxima temporada...
―aventuró con diversión.
―Tendremos que coincidir en algún momento, no puedo dejar que este
malentendido se alargue más.
Los hombros de Celia comenzaron a temblar hasta que no pudo aguantar y
estalló en carcajadas ante la desafortunada elección de palabras de Lilith.
Lilith se dejó caer con abatimiento en uno de los sillones de la sala.
―Si mi padre se entera, estaré encerrada hasta que cumpla los veinticinco
―murmuró apesadumbrada―. Dios mío, me mandará a Escocia, al pabellón de
caza ―farfulló, mientras enterraba el rostro entre las manos.
Celia le palmeó un hombro.
―Vamos, no será para tanto.
Tres pares de cejas enarcadas hicieron que intentara arreglarlo.
―Quiero decir, tu padre no tiene por qué enterarse.
―Tranquila, Lilith, no es como si mi hermano fuese a pregonarlo por ahí,
ni siquiera para quejarse a tu padre ―intervino Frances mientras Celia le daba
los últimos ajustes a su peinado.
Lilith asintió. Observó a las cuatro muchachas, que parloteaban entre ellas.
Las encontraba agradables y encantadoras, de hecho, no le habían reprochado
su metedura de pata, y no era un eufemismo.
Conocía a lady Jenna y a lady Celia, habían coincidido varias veces durante
sus paseos por Hyde Park. Ella siempre acudía sola, únicamente acompañada
por su institutriz. La señorita Smithson había entablado amistad con la
institutriz de las dos primas y estas no tuvieron reparo en ofrecer su amistad a
la solitaria niña.
Sin embargo, no conocía a la señorita Shelby Holden ni, por supuesto, a
lady Frances. Shelby era una recién llegada y era difícil conocer a otras damas
como ella, todavía jóvenes para entrar en sociedad pero lo suficientemente
crecidas como para comenzar a tratarse. Aunque lady Frances tenía varias tías
que podrían ayudarla, ninguna de ellas mostraba demasiado interés. Se
limitaban a turnarse para acompañarla como chaperonas a los eventos a los
que era invitada. Habiendo pasado gran parte de su infancia en el campo, en la
finca familiar, no había coincidido con Lilith en Londres. Sí con Jenna y Celia,
puesto que el hermano de la primera y el de lady Frances eran íntimos amigos.
Las jóvenes se levantaron, dispuestas a bajar al salón de baile.
―¿Vamos? ―inquirió Shelby, al tiempo que alisaba las faldas de su vestido.
Lilith enrojeció.
―Yo... creo que esperaré un poco.
Jenna intercambió una mirada con Frances.
―Lilith, si yo puedo bajar y enfrentarme a toda esa gente, tú también
puedes. Al fin y al cabo, solo tienes que avergonzarte delante de un caballero,
mientras que yo...
Lilith observó a Jenna. Sabía de su problema con la vista, y lo que le
costaba enfrentarse a todo un salón de baile sin apenas distinguir nada a más
de tres metros de distancia. Si ella podía hacerlo... en realidad, solo tenía que
pedir disculpas a un caballero, ¿no?
r
Callen se encontró con sus amigos cuando salía de la sala de caballeros.
Observó confuso cómo todos rodeaban a Justin, que con el ceño fruncido y
malhumorado... ¿cojeaba?
Cuando llegaron a su altura pasó la mirada de unos a otros hasta que la
centró en Kenneth. Algo le decía que preguntarle directamente a Justin no
sería bien recibido.
―¿Qué ha ocurrido?
Kenneth echó una mirada de reojo a Justin al tiempo que se pasaba la mano
por la nuca.
―Digamos... digamos que ha habido un malentendido con una dama.
Justin bufó.
Callen enarcó las cejas en dirección al conde.
―¿Te has propasado con una debutante? ―preguntó atónito. De todos
ellos, el que más observaba las normas era Justin, era imposible que hubiera
insultado a una dama.
―Ella se ha propasado conmigo ―ladró Justin.
Al tiempo que las cejas de Callen continuaban ascendiendo, miró a Gabriel.
Este disimuló una sonrisa.
―La dama confundió las bromas que le estaba gastando Jus a su hermana, y
digamos que se lanzó a defenderla creyendo que él se estaba tomando
demasiadas atribuciones.
―Se lanzó a propinarme una patada en... ―ladró Justin colérico.
La mirada de Callen se disparó hacia la parte baja de la cintura de su amigo.
―Todavía tengo mis... atributos, si es eso lo que estás buscando ―afirmó,
todavía más irritado.
Los hombros de Darrell y Kenneth comenzaron a temblar, al tiempo que
intentaban disimularlo girando los rostros para observar el salón de baile.
Callen meneó la cabeza, pesaroso.
―Os lo dije, no hay ninguna inglesa confiable. ―Intentó arreglarlo al ver las
miradas acusatorias de sus amigos―. Vuestras madres y hermanas... y poco
más.
Gabriel contuvo una sonrisa.
―Acompáñanos, iremos a invitar a bailar a las damas... confiables y nos
iremos. ―Echó un vistazo a Justin―. Me temo que Jus no está como para
andar trotando por la pista de baile.
Callen levantó las manos como para frenar a su amigo.
―Oh no, ni los mismísimos demonios del infierno harán que me acerque a
una de esas descerebradas, mucho menos después de ver lo que han hecho con
Justin.
El aludido inclinó la cabeza agradeciendo la comprensión y la solidaridad
de su amigo. Sin embargo, su satisfacción duró poco cuando Gabriel lo tomó
del hombro para empujarlo hacia el interior del salón.
―Nos encontraremos en la puerta después del vals ―afirmó, sin mirar a
Callen y mientras arrastraba a un cada vez más malhumorado Justin, seguido
de unos divertidos Darrell y Kenneth.
k Capítulo 3 l

CALLEN tomó una copa de la bandeja que portaba un lacayo y, mientras se


apoyaba con indolencia en una columna desde donde podía ver a sus amigos
sin ser visto, se dispuso a disfrutar del espectáculo.
Las damas hicieron las respectivas reverencias a sus amigos cuando estos se
acercaron, Callen contempló cómo se hacían presentaciones, pero se envaró al
distinguir entre ellas a la descarada que le había sonreído y saludado cuando
entró en el baile.
La desvergonzada, después de hacer su reverencia a Gabriel extendió sus
manos hacia él, que Gabriel tomó con cariño. «¡Vaya! Ya ha encontrado a otro
incauto», pensó, irritado. Se ve que la muchacha no perdía el tiempo. La
escrutó con atención. Era muy hermosa, debía reconocerlo. Un cuerpo
perfecto, pelo castaño oscuro, no distinguía el color de sus ojos, pero supuso
que los tendría azules como la mayoría de las inglesas. Lástima que estuviese
prohibida, por lo menos para él, aunque por lo que parecía, no para Gabriel.
Entrecerró los ojos al tiempo que daba un sorbo a su brandi. Quizá no era
una debutante, puede que fuese una cortesana. ¿La amante de Gabriel? No.
Alguna de esas damas era la hermana de Justin, y él no toleraría que Gabriel
mezclase a sus amantes con su inocente hermana, además de que otra de las
damas debía ser la hermana del propio Gabriel, quizá la joven rubia. Se
encogió de hombros. Seguramente sería otra codiciosa buscando la mejor
opción para ella, y un marqués, heredero de un duque, era difícilmente
superable.
Meneó la cabeza, en realidad a él qué podría importarle, no era como si
Gabriel no supiera defenderse de las arribistas. Había lidiado con ellas y sus
madres mucho más tiempo que él. Sin embargo, no sabía la razón pero esa
dama en concreto despertaba su curiosidad.
Vio cómo la joven, después de echar un vistazo a sus amigas, susurró algo
al oído de Gabriel y, después de intercambiar unas palabras con la joven rubia
que estaba a su lado, se dirigió hacia las escaleras que conducían a la sala de
damas.
Jenna se había dado cuenta de que eran cinco damas para cuatro caballeros
y decidió que sus amigas se merecían bailar, sobre todo Lilith después de su
arrebato. Al fin y al cabo, a ella no le importaba. Le comentó a Celia que
necesitaba subir a la sala de damas, eso les permitiría no sentirse incómodos, ni
a los caballeros ni a sus amigas. Callen la siguió con la mirada mientras la
muchacha se dirigía lentamente hacia las escaleras.
«Qué raro, da la sensación de que tiene que pensar cómo caminar», pensó,
mientras fruncía el ceño, desconcertado.
r
Cuando Lilith fue presentada a Justin, este no pudo evitar dar un paso hacia
atrás, mirándola con suspicacia.
Lilith, sonrojada como una remolacha, inspiró y, decidida, después de hacer
una perfecta reverencia, se dirigió al conde:
―Milord, me temo que debo disculparme ―carraspeó azorada―. Yo...
pensé... La verdad es que no le conocía ni a usted ni a lady Frances, y
malinterpreté la situación.
Justin enarcó una ceja mientras observaba la suplicante mirada de la joven.
―Milady ―comenzó con frialdad―, había con nosotros tres damas más.
¿No cree que, si hubiese insultado de alguna manera a la dama, ellas habrían
intervenido?
Lilith asintió mientras bajaba los ojos, avergonzada.
Justin la observó altanero.
―Me temo que su institutriz fue muy negligente en sus enseñanzas, debería
repasar sus clases de modales... y sobre todo, practicar la contención ―espetó
con hostilidad.
Los demás observaban el incómodo intercambio hasta que Frances
intervino.
―Vamos, Justin, lady Lilith se ha disculpado, no ha sido más que un
molesto malentendido.
El conde se tragó la respuesta mordaz que tenía en la lengua.
«¿Molesto? Esa mujer patea como un caballo», pensó. Sin embargo, no
quería incomodar a su hermana. Él todavía tenía modales.
Darrell se inclinó hacia él.
―Sácala a bailar, hombre, la muchacha está sumida en la vergüenza. No la
incomodes más.
Justin le lanzó una mirada asesina. ¿Incomodar, él a ella?, ella sí que me ha
incomodado, y mucho, mis...».
Sin embargo, sus modales se impusieron. El vals no permitía mucho
acercamiento y, en plena pista, rodeados de parejas, por mucho que la
incomodase no se atrevería a ponerle un pie encima, ¿verdad?
Carraspeó y, al tiempo que extendía su mano, habló a la ruborosa
muchacha.
―Disculpas aceptadas, milady ―masculló a regañadientes―. ¿Me permitiría
el honor del siguiente baile?
Su estómago se estrujó cuando la joven alzó su rostro esbozando una
radiante sonrisa. Santo Dios, era muy hermosa. Lástima que sus modales
fuesen deplorables.
―Será un placer, milord.
Como si fuese una señal, el resto se emparejó y se dirigieron a la pista de
baile.
r
Habían transcurrido varios minutos desde que sus amigos habían
comenzado a bailar, y la castaña descarada todavía seguía en el piso de arriba.
Callen, a regañadientes, comenzó a preocuparse. Había observado que
caminaba con pasos cautelosos. ¿Estaría enferma?
Maldición, tampoco era tan cruel como para obviar a una dama si
necesitaba ayuda, con más motivo si era amiga de las hermanas de sus amigos.
Acabó de un trago la copa y, después de dejarla en la bandeja de un lacayo,
se encaminó hacia las escaleras.
Jenna calculó que el tiempo del vals estaría llegando a su fin y salió de la
sala de damas. El pasillo estaba iluminado, pero temía cruzarse con alguien. La
luz que provenía del salón de abajo hacía que no pudiese distinguir el rostro de
quien subiese, al quedar su figura recortada en el resplandor. Se apresuró,
rogando por no encontrarse con nadie. Sin embargo, sus plegarias no fueron
escuchadas.
Callen caminaba distraído, preguntándose qué demonios le había impelido a
seguir a la dama. Si estaba enferma, en la sala de damas había doncellas, ellas la
atenderían. Irritado consigo mismo, estaba a punto de darse la vuelta cuando
algo se abrazó a él. Bueno, algo no: un cálido y bien formado cuerpo femenino.
Jenna tuvo el tiempo justo para aferrarse a las solapas de la mole contra la
que había tropezado al tiempo que su nariz se incrustaba en el amplio pecho
del susodicho armatoste.
Callen miró hacia abajo y al ver quién era la dama que se aferraba a él como
si fuera un tablón en medio del mar, su irritación aumentó.
―¡Quíteme las manos de encima... milady! ―exclamó exasperado.
Jenna enarcó las cejas ante el exabrupto. Sin embargo, en su azoro, no soltó
al hombre.
Callen atrapó las manos de Jenna y, sin ningún miramiento, las alejó de su
cuerpo. Mientras se sacudía las solapas de su chaqueta, espetó:
―¿Acaso no le basta con Willesden? ¿Con cuántos caballeros más va a
intentarlo? Porque le aviso de que, conmigo, da en hueso.
―¿Disculpe? ―Jenna estaba perpleja. Ningún hombre, caballero o no, le
había hablado con semejante falta de modales.
¿Estaría borracho? Olisqueó disimuladamente. Olía un poco a brandi, pero
no tanto como para...
Callen continuó con su diatriba.
―¿Tanta urgencia tiene por pescar un buen partido? Por el amor de Dios,
por lo menos espere a que sean los caballeros los que se ofrezcan. ¿No le
enseñaron decoro? ―ladró furioso.
Jenna escuchaba al hombre estupefacta. «¿De qué demonios habla? ¿Y qué
tiene que ver Gabriel en todo esto?», pensó. Hasta que su temperamento hizo
aparición.
―Milord, si es que se le puede denominar así, ha sido un simple tropiezo y
me he disculpado con usted. Así que si me disculpa... ―Jenna rodeó al
hombre, dispuesta a alejarse de semejante patán. Pero no había dado ni dos
pasos cuando la voz varonil la detuvo.
―Olvídese de Willesden, se lo advierto.
«¿Que me olvide de Gabriel? Este hombre está como una cabra», pensó, al
tiempo que continuaba su camino.
Confusa, comenzó a bajar las escaleras al encuentro de sus amigas. Miró de
reojo hacia atrás y vio que el hombre había desaparecido, sonrió en su interior:
el caso es que tenía una voz preciosa, un poco ronca, quizá por el enfado, pero
aun así suave, como una caricia. Con esa voz podría encandilar a cualquier
dama, siempre y cuando el hombre estuviese cuerdo, cosa que dudaba. Meneó
la cabeza, ¡¿qué le podía importar a ella la ronca y suave voz de aquel
descerebrado?! Un destello de reconocimiento pasó por su mente. Esa voz...
¡Era el mismo caballero que la había ayudado en Rotten Row!
Callen decidió tomar las escaleras de servicio para dirigirse a la entrada de la
residencia sin importarle las miradas de sorpresa de los criados.
Condenación, la desvergonzada era una preciosidad. Le recordaba a
alguien, pero no acababa de ubicarla. Se encogió de hombros, le era indiferente
quién fuese, para el caso, otra avariciosa inglesa dispuesta a venderse al título
más alto.
Sin embargo, cuando se reunió con sus amigos y se dirigieron al local de
madame Bernard, olvidó a la desvergonzada debutante en cuanto su pelirroja
favorita se acercó seductora.
r
En cuanto su doncella la hubo desvestido, Jenna se dirigió en camisón y
bata hacia el dormitorio de Celia. Solían reunirse allí después de acudir a algún
evento para intercambiar impresiones. Pero esta vez iba a sorprender a Celia
en cuanto le comentase su encuentro con... con quien quiera que fuese.
Cuando le hubo relatado con pelos y señales el tropezón con el caballero,
Celia la observó confusa.
―¿No se presentó?
Jenna se encogió de hombros.
―No. Estaba demasiado ocupado insultándome.
―Al menos estaba cerca ―meditó su prima―. ¿Pudiste verle el rostro? ¿Lo
reconocerías?
Jenna movió negativamente la cabeza.
―La luz se reflejaba tras él, no pude distinguir sus rasgos. Solamente
reconocí su voz.
―¿Su voz?
Con una pícara sonrisa, Jenna se explicó.
―Tenía una voz preciosa.
Celia rodó los ojos.
―Un caballero te dirige una sarta de improperios en medio de un pasillo y
¿en todo lo que te fijas es en su voz? ¿La misma preciosa voz del caballero de
Rotten Row?
Jenna frunció el ceño mientras asentía.
―Era el mismo hombre, reconocería esa voz en cualquier parte.
Celia resopló.
Jenna le guiñó un ojo.
―Si la hubieses oído también te dejaría huella, esa voz sería capaz de
derretir a cualquier mujer.
―¡Jenna! ―exclamó Celia, falsamente escandalizada.
―¡¿Qué?! Vista no tendré mucha, pero tengo muy buen oído.
Celia no tuvo más remedio que soltar una carcajada. La velada había
resultado de lo más interesante, entre el malentendido de Lilith y el
encontronazo de Jenna dudaba que asistiesen a otra igual de entretenida.
r
A la mañana siguiente, Jenna paseaba por Hyde Park seguida por Roddy.
Solía salir muy temprano, cuando comenzaba a amanecer. No resultaba
apropiado en una dama salir a esas horas, mucho menos con la sola compañía
de un lacayo, pero era el único momento del día en que, o bien montando a
Missy, o bien simplemente caminando, aligeraba un poco la tensión que
soportaba durante sus salidas públicas, teniendo que depender de Celia para
que le diese indicaciones sobre cuándo y a quién saludar o con quién debían
pararse a conversar.
No le importaba haberse acostado tarde el día anterior. Esas salidas eran su
pequeño momento de libertad, cuando podía ver todo a su alrededor con
claridad sin estar pendiente de que nadie la reconociese.
Callen había salido a montar como empezaba a acostumbrar a hacer desde
que había llegado a Londres. Regresaba de su paseo, dispuesto a dar buena
cuenta de un merecido desayuno, cuando divisó a una solitaria dama seguida a
corta distancia por un criado. Con indiferencia pensó que, por lo que parecía,
las damas inglesas habían tomado por costumbre pasear a horas tempranas. El
día anterior la dama del hoyuelo y sus gafas y esta mañana... frunció el ceño
cuando el esquivo sol se reflejó en el rostro de la dama, en realidad en los
cristales de sus gafas. Se preguntó cuántas probabilidades había de encontrarse
con inglesas con gafas que acostumbraran a pasear a esas horas, concluyendo
que ninguna.
Intrigado, puso su caballo al paso para acercarse a la joven, que aún no
había notado su presencia. Desconcertado, observó que contemplaba lo que
había a su alrededor como si nunca lo hubiese visto.
Jenna, inmersa en disfrutar de la vista del parque, notó que se acercaba un
jinete cuando Roddy se acercó apresurado hacia ella.
Alzó su mirada hacia el caballero, ruborizándose cuando se dio cuenta de
que era el mismo que la había ayudado el día anterior y con el que tropezó en
la fiesta de anoche y había tenido una reacción tan extraña. Suspiró aliviada.
Con las gafas era imposible que la reconociera como la dama de la fiesta.
Callen bajó del caballo al tiempo que se inclinaba cortés ante ella.
―Milady. ―Observó que no llevaba traje de montar y su sombrero había
sido reemplazado por una espantosa cofia.
Jenna hizo una leve reverencia.
―Milord.
Callen sonrió.
―Parece que coincidimos en nuestras preferencias al elegir la hora de
nuestro paseo.
Jenna correspondió a su sonrisa.
―Eso parece.
―Su yegua ―inquirió solícito―, ¿se encuentra bien?
―Oh, sí, nada más que una pequeña herida causada por el guijarro. Nada
que un par de días de descanso no cure.
Callen carraspeó.
―¿Encontraría inapropiado que disfrutáramos del paseo juntos? ―La joven
despertaba su curiosidad.
Jenna miró de reojo a Roddy, que no perdía de vista al caballero. No habría
nada de malo en caminar con el caballero seguida de su lacayo, ¿verdad?
―Será un placer ―respondió Jenna―. Roddy nos seguirá.
―Por cierto, me temo que no nos hemos presentado. ―Callen se percató
del temor en los ojos de la joven―. No se preocupe, solo nombres, no
infringiremos las normas del decoro sin haber sido presentados
adecuadamente. Mi nombre es Callen.
Jenna dudó. Si le decía su nombre y coincidían en algún evento... así que
decidió darle su segundo nombre.
―Grace.
Callen hizo un gesto con la mano mostrando el camino. En la otra llevaba
las riendas del caballo.
Jenna le preguntó solícita.
―Si desea que Roddy se encargue de su montura...
―Gracias, Grace, pero no es necesario. Está acostumbrado a mí, y me temo
que una mano extraña lo incomode. ¿Me permitiría hacerle una pregunta?
―Por supuesto, otra cosa será que le conteste ―respondió Jenna sonriente.
―¿Por qué pasear a horas tan inusuales? Disculpe, pero no es habitual ver
alguna dama a esta hora tan temprana.
Jenna se encogió de hombros.
―Es una hora tranquila.
Callen giró su rostro hacia ella al tiempo que enarcaba una ceja.
―¿Y la verdadera razón es...?
Jenna soltó una carcajada. Él continuaba observándola y le sorprendió su
risa. No era la risilla afectada que estaba acostumbrado a escuchar de las
debutantes, incluso de alguna que otra dama que ya había dejado lejos su
debut. Su risa era sincera, natural, como si la disfrutara.
―Mis gafas ―respondió.
¿Qué tenía ese hombre que hablar con él resultaba tan fácil? Nunca le
habría dado esa respuesta a otra persona, habría buscado una excusa
cualquiera, pero se sentía cómoda, parecía que a él no le incomodaba que las
utilizase.
―¿Disculpe? ―Callen hizo un gesto de extrañeza.
―No se me permite usarlas en público. ―Y pensó para sí: «para el caso, ni
en privado», continuó―: Y es el único momento en que puedo utilizarlas sin
que nadie tenga que guiarme ni describirme nada. No veo bien más allá de dos
o tres brazos de distancia, ¿sabe?
Callen soltó una risilla entre dientes.
―Algo de eso sospeché cuando vi que las llevaba puestas ―repuso
bromista.
Jenna lo miró confusa hasta que la carcajada de Callen hizo que ella estallara
en risas a su vez.
―¿Podría hacerle yo una pregunta? ―inquirió.
―Por supuesto.
―¿Es usted escocés?
Callen la miró sorprendido.
―¿Tanto se me nota?
«Y ahora llega el momento en que la dama se disculpa y corre hacia la salida
más cercana», pensó con sarcasmo.
―En absoluto, me lo preguntaba por su nombre, no es un nombre usual en
Inglaterra.
Él asintió.
―Lleva razón. Mi nombre, mis dos nombres son escoceses.
Ella lo miró curiosa.
―¿Cuál es el segundo?
―Brodee.
Callen observó a Jenna repetir su nombre. Condenación, el maldito hoyuelo
volvía a hacer de las suyas en su, hasta ese momento, tranquila entrepierna.
Pensó en corregir la pronunciación de la joven, pero desistió. Si continuaba
escuchando su nombre en esos labios y con ese hoyuelo apareciendo y
desapareciendo, su entrepierna iba a enloquecer.
Al cabo de unos minutos de charla intrascendente, Jenna se dio cuenta de
que había sobrepasado el tiempo que solía utilizar para sus escapadas.
―Me temo que debo marcharme, pronto comenzará a llenarse el parque.
Callen se detuvo.
―¿Desea que la acompañe?
―Oh, no ―respondió. Cuando él comenzaba a tensarse pensando que por
su ascendencia escocesa la dama evitaba que los viesen juntos, ella volvió a
sorprenderlo.
―Sería un placer contar con su compañía pero me temo que, si alguien lo
reconoce, podrían reconocerme a mí y, en ese caso, se acabarían mis...
―¿Escapadas? ―ofreció Callen.
Jenna asintió.
―¿Vendrá mañana? ―Callen rodó los ojos interiormente. ¿Qué demonios le
había impulsado a hacer tal pregunta? «Pues que es encantadora, preciosa,
nada afectada, divertida, y por lo que parece, sincera... y tiene un hoyuelo
que...»
―Espero que sí... ―Jenna sonrió pícara―. Si no me descubren cuando
regrese.
―Entonces, ¿hasta mañana?
―Hasta mañana, Callen Brodee.
Callen la observó alejarse. Le gustaba la muchacha, incluso había llegado a
olvidarse de que era inglesa. Sacudió la cabeza y montó su caballo. Mañana
volvería a verla. Si pertenecía a la nobleza, quizás coincidieran en algún evento,
incluso podrían ser presentados formalmente. Sin embargo, prefería que eso
no sucediese, temía que, rodeada de la alta, su frescura desapareciera.
Mientras, Jenna estaba feliz. Por fin un caballero no la había hecho de
menos por sus gafas, ni había sentido incomodidad alguna. Claro que tampoco
podía comparar, su padre y Gabriel eran los únicos que la habían visto con
ellas, puesto que tenía prohibido usarlas. Sin embargo, en su inocencia había
pensado que, si el duque las odiaba, el resto de caballeros pensaría igual.
Gabriel no contaba, era su hermano y la adoraba, le importaban un ardite sus
gafas.
r
Continuaron viéndose al amanecer. Jenna ni siquiera había comentado con
Celia sus encuentros con Callen. Si el duque se enteraba, Dios no lo quisiera,
prefería mantener a su prima al margen. Roddy se había acostumbrado a la
presencia del caballero y no lo consideraba una amenaza para su señora con lo
que, aunque no los perdía de vista, les proporcionaba suficiente intimidad.
Habían pasado tres días desde su primer encuentro, y esa mañana Jenna
estaba particularmente feliz. Callen le gustaba. Cada vez que se vestía para salir
a su encuentro su estómago hormigueaba de anticipación y, cuando le veía
aparecer, su corazón parecía que se le iba a salir del pecho. ¿Se estaría
enamorando? Desde luego, nunca había sentido nada parecido por ningún
hombre.
―¿Una carrera? ―ofreció ella, enarcando las cejas con diversión―. ¿Hasta la
línea de árboles?
Callen bufó.
―Tu yegua no es rival para mi castrado ―respondió con fingida
displicencia.
―Eso lo veremos. ―Sin esperar, Jenna espoleó a Missy ante la mirada
divertida de Callen.
Le dio unas palmaditas a su castrado.
―Bueno, Dorcha, que no se diga que te supera una yegua inglesa.
Pronto, el castrado de Callen se puso a la altura de la yegua de Jenna. Esta
miró de reojo a caballo y jinete y decidió hacer una pequeña trampa. Soltando
su fusta, dio un pequeño grito, lo que descolocó a Callen y le hizo perder el
ritmo.
Jenna llegó a la meta riendo a carcajadas, seguida de un furioso y asustado
Callen. Saltó de su caballo casi sin que este acabase de detenerse y se lanzó
hacia Jenna.
La atrapó por la cintura para bajarla del caballo ante la estupefacción de la
joven.
―¡Maldita sea! ―bramó sin soltarla―. Me has dado un susto de muerte.
La risa de Jenna se cortó de cuajo al ver el tormentoso semblante de Callen.
―Yo... lo siento ―balbuceó.
Callen gruñó y alzó una mano para tomar la nuca de la joven, bajar la
cabeza y atrapar sus labios. Al principio se dejó llevar por la ira, sin embargo,
ella dejó escapar un amortiguado gemido y él, suavizando su beso, introdujo su
lengua en la boca femenina.
Su contacto se sentía extraño y desconcertante. Indecisa, llevó su lengua al
encuentro de la masculina, logrando que Callen gimiese al tiempo que la
pegaba más a él. Jenna se aferró a las solapas de la chaqueta al tiempo que un
calor se instalaba entre sus piernas al notar la dureza que se presionaba sobre
su vientre. Jenna era inocente, pero no tanto como para confundir su
significado.
Ella alzó una mano y la posó en el rostro de Callen, acariciando la
incipiente barba. Ese gesto pareció congelar a Callen, que detuvo el beso. Alejó
su rostro para escrutar el de Jenna, mientras respiraba jadeante.
Jenna sintió que su corazón dejaba de latir cuando los ojos de Callen se
prendieron en los suyos. Su mirada... Tal parecía que sentía algo por ella.
Callen la observaba conmocionado. Había besado a muchas mujeres, pero
la dulzura de ese beso, la inocencia que demostraba, el rostro ruborizado y
esos hermosos labios hinchados habían removido algo en él, algo que no creía
haber sentido nunca, ni siquiera en París.
Pasando su mano de la nuca a la unión entre el cuello y el mentón
femenino, Callen murmuró con voz ronca.
―No voy a disculparme. Deseaba besarte desde el día que te vi al lado de la
pata de tu yegua.
―No te lo he pedido ―susurró Jenna, todavía perturbada por el beso.
―Grace... quisiera... ―El sonido de los cascos del caballo de Roddy
acercándose hizo que ambos se separasen precipitadamente.
―Milady, debemos marcharnos ―avisó el joven lacayo.
Jenna se giraba para montar en su yegua cuando Callen la detuvo.
―¿Mañana?
Jenna asintió. Así tuviese que salir de Brentwood House oculta en la carreta
de la leña, nada le impediría acudir. Sobre todo tras ver la mirada anhelante de
Callen.
Callen la ayudó a montar y, una vez desapareció de su vista, se decidió. En
la mañana averiguaría quién era y la cortejaría como se debía. Grace era
diferente a todas las damas inglesas, o no inglesas, que había conocido. No la
dejaría escapar.
Los pensamientos de Jenna iban en la misma dirección. Le diría su
verdadera identidad. Si lo que había visto en los ojos de Callen no habían sido
imaginaciones suyas, él deseaba cortejarla. Brentwood no se negaría, por fin se
desembarazaría de ella, y Gabriel los apoyaría, no en vano se conocían, a tenor
de las palabras de Callen en la fiesta. Feliz como nunca, Jenna estaba deseosa
de que el día pasase con rapidez y llegase la mañana siguiente.
Sin embargo, las cosas no salieron como esperaban.
r
Esa misma mañana, Gabriel se encontraba con su padre y el administrador
en el despacho del duque. En un momento dado, el duque despidió al
empleado ante la mirada suspicaz de Gabriel.
El duque se reclinó en su sillón mientras jugueteaba con una pluma.
Gabriel, sentado al otro lado de la mesa, lo observaba expectante. Respetaba a
su padre, pero no le tenía gran cariño. Su forma de tratar a Jenna y a Celia lo
ponía furioso. En realidad, el duque de Brentwood nunca había sido un padre
cariñoso, ni con su hija ni con su heredero.
―He pensado que es hora de que Jenna se case ―comentó el duque con
indiferencia.
Gabriel se envaró.
―Padre, ni siquiera estamos a mitad de su primera temporada. ¿No deberías
esperar al menos hasta que finalice? Hay muchos caballeros que se ofrecerían
por ella.
El duque asintió.
―En realidad, alguno que otro ya se ha dirigido a mí.
Gabriel frunció el ceño.
―¿Puedo saber quiénes?
Su padre hizo un gesto vago con la mano, mientras soltaba la pluma en la
mesa.
―Todavía no he tomado en consideración ninguna oferta. Posiblemente la
más adecuada. Pese a su tara, ―Gabriel apretó los puños al oírlo―, Jenna es
nieta, hija y, en un futuro, hermana de duque. Será alguien con el pedigrí
adecuado, por supuesto. Aunque si te soy franco, creo que me decidiré, si no
surge algo mejor, por supuesto, por el vizconde Longford. Creo que el
vizconde tiene el carácter adecuado para refrenar a tu rebelde hermana.
Gabriel se envaró. ¿Longford? ¿Ese canalla se había atrevido a ofrecerse
por Jenna? ¿Refrenarla? Claro que ese miserable refrenaría a Jenna, el problema
era la manera en que lo haría. Ni muerto iba a consentirlo. Decidió callarse. Si
ponía alguna objeción, su padre era capaz de aceptar inmediatamente al
vizconde.
El duque escrutó el rostro tenso de su hijo.
―Te agradecería que me informases si eres conocedor de algún caballero,
por supuesto con el linaje adecuado, que se interese por ella.
«¿Por ella o por su maldita dote?», pensó Gabriel, furioso, «Ella te importa
una mierda, maldito cabrón».
Gabriel se levantó.
―Por supuesto. Si me disculpas, tengo un compromiso.
Brentwood despidió a su hijo con un gesto de la mano mientras se
enderezaba en el sillón para volver a su trabajo.
Gabriel salió del despacho de su padre como alma que lleva el diablo.
Enojado, se dirigió al club donde sabía encontraría a alguno de sus amigos.
Brooks’s era el club preferido de Callen, que huía como de la peste del
esnob White’s, a pesar de ser miembro también de este. Después de volver de
Hyde Park, adecentarse y disfrutar de un buen desayuno, se sentía de un
humor excelente. Todavía sentía en sus labios el sabor de Grace. Al día
siguiente aclararía su identidad, y al diablo si no era apropiado. Una vez que
ambos se sincerasen, Callen provocaría que coincidiesen en algún evento y
buscaría una presentación formal.
Callen estaba apoltronado en uno de los sillones cercanos a las ventanas.
Frunció el ceño cuando vio acercarse a Gabriel con semblante tormentoso.
Poco acostumbrado a verlo con esa expresión, enarcó las cejas en muda
pregunta.
Gabriel se dejó caer en uno de los sillones frente al ocupado por Callen, lo
que alarmó aún más a su amigo. Willesden nunca se dejaba caer; en ningún sitio,
bajo ninguna circunstancia. Se incorporó al tiempo que le hacía un gesto a uno
de los camareros.
Cuando el sirviente trajo sus copas, Gabriel tomó la suya para darle un gran
sorbo mientras Callen se detenía en el gesto de llevar su propia bebida a los
labios.
―Es whisky... y del mío ―advirtió a su amigo. Solían beber el licor de la
destilería de su familia, pero a la velocidad que lo estaba tomando Gabriel...
con tres copas tendría que acompañarlo a su casa o subirlo a una de las
habitaciones del club.
Gabriel hizo un gesto vago.
―Me tiene harto ―explotó de improviso.
―¿Quién?
―Mi maldito padre.
Callen chasqueó la lengua. Había coincidido pocas veces con el duque
cuando eran críos, pero siempre le había parecido un hombre frío y despegado
con su hijo.
―¿Qué es lo que se le ha ocurrido exigirte que hagas?
El duque tenía altas expectativas para con su hijo.
Gabriel bufó.
―Pretende casar a mi hermana.
Callen frunció el ceño.
―¿Y eso te molesta porque...?
―¡Por Dios, Cal! ―exclamó exasperado―. Es su primera temporada, ni
siquiera ha tenido su baile de presentación y ya pretende deshacerse de ella.
Callen estaba confuso. El fin de toda dama era encontrar marido, si
conseguía comprometerse en su primera temporada se podía considerar un
éxito. No es que a él le agradase particularmente la idea de que las mujeres
fueran estudiadas, tasadas y vendidas en el mercado matrimonial al mejor
postor o al caballero más arruinado pero bien posicionado, dependiendo de la
dote de la dama, pero entendía que tendrían que pasar muchos años hasta que
eso cambiase... si cambiaba.
Alzó la mano para frotarse la nuca.
―No tengo hermanas, pero hasta yo sé que para eso son educadas las
damas de la nobleza, su familia las exhibe y los caballeros eligen ―afirmó
cuidadoso. Gabriel no estaba en su mejor momento, no solía permitir que su
temperamento se desatara, pero no deseaba verlo perder el control. Mucho
menos con él.
―Cal, ―Gabriel habló como si se dirigiese a un niño pequeño―, mi
hermana tiene que casarse con alguien que esté enamorado de ella, no puede
comprometerla con cualquier cretino al que solo le interese su dote.
Callen cada vez estaba más desconcertado. Los matrimonios entre la alta
rara vez eran por amor, se basaban en otras cuestiones: rango, conexiones,
dote, pero... ¿amor?
Al observar el desconcierto de su amigo, Gabriel aventuró:
―Mi hermana usa gafas.
El escocés dejó su vaso sobre la mesa y se frotó el rostro con las manos.
Fijó la mirada en su amigo y murmuró:
―Volvamos a empezar, me temo que me he perdido.
Gabriel perdió la paciencia.
―¡Joder, Cal! ¿De verdad crees que algún caballero ofertará por ella, por ella,
no por su dote? Si hasta su propio padre la considera defectuosa ―ladró
irritado.
Callen levantó las manos en señal de rendición. Pues sí que estaba furioso
Gabriel. No es que fuese un mojigato, pero controlaba su lenguaje, no como
él, que le importaba un ardite expresarse tal y como le diese la gana.
Frunció el ceño, pensativo.
Él mismo se había encontrado con una dama con gafas en el parque y no le
parecía para nada defectuosa... rara, sí, pero por su inusual frescura, una rareza
entre tanta descerebrada inglesa, pero ¿defectuosa?, en absoluto. Sonrió
interiormente, ¿sería la hermana de Gabriel? No, lo descartó al momento. El
duque nunca permitiría salir a cabalgar o a pasear al amanecer a su hija. Antes
de permitir que su mente se perdiera en la preciosa rareza del parque, Callen se
centró en su amigo.
―Quizá haya una solución ―aventuró.
―No puedes matar a mi padre, es un duque.
«No, es mi padre, me dolería perderlo...», empezaba a meditar Gabriel.
Callen rodó los ojos al tiempo que chasqueaba la lengua.
―Avisaré a los demás y esta noche cenaremos en tu residencia. Entre todos
podemos hacer una lista de los caballeros más... apropiados. Por lo menos, si
tiene que obedecer a tu padre podrá comprometerse con alguien decente.
―Hizo una pausa y continuó pensativo―: Aunque sigo sin entender qué tiene
que ver en todo esto que use gafas, a mí personalmente me resultan
excitantes... sobre todo si, por toda vestimenta, solamente lleva sus gafas.
―¡Estás hablando de mi hermana, cretino! ―bramó Gabriel.
Callen se hizo el ofendido.
―Estoy hablando de cualquier mujer que utilice gafas. Disculpa, pero tu
hermana no es la única mujer en Londres que las usa. ―«De hecho, estoy
pensando en una preciosidad a la que ansío poder contemplar sin nada más
que la cubra salvo sus gafas», añadió para sí.
Se levantó sin esperar contestación.
―Nos vemos en tu casa.
Gabriel se había callado la oferta de Longford. Soltaría la bomba cuando
estuviesen todos reunidos.
r
Mientras tanto, Jenna había sido llamada a presencia de su padre. Inquieta,
puesto que su presencia era solicitada en muy raras ocasiones y casi siempre
para ser castigada o reprendida, se presentó en su despacho.
Su padre ni siquiera levantó la vista cuando ella entró. Una vez hecha su
reverencia, el duque se dignó a mirarla.
―He tenido una conversación con Willesden. ―Su voz, como siempre que
se dirigía a ella, no tenía inflexión alguna―. Ya se lo he comunicado a él: antes
de que acabe esta temporada te comprometerás.
Jenna jadeó.
―¿C... comprometerme?
«Dios Santo, ¿habrá aceptado alguna oferta sin tener mi opinión en
cuenta?», pensó.
El duque obvió la pregunta.
―He recibido alguna que otra propuesta que estoy estudiando. Asimismo,
Willesden me notificará si algún caballero muestra interés...
Jenna acabó interiormente la frase por él: «... en mi dote, por supuesto».
El duque continuó ajeno a los sentimientos de su hija.
―Utilizaremos tu baile de presentación para anunciar tu compromiso.
Porque para ese momento, habrá un compromiso ―afirmó, mientras clavaba
una fría mirada en ella―. Eso es todo.
Jenna, aturdida, hizo una reverencia para retirarse de la presencia de su
padre, que ya había vuelto a sus documentos. Una vez fuera del despacho,
echó a correr hacia su salita, donde esperaba Celia.
Tras entrar y cerrar la puerta, no pudo evitar que las lágrimas comenzasen a
correr por su rostro. Celia, al verla, dejó de inmediato el libro que leía y se
acercó para abrazarla.
―¿Qué ha ocurrido? ―musitó, mientras la abrazaba.
La voz de Jenna sonó ahogada.
―Va a casarme.
La mano de Celia, que acariciaba el cabello de su prima, se paralizó.
―¿Casarte?, ¿casarte con quién?
Jenna se alejó un poco para mirar a Celia.
―¿Importa? Ni él mismo lo sabe. Con cualquiera. Cualquiera que le evite
tener que tolerarme en esta casa.
Celia tomó de la mano a su prima mientras la acercaba al sofá. Buscó en el
bolsillo de su vestido y tomó un pañuelo que le ofreció.
―¿Gabriel lo sabe?
Jenna tomó el pañuelo y, mientras se secaba el rostro, asintió.
―Se lo ha comunicado a él antes que a mí.
Celia dejó vagar su mirada por la habitación, pensativa. ¿Tanto rechazo
sentía Brentwood por su hija, que no le importaba endosársela al primero que
pasase por la puerta?
―Hablaré con Gabriel ―decidió Jenna de repente―. Él me ayudará, lo sé.
«No puede hacerlo, no ahora que me he enamorado», pensó.
Celia meneó la cabeza, apesadumbrada.
―Gabriel no pone un pie en Almack’s y mañana es miércoles. No sabemos
cuándo podremos coincidir con él.
―¡Está estudiando ofertas, no puedo perder el tiempo! Iremos a su
residencia.
―Jenna, es una residencia de soltero, no creo...
―¡Es la casa de mi hermano! Se me permitirá visitarlo, ¿no?
―Supongo, pero es casi la hora de la cena, no resultará adecuado
presentarnos allí.
―¿Por qué? ―inquirió Jenna, impaciente―. Creo yo que el que mi hermano
nos invite a cenar en su residencia es perfectamente adecuado. Y si no lo es,
me es indiferente, tengo que hablar con él.
Celia asintió al ver la decisión de su prima, pero estaba extrañada por tanta
impaciencia. En realidad no era como si el duque pretendiese casarla al día
siguiente.
―Ordenaré que preparen un carruaje. ―Se encaminaba a la puerta cuando
se detuvo― ¿Tu padre?
―Mi padre no cena nunca con nosotras; para el caso, ni siquiera cena en
casa a menudo. De hecho, no notará si estamos o no.
k Capítulo 4 l

CUANDO Jenna llegó a la residencia de su hermano, solamente se había


detenido un instante para dejar su capa y la de Celia en manos del asombrado
mayordomo.
―Buenas noches, Norton. ¿Se encuentra mi hermano en casa?
El mayordomo se inclinó.
―Buenas noches. Sí, milady, lord Willesden está en la biblioteca con...
Jenna no dejó acabar al hombre.
―Gracias, Norton. No hace falta que nos anuncies. ―Tomó de la mano a
Celia y salió disparada hacia la sala donde se encontraba su hermano.
Los caballeros ya habían acabado de cenar y se encontraban disfrutando de
sus copas en la biblioteca. Después de deliberaciones, discusiones, repasar sus
conocidos de Eton y la universidad, descartar libertinos, jugadores e
impresentables en general, la lista quedó reducida a solamente unos cuatro o
cinco nombres.
Estaban planteándose hacer otra lista con los nobles más viejos, aquellos
que, si conseguían resistir la noche de bodas, dejarían a Jenna viuda y libre en
poco tiempo, cuando un vendaval entró en la habitación.
Mientras Kenneth, Darrell y Gabriel estudiaban la lista, sentados en sendos
sillones frente a la chimenea, Justin y Callen se encontraban algo apartados,
delante del ventanal desde donde se divisaba la calle.
―¡Gabriel, tengo que hablar contigo, es urgente!
Al oír la voz femenina, los tres que estaban sentados se pusieron de pie de
inmediato, mientras que Justin y Callen se giraban curiosos.
Antes de que Gabriel pudiese responder, o al menos saludar a su hermana,
Callen, al ver que se trataba de la descarada dama de la fiesta, se acercó a Jenna
con sus ojos brillando de furia.
―¡¿Usted?! ¡¿Pero es que no tiene decoro alguno, mujer?! Estas no son
horas de presentarse en la casa de un caballero soltero. ¿No puede dedicarse a
perseguirlo a horas más apropiadas?, ¿o es que tiene el día ocupado buscando
más opciones?
Jenna abrió los ojos como platos. Esa voz... Santo Dios, no podía ser.
Con la misma furia, Callen se giró hacia Gabriel.
―¿Y tú? Por lo visto el futuro de tu hermana no te quita el sueño, ni
disminuye tus apetitos cuando nos tienes a todos cavilando como posesos
mientras tu amante espera por ti.
Un silencio sepulcral se instaló en la habitación al tiempo que seis pares de
ojos abiertos como platos se clavaban en Callen.
Callen se acercó a ella y bajó su cabeza hasta que sus narices casi se
rozaban.
―¿Sus padres saben que está aquí? ¿O quizá son ellos los que la han
empujado a venir? ―inquirió, entrecerrando los ojos―. Por supuesto,
seguramente ha sido idea de ellos, hay que adelantarse a la competencia,
¿verdad? Cazar a un futuro duque no está al alcance de cualquiera, me temo.
En ese momento, Jenna no pensó en que era Callen, su Callen, solamente
escuchaba los exabruptos que le dirigía el caballero.
―¿De qué demonios habla? ―Jenna alejó un poco el rostro para fijarse en la
copa que sostenía Callen―. ¿Está bebido? Señor, debería dejar ese vicio, me
temo que está pudriendo su cerebro, si es que tiene alguno debajo de esa mata
de pelo. ―«Precioso, por cierto», añadió para sí misma.
―¿Encima me acusa de borracho? ¿A mí? ―Callen, en su furia, no había
reconocido la voz de Jenna, claro que tampoco hubiese asociado a la dama del
parque con aquella insolente.
Jenna hizo un gesto despectivo con la mano.
―O está borracho o es idiota, elija la opción que prefiera... señor.
―¡Haga el favor de dirigirse a mí con el tratamiento adecuado... milady!
―Callen estaba cada vez más furioso ante el descaro de la muchacha.
―No le conozco de nada, con lo cual difícilmente podría saber el
tratamiento que le corresponde... Quizás es lord cretino ―masculló.
―¡¿Lord qué?! ―Callen frunció el ceño todavía más―. ¿Qué me ha llamado?
Jenna alzó la barbilla con altanería.
―Lord cretino.
Los caballeros y, por supuesto, la dama que se hallaban en la sala, miraban
de uno a otro contendiente con los ojos abiertos como platos, desconcertados
por tanta belicosidad entre dos personas que... ¿se acababan de conocer?
Cuando Callen abría la boca para soltar un exabrupto, un silbido resonó en
la habitación. Todos se giraron hacia Gabriel, que clavó su mirada en Callen.
―No sabía que conocías a mi hermana.
Callen se encogió de hombros.
―Y no la conozc...
De repente se paralizó y giró el rostro hacia Jenna, que rebuscaba frenética
en su retículo. Callen la observó hasta que la joven sacó unas gafas y se las
colocó.
«¡Mierda!».
―¡¿Grace...?! ―farfulló atónito.
Volvió a mirar a Gabriel.
―¿Es tu hermana? ―inquirió, mientras tragaba en seco.
Gabriel no contestó. Se dirigió a Jenna.
―¿Os conocéis?
―¡No!
―¡No!
Gabriel enarcó una ceja ante la simultánea y rápida respuesta de ambos.
En ese momento, Celia soltó una risilla. Se había dado cuenta de que el
amigo de Gabriel era el mismo al que saludó tan efusiva en el baile al
confundirlo con su hermano, el que la había ayudado con su yegua en el
parque y con el que había tropezado Jenna y cuya voz le había dejado tan
impactada. Kenneth carraspeó y clavó su mirada en ella, lo que hizo que la
risilla se cortara en seco.
Gabriel se acercó a Jenna y, mientras pasaba al lado de Callen, susurró:
―Ni siquiera voy a preguntar por qué maldita razón presumiste que era...
otra persona, ni por qué conoces su segundo nombre.
Callen notó que el calor subía por su cuello. Maldita sea, ¿cómo podía saber
él que se trataba de la hermana de Gabriel? No conocía a las hermanas de sus
amigos. Eran casi recién nacidas cuando los conoció en Eton, y después aún
no habían dejado la guardería cuando marcharon a la universidad y
comenzaron su Grand Tour.
Miró a sus amigos, que contenían la risa a duras penas. Condenación, iba a
tener que soportar sus burlas durante muuucho tiempo.
Se obligó a prestar atención a Gabriel, que se acercaba con su hermana y la
otra dama.
―Callen, permíteme. Mi hermana, lady Jenna, y mi prima, lady Celia
Merrick.
―Jenna, Celia, permitidme que os presente a uno de mis mejores amigos,
Callen Douglas-Hamilton, marqués de Clydesdale.
Las jóvenes hicieron una reverencia al tiempo que Callen extendía la mano
para tomar las de ellas y acercar los labios a sus nudillos.
―Miladies, un placer.
Jenna no pudo evitar bajar los ojos al ver la furiosa mirada de Callen
mientras besaba su mano.
Después de lanzar una mirada de reojo a su amigo, Gabriel condujo a Jenna
y Celia a uno de los sofás de la habitación. Cuando las damas se hubieron
sentado, los demás tomaron asiento a su vez, excepto Callen, que se mantuvo
de pie y un poco alejado.
―¿Un jerez? ―Gabriel dudó un momento―. ¿Habéis cenado? ―No tenía
intención alguna de devolverlas beodas a Brentwood House, cosa probable si
no habían comido.
Jenna asintió.
Kenneth, solícito, se levantó para servir dos copas que acercó a las damas.
Cuando le tendió la suya a Celia, le guiñó un ojo sonriente, provocando que la
joven bajara la mirada, ruborizada.
Gabriel se recostó en el sillón que ocupaba.
―Y bien, ¿cuál es esa urgencia que ha hecho que no podáis esperar a
mañana para verme?
―Quiere casarme, Gabriel ―explicó Jenna angustiada.
Callen se tensó al oírla. Maldita sea, ¿acaso tenía una maldición con las
inglesas? Aunque ya sabía que Brentwood quería casar a la hermana de
Gabriel, ni en sus peores pesadillas hubiera pensado que Grace, su hoyuelo, y
lady Jenna eran la misma persona.
―Lo sé, Jen ―contestó su hermano―, pero me atrevería a asegurarte que
no sucederá mañana.
―Lo sabías, Gabriel ―reprochó ella, mientras movía nerviosa su copa entre
las manos―. Lo sabías y no me dijiste nada.
Al tiempo que Celia le quitaba la copa a Jenna, en previsión de un
estropicio, y la depositaba en una de las mesitas, Gabriel se inclinó hacia su
hermana.
―Que lo supieses hoy o mañana no haría diferencia alguna. Mientras tanto,
tratábamos de buscar una solución.
―¿Una solución? ¿Qué clase de solución? No puedes pegarle un tiro, es un
duque ―argumentó contrariada.
Callen se atragantó con la bebida al escuchar a Jenna. Había repetido casi
las mismas palabras de su hermano en el club. Se temía que si el hombre fuese
un simple baronet, ambos hermanos ya habrían cometido parricidio hacía
mucho tiempo.
Jenna lo miró suspicaz, mientras Gabriel reprimía una sonrisa al recordar la
conversación mantenida con Callen hacía unas horas.
―Jen, intentamos encontrar algún caballero decente que cumpla las
expectativas de Brentwood.
―¿Disculpa? ¿Vais a elegir a un caballero como si se tratase de elegir el
caballo manso y adecuado para la feúcha con gafas? ―Lanzó una mirada de
reojo hacia Callen―. No deseo que vosotros elijáis por mí, yo... ―«Yo ya he
elegido», añadió para sus adentros.
Callen enarcó una ceja: ¿feúcha? ¿Acaso no había espejos en Brentwood
House?
Gabriel se apretó el puente de la nariz con dos dedos.
―Jen, no se trata de eso. Él ha decidido casarte hagamos lo que hagamos,
por lo menos intentaremos que sea con un buen hombre ―afirmó con
frustración.
Entendía a su hermana, pero quien decidía, para bien o para mal, era el
duque, él solo podría minimizar el daño.
Celia intentó mediar.
―Jenna, tu hermano solo intenta ayudar ―murmuró conciliadora.
Jenna le lanzó una mirada aviesa.
―¿A quién? ¿A Brentwood o a mí? ―Volvió el rostro hacia su hermano,
que la observaba compasivo―. De acuerdo. ―Extendió una mano―. La lista,
quiero verla ―ordenó imperiosa―, porque me imagino que habréis
confeccionado una, ¿verdad?
Los rostros de Darrell y Justin expresaban culpabilidad, sin embargo,
Kenneth alargó la mano con el papel hacia Jenna.
Esta asintió y, después de tomar el escrito, lo leyó rápidamente
compartiéndolo con Celia.
Se lo devolvió a Kenneth mientras levantaba la barbilla, altanera.
―No deseo a ninguno. ―Su comentario hizo que todos los caballeros se
mirasen entre ellos, perplejos.
―Son hombres decentes, buenos partidos ―intentó explicar Gabriel.
―Son jóvenes ―contestó ella, como si se tratase de una enfermedad
contagiosa.
Darrell, desconcertado, intervino.
―¿Prefiere... prefiere casarse con un viejo, milady? ―inquirió estupefacto.
Jenna asintió mientras alzaba aún más su barbilla. Callen pensó que, si la
levantaba un poco más, se rompería el cuello.
Jenna sentía que su corazón se rompía por momentos. Callen no había
dicho una sola palabra, claro que tendría que dar muchas explicaciones si se
ofrecía por ella, eso sin contar que sus ojos bullían de furia. No entendía la
razón, ninguno de los dos había dicho sus nombres completos, bien, ella no
había dado su verdadero nombre, pero tenía sus razones... ¿no?
―Cuanto más viejo mejor. Si tengo que casarme, por lo menos que mi
miseria dure poco tiempo. ―Miró a Celia, que la observaba apenada.
Jenna se acercó aún más a su prima para susurrarle:
―Si cierras los ojos, supongo que dará igual un hombre que otro, joven o
viejo.
Los resoplidos y toses de los caballeros le indicaron que el susurro no había
sido lo suficiente bajo en volumen y que la habían escuchado.
Les lanzó una belicosa mirada.
Gabriel, frustrado, se pasó una mano por la frente.
―Os acompañaré a Brentwood House. Mañana continuaremos esta...
conversación.
Todos se levantaron, y mientras los caballeros se despedían de las damas,
Gabriel se acercó a Callen.
―Esperad a que vuelva ―susurró―, me temo que la visita de mi hermana
me ha impedido poneros en aviso de lo peor.
Callen enarcó una ceja. «¿Todavía hay más? Dios Santo, ¿es que el duque
solo vivía para hacer desdichados a sus hijos?», pensó.
Cuando Gabriel y las damas se fueron, Callen tomó asiento por fin. Habría
preferido mantenerse alejado de la belicosa y preciosa hermana de su amigo,
que resultó ser la encantadora, hermosa, nada afectada, divertida y, por lo que parecía,
sincera dama del hoyuelo. ¡Maldición!
Esbozando una sonrisa torcida, recordó la conversación con Gabriel.
Resultaría muy excitante observar ese precioso cuerpo tendido en su cama,
cubierto solo con las gafas y con ese sugerente hoyuelo en la comisura de la
boca. Se revolvió incómodo. Estaba resultando demasiado excitante
imaginarla, sobre todo para las partes de su cuerpo que deberían mantenerse
en reposo.
Sacudió la cabeza para alejar esos retorcidos pensamientos y se encontró
con tres pares de ojos fijos en él.
―¿En serio creíste que Jenna era su amante? ―preguntó Darrell, sin poder
contener una risilla.
Callen no contestó.
Justin, sin embargo, lo observó con suspicacia.
―Me pregunto qué te hizo creer eso.
Callen frunció el ceño. Sabía que este momento llegaría. Ellos no se
ocultaban nada.
―Lo explicaré cuando regrese Gabriel ―masculló irritado.
r
Gabriel regresó frustrado e irritado, y se dirigió directamente a servirse una
copa. Después de dar un largo trago, se sirvió otra y se encaminó hacia donde
estaban sentados sus amigos. Tras tomar asiento, suspiró con cansancio.
―Callen iba a explicarnos el motivo de su... confusión con Jenna ―advirtió
Justin.
Gabriel asintió mientras se arrellanaba en el sillón.
―Estaré encantado de oírlo.
Callen carraspeó.
―Bueno, tenéis que recordar que yo no conozco a vuestras hermanas
―comenzó, mientras miraba a Gabriel y a Justin. Así que imaginaos mi
perplejidad cuando llegamos al baile de los condes de Balfour y, después de
anunciarnos, una dama me mira con una brillante y prometedora sonrisa.
Gabriel enarcó una ceja.
―¿Prometedora? ¿Estás seguro?
Callen se encogió de hombros.
―Al menos así lo interpreté, sobre todo cuando alzó una mano y me saludó
como si nos conociéramos de toda la vida, o como si quisiera que nos
conociésemos. Supuse que era otra codiciosa debutante que había escuchado
mi título y no le di más importancia ―continuó―, hasta que veo que cuando
vais a sacar a bailar a un grupo de damas, ella repite el mismo
comportamiento, digamos... cariñoso, contigo.
Gabriel bufó.
―Por supuesto, es mi hermana.
―¡¿Y yo cómo podría saberlo?! ―exclamó Callen exasperado.
―Si nos hubieras acompañado para solicitarles el baile, habrías sido
presentado y te hubieras dado cuenta de tu error ―terció Kenneth.
―Pero te olvidas de que tenía que esconderse de las debutantes
―argumentó Darrell, jocoso.
―Como sea ―masculló Callen, malhumorado―. El caso es que a la entrada,
a quien sonrió y saludó sin conocerme de nada fue a mí.
―Callen ―intervino Justin, que había permanecido silencioso―, Jenna no
llevaba las gafas puestas.
El escocés lo miró frunciendo el ceño.
―¿Y...?
Gabriel saltó exasperado:
―¡Joder, Callen, mi hermana no ve más que siluetas borrosas más allá de
tres brazos de distancia!
―Pues si no ve bien, no puede andar por ahí sonriendo dulcemente a
alguien a quien no distingue, ¡sobre todo a un caballero! ―exclamó indignado.
Justin miró a uno y a otro.
―Os confundió.
―¡¿Qué, a quién confundió?! ―inquirió Callen desconcertado.
―Os anunciaron a la vez. ―El tono de Justin era paciente―. Gabriel se
retrasó un momento y entraste tú. Ambos sois rubios, altos, de constitución
parecida...
Callen observó cauteloso a Gabriel: ¿parecida? Gabriel era mucho más
estilizado que él. Era imposible que los confundiesen.
Justin, adivinando los pensamientos de Callen, insistió:
―Juntos, por supuesto que no os parecéis en nada, pero por separado, a
distancia, y si quien mira es alguien que solo puede ver rasgos... Jenna vio a un
hombre rubio, alto, que había sido anunciado como el marqués de Willesden,
no resulta extraño pensar que creyó que eras su hermano.
Callen gimió al recordar la escena del pasillo.
Gabriel, que no perdía detalle de las expresiones de su amigo, preguntó:
―¿Qué más ocurrió? Porque hubo algo más.
Callen se pasó las manos por la cara.
―Bueno... nos tropezamos en el pasillo que conduce a la sala de damas
―musitó azorado.
Darrell alzó las cejas.
―¿Qué demonios hacías tú en la zona reservada a las damas?
Cuatro pares de ojos se clavaron en él.
―Yo... bueno, me pareció que caminaba vacilante, supuse que podría
encontrarse mal y la seguí. Para cerciorarme de que llegaba bien al tocador.
―Se apresuró a aclarar―. Iba a darme la vuelta para regresar puesto que, al no
verla, supuse que no le había ocurrido nada, cuando ella saltó sobre mí.
―¿Saltó? ―inquirió Justin―. ¿Jenna?
―Bueno, tropezó ―farfulló Callen, cada vez más avergonzado―. Y... en
resumen, le advertí que se comportara con decoro y dejase de perseguir
caballeros, que no decía nada bueno de ella que tanto le diese yo como
Gabriel, con tal de pescar un título.
―Pero ella no te reconoció hasta que hablaste ―ofreció Justin.
―La luz brillaba mucho más a mi espalda, no debió de poder distinguir mi
rostro.
Gabriel meneó la cabeza. Callen y sus prejuicios contra las damas inglesas.
Sin embargo, sus ojos se clavaron en su amigo.
―Todo eso está muy bien, pero no has aclarado cómo sabes cuál es su
segundo nombre.
Callen carraspeó incómodo. Nadie sabía de las escapadas de Gra... Jenna, y
no iba a ser él quien las desvelase. Que fuese ella quien se lo explicase a su
hermano.
―Creo que será preferible que sea tu hermana quien te lo explique.
Gabriel entrecerró los ojos, sin embargo, asintió. Jenna tenía mucho que
explicar.
―Bien ―habló ante el suspiro de Callen, aliviado de que dejara a un lado su
relación con su hermana―. Os diré quién es el candidato favorito de mi padre
para Jenna.
Miradas inquisitivas convergieron en él.
―Longford ―anunció sin más rodeos.
―¡¿Qué?!
―¡¿Ese maldito bastardo?!
―¿Acaso Brentwood ha perdido el juicio? Toda la alta sabe la clase de
cabrón que es.
Callen fue el único que se mantuvo en silencio.
Gabriel murmuró desolado.
―Al duque eso le importa bien poco, con tal de deshacerse de Jenna. Y me
temo que hará lo mismo con Celia. ―La mirada de Kenneth se disparó hacia
Gabriel al oírlo. Si este notó el gesto, no demostró reconocimiento alguno―.
Así que mucho me temo que, o encontramos algún viejo duque, o marqués,
para el caso, o Jenna acabará en las garras de Longford.
―Antes lo mataré ―masculló Callen.
―Aunque aplauda tu idea, me temo que no puedes retarlo a duelo. Lo
sucedido en Eton quedó muy lejos y en este momento no hay motivo alguno
―replicó Darrell.
Callen se quedó pensativo. La muchacha le gustaba. En realidad, tenía
pensado cortejarla. La situación era perfecta para sus intenciones. Brentwood
no se negaría y Jenna esperaba que tampoco, no después de lo ocurrido en el
parque. Además, era una verdadera belleza, con gafas o sin ellas, tenía carácter,
y si ese carácter lo mantenía en el lecho, podría...
―Yo me casaré con ella ―espetó de repente.
―¿Tú? ―Darrell parecía al borde de la apoplejía.
―Ay, Dios ―farfulló Kenneth.
―¡Por todos los demonios del infierno! ―exclamó Justin―. Tienes una
fijación muy extraña con el matrimonio. Te empeñaste en casarte siendo
apenas un crío, con veintidós años, y ahora otra vez, y con otra inglesa,
además. Comienza a resultar enfermizo.
Gabriel observaba a Callen en silencio. Había visto las chispas que saltaban
entre su hermana y él, además de su sospecha de que se conocían, y
comenzaba a pensar que no sería mala idea. Sin contar con que su amigo era
marqués y heredero de dos ducados y multitud de títulos más. Desde luego,
Longford no podría superar eso.
Callen se cruzó de brazos.
―Sin embargo... hay un pequeño problema.
Todos lo miraron expectantes.
―Soy escocés.
―¿Ese es el único problema que ves? ―inquirió Gabriel.
―¿Te parece nimio? Tu hermana... ―Quizá encontrarse furtivamente en el
parque con un escocés no le importase a Jenna, pero casarse con él ya era
harina de otro costal.
―A mi hermana le importa un ardite si eres escocés, como si provienes de
Gales.
―¿Y a Brentwood? ―insistió Callen.
Gabriel esbozó una mueca maliciosa.
―Mi padre se limitará a contar los títulos que heredarás, estará más que
feliz de poder endosar a mi hermana a un marqués, sea escocés o no.
―¿De verdad estás considerando en serio casarte con Jenna? ―preguntó
Justin.
Callen se encogió de hombros.
―Tendré que casarme más pronto que tarde, muerto mi hermano, solo
quedo yo y el ducado necesita herederos. ―Miró a Gabriel―. ¿Podrías
conseguirme una entrevista con tu padre, digamos... mañana? ―Pareció dudar
un momento, y continuó―: Sin embargo, antes debo hablar con tu hermana.
Deseo ser yo quien se lo explique. ¿Quizá durante la hora de paseo en Hyde
Park?
Gabriel asintió.
―Si estás completamente seguro...
―Lo estoy.
―Prepararé todo para mañana. Esperemos que Jenna deje a un lado su
terquedad y acepte.
―Lady Celia ayudará. Tiene mucho sentido común ―comentó Kenneth.
Kenneth carraspeó cuando la mirada suspicaz de Gabriel se posó en él.
¿Estaría interesado su amigo en su prima? Lo descartó. El vizconde disfrutaba
demasiado de su libertad como para pensar en enredarse con una debutante,
con lo que ello conllevaría. Era un completo libertino.
k Capítulo 5 l

A la mañana siguiente, Gabriel informó a su padre de que el marqués de


Clydesdale deseaba ofrecerse por Jenna. Obvió que Callen era uno de sus
mejores amigos. Brentwood conocía a los demás, pero nunca reparó en Callen.
Aunque lo hubiese visto durante las vacaciones de Eton o de la universidad, en
aquel momento su amigo era un segundo hijo, nadie en quien fijarse, según las
altas miras de su padre.
El duque, encantado, fijó la entrevista para la mañana siguiente, con lo cual
le daba tiempo suficiente a Callen para buscar la aceptación de Jenna.
Cuando dejó a su padre, Gabriel subió a la salita privada de su hermana.
Después de llamar, entró a tiempo de ver cómo Jenna escondía sus gafas.
Que su hermana tuviese que estar siempre alerta en su propia casa, incluso en
su salita privada, por culpa del duque, le sacaba de quicio.
Estaba sentada con Celia con un libro abierto entre ellas.
―Soy yo, Jenna.
―Oh ―exclamó la joven―, me extrañaba que fuese el duque. Nunca se
acerca por aquí, pero tampoco contaba contigo. ¿Qué ocurre?
―Tengo una propuesta para ti. Y espero que la consideres ―advirtió,
mientras se sentaba en uno de los sillones.
Celia tomó la mano de Jenna al tiempo que cerraba el libro y lo colocaba a
un lado.
―El marqués de Clydesdale se ha ofrecido a pedir tu mano en matrimonio.
Jenna frunció el ceño.
―¿Quién? ―preguntó confusa.
―El caballero de la voz bonita ―ofreció Celia.
Gabriel miró a su prima desconcertado. ¿Voz bonita?... ¿Callen? Decidió
obviar el comentario.
Durante unos instantes, Jenna se olvidó de respirar. ¡Callen se había
ofrecido! Sin embargo, recordó la furiosa expresión en su rostro. Pero si no me
soporta, incluso cree que...
Gabriel notó que Jenna no se había negado de plano. Simplemente planteó
una objeción. Parecía que la cosa podría funcionar.
―Lo que él haya creído tiene su explicación, que te dará, por supuesto.
Desea obtener tu aprobación antes de hablar con Brentwood.
―Oh ―Jenna a duras penas podía contener su emoción.
―¿Jenna? ―insistió Gabriel―. ¿Estás escuchando?
Ella despertó de su ensoñación.
―Sí, claro, por supuesto.
Después de lanzarle una mirada recelosa, Gabriel continuó:
―Desea que nos reunamos con él a la hora del paseo en Hyde Park.
―¿Cuándo? ―preguntó, intentando contener sus nervios.
―Si no tienes inconveniente, esta misma mañana. Si aceptas, entonces
hablará con Brentwood.
Jenna miró el reloj que estaba situado encima de la chimenea. Faltaba poco
para la hora.
Se levantó de un brinco sobresaltando a Gabriel, que la imitó.
―Un momento, no tan deprisa.
Ella lo miró interrogante.
―¿Cómo sabe tu segundo nombre? ―preguntó, al tiempo que escrutaba su
rostro con atención.
Jenna se mordió el labio y decidió sincerarse con su hermano. Él no la
juzgaría.
―Gabriel, nadie lo sabe, pero suelo salir al amanecer a cabalgar, es el único
momento en el que puedo usar las gafas con libertad y ver, no limitarme a que
me describan lo que hay a mi alrededor. ―Lo miró suplicante, esperaba que lo
entendiese―. Una de esas mañanas, a Missy se le encajó una piedra en el casco
y él se la quitó. Siempre salgo acompañada de Roddy, nunca sola ―se apresuró
a aclarar―. Hemos coincidido más veces y solo nos hemos intercambiado los
nombres. Le di mi segundo nombre, por si coincidíamos en algún sitio. Supuse
que al no llevar las gafas en público, entre eso y no conocer mi nombre no
podría reconocerme.
Gabriel se frotó la barbilla, abatido. Le ponía enfermo que su hermana
tuviese que salir a escondidas para poder usar unas gafas que le permitían ver
el mundo más allá de su nariz.
―No puedo aprobar esas salidas, lo sabes. ―Le dolía sobremanera tener
que censurarla, pero una dama sola, aunque fuese acompañada por un lacayo, a
esas horas, podría ser presa fácil para cualquier desaprensivo.
Jenna asintió cabizbaja.
―Sin embargo, gracias a los cielos te has encontrado con alguien a quien
confiaría mi vida.
Observó el rostro afligido de su hermana, por nada del mundo le quitaría
esos ratos de felicidad y libertad.
―Hablaré con Roddy para que esté muy pendiente de ti y, si es necesario, le
daré un arma para poder protegerte.
La sonrisa que Jenna le dedicó ablandaría el corazón más duro.
―Gracias, Gabriel.
Gabriel hizo un gesto desdeñoso con la mano.
―Y ahora, ve a prepararte, o nos retrasaremos demasiado.
―¿Nos acompañarás?
―Por supuesto, no sería decoroso que paseases sola con un caballero,
aunque fueses acompañada por Celia.
―Dame unos minutos. ―Jenna tomó a Celia de la mano y la arrastró hacia
la puerta, ante la estupefacción de Gabriel.
Su hermano solo tuvo tiempo de asentir antes de que las dos jóvenes
desaparecieran hacia sus habitaciones.
r
Callen caminaba nervioso con Kenneth por el parque. A su intranquilidad
por tener que explicarse con la hermana de Gabriel se unía su incomodidad
por ser objeto del escrutinio de las madres, damas de compañía y jóvenes
debutantes que poblaban el paseo.
Se sabía atractivo, pero tanta atención sobre su persona comenzaba a
crisparle los nervios.
―Ahí vienen ―avisó Kenneth, mucho más acostumbrado a sentirse objeto
de atención de las damas, cosa que le importaba un ardite, por cierto.
Callen miró en la dirección que le indicaba su amigo. Gabriel se acercaba
acompañado de su hermana y lady Celia, seguidos a corta distancia por una
doncella.
Su atención se centró en Jenna. Cogida del brazo de su prima, ambas
susurraban entre ellas. Callen reparó en que no llevaba gafas y movió la cabeza
con disgusto. Seguramente su prima le estaría dando indicaciones.
Era una preciosidad. Si durante sus encuentros al amanecer le había
parecido hermosa, a la luz del sol brillaba todavía más. Se fijó en sus ojos. Eran
grises como los de Gabriel, pero a diferencia de los de su hermano, los de ella
eran más claros, como la niebla que comenzaba a disiparse durante el
amanecer en Londres.
Santo Dios, si seguía así comenzaría a babear como un crío imberbe.
Cuando llegaron a su altura, las damas hicieron una reverencia al tiempo
que Kenneth y Callen extendían sus manos para tomar las de ellas.
Gabriel observaba atento el intercambio. Más pendiente de Kenneth, se fijó
en que este retenía un poco más de lo adecuado la mano de Celia, ruborizada
hasta las orejas. «Vaya, vaya», pensó, mientras sonreía para sí.
Callen y Jenna se adelantaron mientras Celia tomaba el brazo de su primo y
Kenneth se situaba al otro lado de este.
―¿No ha traído sus gafas? ―Callen inició la conversación.
―Sí, pero sabe que no puedo ponerlas, mi padre no me lo permite
―contestó Jenna, azorada.
―Pero su padre no está aquí.
Jenna se encogió de hombros.
―No, pero nadie sabe que las uso. Si me ven con ellas y se lo comentan...
Callen mascullo una maldición y añadió para sus adentros: «Condenado
Brentwood».
―Milady, creo que debo explicar el malentendido que hubo entre nosotros
en el baile de los Balfour.
Jenna lo miró de reojo.
―No es necesario, Celia me lo explicó. Lamento haberle colocado en una
situación violenta al confundirle con mi hermano. Entiendo que se sintiese...
amenazado y que intentase proteger a su amigo de lo que pensaba que era una
indecorosa debutante.
El alivio de Callen fue visible.
―Le agradezco que se muestre tan comprensiva. Aún así, acepte mis
disculpas si he podido ofenderla.
―Repito que no es necesario, pero disculpas aceptadas, milord.
Callen carraspeó.
―¿Puedo atreverme a suponer que su hermano la ha puesto al tanto de mis
intenciones? ―preguntó, intentando disimular su nerviosismo.
―Sí ―respondió escueta.
Callen se detuvo, lo que provocó que el grupito que le seguía lo hiciese a su
vez.
―Jenna... yo pensaba darme a conocer en la mañana ―musitó con
inquietud, al tiempo que obviaba el tratamiento. Sin embargo, nada dijo de su
intención de cortejarla. «Ya no tiene importancia».
Ella lo miró y Callen sintió que su estómago se retorcía al ver sus ojos del
color de la niebla clavados en él.
―Mi intención era la misma, Callen.
―Entonces, ¿estás de acuerdo en que hable con Brentwood? ―Callen tenía
las manos entrelazadas a su espalda, nervioso, hasta que se dio cuenta de que
tanto Kenneth como Gabriel estarían notando su nerviosismo al verlas,
situados como estaban, tras él, con lo que decidió meterlas en los bolsillos de
sus pantalones. No era una postura muy apropiada, pero era eso o soportar las
chanzas de sus amigos.
Jenna levantó su rostro hacia él y el corazón de Callen se saltó un latido.
Ruborizada, contestó con abatimiento.
―Tengo que casarme, y me temo que quien elija mi padre no tendrá tanta
consideración conmigo. Por lo menos tú tienes en cuenta mi opinión, y si mi
hermano lo aprueba... Sí, puedes hablar con mi padre.
Callen soltó un suspiro de alivio, lo que provocó una risita de Jenna. Bajó la
mirada y no pudo evitar corresponder a su sonrisa. Permanecieron unos
instantes mirándose hasta que oyeron la voz de Gabriel.
―Si os habéis puesto de acuerdo, debemos irnos. No debemos alargar
mucho este encuentro. Se supone que es accidental.
Jenna hizo su reverencia a Callen, al tiempo que Celia hacía lo mismo con
Gabriel y Kenneth.
Cuando los caballeros se alejaron, Celia interrogó a Jenna con la mirada.
―Tiene los ojos del color de la canela ―murmuró soñadora Jenna.
Celia rodó los ojos.
―Bueno, ya lo has completado ―comentó con sorna.
Jenna la miró extrañada.
―¿Disculpa?
―Te encanta su voz, el color de su cabello te fascina y sus ojos son del
color de la canela, asumo que consideras su estatura y corpulencia adecuadas.
Sin embargo, no has dicho nada de sus manos ―enumeró jocosa.
―Llevaba guantes ―masculló.
―Anoche en casa de tu hermano no ―insistió su prima, mientras la miraba
con la risa en los ojos.
Jenna estalló en carcajadas.
―No, ayer no los llevaba ―coincidió entre risas.
―Entiendo que el marqués de la voz bonita es de tu agrado ―aseveró Celia.
Jenna tomó la mano de su amiga.
―Me gusta, me gusta mucho.
«Más que gustarme, me he enamorado como una tonta», añadió para sus
adentros.
Celia asintió. «Y al marqués le gustas tú, a juzgar por la forma en que te
mira», pensó a un tiempo.
Callen, Gabriel y Kenneth observaban alejarse a las damas. El semblante de
Callen era indescifrable y Willesden tuvo un momento de duda.
―¿De verdad estás seguro de lo que estás haciendo? Aún no es tarde para
echarte atrás. Jenna lo entendería ―ofreció inquieto.
Callen continuó con la mirada puesta en las dos jóvenes.
―No voy a permitir que Longford ponga sus asquerosas manos sobre tu
hermana.
Al escuchar la frase y la frialdad con que la dijo, Gabriel tuvo un mal
presentimiento.
―¿Por qué te has ofrecido por Jenna? ―No esperaba que su amigo se
hubiese enamorado repentinamente de su hermana, por supuesto, sobre todo
teniendo en cuenta su pésima opinión sobre las inglesas.
Callen se encogió de hombros.
―Te lo debo.
Kenneth, que asistía al intercambio en silencio, enarcó las cejas y pasó su
mirada de uno a otro. «Maldita sea, ¿acaso no puede dar otra razón? Callen y
su maldita bocaza», pensó, mientras su mirada alarmada se fijaba en Gabriel.
Este se tensó visiblemente.
―¿Disculpa? ―Su voz continuaba siendo suave, pero había tomado un
matiz acerado.
―Me ayudaste en Eton y después en Francia. Es lo menos que puedo hacer
―respondió indiferente.
―¿Estás diciendo que te casarás con mi hermana por... por devolver un
favor? ―inquirió Gabriel con incredulidad.
―Los escoceses también tenemos honor ―murmuró Callen.
Gabriel clavó una letal mirada en su amigo.
―Eres un maldito bastardo... escocés o no. ―Y sin ni siquiera despedirse de
Kenneth, se giró para marcharse.
Una vez que Willesden se había alejado, Kenneth miró a Callen, que
observaba perplejo la marcha de su amigo.
―¡¿Pero tú eres idiota, además de escocés?! ¿Acaso no conoces a Gabriel?
¿Cómo, en el nombre de Dios, se te ha ocurrido decirle que te comprometes
con su hermana para pagar un supuesto favor?
―Porque es la verdad ―insistió tercamente Callen. No era toda la verdad,
pero él no acostumbraba a expresar sus sentimientos, prefería ocultar lo que
sentía por Jenna y dar como motivo algo que no expusiera demasiado su
corazón. Al fin y al cabo qué más daba, el resultado sería el mismo, por un
motivo u otro, se casaría con ella.
―¿La verdad? Gabriel te ayudó en Eton porque le agradaste, si no fuese así
le hubiesen importado un ardite tus problemas con Longford y su grupito de
cretinos. Y en París estuvo a tu lado porque eras su amigo. ¿Acaso tú no
habrías hecho lo mismo por él? ¿Por cualquiera de nosotros?
―Por supuesto ―contestó ofendido.
―¿Por hacernos un favor? ―insistió Kenneth, cada vez más enojado.
―¡Claro que no! ―exclamó dolido―. Porque sois mis amigos.
Kenneth enarcó una ceja.
―Pues me temo, mon ami, que acabas de insultar a uno de ellos.
La mirada de Callen se disparó desde el rostro de Kenneth hacia el lugar
por el que se alejaba Gabriel.
Kenneth le dio una palmada en la espalda.
―Arréglalo ―ordenó, más que sugirió, mientras comenzaba a caminar
dejando solo a su amigo.
Callen masculló una maldición. Era fácil decirlo, pero... ¿arreglar semejante
insulto a su amistad? Meneó la cabeza abatido, mucho se temía que le iba a
costar sangre solucionar las cosas con Gabriel.
r
La reunión entre el duque de Brentwood y Callen transcurrió sin la
presencia de Gabriel. No es que la esperara, por supuesto, el duque
solucionaría el problema de su hija él mismo, sin embargo, Callen esperaba que,
por lo menos, su amigo se dejase ver para apoyarlo. Claro que después de
cómo se despidieron el día anterior...
Callen había visitado a sus abogados el día antes y estos se habían puesto a
trabajar inmediatamente en los acuerdos matrimoniales, a pesar del escaso
tiempo con el que contaban. No era buena idea hacer esperar al heredero de
dos ducados.
Con ellos en el bolsillo, fue conducido al despacho del duque. Este le
esperaba de pie tras su mesa de trabajo.
Callen inclinó la cabeza, respetuoso.
―Su Gracia.
Brentwood extendió su mano ante la sorpresa de Callen. No era un gesto
usual entre la nobleza. Mucho menos en un arrogante duque.
―Lord Clydesdale ―saludó Brentwood, mientras estrechaba su mano.
―Por favor ―solicitó, mientras señalaba uno de los sillones situados frente
a la mesa.
Una vez se hubieron sentado, Brentwood tomó la palabra.
―Willesden me ha informado de que está usted interesado en cortejar a mi
hija.
―En efecto.
―Asimismo me ha puesto al corriente de su linaje, tanto escocés como
inglés. Impresionante, me atrevería a decir ―comentó, con un matiz de envidia
en su voz.
Callen solo inclinó la cabeza. Al maldito cabrón le interesaba un ardite el
linaje o la falta de él. Cedería a su hija a un comerciante de telas con tal de
deshacerse de ella.
Callen metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó los papeles que
habían redactado sus abogados.
―Mi propuesta.
El duque tomó los papeles al tiempo que cogía otros de encima de la mesa
y se los pasaba a Callen.
―Los papeles de la dote.
Callen los mantuvo en la mano mientras el duque repasaba los documentos.
―Muy generoso por su parte ―afirmó, mientras pasaba las hojas revisando
lo escrito.
Cuando finalizó, alzó la mirada para ver que Callen seguía con los papeles
en la mano sin hacer ademán alguno de leerlos.
―¿No desea comprobar si todo está en orden? ―preguntó, al tiempo que
fruncía el ceño.
―No veo necesidad alguna. Confío en su palabra.
El duque enrojeció de satisfacción.
―Me honra, Clydesdale. Entonces, si le parece, podemos proceder a la
firma. ―Tomó una pluma del escritorio y le ofreció otra a Callen.
Una vez los dos hubieron firmado ambos documentos, y cada uno guardó
el que le correspondía, Brentwood aventuró:
―Me imagino que querrá hablar con mi hija.
―Esa era mi intención, sí.
―Por cierto, milord, ¿cuándo desea que el anuncio sea enviado a los
periódicos?
―Antes debo hablar con mi padre. Preferiría que el comunicado saliera a la
vez en los periódicos de Inglaterra y Escocia. Quizá en un par de semanas.
Brentwood asintió, al tiempo que Callen continuaba:
―Además, seguramente mi madre deseará dar una fiesta para comunicar el
compromiso.
―Oh ―El duque agitó una mano con displicencia―. No creo que sea
necesario, tenía la intención de aprovechar el baile de presentación de mi hija
para anunciar su compromiso.
―¿Puedo preguntar qué fecha tenía prevista?
―Uno o dos meses, a lo sumo ―contestó con indiferencia.
«Lo justo para atrapar al primero que pasase y no tener que gastar en
organizar dos bailes», pensó irritado.
Callen, sin embargo, asintió:
―Tiempo más que suficiente.
Si Brentwood sintió curiosidad por lo que había querido decir Callen, no lo
expresó.
El duque se giró para tirar del llamador. Cuando el mayordomo apareció, se
levantó, haciendo que Callen lo imitase.
―Conduzca a lord Clydesdale a la biblioteca, y avise a lady Jenna de que su
prometido la espera.
Cuando se giraba para seguir al mayordomo, después de inclinarse
respetuoso ante el duque, Callen se detuvo.
Fijó su mirada en Brentwood y, con voz glacial, anunció:
―Una cosa más, Su Gracia. Tengo entendido que mi futura esposa utiliza
gafas, sin embargo, nunca la he visto con ellas. A partir de ahora, exijo que las
utilice, no tengo intención alguna de hacer de lazarillo para mi prometida.
―Esa no era la verdadera razón, pero era la única que entendería y aceptaría el
duque: el desprecio.
Brentwood hizo una mueca.
―Como desee. ―En realidad, ya le daba igual. Había conseguido endosar a
su hija a un marqués, a partir de este instante era problema suyo si se
avergonzaba o no de la tara de Jenna.
Callen apretó los puños al imaginar los mezquinos pensamientos del duque.
Sin otra palabra, siguió al mayordomo hacia la habitación indicada.
Mientras esperaba, se acercó a una de las estanterías repletas de libros que
cubrían las paredes de la estancia. Tomó uno al azar y, cuando estaba
hojeándolo, la puerta se abrió. Se giró mientras Jenna, sencillamente vestida,
entraba en la habitación.
«Maldita sea, otra vez sin sus gafas», pensó. Callen comenzaba a
preguntarse por qué le importaba tanto que ella las utilizase o no. No quiso
escuchar la vocecita que le susurraba que quizá era porque no le agradaría que
el malentendido que hubo con él la primera vez que se vieron sucediese con
otro caballero. Él la había ignorado, pero no estaba tan seguro de que otros lo
hiciesen. Jenna era demasiado hermosa para ser ignorada.
Jenna hizo una reverencia antes de acercarse.
―Veo que hoy tampoco llevas tus gafas. ―Su voz sonó más seca de lo que
pretendía.
Ella frunció el ceño.
―Creo haberte explicado que lo tengo prohibido.
―Ya no. He hablado con Brentwood. Utilizarás las gafas tanto dentro como
fuera de esta casa.
Jenna enarcó las cejas, perpleja.
―¿Mi padre ha aceptado...?
«Tu padre aceptaría cualquier cosa con tal de deshacerse de ti», pensó
Callen, sin embargo, solo dijo:
―Hemos firmado los contratos matrimoniales, por lo tanto, las cosas se
harán a mi modo en lo que a ti respecta.
Un ramalazo de inquietud recorrió a la joven. ¿Habría pasado de la tutela de
un padre controlador y avergonzado de ella a un marido igual de autoritario?
Sintiéndose un poco avergonzado de sus secas palabras al ver la mirada
confusa de Jenna, Callen comenzó a examinar sus bolsillos hasta que encontró
lo que buscaba.
Sacó su mano y la extendió hacia ella, mostrando una pequeña caja.
Jenna pasó su mirada del estuche al rostro de Callen. Este no expresaba
emoción alguna.
¿Dónde estaba el hombre agradable, cortés, divertido, y que tenía en cuenta
su opinión?
Abrió la caja con manos temblorosas. Un precioso rubí rodeado de
pequeños diamantes se mostró. Jenna lo observó maravillada.
Callen, incómodo ante el silencio de su ya prometida, masculló:
―Si no es de tu agrado, siéntete libre de elegir otro más de tu gusto.
Jenna movió la cabeza negativamente.
―Es precioso, Callen.
Callen asintió y, al ver que Jenna no hacía ademán alguno de sacar el anillo,
tomó la caja y se dispuso a ponérselo en el dedo anular.
Con el anillo en una mano extendió la otra sin apartar los ojos del rostro de
Jenna. Esta tendió una mano temblorosa, que Callen tomó mientras introducía
el anillo en el dedo de la muchacha.
Jenna observó que él ni siquiera se había quitado los guantes. Retiró su
mano y contempló el efecto del anillo en ella. En verdad, era una preciosidad,
nada ostentoso, destacaba la pureza del rubí.
Los dos se quedaron en silencio unos instantes, Jenna porque no sabía
exactamente qué decir, un simple gracias le parecía poco apropiado, y Callen
porque no era de esa manera tan fría como había imaginado que le pediría
matrimonio.
Claro que, en realidad, no se podía decir que fuese una petición de mano al
uso. «El pago de un favor». ¿No era así como se había referido a su
compromiso al hablar con Gabriel?
De repente, sintió un deseo inexplicable de escapar de la situación, de
Brentwood House y de la muchacha que lo observaba desconcertada. Aunque
esta no era una proposición de matrimonio al uso, sino un simple acuerdo, o
eso deseaba creer, la imagen de otra petición de matrimonio, otro anillo y otra
mujer inglesa pasó por su cabeza consiguiendo que una repentina frialdad lo
invadiera.
―El compromiso no se anunciará hasta que mis padres sean avisados.
―Jenna asintió sin decir palabra―. Una vez hable con ellos, se organizará una
fiesta para anunciar nuestros próximos esponsales.
―Por supuesto.
Callen se irguió y extendió su mano.
―Si me disculpas, tengo todavía muchas cosas que organizar.
Jenna hizo una reverencia al tiempo que posaba su mano en la extendida de
Callen. Después de acercar sus labios a los nudillos de ella, Callen se inclinó y
se giró para abandonar la habitación.
Jenna siguió con la mirada la figura masculina mientras salía de la biblioteca.
Los pensamientos se agolparon en la mente de la joven: «¿Eso es todo? No
ha hablado de un cortejo, de conocernos un poco, ni siquiera se ha
preocupado por saber si yo estaría de acuerdo con sus decisiones. Ni siquiera
ha intentado sellar el compromiso con un beso. Después de lo ocurrido entre
nosotros en el parque... no entiendo su frialdad. Ese no era el hombre que me
miró con anhelo, que me besó como si su vida dependiese de ello. Cualquier
caballero que eligiese su padre hubiera hecho exactamente lo mismo,
ignorarme. ¿Por qué he esperado algo más de él? ¿Acaso he malinterpretado lo
sucedido? Quizá, cuando me besó tenía en mente intenciones indecorosas que
ya no tenían cabida siendo hija de un duque y hermana de su amigo. ¿Se habrá
sentido obligado a ofrecerse por mí?». Decepcionada, salió de la biblioteca al
encuentro de Celia.
Cuando Callen abandonó la biblioteca, se cruzó con Gabriel. Tras un
momento de vacilación, hizo ademán de acercarse a él, sin embargo, Gabriel
no le dio opción. Inclinó la cabeza como saludo y se metió en la habitación
donde había estado él minutos antes, el despacho del duque, sin mostrar la más
mínima intención de detenerse.
Muy bien, si le habían ofendido sus palabras, que así fuese. Gabriel había
sido el único inglés al que no le había importado su ascendencia escocesa ni su
falta de títulos, lo justo era que él le devolviese el favor, aunque esa no fuese la
verdadera razón para desposar a Jenna. Si no la quisiese para él intentaría
solucionar el problema de Gabriel de cualquier otra manera, preferiblemente
utilizando sus puños con Longford. Para Callen, eso se llamaba lealtad, lealtad
hacia un amigo. Gabriel necesitaba alejar a su hermana de las garras de
Longford, bien, pues él le había prestado la ayuda que necesitaba.
Una vocecita en su interior le advertía de que esa no era la verdadera razón
para ofrecerse por Jenna, aunque intentase convencerse a sí mismo, sin
embargo, la acalló. Tenía que comprobar el comportamiento de ella en los
salones. No quería más sorpresas como la sucedida en París.
r
Celia dejó el bordado a un lado cuando vio aparecer a Jenna. Frunció el
ceño al notar que, mientras había bajado a la biblioteca ilusionada, había
regresado... «¿Desolación? ¿es eso lo que refleja su rostro?», pensó.
Mientras Jenna se sentaba pensativa, Celia decidió preguntar.
―¿Qué ha ocurrido? ¿Acaso se ha arrepentido el marqués?
Por toda respuesta, Jenna extendió su mano donde refulgía el precioso
anillo.
Celia lo observó cada vez más desconcertada.
―Es precioso ―admitió.
Jenna asintió.
―Jen ―murmuró compasiva―, ¿qué ha pasado?
Su prima la miró con la confusión en los ojos.
―No lo sé, Celia, pero no es el mismo hombre con el que hablé en Hyde
Park. ―Jenna le había contado a Celia sus escapadas al amanecer y sus
encuentros con Callen. «Ni el encantador Callen Brodee del que me he
enamorado», añadió para sí misma.
―¿En qué sentido?
Jenna dejó vagar su mirada por la habitación.
―Parece distante, como si se viese forzado. Toda su amabilidad ha
desaparecido y se ha convertido en frialdad. ―Volvió los ojos a su prima―.
Solo me ha tocado para colocarme el anillo, con tal apatía que me resultó
inquietante. Ni siquiera ha intentado besarme y es algo que suelen hacer los
caballeros cuando se comprometen, ¿no?, besar a la dama. No entiendo, Celia,
qué ha podido cambiar de ayer a hoy.
―Quizás no haya cambiado. Tal vez se sienta un poco presionado. En
realidad tenía la intención de sincerarse contigo, ¿no es así? Puede que al
haberse precipitado todo... ―musitó reflexiva―. ¿Has hablado con Gabriel?
―continuó Celia―. En realidad, tu hermano solo te comentó que el marqués
se había ofrecido por ti, pero nada dijo de sus razones para hacerlo.
Jenna observó con atención a su prima. Tenía razón, Gabriel solamente
había comentado la oferta del marqués, ¿por qué se ofrecería? No tenía
obligación alguna, los amigos de su hermano se habían limitado a escribir listas
con los caballeros que les parecían adecuados. ¿Por qué el único que decidió
hacer algo más que escribir fue él? No quería pensar que se sentía obligado por
haberla besado. No había motivos para reparar nada, puesto que el beso había
sido consentido y no había ocurrido nada más allá de eso.
Decidida, se levantó.
―Hablaré con Gabriel. Si todo ha sido un generoso arrebato y Callen se ha
arrepentido, debo liberarlo del compromiso.
Celia hizo una mueca.
―A Brentwood no le gustará. Me temo que no lo permitirá.
―Sí, si estamos los dos de acuerdo. Y me casaré con quien él proponga. En
realidad, a él le es indiferente con quién, siempre y cuando se deshaga de mí.
Celia la miró con lástima mientras Jenna se acercaba al cordón para llamar
al mayordomo.
El mayordomo apareció al cabo de unos instantes.
―Benson, ¿se encuentra lord Willesden en la casa?
―Sí milady. Ahora mismo está reunido con Su Gracia en su despacho.
―Por favor, cuando finalice su entrevista con Su Gracia, ¿podría
comunicarle que deseo hablar con él?
―Por supuesto, milady. ―El mayordomo comenzaba a hacer su inclinación
para retirarse cuando Jenna pareció darse cuenta de algo.
―Espere, Benson. ―Se acercó a su escritorio y garabateó en un papel.
―Mejor entréguele esta nota.
―Como ordene, milady.
Al salir el mayordomo, Jenna se fijó en la expresión perpleja de Celia.
―Sabes que a veces, para el caso en su mayoría, las reuniones con
Brentwood finalizan con Gabriel huyendo a toda velocidad de la casa, y
pudiera ser que Benson no lograse interceptarlo.
Celia asintió.
―Entiendo.
k Capítulo 6 l

GABRIEL había sido requerido a presencia del duque poco tiempo después de
que Callen abandonase Brentwood House.
El duque le informó de que el anuncio se haría una vez el marqués
informase a su familia, y que lord Clydesdale había sugerido que el baile de
compromiso fuese organizado por los duques de Hamilton.
«Lo que obliga al mezquino de mi padre a organizar uno para presentar a
Jenna en sociedad. Bien jugado por parte de Callen», pensó con satisfacción.
Asimismo, Brentwood le notificó que el marqués ni siquiera había revisado
el acuerdo de la dote que él le había presentado.
Gabriel notó que su padre parecía perplejo por esa decisión de Callen.
Brentwood, desde luego, analizaría hasta el último detalle de cualquier acuerdo
que tuviese que firmar.
Cuando iba a retirarse, Benson entró en el despacho para entregarle una
nota que, Gabriel comprobó, procedía de Jenna.
Se dirigía a la puerta con la nota en la mano, cuando la voz de su padre lo
detuvo.
―Por cierto, me atrevería a decir que estos escoceses son un poco extraños,
a mi modo de ver.
Gabriel miró a su padre, inquisitivo.
―Parece ser que no les preocupan en absoluto las taras que puedan tener
sus mujeres, o las que puedan transmitir a su progenie. ―Willesden apretó los
puños―. Lord Clydesdale ―continuó, ajeno a la rabia de su hijo― ha exigido
que Jenna utilice sus gafas donde y cuando desee. ―El duque se encogió de
hombros―. Allá él, desde ahora Jenna es su problema, si a él no le importa que
la alta desdeñe a su prometida, a mí no me puede preocupar menos.
Gabriel ni siquiera se molestó en contestar a la grosería de su padre, sin
embargo, pensó con cariño en su amigo. Más allá de la dote, más allá de
mejorar cualquier acuerdo, Callen solo se había preocupado de que Jenna se
sintiese segura al poder utilizar sus gafas, incluso en Brentwood House.
Tras cerrar la puerta del despacho, Gabriel leyó la nota. Jenna solicitaba su
presencia para discutir algo importante.
Subió hacia la salita de su hermana mientras cavilaba qué podría ser aquello
tan crucial.
Cuando entró, después de llamar, Celia se levantó y, tras hacer una
reverencia, se dirigió a su prima.
―Os dejaré solos.
―No, quédate ―respondió esta, mientras hacía un gesto para que volviera a
tomar asiento a su lado―. No hay nada que no puedas escuchar. En realidad,
ha sido tuya la idea de hablar con Gabriel.
El aludido enarcó una ceja suspicaz. «¿Qué demonios estaba ocurr...?».
―¿Por qué se ha ofrecido el marqués por mí?
La súbita pregunta de su hermana interrumpió sus recelosos pensamientos,
sobresaltándolo.
Había permanecido de pie, esperando... no sabía bien qué, pero desde
luego, nada como esa pregunta lanzada sorpresivamente. Se sentó en uno de
los sillones al tiempo que su mente buscaba frenéticamente una respuesta que
no ofendiese a Jenna.
―¿Disculpa? ―preguntó, intentando ganar tiempo.
Jenna enarcó una ceja.
―Me has oído perfectamente, Gabriel.
«Maldita sea», pensó el marqués.
Gabriel decidió ir con la verdad por delante. Jenna acabaría por enterarse y
prefería que fuese por él.
Se frotó en entrecejo con dos dedos mientras suspiraba.
―Jen, Callen no siempre fue el heredero. Cuando llegó a Eton, al mismo
tiempo que nosotros, ―Jenna entendió que se refería a sus otros tres amigos―,
era el segundo hijo, y escocés. Nunca estuvo a gusto en el colegio, al principio
porque odiaba estar alejado de Escocia, y más tarde por el acoso al que fue
sometido.
Las dos jóvenes escuchaban atentas las palabras de Gabriel sin hacer
ningún comentario.
El marqués continuó:
―Había un grupo que no cesaba en sus abusos y, aunque Callen siempre
tuvo una presencia física imponente y era perfectamente capaz de defenderse
solo, ellos nunca se enfrentaban a él de uno en uno, sino en grupo. ―Gabriel
detuvo su mirada en un punto sobre el hombro de Jenna―. Hasta que los
chicos y yo intervinimos. Ellos tenían un rango muy inferior al nuestro, y debo
decir que fue la primera vez que utilicé el mío para imponerme ante esos
cretinos. Desde entonces, nos hicimos amigos.
Gabriel se reclinó en el sillón al tiempo que se frotaba la barbilla.
―Años más tarde, estábamos finalizando nuestro Grand Tour cuando Callen
se enamoró de una dama inglesa, hija de uno de los agregados de la embajada
en París, un vizconde. Creyó que ella correspondía a sus sentimientos a pesar
de que le advertimos que solo jugaba con él, que aspiraba, tanto ella como su
padre, a un título. De hecho, mientras se enredaba con Callen estaba siendo
cortejada por un conde. Enamorado, desoyó nuestras advertencias y le
propuso matrimonio. No voy a entrar en detalles, pero desde entonces Callen
no solo desprecia a los aristócratas ingleses, sino que considera a las damas
arribistas y codiciosas. Esa fue la segunda y última vez que utilicé mi rango. Al
poco tiempo, su padre abandonó la embajada y París, mientras que Callen
decidió quedarse y comenzar a hacer negocios comerciando con el whisky que
fabrica su familia y los vinos y licores franceses. Se convirtió en el heredero al
morir su hermano, hace tres años. Dejó sus negocios en París en manos de un
administrador y regresó a Inglaterra. El resto...
Jenna entrecerró los ojos mientras movía negativamente la cabeza.
―Todavía no me has dicho por qué se ofreció a casarse conmigo ―insistió.
Gabriel la miró con fijeza.
―¿Qué ha ocurrido, Jen?
Su hermana levantó la barbilla.
―Hoy se ha presentado para hablar con Brentwood y después ha solicitado
mi presencia. Sin embargo, no había nada en el hombre que me entregó el
anillo del agradable hombre con el que conversé en Hyde Park. ―«El hombre
del que me enamoré sin saber quién era», añadió para sus adentros. Jenna clavó
la mirada en su hermano―. Siento como si me desdeñase, Gabriel, y no voy a
volver a pasar por lo mismo que con Brentwood.
Gabriel torció el gesto.
―No es por ti. Él desprecia a las damas inglesas. De hecho, sus... ―Gabriel
cerró la boca a tiempo.
―¿Amantes? ―sugirió Jenna, mientras Celia ahogaba una sonrisa.
Su hermano la fulminó con la mirada.
―¿Qué sabes tú de amantes? ¿Para el caso, vosotras? ―inquirió, mientras
lanzaba una mirada enojada a Celia.
Su hermana levantó las manos con exasperación.
―¡Por Dios, Gabriel! ¿Sabías, por casualidad, que las mujeres hablan y que
no siempre se preocupan por quién las escucha?
Gabriel bufó irritado, condenación, la conversación se le estaba yendo de
las manos. Estaba hablando de amantes con dos debutantes, una de ella su
hermana y la otra su prima. ¿Qué sería lo siguiente?
―Ni siquiera me ha besado ―espetó Jenna. «No desde que sabe quién soy»,
pensó.
Por todos los diablos, ¿es que le leía el pensamiento? Gabriel se pasó las
manos por el cabello, cada vez más incómodo.
―Jen, Callen nunca ha tenido una amante con un físico... digamos... que se
parezca lo más mínimo al habitual en las damas inglesas. ―Gabriel, al borde ya
de la apoplejía, la señaló con un dedo―. Y es todo lo que voy a decir, o a
escuchar, sobre este... absurdo e inapropiado tema.
―Oh ―Jenna abrió los ojos como platos al tiempo que miraba de reojo a
Celia. El rostro de su prima parecía a punto de estallar en llamas. Una cosa era
escuchar los cotilleos de otras mujeres y otra diferente era escuchar lo mismo
de boca de un hombre, aunque este fuese su hermano.
Mientras toqueteaba su anillo, Jenna murmuró pensativa.
―Si desprecia a las inglesas, ¿por qué...?
―Piensa que me lo debe ―masculló Gabriel.
La rapidez con que Jenna levantó el rostro para mirar a su hermano casi le
provoca un tirón en la nuca.
―¿Se casa conmigo, con una inglesa, por devolver un favor? ―preguntó
desconcertada.
Gabriel se encogió de hombros.
―Eso ha dicho.
A Jenna se le cerró la garganta. «No pretendía cortejarme, ¿por qué iba a
cortejar a una inglesa si las desprecia? Qué ilusa fui, lo único que buscaba era
una amante», pensó. La rabia y la vergüenza la invadieron.
―¡Maldita sea! Este... desatino se ha acabado ―espetó Jenna decidida.
Su hermano y Celia se envararon.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó receloso, obviando el lenguaje de su
hermana. En otro momento la habría reconvenido, pero no en este.
Jenna se levantó y se acercó al sillón donde estaba sentado su hermano.
―Lo citarás en tu residencia esta noche, hablaré con él y romperé el
compromiso.
―No voy a invitarlo a mi casa ―farfulló Gabriel.
Su hermana entrecerró los ojos.
―¿Por qué...? ―De repente una idea penetró en su mente―. Tú tampoco
estás de acuerdo con sus razones, ¿no es así? ―No necesitaba confirmación.
Gabriel no contestó, sin embargo, la expresión de su rostro lo dijo todo.
Jenna se frotó las manos inquieta, mientras pensaba.
―De acuerdo, mandaré una nota a Frances, Justin no tendrá problema
alguno en invitarnos a cenar.
―Jenna, no puedes involucrar a nadie más en esto. Justin es amigo de los
dos, no puedes ponerlo en semejante aprieto. Además ―añadió nervioso―,
Brentwood no consentirá que rompas el compromiso.
―Lo hará si acepto al caballero que él proponga. Con tal de que
desaparezca de su vista, tanto le dará uno como otro.
―Callen no aceptará ―intentó desesperado―, mucho menos sabiendo que
el duque te comprometerá con Longford.
―No hacen falta dos para romper un compromiso. Compromiso que, por
cierto, ni siquiera se ha hecho público, así que no habrá escándalo alguno. Y
los acuerdos se pueden romper, firmados o no. ¿Por cierto, quién es Longford?
Gabriel pensó que Jenna estaba decidida. Lanzó una mirada a Celia, que le
correspondió con otra resignada.
―Era el acosador de Callen en Eton ―suspiró con cansancio―. De
acuerdo, lo citaré en mi residencia. ―Se levantó enojado con Jenna, con Callen,
con él mismo y hasta con el mundo―. A las siete ―espetó.
Una vez Gabriel se hubo marchado, Celia miró a su prima.
―¿Estás segura de lo que vas a hacer? El marqués en realidad no tiene nada
contra ti personalmente, y sus motivos, aunque no nos agraden, son más
honorables que los que tendrá el caballero que elija tu padre, ese solo irá por la
dote.
Celia se levantó y se acercó a su prima. Al tiempo que la tomaba de la
mano, susurró:
―Jen, tengo un mal presentimiento. Piénsalo bien, por favor.
Jenna acarició la mano de Celia.
―Lo he pensado, prefiero un matrimonio con alguien que me ignore a
casarme sin esperanza alguna con Callen. ―Celia frunció el ceño―. Me gusta,
Celia, y creí que yo también le gustaba, pero lo único que buscaba en el parque
era una amante, mientras yo supuse que sentía algo por mí. Si no puedo tener
esperanzas, prefiero un matrimonio miserable con alguien que no me importe
en absoluto.
r
Callen recibió la invitación para cenar de Gabriel con escepticismo. No le
agradaba en absoluto que se hubieran distanciado, por lo que supuso que al
marqués le ocurría lo mismo y deseaba aclarar las cosas entre ellos.
Cuando Norton lo condujo a la sala contigua al comedor donde se
encontraba Gabriel, no se sorprendió al encontrarlo solo. Suponía que lo que
hablasen era entre ellos dos y los demás no tenían nada que ver, mucho menos
sentirse obligados a tomar partido entre uno y otro.
Gabriel le sirvió una copa de oporto y, después de entregársela, le indicó
uno de los sillones.
Una vez se hubieron sentado, Willesden tomó un sorbo de su copa.
―Ante todo, debo informarte de que mi hermana y mi prima asistirán a la
cena.
Callen frunció el ceño.
―¿Por qué razón?
Gabriel dudó entre callarse y que fuese la propia Jenna quien se lo explicase
o ponerlo en antecedentes. Finalmente, la amistad prevaleció.
―Jenna quiere romper el compromiso.
Callen se atragantó con el oporto. Después de toser y de evitar con un
gesto, que Gabriel se acercase dispuesto a darle palmaditas para aliviarlo,
consiguió encontrar su voz.
―¿Se ha vuelto loca? ―espetó.
Gabriel se encogió de hombros.
―Sabe la razón por la que te casas con ella.
El escocés le lanzó una mirada belicosa.
―¿Se lo has dicho?
―No hizo falta. Después de tu... apasionada entrega del anillo, notó que algo
iba mal y habló conmigo.
―Y, por supuesto, a ti te faltó tiempo para decírselo ―repuso irritado.
―Callen, tiene derecho a conocer tus razones. Va a ser... ―Gabriel
rectificó―. Si se casase contigo, debe saber el terreno que pisa.
―Si rompe el compromiso sabes a quién se la entregará el duque, ¿verdad?
Gabriel fijó su mirada en su copa.
―Sí.
―Y supongo que serás consciente de las razones por las que Longford se
ofrece por ella.
―¡Maldita sea! ¡Por supuesto que lo sé! Longford se vengará de mí a través
de Jenna.
Callen iba a responder cuando Norton apareció seguido de las dos damas.
Gabriel y Callen se levantaron al instante y, mientras ellas hacían sus
reverencias y Callen se inclinaba cortés, Gabriel interpeló al mayordomo.
―¿Está lista la cena, Norton?
―Sí, señoría, pueden pasar al comedor cuando deseen.
Gabriel tomó del brazo a Celia y se desentendió por completo de su
hermana y su amigo. Que se apañasen.
Callen y Jenna siguieron a la pareja en completo silencio. Ni Callen ofreció
su brazo ni Jenna hizo ademán de tomarlo.
La cena transcurrió en medio de una animada conversación entre Gabriel y
Celia, un vago interés por parte de Jenna y una sarta de bufidos y resoplidos
que procedían de Callen.
Cuando finalizaron, Gabriel se levantó y ayudó a Jenna a hacer lo mismo.
Mientras Callen se ponía en pie al tiempo que asistía a Celia, Willesden
anunció:
―Celia y yo estaremos en la biblioteca, podéis utilizar la salita contigua.
―Sin más, tomó a Celia del codo y salieron de la habitación.
Mientras caminaban, Celia echó un vistazo sobre su hombro.
―¿No resulta indecoroso que estén a solas?
Gabriel esbozó una sonrisa torcida.
―Celia, la tensión entre ellos podía cortarse con un cuchillo. Me
sorprendería que sucediese algo impropio con tanto hielo a su alrededor.
Celia soltó una risilla.
―Visto así...
r
Tras entrar en la salita en la que habían estado antes ambos amigos, Callen
se dirigió a servirse una copa. Giró la cabeza para preguntar a la joven, que ya
se había sentado:
―¿Deseas que te sirva algo?
―¿Qué estás tomando?
―Whisky.
―¿Del que destila tu familia?
―Por supuesto ―respondió Callen, casi ofendido de que pudiese pensar
que se acercaría a cualquier otro brebaje.
―Tomaré lo mismo, gracias.
Callen enarcó una ceja. Sin embargo, le sirvió lo que le había solicitado.
Mientras le entregaba la copa, preguntó:
―¿Sabes cuál es la forma adecuada de beberlo?
Jenna se mordió la lengua para no contestar con sarcasmo. Sin embargo,
contestó:
―Supongo que como cualquier bebida.
Callen rodó los ojos.
―No es cualquier bebida, es whisky. Debes tomar un pequeño sorbo,
paladearlo en la boca y luego tragarlo.
Jenna enrojeció hasta las orejas. Santo Dios, qué voz más sugerente tenía, y
ese matiz... tan seductor mientras la instruía sobre el whisky.
Callen se sentó de golpe mientras le explicaba a Jenna la mejor manera de
degustar la bebida, su imaginación se había desbocado y no estaba pensando
precisamente en el whisky deslizarse por la preciosa boca de la muchacha.
Condenación, si hasta se había excitado.
Se revolvió incómodo, y su incomodidad se convirtió en una tortura
cuando Jenna acercó la copa a sus labios y tomó un sorbo. Los ojos de Callen
no se apartaban de los llenos labios que se movían haciendo sugerentes
pucheros mientras paladeaba la bebida, con el maldito hoyuelo que aparecía y
desaparecía, y cuando al fin tragó y la punta de su lengua lamió el labio
inferior, Callen gimió interiormente. Se obligó a beber él mismo un trago.
Maldito infierno, nunca en toda su vida, se había excitado al ver a una mujer, y
había visto muchas, beber whisky, o cualquier otra cosa, para el caso.
Mientras rogaba por que la parte inferior de su cintura se calmase un poco,
se decidió a comenzar la conversación.
―Gabriel me ha dicho que deseabas hablar conmigo.
―Supongo que también te habrá informado del motivo ―respondió Jenna.
Callen asintió.
―Deduzco entonces, que no hay nada más que decir ―continuó ella.
El escocés enarcó una ceja.
―¿Tú crees?
Jenna volvió a llevar la copa a sus labios.
―Despacio ―sugirió Callen.
Jenna detuvo su mano.
―¿Disculpa?
―Se debe dejar un tiempo entre un sorbo y otro. ―Si comenzaba a
bebérselo como si fuese vino, se la devolvería a su hermano como una cuba, y
Gabriel lo despellejaría vivo.
―Oh.
Callen insistió.
―¿Y bien?
―Y bien ¿qué? ―respondió ella, frunciendo el ceño.
Él rodó los ojos. Si comenzaban a dar rodeos, amanecería en aquella
maldita habitación encerrado con una maldita inglesa que bebía el whisky como
si estuviese haciendo el amor. Al menos eso interpretaba su mente y... otras
partes de su cuerpo.
―No voy a permitir que rompas el compromiso ―espetó.
―No eres quién para permitirme o no permitirme nada ―repuso Jenna,
mientras alzaba la barbilla con altanería.
―Soy tu prometido.
―No se ha hecho oficial.
―Se han firmado los acuerdos.
―Pueden romperse.
Callen, harto, explotó.
―¿Tienes idea de a quién te entregaría tu padre? ―ladró irritado.
Jenna se encogió de hombros.
―Creo que a un tal Longford.
Callen, exasperado, se levantó para acercarse a la chimenea. Se acodó en la
repisa y la observó con un brillo belicoso en los ojos.
―¿Tu hermano te ha dicho quién es?
―Un crío caprichoso que en Eton se dedicaba a hacerle la vida imposible a
los demás ―respondió―. La gente madura, Callen. No creo que a estas alturas
continúe acosando a niños.
―A los demás no ―afirmó Callen, cada vez más furioso―. A mí. Y esa clase
de gente no cambia, milady.
―Oh, vamos, milord, eso pasó hace muchos años, supéralo.
Callen casi se atraganta con su bebida.
―¡¿Que lo supere?! ¡¿Que lo supere?! ―Y el temperamento perdió a Callen―.
O eres tonta, o el whisky comienza a afectarte.
―¡Haz el favor de no gritarme, y mucho menos insultarme! ―exclamó
Jenna.
―¡Maldita sea, mujer, el compromiso sigue en pie y no hay nada más que
decir!
―¡Tú no tendrás nada más que decir, pero yo no he acabado!
r
En la biblioteca, la pareja que jugaba al ajedrez levantó la vista del tablero al
escuchar los gritos, para mirarse con regocijo.
―Parece que el hielo comienza a derretirse ―comentó divertido Gabriel.
Celia esbozó una sonrisa, sin embargo, inquirió con un matiz de
preocupación.
―¿Seguirá siendo prudente dejarlos solos?
Gabriel hizo un gesto vago con la mano, mientras su mirada se fijaba en el
tablero.
―Entraron comprometidos y saldrán comprometidos, prudente o
imprudentemente. Dejemos que el hielo siga derritiéndose.
r
―¿Ah, no? Pues yo creo que sí ha acabado. No vas a casarte con Longford.
Jenna, después de dejar la copa en la mesita, se levantó para acercarse
belicosa a Callen.
―¿Y cómo piensas impedirlo? ―masculló, mientras alzaba la barbilla.
Jenna observó con recelo cómo Callen depositaba con parsimonia su copa
en la repisa y se giraba hacia ella. Al ver un brillo peligroso en sus ojos,
preciosos aunque no fuese el momento de apreciarlos, dio un paso atrás.
Callen lanzó el brazo y la atrapó por la cintura al tiempo que la otra mano
aferraba su nuca y la atrajo hacia él.
Mientras bajaba la cabeza hacia el rostro femenino, murmuró:
―Así.
El beso comenzó lento y tierno, hasta que el deseo de Callen por ella se
impuso. Acarició con su lengua los labios de Jenna hasta que ella los
entreabrió, y entonces comenzó el descarado saqueo. Callen se prometió que
todas las noches saborearían juntos una copa de whisky hasta que se hartara de
degustarlo en la boca femenina, cosa que dudaba.
Jenna se aferró primero a las solapas de la chaqueta de Callen, para después
enlazar sus manos alrededor de su cuello. Sentía que flotaba mientras notaba la
lengua de Callen poseyendo su boca. Tímidamente, rozó la suya con la
masculina con cautela y gimió cuando la reacción de él fue mover suavemente
su excitada virilidad contra su vientre.
Los gemidos de Jenna y su apasionada reacción estaban haciendo mella en
el autocontrol de Callen. Debía detenerse. Lentamente, rompió el beso para
deslizar su boca a lo largo del cuello hasta llegar a la oreja de la muchacha.
Atrapó el lóbulo femenino y lo mordisqueó suavemente. Jenna, embelesada,
ladeó la cabeza para darle más acceso.
Después de lamer suavemente el rosado lóbulo, Callen alejó su rostro para
escrutar el de ella. Jenna aún mantenía los ojos cerrados, y sus labios hinchados
y entreabiertos provocaron otro latigazo de agitación en su ya dolorido
miembro.
Aprovechó para observarla. Si ya era hermosa, la pasión había puesto un
delicado rubor en su rostro, lo que la hacía todavía más deseable.
Callen acarició lentamente la nuca de la joven, enredando sus dedos en los
suaves rizos que se habían soltado, al tiempo que Jenna abría lentamente los
ojos para fijarlos con desconcierto en los masculinos.
El marqués deslizó su mano desde la nuca hasta el mentón femenino.
―No vas a casarte con Longford, Jenna, para el caso, no vas a casarte con
otro que no sea yo ―susurró con voz ronca―, así tenga que arrastrarte a
Escocia.
Todavía obnubilada, Jenna asintió. Ese era el hombre del que se había
enamorado. En ese momento le daban exactamente igual las razones de
Callen. Se dio cuenta de que no sería capaz de condenarse a un matrimonio
que careciese de esa pasión, no después de ese beso. «Si es así como expresa su
desdén hacia las inglesas, cómo sería si le agradasen», pensó divertida.
Callen pasó su pulgar por los labios de Jenna. Sin decir una palabra, la tomó
de la mano para dirigirse hacia la biblioteca, donde esperaban Gabriel y Celia.
Cuando entraron, todavía con la mano de Jenna en la suya, dos cabezas con
sendas miradas inquisitivas se giraron hacia ellos. Después de observarlos un
instante, Gabriel volvió su rostro hacia Celia y ladeó la cabeza al tiempo que
enarcaba las cejas.
«Te lo dije», pareció decir.
Celia rodó los ojos a la vez que sonreía a su primo.
―¿Y bien? ―inquirió Willesden, observando a la pareja.
―El compromiso sigue adelante ―afirmó Callen.
Gabriel centró la mirada en su hermana, con una muda pregunta en sus
ojos.
Jenna, todavía conmocionada, asintió.
Willesden frunció el ceño al ver los hinchados labios de Jenna y algunos
rizos de su peinado sueltos. Enarcó una ceja mientras pasaba su mirada hacia
Callen.
Este se encogió de hombros y se limitó a decir:
―Ha entendido... mis razones.
Gabriel resopló. Sabía de la honorabilidad de su amigo y estaba seguro de
que no la había comprometido más allá de... de lo que fuese. ¡Por Dios, era su
hermana pequeña! No tenía intención alguna de ponerse a hurgar en la manera
en la que Callen le habría explicado sus motivos.
r
Al regresar de escoltar a su hermana y a Celia a Brentwood House, Gabriel
entró en la biblioteca, donde le esperaba Callen.
Mientras se servía una copa, Gabriel habló sin girar la cabeza.
―No voy a preguntar cómo la convenciste.
―Mucho mejor ―espetó Callen con indiferencia.
Gabriel enarcó una ceja en su dirección al tiempo que se acercaba hacia el
sillón donde estaba arrellanado su amigo. Se sentó frente a él mientras
observaba absorto el líquido de su copa.
Sin levantar la mirada del líquido ambarino, Gabriel murmuró pensativo.
―Supongo que para ti el deber tiene el mismo valor que la amistad.
―No.
Gabriel levantó la vista hacia Callen, mirándolo inquisitivo. Callen daba
vueltas al licor en su copa sin levantar la mirada.
―¿No?
―Cuando dije que lo hacía porque te lo debía, no me refería a la vulgaridad
de pagar un favor como si me hubieras conseguido una invitación para una
fiesta en el Royal Pavilion. Me brindaste tu amistad cuando era un solitario
escocés resentido con todo lo inglés. Me integraste en tu grupo de amigos sin
necesidad alguna y me respaldaste siempre que lo necesité. Estuviste a mi lado
cuando murió mi hermano. Tú y los demás cruzasteis Inglaterra para
apoyarme y... sé que tuviste algo que ver en la súbita despedida de la embajada
y de Francia del vizconde Bonham.
»Eres mi amigo, Gabriel, y entiendo que una cosa no excluye a la otra. Los
cinco hemos llegado a un compromiso los unos con los otros basado en la
lealtad, que a su vez es una de las bases de nuestra amistad. ―Callen tomó un
sorbo de su whisky―. Así entiendo yo la amistad, algo que no se exige, si no
que se da, sin intereses ocultos ni obligación alguna. No lo hago por
obligación, sino porque debo y quiero ser leal a nuestra amistad. ―Vaciló unos
segundos y añadió―: Además, tengo mis propias razones.
Callen carraspeó. Había hablado demasiado para ser un hombre poco
acostumbrado a expresar sus sentimientos. Colocó la copa en la mesa y se
levantó.
―Te veré mañana en el club ―se despidió mientras salía de la habitación.
Minutos después, Gabriel todavía continuaba estupefacto mientras las
palabras de Callen seguían resonando en su mente.
r
Jenna y Celia estaban, ya en camisón, en la habitación de Celia. Ambas
recostadas en la cama.
―¿Y bien? ¿Puedes regresar de donde quiera que estés y explicar por qué
has cambiado de opinión sobre seguir adelante con el compromiso?
Jenna no había abierto la boca durante todo el trayecto desde la residencia
de Willesden hasta Brentwood House. Continuaba con la mirada ensoñadora y
una sonrisa bobalicona en su rostro, y empezaba a exasperar a su prima.
La aludida enrojeció.
―Me besó.
Celia enarcó una ceja.
―Te besó... ―concordó, mientras esperaba alguna explicación más―. Otra
vez.
Sin embargo, Jenna continuó con la exasperante mirada.
―¡Jenna! ―urgió su prima.
Cuando Jenna, sobresaltada, bajó de las nubes, Celia la interrogó con los
ojos.
Su prima la miró con ilusión.
―No hubo ninguna frialdad en él ―repuso.
Celia la observó con tristeza. Se mordió el labio inferior, inquieta al ver la
ilusión en su prima. Jenna era inocente, ella también, por supuesto, pero al
haberse convertido en los ojos de Jenna, tenía que ser observadora y, mientras
que su prima no era consciente de las argucias que utilizaban ciertos caballeros
para convencer a una dama, ella había visto demasiados corazones rotos.
―Jen ―intentó cuidadosa, mientras tomaba una mano de su prima. Lo que
menos deseaba era herir sus sentimientos―, me temo que un beso no significa
lo mismo para un caballero que para una dama.
Jenna la miró desconcertada.
―Celia, ese beso significó algo, lo sé, al igual que cuando me besó en el
parque. Nadie puede poner tanta... pasión si no siente nada por la otra persona
―argumentó convencida.
―Un hombre sí, Jenna. Ellos, bueno, pueden ser muy apasionados y no
tener ningún sentimiento afectivo. Para ellos se trata solamente de lujuria y
deseo.
Jenna comenzó a mover la cabeza negando. No, eso no era solo lujuria.
Celia continuó intentando que su prima no pusiese en riesgo su corazón.
―El marqués parece un hombre complicado, cariño. No puedes olvidar que
desdeña a las inglesas, que se casa contigo por... por lealtad hacia Gabriel. No
esperes que te entregue su corazón, Jen. Eres muy hermosa y sentirá deseo por
ti, no lo dudo, pero no te ilusiones esperando que, por muy apasionados que
sean sus besos, llegue a sentir algo más profundo.
Jenna bajó la mirada hacia la mano de su prima, que sostenía la suya con
cariño. Se negaba a pensar que lo que había ocurrido en casa de su hermano
solamente hubiera sido... lujuria. «Claro que, con ese beso, ha conseguido
hacerme olvidar mis deseos de romper el compromiso», pensó. Levantó la
vista hacia Celia, y esta, al ver la duda en los ojos de su prima, insistió.
―Ese hombre se ha pasado ocho años huyendo de las damas inglesas como
de la peste. ¿Crees que después de la humillación sufrida en Francia, se
arriesgará a volver a poner su corazón en manos de una inglesa? Por favor,
piénsalo. Se casa contigo porque no hay sentimientos por el medio. Es un
trato, por supuesto mucho mejor que cualquiera al que llegase tu padre con los
otros pretendientes. Por lo menos él te tratará con respeto, pero por favor, no
esperes más de él.
Jenna asintió al tiempo que soltaba la mano de su prima y se levantaba.
―Supongo que tienes razón. Puede que me esté ilusionando por algo que
en realidad solo yo siento. ―Mientras intentaba contener las lágrimas, se
despidió de su prima―: Ha sido un día muy largo. ―Celia notó su voz trémula
y no pudo evitar un ramalazo de compasión―. Buenas noches.
―Buenas noches, Jen.
Cuando su prima abandonó su alcoba, Celia permaneció un rato despierta
mientras meditaba sobre la ilusión de Jenna, que ella se había encargado de
apagar. Conocía muy bien a Jenna. Su prima se estaba enamorando del
marqués escocés, mientras que él...
Jenna llegó a su habitación hecha un mar de lágrimas. ¿Qué podía hacer? Si
no tuviese sentimiento alguno por Callen, sería fácil, otro matrimonio como
muchos, vivido con total indiferencia por ambas partes, sin arriesgar nada.
Pero se había enamorado del complicado escocés. Y durante sus encuentros en
el parque parecía que él guardaba algún sentimiento hacia ella. ¿Y si solamente
era lujuria? ¿Qué haría si, como decía Celia, él no llegase a sentir nada por ella?
Y lo peor era que en lo más profundo de su corazón sabía que su prima tenía
razón.
k Capítulo 7 l

CALLEN había escrito a sus padres notificándoles su compromiso y solicitando


que viajasen a Londres. No se había extendido demasiado en explicaciones,
prefería hablarlo con ellos frente a frente. Suponía que su madre se sentiría
feliz de que su futura esposa fuese inglesa, no estaba muy seguro de si se
sentiría igual de satisfecha cuando se enterase de las razones por las que se
casaba. Sus padres se habían casado por amor y lo habían educado para que él
hiciese lo mismo, de hecho, no esperarían en absoluto un matrimonio de
conveniencia. Se temía que tendría que lidiar con su decepción.
Deseaba a Jenna, por supuesto. Si hubieran tenido esa mañana en la que él
pensaba sincerarse, le hubiera propuesto matrimonio, pero... aunque había
sabido que era una dama, se habían conocido fuera de las rígidas normas de la
alta y no había tenido que cuidarse de cómo y cuánto hablaba con ella, de no
estar a solas, del escrutinio de la sociedad. Habían sido ellos mismos y ahora
tendrían que ceñirse a las envaradas costumbres inglesas, seguir un cortejo, por
supuesto adecuado, no dar un paso sin la vigilancia adecuada. Callen
comenzaba a angustiarse y todavía no había comenzado a cortejarla. Eso sin
contar que no estaba preparado, ni creía que llegase a estarlo, para poner su
corazón en las manos de otra dama inglesa.
Mientras desayunaba en Brandon House, el marqués cavilaba a
regañadientes en sus obligaciones como prometido de lady Jenna: flores,
bombones, invitarla a pasear, al teatro... Miró su plato de desayuno y lo apartó
desganado. Resopló con frustración y se levantó. Su valet sabría qué hacer... o
eso esperaba, no era cosa de pedir consejo a sus amigos. Las burlas le
perseguirían durante años.
Volvió a su habitación y, sin esperar a que su ayuda de cámara saliese a su
encuentro, bramó:
―¡Crawford!
El hombre asomó la cabeza desde el vestidor.
―¿Milord?
―¿Qué se le puede regalar a una dama? ―espetó, mientras paseaba por la
habitación con las manos a la espalda.
Su valet lo miró como si le hubiesen salido cuernos.
―¿A una dama, milord? ―balbuceó confuso.
―Sí, Crawford, a una dama. ―Callen dibujó una silueta curvilínea con sus
manos.
El pobre hombre cada vez estaba más desconcertado. ¿A qué clase de dama
se referiría su señor?
Confuso, se arriesgó.
―¿Un collar..., un brazalete...? ¿Ambos?
Callen lo miró frunciendo el entrecejo.
―Una dama, Crawford ―aclaró exasperado―, no una ramera.
El valet se encogió.
―Mis disculpas, milord, pero me temo que no ha especificado el tipo de
dama al que se refería.
El marqués bufó.
―El tipo de una prometida ―masculló con sequedad.
Los ojos del hombre casi se le salen de sus órbitas, pensando: «¿Ha dicho
prometida? ¿Lord Clydesdale?».
―¿Inglesa? ―aventuró cauteloso.
―¿Acaso cambian los regalos según la nacionalidad de la dama? ¡Qué más
da que sea inglesa o rusa! ―exclamó Callen, mientras se pasaba la mano por el
cabello. Al notar la expresión recelosa del hombre, aclaró―: Sí, inglesa.
―¿Flores?
Callen lo observó con atención.
―¿Qué clase de flores?
Crawford rodó los ojos con disimulo.
―No tengo idea, milord, las preferidas de la dama, supongo.
¡Mierda! ¿Cuáles serían sus malditas flores preferidas? Al ver la confusión
en el rostro de su señor, Crawford se apiadó. En realidad, lord Clydesdale no
había tratado más que con cortesanas, cuyos regalos solían ser muy diferentes
a los que se enviarían a una dama.
―Milord, si no está seguro de sus preferencias, podría enviarle un ramo
variado ―sugirió.
El semblante de Callen cambió por completo.
―¡Estupenda idea! Elige la mejor floristería y que envíen un ramo grande y
variado a Brentwood House.
Al ver que el hombre no se movía, lo miró confuso.
―¿A qué esperas?
―Milord, me atrevería a sugerirle que debería escribir una nota para
acompañar el ramo.
―Cierto, cierto, ¿en qué estaría pensando? ―farfulló Callen, mientras se
dirigía al escritorio en una esquina de la habitación.
«¿En nada coherente?», pensó el valet, observando en silencio los
movimientos de su confuso señor.
Mientras escribía la nota, Callen recordó que, tras enviar el ramo, se
esperaba que el caballero visitase a la dama, durante la hora estipulada para las
visitas. Bien, aprovecharía para hacerle una breve visita, acompañarla a dar un
paseo para ser vistos y asunto resuelto.
r
Jenna y Celia solían bajar a la hora protocolaria de recibir los ramos de
flores, si los hubiese, y a los consiguientes caballeros, si los hubiese también.
Normalmente, se recibían pocos ramos y aún menos caballeros, sin embargo,
debían seguir las normas aunque se pasasen la maldita hora aburridas hasta las
lágrimas.
No obstante, esa mañana ambas abrieron los ojos como platos cuando un
enorme centro de flores andante hizo su entrada en la salita.
Sorprendidas, se pusieron en pie mientras escudriñaban el ramo, que
sospechosamente tenía las piernas del mayordomo.
―¿Benson? ―inquirió, cautelosa, Jenna.
La voz del mayordomo sonó amortiguada desde detrás de la floresta.
―¿Milady?
El hombre se dirigió como pudo, con el enorme centro a cuestas, hasta la
mesita más grande que pudo encontrar en la sala.
Después de depositarlo, rogando por que la mesa no se viniese abajo, soltó
un suspiro de alivio. Veinte años en la casa y en su vida había visto tal
despliegue de flores en un mismo ramo.
―¡Santo Dios! ―exclamó Celia, estupefacta. Sin poder retener la risa,
añadió―: Me imagino que la floristería habrá cerrado sus puertas por falta de
existencias después de esto.
Jenna se unió a las risas de su prima mientras se acercaba a buscar la
habitual tarjeta. Si es que la encontraba entre tanta frondosidad.
La letra no se le hizo conocida: apurada y de trazos gruesos, muy
masculina. Enarcó las cejas mientras leía la nota.
―Es de Callen ―le indicó a Celia sin quitar los ojos del papel―. Desea
invitarme a dar un paseo.
A Celia se le escapó una risilla.
―Ha debido costarle una fortuna comprar todas las flores existentes en la
tienda. Creía que los escoceses tenían fama de avaros.
Jenna le lanzó una mirada aviesa, al tiempo que Celia se encogía de
hombros.
―Bueno, es lo que se dice.
En ese momento, Benson volvió a aparecer en la sala, esta vez con un ramo
de rosas mucho más modesto, apenas una docena de flores. El mayordomo
pasó su mirada por la habitación y, conteniendo una sonrisa maliciosa, colocó
el raquítico ramo en la mesita situada al lado de donde había colocado el
vergel.
―Este caballero debió de visitar la floristería después de pasar lord
Clydesdale ―comentó jocosa.
Jenna esta vez sí que soltó una risilla.
―¡Es de lord Longford! ―exclamó sorprendida.
Celia frunció el ceño.
―¿Longford? ¡Vaya, se lo ha tomado con calma! Hace tres días que bailaste
con él en Almack’s. Parece mucha casualidad que hayan llegado los dos ramos
al mismo tiempo. El de lord Clydesdale, en realidad, podría esperarse en
cualquier momento, no en vano es tu prometido, pero ¿Longford? Y teniendo
en cuenta su pasado con el marqués, no me acaba de convencer que sea
coincidencia.
Jenna se encogió de hombros.
―Da igual, dudo mucho que ninguno de los dos me visite.
No acababa de decir las palabras cuando la campana de la puerta volvió a
sonar.
Ambas primas se miraron con inquietud.
Al cabo de unos instantes, la puerta se volvió a abrir.
―Su señoría el marqués de Clydesdale ―anunció.
―Gracias, Benson. Por favor, pide que nos suban un servicio de té
―solicitó Jenna.
Callen entró con paso decidido en la sala. Antes siquiera de poder saludar a
las damas, sus ojos volaron hacia el jardín que se hallaba encima de una mesita.
―¡Santo Dios! ―exclamó atónito―. ¿Qué monstruosidad es esa?
Celia tuvo que morderse un carrillo para no soltar una carcajada. Pero Jenna
miró al marqués mientras enarcaba una ceja, al tiempo que se cruzaba de
brazos.
―Usted sabrá, milord. Ha sido usted quien lo ha enviado.
Callen miró a Jenna y luego al exuberante jardín.
―¡¿Yo?! ―exclamó estupefacto.
De repente, se acordó. «Maldito Crawford, le dije un ramo variado, no que
se llevara la floristería completa», pensó. Sin embargo, no pudo evitar una
mueca de satisfacción cuando se fijó en el esmirriado ramo de rosas en la mesa
de al lado, y comparó ambos. Por lo menos el suyo no lucía como si hubiese
pasado una plaga bíblica por él.
Como no pretendía divulgar que había sido su valet quien había comprado
el ramo, y no él en persona como debería haber hecho, decidió distraer a las
damas de las condenadas flores.
Se acercó hacia Celia, cuyos ojos chispeaban de risa, y extendió su mano.
―Lady Celia, un placer verla. ―La joven hizo una reverencia mientras
posaba su mano en la mano masculina.
―Milord.
―Lady Jenna, tan hermosa como siempre. ―Jenna repitió el gesto de su
prima.
Cuando ambas damas se sentaron, Callen tomó asiento frente a ellas. Una
doncella entró con el servicio de té y, mientras Jenna hacía los honores, Callen
se devanaba los sesos buscando un tema de conversación adecuado.
Odiaba verse obligado a seguir un protocolo con Jenna cuando sus
encuentros habían estado llenos de espontaneidad.
Su mente se distrajo cuando su mirada se posó en el rostro de Jenna.
Maldita sea, ahí estaba otra vez ese condenado hoyuelo.
―¿Crema, azúcar? ―ofreció ella.
Callen, distraído con el escurridizo hoyuelo, frunció el ceño. ¿De qué
hablaba?
―¿Perdón?
Jenna levantó un poco la taza.
―El té, ¿cómo lo prefiere? ―preguntó, mientras lo miraba suspicaz.
―Oh, solo, gracias.
Jenna le entregó su taza, al tiempo que con un gesto le ofrecía los
sándwiches. Callen negó con la cabeza. Cuando los tres estuvieron servidos,
consiguió recordar algo del ritual del cortejo.
―Me preguntaba...
La entrada de Benson interrumpió al escocés.
―El honorable vizconde Longford para ver a lady Jenna.
Callen se tensó visiblemente. Con indolencia, dejó su taza en la mesa. ¿Qué
demonios hacía Longford allí? Su mirada se disparó hacia el miserable ramo de
rosas.
Jenna y Celia se pusieron de pie, lo que obligó a Callen a hacer lo mismo.
Longford entró en la habitación haciendo gala de los afectados ademanes
que tanto odiaba Callen en los aristócratas ingleses. No hizo gesto alguno de
que hubiese reconocido la presencia de Callen.
―Lady Jenna, lady Celia, un placer. ―El vizconde se inclinó ante ellas.
Las jóvenes hicieron sus reverencias.
Jenna lanzó una mirada de reojo a Callen. Su expresión era inescrutable y
parecía relajado, pero Jenna notaba su tensión.
―Si me permiten, el honorable vizconde Longford, su señoría el marqués
de Clydesdale.
El vizconde giró su rostro hacia Callen. Al tiempo que este lo miraba con
indiferencia, Longford murmuró con frialdad y un matiz de desdén.
―Nos conocemos.
Jenna y Celia se sentaron e hicieron un gesto a los caballeros para que las
imitasen. Jenna sirvió el té al recién llegado, mientras observaba que Callen no
volvía a tocar su taza.
Sentado con aspecto relajado, tenía una pierna cruzada sobre la otra y sus
manos reposaban en su muslo.
Mientras Longford conversaba con las damas sobre temas intrascendentes,
Callen permanecía silencioso sin hacer ademán alguno de integrarse en la
conversación.
En un momento determinado, el vizconde echó una ojeada al reloj que
reposaba sobre uno de los muebles.
―Me temo que está sobrepasando el tiempo establecido para cada visita,
Señoría.
Jenna enarcó las cejas al tiempo que miraba de reojo a Celia, que había
endurecido el gesto.
¿Cómo se atrevía a reconvenir sobre modales a otro invitado? ¿Quién se
creía que era para juzgar si una visita sobrepasaba su tiempo o no?
Callen ni se inmutó. Miró al vizconde con desprecio.
―¿Eso cree, Longford?
―Bueno, en realidad estoy seguro de ello. Sin embargo, me temo que su
larga estancia fuera del país ha hecho que olvide las protocolarias normas
inglesas y, con ello, los buenos modales ―contestó con soberbia.
La voz de Callen tenía un filo peligroso cuando habló.
―Dé gracias a que aún recuerdo mis modales, milord, si no, me temo que
estaríamos nombrando a nuestros padrinos.
Jenna comenzaba a hartarse de las pullas que volaban entre los caballeros.
Conocía la inquina que el marqués le profesaba al vizconde desde sus años
escolares, pero ¡por Dios!, eran hombres adultos, y se hallaban en presencia de
dos damas.
La inquina que flotaba entre los dos caballeros, unida a su desconfianza de
las razones de Callen para besarla y conseguir que ella aceptara seguir adelante
con el compromiso, provocó que su temperamento volviese a hacer aparición.
Sin pararse a pensar en lo trascendentes que habían sido esos años para
Callen, puesto que determinaron su pobre opinión sobre la nobleza inglesa,
decidió que ya era suficiente.
Longford hizo una mueca maliciosa. Cuando se disponía a contestar, Jenna
intervino.
―Me temo, caballeros, que, sintiéndolo mucho, debo despedirles a los dos.
Acabo de recordar que tengo un compromiso ineludible. Les agradezco su
visita.
Jenna se puso en pie, obligando a Longford y a Callen a hacer lo mismo.
Mientras Longford asintió cortés, se inclinó ante las damas e, ignorando
por completo a Callen, se giró para marcharse, Callen clavó sus ojos en Jenna.
Jenna sintió un escalofrío al notar la helada mirada de Callen, pero levantó
la barbilla con altanería. No iba a permitir que una, por otro lado, inesperada
visita social, se convirtiese en una pelea de gallos, por no hablar de su falta de
confianza en el marqués.
Callen no pudo evitarlo, la ira le volvió a jugar una mala pasada. Se olvidó
de que se trataba de Grace, la muchacha que lo había encandilado con su
franqueza y espontaneidad durante esas mañanas en Hyde Park, y solo vio a
otra rígida inglesa.
―Aun estando prometida, es incapaz de tomar partido, ¿verdad? ―Su voz
cortaba como un cuchillo―. No es usted distinta a las demás inglesas, al igual
que ellas, tiene que procurar tener a mano siempre una segunda opción ―siseó
con desprecio―. Lástima, llegué a pensar que era diferente.
Sin importarle la palidez del rostro de Jenna, y sin molestarse en despedirse,
se giró y abandonó la habitación.
Jenna se dejó caer en el sillón, temiendo que sus rodillas le fallasen. Dios
Santo, había cometido un error descomunal. El que se había comportado
groseramente había sido el vizconde. ¿Qué demonios la había impulsado a
hacerle el mismo desplante a Callen cuando este no había hecho
absolutamente nada para merecer la descortesía de Longford? Quien, para
colmo, incluso había desplegado sus malos modales con ellas en su propia
casa. Solamente hubiera bastado despedir al vizconde alegando que tenía un
compromiso previo con el marqués. De hecho, él había venido a recogerla
para salir de paseo, y tal vez hubiera sido la oportunidad perfecta para
descubrir sus verdaderas razones para no querer romper el compromiso.
¡Condenación! ¿Acaso no podía ser capaz de actuar de manera correcta con
él?
Celia no dijo una sola palabra, cosa que Jenna agradeció. Simplemente miró
a su prima con conmiseración. La impulsividad de su prima, añadida al
tormentoso carácter del escocés, resultaba en una mezcla explosiva.
r
Callen llegó a Brandon House como si todos los demonios del infierno lo
persiguieran. Se encerró en su despacho, al tiempo que se servía un whisky. Le
importaba un ardite que fuese temprano para beber. «¡Maldita sea, pensaba que
ella era diferente! Y lo era», pensó cínico, «hasta que aparecía algún esnob
aristócrata, en este caso, idiota esnob aristócrata, y se convertía en otra maldita
inglesa sopesando sus posibilidades con varios caballeros».
Soltó una risa sarcástica. «No eran mucho mejores que los caballeros que
acudían al Tattersalls matrimonial, evaluándolas como si fuesen yeguas. Por lo
menos ellos elegían y se decidían por una, no tenían una reserva de caballeros
en barbecho por si fallaba alguno y poder pasar al siguiente».
¡Al demonio! Se suponía que era un matrimonio de conveniencia, ¿verdad?
Pues no había necesidad de cortejo alguno, mucho menos cuando ni siquiera el
compromiso había sido anunciado.
Entonces, ¿por qué le molestaba tanto la reacción de ella ante Longford?
Pues porque era Longford, por supuesto. Si se hubiese tratado de otro
caballero no le habría afectado tanto... ¿no?
Harto, decidió irse a comer al club. Con un poco de suerte, sus amigos
estarían comprometidos en otros asuntos y disfrutaría de un poco de
tranquilidad.
Pero por lo que comprobó, sus amigos no tenían ningún asunto del que
ocuparse.
Callen rodó los ojos mientras se dirigía hacia la esquina donde se habían
situado los demás. Durante un breve instante se había planteado dar la vuelta y
regresar a comer en su casa, pero Darrell ya había fijado sus agudos ojos en él.
Maldita sea, ese hombre tenía el olfato de un sabueso.
Después de pedirle su bebida a uno de los camareros, se sentó en uno de
los sillones que estaba libre. Gabriel lo miró con confusión.
―¿No tenías la intención de invitar a Jenna a pasear?
Después de tomar la copa que le había servido el camarero y beber un
sorbo, Callen asintió.
―La tenía, efectivamente... hasta que me echó, eso sí, muy cortésmente,
como corresponde a la bien educada hija de un duque ―masculló irritado.
Los tres que tenía enfrente se echaron hacia delante en sus asientos,
dispuestos a no perderse nada.
―¡¿Que Jenna te echó?! ―inquirió Gabriel estupefacto―. ¿Qué hiciste?
―preguntó con recelo.
―¿Por qué asumes que yo hice algo?
Gabriel enarcó una ceja.
―En realidad quien se portó como el cretino que es, fue Longford, y tu
hermana no hizo distinciones: nos echó a los dos.
―¿Longford fue a visitar a Jenna? ―Gabriel estaba atónito.
―¡Oh, sí! ―Callen esbozó una sarcástica sonrisa―. Después de enviarle un
patético ramo de rosas.
Justin intervino, todavía más asombrado que Gabriel.
―Pero si coincidió con ella hace tres días en Almack’s... ¿Y le manda un
ramo después de tres días?
Kenneth miró a Justin.
―¿Y tú cómo sabes que coincidieron en Almack’s?
―Porque estaba allí ―contestó el conde con indiferencia.
―¡¿En Almack’s?!
Justin bufó.
―Tengo una hermana, ¿recuerdas?
―El caso es... ¿Por qué enviarle flores y visitarla precisamente esta mañana?
―repuso Darrell, al tiempo que se dirigía a Callen― ¿Sabía que te proponías
visitarla?
―¿Cómo demonios iba a saberlo? Casi ni lo sabía yo.
―¿Te vería en la floristería? ―aventuró Kenneth―. Porque le compraste
flores, ¿no es así?
Ante la mirada recelosa de Kenneth, Callen notó que el calor subía por su
cuello.
―No me vio en la floristería ―contestó.
Darrell entrecerró los ojos.
―¿Cómo estás tan seguro? Pudo verte salir, entrar él y ver la nota que
dejarías dirigida a lady Jenna.
―Te digo que no pudo verme ―siseó irritado.
Justin enarcó una ceja.
―¿Puedo saber quién compró las flores que enviaste a tu prometida?
―Mi valet ―susurró Callen.
―¿Disculpa? ―a Gabriel le había parecido escuchar... no, ni siquiera Callen
enviaría a su ayuda de cámara a comprarle flores a su prometida.
―¡Fue mi valet quien compró las malditas flores, demonios! ―espetó
Callen. Maldita sea, empezaba a sentirse acosado.
Mientras Darrell se reclinaba en el sillón, Kenneth se pasaba una mano por
el cabello.
―¡Ay Dios! ―murmuró Justin―. ¿Y ella lo sabe?
―¿Si sabe qué? ―inquirió Callen confuso.
―Que ni siquiera te molestaste en elegir las flores para ella.
―¡¿Cómo iba a saberlo?! ―Callen recordó el gigantesco centro. Crawford
era muy bueno en su trabajo, pero tenía un pésimo gusto con las dichosas
flores, y ahora cargaría él con la maldita elección de su valet.
Gabriel no había dejado de pensar en Longford y el motivo por el que
Jenna lo habría echado, y a Callen con él.
―¿Qué hizo Longford para molestarla?
Callen se encogió de hombros.
―Ser Longford.
Gabriel le lanzó una mirada aviesa, esperando algo más de expresividad.
―Quiso convertir la visita en una pelea de gallos, y aunque intenté
ignorarlo, tu hermana no lo vio así. Quizá no quiso menospreciar a un noble
inglés, prefiriendo a uno escocés. Nos echó a los dos y así no tuvo que tomar
partido por ninguno ―aclaró Callen con mordacidad.
Gabriel intentó defender a su hermana.
―Jenna no es así.
La mirada que le lanzó Callen casi lo hizo encogerse en su silla.
―¿No? Pues lo ha sido. Le ha importado un ardite que yo fuese su
prometido y que el que se estuviese comportando como un verdadero patán
sin modales fuese Longford. ―En su rabia, Callen hurgó aún más en la
herida―. Así conserva los dos pretendientes, en caso de que alguno falle
―ladró cáustico.
―Callen... ―intentó calmarlo Justin.
―¡Me es indiferente! ―prosiguió furioso el escocés―. Todavía no hay nada
anunciado, por mí puede tantear a todos los caballeros que desee. Lo mismo
hasta encuentra a algún inglés más adecuado que un vulgar patán escocés.
Callen se bebió su copa de un trago y, sin despedirse de sus amigos, se
marchó.
Un silencio sepulcral se instaló entre los cuatro que se quedaron
compartiendo la mesa.
Gabriel, el más afectado por la situación, fue el primero en romperlo.
Movió la cabeza, consternado.
―Jenna conoce perfectamente el pasado de Longford con Callen. No
entiendo qué pudo moverla a juzgarlos a los dos por igual.
Justin se frotó la barbilla, pensativo.
―Quizá se sintió sobrepasada por la situación. No te ofendas, Gabriel, pero
me temo que tu hermana no está acostumbrada a que un caballero la visite,
mucho menos dos.
Kenneth masculló.
―Y si esos dos resultan ser Longford y Callen...
―Si de algo puede presumir el escocés es de tener sangre fría ―repuso
Darrell―. Acordaos de cómo era capaz de controlarse en Eton para no caer en
las provocaciones de Longford.
Gabriel se frotó el puente de la nariz con los dedos.
―Empiezo a pensar que aceptar la propuesta de Callen ha sido un error.
Cal guarda demasiados prejuicios contra los ingleses, damas o caballeros...
Justin lo interrumpió.
―Con su parte de razón, por cierto. Aunque estábamos nosotros, Eton fue
un infierno para él, y después la humillación de esa mujer...
Gabriel asintió.
―Y me temo que Jenna considera todo lo ocurrido como cosas de críos, no
se percata de lo tocado que quedó Callen, claro que desconoce la mayor parte
de lo que allí pasó.
Darrell observó su copa ensimismado.
―Creo que deberíamos pensar en retomar esa lista... y añadir algún que otro
anciano viudo. ―Hizo una mueca―. Tendremos que apresurarnos, no sea que
se nos vayan quedando por el camino.
k Capítulo 8 l

CALLEN decidió confirmar su asistencia al baile del conde de Craddock. No


podía excusarse, era el baile de presentación de lady Frances, la hermana de
Justin.
Estarían las familias de todos sus amigos, a las que conocía desde los trece
años, cuando había empezado a pasar algunas vacaciones escolares en sus
residencias campestres y ellos habían viajado algún que otro verano a Escocia,
invitados por los duques de Hamilton.
Mientras se vestía, después de su baño, ayudado por Crawford, sopesó
enviar alguna disculpa de última hora excusando su ausencia. Condenación, a
no ser que sufriera un repentino ataque de apoplejía, no podía hacerle ese feo a
Justin.
Suspiró con frustración. Sus padres llegarían en pocos días. El duque le
había encargado que se hiciese cargo de las posesiones inglesas. Después de
años en Francia, y de no esperar en absoluto convertirse en el heredero, Callen
sabía que debía, le gustase o no, socializar con sus pares y hacer contactos con
vistas a, en un futuro, ocupar su puesto en la Cámara. No podía convertirse en
un ermitaño en pleno Mayfair, sobre todo cuando él era el único hijo que le
quedaba a sus padres. Y, para colmo, su madre insistiría en celebrar una fiesta
para anunciar su compromiso. Lo lógico sería que comenzase a relacionase
con la alta, o se temía que los únicos invitados que acudirían a la maldita fiesta
serían sus cuatro amigos.
Observó cómo su valet daba los últimos toques al pañuelo de cuello. No le
había comentado nada sobre la monstruosidad que había enviado a Brentwood
House. En realidad, el pobre hombre no tenía culpa alguna, debió de ser él
quien se encargase y, siendo sincero, al final había sido hasta divertido
contemplar aquel vergel al lado de las doce miserables rosas de Longford,
además de la vena rencorosa que se despertó en él pensando en lady Jenna
repartiendo el maldito jardín por todo Brentwood House. Pensó malicioso que
incluso podría que algún manojo fuese a parar a la residencia de Gabriel.
―Me temo que ya está, milord ―escuchó a Crawford.
―Gracias, perfecto, como siempre.
El hombre, mientras recogía la ropa desechada, se atrevió a preguntar con
nerviosismo.
―Me preguntaba, milord...
―¿Sí?
―Las flores... ¿fueron del agrado de la dama? ―inquirió con timidez.
Callen no tuvo corazón para desengañar al pobre hombre.
―Por supuesto, Crawford; de hecho, debo felicitarte por tu elección. La
dama quedó maravillada con el ramo, ―«Impactada sería más apropiado»,
pensó con sorna.
El rostro del hombre se iluminó.
―Fue un honor, milord. Honrado de que a la dama le agradasen.
Callen sonrió.
―Un gusto exquisito el tuyo, como siempre, Crawford.
El valet se inclinó respetuoso con una sonrisa en el rostro. Callen, después
de darle una palmadita en el hombro, se dirigió hacia la puerta de su alcoba.
―No me esperes, Crawford, sabré arreglármelas solo. Buenas noches.
―Buenas noches, milord.
r
Después de pasar por la línea de recepción y saludar a Justin y a su
hermana, comenzó a buscar al resto de sus amigos. Al primero que localizó
fue a Gabriel, su alta estatura y, sobre todo, su claro pelo rubio, destacaban
entre la multitud.
Comenzaba a acercarse cuando se congeló. Maldita sea, estaban
conversando con lady Jenna y sus amigas. Solo reconoció a lady Celia, con ellas
había otras dos damas. Una rubia menuda y otra alta, con un precioso cuerpo
y... ¿pelirroja? Sonrió lobuno.
Al llegar a su altura, observó de reojo que lady Jenna se tensaba. Gabriel
hizo las presentaciones, la pelirroja era una americana recién llegada, pupila de
los condes de Balfour.
Haciendo gala de sus buenos modales, solicitó el carnet de baile de cada
una de las damas y apuntó su nombre en ellos. Después de unas frases de
cortesía, se alejó dispuesto a mezclarse con el resto de invitados.
Jenna observó su carnet de baile con disimulo. No tenía idea de qué baile
había reservado el marqués. Su decepción se reflejó en su rostro cuando
observó que había escrito su nombre en una contradanza. «¿Ni siquiera un
vals?», pensó abatida.
Celia, intuyendo los pensamientos de su amiga, comentó con desenvoltura.
―Vaya, el marqués me ha reservado una cuadrilla, ¿y a ti, Lilith? ―preguntó
con fingida indiferencia.
Lilith miró su carnet.
―El cotillón.
―Oh, a mí me ha reservado un vals ―repuso Shelby. Alzó la mirada para
buscar la alta figura que se alejaba―. Será delicioso bailar el vals con el
marqués, parece un caballero sumamente interesante, además de muy atractivo
―repuso, con una pícara sonrisa.
Jenna sintió que el estómago se le subía a la garganta. Por supuesto, había
reservado el vals para la dama que era totalmente de su gusto: pelirroja, alta,
con curvas... y americana. Todo lo que ella no era.
Gabriel y Celia intercambiaron una mirada. Mientras Lilith comentaba algo
con Jenna, Celia susurró.
―La verdad es que entiendo que esté dolido después del desplante de
Jenna. No puedo culparlo. En realidad, el que se comportó de forma grosera
fue lord Longford, el marqués se limitó a ignorarlo hasta que el vizconde hizo
un comentario particularmente insultante y, aun así, supo conservar las formas.
Gabriel se imaginaba lo sucedido. Conocía la forma de comportarse de
ambos, por lo que entendía que Callen volviese a sentirse humillado ante
Longford, y esta vez a causa de Jenna.
La música comenzó a sonar y toda la atención de los invitados se centró en
la pista de baile. El conde de Craddock abría el baile con su hermana. Cuando
Justin hizo un gesto, invitando a los demás a que se unieran, Jenna observó
cómo Callen se dirigía hacia una de las damas.
Jenna la conocía, lady Forrester, esposa del barón Forrester. Hermosa,
joven y... muy sociable. Pendiente de la pareja, que bailaba animada y sonriente,
Jen no se percató de la tensión que invadió a su hermano hasta que oyó una
voz conocida.
―Lord Willesden ―saludó Longford, al tiempo que inclinaba cortés la
cabeza.
Gabriel respondió cortante.
―Longford.
El vizconde se giró hacia Jenna.
―¿Me haría el honor, milady? Por supuesto, si no tiene ya comprometido
este baile.
Jenna no podía negarse. Y, en realidad no deseaba negarse. Le gustaba bailar
el vals y esperaba que el vizconde fuese un bailarín por lo menos decente.
Y no la defraudó. Longford se movía con maestría y sabía llevarla con
suavidad, quizá demasiada suavidad.
―Milady, me temo que debo disculparme por mi comportamiento durante
mi visita ―comenzó con tono contrito.
Jenna alzó el rostro hacia él. No era tan alto como el marqués, pero aun así,
su coronilla rozaba la barbilla del vizconde, además de un rostro
angelicalmente atractivo... eso si uno no se fijaba en sus fríos ojos azules. No
supo qué responder, lo cual aprovechó el hombre para continuar con sus
disculpas.
―Le puedo asegurar que hago gala en todo momento de buenos modales,
sin embargo... me temo que encontrarme con lord Clydesdale allí,
sinceramente, me hizo revivir muchos desagradables momentos ocurridos
durante nuestra etapa escolar.
Jenna frunció el ceño.
―No entiendo por qué habrían de afectarle en estos momentos hechos que
sucedieron cuando eran ustedes solo unos niños.
―Por supuesto, en realidad es algo difícil de comprender para quien no ha
pasado por ello. Sin embargo, hay circunstancias que, cuando las vives sin estar
debidamente preparado, suelen dejar huella. Se superan, por supuesto, uno
madura y se da cuenta de que esas situaciones no dejan de ser simples tonterías
de críos malcriados.
―Entiendo ―concordó Jenna.
«Solamente hay que escuchar al marqués hablando de los ingleses para estar
de acuerdo con usted, está claro que él no lo ha superado», pensó.
Longford la giró hábilmente, mientras esbozaba una amplia sonrisa.
―Entonces, ¿acepta mis disculpas, lady Jenna?
Jenna correspondió a la sonrisa del hombre.
―Disculpas aceptadas, milord.
―Es usted muy amable, milady. ―Longford dudó un momento―. ¿Podría
atreverme a invitarla a pasear en la mañana? Si no se encuentra muy cansada
tras esta noche, por supuesto.
Por un momento, no supo qué decir. ¿Debía negarse?, ¿qué podría aducir?
Todavía no se había hecho oficial su compromiso con lord Clydesdale y, por lo
que parecía, este no tenía intención alguna de iniciar ningún cortejo. Y el
vizconde parecía un hombre agradable, lejos del matón escolar que le había
descrito su hermano.
Se oyó a sí misma contestando.
―Será un placer, milord.
Longford sonrió con satisfacción. Lady Jenna era un bocado muy apetitoso
y su fabulosa dote resultaba muy adecuada para reponer sus menguadas arcas,
además de la satisfacción que sentiría teniendo en sus manos a la hermana de
Willesden. Cuando había solicitado cortejar a su hija al duque de Brentwood,
nunca habría sospechado que tendría que competir con el escocés. Sin
embargo, cuando entró en aquella floristería, en realidad con intención de
comprar flores para otra dama, y observó la acumulación de flores que
compraba un, a todas luces, sirviente, la curiosidad le pudo y echó un vistazo a
la tarjeta. El escudo del ducado de Brandon y el nombre de la dama hicieron
que variase todos sus planes. No pensaba esperar a que Brentwood se
decidiese, mucho menos estando de por medio el maldito escocés.
Escrutó con disimulo a lady Jenna. Era hermosa, aunque esas gafas... bah,
las gafas eran lo de menos. Le era indiferente lo que ella usara una vez la
hubiera enviado al campo mientras él permanecía en la ciudad.
Mientras tanto, Callen bullía de furia mientras observaba con disimulo a la
pareja. No se había equivocado cuando catalogó a lady Jenna, antes de ser
presentados, como otra codiciosa arribista. En ella no quedaba ni rastro de
Grace. Sus sonrisitas con el vizconde y la animada conversación que tenían, a
pesar de que Gabriel la había advertido de la clase de hombre que era
Longford, lo había convencido de que a milady le importaba bien poco quién
fuese el caballero, siempre y cuando exhibiese un título.
Sonrió ante un comentario de su hermosa pareja de baile, hermosa y
licenciosa, por cierto. Quizá aceptase su insinuación de encontrarse en algún
lugar discreto de la residencia de Justin.
Cuando el vals cesó, Callen acompañó a la baronesa hacia donde se
encontraban sus amigas al tiempo que, de reojo, observaba cómo Longford
hacía lo mismo con lady Jenna.
Era el momento de la cuadrilla. ¿A quién...? Ah, sí, lady Celia. Suspirando,
Callen se encaminó en busca de su siguiente pareja. Maldita sea, y aún le
quedaban tres bailes, cuatro, puesto que tendría que invitar a bailar a la
homenajeada.
Jenna observó envarada cómo Callen se acercaba y extendía la mano hacia
su prima. Cuando los dos se alejaron, no pudo evitar un ramalazo de
desilusión. Sin embargo, compuso su mejor sonrisa y se giró hacia Gabriel.
―Lord Longford me ha invitado a pasear en la mañana ―comentó con
indiferencia, a sabiendas de que su hermano no se lo tomaría muy bien.
Gabriel le lanzó una dura mirada.
―¿Has aceptado?
―Por supuesto, no podía negarme. Además, el vizconde ha resultado ser un
hombre muy agradable. Se ha comportado como un caballero, disculpándose
por lo sucedido durante su visita. La verdad, Gabriel, creo que tus amigos y tú
habéis magnificado lo que simplemente deberían ser consideradas como
tonterías de patio de colegio entre críos.
La voz de Gabriel sonó acerada.
―¿Eso crees, que fueron simples tonterías de críos?
Por un momento, Jenna se preocupó. Gabriel nunca le había hablado con
tanta frialdad; sin embargo, su orgullo y los celos por ver a Callen prestar
atención a otras damas e ignorarla a ella se impusieron.
―Sin duda. De hecho, el vizconde ha reconocido que no fueron más que
eso, simples niñerías ―contestó con una pizca de altanería, al notar la
desaprobación en su hermano.
Gabriel no contestó. Justin y lady Frances se acercaban. Sonrió a los
hermanos y le solicitó el siguiente baile a la joven, ignorando por completo a
su hermana.
Una vez le llegó el turno a Jenna de bailar con Callen, ambos se unieron a
otras parejas para la contradanza. Longford bailaba cerca de ellos con otra
debutante.
Callen notó que lady Jenna y Longford intercambiaban un saludo
inclinando corteses sus cabezas. Por un momento dio gracias de que el
compromiso no fuese oficial, no habría escándalo alguno si ella elegía al
cretino del vizconde y él quedaría libre para buscar alguna preciosa dama
escocesa. Su mirada vagó por la pista hasta que se cruzó con los sugerentes
ojos azules de lady Forrester. Le sonrió con disimulo, aceptando tácitamente el
encuentro sugerido por ella. Por lo menos el maldito baile iba a servir para
algo.
Inmerso en elegir la habitación adecuada para su encuentro con la dama, no
se percató de que Jenna le estaba hablando hasta que la joven carraspeó.
Bajó la mirada hacia ella, molesto.
―¿Disculpe?
―Le comentaba, milord, aunque únicamente por la debida cortesía, que he
aceptado la invitación a pasear de lord Longford.
Callen la miró como si le hubiesen salido cuernos.
―No me debe ninguna explicación, milady, puede hacer con su tiempo lo
que más le apetezca y, por supuesto, gastarlo con quien le agrade.
Definitivamente necesitaba ese revolcón con la baronesa.
Mordaz, masculló al tiempo que, después de un giro, sus cuerpos se
acercaron.
―Si lo que pretende es azuzar algún tipo de competición entre el vizconde
y yo, me temo que va muy desencaminada. Quizá Longford esté encantado,
pero yo no tengo el menor interés en participar de sus jueguecitos de dama
aburrida.
En ese momento, la música se detuvo y, cuando la tomó del brazo para
devolverla junto a Gabriel y sus amigas, no pudo evitar sisear con cinismo.
―Disfrute mañana de su paseo, milady.
Callen se inclinó ante las otras damas y, después de lanzar una aviesa mirada
a Gabriel, que sugería que tenían una conversación pendiente, se dirigió a
buscar a la baronesa lujuriosa.
La conversación con sus amigas impidió que Jenna se detuviese a pensar en
las consecuencias de estar jugando con fuego.
Justin se acercó a Gabriel.
―¿Qué está ocurriendo entre esos dos? ―preguntó, mientras le tendía una
copa de brandi.
Gabriel lo miró inquisitivo y Justin se encogió de hombros.
―Callen se ha citado con lady Forrester en alguna de las habitaciones
privadas. No es que me importe, en realidad, todos lo hemos hecho en alguna
u otra ocasión en las residencias a las que hemos sido invitados con ocasión de
algún baile. Siempre y cuando sean discretos..., pero entre eso y que Longford
recorra todos los corrillos jactándose de que acompañará mañana a Jenna en
su salida... ―Miró a Gabriel consternado―. La intención de Callen ha sido
buena al ofrecerse por Jenna, pero comienzo a preguntarme si ha sido una idea
acertada. Conocemos a los duques de Hamilton, siempre desearon y esperaron
para sus hijos un matrimonio como el suyo, por amor, y después de perder a
uno de ellos, los destrozará ver a Callen atrapado en una unión miserable. Eso
sin contar con que el escocés no se lo merece.
Gabriel asintió. Él mismo comenzaba a plantearse hablar con Brentwood.
No entendía en absoluto el comportamiento de Jenna. Incluso había creído
que ella guardaba sentimientos por Callen, sin embargo, desdeñar lo sucedido
con Longford en Eton, aceptar su escolta... Bien, la alta ignoraba su
compromiso, pero ella tenía que darse cuenta de que aceptar lo que todos
interpretarían como un cortejo del vizconde sería considerado por Callen
como otra humillación más.
r
El encuentro con lady Forrester en la biblioteca fue todo lo satisfactorio
que Callen esperaba... si se olvidaba de determinado hoyuelo rozando unos
llenos y suaves labios, unos preciosos ojos grises que lo miraban con adoración
(por lo menos después de aquellos besos) y de un cálido y turgente cuerpo.
Desató toda su frustración en un encuentro apresurado y sin apenas
preliminares que, por lo que parecía, satisfizo por completo a la baronesa, que
se despidió con la esperanza de volver a disfrutar del atlético cuerpo de Callen.
Jenna se dirigía a la sala de damas cuando vio salir a lady Forrester de la
biblioteca. Extrañada, se detuvo. Esa zona estaba vedada para los invitados.
¿Qué hacía la baronesa en la zona privada de la casa? El misterio se aclaró
cuando, instantes después, Callen salió recomponiéndose el pañuelo del cuello
y pasando las manos por el cabello para intentar domar el revoltijo que se le
había formado.
Palideció y, sin pensar en las consecuencias ni en su propio
comportamiento, se dirigió hacia él. Conforme se acercaba, su palidez se
convertía en un rubor furioso.
Callen, distraído intentando recomponer su apariencia, no reparó en ella
hasta que casi se tropiezan. Enarcó las cejas desconcertado. ¿No le bastaba con
Longford que también tenía que espiarlo a él? ¡Por el amor de Dios!
―Milord ―saludó Jenna con frialdad.
Callen inclinó la cabeza.
―Milady. ―Intentó rodearla para continuar su camino.
Suspiró con frustración cuando Jenna le impidió el paso. Al tiempo que
enarcaba una ceja, preguntó:
―¿Disculpe?
Jenna puso los brazos en jarras.
―¿Es que no tiene sentido del decoro? ¿Cómo se atreve a encerrarse en una
habitación privada, de una casa en la que es un invitado, con una dama casada?
Callen la miró con sorna.
―¿Cómo es posible que sepa que estábamos encerrados, milady? ¿Acaso
pretendía entrar usted también y utilizarla? Bien, ya ha quedado libre, es suya
para lo que le plazca y con quien le plazca.
Jenna jadeó ante el insulto.
―Es usted un...
Callen enarcó una ceja con frialdad.
―¿Escocés, inglesa?
Furiosa, alzó la mano y le propinó tal bofetada que, aunque el rostro de
Callen apenas se movió, al momento comenzó a formarse una marca roja en
su mejilla.
Mientras Jenna se quedaba paralizada por su audacia, la mirada de Callen
congeló algún que otro océano.
Su voz ni siquiera sonaba furiosa, sin embargo, Jenna se atemorizó cuando
escuchó su tono suave e inexpresivo.
―No vuelva a ponerme la mano encima, milady, o le aseguro que me
comportaré como el patán escocés que usted piensa que soy. Mucho menos
por celos de no haber estado en el sitio de esa otra mujer hace unos instantes.
He visto a otras damas jugar a este juego, damas mucho más experimentadas, y
usted no tiene ni idea de dónde se está metiendo. Me es completamente
indiferente ―siseó mientras acercaba su rostro peligrosamente al de Jenna, que
lo observaba con los ojos abiertos como platos― lo que tenga con Longford.
Es más, me atrevería a sugerirle que hablase con su padre y lo eligiese a él. Son
tal para cual ―espetó con desprecio.
Sin más, la tomó por los hombros para apartarla suavemente al tiempo que
se dirigía hacia la salida. Ya había tenido todo lo que era capaz de soportar en
una noche. Incluido un satisfactorio desahogo físico.
Jenna fue incapaz de reaccionar durante unos instantes. La furia la invadió,
¿o eran los celos? Las lágrimas amenazaban con derramarse. Celia tenía razón,
él no sentía nada por ella. El beso que a ella le pareció tan maravilloso no había
sido más que una manipulación para que desistiera de romper el compromiso.
Su prima estaba en lo cierto, un beso para un hombre no significaba lo mismo
que para una mujer.
Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, y apartándolas de un
manotazo subió como pudo para esconderse en la sala de damas. Él
conservaría a sus amantes, lo había comprobado. No había tenido ningún
reparo en encerrarse con esa... esa... En la misma fiesta en la que estaba su
prometida que, aunque no oficial, al fin y al cabo ambos sabían que lo era. Ni
siquiera la respetaba. De acuerdo, ella había bailado con Longford, pero había
sido un baile... Y había aceptado salir a pasear con él, pero como cortesía.
¿Acaso la debida cortesía de los caballeros implicaba meterse en una
habitación a solas con una dama?
Se sintió miserable; miserable, furiosa y celosa. De acuerdo, si para él ella
solo era una obligación, actuaría en consecuencia. Pero toda la rabia que sentía
no pudo evitar que comenzase a llorar sin control.
Celia, alarmada por la tardanza de Jenna, subió a la sala de damas. Después
de que su prima se alejase había visto salir del pasillo a la baronesa, seguida de
lord Clydesdale. Un mal presentimiento la recorrió y, cuando abrió la puerta de
la habitación a la que se había dirigido Jenna, la escena le encogió el corazón.
Su prima sollozaba desconsolada encogida en uno de los sillones más
apartados. Intuyendo lo ocurrido, Celia no dijo palabra, simplemente se giró
para cerrar la puerta con llave, si las damas necesitaban algo, que usaran la otra
sala. Se acercó a Jenna y, al tiempo que, consternada, se sentaba a su lado, la
abrazó con cariño. Le daría unos minutos y se marcharían.
r
El grupo de amigos había salido a pasear con sus monturas por Hyde Park.
No era algo que a ninguno de ellos entusiasmase particularmente, pero
entendían que, de vez en cuando, debían cumplir con las costumbres de la alta.
Darrell y Callen montaban un poco más rezagados del resto, concentrados
en observar el despliegue de damas casaderas y no tan casaderas, y coquetear
con las más atrevidas.
Mientras levantaba su sombrero para saludar a un grupo de damas, Darell
murmuró con los ojos brillantes de diversión.
―Me temo que Kenneth debe sentirse un poco molesto.
Callen contestó distraído mientras observaba a una preciosa pelirroja que
conversaba sonriente con otras damas al tiempo que no le quitaba los ojos de
encima.
―¿De qué demonios hablas?
―Bueno, tú estás comprometido, ¿no? Todo este coqueteo en la hora en
que mitad de la aristocracia está pendiente de la otra mitad, mientras él guarda
las formas... por lo menos lo que dure el paseo... ―aclaró, mientras encogía los
hombros.
Callen soltó una risilla mordaz.
―¿A cuál de los coqueteos te refieres?
Darrell lo miró desconcertado, al tiempo que Callen, disimuladamente, le
señalaba un carruaje que se acercaba con lentitud a causa de la gran fila
existente.
Darrell abrió los ojos como platos.
―¡Maldita sea! ¿Acaso ha perdido la razón?
El carruaje que se acercaba estaba ocupado por Longford a las riendas, con
Jenna a su lado y la doncella de Jenna detrás.
Los tres jinetes que iban delante, al percatarse del carruaje, ralentizaron el
paso para quedar a la altura de Callen.
Este rodó los ojos.
―No necesito que me protejáis, ya no estamos en el colegio.
El momento del cruce entre los caballeros y el carruaje podía haber
resultado más incómodo, pero en ese instante, antes de que Callen pudiese
siquiera tocar su sombrero, una voz femenina llamó su atención.
―¡Lord Clydesdale, qué agradable sorpresa!
Callen se giró para ver que en la fila que circulaba en sentido contrario, la
baronesa Forrester, acompañada de la que supuso era su doncella, lo miraba
con una brillante sonrisa.
Sin prestar más atención a la pareja que casi estaba a su altura, giró su
caballo para acercarse al carruaje de lady Forrester y entablar una animada
conversación con la mujer.
El movimiento no pasó desapercibido para sus amigos ni para Jenna, que
levantó la barbilla con altanería. Sin embargo, su gesto apenas le reportó
satisfacción cuando tanto Gabriel como sus amigos se limitaron a alzar sus
sombreros, hacer un leve gesto de reconocimiento y seguir su camino.
Palideció mientras miraba al lado contrario de donde se hallaba el vizconde,
intentando retener las lágrimas.
Longford, sin embargo, aprovechó el momento. Mientras palmeaba las
manos de Jenna, cruzadas sobre su regazo, musitó comprensivo.
―No se angustie, milady. Ha sido una sorpresa para lord Willesden, eso es
todo. ―El vizconde sonrió para sí―. Su hermano lo único que desea es su
felicidad. En cuanto compruebe que usted es feliz lejos de compañías que se
recrean en un pueril pasado y se niegan a superar absurdos comportamientos
infantiles, él lo entenderá.
Jenna asintió. No estaba tan segura de que Gabriel lo entendiese, y mucho
menos Callen; claro que, con este, se temía que el compromiso se había roto
sin haber llegado a oficializarse.
Tras dirigirse a sus respectivas residencias, darse un baño y cambiarse de
ropa, los cinco amigos se dirigieron al club.
Callen fue el último en llegar, con una expresión de complacencia.
―¡Vaya, parece que el paseo te ha sentado bien! ―opinó Kenneth.
El escocés se arrellanó con indolencia en uno de los sillones.
―De maravilla ―respondió, alzando las cejas varias veces con picardía.
―¿Tiene algo que ver lady Forrester con tu regocijo?
Callen encogió un hombro.
―Su marido se ha marchado al campo y la pobre mujer se siente sola.
―Compuso un semblante falsamente entristecido―. No puedo soportar ver
languidecer a una dama, no si puedo evitarlo ―afirmó con una sonrisa torcida.
Justin lanzó una mirada de reojo a Gabriel.
Después de tomar un sorbo de su bebida, Gabriel anunció:
―De acuerdo, esta charada de compromiso se ha acabado. Hablaré con
Brentwood y le diré que Longford es el más adecuado. Que tú te retiras, al ver
el interés de Jenna por el vizconde.
Mientras el semblante de Callen permaneció impasible, el resto miró a
Gabriel con diferentes grados de desconcierto.
―¿Vas a poner a tu hermana en las manos de Longford? ―inquirió Justin.
Gabriel suspiró.
―Le he advertido sobre la clase de hombre que es, y aun así sigue pensando
tercamente que su comportamiento en Eton fue algo propio de críos. ―La
mirada de Callen se endureció―. No puedo hacer más. Me pidió ayuda e
intenté prestársela. Asimismo, Callen se ofreció a casarse con ella aun
despreciando a las inglesas. Jenna debe hacerse cargo de las consecuencias de
sus decisiones. No entiendo su repentina falta de sentido común en todo este
maldito asunto.
Sus ojos se posaron en Callen.
―Y, desde luego, no voy a permitir que vuelvan a humillarte, sea mi
hermana o no. Después de haber sido visitada por Longford y vista en público
con él, resultaría un tanto... extraño anunciar un compromiso entre vosotros.
Los rumores comenzarían a esparcirse como una plaga y, quien más, quien
menos, se preguntaría si estás cargando con las sobras del vizconde.
―Gabriel, estás hablando de tu hermana ―intervino Justin.
―Precisamente. Sé perfectamente la clase de rumores que se desatarán y,
aunque se esté comportando como una verdadera descerebrada, no deseo eso
para ella.
Todos los ojos se posaron en Callen, que continuaba bebiendo su brandi
sin mostrar signo alguno de que la conversación le atañera a él de alguna
manera. Por su expresión indiferente, tal parecía que hablaban de otro
caballero.
Después de unos instantes, asintió en dirección a Gabriel.
―¿Cuándo hablarás con Brentwood? Debo estar allí para que no le quede
duda de que estoy de acuerdo en hacerme a un lado a favor de Longford.
Gabriel se levantó.
―Si dejamos pasar más tiempo, esto se nos irá de las manos. Veremos a
Brentwood cuanto antes, con o sin aviso.
Callen asintió. Si su amigo estaba dispuesto a soslayar su habitual
indiferencia hacia Brentwood para entrevistarse con él, arriesgándose a
molestar al pedante duque... Gabriel debía estar enfadado, muy enfadado.
r
Mientras tanto, en Brentwood House...
Celia no había querido acompañar a Jenna a dar su paseo con el vizconde.
Sin problema alguno para poder utilizar sus gafas, no consideró que fuese
necesaria, aunque su principal razón era que no estaba de acuerdo con la
actitud de su prima. Lord Longford no le agradaba, y a ello se unía que Jenna
había admitido sentir algo por lord Clydesdale, con lo que no entendía que en
lugar de intentar arreglar las cosas con el escocés, admitiera el cortejo de
Longford.
―¿Qué tal tu paseo? ―inquirió Celia sin levantar la vista de su bordado. En
realidad le importaba un ardite, pero no era cuestión de enfadarse con su
prima por que hubiese tomado la decisión equivocada.
Jenna notó la frialdad en la voz de Celia, sin embargo, contestó.
―Muy agradable.
Celia asintió con la cabeza sin dejar de atender a sus puntadas.
―No entiendo ese rencor que le guardan por algo... ―comenzó Jenna.
«Ah, no, si me empieza a cantar alabanzas del vizconde, voy a gritar», pensó
Celia.
―Jen, no intentes justificar el que hayas aceptado las atenciones del
vizconde. Gabriel te explicó lo sucedido en Eton, y me temo que no contó
todo lo que en realidad sucedió. Si continúas creyendo que solo son tonterías
de críos, estás en tu derecho, pero no intentes disculparte. Es algo hipócrita
por tu parte. ¿Prefieres a Longford? Bien, pues asume tu decisión.
En ese momento, apareció Benson.
―Milady, Su Gracia solicita su presencia en su despacho.
Jenna miró desconcertada a Celia, que se limitó a mover la cabeza con
pesar. Se temía que a su prima se le habían ido las cosas de las manos, e iba a
comprobar las consecuencias.
Cuando Jenna entró en el despacho de su padre, palideció al encontrar allí a
Callen con Gabriel.
Ante la indiferencia de Brentwood sobre si su hija permanecía de pie o no,
Gabriel le señaló uno de los sillones y Callen y él tomaron asiento. Brentwood
ni siquiera había tenido la cortesía de levantarse.
El duque, rígido en su silla tras el inmenso escritorio, cruzó las manos sobre
la mesa. Su voz era glacial cuando se dirigió a su hija.
―Willesden y lord Clydesdale han tenido a bien informarme que,
considerando tu... evidente preferencia por ser cortejada por el vizconde
Longford, lord Clydesdale ha decidido retirar su oferta en favor de lord
Longford, con el beneplácito de Willesden.
La mirada de Brentwood rezumaba desprecio hacia su hija.
―No puedo negar que Longford fue mi primera opción, sin embargo, ante
el ofrecimiento de lord Clydesdale, no hubo duda alguna en cuál era la oferta
más adecuada.
Su boca esbozó una mueca desdeñosa.
―Pero, como siempre, no puedes evitar ser una decepción. ―Jenna había
recibido muchas amonestaciones de su padre, pero esta vez no pudo evitar
encogerse ante la rabia y el odio que destilaban sus palabras.
Miró a Gabriel pero él no la miraba, su vista estaba fija en algún punto del
escritorio del duque.
Sus ojos buscaron a Callen, sin embargo, este, aunque la observaba con
atención, su rostro no expresaba absolutamente nada.
«Dios Santo, ¡qué he hecho!», pensó azorada.
La magnitud de sus decisiones la tuvo cuando el duque, sin mirarla, espetó:
―¡Y quítate esas malditas gafas! ―bramó―. Ya no hay motivo alguno para
que continúes con ellas. No volverás a usarlas. Dudo que el vizconde tolere
pasearte con ese horrible artilugio en el rostro.
Jenna alzó una temblorosa mano para obedecer la orden del duque. Callen,
al ver a la joven tan derrotada, cerró los ojos un instante con compasión,
mientras un músculo latía frenéticamente en su mandíbula.
El duque tomó unos documentos del escritorio y, con ademán furioso, los
rompió en varios pedazos. Una vez hecho esto, miró a Callen. Este se limitó a
sacar los documentos de uno de sus bolsillos y entregárselos. Después de
repetir la acción con ellos, anunció:
―Bien, el compromiso queda roto. Caballeros, buenos días ―se despidió
sin aludir para nada a Jenna.
Jenna se levantó completamente devastada. Después de hacer una
reverencia, abandonó el despacho intentando conservar algo de dignidad, no
podía dejar salir las lágrimas que se agolpaban. Casi a ciegas, entre la bruma de
las lágrimas y la ausencia de gafas, se dirigió a su habitación. Ahora no podía
enfrentarse a Celia, no, cuando se lo había advertido.
Se tumbó en la cama abrazando la almohada y dejando salir sus lágrimas. El
desprecio de su padre no le importaba, estaba acostumbrada, pero ver la
decepción y la pena en los ojos de su hermano y la frialdad en los preciosos
ojos canela de Callen... Los sollozos arreciaron.
¿Por qué había tenido que echar a Callen al igual que al vizconde? Aunque
para Longford lo sucedido en el colegio no había sido importante, estaba claro
que para Callen sí. ¿Por qué no había pensado en sus sentimientos, en que
tendría que sentirse humillado siendo rechazado por su prometida delante del
hombre que tanto daño le había hecho?
Habiendo vivido en un mundo protegido, inocente, no era capaz de
entender que unos críos hubieran sido capaces de cometer maldades tan graves
que no pudiesen haber sido superadas al llegar a la madurez.
Aunque ella creyese que quizá Callen hubiese exagerado lo sucedido, al fin y
al cabo solo eran unos niños, había sido importante para él, lo suficiente como
para condicionar su opinión sobre los nobles ingleses. Y ella había
menospreciado ese sentimiento. Sintió vergüenza de sí misma. ¿Ese era el
amor que se suponía que sentía por él?
Abatida, pensó que quizá él no estuviese tan equivocado acerca de su
opinión sobre las damas inglesas. Ella misma no se sentía precisamente
benévola con su propio comportamiento caprichoso y desconsiderado.
r
Mientras tanto, Callen no tuvo ni siquiera tiempo de regodearse en su
miseria. Esa misma tarde, dos mensajeros se presentaron en Brandon House.
Uno, con los colores del ducado de Brentwood, le entregó la cajita con el
anillo de compromiso que le había regalado a Jenna; el otro, con el aviso de
que los duques de Hamilton tenían prevista su llegada a la mañana siguiente.
k Capítulo 9 l

CUANDO Gibson le anunció que el carruaje con los blasones de los duques se
aproximaba, Callen se dirigió a la puerta principal.
En el momento en que el carruaje se detuvo y el lacayo abrió la puerta, el
duque bajó y extendió su mano para ayudar a su duquesa.
Callen observó orgulloso a sus padres. Su padre conservaba todavía un
físico imponente pese a sus sesenta y tres años. De estatura similar a la de su
hijo, su cabello era de un rubio más oscuro, sin embargo, compartían el color
de ojos. Su madre, cinco años menor, seguía siendo tan hermosa como en su
juventud. Rubia y de ojos azules, su rostro seguía terso salvo por unas
pequeñas arrugas en las comisuras de los ojos.
Después de sonreír a su marido (Callen no dejaba de maravillarse de la
adoración que sentían el uno por el otro) lady Hamilton se dirigió presurosa a
abrazar a su hijo. El duque esperó paciente a que su esposa soltase a Callen,
para abrazarlo a su vez.
Acostumbrado a las muestras de cariño entre su familia, Callen siempre
desconfió de la frialdad inglesa que evitaba mostrar sentimiento alguno en
público, y en multitud de ocasiones, incluso en privado.
―Bueno, ¿cómo es? ―inquirió su madre, mientras entraba en la residencia
colgada de su brazo.
Callen miró de reojo a su padre, que se mantenía en silencio al lado de su
esposa.
Intentó ganar tiempo.
―¿Cómo es quién?
La duquesa le dio una palmada en el brazo.
―¿Cómo que quién? ¡Por Dios, Callen, tu prometida! ¿Te ama?
Bendita su madre, su mayor preocupación era que su futura esposa le
amase, no su belleza o carencia de ella. Callen gimió interiormente.
―Lydia ―intervino su padre―, deja respirar al chico.
El duque se giró hacia el mayordomo.
―Gibson, pide que nos traigan un servicio de té. ―Lanzó una mirada
suspicaz a su hijo―. Una pena lo temprano de la hora, me temo que quizá nos
vendría mejor algo más fuerte ―murmuró.
Callen carraspeó. Su padre no era precisamente tonto y se había dado
cuenta, con su evasiva al contestar a su madre, de que las cosas podrían no ir
tan bien como ella esperaba.
Una vez llegó el servicio de té y su madre hizo los honores, la duquesa lo
miró expectante.
Callen suspiró. Nunca había tenido secretos con sus padres y no tenía
intención alguna de comenzar a ocultarles cosas.
―El compromiso se ha roto ―masculló.
La duquesa lo miró estupefacta.
―¿Roto? ―Volvió la mirada hacia su esposo para después volver a posarla
en su hijo―. Pero... ¿por qué?
―Mamá, es complicado...
Lydia dejó la taza en la mesita y cruzó sus manos en el regazo.
―No tengo prisa alguna.
Callen miró a su padre, que se limitó a encogerse de hombros.
Se pasó una mano por el cabello y comenzó.
Les explicó su confusión con Jenna la primera vez que la vio. Su accidental
encuentro con ella en Hyde Park y las siguientes veces que se vieron.
―Solo nos dimos nuestros nombres, ella me dijo que se llamaba Grace, en
realidad es su segundo nombre ―explicó.
Les contó su intención de sincerarse con ella y proponerle matrimonio, y
cómo sus intenciones se truncaron al encontrarse en la residencia de Gabriel.
―Es la hermana de Gabriel. Él... bueno, Brentwood desprecia a Jenna y
estaba decidido a casarla casi con el primero que pasase por su puerta sin
esperar siquiera a que finalizase su primera temporada, intentamos ayudarla
confeccionando una lista de caballeros aceptables, pero todo se estropeó
cuando Gabriel nos dijo que su padre pensaba aceptar la oferta de Longford.
Al llegar a ese punto sus padres se miraron. Conocían la historia de
Longford y su hijo demasiado bien. Callen continuó.
―Entonces yo me ofrecí a casarme con ella. No podía permitir que Jenna
acabase en las manos de Longford. La utilizaría para hacer daño a Gabriel.
Su madre alzó una mano para detenerlo.
―Pero tú ya pensabas pedirle matrimonio, ¿no es así?
Callen asintió.
―Pensaba pedírselo a Grace.
―Grace y Jenna son la misma persona, hijo ―repuso su madre.
Callen evitó la mirada de la duquesa.
―Eso pensaba yo ―susurró.
En ese momento, su padre se acercó con una copa de whisky. Callen lo miró
agradecido.
―David, ¿no es un poco temprano? ―lo reconvino su esposa.
―Cariño, somos escoceses, nunca es temprano para nosotros. Además, al
chico le vendrá bien ―respondió mientras tomaba un sorbo del que se había
servido para él.
Después de tomar un trago de su bebida, Callen continuó relatando su
visita a Jenna, la coincidencia con Longford y que acabaron los dos siendo
despedidos por la propia Jenna. La humillación que sintió y la falta de
comprensión de sus sentimientos por parte de ella al aceptar salir a pasear con
el vizconde sabiendo que había un compromiso formal con él, aunque no
hubiese sido hecho público. El enfado de Gabriel ante la imprudencia de su
hermana, puesto que si era vista acompañada de Longford, ¿cómo se explicaría
después un compromiso con él? Y la decisión de romper el compromiso para
evitarle otra humillación y retirarse en favor de Longford.
Cuando finalizó, su madre lo escrutó atenta.
―¿La amas?
―No.
―¿Habla tu corazón o tu orgullo? ―insistió la duquesa. Callen notaba los
ojos de su padre fijos en él.
―Creí que sentía algo por Grace ―admitió a regañadientes.
―Son la misma persona, hijo.
―¡No lo son, maldita sea! ―estalló Callen―. Grace era divertida, franca,
sencilla, espontánea... Jenna...
―¿Jenna? ―porfió su madre.
―Jenna es inglesa. Rígida, caprichosa, solo tiene en cuenta sus sentimientos
y las malditas apariencias.
Lydia meneó la cabeza con abatimiento. Sabía lo ocurrido con la dama
inglesa en París, la humillación sufrida por su hijo, y entendía sus prejuicios.
Ella misma, como inglesa de nacimiento, sabía mejor que nadie lo crueles y
codiciosas que podían llegar a ser sus compatriotas.
―¡Maldita sea, mamá! Me encerré con una dama durante la fiesta de
presentación de lady Frances y lo único que le preocupó al vernos salir fue lo
impropio de utilizar una habitación privada de mi anfitrión con una dama
casada ―bramó exasperado.
Bebió un gran sorbo de su whisky y, en ese momento, se dio cuenta de con
quién hablaba.
―Mis disculpas, mamá. No debí...
Lydia hizo un gesto desdeñoso con la mano.
―Nosotros también fuimos jóvenes, hijo. ―Miró a su marido y le guiñó un
ojo―. Y visitamos numerosas residencias.
Callen no pudo evitar una sonrisa. ¿Por qué demonios no podían ser todas
las inglesas como su madre?
De repente, se acordó de algo.
―Por cierto, Jenna utiliza gafas.
La duquesa enarcó las cejas.
―¿Y eso es importante por...?
―Porque su padre la desprecia por ello ―respondió irritado―. No le
permite usarlas ni en público ni en privado. De hecho, la conocí como Grace
porque solía escaparse al amanecer a cabalgar o a pasear, para poder utilizarlas
y sentirse libre de contemplar todo por ella misma, sin que nadie se lo tuviese
que describir. ―Lydia notó que la voz de Callen se había dulcificado.
Quizá no estuviese todo perdido.
―Pudo usarlas libremente durante nuestro breve compromiso ―continuó
Callen―. Se lo exigí a Brentwood ―explicó, con una sonrisa maliciosa.
Ahora fue el turno de alzarse de las cejas de su padre.
―¿Y Brentwood aceptó? ―inquirió atónito.
Callen se encogió de hombros.
―Le dije que no estaba dispuesto a que mi prometida tuviese que recurrir a
nadie que la ayudase para poder moverse.
David soltó una carcajada.
―Daría cualquier cosa por haber visto a Brentwood aceptar una exigencia
de alguien con un rango inferior al suyo.
Callen frunció el ceño.
―¿Le conoces?
Su padre miró a la duquesa.
―Oh, sí. Estuvo tiempo rondando a tu madre. Sin embargo, ella solo tenía
ojos para mí. ―Las cejas del duque se alzaron varias veces pícaramente.
El rostro de Lydia se tornó del color de una amapola.
―David...
El duque se encogió de hombros.
―Cariño, todo el mundo sabía que estabas loca por mí... menos él.
―¡¡David!! ―exclamó su esposa, cada vez más ruborizada.
Callen sonrió. Ojalá pudiese tener alguna vez lo que tenían sus padres.
Al cabo de un rato, los duques se retiraron a descansar, mientras que Callen
decidió pasarse por el club.
r
Cuando llegó y se dirigió a su mesa acostumbrada, Justin y Gabriel se
hallaban allí.
―Hemos pedido algo de comer, ¿te unes? ―ofreció Justin.
―Por supuesto, precisamente venía pensando en comer algo.
Cuando el camarero se acercó, Callen pidió lo mismo que habían solicitado
sus amigos.
―Por cierto, mis padres llegaron esta mañana.
―¿Cómo están Sus Gracias? ―se interesó Justin.
―Muy bien, como siempre. Parece que el tiempo no pasa por ellos.
―¿Les has comentado...? ―inquirió Gabriel.
Callen asintió.
―Están al tanto de todo lo ocurrido.
Justin frunció el ceño.
―¿Cómo se lo han tomado? Si puedo preguntar.
Callen se encogió de hombros.
―La verdad es que no lo sé. ―Dudó unos instantes―. Con demasiada
tranquilidad, me temo. Supongo que hablaremos durante la cena. Los conozco
lo suficiente como para saber que primero lo discutirán entre ellos.
Callen observó que Gabriel parecía preocupado. Miró a Justin inquisitivo,
sin embargo, este se encogió de hombros.
Esperó mientras les colocaban el servicio de comida y, cuando estuvieron
los tres servidos, preguntó con aparente indiferencia.
―¿Qué sucede, Gabriel?
―Brentwood ha reducido sustancialmente la dote de Jenna. Creo que
piensa que un simple vizconde no merece la pequeña fortuna que había
previsto para ella.
El semblante de Justin se endureció.
―A Longford no le va a gustar.
«Y quien lo pagará será Jenna», pensó Callen.
―¿Cuándo se anunciará el compromiso? ―preguntó Callen.
Gabriel meneó la cabeza negativamente.
―No lo sé. Primero tienen que firmar los acuerdos matrimoniales y no
tengo idea de cómo reaccionará Longford cuando conozca la verdadera
cuantía de la dote. Por lo pronto, lo que la alta sabe es que hay un cortejo.
Justin habló después de beber un sorbo de su vino.
―Longford apechugará con el compromiso. Menguada o no, sigue siendo
una dote generosa, y sus arcas no están precisamente llenas. Eso sin contar
con su aumento de estatus al casarse con la hija de un duque. No goza
precisamente de las simpatías de sus pares.
Gabriel soltó una carcajada exenta de humor.
―Si espera que Brentwood le ayude en su... escalada social, me temo que se
llevará una desilusión.
Callen no había vuelto a abrir la boca. Comía en silencio mientras
escuchaba a sus amigos. Intentaba mantenerse indiferente, pero el miserable
futuro que le esperaba a Jenna al lado del vizconde le inquietaba, aunque lo
que más le afectaba era que ese miserable de Longford acabaría por quebrar el
espíritu de Grace.
Nunca consideraría a Jenna y a Grace como la misma persona, aunque solo
fuese cuestión de nombres, eran completamente diferentes.
Tras un rato de charla, se despidió de sus amigos. Daría un largo paseo
hasta que llegase la hora de prepararse para cenar con sus padres.
r
Durante la cena, la conversación giró en torno al mismo tema, su fallido
compromiso. Casi se atraganta cuando escuchó a la duquesa.
―De aquí a dos noches, he pensado organizar una cena. ―Lydia hablaba
con indiferencia como si solamente se tratase de una idea que le rondaba por
la cabeza, pero Callen conocía a su madre, la cena estaba decidida, se celebraría
sí o sí.
Sin embargo, intentó disuadirla.
―¿No crees que es un poco pronto? Apenas habéis llegado.
Lydia tomó un sorbo de su vino y, después de pasar delicadamente la
servilleta por sus labios, repuso.
―Será una cena íntima, tus amigos... sus hermanas... Hace tiempo que no
los veo y, por supuesto, no conozco a sus hermanas. Has comentado que lord
Craddock acaba de presentar en sociedad a lady Frances, estaré encantada de
apoyarla.
La duquesa no mencionó a Jenna, pero Callen apostaría un brazo a que la
cena se organizaba única y exclusivamente para que su madre la conociese.
―Creo recordar ―continuó su madre bajo la divertida mirada del duque―
que Brentwood tutela a una sobrina. ―Apoyó un codo en la mesa mientras
alzaba su mano y se daba toquecitos con un dedo en los labios―. Tres damas
―murmuró pensativa― frente a cinco caballeros... No importa, en la invitación
que dirigiré a lord Craddock le sugeriré que, si lady Frances desea invitar a dos
amigas, estaré encantada de recibirlas.
Callen recordó a la preciosa pelirroja con la que había bailado el vals en la
fiesta de presentación de lady Frances, así como a la diminuta rubia que había
atacado a Justin. No pudo contener una sonrisa. La cena iba a resultar muy
entretenida.
r
Justin se dirigió rojo de furia hacia donde se encontraban sus amigos, en su
mesa preferida del club.
Se miraron unos a otros confusos. El conde no solía perder el control.
Mucho menos en público.
Justin se plantó delante de Callen con ademán turbulento.
Mientras agitaba un dedo delante de la nariz de este, espetó:
―No me malinterpretes, estoy encantado de asistir a la cena de Su Gracia,
pero... ¡Maldita sea! ¿Era necesario incluir a ese jabalí sanguinario?
Los cuatro se miraron confusos hasta que Darrell estalló en carcajadas.
―Vamos, Jus, ¿todavía sigues resentido? La dama se disculpó, no fue más
que una desafortunada confusión.
Justin dirigió una mirada asesina a su amigo.
―Confusión que casi me cuesta la extinción del condado ―siseó entre
dientes.
Kenneth intervino entre carcajadas.
―Oh, vamos, siempre acaba apareciendo algún primo olvidado por ahí. El
condado no iba a extinguirse si... ―Kenneth cortó las carcajadas de cuajo al ver
la mirada que le dirigió Justin.
En realidad, tenía que reconocer que las joyas de la corona de un hombre
era un tema particularmente delicado para tomárselo a broma. Levantó sus
manos en señal de rendición.
―Mis disculpas ―murmuró.
Callen se dirigió al conde.
―Si te sientes mejor, hablaré con mi madre, procuraré que siente a la
muchacha lo más lejos posible de ti.
―De preferencia, en otra habitación ―farfulló Justin.
r
―No puedes rechazar una invitación de la duquesa de Hamilton, Jenna
―dijo Celia sin levantar la vista de su bordado mientras su prima, inquieta,
paseaba sin cesar por la salita.
―Estará Callen ―murmuró intranquila.
―Es de esperar, si quien la organiza es su madre ―respondió con sorna su
prima.
Jenna movió la cabeza negativamente.
―Será incómodo.
Celia bufó.
―Jen, te cruzarás con el marqués en multitud de sitios, lo más probable es
que acudáis a los mismos eventos. ―Se detuvo unos instantes en sus puntadas
para murmurar―: Por lo menos en Brandon House no tendremos que
soportar la presencia de lord Longford.
Jenna se detuvo en sus paseos para toquetear unos adornos situados en una
de las mesitas de la habitación.
―Longford no es de tu agrado ―era una afirmación, no una pregunta.
―No. ―«Y del tuyo tampoco, por mucho que insistas en convencerte y
convencernos a los demás», añadió Celia para sí.
Jenna se dejó caer en uno de los sillones, mientras su prima levantaba la
vista hacia ella. Al tiempo que se retorcía las manos, musitó.
―Tienes razón, en algún momento tendremos que coincidir ―Levantó la
barbilla, altanera―. Y no hay nada de qué avergonzarse. Un compromiso roto,
como otros muchos ―afirmó con falsa seguridad.
Celia alzó una ceja hacia ella, sin embargo, nada dijo. Ambas sabían que
Jenna estaba arrepentida y avergonzada por su comportamiento, pero tampoco
se trataba de hurgar en la herida.
r
Los primeros en llegar fueron Kenneth y Darrell, seguidos casi de
inmediato por lady Lilith Edwards.
Kenneth y Darrell fueron recibidos cariñosamente por los duques. Los
conocían desde Eton y el matrimonio sabía de la amistad incondicional entre
ellos y su hijo.
Callen se encargó de presentar a lady Lilith. Cuando mencionó que era la
hija del conde de Falkland, los duques intercambiaron una rápida mirada. Al
ver que la joven se ruborizaba intensamente al captar el intercambio entre los
duques, Lydia enseguida intentó calmar el azoro de Lilith.
―Querida, permíteme decirte que eres una preciosidad, me recuerdas
muchísimo a tu madre ―comentó sonriente.
Lilith abrió los ojos sorprendida.
―¿Conoció a mi madre, Su Gracia?
―Por supuesto, una dama encantadora y con un interior todavía más bello
que el exterior.
Lilith sonrió emocionada.
―Le agradezco sus palabras, Su Gracia, es conmovedor que alguien la
recuerde con tanto cariño.
Lydia la miró con atención.
―Todo el que la conoció admiraba y apreciaba a lady Falkland, Lilith.
¿Puedo llamarte Lilith?
―Será un honor, Su Gracia.
En ese momento, Gibson anunció al conde de Craddock y a lady Frances.
La duquesa tuvo el mismo recibimiento con Justin que con los otros dos
amigos de Callen.
Cuando lady Frances hizo su reverencia, Lydia le habló cariñosa.
―Realmente encantadora. ―Miró a Justin―. Aunque es mucho más
hermosa que tú, podríais pasar fácilmente por hermanos ―bromeó.
Lilith, que estaba al lado de Frances, se ruborizó violentamente recordando
el bochornoso momento vivido con el conde, mientras que este enarcaba una
ceja en su dirección.
«Usted es la única que no vio el parecido», pareció decirle con la mirada.
Justin no pudo evitar soltar un mordaz comentario.
―No crea, Su Gracia, algunas personas se precipitan y no se percatan de lo
evidente.
Frances le propinó un disimulado codazo a su hermano, al tiempo que le
lanzaba una mirada de advertencia. Si seguía con sus sarcasmos, Lilith estallaría
en llamas.
―La señorita Shelby Holden ―anunció Gibson.
Mientras Justin se hacía a un lado para reunirse con sus amigos, Shelby
saludó a los duques con una perfecta reverencia.
―Sus Gracias.
―Señorita Shelby, tengo entendido que se encuentra disfrutando de la
temporada bajo la tutela de los condes de Balfour. Americana, ¿verdad?
―Así es, Su Gracia, lady Balfour era tía de mi madre y gentilmente se
ofreció a presentarme en sociedad.
―¿Está disfrutando de su estancia en Londres? ―se interesó Lydia.
Al notar la vacilación de la muchacha, Lydia sonrió.
―Entiendo, Londres puede resultar, digamos... un poco agobiante, incluso
para los que hemos nacido aquí.
Shelby correspondió a la sonrisa de la duquesa.
―Me temo que sí, Su Gracia.
Las tres muchachas se disponían a alejarse cuando el mayordomo hizo su
último anuncio.
―Su señoría el marqués de Willesden, lady Jenna Leighton y lady Celia
Merrick.
Lydia miró disimuladamente a Callen que, al lado de su padre, se había
tensado visiblemente.
―¡Gabriel, qué contenta estoy de volver a verte!
Gabriel se inclinó para besar la mano de la duquesa.
―El placer es todo mío, Su Gracia. Está todavía más hermosa desde la
última vez que la vi.
Lydia soltó una carcajada.
―No cambiarás, siempre tan lisonjero. ―Miró a las dos damas que
flanqueaban al marqués.
―Y bien, ¿nos presentarás a estas dos hermosuras? ―Lydia ya había
reconocido a Jenna, la única que llevaba gafas.
Jenna se las había puesto en cuanto había traspasado el umbral de Brandon
House. Ninguno de sus amigos diría absolutamente nada.
―Por supuesto. Mi hermana, lady Jenna.
Jenna se adelantó un paso para hacer su reverencia.
―Encantada de conocerte, querida, ya teníamos ganas de conocer a la
hermana de nuestro querido Gabriel.
―Es un honor, Su Gracia ―contestó Jenna, azorada y agradecida de que los
padres de Callen no hiciesen mención alguna a su fallido compromiso.
Gabriel continuó.
―Mi prima, lady Celia Merrick, sus padres eran los condes de Desford.
Celia hizo su reverencia.
―Un gran hombre, tu padre ―intervino el duque.
―Gracias, Excelencia, yo también lo creo así.
La duquesa la escrutó con atención.
―Te pareces mucho a él, ¿no crees, David? Aunque esos preciosos ojos sin
duda son los de tu madre.
Celia, ruborizada, inclinó la cabeza agradeciendo el cumplido.
―Son ustedes muy amables, Excelencias.
En ese momento Gibson anunció la cena.
―¡Oh, por Dios! Con tanta charla me temo que he descuidado mis deberes
de anfitriona y ni siquiera os he ofrecido algo de beber antes de pasar al
comedor.
Varios murmullos quitaron importancia al asunto, al tiempo que el duque se
dirigía cariñoso a su esposa.
―No te preocupes, querida, podremos beber algo después de cenar
―repuso, con un brillo divertido en los ojos.
La cena transcurrió en un ambiente familiar. Los amigos de Callen
adoraban a los duques. Habían pasado multitud de sus vacaciones en Escocia,
y el cariño y la confianza que se respiraba en aquella familia se extendía hacia
ellos. Algunos sin padres, otros con padres indiferentes, habían sido
considerados por los duques, y el entonces todavía vivo hermano de Callen,
como familia.
Para los duques eran los amigos de Callen, aquellos que lo habían
protegido, y en Escocia no había protocolo alguno en cuanto a ellos. Nunca
utilizaron sus títulos para referirse a ellos, incluso cuando Darrell, huérfano
desde pequeño y que solo tenía un hermano mucho mayor y más preocupado
por su marquesado que por él, se atrevió a llamar a la duquesa tía Lydia, nadie
se inmutó ni se molestó por el atrevimiento. De hecho, Darrell continuó
llamándola tía hasta después de su regreso del Grand Tour, cosa que apenó
sobremanera a la duquesa.
Mientras que Callen y Jenna evitaban mirarse pese a estar sentados uno
frente a otro, Justin lanzaba de vez en cuando miradas precavidas hacia Lilith,
sentada frente a él, hasta que esta, harta, le susurró a Frances, que estaba a su
lado.
―¡Por Dios Santo! ―exclamó en un susurro―. ¿Acaso tu hermano cree que
voy a saltar por encima de la mesa armada con un cuchillo de postre para
atacarlo?
Frances soltó una risilla, mientras que Justin, que la oyó, se atragantó con el
vino que estaba bebiendo en ese momento. Shelby, sentada a su lado, comenzó
a darle palmaditas en la espalda, alarmada, hasta que un azorado Justin alzó
una mano para detener a la solícita americana.
Gabriel frunció el ceño en dirección a su amigo, que se limitó a mover la
cabeza negativamente.
Callen evitaba por todos los medios mantener cualquier tipo de contacto
con Jenna. Si la conversación requería que interviniese, o respondía con
monosílabos o se dirigía a Frances, sentada a su lado, o a Celia, situada al lado
de Jenna.
Jenna, por su parte, intentaba mantener la compostura. En su afán por no
ponerse en evidencia, su porte resultaba un tanto altanero y envarado. Al
menos así la percibía Callen.
En un momento dado, ya en los postres, la duquesa hizo un comentario
que sacudió a los varones jóvenes presentes en la mesa.
―Por cierto ―comentó dirigiéndose a Callen―, hemos coincidido en una
de las posadas del camino con alguien que asegura conocerte de tu juventud.
Callen frunció el ceño, pensando: «Mi juventud la pasé en el extranjero».
―Es la viuda de un exitoso abogado de Edimburgo, regresa a Londres para
reunirse con su padre. La señora Campbell, creo recordar que se llama.
Callen negó con la cabeza.
―Me temo que no la conozco.
Su madre inclinó su rostro hacia él.
―Quizá la recuerdes por su nombre de soltera, Amelia Bonham, su padre
es el vizconde Bonham.
Al tiempo que sus amigos se tensaban, Callen palideció.
Sin querer dar un espectáculo delante de las damas, puesto que sus amigos
sabían perfectamente de quién se trataba, contestó.
―Sé quién es.
―Estupendo, debo invitarla a tomar el té entonces, creo que sería agradable
que volvierais a veros.
La animada conversación que mantenían cesó por completo ante el estupor
de las damas. Los caballeros se mantuvieron en un sepulcral silencio mientras
se miraban consternados unos a otros.
Callen dejó su servilleta encima de la mesa y, con una calma glacial, se
levantó ante la mirada perpleja de sus padres.
―Si me disculpáis. ―Sin más, se dio la vuelta y abandonó el comedor.
Gabriel iba a levantarse tras él, pero un gesto de Justin lo detuvo. No
podían tensar más el ambiente.
Los duques se miraron estupefactos, pero la duquesa enseguida tomó el
control y condujo a las damas a la sala contigua, mientras los caballeros se
quedaban disfrutando de sus bebidas.
Cuando las damas abandonaron la habitación, el duque miró a los jóvenes.
―¿Y bien? ―solo preguntó.
Justin suspiró.
―Es la mujer que humilló a Callen en París.
El duque enarcó una ceja.
―Entiendo que sabía que nosotros éramos sus padres.
―Me temo que sí, sí ―afirmó Justin.
―¡Maldita ramera! ¡¿Y se ha atrevido a dirigirse a mi duquesa con esa
desfachatez?!
Kenneth se estremeció. El duque pocas veces dejaba salir su temperamento
escocés, pero una vez lo hacía, arrasaba todo lo que encontrase a su paso.
―Hamilton, ¿te importaría si voy...? ―ofreció Gabriel.
―Ve, hijo ―asintió el duque.
Cuando Gabriel salió, el duque observó a los tres caballeros.
―Contadme todo lo que sepáis del vizconde Bonham. Y lo que no sepáis
averiguadlo. Quiero saber hasta la mezcla de betún que usa su ayuda de cámara
―requirió con frialdad.
Darrell tragó en seco. Al vizcondado y a Amelia les quedaba poco, muy
poco.
r
Gabriel encontró a Callen apoyado en la balaustrada de la terraza. Por la
tensión de sus hombros hervía de furia.
―Callen...
Sin volverse, ladró:
―¡¿Cómo se ha atrevido a acercarse a mi madre?! ¡Maldita ramera! ¿Qué
mierda busca ahora?
Gabriel se colocó a su lado.
―Lo sabes al igual que todos nosotros, ahora eres el heredero de uno..., de
dos ducados.
Callen soltó una carcajada exenta de humor.
―Despreció a un escocés para acabar casada con un abogado de
Edimburgo.
Gabriel se encogió de hombros.
―Tampoco es que tuviera muchas opciones en Inglaterra.
Callen lo miró con suspicacia.
―¿Tú...?
Gabriel contestó mientras hacía un gesto desdeñoso con la mano.
―Fue la segunda y última vez que utilicé mi rango.
Callen asintió. Nunca había preguntado, pero sabía que Gabriel había
tenido algo que ver en la precipitada marcha del vizconde y su hija de París.
Gabriel le puso una mano en el hombro.
―Entremos, tu padre ya está al tanto, pero me temo que tendrás que
explicárselo a tu madre.
La duquesa había guardado la compostura durante todo el rato que estuvo
con las damas, incluso después cuando se unieron los caballeros, incluido un
tormentoso Callen.
Sin embargo, en cuanto el último de los invitados se hubo marchado,
interrogó a su hijo con la mirada.
―Ella es la mujer de París ―masculló Callen.
Lydia jadeó.
―Esa... esa... ¡Y se ha atrevido a...! ―exclamó colérica.
El duque intentó calmar un poco la furia de su esposa.
―Cariño, ¿te importaría acabar las frases?
La duquesa se volvió hacia su marido con una mirada belicosa.
―Acabaré esta: la destruiré. No habrá puerta en Londres, no, en toda
Inglaterra, ni siquiera en Escocia, que se le abra. Esa zorra comprobará lo que
una persona siente cuando es despreciada.
―Lydia, por favor, ese lenguaje ―intervino conciliador el duque.
Callen se acercó a su madre.
―Tranquilízate, ya no está en posición de hacerme daño.
―Tampoco lo estaba hace años, eras muy superior a ella en rango, y te lo
hizo. No tengo intención alguna de pasarlo por alto. Mucho menos que haya
intentado manipularnos sabiendo perfectamente quiénes éramos.
Callen miró a su padre, que se encogió de hombros. Si se trataba de
defender a los suyos, Lydia, más que inglesa, parecía descender de los antiguos
y temidos highlanders.
Suspiró y bajó la cabeza para besar la mejilla de su madre.
―Creo que me voy a retirar, mañana tengo previsto salir a cabalgar
temprano. Si me disculpáis. Buenas noches.
Cuando Callen abandonó la habitación los duques se miraron con
complicidad.
―Podemos unir fuerzas ―sugirió el duque con sarcasmo.
―Por supuesto, mi amor. En eso estaba pensando ―contestó maliciosa su
duquesa.
k Capítulo 10 l

LO que menos se esperaba Callen al salir a cabalgar al amanecer era


encontrarse con ella. Suponía que al haber conseguido lo que deseaba, un
perfecto caballero inglés, no tendría necesidad de escapada alguna.
Montaba a todo galope por Rotten Row, a esas horas desierto, cuando el
sonido de unos cascos de caballo a sus espaldas lo hizo volver la cabeza.
«¡¿Grace?!», pensó.
Ralentizó el galope, mientras esperaba a que ella lo alcanzase. Su corazón
comenzó a latir frenéticamente. Esa era Grace, su Grace, con su viejo traje de
montar, sus gafas y su sempiterno sombrero calado hasta las cejas.
Jenna había visto la alta figura cabalgando en la distancia. No fueron las
gafas lo que hizo que lo reconociese, sino su corazón. Con un nudo en la
garganta, sin saber cuál sería la reacción de Callen, puso su caballo al trote
hasta ponerse a su altura.
Cuando Callen le sonrió, a Jenna le dio un vuelco el corazón, mientras que
sus nervios se calmaban un poco al oír cómo se dirigía a ella. Él no deseaba
saber nada de Jenna, sin embargo, por lo que parecía, Grace le agradaba.
―Grace.
―Callen.
―Por lo que veo, has vuelto a tus escapadas.
Jenna observó que, al verla como Grace, él estaba relajado, lejos de la
frialdad con que la trataba cuando se encontraban en sociedad. Se encogió de
hombros.
―Han vuelto las prohibiciones ―confesó sin un ápice de rencor. Miró a su
alrededor y le dirigió una pícara mirada.
―¿Una carrera? ―sugirió.
Callen sonrió al tiempo que enarcaba una ceja.
―¿Sin trampas?
Jenna soltó una carcajada.
―Sin trampas ―aceptó.
Callen la observó embobado, le encantaba su risa, fresca, sin artificios, que
ponía en sus ojos un brillo de alegría.
Después de menear la cabeza para alejar la fascinación que ella le
provocaba, Callen ofreció:
―Te daré unas yardas de ventaja ―dijo con una sonrisa petulante.
―Muy amable por tu parte, pero Missy no las necesita ―repuso ella
mientras alzaba su barbilla con engreimiento.
Callen inclinó la cabeza, burlón.
―De acuerdo, si eres tan amable de dar la salida.
Grace entrecerró los ojos.
―Oh, la salida la dará un alma imparcial ―respondió en el mismo tono de
burla.
Se giró hacia su lacayo, que observaba el encuentro a una distancia
prudencial.
―¡Roddy!, ¿serías tan amable de contar hasta tres para dar la salida?
El muchacho se puso a su altura.
―Por supuesto, milady.
Salieron como flechas cuando el joven lacayo acabó de contar.
Callen, divertido por primera vez en muchos días, permitió que ella se
adelantara. En cuanto consideró que le había dado suficiente ventaja, puso a
Dorcha al galope. No tardó demasiado en rebasarla.
Cuando Grace llegó a la meta, en el cruce con Serpentine Road, Callen se
encontraba cómodamente sentado. Con la espalda apoyada en un árbol y una
pierna doblada, mordisqueaba perezosamente una brizna de hierba mientras su
castrado pastaba no muy lejos.
A ella el corazón se le saltó un latido al verlo en esa postura tan
despreocupada y varonil, despeinado por la carrera y con un botón de su
camisa abierto, que dejaba ver un trozo de la piel de su pecho.
Mientras ella lo observaba, Callen sugirió jocoso.
―Deberías desmontar y dejar descansar a tu yegua. ―Palmeó un lugar a su
lado, al tiempo que enarcaba una ceja.
Grace lo miró burlona.
―¿No vas a ayudarme a desmontar?
Él arqueó las cejas al tiempo que parpadeaba con rapidez.
―¿Desde cuándo necesitas la ayuda de nadie para desmontar de tu yegua?
―repuso con ironía.
Grace bufó al tiempo que, de un ágil salto, desmontaba. Se sentó al lado de
Callen en el lugar que él le había indicado.
Permanecieron unos minutos en cómodo silencio, lejos del tenso mutismo
durante la cena.
―Tus padres son encantadores ―musitó Grace mientras hacía una mueca―,
nada que ver con Brentwood.
Callen resopló.
―¡Demos gracias por los pequeños favores!
Grace soltó una risilla.
―Se nota que adoran a tus amigos ―comentó, mientras doblaba las piernas
y las rodeaba con sus brazos, al tiempo que apoyaba su rostro, girado hacia
Callen, en las rodillas.
―Hemos pasado muy buenos ratos en Hamilton Palace, pero los mejores
han sido en el Castillo Brodick, durante la época de caza.
Dejó de mordisquear la brizna de hierba y, mientras la tiraba, arrancó otra
con la que se puso a juguetear.
―De hecho, mis padres están pensando en instalarse definitivamente en el
castillo, me temo que Hamilton Palace se les hace demasiado grande para ellos
dos, ahora que falta Duncan.
―¿Duncan era tu hermano?
Callen asintió.
―¿Era mucho mayor que tú?
―Nos llevábamos diez años, sin embargo, a pesar de la diferencia de edad,
éramos cercanos. ―Callen soltó una risilla entre dientes―. A mis padres les
costó lo indecible evitar que se presentase en Eton cuando se enteró... ―Callen
se detuvo bruscamente, Jenna no había entendido la gravedad de lo ocurrido
allí, claro que tampoco sabía toda la verdad de lo ocurrido. Suponía que Grace
lo entendería, pero no se atrevía a correr el riesgo.
Ella lo dejó pasar. Entendía que Callen no confiase en si quien escuchaba
era Grace o volvería la intransigente Jenna.
―Gabriel me lleva doce años, pero siempre ha estado a mi lado. Mucho
más que mi propio padre. De hecho, muchas veces, si no fuese por su
protección...
Callen giró el rostro hacia ella, receloso.
―¿Brentwood se ha atrevido a ponerte la mano encima? ―espetó enojado.
―Oh, no. Ni siquiera lo ha intentado. ―Grace hizo una mueca―. ¿Para qué
molestarse si sus palabras hacían mucho más daño?
Callen atrapó el rostro de Grace y bajó su cabeza. Después de observarla
unos segundos, su boca se apropió de los labios de ella. El beso estaba lleno
del anhelo que ambos sentían el uno por el otro. Grace alzó sus brazos y rodeó
el cuello masculino.
«Había echado tanto de menos sus besos...», pensó.
La cálida lengua de Callen jugueteó en su boca, barrió las comisuras de sus
labios y lamió el lugar donde se hallaba el delicioso hoyuelo.
Grace se apretaba contra él mientras sentía que un delicioso calor recorría
su cuerpo.
Después de unos instantes, Callen detuvo el beso. Se temía que, de
continuar, lo mandaría todo al diablo.
Se incorporó y tomó las manos de Grace. Mientras la ayudaba a levantarse,
murmuró:
―¿Vendrás mañana?
Grace asintió.
Callen rozó con su pulgar los hinchados labios femeninos, y después de
depositar un suave beso en ellos, la acompañó hacia su yegua ayudándola a
montar.
―Hasta mañana, Callen ―susurró Grace.
―Hasta mañana.
r
Una hora después, mientras tomaba un baño, Callen meditaba sobre lo
sucedido.
No podía continuar así, amando a una muchacha a la que solo podía tener
durante el amanecer, puesto que el resto del día se convertía en otra persona
muy diferente. Se pasó las manos por el rostro con frustración. El caso es que
siendo Jenna, también le había gustado, recordó su brillante sonrisa cuando
entró en aquel baile y lo confundió con Gabriel, su estupefacción cuando la
abordó en aquel pasillo, su temperamental discusión en la residencia de su
hermano... Sí, Jenna también le gustaba, al menos hasta que apareció el maldito
Longford.
Se levantó y se vistió ayudado por Crawford. Ya era la hora de las visitas, y
seguramente su madre recibiría algunas y, desde luego, no pretendía estar
presente.
r
Mientras tanto, Gibson se dirigía a la duquesa, que se encontraba en la sala
de recibir, con una tarjeta de visita en la bandeja.
―Su Gracia, la dama solicita ser recibida.
Lydia tomó la tarjeta y al ver el nombre jadeó, al tiempo que enrojecía de
furia.
―Gibson, avise a Su Gracia para que se reúna inmediatamente conmigo.
La voz de barítono del duque se escuchó antes de que Gibson pudiese
contestar.
―No hace falta, querida, venía a despedirme, salgo al club.
Lydia, sin decir palabra, le tendió la tarjeta.
―Me temo que mi salida se retrasará un poco ―repuso con frialdad―.
Gibson, haga pasar a esa mujer.
―Ah, Gibson ―añadió la duquesa―, permanezca en la habitación durante
nuestra entrevista con ella.
―Como ordene, Su Gracia.
El duque enarcó una ceja en dirección a su esposa.
Ella alzó la barbilla con arrogancia.
―Sentiré más satisfacción si el servicio está presente como testigo de su
humillante caída en desgracia.
David meneó las cejas con fingido temor.
―Dios mío, Lydia, ha sido llegar a Londres y de verdad que por momentos
me aterrorizas.
Los duques estaban de pie en medio de la salita cuando Amelia entró e hizo
su reverencia. El matrimonio se limitó a inclinar la cabeza.
Amelia notó que el mayordomo no abandonaba la habitación. Supuso que
esperaría la orden de solicitar el té.
―Sus Gracias, son muy amables al recibirme. He venido a agradecerles su
cortesía en la posada.
La duquesa contestó con frialdad.
―Bien, ya lo ha hecho.
Amelia palideció al notar la diferencia en el trato. Miró al duque. Este
mostraba un semblante indescifrable.
―Su Gracia, sé que debí de haber avisado de mi visita, mis disculpas, pero...
―Pero su interés por ver a su señoría el marqués de Clydesdale prevaleció
sobre el decoro, ¿no es así, señora Campbell? ―Lydia sintió una gran
satisfacción al recitar el título de su hijo ante la codiciosa mujer.
―Su Gracia... ―farfulló Amelia.
David escuchaba a su esposa sumamente entretenido. Normalmente era la
dulzura personificada, pero esa mujer había tocado a su hijo. Dios la ayudase.
―Señora Campbell ―comenzó Lydia, al tiempo que se sentaba sin ofrecerle
asiento a la desconcertada Amelia―, solamente he accedido a recibirla para
brindarle un, digamos... aviso de cortesía. Desde este momento, las puertas de
todas las casas decentes de Londres están cerradas para usted y, por supuesto,
las de Escocia. La alta no necesita de más arribistas, porque eso es lo que es,
una codiciosa arribista. ¿Habla español? ―inquirió la duquesa de pronto,
sorprendiendo incluso al duque, aunque nada en su expresión lo evidenció.
Desconcertada, Amelia respondió:
―N... no, ¿puedo saber por qué me lo pregunta?
―Porque me temo que lo necesitará. La corte española es mucho más
adecuada para usted con sus continuas intrigas. Cogerá el primer barco que
salga para España, o para las Indias, me da exactamente igual, y no regresará a
Inglaterra bajo ningún concepto, o las consecuencias serán otras muy
diferentes y nada agradables.
―Gibson, acompañe a la... señora a la puerta.
―Pero... pero, Su Gracia, no entiendo... ―intentó Amelia.
―No se atreva a insultar nuestra inteligencia. Sabe perfectamente lo que ha
hecho en el pasado, y es usted muy ingenua o muy idiota, personalmente me
inclino por lo segundo, al pensar que su comportamiento en París no tendría
consecuencias. Buenos días. Gibson, si es tan amable...
El mayordomo se inclinó y se dirigió a Amelia.
―Por aquí, señora.
Cuando Amelia salió, el duque miró a su esposa con admiración.
―Has estado sublime, mi amor. Has sabido mostrar a la perfección la
arrogancia ducal de, no de uno, sino de los dos ducados.
Lydia soltó una carcajada.
―Vamos, David, ni siquiera he sacado la arrogancia del segundo ducado.
Era suficiente con uno para poner en su sitio a esa arpía.
Amelia, humillada, seguía al mayordomo cuando se topó con Callen.
Este disimuló su sorpresa al verla en Brandon House. Supuso que había
sido iniciativa de Amelia visitar a los duques.
―Oh, Callen. ―Mientras Amelia formaba un puchero que intentó hacer
pasar por el de una inocente debutante, Callen no pudo reprimir una mueca de
desprecio―. Me temo que ha habido una confusión con Sus Gracias...
Callen no la dejó terminar.
―Sus Gracias jamás se confunden. Gibson, saca a esta... ―Hizo un gesto
desdeñoso con la mano― de mi casa. Ah, y en el futuro, si es que coincidimos
de nuevo, utilizarás mi tratamiento.
―Inmediatamente, Señoría ―Callen nunca había permitido que el servicio
se dirigiese a él con ese tratamiento. Para ellos era milord o lord Clydesdale. Sin
embargo, Gibson, después de tantos años al servicio del ducado, presintió que
ese momento era el adecuado para utilizar el tratamiento debido y poner en su
sitio a la dama.
―Pero...
―¡Sácala de aquí, Gibson, no me importa si tiene que ser a rastras!
Gibson puso su semblante de mayordomo ducal y simplemente miró de
arriba abajo a Amelia.
Esta, viendo que todo estaba perdido, levantó la barbilla y salió de Brandon
House con ademán altivo, como si en ningún momento hubiera sido
expulsada.
Callen entró en la habitación donde se encontraban sus padres. Frunció el
ceño al ver los semblantes divertidos de ambos. Y cuando dirigió una mirada
inquisitiva a su padre, este le indicó con un gesto de cabeza a la duquesa.
Callen esperó y Lydia no se hizo de rogar. Estaba pletórica de haberle dado
su merecido a esa mujer.
―Se presentó aquí con pretexto de... Bah, da igual el pretexto, lo único que
le interesaba era coincidir contigo. Así que le dije...
David intervino.
―Resumiendo, hijo: creo que esa mujer disfrutará de una buena vida en
España.
Callen parpadeó desconcertado.
―¡¿España?!
Su madre se alisó las faldas del vestido con indiferencia.
―Por supuesto, hijo, me temo que Inglaterra se ha quedado pequeña para
las altas miras de esa mujer.
Callen se acercó a su padre.
―¿Tú conocías esa vena vengativa de mamá? ―susurró receloso.
―Algo sabía, hijo, pero no es lo mismo intuirlo que verla en todo su
esplendor. Te aseguro que hubieras disfrutado tanto como yo al ver a la
duquesa de Hamilton y Brandon en toda su arrogancia ducal ―afirmó
jocoso―. En fin, tenía la intención de acercarme a Brooks’s. ¿Me acompañas o
tienes otros compromisos?
―Será un placer acompañarte, papá.
Ambos se despidieron de la ufana duquesa y se dirigieron al que era el club
preferido de los dos.
r
Los cuatro caballeros, reunidos en la mesa que ocupaban habitualmente, se
levantaron corteses en cuanto se acercaron el duque de Hamilton y su hijo.
Unas rápidas miradas al rostro complacido del duque y al adusto de Callen
les indicaron que algo había ocurrido.
Callen, después de pedir la bebida del duque y la suya propia, al ver los ojos
inquisitivos de sus amigos, explicó:
―Amelia se ha presentado en Brandon House.
Justin chasqueó la lengua.
―Menuda desfachatez la suya.
―¿Se encuentra bien la duquesa? ―preguntó Darrell.
El duque soltó una risilla entre dientes.
―Me temo que mi duquesa es la que más ha disfrutado con toda esta
situación.
Ante la mirada desconcertada de sus amigos, Callen se sintió obligado a
aclarar.
―Según mi padre, sacó a relucir toda la arrogancia ducal de los dos
ducados, el escocés y el inglés; de hecho, me imagino que Amelia estará en
estos momentos consultando los barcos que salen para España.
Kenneth abrió los ojos como platos.
―¡¿España?!
David encogió los hombros.
―Creo recordar que le recomendó particularmente la peculiar corte
española.
―Se sentirá muy cómoda rodeada de intrigas palaciegas ―musitó Gabriel.
Varias risillas se escucharon, entre ellas la del propio duque.
Hamilton tomó un sorbo de su bebida y paseó la mirada por los caballeros.
―¿Habéis averiguado algo?
Callen miró confuso a su padre. ¿Averiguar... sobre quién?
Todas las miradas convergieron en Darrell. El hombre tenía un talento
innato para descubrir lo que se pretendiese tener oculto.
Darrell carraspeó.
―Bonham no tiene deudas provocadas por el juego o las apuestas. En ese
sentido, su comportamiento es intachable. Las deudas que tiene son a causa
del alto nivel de vida que le consiente a su hija. El sueldo de un abogado en
Edimburgo me temo que no era suficiente para su... sociable esposa, y era
Bonham quien corría con todos los gastos del extenso vestuario y joyas de su
hija. Si ya contaba con gastos importantes mientras ella residía en Escocia, me
temo que con ella correteando por Bond Street... Londres es mucho más caro
que Edimburgo, y en plena temporada social...
―Que no disfrutará, por cierto ―afirmó el duque.
―Además, no constan propiedades ―continuó Darrell―. En Londres
residían en una casa alquilada, que dejó cuando su hija se casó, y la residencia
principal, en Dorset, es su único sustento. Tiene un administrador que se
encarga de gestionarla.
Callen observó a su padre.
―¿Qué tienes pensado?
Hamilton se arrellanó en el sillón y, después de beber un sorbo de su copa y
observarlos a todos por encima del borde de esta, contestó.
―Un consulado en un pueblo del sur de España le vendrá bien a la carrera
diplomática del vizconde. ―Sonrió malicioso―. Y me atrevería a decir que no
tendrá que gastar demasiado en el vestuario de su hija, en un pueblo disfrutará
de pocas ocasiones para lucirlo.
Kenneth rio entre dientes.
―Menos mal que somos tus amigos. La idea de pasar el resto de mi vida en
Jamaica, si te hago enfadar, no me seduce particularmente.
Hamilton, sonriente, se levantó, cosa que hicieron todos los demás.
―Caballeros, me temo que debo hacer algunas visitas y asegurarme de que
el vizconde y su hija tienen un viaje... cómodo hacia su nuevo destino.
Tras marcharse el duque, Justin observó a Callen.
―Por tu semblante cuando llegaste, no creo equivocarme al afirmar que
tuviste un encuentro con esa mujer.
Callen asintió.
Kenneth lo miró con inquietud.
―¿Estás bien?
Callen, pensativo, fijó su mirada en el ventanal cercano a la mesa que
ocupaban.
―Lo cierto es que no he sentido absolutamente nada al volver a verla
después de tantos años. ―Volvió sus ojos hacia Kenneth―. Con franqueza,
siempre supuse que verla de nuevo me afectaría de alguna manera, sin
embargo, ―Movió la cabeza negando, al tiempo que se encogía de hombros―,
su aparición no me suscitó ningún sentimiento, ni negativo ni positivo, solo
indiferencia.
Darrell enarcó las cejas.
―Entonces, ¿podemos suponer que tu... inquina hacia las damas inglesas ha
desaparecido?
―Yo no diría tanto ―respondió Callen―. Sigo pensando lo mismo sobre
ellas, sobre todo después de comprobar, después de tantos años, la desfachatez
y la codicia de Amelia.
r
En ese momento, a poca distancia del club, en Hyde Park, Jenna hacía su
acostumbrado paseo con Longford.
Esta vez, el vizconde había decidido prescindir del carruaje y efectuarlo
caminando. La hija del duque de Brentwood era una de las favoritas de la alta,
y caminar con ella del brazo le permitía alternar con las damas y caballeros que
se detenían a saludarla, personas a las que, de otro modo, no tendría acceso.
Incluso entre la alta nobleza había prejuicios, y él no estaba precisamente bien
considerado.
A Jenna le comenzaba a doler la mandíbula de mantener una educada
sonrisa en su rostro. Sin sus gafas y sin la guía de Celia, debía mostrar un
semblante sonriente. Ella no podía saber quién se acercaba hasta que se
situaban a pocos pasos, por lo que no podía cometer el error de que alguien
pudiese sentirse ofendido si mantenía una expresión neutra.
Unas risas femeninas a la derecha llamaron su atención. Jenna reconoció las
voces, eran lady Frances, lady Lilith y la señorita Holden seguidas por sus
doncellas. Al verla, las jóvenes hicieron ademán de parar a conversar, sin
embargo, Longford, después de mirarlas de reojo, no se detuvo ni aminoró el
paso.
Dos de las jóvenes observaron el gesto del vizconde desconcertadas,
mientras la tercera entrecerró los ojos con un brillo de odio en ellos.
Jenna, perpleja, giró su rostro hacia Longford.
―Milord, esas damas son mis amigas. Me hubiera gustado detenerme un
momento con ellas. Ha resultado un gesto grosero por su parte ignorar su
intención de saludarme.
Longford hizo una mueca desdeñosa.
―Si se hubiese tratado solamente de lady Frances, me hubiera detenido
gustoso, pero, milady, las otras dos damas no resultan adecuadas como
compañía, mucho menos como amistades.
Jenna enarcó una ceja.
―¿Disculpe? Milord, está usted insultando a dos damas por demás,
perfectamente respetables y decorosas.
―Bah, una americana, y la otra con la reputación de su padre por los suelos,
no son en modo alguno amistades que deba mantener. De hecho, cuando el
compromiso sea anunciado, mantendrá las distancias con ellas.
Ella enrojeció de furia. «¿Cómo se atreve a seleccionar mis amistades?
¿Quién demonios se cree que es? Por supuesto... mi futuro marido», se
contestó abatida a sí misma.
Harta del paseo, del vizconde y de su esnobismo a la hora de decidir con
quién detenerse y con quién no, Jenna decidió que era hora de regresar.
―Milord, me temo que se me está levantando dolor de cabeza, me gustaría
volver a Brentwood House.
Longford la miró de reojo.
―Por supuesto, milady, faltaría más. Debería descansar. Quizá he alargado
un poco más de lo debido el paseo.
―Gracias, milord.
k Capítulo 11 l

CALLEN llegó al baile de los marqueses de Rochford, amigos de sus padres, en


compañía de los duques. Comenzaba a estar harto de la condenada temporada,
de los condenados bailes y se temía que todavía le restaba por padecer algún
estreno teatral, eso sin contar con veladas musicales destinadas a mostrar los
talentos de las debutantes, a las que ni muerto pensaba asistir.
Tras saludar a los anfitriones y dejar a sus padres en la compañía de viejas
amistades, localizó a Justin y Darrell en un rincón del salón, apoyados con
indolencia en una de las columnas, con sendas copas en sus manos. Tomó una
copa de la bandeja de uno de los lacayos y se acercó a ellos.
―Malditos bailes ―susurró, tras tomar un sorbo de su bebida.
Justin hizo un gesto de fastidio.
―Tú por lo menos te puedes largar cuando quieras, yo tengo que sufrir esta
tortura hasta que mi hermana se agote y decida que nos marchemos.
Darrell soltó una risilla.
―Pues a mí me divierten estas reuniones.
Los otros dos giraron sus rostros hacia él, al tiempo que abrían los ojos
como platos.
―¿Te divierten? ¿Los bailes? ―quiso asegurarse Justin, mientras Callen
echaba la cabeza hacia atrás para mirarlo con recelo.
―¡Pues claro! ―afirmó Darrell jocoso―. Solo tenéis que observar sus
gestos cuando creen que nadie los mira, y os puedo asegurar que ver la
diferencia de comportamiento de toda esta gente cuando creen que son
observados y cuando piensan que no reparan en ellos es sumamente divertido.
―¡Santo Dios! ¡Tú lo que eres es un maldito cotilla! ―exclamó Callen.
―Disculpa, soy un estudioso del comportamiento humano ―afirmó Darrell
con sorna.
Justin entrecerró los ojos mientras miraba a Darrell.
―Por eso no hay nada que no sepas acerca de cualquier noble del que se te
pregunte.
Darrell se encogió de hombros.
―Soy observador.
Justin y Callen menearon la cabeza con resignación. En realidad, pocas
cosas escapaban al escrutinio de Darrell.
―Por ejemplo ―Darrell rio entre dientes―, vosotros no habéis captado que
Gabriel parece a punto de darle un puñetazo a alguien, de hecho, ni siquiera os
habéis dado cuenta de que acaba de llegar.
Ambos amigos, alarmados, siguieron la mirada de Darrell. Efectivamente,
Gabriel, escoltando a lady Jenna y a lady Celia, parecía muy dispuesto a
romperle la aristocrática nariz a Longford.
Los tres observaron cómo Kenneth se acercaba a ellos y lanzaba una
mirada de desprecio a Longford. Este, después de anotar su nombre en el
carnet de baile de lady Jenna, obviando a lady Celia, se alejó.
Los caballeros acompañaron a las damas hasta el grupo en el que se
encontraban sus amigas, y después de saludarlas y poner sus nombres en sus
respectivos carnets, se alejaron en dirección a donde estaban sus amigos, al
tiempo que tomaban sendas copas de las bandejas que pasaban los lacayos.
―Espero que os hayáis cerciorado de poner vuestros nombres en el carnet
de Frances ―masculló Justin en cuanto llegaron a su altura.
Gabriel frunció el ceño.
―¿Por qué razón no habríamos de hacerlo?
Callen sonrió.
―Jus está empeñado en conseguir que su hermana acabe agotada de tanto
baile y poder largarse pronto.
―A ser posible antes de la cena ―murmuró el aludido.
Darrell sonrió enigmático.
―Si me disculpáis. ―Le pasó su copa a Callen y, ante la sorprendida mirada
de sus amigos, se alejó en dirección a las damas, intercambió saludos y firmó
en sus carnets.
Satisfecho, regresó. Justin lo miró frunciendo el ceño. Tramaba algo, estaba
seguro.
Darrell comentó con indiferencia.
―He visto que Longford no ha puesto su nombre en el carnet de Celia.
Justin y Callen bufaron. ¡Por Dios! ¿Es que no se le escapaba nada? Sin
embargo, ambos miraron a Gabriel y Kenneth.
Mientras Gabriel se encogió de hombros, Kenneth gruñó.
―No se atrevería, a lady Celia no le agrada y él lo sabe.
«Por lo que se ve, la única que está encantada con ese cretino es lady Jenna»,
pensó Callen con cinismo.
―Por cierto ―inquirió Justin―, ¿ya ha hablado con Brentwood?
Gabriel hizo una mueca de hastío.
―Creo que el duque tiene previsto reunirse con él en un par de días. No
puede posponer mucho más el baile de presentación de Jenna, y desea hacer el
anuncio durante el baile. Así se ahorra organizar otro ―siseó con desprecio.
―Bien ―asintió Justin―, caballeros, es hora de bailar con las damas. ―Miró
a Callen entrecerrando los ojos―. Todos.
Callen rodó los ojos. Se disponía a negarse cuando la voz de Kenneth lo
detuvo.
―Creo que a Su Gracia le encantará que la saque a bailar ―comentó con
presunción.
Callen le clavó una mirada hostil. Maldita sea, si Kenneth le comentaba a su
madre que no tenía intención alguna de sacar a bailar a las debutantes, cosa
que tenía toda la intención de hacer, la duquesa lo llevaría de las orejas a firmar
carnets de baile como si no hubiera un mañana. Suspiró resignado. Mientras
caminaban hacia el grupo de damas, Callen siseó al vizconde.
―Miserable traidor, eso no se le hace a un amigo.
Kenneth soltó una carcajada mientras le palmeaba la espalda con sorna.
r
En el grupito de las damas, la conversación giraba en torno a la grosería del
vizconde durante el paseo en Hyde Park.
Jenna se había callado el insulto de Longford hacia Shelby y Lilith. Aunque
intentó justificar como pudo al vizconde, sus amigas no se creyeron en lo más
mínimo sus explicaciones.
―Ese hombre es un idiota, eso es lo que es ―afirmaba Shelby, indignada.
―En realidad, lo siento por ti, Jen ―intervino Frances―, pero me alegro de
que no se nos haya acercado. Justin me ha repetido hasta la saciedad que no
permita que ese hombre se me acerque y que, aun a riesgo de quedarme sin
poder bailar, no acepte que firme mi carnet.
―Longford sabe perfectamente a quién puede o no solicitar un baile.
Nunca se arriesgaría a un enfrentamiento con lord Craddock ―aseveró Celia.
Jenna miró a Lilith, que permanecía extrañamente silenciosa, mientras
observaba el salón como si la conversación no le interesase lo más mínimo.
―Lilith, ¿me acompañas a la mesa de bebidas? Me apetece una limonada
―sugirió Jenna.
―Por supuesto ―aceptó Lilith, al tiempo que ofrecía a las demás―:
¿Deseáis que os traigamos algo de beber?
Las tres damas rechazaron el ofrecimiento y ambas muchachas se dirigieron
hacia donde estaban dispuestos los refrigerios.
Después de tomar sus vasos, Jenna observó que Lilith parecía absorta en
sus pensamientos.
―¿Te encuentras bien, Lilith? ―inquirió preocupada.
Después de mirar a su alrededor para comprobar que nadie podía oírlas,
Lilith susurró.
―No aceptes comprometerte con él, Jenna. Di que no os habéis entendido
durante el cortejo, lo que sea, pero no te cases con él. ―La voz de Lilith tenía
un matiz de ansiedad que preocupó a Jenna.
―Pero ¿por qué?
―No puedo decirte más, Jen, lo siento.
―No puedo rechazarlo, Lilith, Brentwood no lo toleraría. No puedo
desafiarlo hasta ese punto. Además, si lo tratas... es un esnob, sí, pero no más
que cualquier otro caballero, y no me trata con desdén, es cortés y agradable.
«Por supuesto que no va a tratar con desdén a quien le llenará las arcas, por
lo menos antes de que estén llenas con tu dote», pensó Lilith, sin embargo,
dijo:
―Entiendo. Olvida lo que he dicho. Supongo que me sentí ofendida por lo
sucedido esta mañana y estoy sacando las cosas de quicio. ―Lilith le ofreció
una sonrisa que no le llegó a los ojos.
Jenna la observó y asintió.
―Volvamos con las demás, ¿te parece?
r
Cuando se reunieron con sus amigas el grupo de caballeros amigos de
Gabriel ya estaban con ellas escribiendo sus nombres en las tarjetas de baile.
Jenna se tensó. Callen estaba entre ellos y, por su aspecto, no parecía
particularmente contento.
En el momento en que Lilith y Jenna se reunieron con ellos, Callen tomó la
tarjeta de Lilith con una sonrisa. Después de firmar en ella, tomó la de Jenna.
¡Maldición! Solo tenía un vals libre. Lo último que deseaba era tener que
rodearla con sus brazos tal y como requería el baile. Echando un rápido
vistazo, observó que el vals de la cena lo tenía comprometido con Longford.
«Por supuesto», pensó con cinismo.
Los bailes se sucedieron con demasiada rapidez, a juicio de Callen, que de
pronto se encontró saliendo a la pista con la mano de Jenna en su brazo.
Después de la preceptiva reverencia de ella y la inclinación de él, Callen la
enlazó por la cintura. Sonrío para sí con cinismo al notar la tensión de la joven.
Comenzaron el baile en silencio. Jenna miraba, y era un eufemismo,
cualquier punto por encima del hombro de Callen, nerviosa por estar entre sus
brazos. Era la primera vez que bailaban un vals juntos y no pudo evitar
comparar la sensación que le causaba bailar con Callen con su baile con
Longford. Aunque este era un buen bailarín, las sensaciones que sentía en
brazos de Callen no eran, ni de lejos, las mismas que con el vizconde, para el
caso, con el vizconde no sentía absolutamente nada. Resultaba absurdo, pero
no podía evitar pensar que él la sujetaba posesivamente. Notaba su gran mano
en la espalda, no con el toque decoroso y adecuado, solamente lo justo para
guiarla, que había utilizado el vizconde. La mano de Callen la abarcaba con
firmeza, como si... Sacudió la cabeza, no tenía sentido pensar en ningún «si...».
Callen, mientras tanto, pasaba su mirada por los invitados que permanecían
alrededor de la pisa observando a los bailarines, hasta que su mirada se cruzó
con la de su madre. Maldijo interiormente. La duquesa lo miraba con una ceja
alzada, al darse cuenta del silencio entre la pareja y la tensión que parecía
rodearlos. Suspiró. Tenía que sacar un tema de conversación, el que fuese. Una
de las ventajas del vals era poder conversar con su pareja. Una pareja en
silencio durante todo el tiempo que duraba el baile levantaría rumores y su
madre lo despellejaría vivo.
―Gabriel nos ha comentado que en un par de días Brentwood se
entrevistará con Longford para firmar los acuerdos. ―«¡Condenación! De
todos los temas, ¿tengo que haber sacado precisamente ese?», pensó con
frustración.
Jenna alzó su rostro hacia él.
¡Maldito infierno! Casi era preferible que mirara hacia otro sitio. Esos ojos
del color de la niebla clavados en él. Se recordó a sí mismo que no eran los
ojos de Jenna sino los de Grace los que alborotaban su corazón... y otras
partes de su cuerpo. ¡Demonios, Jenna y Grace eran la misma persona!
Comenzaba a sentirse confuso e irritado por su terquedad en considerarla dos
personas diferentes. Cuando había besado a Jenna, su respuesta había sido
igual de apasionada que cuando besó a Grace. Si no hubiera sido por la maldita
intervención de Longford...
―Eso creo ―contestó distraída.
A Callen le costó unos segundos recordar qué le había comentado. Sin
embargo, al ver el rostro absorto de Jenna, como si se hallara en otra parte, no
pudo evitar interesarse.
―¿Se encuentra bien, milady?
―Sí, por supuesto.
―Si puedo ayudarla en algo... ―«Como por ejemplo, darle una paliza de
muerte a ese cretino...», añadió para sí.
Jenna enarcó una ceja.
―¿Por qué supone que necesito ayuda de algún tipo? ―contestó a la
defensiva.
Callen obvió el tono defensivo que utilizó.
―Sabe que aún no es tarde, ¿verdad?
El corazón de Jenna comenzó a latir furiosamente. Pero sus siguientes
palabras la alejaron de toda esperanza.
―Todavía podemos buscarle otro pretendiente más... adecuado que el
vizconde.
«¿Buscarme otro pretendiente, a eso se refería cuando dijo que no era
tarde? Maldito sea. ¡Por Dios! ¿Acaso pretendían poner en fila a varios
caballeros y que los examinase?», pensó Jenna.
Dolida, levantó la barbilla con altanería.
―Le agradezco su ofrecimiento, milord. Pero me temo que ya he
encontrado el pretendiente adecuado ―contestó con frialdad.
Callen asintió. Jenna notó la tensión repentina de su mano en la espalda.
Miró con disimulo a su alrededor. Se temía que todo el mundo notase el aire
gélido que corría entre ellos.
Irritado con ella y consigo mismo, Callen no pudo evitar soltar un
comentario mordaz.
―Por supuesto, milady. El vizconde y usted son sumamente adecuados el
uno para el otro.
Jenna jadeó, al tiempo que se detuvo bruscamente. Callen estuvo a punto
de tropezar al cesar ella de moverse. Agradeció que en ese momento el vals
cesara, por lo menos no darían lugar a comentarios.
Callen le tendió el brazo a Jenna para acompañarla junto a sus amigas. Sin
embargo, ella lo miró con un brillo de furia, y ¿decepción?, en sus ojos.
―No es necesario que me escolte, milord. Hizo una breve reverencia y
comenzó a alejarse.
El corazón de Callen se estrujó al verla caminar avanzando ente los
invitados sola y vacilante.
¿Por qué tenía que haber hecho ese comentario insultante? Desolado, pensó
que, en realidad, el comentario iba dirigido a castigarse a sí mismo. Los celos le
estaban carcomiendo y jugando malas pasadas.
Mientras se alejaba de la pista de baile con frustración, pensaba que...
¡Mierda! Ni siquiera podía centrar sus pensamientos. Estaba engañándose a sí
mismo insistiendo en diferenciar a la muchacha de los amaneceres en Hyde
Park de la que frecuentaba los salones de la alta, y maldita sea, estaba
completamente enamorado no de Jenna, ni de Grace, sino de lady Jenna Grace
Leighton, de toda ella.
r
Al amanecer, Jenna esperó en vano. Callen no apareció, ni ese día ni
durante la semana que siguió.
r
Gabriel había tenido razón en sus previsiones. Dos días después del baile
de los Rochford, los contratos matrimoniales fueron firmados entre el
vizconde y el duque de Brentwood, ante la decepción de Longford al
comprobar que la cantidad de la dote con la que contaba no era la que
esperaba. Aún así, era lo suficientemente sustanciosa como para pagar sus
deudas y continuar con su ritmo de vida, además de que la influencia de
Brentwood le permitiría acceso a círculos que, de otro modo, le estarían
vedados.
Jenna volvió a ser requerida en el despacho del duque. Esta vez para recibir
de nuevo otro anillo de compromiso, tras haber sido apercibida por su padre
de que los contratos habían sido firmados. Una fría advertencia brillaba
amenazante en los ojos del duque: esta vez no se romperían los acuerdos.
Cuando Brentwood dejó solos a su hija y a su nuevo prometido, Jenna
observó con suspicacia cómo Longford doblaba una rodilla y sacaba una caja
de su bolsillo.
No sintió ningún tipo de expectación. En realidad, observaba al vizconde
con distanciamiento, como si la situación no fuese con ella.
Longford abrió la caja para mostrarle un sencillo anillo con un diamante
talla esmeralda. Jenna lo contempló con indiferencia. Los diamantes no eran
particularmente de su gusto, pero en realidad le daba absolutamente igual lo
que le entregase el vizconde.
―Lady Jenna ―comenzó Longford. Jenna notó que se le hacía un nudo en
el estómago al escuchar la empalagosa voz del hombre―, ¿acepta usted
convertirse en mi vizcondesa?
Como propuesta dejaba mucho que desear, incluso prefería la franca
frialdad de Callen antes de la falsedad empalagosa del vizconde. Sin embargo
asintió, tal y como se esperaba de ella.
―Será un honor, lord Longford.
Extendió su mano y el vizconde introdujo la sortija en el dedo anular.
Cuando se levantó y la enlazó por la cintura dispuesto a besarla, Jenna se
tensó.
Reprimió la mueca de asco y las lágrimas que pugnaban por salir, al notar la
fría boca del vizconde sobre la suya y sus intentos por profundizar el beso.
Longford se tomó la rigidez de la dama como una señal de su inocencia.
Satisfecho, sugirió:
―Creo que desde este momento podemos llamarnos por nuestros
nombres, Jenna. Si me lo permite, por supuesto.
A ella le era completamente indiferente cómo la llamase, así que asintió.
―Por supuesto, milord.
―Arthur.
―¿Disculpe?
―Mi nombre es Arthur, me agradaría que lo usara.
Ella inclinó la cabeza.
―Será un placer... Arthur.
―El anuncio se hará durante el baile de compromiso que se celebrará en un
par de semanas, coincidiendo con su presentación. Esta noche la recogeré para
asistir al teatro. Su Gracia ha tenido la gentileza de cedernos su palco.
Extendió su mano para tomar la de la joven. Cuando la soltó, Jenna se frotó
disimuladamente el dorso, donde había depositado el húmedo beso, contra la
falda del vestido.
Cuando el vizconde se marchó, Jenna subió a la salita donde, como era
costumbre, se encontraba Celia. Esta alzó la mirada del libro que estaba
leyendo.
Sin decir palabra, Jenna extendió la mano en la que brillaba el escuálido
diamante. Celia no pudo reprimir una mueca de desprecio al contemplarlo.
―Esta noche me llevará al teatro ―susurró con voz átona Jenna, que miró
anhelante a su prima―. ¿Nos acompañarás, por favor?
Celia, al ver el semblante abatido de Jenna, se levantó para abrazarla. Se
había negado en rotundo a acompañarla en sus salidas con el vizconde, sin
embargo, esta vez, los ojos llenos de tristeza de su prima le decían que no
podía negarse.
―Por supuesto, cariño. Estaré a tu lado.
Jenna, al escuchar a su prima, ya no pudo contenerse y comenzó a sollozar
desconsolada.
Mientras la abrazaba, Celia suspiró. Las cosas pudieron haber sido tan
diferentes si no hubiese sido por la terquedad y el orgullo mal entendido de su
prima...
r
Callen entró en el teatro con el talante de un condenado camino del
patíbulo. Su decisión de distanciarse todo lo posible de Jenna no acudiendo a
Hyde Park al amanecer, ya que nada conseguiría prolongando esos encuentros,
agriaba cada vez más su ya tormentoso carácter.
Jenna, Grace, o Jenna Grace (ya había asumido que, pese a su diferente
comportamiento, eran la misma persona) estaba comprometida,
completamente fuera de su alcance.
A eso se unía la obsesión de la alta por acudir al teatro el día de estreno,
como si no fueran a representar la obra más que una única vez. La obcecación
de la aristocracia por ver y hacerse ver le resultaba ridícula. Y para su completa
frustración, la duquesa se había empecinado en acudir al estreno. Entendía a su
madre. Los duques rara vez pisaban Londres, y la duquesa, inglesa de
nacimiento, sabía que un estreno teatral era la mejor manera de volver a ver a
viejos amigos y conocidos.
Entraban en el palco de los duques de Hamilton cuando vio acercarse a
Gabriel. Mientras sus padres accedían al interior, él esperó en el pasillo.
―¿Puedo abusar de la hospitalidad de Sus Gracias? ―preguntó nada más
llegar a su altura.
Callen lo miró frunciendo el ceño.
―Sabes que sí ¿qué ha ocurrido con el palco de Brentwood, se ha inundado,
ha ardido? ―inquirió con sorna.
Gabriel resopló.
―Hay una rata... enorme.
Callen enarcó las cejas.
―¿No resultaría más apropiado que avisaras al personal del teatro? Si la rata
sale del palco, causará una verdadera estampida ―Dudó un momento―.
Aunque bien pensado... una huida en masa me evitaría soportar esta tortura.
Gabriel hizo una mueca irritada.
―Esa rata no abandonará el palco de Brentwood, así se le derrumbe
encima, no antes de ser vista por toda la alta, eso te lo garantizo.
Callen ladeó la cabeza, mientras observaba con más atención a su amigo.
―Exactamente... ¿estamos hablando de una rata... rata, o es simplemente un
eufemismo para referirte a...?
―Longford.
Callen masculló una maldición entre dientes.
―Se han firmado los acuerdos y está disfrutando de los privilegios de
convertirse en el futuro yerno del duque de Brentwood ―explicó Gabriel.
―¿Has dejado sola a tu hermana con ese idiota en el palco? ―Callen no
podía creer que su amigo cometiese semejante error. El compromiso no se
haría público hasta al menos un par de semanas después, y que los viesen
juntos y a solas esa noche causaría comentarios y dañaría la reputación de
Jenna.
―Celia está con ellos.
En ese momento, Justin y Kenneth se acercaron. Se dirigían al palco del
conde de Craddock, cercano al que poseían los duques de Hamilton.
―¿Te has perdido? ―inquirió con sorna Kenneth, dirigiéndose a Gabriel―.
Creo recordar que el palco de Brentwood está enfrente.
Callen intervino, dispuesto a fastidiar aún más a su amigo.
―Hay una rata.
Gabriel rodó los ojos.
Kenneth dio un paso atrás mientras miraba con recelo el piso a su
alrededor.
―¿Rata? ¿Dónde? ¡Por Dios, el Drury empieza a dejar mucho que desear!
―exclamó escandalizado.
Gabriel soltó una carcajada. La cara de Kenneth, entre indignada y
asqueada, era digna de ver.
Justin, mientras tanto, se limitaba a observar con gesto suspicaz.
―¿La supuesta... rata tiene nombre? ―inquirió con indiferencia.
Kenneth giró la cabeza hacia él bruscamente y lo miró como si se hubiese
vuelto loco de repente.
―Longford ―exclamaron a la vez Callen y Gabriel.
Kenneth enarcó una ceja mientras observaba a Gabriel.
―¿Longford está en el palco de Brentwood... vivo?
―¡Por Dios, Ken! Está con Jenna y Celia.
―¿Has dejado a ese idiota solo con tu hermana y tu prima?
Callen ladeó la cabeza al tiempo que enarcaba las cejas burlón en dirección
a Gabriel. «Te lo dije», pareció decir.
Kenneth, después de lanzarle una torva mirada a Gabriel, comenzó a andar.
―¿A dónde se supone que vas ahora? ―intervino Justin desconcertado.
Sin detenerse, Kenneth contestó por encima de su hombro.
―A saludar a las damas.
Justin resopló, sin embargo, siguió a su amigo.
Callen y Gabriel se miraron.
―No es necesario que me acompañes ―murmuró Gabriel―. Sus Gracias
estarán preguntándose qué ha sido de ti.
Callen se encogió de hombros.
―Dudo mucho que los duques estén tan pendientes de mi paradero.
Hizo un gesto con la mano.
―Tú primero: es tu palco, es tu hermana y es tu prima, sin contar con la
rata de tu futuro cuñado.
Celia giró la cabeza al notar que alguien entraba en el palco. Se puso de pie
de inmediato al ver entrar al conde de Craddock y al vizconde Hyland, a los
que seguían lord Clydesdale y el marqués de Willesden.
Mientras hacía una reverencia, Longford y Jenna se giraron a su vez. Jenna
se puso de pie y efectuó su reverencia, mientras que el vizconde no pudo evitar
una mueca de fastidio. Renuente, se levantó.
Después de inclinarse levemente, murmuró con sequedad.
―Caballeros, no creo que sea adecuado que todos ustedes permanezcan en
un palco en el que únicamente hay dos damas. Una de ellas, mi prometida.
Mientras un músculo de la mejilla de Callen comenzaba a latir furiosamente
y Kenneth apretaba los puños, Gabriel respondió.
―Cuidado, Longford. El palco es de mi familia y las damas son mi familia.
Tú ni siquiera te acercas, por mucho que hayas firmado los acuerdos con
Brentwood.
En ese momento, la figura de Darrell se recortó en la puerta.
―¡Vaya, podíais haberme informado del cambio de palco! He recorrido
medio teatro buscándoos ―comentó sarcástico.
En un segundo se hizo cargo de la situación y, al tiempo que intercambiaba
una mirada de complicidad con Gabriel y después de lanzar una mirada a
Callen, se dirigió a las dos damas, que observaban la situación con
nerviosismo.
―Acabo de saludar a sus gracias los duques de Hamilton. Me preguntaba si
les agradaría que las escoltase a su palco. Han mostrado interés en saludarlas.
Celia soltó un suspiro de alivio. Tomó la mano de Jenna y, sin darle tiempo
a objetar, asintió.
―Estaremos encantadas de saludar a Sus Gracias. Muy amable, milord.
Darrell cedió el paso a las damas y, después de intercambiar una mirada con
sus amigos, salió tras ellas.
Callen, que no había apartado sus ojos de Jenna, giró su rostro hacia
Gabriel.
―No tiene sus gafas. ¿Cómo se supone que va a poder disfrutar de la
maldita obra? ―masculló irritado.
―No creo que sea de su incumbencia el disfrute de mi prometida, escocés
―espetó con desprecio el vizconde.
Varios puños se apretaron ante la grosera connotación de la palabra
utilizada por Longford, y cuando Gabriel se disponía a dar un paso hacia él, la
rápida intervención de Callen lo detuvo.
Lanzando una mano, atrapó al vizconde por el cuello de su camisa; de
inmediato, sus amigos se situaron rodeándolos, para evitar con sus cuerpos
que pudieran verlos desde los palcos situados enfrente o desde el patio de
butacas.
Callen alzó al vizconde para estamparlo contra una de las paredes del palco.
Sin aflojar su agarre, acercó su cara a la del conde. Su voz peligrosamente
suave.
―No veo por aquí a tus compinches, Longford, y ambos sabemos que,
solo, no eres más que un maldito cobarde. Te dirigirás a mí como corresponde
a mi rango, y a la dama con el respeto que merece ser la hija de un duque y, por
lo tanto, muy superior a ti, ¿he sido claro?
Longford, sin embargo, insistió imprudente.
―Sin embargo, tú sí que estás rodeado de tus amigos...
―¿Alguno de ellos te ha tocado, rozado siquiera? Cuidado, milord, como
bien dices, soy escocés, y como bien sabes hijo de duques y su heredero. Si
cayeses, Dios no lo quiera, al patio de butacas por accidente, ¿crees que alguien
me señalaría? Tres nobles con una reputación intachable, lo que no es tu caso,
jurarían que el pobre vizconde estaba tan borracho que...
Longford tragó en seco.
―No te atreverías.
―Pruébame ―siseó Callen con frialdad―. Si me entero de que vuelves a
insultar a la dama, sea o no tu prometida, no seré tan amable. No habrá otro
aviso, Longford.
Callen soltó al vizconde con una mueca de asco, mientras el hombre, al
verse libre del agarre, intentaba enderezarse para no caer de rodillas.
Gabriel intervino.
―Lárgate, Longford.
―No puedes echarme, soy...
―En lo que a mí respecta, hasta que se anuncie oficialmente, no eres nadie
―masculló Gabriel―. Y ahora, ¡largo!
Después de lanzarles una maligna mirada, el vizconde salió del palco.
―Lástima ―murmuró Kenneth socarrón, después de lanzar una mirada
desde el palco hacia el patio de butacas como calculando la distancia―. Una
oportunidad única para librar a Londres de un bastardo, desaprovechada.
Cuando las damas regresaron acompañadas de Darrell, Celia, al no ver al
vizconde, no pudo evitar un suspiro de alivio; Jenna, sin embargo, se tensó.
―¿Longford? ―preguntó mirando a su hermano.
Gabriel se encogió de hombros.
―Un imprevisto en su residencia. Me pidió que te transmitiera sus
disculpas.
Jenna lo miró suspicaz, pero tenía que reconocer que se sintió aliviada.
―Tendremos que marcharnos ―repuso―. No podemos permanecer solas
en el teatro.
Kenneth saltó con rapidez.
―De ninguna manera, Gabriel y yo les daremos escolta.
Gabriel miró a Kenneth.
―¿Tú eres memo o qué? No podemos estar a solas con dos damas, aunque
una sea mi hermana, sin chaperona.
Callen se acercó a Jenna.
―¿Puedo preguntar si ha traído sus gafas, milady? ―Si no las llevaba
encima, daría igual que se quedasen o no, ella no se enteraría de nada. Para el
caso, sería como si le leyesen la obra en voz alta.
―En mi retículo ―admitió Jenna.
Callen se dirigió a Gabriel.
―Mis padres estarían encantados de recibirlas en su palco.
Celia intervino.
―Disculpe, milord, pero no desearíamos imponer nuestra presencia a Sus
Gracias.
―Le puedo asegurar que no sería ninguna imposición, milady ―aseveró
Callen.
Callen encabezó la comitiva hacia el palco de los duques. Estos recibieron
encantados la compañía de las damas, a las que se unieron Gabriel y Kenneth,
mientras que Justin y Darrell se dirigieron al palco del primero.
Después de lanzar una mirada a Jenna, Callen se giró para irse. Gabriel lo
detuvo.
―¿No te quedas?
Callen negó con la cabeza.
―Los duques están encantados con la compañía, y a todos os divierte el
teatro, sin embargo, me temo que no estoy de humor para disfrutar de la obra.
Gabriel echó una ojeada de reojo a Jenna, que, al tiempo que buscaba en su
retículo las gafas, escuchaba con disimulo.
―Entiendo.
Callen salió del teatro irritado, frustrado y sintiéndose miserable. Hubiese
dado cualquier cosa por poder disfrutar de la obra, bueno, en realidad de la
presencia de Jenna a su lado y con sus padres, pero entendía que acabaría
convirtiéndose en un suplicio que no conduciría a nada, por lo menos a nada
bueno. Tenía que asumirlo, ella pronto pertenecería a otro, y él... bueno,
siempre le quedaría huir a Escocia a lamerse las heridas.
k Capítulo 12 l

CALLEN sabía que debía evitarlo como lo estuvo haciendo durante todas las
semanas anteriores, pero necesitaba verla. Quizá ella ya no hiciera sus
escapadas al amanecer, pero tenía que comprobarlo. Tal vez, sabiendo que ella
ya no acudía a Hyde Park a esas horas, le fuese más fácil admitir y superar el
que no estaba destinada a él.
Cuando la vio a lomos de su yegua, seguida de Roddy, su corazón se saltó
un latido. Se detuvo unos instantes antes de salir a su encuentro, para
contemplarla, hasta que comprobó que Jenna ya lo había visto cuando
ralentizó el galope de su caballo.
Azuzó a Dorcha para llegar hasta ella.
―Has venido ―musitó Jenna, mientras estiraba la mano para acariciar al
castrado.
―Tú también.
Jenna evitó su mirada.
―He venido todos los días.
Los ojos de Callen se dispararon al rostro de ella. Las manos le picaban por
bajarla de la yegua y acariciar su cuerpo.
―Lo siento ―murmuró―, me temo que he sido un egoísta.
―Te he echado de menos.
¡Dios Santo! Callen bajó de un salto para tomar a Jenna por la cintura y
apearla de Missy.
Ante su mirada sorprendida, repuso:
―Paseemos.
Dejaron los caballos al cuidado de Roddy y comenzaron a andar. Uno junto
al otro, sin tocarse. Callen, porque temía perder el control si ponía un solo
dedo sobre ella, y Jenna porque, aunque lo deseara con todo su corazón, estaba
comprometida. Tal vez con el hombre equivocado, pero eso no cambiaba el
hecho de que el hombre que caminaba a su lado, con las manos cruzadas a su
espalda, nunca sería suyo.
―Jenna... ―murmuró Callen.
Ella giró el rostro hacia él, al tiempo que enarcaba las cejas.
―¿Jenna? ¿No Grace?
Callen fijó su mirada en la distancia, mientras movía la cabeza
negativamente.
―Me obsesioné con señalar las diferencias entre las dos. Al principio no fue
fácil. Aunque no te asociaba con la dama de los amaneceres, te comportabas
con la misma frescura que ella. Cuando descubrí que erais la misma persona en
la residencia de Gabriel, supe que no podía permitir que fueses de otro. En
realidad, la amenaza de Brentwood de casarte con Longford fue la excusa
perfecta para ofrecerme yo. Sentía náuseas solo de imaginarme a ese cretino
poner sus manos sobre ti.
»Pero cuando fui a visitarte, apareció él y nos echaste a los dos ―Callen se
encogió de hombros―, solo vi a otra arribista inglesa, más preocupada por las
normas que por las personas. Y cuando decidiste aceptar salir a pasear con el
vizconde... Bueno, pensé que era lo esperado.
»Sin embargo, Grace era diferente, era franca, sencilla, espontánea, y quise...
―Callen carraspeó― Quise convencerme de que, mientras Jenna era todo lo
que despreciaba, una ambiciosa dama inglesa, Grace, en cambio, era todo lo
que me gustaba, sin tener en cuenta que mientras la dama de los amaneceres se
sentía libre, Jenna no podía hacerlo. Era Jenna la que usaba a Grace para poder
ser ella misma.
»Cuando la noche pasada ese idiota... ―Callen se detuvo. No sabía si Jenna
estaba al tanto de que Longford la había insultado―. En fin, me di cuenta de
que en el mundo en el que nos movemos hay demasiadas normas que se deben
seguir, sí o sí. Si las sufro yo, que soy un hombre, y como tal, la alta nos
permite más libertades, con qué derecho podría exigir que tú las pasaras por
alto.
Jenna escuchaba con un nudo en la garganta.
―No me debes explicaciones. En realidad, quien actuó de manera
imprudente fui yo. No debí perder los nervios cuando os eché de Brentwood
House, quien estaba demostrando sus malos modales era Longford, no tú; sin
embargo, lo único que pensé fue que habíais llevado las disputas de críos de
colegio demasiado lejos. ―Jenna no se atrevió a decir que además estaba su
falta de confianza en sus motivos para mantener el compromiso―. Y
después..., mi orgullo hizo el resto.
―Jen, ¿podríamos seguir viéndonos como hasta ahora? Como amigos, por
supuesto. ―Ni siquiera él estaba seguro de que pudiera mirarla como una
amiga, pero era lo único que podía ofrecerle, y necesitaba verla, por lo menos
hasta que...―. No, te pondría en una situación indecorosa, aunque resulta
bastante... inusual, por así decirlo, que nos veamos a escondidas y a estas horas.
Sé que si te descubriesen tu reputación acabaría destrozada, y no debería
pedirte que corrieses ese riesgo. Y, en realidad, tampoco estoy muy seguro de
para qué arriesgarse. En apenas dos semanas se hará oficial el compromiso...
Jen. A ella casi se le saltan las lágrimas al escucharlo nombrarla con el
apelativo cariñoso que utilizaban solamente sus dos personas más queridas: su
hermano y Celia.
―No me han descubierto hasta ahora, y llevo mucho tiempo haciéndolo.
Dudo que en el poco tiempo... ―«que nos queda», pensó―, alguien me
sorprenda. Y es todo lo que tendremos ―musitó consternada.
La mirada anhelante y agradecida que le dirigió Callen hubiese bastado para
desechar cualquier reparo que le quedase. Correría ese riesgo y cualquier otro
con tal de pasar el poco tiempo que le quedaba con él. Esos días le ayudarían a
soportar la miserable vida que, intuía, le esperaba con Longford.
Durante una semana, se reunieron todos los días. Se retaban con carreras y
conversaban, pero Jenna notaba que Callen nunca hablaba de su pasado, de sus
años de colegio, ni de su estancia en Francia. Relataba cosas superficiales, su
amistad con Gabriel y los demás, sus estancias en Escocia con sus amigos,
incluso el próspero negocio de importación y exportación de bebidas
espirituosas entre Escocia y Francia. Jenna intuía que algo mucho más grave
que unas simples escaramuzas entre críos había ocurrido en Eton.
r
Los duques de Hamilton se encontraban en la biblioteca como casi todas
las noches, después de la cena.
El duque levantó la mirada, otra vez, del libro que leía, para observar a su
esposa. Resignado a no conseguir acabar una página a causa de los suspiros de
Lydia, exclamó.
―¡Por el amor de Dios! ¿Te importaría hablar de ello y dejar de suspirar?
Como si esperara esa señal, la duquesa posó con rapidez el libro que tenía
en las manos y que no estaba leyendo en la mesita contigua.
―¿No te parece que Callen está diferente desde hace unos días?
David frunció el ceño.
―¿Diferente? ¿Diferente en qué sentido?
Lydia hizo un gesto con la mano.
―Más... más relajado. No me atrevería a decir que más feliz, continúa
habiendo como una tristeza en sus ojos..., pero sí menos tenso. Ya no se
muestra tan reacio a acudir a los eventos a los que somos invitados.
―Además ―continuó la duquesa―, no se niega en redondo a bailar con
debutantes.
El duque enarcó las cejas.
―¿Bailar? ―Abrió la boca y volvió a cerrarla.
―¡Sí, bailar, David!
―Cariño, me temo que no te sigo. En algún momento tendría que sacar a
relucir sus buenos modales y bailar con las damas... creo.
―¡Por Dios, David! ¿Es que no te has dado cuenta de que solo lo hace para
tener una excusa para poder sacar a bailar a lady Jenna? Después de bailar con
ella, o abandona el baile o se retira a la sala de caballeros.
El duque se apretó el puente de la nariz con los dedos.
―¿Y eso es importante porque...?
―Porque está enamorado de ella, tonto.
―Cariño, lady Jenna está comprometida.
La duquesa bufó.
―Creo que enviaré una invitación para tomar el té a lady Jenna y a su prima,
lady Celia.
―Lydia... ―reconvino el duque.
Su esposa lo miró al tiempo que componía una expresión de total
inocencia.
―Son muy agradables, David, y me agrada conversar con gente joven.
El duque meneó la cabeza, resignado. Tal vez, ahora que su esposa había
decidido intervenir, en realidad, había expresado en voz alta su decisión,
pudiera avanzar alguna página del libro.
r
―La duquesa de Hamilton nos envía una invitación a tomar el té con ella
―dijo Jenna después de leer la nota que le había entregado Benson.
Celia miró a su prima.
―Su Gracia es una dama encantadora.
Jenna apenas musitó.
―Sí, lo es.
¿Por qué las habría invitado? ¿Se habría enterado de sus encuentros con
Callen? No, Callen jamás lo contaría. ¿Sería porque bailaba con ella en las
fiestas en que coincidían? No, él bailaba con otras damas también.
Celia, al notar el nerviosismo de su prima, intentó tranquilizarla.
―Jen, eres la hermana de uno de los mejores amigos de su hijo. Es lógico
que desee conocerte.
Ella la miró con el ceño fruncido.
―¿Lo crees así?
―Por supuesto, ¿qué otra razón podría haber? ―contestó Celia, mientras
escrutaba el rostro de Jenna.
Jenna se sentó en uno de los sillones, al tiempo que alzaba su mano para
mordisquearse una uña con nerviosismo.
―Tienes razón, ¿qué otra razón habría?
«¿Nuestros encuentros al amanecer? ¿Que tal vez haya notado que estoy
enamorada de su hijo? ¿Que no puedo alejar mis ojos de él cuando está en la
misma sala?», la invadían las preguntas.
Jenna intuía que la duquesa tenía otra razón aparte de conocer a la hermana
de Gabriel.
La duquesa, encantadora, las recibió con cariño. Ambas habían
comprobado que los duques eran sencillos y amables cuando disfrutaron en su
palco de la velada teatral, y antes, durante la cena a la que habían sido invitadas
junto con los amigos de Callen.
Después de servir el té, Lydia fijó su mirada en Jenna.
―Me temo que aún no la he felicitado por su próximo compromiso.
Jenna se ruborizó.
―Gracias, Excelencia.
Lydia tomó un sorbo de su té.
―No quisiera pecar de indiscreta, pero asumo que está enamorada de su
prometido. Son tan raros en estos tiempos los compromisos por amor. Quizá
peque de ingenua, pero yo me casé enamorada y me entristece pensar que
muchas jóvenes no encontrarán la felicidad en sus matrimonios.
Jenna casi se atraganta con el té. Tras toser sofocada, su rostro era del color
de la amapola.
La duquesa y Celia intercambiaron una mirada. Una intuía, y la otra sabía,
que Jenna no estaba enamorada precisamente de Longford.
―¿Se encuentra bien, lady Jenna? ―preguntó solícita la duquesa.
Jenna carraspeó.
―Sí, gracias, Excelencia. Me temo que me he precipitado al beber.
Lydia asintió.
―Hay veces en las que uno no debe precipitarse, y pensar bien antes de
tomar una decisión ―dijo sonriendo―. Me refiero a beber el té demasiado
caliente, o morder un trozo de sándwich demasiado grande, por supuesto.
Mientras Celia disimulaba una sonrisa acercando la taza a sus labios, Jenna
la observó con el ceño fruncido.
―Por supuesto.
En ese momento, una figura masculina entró en la habitación.
―Mamá, me temo que no voy a poder acompañarte...
Callen se quedó congelado cuando vio a Jenna sentada en la salita personal
de su madre.
Jenna, al verlo, enrojeció, e insegura de que sus manos temblorosas no
hiciesen un estropicio, depositó la taza en la mesa.
Ambas damas se levantaron e hicieron sus reverencias.
Callen enseguida recuperó su aplomo. Mientras se inclinaba, saludó.
―Miladies.
Miró a su madre mientras enarcaba una ceja en muda interrogación.
Lydia aclaró con indiferencia.
―Es curioso que conozca a Gabriel desde que era casi un niño y en cambio
no haya conocido a su hermana hasta ahora. ―Esbozó una sonrisa irónica
hacia su hijo―. ¿Nos acompañarás? Pediré otro servicio de té.
Al ver que su madre hacía el amago de levantarse para tirar del cordón,
Callen alzó una mano.
―Ehm..., me temo que no puedo, mis disculpas. Precisamente venía a
avisarte de que ha surgido algo y no podré acompañarte a la velada musical de
los vizcondes Parker.
Callen evitaba por todos los medios mirar a Jenna. Si lo hacía temía ponerse
en evidencia delante de su madre. A la duquesa no se le escapaba nada.
Jenna, por su parte, mantenía la vista baja, fija en sus manos entrelazadas en
su regazo.
―Oh ―exclamó la duquesa―, espero que no sea nada grave.
―No, simplemente un pequeño contratiempo. ―Callen se balanceó sobre
los talones con nerviosismo―. Debo irme.
Se acercó a su madre para inclinarse y besar su mejilla, al tiempo que le
dirigía una mirada de advertencia que la duquesa, por supuesto, ignoró.
Se inclinó ante las dos damas.
―Miladies, un placer. Mis disculpas por no poder acompañarlas.
Las dos jóvenes inclinaron la cabeza.
Callen se giró y salió como alma que lleva el diablo. ¡Condenación! ¡¿Qué
demonios pretendía su madre invitando a Jenna a tomar el té?!
En realidad, no había ningún compromiso. No tenía intención alguna de
pasarse dos o tres horas escuchando berrear o destrozar un instrumento a la
típica debutante sin talento mientras era exhibida sin pudor alguno por sus
padres.
Se dirigió al club. Quizá se quedase a cenar también. Debía distraerse de la
imagen de Jenna en su casa al lado de su madre. Era una imagen demasiado
perturbadora.
r
En Brook’s solo se encontraba Gabriel.
Tras tomar asiento enfrente, Callen se interesó.
―¿Los demás?
Gabriel se encogió de hombros.
―Darrell desaparecido: cotilleando por algún lado, me temo. Kenneth
supongo que con su amante de turno y Justin mentalizándose para acompañar
a su hermana a la velada musical de los Parker... y mi hermana tomando el té
con la duquesa ―espetó con fingida indiferencia.
Callen rodó los ojos.
―No tenía idea. Mi madre argumentó que te conoce desde que eras un crío
y que desea conocer a tu hermana.
Gabriel enarcó las cejas con incredulidad.
―¿Y la crees?
―No. Pero no tengo intención alguna de indagar en sus motivos.
Gabriel asintió.
―Entiendo. Su Gracia puede ser muy...
―¿Entrometida?, ¿ladina? ―ofreció Callen.
―Iba a decir sagaz, pero también me valen ―aceptó Gabriel.
Callen había cavilado durante todas esas semanas lo que haría en cuanto se
celebrase el baile de presentación de Jenna y se anunciase su compromiso ante
la alta. Había decidido marcharse a Escocia. No tenía intención alguna de
torturarse viendo a Jenna con su ya oficialmente prometido, mucho menos
asistir a su boda. Sus padres seguramente se quedarían un tiempo en Londres,
y él, mientras, aprovecharía para ponerse al día con las propiedades en Escocia.
Era el momento de comunicárselo a su amigo. Estaban solos y necesitaba
sincerarse con él.
―Gabriel...
El aludido lo miró entrecerrando los ojos.
Callen inspiró con fuerza.
―Me iré a Escocia después del anuncio del compromiso de tu hermana.
Estaré allí durante bastante tiempo.
Gabriel tomó un sorbo de su copa.
―Entiendo ―musitó. Dudó un momento, y dijo―: Sabes que yo apoyaría
que se rompiese ese maldito compromiso, ¿verdad? Hasta escoltaría a mi
hermana a Gretna, si hiciese falta.
Callen negó.
―Brentwood no lo toleraría, y sabes que puede obligarla a casarse con
Longford. Y ella no sería capaz de perjudicar con semejante escándalo a dos
familias, la tuya y la del... supuesto elegido, y yo no sería capaz de ponerla en
semejante tesitura.
Carraspeó y, mientras fijaba su mirada en el líquido de la copa que tenía en
la mano, murmuró.
―A estas alturas, es absurdo que te niegue lo que siento por tu hermana. Si
me dejase llevar, la arrastraría a Escocia, pero sabes igual que yo que su
reputación se vería dañada irremediablemente. Todavía no se ha hecho público
el compromiso, pero la han visto siendo cortejada por ese bastardo. ¿Crees que
ella soportaría el ostracismo al que sería condenada si se fugase de la noche a la
mañana con... con otro hombre? No le haré eso, Gabriel, ya ha sido
despreciada lo suficiente en su vida por su propio padre como para ser yo la
causa de que sea toda la alta la que la desdeñe.
»Vigila a Longford. Si... si le hace daño de alguna manera, mándame aviso.
―Al ver que Gabriel abría la boca, alzó una mano―. He tenido una educación
básicamente inglesa, pero me he criado en Escocia, y aunque no somos los
salvajes que los ingleses creen, no necesitamos llegar a un absurdo duelo para
convencer a un hombre de que está cometiendo, digamos... un error. Cosa que
un inglés, con sus normas de honor, no puede hacer.
Gabriel notaba el dolor en la voz de su amigo.
―Callen, yo puedo...
―¡No! Tú te verías coartado por vuestro honor inglés, tu única respuesta
solo sería llegar a un duelo, no te veré matando a un hombre, por mucho que
se lo merezca, y por encima tener que dejar tu país por ello. Yo puedo
solucionarlo de otra manera, y con más eficiencia. ―Callen clavó la mirada en
su amigo―. Dame tu palabra, Willesden.
Gabriel sintió que su estómago se retorcía. Callen jamás lo llamaba por su
título.
Asintió a regañadientes.
―Tienes mi palabra, Clydesdale.
r
Mientras esperaba la llegada de Jenna, Callen tenía el presentimiento de que
sería su último encuentro. En dos días se celebraría el baile y se habría acabado
todo... Todo lo que ni siquiera llegó a empezar.
Cuando Jenna llegó a su altura, Callen notó por su expresión que ella
pensaba lo mismo. Sus ojos, tras las adorables gafas, tenían un punto de
tristeza que ella se esforzaba por disimular.
Volvieron a retarse a una carrera, esta vez desesperada, como si estuviesen
huyendo.
Cuando pusieron sus caballos al trote y regresaban hacia donde los
esperaba Roddy, el cielo se oscureció y unas gotas de lluvia comenzaron a caer.
Callen observó que la lluvia arreciaría.
―¡Roddy! Dirígete hacia el Arco de Green Park2, nos refugiaremos allí.
Los tres se lanzaron al galope mientras las escasas gotas comenzaban a
convertirse en una lluvia torrencial.
Cuando estaban a pocos metros, Roddy gritó:
―¡Milord, hay un cobertizo para los trabajadores, me refugiaré aquí!
Callen agitó una mano, asintiendo, y Jenna y él recorrieron los pocos metros
que les quedaban hasta el Arco.
Cuando llegaron, Callen ayudó a Jenna a bajar de Missy, la dirigió debajo de
los soportales de la obra y ató los caballos.
Jenna temblaba bajo su empapada capa.
―Quítate la capa, está empapada y no conseguirás entrar en calor.
Callen la ayudó, mientras a su vez se quitaba su propia chaqueta.
Ambos se quitaron los guantes, encharcados, al tiempo que él, con
delicadeza, le retiraba las empañadas gafas de su rostro y las colocaba
cuidadosamente a un lado.
Tomó a Jenna de la mano y la condujo hacia la parte central. Se sentaron en
las losas, apoyados en uno de los laterales del gran arco. Pasó un brazo por los
hombros de ella acercándola a su cuerpo.
―Entraremos antes en calor ―aclaró.
Jenna reclinó la cabeza en el hueco entre el hombro y el cuello de Callen,
mientras este, con su otra mano, tomaba las de ella. Las manos femeninas
estaban frías, sin embargo, el calor que desprendía el cuerpo masculino la
confortó. Permanecieron unos minutos en silencio hasta que Callen,
apretándola un poco más contra él, murmuró.
―Sabes que después de este día no volveremos a encontrarnos aquí,
¿verdad?
Jenna, al borde de las lágrimas, asintió con voz trémula.
―Lo sé.
La mano de Callen soltó las suyas, al tiempo que la levantaba para acunar la
mejilla de Jenna con la palma de su mano, mientras alzaba su rostro hacia él.
Sus miradas se prendieron y, sin dejar de mirarla, bajó la cabeza para rozar sus
labios.
El corazón de Callen latía furioso mientras notaba el mismo latido
acelerado bajo su palma en ese punto sensible de la garganta femenina. La
besó profundamente, expresando todos los sentimientos reprimidos durante
tantas semanas.
Jugó con su boca, lamiendo suavemente su labio inferior, rozando sus
dientes, al tiempo que notaba la apasionada respuesta de Jenna imitando sus
movimientos. Callen gimió mientras el cuerpo femenino se relajaba y se fundía
con el suyo. La mano masculina comenzó a deslizarse hacia los pechos
femeninos, ella gimió y se retorció de anticipación cuando el dedo pulgar rozó
su brote ya erecto.
Jenna soltó un pequeño suspiro que casi volvió loco a Callen. Tan cálida,
tan dulce, era increíblemente deliciosa. Jenna se estremeció de placer contra él,
mientras Callen abría su mano y masajeaba su seno. Ella extendió una mano
sobre su pecho, pero deseaba más. La mano femenina ascendió hasta
enredarse en el cuello de Callen y en su húmedo cabello. El beso se profundizó
y sus lenguas se entrelazaron juguetonamente.
Él deslizó los labios a través de sus pómulos, su mandíbula y su garganta,
mientras comenzaba a recoger las faldas de Jenna. Su mano inició un suave
recorrido por la esbelta pierna de la muchacha hasta llegar a la unión de sus
muslos. Jenna casi se olvidó de respirar cuando sintió su mano posarse en sus
rizos. Uno de sus dedos se introdujo en ella, mientras su pulgar comenzaba a
danzar sobre su excitado botón. Cuando Callen introdujo otro dedo, al tiempo
que los curvaba produciéndole una sensación de urgencia por algo que no
acababa de llegar, Jenna comenzó a temblar. El pulgar de Callen arreció su
fricción, hasta que ella, gimiendo suavemente, se estremeció en medio de unas
sensaciones que ni sabía que existían. Se tensó mientras una ola de placer tras
otra la envolvían. Él no perdía detalle de su rostro ruborizado por el éxtasis.
Sus ojos del color de la niebla al amanecer se habían oscurecido pareciendo
plata líquida. Callen no había visto en su vida una imagen tan exquisita. Cerró
los ojos durante un segundo. Llevaría esa imagen consigo durante el resto de
su vida.
Los ojos de Jenna, todavía aletargados por el placer, se clavaron en los
suyos. Algo vio en los preciosos ojos canela que hizo que alzara su rostro para
besarlo con la misma pasión y anhelo que había notado en él. Se besaron
como si fuese la última vez. De hecho, ambos sabían que era el final.
Callen, delicadamente, bajó las faldas de Jenna, arremolinadas en su cintura,
mientras Jenna escrutaba su rostro.
―Esto ha sido... nunca pensé que se pudiera sentir algo así, pero ¿y tú?
―preguntó con timidez.
Callen acarició con su pulgar los labios femeninos.
―Yo no importo.
No tenía idea de cómo se comportaría Longford con ella, y prefería no
pensarlo, pero por lo menos siempre recordaría que Jenna había conocido el
placer con él.
Jenna se abrazó a él y, mientras ocultaba su rostro en el pecho masculino,
sugirió:
―Podría hablar con él, decirle...
Callen la separó de sí bruscamente.
―¡Ni se te ocurra! ¡No debes decirle absolutamente nada, Jen!
―Pero ¿por qué? A pesar de sus cuestionables modales, es un caballero, lo
entendería, me liberaría del compromiso ―intentó ella.
Callen temblaba de furia y miedo. Si Longford se enteraba haría la vida de
Jenna un infierno.
―No te liberará ―insistió, esta vez con más delicadeza―. Quiere tu dote,
Jen, pero si le dices algo de lo ocurrido aquí confiando en que se comportará
como un caballero, cometerás el mayor error de tu vida.
«Ese ya lo cometí dejándote ir por mi maldito orgullo», pensó Jenna.
―Prométeme que jamás le contarás nada de esto, ni de nuestros encuentros.
―La voz de Callen tenía un matiz de urgencia y temor que asustó a Jenna.
―Callen...
―¡Promételo, Jenna! ―exigió.
Jenna asintió.
―Está bien, te doy mi palabra.
Callen exhaló el aire que estaba conteniendo. Cerró los ojos y, cuando los
abrió, vio la mirada de Jenna fija en su rostro.
Acarició su mejilla.
―Lo siento, no debí hablarte así, pero no confío en Longford.
Se trataba de algo más que falta de confianza, sin embargo, no asustaría a
Jenna. Tal vez con ella se portase decentemente.
Besó con suavidad los labios de ella para después fijar su mirada en el
exterior.
―Ha parado de llover, deberíamos irnos.
Jenna no deseaba marcharse. Sería la última vez que se verían, por lo menos
a solas, pero sabía que en poco tiempo comenzarían a llegar los jinetes más
madrugadores. No podían ser vistos.
Callen la ayudó a levantarse y le entregó sus gafas, al tiempo que la ayudaba
a ponerse la capa. Verificó que estuviese debidamente cubierta para no ser
reconocida, y recogió su chaqueta. Después de ponérsela, tomó a Jenna de la
mano y la dirigió hacia los caballos.
Alzó a Jenna sobre Missy, al tiempo que observaba cómo Roddy montaba
su caballo para dirigirse hacia ellos.
Cuando puso el pie en el estribo de Dorcha y alzaba la otra pierna, algo
asustó a su castrado, que corcoveó. Callen no pudo controlarlo al estar en una
situación tan precaria y no pudo evitar que Dorcha, encabritado, lo tirase al
suelo. El fuerte impacto lo dejó sin conocimiento. Jenna, soltando un grito,
saltó de Missy para correr hacia donde estaba tirado el cuerpo de Callen.
―¡¡Callen!!
Se arrodilló a su lado mientras le ponía la mano en el pecho. Su corazón
latía, gracias a Dios. Cuando pasó una mano por la espalda de Callen para
moverlo un poco y comprobar los daños, notó una humedad caliente. Callen
estaba sangrando. Tenía que presionar la herida, pero ¿cómo?
Recordó la primera vez que se vieron. Él había sacado un puñal de la bota,
y comenzó a hurgar en las botas de Callen hasta que lo encontró.
Tenía que conseguir ayuda, de todas maneras, ella sola, incluso con Roddy,
no podrían mover al gigantesco hombre.
―¡Roddy! ―gritó―. Avisa a Willesden, dile que el marqués está herido, ¡date
prisa!
Roddy dudó en dejar sola a su señora, pero el caballero necesitaba ayuda.
Al ver dudar a su lacayo, Jenna apremió.
―¡Busca a Willesden, ya, o te juro que te echaré sin ninguna referencia!
Roddy montó su caballo y salió a galope, no por la amenaza de su señora de
despedirlo, sino porque, en verdad, se necesitaba a Su Señoría. Milady tenía
que abandonar Hyde Park, y pronto, si no quería ser vista.
Jenna comenzó a cortar la chaqueta y la camisa de Callen. Separó un lado y
vio que el corte, aunque sangraba profusamente, no era muy profundo. Cortó
su enagua para colocarla encima de la herida y, cuando separó el otro lado de la
ropa rasgada, lo que vio le paralizó el corazón.
¡Dios Santo, esas marcas... eran latigazos! Varias tiras blanquecinas surcaban
la espalda de Callen. No cubrían toda la espalda, gracias a Dios, pero eran
suficientes para haberle supuesto un gran daño. Rozó con un dedo uno de los
surcos. Parecían antiguos, como si hubiesen sido hechos cuando...
Entonces Jenna comprendió. Los encontronazos entre Longford y Callen
que ella consideró niñerías, no eran tales. Era verdadera crueldad. Ahora
entendía las reservas de Callen, su desprecio por la nobleza y las advertencias
de Gabriel. Las lágrimas comenzaron a caer sin control.
¡Qué tonta había sido, qué ingenua! La maldad y la crueldad existían,
incluso entre niños. Se limpió las lágrimas al escuchar el galope de un caballo y
el sonido de un carruaje.
Gabriel saltó del caballo antes de que este siquiera se detuviese.
―¿Qué ha ocurrido?
Ya se enteraría qué demonios hacía su hermana a esas horas con Callen a
solas en el parque, estando comprometida con otro. Ahora importaba su
amigo.
―Iba a montar cuando Dorcha hizo un movimiento raro y no pudo
mantener el equilibrio.
Gabriel miró la sgian dubh que Jenna todavía tenía en la mano.
―Sangraba ―intentó explicarse ella mientras le entregaba el puñal―. Tuve
que cortar su ropa para ponerle algo que detuviese la pérdida de sangre.
Gabriel echó un vistazo a la espalda descubierta de su amigo. Los latigazos
estaban a la vista.
―Gabriel... ¿quién...? ―preguntó Jenna, aunque sabía perfectamente quién
era el causante de las marcas en la espalda de Callen.
―Vete, Jenna ―fue toda la respuesta de su hermano.
―¡¿Qué?!
Gabriel giró su rostro hacia ella, su mirada estaba llena de tristeza y
compasión.
―Callen ya ha sufrido bastantes humillaciones en su vida. No añadas una
más. Si él llega a saber que has visto... Vete, Jenna, por favor ―le pidió con más
delicadeza―. Mi gente me ayudará a llevarlo a Brandon House. ―Gabriel se
refería al lacayo y al cochero, que permanecían atentos en el carruaje que le
había seguido―. No te preocupes por ellos, son discretos.
Jenna asintió y se levantó. Ayudada por Roddy montó a Missy y, después de
lanzar una última mirada al cuerpo inconsciente de Callen, salió al galope.
Cuando comprobó que su hermana había desaparecido de la vista, Gabriel
hizo un gesto a los criados. Entre los tres intentaron incorporar a Callen.
Gabriel ya se había cerciorado de que su amigo no tenía nada roto, solamente
la herida de la espalda.
Al moverlo, Callen abrió los ojos. Al principio, confuso por el golpe, no se
percató de la presencia de Gabriel. Cuando consiguió ordenar sus ideas, miró a
su alrededor.
―Ha mandado a Roddy a buscarme y la he enviado a casa.
Callen asintió, sin embargo, al incorporarse y notar el aire en la espalda
desnuda, miró alarmado a Gabriel.
―Tuve que cortarte la ropa para taponar la herida. ―En ese instante,
Gabriel se dio cuenta del trozo de enagua que había utilizado Jenna―. Antes
de irse, rasgó un trozo de su enagua para que pudiera usarla.
―¿Puedes ponerte en pie? ―preguntó, sin querer extenderse en más
explicaciones.
Callen asintió.
―He pasado por cosas peores que un simple rasguño.
Gabriel se despojó de su capa para cubrir la espalda de su amigo. No era
necesario que nadie viese las marcas en ella. Ambos subieron al carruaje,
mientras el lacayo ataba los caballos a la trasera.
Callen giró su rostro hacia la ventanilla del carruaje. Sin mirar a su amigo,
inquirió.
―¿No vas a hacer ninguna pregunta?
Gabriel movió negativamente la cabeza.
―No.
k Capítulo 13 l

EL baile de presentación de Jenna era todo un éxito.


Cuando llegaron los duques de Hamilton y su hijo y heredero, Jenna saludó
con cariño a la duquesa. Callen, aparentemente impasible, extendió su mano
para besar la de Jenna. Cuando alzó la mirada y fijó sus ojos en los de ella, algo
en su expresión lo puso alerta. No sabría explicarlo, pero en sus ojos había una
mezcla de decisión, orgullo y... ¿promesas?
Después de saludar a sus invitados en la fila de recepción acompañada de
su padre y su hermano, Jenna se dirigió hacia donde estaban sus amigas.
Iniciaría el baile con Gabriel. Se había negado en rotundo a inaugurarlo con su
padre. Por lo que a ella respectaba, el duque se podía ir al infierno.
Longford se pavoneaba, petulante, entre los pocos invitados que todavía lo
saludaban, sabedor de que en pocos minutos se convertiría oficialmente en el
prometido de la hija del duque de Brentwood. «Todos esos patanes tendrán
que tragarse su desdén», pensó venenoso.
Callen observaba a sus amigos sacar a bailar a las amigas de Jenna, y a Jenna
ser solicitada por otros caballeros. No tenía intención alguna de bailar con
absolutamente nadie. De hecho, esperaría, como cortesía hacia Gabriel, al
anuncio del compromiso y se marcharía. Allí no tenía nada que hacer. Se
largaría a Brandon House, se encerraría en su alcoba y se bebería todo el whisky
posible hasta caer inconsciente.
Miró a sus padres, rodeados de sus amigos, los condes de Balfour y los
marqueses de Rochford, disfrutaban de la fiesta y de volver a reencontrarse
con sus conocidos.
Disimuladamente, sacó su reloj del bolsillo y comprobó la hora. Maldita
sea, ya habían pasado dos desde su llegada. ¿Cuándo demonios se iba a
anunciar el maldito compromiso?
Como si hubiese escuchado sus pensamientos, Brentwood inició en ese
momento su camino hacia el estrado. Esperó a que la música, que todavía
sonaba, cesara y subió a la tarima.
Las amigas de Jenna la rodearon mientras se acercaba hacia la tarima donde
se encontraba el duque, a la espera de una indicación suya para subir, seguidas
de Gabriel y sus amigos... todos menos Callen.
Gabriel giró la cabeza para buscar la alta figura de su amigo. Lo localizó
apoyado en una de las columnas que rodeaban la pista de baile con un vaso en
la mano que levantó, al cruzarse sus miradas, como mudo brindis.
Gabriel meneó la cabeza, desolado, al tiempo que los demás, que habían
captado el gesto entre Callen y Gabriel, se miraban entre ellos abatidos.
Callen observó que Jenna estaba rodeada por amigos. Incluso sus padres,
con los Balfour y los Rochford, se habían posicionado a su lado. Conmovido,
agradeció que todos intentasen mostrarle su apoyo.
Brentwood extendió una mano hacia Jenna. Su hija la tomó y subió el
escalón que la separaba del duque.
El duque carraspeó y, cuando se hizo el silencio, comenzó su disertación.
Jenna miraba al frente sin expresión alguna en su rostro. Callen pensó,
enternecido, que, sin gafas, poco podría ver. Quizá fuese mejor para ella,
puesto que algunos rostros la miraban con compasión: Longford no gozaba
precisamente de muchas simpatías entre la alta.
―Es una satisfacción para mí ―comenzó el duque― poder anunciar
durante el baile de presentación de mi hija, lady Jenna, su compromiso con...
―No lo acepto.
La mirada de Gabriel se disparó hacia Callen, que, tenso, ya se dirigía hacia
donde estaba su amigo.
¿Qué demonios estaba haciendo Jenna desafiando a su padre en público?
Sería un escándalo, y su ruina.
Mientras Celia y las otras damas intercambiaban una mirada de orgullo, los
amigos de Gabriel se miraban desconcertados.
Callen se situó al lado de Gabriel dispuesto a intervenir si Brentwood
intentaba algo contra Jenna. Le importaba un ardite el escándalo.
Brentwood giró su rosto hacia el de su hija, que ni siquiera lo miraba.
Continuaba con la vista fija en el salón, como si hubiese encontrado algo
mucho más importante que requiriese su atención.
―¿Cómo has dicho? ―siseó, disimulando su furia.
La voz de Jenna sonó alta y clara.
―No acepto comprometerme con ese hombre.
Callen creyó que su pecho estallaba de felicidad. Seguía preocupado por las
repercusiones, por supuesto, pero ver a Jenna, tranquila, erguida y negándose a
obedecer a su padre lo llenaba de orgullo. Claro que aún faltaba la reacción de
Longford.
Reacción que llegó de inmediato.
El vizconde, rojo de ira, subió a la tarima sin esperar a que la discusión
entre padre e hija se calmase, o que continuase en otro sitio más discreto. Su
impaciencia lo llevó a cometer otro error.
Longford, en su furia, cometió la equivocación de tomar a Jenna por un
brazo.
―¿Qué demonios estás diciendo? ―exclamó, sin percatarse de su falta de
modales al tutear en público a una dama, maldiciendo además.
Callen ya estaba moviéndose hacia el estrado cuando la mano de Celia en su
brazo lo detuvo.
La miró inquisitivo, al tiempo que Celia negaba con la cabeza.
―Espere, milord ―susurró la dama.
Gabriel, que iba a secundar a Callen, frunció el ceño al escuchar a su prima,
sin embargo, la tranquilidad con que Celia se expresó lo detuvo.
Jenna bajó la mirada hacia la mano que sujetaba su brazo y, con completa
tranquilidad, dijo:
―Suélteme, milord.
Algo debió de ver en la mirada de ella, que Longford soltó su brazo como
si quemara, sin embargo, siseó.
―Los acuerdos están firmados, te casarás conmigo, quieras o no.
Jenna dirigió una fría mirada hacia el vizconde.
―De ninguna manera voy a casarme con un maldito cobarde, con un
hombre que ya de niño era capaz de cometer las mayores crueldades, siempre
en compañía, nunca solo como el pusilánime hombre que es, si es que se le
puede llamar hombre, puesto que me temo que tal apelativo le queda grande
―masculló con desprecio. Abrió su mano y le tendió el miserable diamante
que le había regalado.
Longford, codicioso incluso en su furia, se apresuró a tomarlo, al tiempo
que lanzaba una breve pero venenosa mirada hacia Lilith, que levantó la
barbilla con insolencia.
Justin, para el que no había pasado desapercibido el fugaz intercambio,
frunció el ceño, pero la voz de Longford volvió a captar su atención, evitando
que pudiese reflexionar sobre el gesto.
―¡Maldita ramera! ¿Es por ese escocés? ―bramó el vizconde.
Las damas jadearon ante el insulto, mientras los caballeros fruncían el ceño.
El único que ni parpadeó fue Brentwood, tal pareciera que apoyaba el ultraje a
su hija. Sin embargo, Jenna no se inmutó.
―Si por ese escocés se refiere al marqués de Clydesdale, le pediría que
utilice los modales que le han enseñado, si es que recuerda alguno, y se refiera
a él como corresponde a su rango.
Callen miró a sus padres, que estaban a su vez observando, maravillados y
orgullosos a Jenna.
―¡No eres más que una vulgar meretriz! ―espetó Longford, ya perdido
todo control.
―Es la segunda vez que me insulta. No habrá una tercera.
Jenna alzó su brazo y, tomando impulso, estrelló su puño contra el rostro
del vizconde. El chasquido que se escuchó, seguido del alarido de Longford,
hizo estremecer a las damas y encogerse a algún que otro caballero.
―¡Maldita seas, me has roto la nariz! ―exclamó el vizconde con la voz
amortiguada al estar intentando contener la hemorragia con un pañuelo.
Brentwood, después de su apatía inicial, hizo ademán de tomar el brazo de
Jenna para arrastrarla de allí. Su mirada prometía crueles represalias. Sin
embargo, su mano se congeló en el aire.
La duquesa de Hamilton comenzó a aplaudir, siendo inmediatamente
seguida por la condesa de Balfour, la marquesa de Rochford y las amigas de
Jenna, a las que se unieron multitud de damas y caballeros al ver que el duque,
sus influyentes amigos y los caballeros que rodeaban al marqués de Willesden
secundaban los aplausos.
Pronto, todo el salón de baile retumbaba con los aplausos y los abucheos
hacia el vizconde de Longford.
Por supuesto que del baile de presentación de la hija del duque de
Brentwood se hablaría durante años, sin embargo, el escándalo y el daño a la
reputación de Jenna no serían graves.
La mala reputación de Longford, a causa de sus deudas de juego que habían
llevado prácticamente a la ruina al vizcondado, unido a que muchos caballeros
eran conocedores de su crueldad y su cobardía al haber compartido estudios
con él, incluso su comportamiento que rayaba en la brutalidad en sus
relaciones con mujeres, hacían que se balancease peligrosamente al borde del
ostracismo en la alta y, desde ese momento, con su comportamiento vulgar y
su abominable falta de respeto hacia Jenna y las demás damas presentes, su
expulsión del selecto círculo social, en el que apenas era tolerado, sería
inmediata.
Jenna, sin embargo, era una de las debutantes preferidas por las influyentes
matronas de la ton, eso sin contar con que contaba con el apoyo de la poderosa
duquesa de Hamilton y sus influyentes amigas. Su decoro, prudencia y recato
la habían hecho merecedora del respeto de las damas más relevantes de la
nobleza. Durante un tiempo se hablaría del atrevimiento de Jenna, sin
embargo, nadie se atrevería a censurarla en alta voz o a ningunearla.
Gabriel tomó el control de la situación. Ordenó a uno de los lacayos que
sacaran al vizconde de la residencia y lo escoltaran a su carruaje, al tiempo que
hacía un gesto a la orquesta para que continuara tocando. Bajo la fría mirada
del duque, tomó a su hermana del brazo y se dirigió a la pista. Intentaría
minimizar los daños actuando como si todo hubiese sido un desafortunado
incidente.
Kenneth, Darrell y Justin siguieron de inmediato a la pista de baile a su
amigo, al igual que los duques de Hamilton, los condes de Balfour y los
marqueses de Rochford, consiguiendo con ello que muchos invitados los
imitasen.
―¿Eres consciente de que esto tendrá consecuencias? ―Gabriel mantenía
un gesto agradable en su rostro mientras hablaba con su hermana. Lo que
menos deseaba es que los invitados notasen algún tipo de amonestación o
reproche hacia ella.
Jenna se encogió de hombros, al tiempo que fijaba la mirada en su
hermano.
―Vi sus cicatrices, Gabriel. Solamente reparé el error que cometí al creer
que la aversión entre ellos eran simples escaramuzas de niños, y no darme
cuenta de que tus advertencias y la aversión de Callen hacia el vizconde
escondían algo mucho más grave. ¿Crees que después de haber visto el
verdadero rostro de Longford consentiría en casarme con él?
―Brentwood no te lo perdonará ―advirtió Gabriel preocupado. El duque
había sido humillado en público por su propia hija, esa a la que despreciaba. Su
autoridad había sido puesta en cuestión. No lo pasaría por alto.
―Lo sé ―Jenna apretó la mano de Gabriel, que sostenía la suya mientras
bailaban―. Saca a Celia de aquí, Gabriel, haz lo que sea, pero evita que ni
siquiera pase esta noche en Brentwood House. Le enviaré su ropa a donde me
digas.
―Jen… ―intentó apesadumbrado―, no puedo hacerlo. Celia está bajo la
tutela del duque, no permitiría jamás que me la llevara, además del daño a su
reputación. Soy soltero, no puedo llevar a una dama respetable a mi casa, no
resultaría decoroso.
―Tienes que sacarla de aquí ―apremió Jenna―, se vengará en ella. Sabe que
es la manera de hacerme más daño. ―De repente se le ocurrió algo―: ¡Shelby!
Gabriel la miró desconcertado.
―¿Disculpa?
―La condesa de Balfour puede acogerla en su casa como acompañante de
Shelby ―explicó Jenna―. Su reputación estaría a salvo.
―Jenna, ¿pretendes que Celia trabaje como dama de compañía?
―¡No! Iría como amiga, puedo buscar una excusa, que Shelby añora su país
y necesita una amiga que la anime, ¡no lo sé!, pero no puede quedarse aquí,
Gabriel. Y sé que Shelby estaría encantada.
―Necesitará el permiso de Brentwood ―insistió él.
―Si la condesa se lo pide, se lo dará. No se atreverá a desairarla. Hablaré
con ella.
―Celia se negará a dejarte sola. ―Gabriel cada vez estaba más preocupado
por su hermana, aunque él se quedase a pernoctar esa noche en Brentwood
House, eso solo haría que el castigo se pospusiera.
La decidida mirada de su hermana lo inquietó.
―Celia se marchará con Shelby al finalizar el baile.
Mientras los hermanos bailaban, Callen no apartaba su mirada de Jenna.
¿Por qué lo habría hecho? Hacía dos días había mencionado la posibilidad
de contarle a Longford la relación que había entre ellos, pero... ¿enfrentarse a
su padre en público? Jenna había provocado un escándalo sin precedentes, que
le hubiera podido costar su reputación y que, se temía, tendría serias
consecuencias con Brentwood. ¿Por qué?
―Ese malnacido de Brentwood se lo hará pagar. ―La voz de su padre lo
sacó de sus propias elucubraciones.
―Lo sé. Y no puedo hacer nada, maldita sea ―contestó con rabia―. Gabriel
tampoco podrá protegerla. La única opción sería ofrecerme por ella, pero
Brentwood no aceptará. No después de que ella le hiciese romper su palabra
cuando prefirió a Longford ―afirmó, al tiempo que apretaba la mandíbula
irritado.
―Sí lo hará. Si cree que así la castiga, aceptará tu oferta.
Callen miró a su padre desconcertado.
―Hijo, ella te rechazó una vez, ¿cierto? ―Callen asintió―. Si Brentwood es
persuadido de que ella rechaza la idea de un matrimonio contigo, considerará
que obligarla será el mayor castigo posible. Hazle creer que tu oferta proviene
de la humillación sufrida, que deseas resarcirte. Si el duque cree que la
desprecias y que tienes la intención de convertir su vida en un infierno, la
llevará al altar a rastras, si es necesario.
David clavó la mirada en su hijo, que lo observaba estupefacto.
―Pero tienes que ser convincente. Si llegase a sospechar por un momento
que tienes sentimientos hacia ella...
El duque se giró para encaminarse hacia donde estaba su duquesa, sin
embargo, añadió:
―Y, Callen, ella debe creer que la desprecias, su rechazo ha de ser
convincente, me temo que si se enterase del plan podría cometer algún error.
Deberías irte, no conviene que Brentwood te vea mínimamente interesado, y
he de decir que tus sentimientos por ella saltan a la vista.
Callen asintió. Le dolía que Jenna pensara que su marcha era una especie de
rechazo, pero su padre tenía razón. Si Brentwood se olía el engaño, se
aseguraría de que no volviese a ver a Jenna. Se encaminaba hacia la salida
cuando se cruzó con Gabriel. Casi sin detenerse, le susurró:
―Desayunaremos juntos en Brooks’s.
Gabriel frunció el ceño pero asintió. ¿Qué habría planeado su amigo?
r
Mientras tanto, Jenna se afanaba por convencer a Celia de que se refugiase
en la residencia Balfour. La condesa había aceptado encantada y Shelby se
mostraba ilusionada por contar con la compañía de Celia.
―Por favor ―insistía, mientras mantenía las manos de su prima entre las
suyas―. Serán unos días, hasta que calme su furia.
Celia negó con la cabeza.
―No voy a dejarte sola.
―Puedo aguantar el castigo, lo he hecho otras veces, pero no soportaré que
se vengue en ti, y sabes que lo hará. ―Su mirada era de súplica―. Sufriré más si
sé que te hace pagar por algo de lo que no tienes culpa alguna.
Shelby intervino.
―Tiene razón, si permaneces aquí Jenna se sentirá todavía más angustiada
por lo que pueda hacerte.
Al ver a Celia comenzar a dudar, la condesa se decidió.
―Voy a hablar con él.
La duquesa de Hamilton, que al lado de su amiga había observado en
silencio todo el intercambio, afirmó:
―Te acompaño.
Las cuatro se dirigieron hacia donde el duque estaba. Con un vaso en la
mano, conversaba con un caballero que, cuando vio acercarse a las damas,
murmuró una disculpa y se alejó.
Brentwood enarcó una ceja en dirección a la duquesa y a la condesa, sin
dedicar una sola mirada a su hija ni a su sobrina.
―Oh, Su Gracia ―comenzó la condesa―, permítame felicitarle, una fiesta
preciosa.
La ceja de Brentwood casi dio la vuelta a su cabeza. «¿Preciosa, después del
escándalo formado por mi maldita hija?», pensó.
―¿Puedo atreverme a pedirle un pequeño favor? ―La condesa sonreía
afable―. Mi sobrina ―Hizo un gesto hacia donde Shelby se encontraba
sentada, interpretando su papel de extranjera nostálgica. El duque simplemente
le dirigió una breve mirada― añora terriblemente su país, temo por su salud al
sufrir tanta melancolía y me preguntaba si sería posible que lady Celia pasase
una temporada en Balfour House, su compañía hará mucho bien a mi sobrina.
Lydia conocía a Brentwood y supo por su expresión que iba a negarse, así
que tendió la trampa.
―Sería estupendo. La joven se animará con la presencia de lady Celia y si
lady Jenna se reuniese con ellas, me atrevería a asegurar que sería de lo más
beneficioso para la señorita Holden. ¿No crees, Sarah?
―Oh, sí. Sería un placer tener a lady Celia y a lady Jenna durante unos días
en Balfour House.
Y Brentwood cayó en la trampa.
―Lady Celia tiene mi permiso. ―El duque obvió la alusión a Jenna―.
¿Cuándo desea que lady Celia parta para Balfour House, milady?
―Oh, podríamos aprovechar y que se viniese con nosotros cuando nos
marchemos. Shelby me preocupa mucho, y cuanto antes cuente con compañía,
más tranquila estaré.
Brentwood se dirigió a su sobrina con frialdad.
―Ordena a tu doncella que prepare tu equipaje. Te marcharás con los
condes de Balfour. ―«Y me es indiferente si regresas o no», añadió para sí
mismo.
Giró su mirada hacia la condesa y la duquesa.
―¿Algo más, milady?
―No, Su Gracia, ha sido usted muy comprensivo y amable.
Mientras la condesa hacía una breve reverencia, Brentwood inclinó la
cabeza cortés. Lydia inclinó ligeramente su cabeza al tiempo que Brentwood
hacía lo mismo. Sus miradas se cruzaron un instante, lo suficiente para que el
duque apartara la mirada con incomodidad de los ojos conocedores de la
duquesa.
Las damas se alejaron para reunirse con Shelby.
―Ordena que cuando tu equipaje esté listo, lo suban a nuestro carruaje
―conminó la condesa a Celia―. ¡Date prisa, niña!, no sea que se arrepienta.
―No se arrepentirá ―afirmó Lydia, mientras continuaba observando
fijamente a Brentwood.
Cuando Celia marchó, Lydia apartó la mirada de Brentwood para fijarla en
Jenna.
―¿Estarás bien?
Jenna asintió.
―Sí, Excelencia, no hará nada que no me haya hecho otras veces.
r
La fiesta prosiguió mientras Jenna buscaba con la mirada la alta figura de
Callen. Preocupada por la seguridad de Celia, no había reparado en su ausencia
junto a sus amigos. Después de comprobar que no estaba con ninguno de
ellos, se cercioró de que se había marchado. Sintió una punzada de tristeza. Le
hubiese gustado bailar con él antes de que la fiesta finalizase y su padre
comenzase su castigo.
El castigo comenzó cuando el último invitado se hubo marchado.
Al ver que Gabriel no se marchaba, Brentwood preguntó mordaz.
―¿No regresas a tu residencia? ¿Tan cansado estás que prefieres quedarte?
―Me quedaré esta noche. No me apetece marcharme a estas horas
―contestó Gabriel.
Brentwood sonrió con malicia.
―Como desees. ¡Benson!
El mayordomo se apresuró.
―Su Gracia.
Brentwood se dirigió a Jenna sin mirarla siquiera.
―Sube a tu habitación. ―A continuación dijo―: Benson, que la señora
Lester cierre la alcoba de lady Jenna con llave. Esa puerta no se abrirá bajo
ninguna circunstancia, si no estoy yo presente o si no lo autorizo
expresamente.
―Como ordene Su Gracia.
Jenna hizo su reverencia al tiempo que intercambiaba una mirada con su
hermano. Los ojos de Gabriel estaban llenos de compasión.
Gabriel se inclinó ante su padre.
―Yo también me retiro.
Mientras subía hacia su alcoba, Gabriel maldecía en su interior. Daba igual
que se quedase un día o un mes, Jenna no saldría de esa habitación hasta que
Brentwood lo decidiese. Sin embargo, mientras la mantuviese en su alcoba, ella
estaría segura. Se quedaría varios días, tal vez se aplacase la furia del duque y, si
no, por lo menos pospondría el castigo un tiempo. Brentwood no intentaría
nada contra ella mientras él permaneciese en la residencia.
k Capítulo 14 l

CALLEN y Gabriel desayunaban en el club.


―Voy a ofrecerme por ella.
Gabriel se reclinó en el sillón que ocupaba.
―No aceptará.
―Lo hará si cree que la haré miserable en venganza por haberme
rechazado.
Willesden apoyó el codo en el brazo del sillón y se frotó la barbilla
pensativo.
―No lo subestimes. Si te precipitas, se dará cuenta de que no es esa la
razón; además, ―Se pasó la mano por el rostro con frustración―, en estos
momentos ya sabe que somos amigos, y si a tu oferta se suma el que pretendo
quedarme en Brentwood House durante unos días para intentar posponer el
castigo, atará cabos y se negará.
―¡Maldita sea! ―exclamó Callen exasperado―. ¿Qué crees que hará con
ella?
Gabriel negó con la cabeza.
―Esta vez no tengo ni idea. El daño a su autoridad y a su orgullo delante
de toda la nobleza... y por encima, causado por Jenna. No se contentará con
unos cuantos insultos y frases venenosas. Jenna lo sabe y ha conseguido sacar
de la casa a Celia, por lo menos Brentwood no podrá utilizar a mi prima para
lastimar aún más a mi hermana.
―Si le pone un solo dedo encima... ―masculló Callen, al tiempo que sus
ojos brillaban peligrosamente.
―Nunca la ha tocado, pero tampoco Jenna lo había desafiado hasta ese
punto ―repuso su amigo, abatido.
―¿Por qué lo hizo, Gabriel? ―inquirió Callen. Llevaba preguntándose lo
mismo desde el instante en que vio la mirada desafiante en los ojos de Jenna.
Gabriel suspiró.
―Ella fue la que te cortó la ropa cuando estabas inconsciente, y...
Callen acabó por él.
―... y vio mis cicatrices.
Gabriel asintió.
―Cuando bailamos, después de rechazar a Longford, me dijo que nunca
pensó que un niño pudiese llegar a semejante crueldad. Quiso reparar el error
que cometió al creer que la aversión entre vosotros eran simples escaramuzas
de niños. Que no se casaría con un hombre capaz de semejante vileza.
―Pero sí lo haría conmigo por compasión. Por reparar un error.
Gabriel entrecerró los ojos mientras observaba a Callen.
―¿Crees que te aceptaría por compasión? ¿Porque se equivocó en su juicio
y quiso resarcirte?
―No lo sé, Gabriel, ya no sé qué pensar ―murmuró derrotado.
Ambos hombres se quedaron en silencio, cada uno sumido en sus propios
pensamientos.
Callen se sentía humillado al pensar que Jenna, después de ver sus
cicatrices, se sintió obligada a compensarlo, enfrentándose a Brentwood y al
vizconde. No podía dejar de pensar que, si no las hubiese visto, ella seguiría sin
confiar en él, ni siquiera en su hermano, y seguiría convencida de que
Longford tenía razón, que habían sido meras chiquilladas.
Cuando la vio erguida y desafiante en el estrado, su corazón se llenó de
orgullo por su valentía, sin embargo, al saber que esa valentía era producto del
arrepentimiento, algo se fragmentó dentro de él. ¡Maldita sea! Qué importaba
que su osadía al desafiar al duque fuese por una cosa u otra, el resultado era
que Brentwood se lo haría pagar. Tenía que encontrar la manera de ayudarla.
En tanto Gabriel permaneciese en la residencia ducal, ella estaría relativamente
a salvo, mientras, pensarían una solución.
Sin embargo, los pensamientos de Gabriel iban por otro camino. No
duraría mucho tiempo en Brentwood House, el duque le ordenaría que
volviese a su propia residencia y tendría que obedecer. No podía contar con la
ayuda del servicio, excepto Benson, los demás estaban demasiado
atemorizados por el duque. Tendrían que esperar el momento adecuado. No
podría tenerla encerrada en su habitación toda la vida, ¿verdad?
Le daría unos días a su padre. Jenna no podía desaparecer de la sociedad en
plena temporada, mucho menos después de lo sucedido en el baile de su
presentación. Sabía que su hermana era una de las favoritas de las poderosas
matronas de la alta. Bien, si tenía que poner a toda la ton en contra del duque,
insinuando que había lastimado a su hermana y que por eso no sería posible
que continuara en la temporada, lo haría. A Brentwood no le gustaría nada
recibir otro golpe en su reputación y su orgullo.
r
Mientras tanto, Jenna aguardaba resignada la decisión del duque. Por lo
menos había puesto a salvo a Celia. Su encierro no le preocupaba, únicamente
sufría por no haber podido volver a ver a Callen. ¿Qué pensaría? ¿Gabriel le
habría explicado que fue ella quien rasgó sus ropas? ¿Se habría sentido
humillado al saber que ella conocía su secreto?
Abatida, pensó que no mucho más de lo avergonzada que se sentía ella al
no haber dado crédito a las advertencias de Gabriel e incluso del propio
Callen. Maldita sea, ¿cómo no se había percatado de que Callen no era hombre
que exagerase ni diese importancia a algo tan banal como riñas entre críos?
¿Cómo no se había dado cuenta de que bajo de esa aversión que sentía por
Longford y por el esnobismo de los aristócratas en general, se ocultaba algo
mucho más grave que unas simples escaramuzas?
Tonta, y tonta mil veces por dejarse engañar por el angelical rostro de
Longford y no prestar atención al vacío que había detrás de sus fríos ojos
azules.
r
La duquesa de Hamilton y la marquesa de Rochford habían acudido a
Balfour House a interesarse por el estado de Celia y enterarse de si había
noticias de Jenna.
―Las muchachas están arriba en la habitación de Shelby. Todas están
sumamente preocupadas por lady Jenna. Ni qué decir de la angustia de lady
Celia ―comentó Sarah, lady Balfour, mientras servía el té a sus amigas.
―Brentwood nunca volvió a ser el mismo después de la muerte de Melissa
―argumentó Emma, marquesa de Rochford.
―Eso no es motivo para que desprecie a su hija, con más razón sabiendo
que Melissa la adoraba ―intervino Lydia.
―La culpa de su muerte, Lydia ―afirmó Sarah―. Ambas cogieron las
fiebres, pero solo se salvó la niña.
―Debería dar gracias de que, al menos, le quedase su hija. Es el vivo retrato
de Melissa ―repuso Emma irritada.
Lydia hizo una mueca.
―Quizá precisamente por eso le sea tan difícil tolerarla.
―Podríamos hablar con él ―sugirió Sarah.
Emma enarcó las cejas.
―¿Nosotras? Sarah, somos simples mujeres. El arrogante Brentwood ni
siquiera nos escuchará, eso sin hablar de que no es nuestro papel intervenir en
cómo trate un padre a sus hijos, por mucho que no sea de nuestro agrado. Por
desgracia, puede hacer lo que quiera con ella, es su padre y el jefe de la familia.
Sarah miró a Lydia.
―A ti te escuchará.
La duquesa enarcó una ceja.
―¿Y lo crees por...?
―Vamos, Lydia, estaba enamoradísimo de ti ―intervino Emma.
Lydia rodó los ojos.
―¡Por Dios! Eso fue hace muchos años, y si lo estaba, cosa que dudo, en
cuanto apareció Melissa solo tuvo ojos para ella.
―De acuerdo, pero a ti siempre te escuchaba con respeto. Tenía muy en
cuenta tus opiniones, quizá... ―insistió Sarah.
―No voy a visitar a Brentwood ―zanjó Lydia.
―¿Ni siquiera por ayudar a lady Jenna? ―Sarah la observó fijamente.
Lydia dudó. «Esa pobre niña no se merece el castigo que le espera, sea cual
sea», pensó.
Suspiró al tiempo que meneaba la cabeza resignada.
―Lo consultaré con Hamilton. Pero no os prometo nada.
Emma y Sarah suspiraron aliviadas, era suficiente para ellas.
Sin embargo, una semana después, todo se precipitó.
r
El duque habló sin levantar la vista de los papeles que repasaba.
―Creo que tu estancia en Brentwood House se ha alargado en demasía.
Tienes tu propia residencia, es hora de que regreses a ella.
Habían tenido el habitual encuentro con el administrador. Este ya se había
retirado y Brentwood y Gabriel revisaban unos documentos.
El gesto de Gabriel se endureció.
―¿Me está echando, Su Gracia?
Brentwood ni se inmutó, se limitó a encogerse de hombros con
indiferencia, al tiempo que sonreía con sarcasmo.
―No cometería la descortesía de echar a mi heredero de la casa que un día
será suya. ―Alzó la mirada y fijó sus ojos en Gabriel―. Me es completamente
indiferente que permanezcas en Brentwood House un mes o un año, no
evitarás nada ―aseveró con dureza.
Ambos sabían a qué se refería, y ambos sabían que el duque tenía razón.
―Me marcharé hoy mismo ―asintió Gabriel―. ¿Puedo al menos
despedirme de...?
―No.
Gabriel, intentando contener su ira, se levantó, inclinó la cabeza y salió del
despacho y de Brentwood House.
En cuanto el duque escuchó cerrarse la puerta principal, llamó a su
mayordomo.
r
Jenna se sobresaltó cuando escuchó la llave en la cerradura. No era habitual
que nadie entrase a esas horas. Solo abrían para prepararle el baño y llevarle
sus comidas. Por lo menos el castigo no incluía matarla de hambre.
―Milady, Su Gracia requiere su presencia ―informó un desolado Benson.
El mayordomo estaba en total desacuerdo con la forma en la que el duque
trataba a su hija, para el caso, a sus hijos, sin embargo, no era quien para juzgar
a su señor. No podía dejar de sentir lástima por su joven señora, pero pensó
abatido que la lástima no arreglaba nada.
Jenna ni se molestó en cambiar su ropa por una más adecuada. Desde que
comenzó su encierro se vestía con ropa que le permitiese estar cómoda y ni
siquiera permitía que su doncella le arreglase el cabello. Bastaba con sujetarlo
con una simple cinta. No era como si fuese a tener visitas.
―Gracias, Benson.
Jenna siguió al mayordomo hasta el despacho de su padre. Cuando Jenna
entró y él levantó la mirada, una chispa de dolor brilló en sus ojos. Melissa.
Con el castaño cabello sujeto con un simple lazo y largo hasta la cintura, y
sus ojos del color de la niebla exactos a los de ella, era su vivo retrato. Tal vez
por eso odiaba las gafas, porque no le permitían... No, las odiaba porque ese
maldito defecto se había llevado la vida de su duquesa, de su amor.
Carraspeó para evitar que la melancolía se adueñase de él. Su tono era el
habitual gélido con el que se refería a su hija.
―En vista de tu rechazo a, no uno, sino dos pretendientes, no veo sentido a
que continúes disfrutando de la temporada. Entiendo que no deseas casarte, y
ese es el fin mayor de la temporada social: el mercado matrimonial, por lo
tanto, te marcharás de Londres, no hay razón alguna para que sigas aquí.
Jenna contuvo un suspiro. Si la enviaba a la sede familiar en Essex, por lo
menos disfrutaría de libertad sin estar encerrada en una habitación, por muy
lujosa que esta fuese.
―Ordena que te preparen el equipaje, deseo que partas en un par de horas.
Te acompañarán tu doncella y uno de los lacayos.
―¿Puedo preguntar para cuánto tiempo debo llevar equipaje?
―Unos meses. ―Y añadió para sí: «Para siempre, no regresarás».
Brentwood enarcó las cejas en dirección a su hija. La entrevista había
finalizado. Jenna hizo una reverencia y se dirigió a su alcoba.
Esperaba en el vestíbulo a que llegase el carruaje familiar, cuando Benson
se dirigió a ella.
―Milady, el carruaje espera.
―Gracias. ―Al ver el rostro atribulado del hombre, Jenna no pudo evitar
tomar la mano del mayordomo en la suya―. No te preocupes, Benson, estaré
bien. Será como unas vacaciones en Essex.
Cuando salió, su mirada se dirigió inquisitiva al mayordomo. ¿Viajaría en un
coche de alquiler? Observó que Missy estaba enganchada a la trasera del
carruaje. Por lo menos podría montar en Essex, aunque allí las cuadras del
duque estaban bien surtidas, prefería a su yegua.
Alarmada, observó cómo Benson entregaba un sobre a Roddy. El joven se
había ofrecido a acompañar a su señora, harto de las frías maneras del duque.
―Esas son las instrucciones de Su Gracia. Ábrelo en cuanto salgáis de
Londres.
Roddy tomó el sobre y asintió. Ayudó a una atónita Jenna a subir e hizo lo
mismo con la doncella. Cuando Benson comprobó que lady Jenna no podía
oírlos, entregó otro sobre a Roddy.
―Entrégaselo a lady Jenna después de abrir tus instrucciones.
Ambos sirvientes intercambiaron una mirada consternada. El duque se
había desecho de su hija y ni siquiera lord Willesden sería capaz de encontrarla.
Tras subirse al pescante con el cochero, el carruaje partió.
Benson suspiró con pesar mientras observaba partir a su señora. No tenía
idea de a dónde se dirigía el carruaje, pero de lo que estaba seguro era de que
su destino no era Essex, tal y como creía Lady Jenna.
El cochero tenía orden de salir de Londres por el norte. Roddy, en cuando
dejaron la ciudad atrás, sorprendido del camino que tomaba el cochero, abrió
el sobre con nerviosismo.
¡¿Yorkshire?! Más concretamente, Whitby. Ni siquiera él sabía dónde estaba
exactamente ese pueblo. Claro que en su vida había salido de Londres.
Movió la cabeza apesadumbrado. ¿A dónde demonios enviaba el duque a
lady Jenna?
Jenna, al observar que no tomaban la ruta habitual, golpeó la trampilla que
conectaba el interior del carruaje con el cochero. Roddy se asomó.
Jenna, después de mirar por la ventanilla, volvió su rostro hacia el lacayo.
―No nos dirigimos a Lancashire. ¿Dónde nos manda Su Gracia?
―preguntó aturdida.
Roddy le dirigió una mirada de conmiseración a la doncella, como pidiendo
disculpas por algo en lo que, en realidad, no tenía nada que ver.
Fue incapaz de mirar a su señora y, bajando la mirada, contestó:
―Whitby, milady, en Yorkshire.
Jenna abrió la boca estupefacta. ¿Whitby? Ni siquiera sabía que el duque
poseyera propiedades en Yorkshire. Claro que tampoco sabía la magnitud de
las propiedades de su padre.
Volvió el rostro hacia la ventanilla, desolada.
―Gracias, Roddy.
El muchacho le tendió en silencio la nota que le habían entregado para ella.
Jenna la tomó sin hacer ademán alguno de leerla. No le importaba lo que allí
estuviese escrito.
Roddy inclinó la cabeza, aunque intuía que los pensamientos de su señora
estaban muy lejos de allí. En silencio, cerró la trampilla.
r
Los duques de Hamilton estaban desayunando en Brandon House cuando
un descompuesto Gabriel irrumpió en el comedor de mañana, seguido de un
desconcertado Gibson.
―Sus Gracias... ―intentó disculparse el pobre mayordomo.
―No tiene importancia, Gibson, lord Willesden es como de la familia ―lo
tranquilizó David.
―Mis disculpas, Excelencias, por irrumpir de esta manera, pero me temo
que esto es importante. ―Al decirlo, su mirada se posó en Callen, que lo
observaba con el ceño fruncido.
―No te preocupes, Gabriel, siéntate ―intervino Lydia―. ¿Has desayunado?
Ante el gesto negativo del aludido, Lydia hizo un gesto a uno de los lacayos
para que le pusiera un servicio a Gabriel.
―Solo tomaré té, gracias.
Gabriel contempló su taza durante unos instantes, inseguro de cómo dar la
noticia.
Lydia intercambió una mirada con su marido, este asintió y le hizo un gesto
a Gibson para que los dejasen solos. Cuando en el comedor solo se hallaban
ellos cuatro, Callen ya no pudo contener la incertidumbre.
―¿Qué ha ocurrido?
―Se la ha llevado.
Lydia jadeó y miró a su marido. Este tomó su mano con intención de
tranquilizarla.
―¿A Jenna? ―ladró Callen―. ¿Dónde?
―Maldita sea si lo sé. La ha metido en un carruaje de alquiler con su
doncella y un lacayo, y nadie en la casa sabe la dirección que han tomado.
Benson me informó de que las instrucciones y el destino iban dentro de un
sobre que entregó al lacayo con órdenes de que no se abriese hasta salir de
Londres.
―¡Maldito bastardo! ―bramó Callen―. Disculpa, mamá.
Lydia hizo un gesto con la mano. No era momento de ponerse melindroso
con las formas.
El duque, después de pensar un momento, se dirigió a Gabriel.
―¿Conoces todas las propiedades de Brentwood?
―Las vinculadas, sí. Las personales, me temo que no todas, y me atrevería a
decir que la ha enviado a alguna que sea desconocida para mí.
―¿Cómo te has enterado? Ayer mismo todavía se encontraba encerrada
―inquirió Lydia.
Gabriel les contó que Brentwood le había sugerido que abandonase
Brentwood House, ya que su presencia no evitaría absolutamente nada sobre la
decisión tomada con respecto a Jenna.
En la mañana había acudido, como siempre, a su cita con el administrador y
había solicitado ver a su hermana. Les relató lo sucedido:
―¿Podría, si no ver a Jenna, al menos hablar con ella, aunque sea a través de la puerta?
Me gustaría comprobar por mí mismo que se encuentra bien.
Brentwood ni siquiera me miró, hizo un gesto con la mano, al tiempo que contestaba.
―¿Por qué no?
Extrañado e inquieto por tanta generosidad, subí a la alcoba de Jenna. Estaba abierta y
no había rastro de ella. Sus armarios estaban medio vacíos. Bajé dispuesto a enfrentarme con
él.
―¿Dónde está? ¿A dónde la ha enviado?
Esa vez sí que me miró con frialdad.
―Tu hermana ha rechazado dos pretendientes. La temporada social tiene como fin que
las debutantes consigan un marido adecuado. Tal parece que tu hermana no tiene interés
alguno en contraer matrimonio, con lo que no hay necesidad de que continúe disfrutando de la
temporada ni de Londres.
―A dónde la ha enviado ―siseé mientras cerraba los puños.
Brentwood evadió contestar directamente a la pregunta.
―Una temporada de descanso hará que recapacite sobre las decisiones que ha tomado.
Sabía que no me diría nada más, pero pregunté igualmente.
―¿Cuándo regresará?
―Nunca.
En ese momento de la narración, Gabriel se pasó una mano por el rostro,
abrumado.
―Tuve que contenerme para no ponerle la mano encima. Sin embargo, era
mayor mi miedo por ella. Si nunca regresaba, ¿cómo viviría? ¿La habría
condenado a trabajar para subsistir? ¿De qué? Ella es una dama.
Gabriel continuó:
―Por lo menos le habrá proporcionado fondos para poder mantenerse.
Me contestó cínico.
―Por supuesto, no soy tan desalmado. He dado orden de que mis abogados envíen un
estipendio mensual que le permita vivir con comodidad y pagar a sus sirvientes. Por supuesto,
ese estipendio sale de su dote. Ya no la necesitará.
En ese momento no quise preguntar nada más, puesto que nada me diría.
Cuando me marchaba, Benson fue el que me informó de cómo había sido la
marcha de Jenna. La había sacado de casa nada más echarme a mí.
Callen tiró la servilleta sobre la mesa e hizo amago de levantarse.
―¿A dónde crees que vas? ―inquirió el duque.
―A mí me dirá dónde está, aunque tenga que sacárselo a golpes
―respondió colérico.
―Siéntate. No puedes ponerle la mano encima a un par de Inglaterra y por
encima duque, y lo sabes. Pensemos con lógica. ―El duque entendía la
impaciencia de Callen, pero las cosas se resolvían mejor con paciencia y
astucia.
―¡Gibson! ―llamó Hamilton.
Al instante se abrió la puerta.
―Su Gracia.
―Trae mi escritorio portátil.
Gabriel y Callen se miraron confusos. ¿A quién iba a escribir? Desde luego
no a Brentwood, suponían.
Después de escribir unas líneas y lacrarlo con su sello, David le tendió el
sobre a Gibson.
―Que lo entreguen de inmediato.
―¿Deben esperar respuesta, Su Gracia?
David negó con la cabeza.
―La respuesta se presentará aquí.
Lydia, después de echar una ojeada a su marido, sugirió:
―Querido, ¿puedo sugerir reunirnos en tu despacho?, me atrevería a decir
que estaríamos más cómodos.
―Por supuesto.
―Gibson ―ordenó el duque―, cuando llegue la respuesta, envíala
directamente a mi despacho.
―Como ordene, Su Gracia.
Habían transcurrido tan solo unos minutos cuando la puerta del despacho
se abrió.
―¿Necesitaba verme, Su...? ―Darrell se interrumpió cuando vio el grupo
reunido en la habitación.
Gabriel y Callen se miraron. ¡Claro!, ¿cómo no habían pensado en Darrell?
Si había alguien capaz de encontrar una aguja en un pajar, era él.
―Pasa, Darrell, necesitamos de tus... capacidades ―afirmó el duque con
sorna.
Darrell enarcó una ceja mientras pasaba su mirada entre la duquesa y sus
amigos.
―¿Todos? ―inquirió desconcertado.
El duque se encogió de hombros.
―Gabriel te pondrá al día y tú juzgarás si el problema es de todos o de uno
solo. ―Le hizo un gesto para que tomara asiento.
Darrell se sentó y miró a Gabriel. El rostro angustiado de su amigo y el
tormentoso de Callen insinuaban que, lo que fuese, tenía que ver con lady
Jenna.
Gabriel le contó a Darrell lo mismo que les había narrado antes a los
duques y a Callen. Cuando terminó, esperó.
Darrell apoyó un codo en el brazo del sillón mientras, pensativo, su mano
frotaba su barbilla.
―Necesito una lista de las propiedades de Brentwood, tanto si están
vinculadas como si no. ―Dudó un instante al tiempo que miraba a Gabriel―.
Si te incomoda que investigue al duque, no tienes más que decirlo.
―Por mí como si averiguas que se dedica al juego en secreto y mantiene a
seis amantes ―masculló Gabriel con frialdad.
Darrell asintió.
―Y los nombres de los abogados del duque.
―No te dirán nada ―contestó Gabriel―, son completamente leales a él.
Darrell sonrió malicioso.
―Veremos. Además, necesito una lista de todos los caballeros, o no
caballeros, con los que Brentwood ha hecho negocios, sean de la clase que
sean. ¿Podrás conseguirla?
Gabriel lo pensó unos instantes.
―Lo intentaré. ¿De cuánto tiempo atrás hablamos?
Su amigo enarcó una ceja socarrón.
―¿Desde que heredó el ducado?
Gabriel se pasó una mano por el cuello.
―¡Santo Dios! Estamos hablando de, por lo menos, cuarenta años atrás
―murmuró abrumado.
―Pues será mejor que te pongas a ello cuanto antes ―Darrell se levantó.
―Me pondré a trabajar. ―Miró a Gabriel―. Y tú deberías dejar de perder el
tiempo y hacer lo mismo. ―Después de hacer una inclinación―. Sus Gracias,
caballeros. ―Darrell abandonó la habitación con paso indolente, que sus
amigos sabían que ocultaba una gran fuerza interior.
Gabriel también se levantó.
―Me temo que tengo que ponerme a trabajar, si no le doy pronto algo a
Darrell con lo que comenzar, mis pobres oídos quedarán dañados para
siempre después de escuchar sus exabruptos.
―¿Necesitas ayuda? ―inquirió Callen. Se sentía excluido, necesitaba hacer
algo.
Gabriel asintió.
―En cuanto tenga los documentos, tendrás que ayudarme a revisarlos.
Cuarenta años son muchos para una sola persona, me temo.
Tras marcharse Gabriel, Lydia contempló el rostro abatido de su hijo.
―La encontraremos, Callen. Darrell es muy bueno en lo que hace.
Mientras Callen asentía en silencio, David miró a su esposa frunciendo el
ceño.
«¿Qué rayos puede saber Lydia sobre si Darrell es bueno o no y, sobre todo,
referente a qué hacía? Conociéndola, mejor no preguntar», se dijo.
Callen se levantó. No tenía intención alguna de pasar por alto el infame e
injusto comportamiento del duque con Jenna. Sin decir una palabra, se dirigió
hacia los establos, preparó a Dorcha y salió al galope hacia Brentwood House.
David y Lydia se miraron cuando Gibson entró para anunciarles que lord
Clydesdale había ensillado él mismo su caballo y había partido como alma que
lleva el diablo.
David ordenó, después de escribir algo en un papel:
―Que un lacayo lleve esta nota a lord Willesden y que la entregue en mano.
―Le tendió la nota al mayordomo, que salió presto a cumplir la orden de su
señor.
Lydia miró preocupada a su marido.
―¿Supones lo mismo que yo?
David meneó la cabeza con frustración.
―Ruego por que sea capaz de contenerse y no le ponga un dedo encima.
r
―El marqués de Clydesdale para ver a Su Gracia ―le espetó al mayordomo
nada más abrió la puerta.
Benson mantuvo el semblante impertérrito, aunque por dentro aplaudía la
audacia del joven marqués.
―Me temo que Su Gracia no recibe sin previo aviso, señoría.
Callen le clavó una fría mirada.
―Me recibirá.
―Señoría, me temo que no puedo...
―Benson, ¿verdad? ―El hombre asintió―. Sabe que he estado aquí antes,
conozco la situación de su despacho. O me anuncia, o pasaré por encima de
usted y me presentaré yo mismo.
Las voces procedentes del vestíbulo estaban comenzando a molestar a
Brentwood. No es que sonaran precisamente como gritos, pero la amplitud del
frío recibidor amplificaba los sonidos. Molesto, abrió la puerta de su despacho.
―¿Qué demonios está ocurriendo aquí?
Benson intentó calmar la tormenta que preveía se avecinaba.
―Excelencia, Su Señoría ya se iba.
Callen enarcó una ceja.
―¿Dónde está? ―preguntó sin ambages.
Brentwood se cruzó de brazos con altanería.
―¿Por qué razón habría de decírselo?
―Porque pretendo casarme con ella.
El duque soltó una cínica carcajada que hizo que los puños de Callen se
cerraran.
―Ella le rechazó, ¿recuerda?
―Ahora me aceptará.
―Muy seguro está. ―Esbozó una cínica sonrisa―. Permítame hacer
memoria: primero lo aceptó, luego lo rechazó aduciendo que prefería al
vizconde Longford, más tarde, rechazó al propio vizconde, y ahora ¿usted
asegura que volverá a aceptarlo? Lord Clydesdale, le puedo asegurar que no
tengo intención alguna de permitir más juegos imprudentes de lady Jenna. No
desea un matrimonio, así que le he proporcionado lo que, por lo visto, ella
tanto ansía: la soledad. Y ahora, si es tan amable de abandonar mi residencia...
Callen apretó los puños. El instante durante el que dudó en estampar su
puño contra el rostro del duque y borrarle la cínica expresión de su cara fue
suficiente para que la puerta principal se abriese.
Callen ni se giró, sin embargo, el duque esbozó una taimada sonrisa.
―Oh, Willesden, justo a tiempo para llevarte a tu amigo.
Gabriel se acercó a Callen mientras se fijaba en la tensión de su cuerpo y en
sus puños cerrados, cuyos nudillos se habían vuelto blancos. Posó una mano
con cuidado en su hombro.
―Vamos, Callen, no conseguirás nada.
Callen continuaba con la mirada clavada en el duque. Sin moverse un ápice,
anunció con frialdad:
―Puede tener la seguridad de que la encontraré, Brentwood.
La taimada sonrisa se ensanchó.
―Sácalo de aquí, Willesden, o lo harán mis lacayos.
Mientras el duque se giraba con indiferencia para volver a su despacho y
cerrar la puerta tras él, Gabriel empujó con delicadeza a Callen hacia la puerta
después de hacerle un gesto de despedida a Benson.
Cuando llegaron a la calle, donde un lacayo se ocupaba de sus monturas,
Gabriel espetó:
―¿En qué demonios pensabas al venir a Brentwood House? ¡Maldita sea,
Callen! Si llegas a ponerle un solo dedo encima...
Un músculo de la mandíbula del escocés comenzó a latir con furia.
―Quiero una lista de todas las propiedades vinculadas de Brentwood. Las
inspeccionaré una por una hasta encontrarla o cerciorarme de que no está en
ninguna de ellas.
―No te permitirán el acceso, Callen ―masculló Gabriel con frustración.
―Encontraré la manera, solo consíguemelas. ―Sin decir más, Callen subió a
su caballo dejando a su amigo desconcertado.
r
Durante un mes, Callen recorrió Inglaterra casi de un extremo a otro. Las
propiedades de Brentwood eran muchas, y en su afán por encontrar a Jenna las
recorrió todas.
Por supuesto, en ninguna le permitieron acceso, sin embargo, había otras
maneras de averiguar si ella estaba en alguna de ellas.
Desalentado, derrotado y agotado, cuando regresó a Brandon House
después de recorrer todas las malditas propiedades vinculadas de Brentwood,
parecía una sombra de sí mismo.
Delgado, con unas sombras cada vez más oscuras bajo sus ojos, tanto Lydia
como David, aterrados, tuvieron que escuchar cómo aquella sombra de su hijo
les comunicaba que, después de descansar unos días, retomaría su búsqueda,
pero esta vez en las propiedades no vinculadas al ducado.
k Capítulo 15 l

JENNA llevaba un mes en Whitby. Estaban a mediados de junio. La propiedad,


suponía de su padre, era hermosa. Cercana al mar, la casa de dos plantas
solamente constaba de cuatro dormitorios, biblioteca, gracias a Dios bien
provista, una sala y un comedor. El paisaje era precioso, desde la ventana de su
alcoba se veía la playa y tenía la libertad de poder cabalgar cuando quisiera,
cosa que hacía casi todas las mañanas aprovechando el buen tiempo reinante.
Había leído la nota de Brentwood una semana después de su llegada. En
ella, el duque le notificaba que esa sería su residencia definitiva, que no
regresaría a Londres y que, si lo intentaba, Celia pagaría las consecuencias.
Recibiría un estipendio mensual con el que vivir cómodamente, y eso era todo.
Furiosa y a la vez desolada, había arrugado la nota y la había arrojado a las
llamas de la chimenea.
A veces se preguntaba cómo estaría Celia, si su padre la habría reclamado
en Brentwood House, aunque lo dudaba. La toleraba porque le hacía compañía
a ella, y para utilizarla cuando se enojaba con ella, para hacerle daño y, sin ella
allí, le era indiferente el paradero de su prima.
¿Y Callen? ¿La habría olvidado? Seguramente el duque se habría encargado
de anunciar que ella no regresaría. Pensó abatida que Callen buscaría otra
esposa, ya no tenía que cargar con una inglesa y era libre para elegir a la dama
de su preferencia, escocesa, con seguridad. Maldita sea, estaba siendo injusta
otra vez con él.
Una lágrima se escapó y se la secó de un manotazo. No tenía sentido añorar
lo que jamás tendría. No se arrepentía de haber puesto en su sitio a Longford,
aunque le hubiese costado el exilio. Cada vez que recordaba la espalda de
Callen, un escalofrío la recorría.
No podía decir que su padre había sido tacaño en cuanto a su estipendio.
Todos los meses un mensajero se presentaría con su asignación mensual,
suficientemente generosa para pagar a Roddy, a su doncella, la cocinera y tres
mujeres que subían del pueblo para encargarse de hacer la limpieza y lavar la
ropa.
Había visitado al vicario nada más llegar y, al observar que él mismo se
dedicaba a dar clases a los niños del pueblo, quitando tiempo de otras labores,
se ofreció a sustituirlo. Se entretendría y le gustaba enseñar a los pequeños
además de que, durante ese tiempo evitaba pensar en lo que había dejado en
Londres, en realidad, en Callen.
Todo eso pensaba mientras se dirigía a las cuadras en busca de Missy, darían
un paseo por la playa.
Observó a Roddy ensillando a la yegua. Al principio había sentido pena por
él y por Sue, su doncella, por alejarlos de todo aquello que conocían, sin
embargo, ambos se habían aclimatado bien. Suponía que estar lejos de la
presión que soportaban en Brentwood House ayudaba a su tranquilidad.
―¿Te encuentras a gusto aquí? ―preguntó. Le había preguntado lo mismo
infinidad de veces, y la respuesta del muchacho siempre era la misma.
―Por supuesto, milady. Es muy diferente a Londres, pero aquí hay una
tranquilidad de la que allí carecemos.
Jenna siempre dudaba si se refería a la tranquilidad de estar lejos de
Brentwood o a la tranquilidad de estar lejos del ajetreo de Londres.
Roddy la miró mientras ella acariciaba a Missy, y se decidió a hacerle la
sugerencia que danzaba en su mente desde que llegaron.
―Milady, me preguntaba...
―¿Sí? ―contestó distraída.
―Podría regresar a Londres y avisar a...
Jenna giró su rostro hacia él, alarmada.
―¡No!
Roddy bajó la mirada, consternado.
―Disculpa, Roddy, no era mi intención ser tan brusca ―repuso Jenna al
contemplar el atribulado semblante del muchacho―. Si el duque se entera de
que has vuelto para avisar a lord Willesden, sabe Dios lo que podría hacerte, y
milord no podría hacer nada frente a una orden del duque. No podría
devolverme a Londres sin incurrir en su ira, tendría que esconderme en otro
sitio. No se conseguiría nada y tú podrías verte en grandes problemas.
Roddy asintió.
―Te lo agradezco, Roddy, de veras, pero aquí estoy bien, no me falta de
nada y por primera vez puedo gozar de una libertad que no tenía en Londres.
Hasta puedo usar mis gafas a todas horas ―repuso jocosa, con el fin de animar
al muchacho―. Solamente me preocupáis Sue y tú, y si me aseguras que estás
bien aquí...
―Lo estoy, milady, y Sue es de la misma opinión que yo.
Jenna ya lo sabía. Había interrogado en infinidad de ocasiones a su doncella
con el mismo resultado que obtenía de Roddy. Sue estaba feliz, además de que
entre ella y Roddy parecía estar naciendo algo que, de haber permanecido en
Londres, hubiera sido muy difícil que prosperase. Su padre no era partidario de
los amoríos entre el servicio, ni decorosos, con vistas a un futuro, ni de
cualquier otro tipo.
Subió a lomos de Missy y se dirigió hacia la playa. Allí no necesitaba de la
escolta de Roddy y podía disfrutar a sus anchas.
r
En Londres, Callen ya se disponía a partir de nuevo a la búsqueda de Jenna
cuando él y Gabriel recibieron sendas notas de Darrell.
En ellas les avisaba de que tenía noticias y se reunirían en Brandon House.
Aunque los criados de Gabriel eran leales, siempre podía haber alguno que por
unas monedas...
Callen paseaba de un lado a otro del despacho de su padre, mientras tres
pares de ojos lo contemplaban con exasperación, hasta que la duquesa no
pudo aguantar más. Había conseguido recuperarse, gracias a la insistencia de su
madre, de los estragos que la búsqueda había causado en su cuerpo, lo que
para él era suficiente motivo como para volver a empezar a recorrer Inglaterra.
No pararía hasta encontrarla.
―¡Por Dios, Callen! ―exclamó exasperada―. Haz el favor de sentarte,
acabaré mareada o con dolor de cabeza.
Callen resopló y se dejó caer en uno de los sillones, del que se volvió a
levantar al punto cuando la puerta del despacho se abrió y Darrell entró con
expresión entre satisfecha y petulante.
―¿Y bien? ―inquirió Callen, sin dar tiempo ni siquiera a que su amigo
saludase.
―¡Callen! ―exclamó Lydia, mientras rodaba los ojos.
Su hijo volvió a sentarse.
El duque se acercó al mueble de bebidas y comenzó a servir whisky para
todos, incluida su duquesa. Una vez entregó los vasos, se sentó al lado de su
esposa.
Callen observó el whisky en las manos de su madre y recordó otras manos,
otra dama, otro lugar... y el mismo whisky. Si la encontraban, se aseguraría de
llevarse una, no, dos botellas cuando fuese a buscarla, porque iría, le pesase a
quien le pesase.
Después de tomar un sorbo de su whisky, Darrell observó los cuatro pares
de ojos expectantes. Sonriendo para sí, decidió no alargar más la espera.
―La propiedad en la que está no pertenece a Brentwood. Se la ha alquilado
a un viejo conocido nuestro; en realidad, podríamos decir que de Callen.
Callen frunció el ceño.
―Al vizconde Dafton ―espetó.
―¡¿A Trevor?! ―Tanto Gabriel como Callen estaban atónitos.
Darrell se encogió de hombros.
―El vizconde necesita dinero y esa casa no la utiliza, y no es frecuente
encontrar a alguien que desee alquilar una propiedad en ese lugar.
―¡Por Dios! ¿Es que nunca me libraré de esos descerebrados? ―exclamó
Callen.
El vizconde Dafton era uno de los acólitos de Longford en Eton.
―¿Dónde? ―inquirió Gabriel.
―En Yorkshire, cerca de un pueblo llamado Whitby.
―¡Gibson! ―bramó Callen.
―¡Que preparen un carruaje y avisa a Crawford de que me prepare equipaje
para... no sé, un mes. Que esté todo listo en dos horas ―ordenó en cuanto
apareció el mayordomo.
―No puedes ir solo ―argumentó Gabriel―. Su reputación... eso por no
hablar de que no la puedes traer a Londres, si Brentwood se entera, Jenna está
bajo su custodia, volverá a encerrarla.
―Eso si la trajese a Londres, cosa que no haré ni muerto ―repuso Callen.
Miró a sus padres.
―Mamá, lo siento, sé que deseabas estar presente en mi boda, pero la
llevaré a Escocia, nos casaremos y, una vez casados, podremos volver sin
temor a Brentwood y celebrarás la boda que desees.
Gabriel estaba atónito.
―¿La llevarás a Gretna?
Callen rodó los ojos.
―Las bodas en Escocia no solo se celebran en Gretna, eso queda para los
que se fugan y son perseguidos. Nos casaremos en Hamilton Palace, como
corresponde al heredero del ducado.
―Iré contigo ―propuso Gabriel.
Callen lo miró entrecerrando los ojos.
―¿Con la intención de oponerte?
Gabriel miró hacia arriba al tiempo que rodaba los ojos.
―¡Por Dios, no! Simplemente quiero ver a mi hermana... todavía soltera.
Darrell intervino.
―¿Se me permite dar un consejo?
―Todos los que quieras ―aceptó Callen. Le permitiría lo que fuese al amigo
que consiguió lo impensable.
Darrell miró a Gabriel.
―Retrasad unas horas, o incluso un día, el viaje. Después de casi dos meses,
tampoco hará cuenta un día más.
―¿Por qué? ―preguntó receloso Callen.
―Porque primero Gabriel debe comprar la propiedad.
Gabriel frunció el ceño.
―¿Y debo hacerlo por...?
Darrell se encogió de hombros.
―Todavía no lo tengo claro, pero tú hazlo.
Gabriel y Callen se miraron. Callen asintió.
―Saldremos mañana.
Gabriel contempló a Darrell, que continuaba disfrutando de su copa como
si el asunto no fuese con él.
―¿Cómo demonios has averiguado...?
Darrell esbozó una sonrisa torcida.
―Me temo que sobrevaloras la lealtad de los abogados.
Mientras se escuchaba la carcajada de la duquesa, Callen tragó en seco. Se
cuidaría mucho de tener secretos para su amigo. Aunque en realidad entre ellos
no había ninguno.
―Mandaré una nota a Dafton para reunirme con él. Si tanto necesita el
dinero, la compra estará resuelta a lo largo del día de hoy.
Cuando Gabriel se marchó y Darrell se disponía a despedirse, Lydia se
dirigió a su marido mientras fijaba su mirada en Darrell.
―David, recuérdame que cuando todo esto acabe tenga una conversación
con Darrell.
―Por supuesto, querida.
Darrell miró suspicaz a la duquesa.
―Su Gracia...
―Cuando todo acabe, Darrell ―zanjó la duquesa.
Darrell tragó en seco.
―Sí, Su Gracia.
Callen miró a su madre mientras se preguntaba qué conversación tendría
pendiente con su amigo, pero la expresión de ella era insondable. Se encogió
de hombros. Se enteraría a su debido tiempo... o no.
r
Partieron hacia Yorkshire a la mañana siguiente. Gabriel había tenido razón
en cuanto a Dafton. Con sus arcas medio vacías, el vizconde había estado
encantado de deshacerse de una propiedad que no le generaba más que gastos.
Habían parado en una posada a pasar la noche. Al carruaje de Callen le
seguía el de Gabriel ya que, según los planes del escocés, sus caminos se
separarían al regreso. Gabriel continuaría hacia Londres y Callen llevaría a
Jenna a Escocia.
No cometerían la imprudencia de viajar de noche ni forzar a los caballos.
En realidad, Jenna no iba a irse a ninguna parte. Podían tomarse el viaje con
relativa calma y, a su vez, ayudaría a aplacar un poco los alterados nervios de
Callen.
Estaban cenando en el comedor privado cuando Gabriel planteó algo que
le inquietaba. La desaparición de su hermana de Londres después de su fiesta
de presentación había levantado no pocos comentarios. La duquesa de
Hamilton y sus amigas habían mitigado en lo posible los rumores, asegurando
que lady Jenna había decidido pasar unos días de reposo en una de las
residencias ducales en Lancashire, afectada por el descubrimiento del
verdadero carácter del vizconde. Sin embargo, la presencia de lady Celia en
Londres, cuando todo el mundo estaba al tanto de que no solían separarse,
ponía en entredicho la versión dada por las influyentes damas, por no hablar
de que había pasado casi mes y medio. La temporada estaba a punto de
finalizar y resultaba un tanto extraño que lady Jenna estuviese ausente tanto
tiempo.
―¿Cómo justificaremos la desaparición de Jenna y su regreso casada
contigo? Aunque te han visto en Londres durante su ausencia, los rumores se
dispararán.
Callen miró a Gabriel. Su amigo estaba verdaderamente preocupado por la
embarazosa posición en la que había colocado Brentwood a su hija. Él
también pensaba que era una situación verdaderamente desagradable pero,
aunque a él no le afectase, puesto que no le preocupaban en absoluto los
cotilleos de la alta, entendía que la reputación de Jenna podría verse afectada.
Bebió un sorbo de su vino.
―No lo sé. Tal vez la duquesa, lady Balfour y lady Rochford puedan idear
algo. ―Dejó la copa en la mesa y se acodó en ella al tiempo que apoyaba su
barbilla en las manos cruzadas―. Quizá una historia de amor desesperado...
Jenna se retira avergonzada y defraudada al conocer el verdadero carácter
malvado de Longford, y el atractivo escocés enamorado la busca para
declararle su amor y la enamorada pareja se casa. Fin del cuento. ―Callen
enarcó las cejas varias veces, burlón.
Gabriel rodó los ojos.
―No es gracioso, Callen. La reputación de Jenna pende de un hilo por
culpa de Brentwood.
Callen hizo una mueca.
―¿Crees que a mí no me preocupa? No podemos argumentar que todo este
tiempo estuvo en Londres encerrada en Brentwood House, tampoco que el
maldito duque la exilió a Yorkshire como si fuese una apestada, lo único que
nos queda es lo que se han encargado de esparcir mi madre y sus amigas, que
se encuentra en Lancashire. Ellas sabrán cómo justificar nuestro regreso una
vez casados. ―Alargó la mano para volver a tomar la copa de vino.
Gabriel asintió.
―Debo ir con vosotros a Escocia.
A Callen casi se le cae la copa de las manos al escucharlo.
―¡¿Qué?! ¡Y una mierda!
―Callen...
―¡No tendré a mi cuñado pegado a mí mientras disfruto de mi luna de
miel! ―espetó ofendido.
«¿Viajar hasta Escocia en el mismo carruaje que Jenna y Gabriel? Ni
muerto. Acabaría loco de atar. No pienso andar escondiéndome para poder
besarla, como si fuera un crío imberbe», pensó.
―Callen, es la única oportunidad para darle un poco de respetabilidad a
todo esto.
―¡Maldita sea, Gabriel! Necesito intimidad, hay muchas cosas que debemos
aclarar entre nosotros ―intentó convencerlo.
―Pues las aclaráis en Yorkshire ―afirmó Gabriel―, pero de ninguna
manera permitiré que Jenna recorra media Inglaterra a solas contigo.
Callen enarcó una ceja, al tiempo que su amigo rodaba los ojos.
―¡Por Dios Santo! Sabes a lo que me refiero. Me daría igual que fueses tú o
el mismísimo rey, pero mi hermana no viajará a solas con ningún hombre. Si
tengo que hacer de chaperona, que así sea.
Callen enarcó las cejas ante la expresión utilizada por Gabriel. Por un
instante imaginó a su amigo vestido como lo haría una chaperona, y no pudo
evitar estallar en carcajadas.
Gabriel le lanzó una mirada asesina.
―No le veo la gracia ―repuso ofendido.
Callen, sin dejar de reír y al borde de las lágrimas, espetó:
―Si te vieses tal y como yo te imagino ahora, envuelto en muselina rosa,
vaya si se la verías. ―Mientras se ponía una mano en el estómago, dolorido por
la risa, hurgó más en la herida―. ¿Necesitas que vayamos de compras? Quizá
en el próximo pueblo haya una buena modista. ¿Tal vez unas suaves botitas de
cabritilla?
Se lo estaba pasando en grande, aún recordaba las burlas de él y de Justin
cuando quiso negarse a acudir al baile de los Balfour recién llegado de Francia.
Gabriel bufó mientras contenía una sonrisa.
―Me voy a dormir. Cuando te pones en plan escocés resultas insoportable.
Mientras las carcajadas de Callen arreciaban, Gabriel salió hacia su
habitación. Cuando estuvo en el pasillo no pudo evitar una carcajada. El
escocés tenía un carácter tormentoso, pero un sentido del humor, cuando
quería sacarlo a relucir, envidiable.
r
Jenna, después de haber ejercitado a Missy en la playa como hacía todas las
mañanas, se disponía a regresar a la casa. Miró distraída hacia la propiedad y se
congeló al ver llegar dos carruajes. El primero llevaba el emblema del ducado
de Brentwood, pero no reconoció el segundo.
¿El duque? ¿Se habría acabado su exilio? Nerviosa, se dio cuenta de que
llevaba puestas sus gafas y alzó la mano para quitárselas, pero se detuvo. Ya no
estaba en Londres, Brentwood la había repudiado, ¿verdad? Pues no le debía
nada. Si no le agradaba verla con las gafas, que se diera la vuelta y volviese por
donde había venido. Su sumisión se había acabado en el momento en que salió
de Londres y Roddy le dijo a dónde se dirigían.
Puso a Missy al trote, que esperase. Sin embargo, cuando vio una cabeza
rubia asomarse para bajar del carruaje su corazón comenzó a latir
frenéticamente.
¡¿Gabriel?!
Espoleó a la yegua, impaciente por encontrarse con su hermano.
Gabriel se había apeado del carruaje, pero Callen permanecía en él.
Esperaría a que los hermanos se viesen.
De repente, el sonido de unos cascos de caballo hizo girar la cabeza a
Gabriel. Jenna galopaba a toda velocidad hacia él. Sonriente, se adelantó unos
pasos, mientras su hermana frenaba a su yegua y saltaba a sus brazos.
Jenna se abrazó a su hermano sollozando.
―Gabriel ―repetía una y otra vez.
―Shhh, tranquila, ya estoy aquí ―susurraba él, al tiempo que le acariciaba
tiernamente el cabello.
Después de sacar un pañuelo de alguno de sus bolsillos, se lo pasó a su
hermana. Esta se limpió las lágrimas al tiempo que se alejaba un poco de él
para observarlo.
―Pero... ¿cómo me has encontrado? ¿Brentwood lo ha autorizado?
―inquirió nerviosa. Si Gabriel había desobedecido al duque, habría
consecuencias para él.
―Jen, cálmate, habrá tiempo de explicártelo todo, pero antes... no he venido
solo.
Gabriel hizo un gesto con la cabeza señalando el carruaje.
Jenna giró el rostro a tiempo de ver a Callen bajarse de un salto. Sus ojos se
abrieron de golpe, al tiempo que sentía un nudo en el estómago. No le dio
tiempo a nada más. De repente, todo se puso negro para ella.
Callen llegó a tiempo de atrapar a Jenna entre sus brazos antes de que
llegase al suelo. Precedido por Gabriel, entraron en la casa a toda velocidad.
Sue se acercó a ellos desconcertada, al ver a su señora en brazos del
caballero que acompañaba a lord Willesden.
―¿Dónde puedo tumbarla? ―bramó Callen.
Sue lo dirigió hacia una otomana, donde él posó el cuerpo de Jenna con
toda la suavidad de que fue capaz.
―¿Está enferma? ―ladró, al tiempo que lanzaba una mirada torva a la
doncella como si ella tuviese la culpa del desmayo de Jenna.
―No, milord, se encontraba perfectamente bien cuando salió a cabalgar
―contestó nerviosa la pobre muchacha.
―Callen, tranquilízate, han sido muchas emociones de repente, estará bien
―aseguró Gabriel―. Solo es un desmayo.
―¡Ella no se desmaya! ―espetó Callen.
Gabriel rodó los ojos. ¡Por todos los infiernos!, tendría que aguantar a un
empalagosamente tierno Callen durante días, semanas incluso.
Callen, de rodillas frente al canapé donde reposaba Jenna, le quitó los
guantes para tomar su mano entre las suyas.
―Traeré las sales ―murmuró Sue, mientras salía a toda prisa de la
habitación.
En ese momento Jenna abrió los ojos. Callen le había quitado las gafas, que
reposaban en una mesita cercana.
Jenna alzó una mano para ajustarse las gafas y, al no notarlas, pensó que su
vista le jugaba una mala pasada.
Su mano voló hacia el rostro de Callen.
―¿Callen?
―Sí, amor.
Gabriel bufó. Decididamente no lo soportaría, acabaría por regresar a
Londres a medio viaje para ingresar en Bedlam, tanta sensiblería le estaba
produciendo náuseas.
Decidió salir de la habitación y dirigir la subida de sus equipajes y el
alojamiento de cocheros y lacayos. Los dejaría solos un rato, si no, se temía que
acabaría poniéndose en evidencia. Detuvo a Sue, que volvía con las sales.
―Se ha recuperado. Gracias, Sue, pero ya no hacen falta. ¿Podrían
prepararnos una habitación para mí y otra para lord Clydesdale? Ah, y que
Roddy se encargue de los carruajes, de los cocheros y de que suban los
equipajes.
―Por supuesto, milord.
Mientras la doncella se alejaba, Gabriel salió al exterior. En verdad el sitio
era precioso. Pensó mordaz que, por lo menos, Brentwood no la había enviado
a un páramo pantanoso. Se encaminó hacia el sendero por el que había
regresado su hermana de la playa. Daría un paseo y les daría tiempo para que
hablasen a solas.
r
Jenna intentó incorporarse.
―Con cuidado ―musitó Callen, mientras la ayudaba a sentarse. Él
permaneció de rodillas frente a ella. Incluso en esa posición, el rostro de
Callen quedaba algo elevado por encima del de Jenna.
―¿Cómo me habéis encontrado? ―inquirió ella.
Callen acarició la mano de Jenna, que sostenía entre las suyas.
―Te lo explicaremos más tarde. Lo importante es que vamos a casarnos.
Las cejas de ella se elevaron tanto que casi le llegan al nacimiento del
cabello.
―¿Casarnos? ―balbuceó.
Callen asintió.
Ella lo miró suspicaz.
―¿Por qué?
―¿Por qué, qué?
Jenna alzó una ceja.
―Porque... ―aunque la adoraba y estaba loco por ella, Callen se resistía a
volver a sentirse vulnerable exponiendo su corazón. Quizá si no hubiera
soportado tantas humillaciones en su época escolar y si hubiera sido menos
confiado con Amelia, el rechazo de esta no habría tenido demasiada
importancia, al fin y al cabo era muy joven, pero sumadas todas las
circunstancias...―. Porque eso te permitiría liberarte de la tutela de Brentwood.
No podría tocarte, volviendo a Londres como mi marquesa.
Un ramalazo de furia recorrió a Jenna. Se levantó de un brinco, lo que hizo
que Callen perdiese el equilibrio y diese con su trasero en el suelo.
Desde esa postura humillante, vio cómo Jenna se erguía cual ángel
vengador.
―¿Deseas que nos casemos para liberarme de Brentwood? ―preguntó con
frialdad.
―Bueno... sí, es una de las razones ―masculló Callen mientras luchaba por
ponerse en pie.
Jenna se cruzó de brazos.
―¿Y cuáles son las otras, si eres tan amable de informarme?
Callen dudó, y esa duda fue suficiente contestación para Jenna.
―Supongo que permaneceréis aquí unos días después de un viaje tan largo.
La cena es a las seis. Si me disculpas, debo descansar un poco, y vosotros
deberíais hacer lo mismo.
Después de lanzarle una arrogante mirada, Jenna abandonó la habitación
dejando a Callen con la boca abierta.
Así lo encontró Gabriel.
―Me temo que tu mandíbula acabará por desencajarse si no cierras la boca
―murmuró jocoso. La diversión cesó cuando se fijó en el rostro tormentoso
de Callen.
Inclinó la cabeza hacia un lado con recelo.
―¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está Jenna?
―Ha ido a descansar ―masculló Callen―, después de recomendarme que
hiciésemos lo mismo e informarme de que la cena se sirve a las seis.
Gabriel se sentó en la otomana que instantes antes había ocupado Jenna.
Se pasó las manos por el rostro con frustración.
―¿Y eso es todo? ¿Qué ha dicho sobre casaros?
―Absolutamente nada ―respondió Callen, mientras cruzaba sus brazos
sobre el pecho―. Simplemente preguntó por qué.
―¿Por qué, qué? ―preguntó Gabriel cada vez más confuso.
―Que por qué deseaba que nos casáramos ―explicó exasperado Callen.
―Oh ―Gabriel frunció el ceño―. Y le dijiste que lo deseas, ¿por...?
―¡Maldita sea! ¡Porque se librará de Brentwood de una vez por todas!
―ladró Callen.
Gabriel enterró la cabeza entre las manos. Acabarían con él. Ni siquiera
llegaría a mitad de camino, se dirigiría directamente a Bedlam.
Miró a Gabriel a través de los dedos que aún mantenía en su rostro.
―¿Le dijiste a Jenna que te casabas con ella por obligación?
Callen lo miró ofendido.
―No me caso con ella por obligación, ¡demonios! Tú sabes por qué quiero
casarme.
―Puede que sí, pero... ¿lo sabe ella?
Callen se pasó las manos por el cabello dejándolo hecho un revoltijo, al
tiempo que se sentaba al lado de Gabriel.
Gabriel meneó la cabeza.
―Olvida París, ella no es Amelia. Dile lo que sientes o la perderás.
Callen lo miró derrotado. Mientras se levantaba, Gabriel le dio una palmada
en el hombro.
―Hazlo, o tendremos que volver a Londres solos.
Cuando Gabriel dejó la habitación, Callen se recostó en la otomana.
Su amigo tenía razón, si no vencía sus miedos, si no era totalmente sincero
con ella, tal y como se proponía hacer antes de que el maldito baile lo
estropease todo, la perdería.
k Capítulo 16 l

CALLEN y Gabriel ya se encontraban en la sala disfrutando de sus oportos


cuando Jenna se reunió con ellos.
Mientras Gabriel miró a su hermana con diversión, Callen la observaba
receloso.
Después de que Jenna se sentase, Gabriel, solícito, le ofreció un jerez.
Cuando se lo entregó no pudo evitar comentar.
―Para ser una mujer sola, tienes el bar bien provisto.
Jenna le lanzó una mirada asesina.
―Nunca se sabe cuándo una puede recibir invitados imprevistos.
―contestó con malicia, al tiempo que le daba un sorbo a su jerez.
Callen entrecerró los ojos, pensando: «Querrás decir indeseados».
Estaban acabando de cenar cuando Gabriel comenzó a explicar todo lo que
habían hecho para averiguar dónde la había escondido Brentwood, ante el
borrascoso silencio de Callen.
―¿Lord Darrell Ridley fue capaz de sonsacar a los abogados de
Brentwood? ―inquirió Jenna extrañada. Los abogados del duque tenían fama
de ser extremadamente leales a él.
Gabriel se encogió de hombros.
―Darrell es capaz de conseguir que un mudo se convierta en un parlanchín.
Callen soltó una risilla entre dientes que le valió una torva mirada por parte
de Jenna. Esta dirigió la mirada a su hermano.
―Bien, ya me habéis visto. Como podéis comprobar no me falta de nada,
incluso un bar bien provisto ―repuso mordaz―. Sois bienvenidos a pasar unos
días disfrutando de la brisa del mar, ―Su tono era sarcástico―, cuando
regreséis os daré una carta para Celia, la tranquilizará recibir noticias.
Gabriel miró de reojo a Callen. Su rostro enrojecía por momentos al
escuchar las palabras arrogantes de Jenna. Gabriel se encogió esperando la
previsible explosión del temperamento de su amigo. Y no tardó en estallar.
Callen lanzó su servilleta encima de la mesa.
―¡Suficiente!
Ante la mirada atónita de Jenna, se levantó, se acercó a su silla, la tomó de
la mano y la alzó.
―Tenemos que hablar.
Jenna levantó la barbilla, altanera.
―No hay nada de qué hablar. Has dicho, para el caso no has dicho, todo lo
que tenías que decir.
―¡Condenada y terca mujer!
Callen alzó a Jenna y la cargó sobre un hombro. Se giró hacia su amigo.
―Disculpa, Gabriel. ―Gabriel hizo un gesto displicente con la mano.
Esperaba que solucionasen sus tonterías o se pasaría sus mejores años en
Yorkshire.
Callen comenzó a andar hacia la puerta.
―¡Bájame, demonios! ―exclamó Jenna―. ¿Adónde crees que me llevas?
¡Gabriel!
El aludido ignoró a su hermana, al tiempo que cavilaba si la biblioteca
estaría tan bien surtida como el bar. Obviando los gritos de Jenna, se levantó y
se dirigió hacia dicha habitación. A lo mejor tenía suerte y podía relajarse
leyendo un rato.
Las piernas de Jenna se agitaban peligrosamente contra el cuerpo de Callen.
Recordando el percance con las joyas del condado de Justin, decidió no correr
riesgos y le propinó un azote en el trasero, provocando un jadeo de ella.
―¡Estate quieta, maldición!
Caminó con ella al hombro por el sendero que conducía hacia la playa,
hasta que encontró unas rocas al borde de la arena. Sentó a Jenna en ellas y él
se sentó a su lado. Se inclinó hacia delante y apoyó los brazos en sus muslos al
tiempo que cruzaba sus manos.
Jenna entrelazó las manos en el regazo. No podía negar que bullía de
expectación. Callen no habría reaccionado de esa manera si no sintiese nada
por ella, ¿verdad?
Esperó, al tiempo que intentaba tranquilizarse fijando su vista en el mar.
Maldita sea, se había olvidado de sus gafas. Se encogió de hombros
interiormente, lo que quería ver estaba a su lado y a esa distancia veía
perfectamente.
Callen carraspeó. Él también tenía sus ojos fijos en el mar.
―Te amo, Jenna ―La mirada de ella se disparó hacia su rostro, sin embargo,
Callen continuaba mirando al frente―. ¿Crees que si no sintiese algo por ti
hubiese removido cielo y tierra para encontrarte? ¿Que hubiese venido a este
lugar dejado de la mano de Dios?
―¿Me buscaste? ―inquirió Jenna emocionada.
―Desesperadamente. Creo que conozco todas las propiedades de tu padre
y sus empleados casi como si fuesen míos.
El corazón de Jenna comenzó a latir desaforadamente. «No me olvidó, no
intentó conseguir otra dama más de su gusto, estuvo buscándome», pensó
ilusionada. Disimuladamente, quitó con un dedo una lágrima que amenazaba
con derramarse.
Callen, ajeno a los pensamientos de Jenna, continuó:
―Cuando Gabriel me dijo que Brentwood te había encerrado, mi primera
intención fue ir a Brentwood House y golpearlo hasta dejarlo hecho pulpa...
Incluso cuando Gabriel me avisó de que habías desaparecido, lo visité para
intentar que me dijese dónde estabas y que me casaría contigo. Por supuesto,
se negó.
Jenna lo interrumpió.
―¿No le pondrías un dedo encima? Es un duque.
Callen soltó una carcajada.
―Por esa misma razón ni tu hermano ni tú podéis pegarle un tiro, lo sé.
A Jenna se le escapó una risilla. Callen continuó, más relajado.
―Antes de eso había pensado ofrecerme por ti diciéndole a Brentwood que
lo hacía por venganza. Si él pensaba que haría tu vida miserable, no pondría
obstáculo alguno, pero no hubo tiempo. Gabriel se presentó una mañana para
comunicarnos tu desaparición. Mi padre avisó a Darrell..., yo salí en tu
búsqueda y el resto, ya lo sabes.
»Iba a confesarte mi verdadera identidad, pero todo se complicó la noche
anterior cuando apareciste en casa de Gabriel. Disfracé mis sentimientos
aduciendo que me ofrecía por ti por lealtad hacia Gabriel, pero sabía, en mi
interior, que la verdadera razón era que me había enamorado de ti, fueses
Grace, Jenna o Jenna Grace.
»Intenté odiar a Jenna cuando Longford apareció. Para mí, Grace era
diferente, no era la encorsetada inglesa que acataba todas las absurdas normas
de la alta. Sin embargo, al final no pude separar a la una de la otra. Las dos sois
tú. Y cuando te enfrentaste a Brentwood y a Longford, creí que mi corazón
estallaba de orgullo... hasta que Gabriel me dijo que habías visto mis cicatrices.
Entonces volvieron las inseguridades al suponer que me aceptarías por
compasión.
Jenna puso su mano sobre las manos de Callen. Su corazón rezumaba
ternura al ver al enorme escocés tan vulnerable.
―Pretendía romper el compromiso con Longford antes de que eso
sucediese, ¿recuerdas? Tus cicatrices no tenían nada que ver con mis
sentimientos hacia ti.
Callen atrapó la mano de Jenna, mientras se giraba hacia ella.
―¿Te casarías conmigo? ―Sus ojos eran puro anhelo, Jenna sintió que la
garganta se le cerraba―. Porque te amo, porque estas semanas fueron las
peores de mi vida sin saber dónde ni cómo estabas, porque no puedo estar sin
ti, Jenna Grace.
Jenna alzó sus manos para acunar el rostro de Callen.
―Sí, me casaré contigo, Callen Brodee.
Callen metió la mano en uno de sus bolsillos y sacó la sortija que le había
regalado en su anterior frustrado compromiso.
Tomó la mano de Jenna y, cuando se disponía a introducirla en el dedo, se
detuvo.
Jenna, que observaba los movimientos de Callen, alzó los ojos hacia él, al
tiempo que fruncía el ceño perpleja.
―¿Por qué? ―preguntó Callen.
―¿Por qué, qué? ―repuso ella desconcertada.
―¿Por qué deseas casarte conmigo?
Jenna entrecerró los ojos. ¿Se estaba resarciendo haciéndole la misma
pregunta que le había hecho ella? Sin embargo, cuando observó su mirada, no
vio desconfianza, sino temor y un atisbo de esperanza.
―Porque te amo, tonto. Te amo desde que escuché tu voz cuando me
ayudaste con Missy.
Callen inclinó la cabeza hacia ella.
―¿Me amas por mi voz? ―inquirió atónito.
Jenna rodó los ojos.
―Es largo de explicar.
Callen sonrió.
―¿Me lo contarás?
―Por supuesto. ―«Después de que me tome un par de vasos de ese whisky
tuyo para superar la vergüenza», añadió para sus adentros.
Callen colocó el anillo en el dedo de Jenna y la atrajo hacia él. Bajó su
cabeza hasta que los labios de ambos se rozaron.
―Te amo, mi dama inglesa.
―Te amo, mi leal escocés.
El beso comenzó insoportablemente suave. Los labios de Callen eran
cálidos, pasó la lengua por sus labios tan suavemente que Jenna suspiró. Él la
besó más intensamente, sintió que los labios de Jenna lo aceptaban con
confianza. Sin separar su boca de la de ella, la alzó para sentarla en su regazo.
Jenna se apretó más contra él y le rodeó el cuello con sus manos enredando los
dedos en su largo cabello, Callen la estrechó con más fuerza.
Él le lamió el labio inferior y luego se lo cogió entre los dientes,
succionándoselo suavemente. Se oyó gemir. Jenna notaba bajo su trasero la
dureza de Callen, provocándole un cosquilleo entre sus muslos que hizo que
comenzara a contonearse contra él, buscando calmar el ardor que sentía en su
bajo vientre. Callen gimió al sentir los movimientos de ella. Santo Dios, si
continuaba moviéndose de esa manera conseguiría que se pusiera en evidencia.
La tomó en brazos y la tumbó sobre la hierba que bordeaba el comienzo de
la arena. Su boca se arrastró por la mejilla femenina, hasta la oreja, lamió el
pequeño lóbulo y continuó bajando por su cuello lamiendo y mordisqueando.
Mientras, su mano comenzó a tirar de su vestido, hasta encontrar la sedosa piel
de sus esbeltas piernas. Al tiempo que la mano masculina ascendía hacia el
lugar que ardía entre los muslos de Jenna, Callen fijó su mirada en el rostro de
ella. Ruborizada por el deseo, sus ojos ya no eran del color de la niebla al
amanecer, habían tomado el gris plomizo del cielo cuando se acerca una
tormenta.
Observó el delicioso hoyuelo y no pudo evitar poner sus labios sobre él,
acariciándolo con la punta de su lengua. Jenna giró el rostro buscando su boca
y, al tiempo que era ella la que introducía su lengua en la boca masculina,
buscando la suya, la mano errante de Callen encontró los rizos que cubrían su
parte más íntima. Introdujo un dedo, consiguiendo que Jenna se arquease de
placer. A ese dedo siguió otro, mientras su pulgar frotaba el hinchado y
mojado botón.
Jenna estaba tan excitada que sentía que aquella maravillosa explosión de
placer que le había provocado Callen con sus caricias aquella mañana en el
parque no tardaría en llegar.
Los gemidos de Jenna bajo sus labios hicieron que Callen aumentase la
presión de sus caricias. Su boca bajó hacia los pechos de ella y con la mano
deslizó el escote dejando los senos al aire, y sus labios volaron golosos hacia
uno de los erectos brotes, al tiempo que tomaba el otro entre su índice y su
pulgar, apretándolo.
De repente, el cuerpo de Jenna se tensó y Callen, aumentó la velocidad de
sus caricias, provocó que Jenna gimiese y se arquease, convulsionando
violentamente. Temblaba y gemía, aferrada a los hombros de Callen, mientras
movía las caderas ciegamente y el placer se apoderaba de ella en una oleada
tras otra.
Él esperó hasta que los últimos espasmos del cuerpo de Jenna cesaron.
Retiró su mano del suave y empapado montículo. Ella lo abrazó fuertemente,
atrayéndolo más hacia sí, sentía el áspero roce de sus pantalones en las piernas.
La mano femenina se deslizó por la espalda de Callen hasta llegar a sus
caderas. Jenna apretó el duro trasero contra ella mientras se rozaba contra él.
Callen acarició el ruborizado rostro femenino.
―Jenna, no...
Ella aumentó la intensidad de su roce, sin contestar. Callen notaba que la
parte baja de su espalda comenzaba a tensarse. Con rapidez, desabrochó el
pantalón para dejar libre su excitado miembro. El vestido de Jenna todavía
estaba rodeando su cintura. Con un gemido se frotó contra el estómago de ella
hasta que, con un gruñido ronco, vertió su semilla sobre su vientre. Se dejó
caer, jadeante, al tiempo que enterraba su rostro en el hueco del cuello
femenino.
Jenna continuaba acariciando suavemente la espalda de Callen, satisfecha de
haber conseguido, con su insistencia, que él encontrase también su placer. Se
sentía flotar en un mar de felicidad.
Callen se estremeció con los últimos vestigios de su liberación. Santo Dios,
había sido espectacular. No quería ni pensar en si hubiese estado dentro de
ella. Moriría de placer.
Se separó de su cuerpo mientras rebuscaba en uno de sus bolsillos para
sacar un pañuelo con el que limpió el vientre de ella y su miembro. Tras
arrugarlo y volverlo a guardar, no quería dejarlo allí tirado, subió el corpiño del
vestido y bajó sus faldas. Se colocó de rodillas para cerrar su pantalón,
mientras sus ojos no se apartaban de los de Jenna.
Ella tampoco apartaba los suyos de los canela que la observaban a través de
los caídos párpados que le daban una deliciosa expresión de eterna
somnolencia.
Jenna sonrió, al tiempo que Callen se tumbaba a su lado y la enlazaba para
apretarla contra su cuerpo.
―Ha sido maravilloso ―musitó con voz perezosa.
―Tú eres la maravilla ―susurró, mientras acariciaba con indolencia su
mejilla y su cuello.
Callen rio entre dientes.
―Y todavía queda lo mejor.
Jenna alzó el rostro para escrutar el masculino.
―¿De verdad? ¿Aún mejor?
Callen soltó una carcajada al tiempo que besaba suavemente sus todavía
hinchados y preciosos labios.
―Mucho mejor, te lo garantizo.
Cuando Jenna frunció el ceño, pensativa, el condenado hoyuelo volvió a
hacer su aparición. Callen gruñó, al tiempo que se incorporaba. Si continuaban
así y ese excitante hoyuelo comenzaba a hacer de las suyas, no podría
contenerse. Su heredero debería nacer exactamente nueve meses después de la
boda, o la reputación de Jenna se iría al diablo.
Ayudó a Jenna a levantarse.
―Debemos volver.
Mientras caminaban de la mano de regreso a la casa, Jenna se percató de
algo que se le había pasado por alto.
―Brentwood no consentirá el matrimonio, y sin su permiso no puedo
casarme ―repuso alarmada.
―En Escocia sí.
Jenna abrió los ojos como platos.
―¿Escocia? ¿Me llevarás a Gretna? ―No era esa precisamente la idea que
tenía de su boda, pero si era la única posibilidad de poder casarse con Callen...
―¡Santo Dios, no! Escocia no es solo Gretna, como parecéis pensar los
ingleses.
Jenna enarcó una ceja y Callen resopló.
―Nos casaremos en la sede ducal. En toda Escocia están permitidos los
matrimonios sin necesidad del permiso de un tutor, no solo en Gretna.
―Pero tus padres... han viajado desde allí creyendo que nuestra boda se
celebraría en Londres.
―Por si no lo recuerdas, ese compromiso se rompió, con lo cual la
posibilidad de una boda era escasa, por no decir nula ―contestó mordaz.
Jenna bufó al tiempo que rodaba los ojos.
Callen soltó una carcajada mientras tiraba de ella hacia su cuerpo y le
plantaba un beso en su coronilla.
―Bromeaba, inglesa. Celebraremos otra boda en Londres, si es tu deseo. Lo
importante es que regresemos casados.
―¿Estáis seguros de que Brentwood no sospecha nada? ―Jenna no acababa
de fiarse del duque.
―Completamente. Darrell es muy bueno en lo que hace. El duque jamás se
enterará de que fueron sus propios y leales abogados los que se fueron de la
lengua. Los primeros interesados en que Brentwood no lo sepa son ellos.
Cuando llegaron, Gabriel no estaba por ninguna parte. Callen supuso que
se había retirado. Acompañó a Jenna hasta la puerta de su alcoba.
Tomó su rostro entre las manos y la besó con ternura.
―Buenas noches.
Jenna lo miró anhelante, no se opondría si deseaba entrar en su habitación.
Al fin y al cabo, iban a casarse.
Callen, descifrando la mirada de ella, sonrió con malicia.
―No.
―No he hecho ninguna pregunta ―repuso ella, levantando la barbilla.
―Sí la has hecho, tal vez no una pregunta, pero sí una invitación.
Mientras el rostro de Jenna se ponía como la grana, Callen continuó:
―Ya hay bastantes rumores sobre tu ausencia de Londres, que arreciarán
cuando aparezcamos casados. Por mucho que te desee, y créeme, no sabes
hasta qué punto, no voy a hacerte mía hasta que nos casemos. Ten por seguro
que la alta estará pendiente de los meses de embarazo, y no consentiré más
rumores sobre ti, mucho menos sobre nuestro hijo.
―Pero tengo entendido que hay maneras de evitar... ―El rostro de Jenna
parecía a punto de explotar.
―Las hay, pero no siempre son efectivas. ―«Eso sin contar que no me fío
de mi autocontrol», pensó―. No voy a correr ese riesgo. ―Callen la giró para
situarla frente a la puerta abierta y, tras darle un suave empujón, le propinó un
pequeño azote en el trasero.
―A dormir.
Tras eso, cerró la puerta de la alcoba de Jenna mientras sonreía para sí. La
espera hasta llegar a Escocia se le haría eterna.
r
A la mañana siguiente, Gabriel y Jenna ya comenzaban su desayuno cuando
Callen bajó. La brillante sonrisa que le dedicó ella originó un vergonzoso calor
en su cuello, aumentado por la mirada de mofa que le dirigió Gabriel.
―Y bien, ¿cuándo partimos hacia Escocia? ―inquirió Gabriel, mientras lo
observaba sobre su taza de té.
―¿Cómo sabes que habrá boda? ―respondió con arrogancia Callen.
Gabriel sonrió para sí. Si el escocés quería jugar, jugaría.
―Oh, mis disculpas. ―Miró a Jenna ante el recelo de Callen―. Entonces,
dime, ¿puedo tener el privilegio de conocer el nombre del cochero con el que
te casarás? ―preguntó mientras hacía un gesto con la cabeza hacia el rubí que
brillaba en el dedo de Jenna. (Gabriel aludía al suceso en París, cuando Callen
regaló el anillo destinado a Amelia al cochero que los recogió).
Jenna enarcó las cejas, desconcertada.
―¿Cochero? ¿Qué cochero? ¿De qué hablas?
Callen intervino con rapidez.
―Saldremos en cuanto Jenna esté lista, maldita sea.
Gabriel soltó una risilla. Sin embargo, Jenna no pensaba dejar pasar el
comentario con facilidad.
―¿Alguno de los dos tendría la bondad de explicarme qué tiene que ver un
cochero conmigo o con la boda?
Callen empezó a notar que el rubor, lejos de diluirse, comenzaba a ascender
por su cuello. Lo que le faltaba, ruborizarse como una debutante. Lanzó una
aviesa mirada a su amigo y suspiró. Gabriel se lo contaría y se divertiría a su
costa, sí o sí.
―Me temo que Callen suele ser muy generoso con los cocheros ―comenzó,
mientras aguantaba la risa.
«Oh, Señor, por fin ha llegado el momento de la venganza después del
miserable día de ayer aguantando las tonterías de estos dos», pensó Gabriel.
Jenna giró su perpleja mirada hacia Callen, que parecía estar completamente
concentrado en cortar su bacón en trozos exactamente iguales. Al ver que él
no mostraba ademán alguno de abrir la boca más que para engullir la maldita
comida, miró inquisitiva a su jocoso hermano.
―Cuando Amelia lo rechazó en París, demos gracias a Dios por ello,
―Callen rodó los ojos―, Callen se deshizo del anillo regalándoselo al cochero
que nos recogió. Eso tras interrogarlo sobre si tenía novia y si sus intenciones
eran honorables. Hasta le informó del dinero que debería pedir por él si lo
vendiese. ―Se encogió de hombros―. Me imagino que el joven cochero y su
esposa todavía seguirán elevando plegarias al cielo por las noches rezando por
la salud de Callen.
―¿Le regalaste un anillo de compromiso a un cochero? ―Jenna estaba
perpleja. Por muy humillado que se sintiese, cualquier otro caballero lo
guardaría para una futura ocasión, o lo vendería.
―Y muy caro, por cierto ―añadió Gabriel―. Justin lo acompañó a
comprarlo ―afirmó como si con eso no pudiese quedar duda alguna del valor
de la sortija.
Callen se encogió de hombros.
―A mí ya no me hacía falta, y al muchacho sí.
Antes de que Jenna pudiese contestar, Sue entró en el comedor.
Después de hacer una reverencia, se dirigió a su señora.
―Milady, disculpe, pero ¿podría hablar un momento con usted?
Jenna se fijó en que su doncella parecía inquieta, retorcía sus manos
entrelazadas delante de su regazo, y se preocupó.
―Por supuesto, Sue. ―Miró a los caballeros, que parecían tan interesados
como ella por la actitud de la doncella―. Si no es nada muy personal, ya
conoces a lord Willesden y el otro caballero es lord Clydesdale, mi prometido.
Puedes hablar con entera libertad.
Sue se ruborizó.
―Milady... Roddy me ha comentado que lord Willesden le avisó de que
volveríamos a Londres.
Jenna asintió.
―En efecto, primero iremos a Escocia y después regresaremos a Londres.
De repente, Jenna se dio cuenta de algo, tanto Roddy como Sue eran felices
en Yorkshire, lejos de la ajetreada vida de Londres.
―Di lo que sea que te preocupe, Sue.
―Verá, milady, estamos angustiados por... Su Gracia no volverá a
admitirnos a su servicio.
―No volveríais con Su Gracia, quedaríais a mi servicio, por eso puedes
estar tranquila y tranquilizar a Roddy.
La doncella asintió. Sin embargo, su expresión continuó siendo de
desánimo.
Gabriel, después de apoyar un codo en la mesa y la barbilla en su mano y
observar atentamente a la doncella, intervino.
―Sue, avisa a Roddy. Deseo hablar con los dos.
La doncella palideció sin saber qué esperar. Lord Willesden no era tan frío
como el duque, pero era un aristócrata. Abatida, supuso que les iba a
comunicar que estaban despedidos, y todo por su atrevimiento al preguntar.
―Sí, milord.
Cuando salió, después de hacer una nerviosa reverencia, Jenna miró
inquisitiva a su hermano. Callen permanecía en silencio intuyendo lo que
pasaba por la mente de su amigo.
―Esos dos, ¿tienen intereses románticos el uno con el otro? ―preguntó
Gabriel.
―Creo que sí. Sí ―contestó desconcertada Jenna, no sabía a dónde quería ir
a parar su hermano con semejante pregunta.
En ese momento un no menos nervioso Roddy apareció al lado de Sue.
Después de dirigir una breve mirada inquieta a Jenna, se inclinó respetuoso.
―¿Deseaba verme, milord?
―En efecto. ―Gabriel decidió no andarse por las ramas. Tenía que
solucionar esto, o su viaje se pospondría eternamente.
―Presumo que os encontráis a gusto en Yorkshire.
Ambos asintieron.
―Por lo que presumo asimismo que no deseáis regresar a Londres, ni al
servicio de Brentwood ni al de lady Jenna.
―Milord, estamos muy satisfechos al servicio de milady. ―Roddy estaba
cada vez más nervioso. Miró a Jenna―. Por favor, milady, no dude que la
seguiríamos a cualquier parte.
Jenna abrió la boca para tranquilizar al muchacho, pero de nuevo Gabriel
intervino.
―¿Sería más de vuestro agrado quedaros aquí, en Whitby? ―La mirada
esperanzada que ambos sirvientes intercambiaron fue suficiente respuesta.
Alzó la mano para evitar que respondieran.
―Podéis quedaros aquí como guardeses. Roddy, has estado al servicio de
Brentwood el tiempo suficiente como para conocer las obligaciones de un
mayordomo. Ejercerás ese puesto. De todas maneras, no es como si esta casa
se fuese a llenar de gente en un futuro próximo. En cuanto a ti, Sue, tu puesto
será de ama de llaves, conoces sus deberes a la perfección.
Jenna, alarmada, interrumpió a Gabriel.
―No puedes disponer de la casa, Gabriel, pertenece a...
―Me pertenece a mí ―repuso su hermano mientras intercambiaba una
mirada conocedora con Callen. «Bendita la intuición de Darrell cuando le
indicó que comprase la casa», pensó para sí.
Gabriel volvió su mirada hacia la pareja, que lo observaba atónita.
―Solo hay una condición. No podéis permanecer en la casa juntos siendo
los dos solteros. Deberéis casaros antes de que nos vayamos.
El rostro de Sue se iluminó al tiempo que se ruborizaba. Roddy, con
disimulo, amparándose en las faldas del vestido de ella, tomó su mano para
apretarla con cariño.
―Eso, claro está, si ambos lo deseáis, no quisiera forzaros a un matrimonio
miserable ―aclaró Gabriel socarrón.
―Por supuesto que lo deseamos, milord ―se precipitó Roddy. Sin embargo,
vaciló y miró a Sue―: Al menos... eso creo.
La vacilación de Roddy duró lo que tardó Sue en mirarlo con una brillante
sonrisa en su rostro.
Callen observaba el intercambio en silencio hasta que se percató de algo.
Una boda requería al menos de un mes de amonestaciones. No tenía intención
alguna de posponer un mes su boda por ninguna otra.
―¿En este pueblo dejado de la mano de Dios, hay un vicario? ―espetó
repentinamente.
Gabriel enarcó una ceja.
―Me temo que las palabras «vicario» y «dejado de la mano de Dios» en la
misma frase suenan un poco... ¿embarazosas?
Jenna contestó.
―El señor Hellishwood3.
Gabriel y Callen abrieron los ojos como platos. ¿El vicario se llamaba
Hellishwood? ¡Dios Santo!
Callen soltó una carcajada: «con ese nombre, no tendría escrúpulo alguno
en avenirse a razones», pensó divertido.
―Me voy al pueblo ―anunció, al tiempo que miraba a Gabriel―. ¿Me
acompañas?
El aludido se levantó al instante.
―Por supuesto―. No se perdería por nada del mundo contemplar a Callen
convenciendo al señor Hellishwood de que se saltase las amonestaciones,
porque si no se equivocaba, y estaba seguro de que no, para eso se dirigía su
amigo al pueblo a toda prisa.
―Ensillaré los caballos, milores ―indicó Roddy.
Jenna se levantó, al tiempo que lo hacían Callen y Gabriel, y siguió a Roddy.
―Cuando ensilles los caballos de los caballeros, sube un momento a mi
habitación ―susurró.
Roddy la miró confuso. ¿Subir él a la habitación de milady? Sin embargo,
asintió.
r
Jenna había enviado a Sue a recoger algunas flores, una excusa cualquiera
para alejarla de lo que pretendía hablar con Roddy.
Cuando el muchacho llamó y, después de recibir el consentimiento, entró
en la alcoba de su señora, Jenna estaba rebuscando en un cofrecillo. Al
encontrar lo que quería, se volvió hacia el incómodo lacayo.
―Roddy, tanto tú como Sue habéis sido, no ya lacayo y doncella, sino casi
amigos. Os agradezco vuestra lealtad y, sobre todo a ti, tu silencio. ―Roddy
conocía y callaba las escapadas al amanecer de su señora, así como sus
encuentros con el caballero que se había convertido en su prometido―. Por
eso quiero regalarte esto, en realidad, es para los dos.
Jenna abrió la mano y mostró un precioso y sencillo anillo compuesto por
un zafiro talla esmeralda.
―Perteneció a mi madre, y quiero que se lo entregues a Sue como anillo de
compromiso.
Roddy miró la sortija, atónito.
―Milady, no puedo aceptar... es demasiado.
―Puedes y debes, es mi regalo por vuestro compromiso. Me honraréis si
cada vez que lo contempléis me recordáis.
―Milady, el honor es nuestro. ―El pobre chico estaba al borde de las
lágrimas y Jenna se temía que ella no duraría mucho en seguirle si las
derramaba.
―Busca a Sue. Estará en el jardín. ―Sonrió cariñosa al emocionado
lacayo―. Y haz lo que tienes que hacer.
Roddy tomó el anillo y se inclinó respetuoso.
―Nunca podremos pagarle lo que ha hecho por nosotros, milady.
―He tenido vuestra lealtad sin condiciones. Para mí es suficiente pago, y
ahora, ve. ¡Ah, Roddy!
―¿Sí, milady?
―Hazlo bien, dile lo que siente tu corazón.
El muchacho se ruborizó.
―Eso tenía en mente, milady.
r
Jenna leía un libro cuando llegaron Callen y Gabriel. Mientras que Gabriel
parecía divertido, la sonrisa de Callen era de satisfacción.
―La boda se celebrará de hoy en dos días ―espetó con petulancia.
Jenna estaba atónita.
―¿Cómo habéis conseguido que el vicario se salte las amonestaciones?
Gabriel se sentó enfrente de donde estaba sentada Jenna, al tiempo que
cruzaba una pierna sobre otra.
―Digamos que Callen puede resultar muy convincente cuando quiere... Eso
y las libras que ha soltado para la vicaría convencieron rápidamente al señor
Hellishwood.
―Pero... los preparativos, el vestido de Sue ―intentó explicar Jenna.
Callen le lanzó una mirada aviesa.
―Con que estén preparados los novios es suficiente. Y supongo que
tendrás un vestido que pueda valerle a la muchacha.
Jenna lo miró exasperada.
―Por Dios, Callen, es una boda, hay...
―Hay tiempo suficiente ―la interrumpió―. Además de que, cuanto antes se
casen, antes saldremos para Escocia. Tenemos la nuestra pendiente,
¿recuerdas? Me gustaría poder casarme antes de entrar en la vejez y que mi
mente y otros... órganos comiencen a fallar.
―¡Callen! ―exclamó Jenna. mientras se ruborizaba.
―¡¿Qué?! No quisiera decepcionarte ―afirmó falsamente contrito.
―¡Por Dios Santo! ―Jenna se levantó exasperada―. Revisaré los vestidos,
alguno habrá que pueda valerle. ―Después de lanzarle una mirada ceñuda a su
locuaz prometido, Jenna salió de la habitación.
―Callen, aunque vaya a ser tu esposa, recuerda que es una dama, cuida tu
lenguaje ―recriminó Gabriel.
―Mi lenguaje le gusta, de hecho, todo yo le gusto ―repuso petulante. De
repente reparó en algo―. Hasta el sonido de mi voz, cosa que me inquieta un
poco ―murmuró meditabundo.
―Por lo que parece tu voz le entusiasma, caballero de la voz bonita ―masculló
sarcástico Gabriel.
―¿Ha dicho eso? ―inquirió Callen ilusionado, al tiempo alzaba el mentón
con autocomplacencia.
Gabriel no quiso dejar pasar la oportunidad de borrarle la sonrisa de
suficiencia de la cara.
―No. Lo ha dicho Celia ―espetó.
La sonrisilla se borró al instante.
―¿Celia, lady Celia, tu prima? ―inquirió confuso―. ¿Y por qué a ella le
tiene que gustar mi voz?
―Eso mismo me pregunto yo ―contestó Gabriel.
r
Los dos días siguientes fueron una vorágine de actividad. A los preparativos
de la boda se sumó el equipaje de Jenna. Callen deseaba partir en cuanto se
celebrase el matrimonio.
La boda, aunque apresurada, resultó emotiva. La novia, con un vestido que
Jenna insistió en regalarle, estaba preciosa, y el novio, cuyo traje, comprado en
el pueblo, había sido un regalo de los caballeros, sumamente elegante.
Tras el desayuno de bodas, los dos carruajes partirían hacia Escocia. Callen
había insistido, argumentando que los novios desearían intimidad. Sería el
mejor momento para comenzar el viaje y les permitiría comenzar su vida en
común sin tener que estar pendientes de sus señores.
Mientras Jenna se despedía de Sue, hechas las dos un mar de lágrimas,
Gabriel le entregó a Roddy una bolsa con su salario y una cantidad para los
gastos de la casa. Trimestralmente le haría llegar el estipendio acordado.
k Capítulo 17 l

EL viaje hasta Escocia se le hizo interminable a Gabriel. Aunque Callen se


comportó con la corrección debida de un caballero, los continuos suspiros de
Jenna y la mirada de cordero degollado que Callen le dirigía comenzaban a
minar los nervios del marqués.
Las paradas en las posadas resultaban particularmente irritantes. Miradas
anhelantes y despedidas eternas en la puerta de la alcoba de Jenna eran un
continuo tormento.
Por fin llegaron a Lanark, donde se encontraba la sede de los duques de
Hamilton. Ante la mirada orgullosa de Callen, Jenna observaba atónita la
mansión.
De estilo palatino, con un enorme pórtico de altas columnas, el
espectacular edificio constaba de tres plantas y, a ambos lados de la colosal
entrada, dos enormes alas.
Callen le explicó a Jenna que en el primer piso de la parte central se hallaba
la gran galería, así como las salas comunes como el comedor, sala de baile y
biblioteca, mientras que en el ala oeste del palacio estaba la suite principal y los
aposentos destinados a la familia, también en el primer piso.
La otra ala estaba destinada a albergar a invitados.
Jenna estaba boquiabierta. En el palacio podrían caber perfectamente dos
mansiones del tamaño de Brentwood House, y esta no era precisamente
pequeña. Se preguntó cómo, ante la riqueza de su familia, Callen había
soportado los abusos de Longford sin consentir que el duque interviniese. La
ira la invadió al pensar que un caballero con el pedigrí de Callen, aunque fuese
un segundo hijo, tuviese que sufrir los desprecios de alguien como el vizconde,
cuyo rango no llegaba ni a la suela de los zapatos de Callen.
Cuando los carruajes se aproximaron al pórtico que albergaba la puerta
principal, Jenna jadeó.
―¡Santo Dios, por lo menos hay ciento cincuenta personas!
Gabriel sonrió, ya que él había estado en el palacio Hamilton varias veces y
conocía su enorme tamaño, al tiempo que Callen se limitó a encogerse de
hombros.
―Es muy grande ―comentó con indiferencia.
Después de saludar al personal y presentar a Jenna como la futura lady
Clydesdale, subieron, precedidos por el ama de llaves, hacia la zona destinada a
la familia, sin que nadie se sorprendiese porque Gabriel fuese alojado allí. En
realidad, los amigos de Callen siempre fueron acomodados en la zona familiar
durante sus visitas, por deseo explícito de los duques.
Mientras una doncella se ocupaba del equipaje de Jenna, al tiempo que esta
decidía descansar para prepararse después para la cena, Callen, en su alcoba,
ordenó al mayordomo que se enviase aviso al vicario de que se requería su
presencia en la mañana.
Tras la cena, Gabriel decidió tomar un libro de la biblioteca y retirarse a
descansar. Callen ofreció a Jenna enseñarle la gran galería donde se hallaban
los retratos y reliquias familiares. Tras ofrecerle su brazo, ambos se
encaminaron hacia el inmenso corredor.
Jenna no pudo dejar de admirar los valiosos recuerdos familiares con los
que se iba encontrando. Desde retratos que se remontaban a más de dos siglos
de antigüedad hasta una colección de armas coleccionadas, según explicó
Callen, desde la primera guerra de independencia de Escocia.
Ella observaba maravillada el valioso patrimonio histórico de la casa
Hamilton, al tiempo que reflexionaba sobre la humildad de Callen, heredero de
tan prestigioso linaje y, sin embargo, sin el esnobismo y la petulancia que con
frecuencia rodeaban a algunos aristócratas ingleses con un rango muy inferior
al suyo, por no hablar de la antigüedad de su título.
En un momento determinado, Callen la dirigió hacia los grandes ventanales
situados en uno de los lados de la galería.
Jenna lo miró inquisitiva, mientras él observaba la gran extensión de
terreno que podía apreciarse gracias al resplandor de la luna.
―Siento que tu prima no pueda estar a tu lado el día de tu boda ―murmuró
frustrado.
―Tampoco tus padres podrán acompañarte ―repuso mientras reclinaba la
cabeza en su musculoso brazo―, pero estarán con nosotros cuando
ratifiquemos nuestros votos en Londres.
Callen soltó su brazo del agarre de Jenna para enlazarla por la cintura y
acercarla a su cuerpo.
―¿Has determinado dónde viviremos? ―inquirió Jenna.
La voz de Callen sonó vacilante.
―Había pensado que, desde la apertura del Parlamento hasta el verano,
podríamos residir en Londres y pasar la otra mitad del año en Escocia.
Callen esperó inquieto la respuesta de Jenna. Tal vez no le agradase
permanecer tantos meses en Escocia. Sabía que a los ingleses Escocia les
interesaba por su caza y poco más.
Ella alzó su rostro hacia él. Sonrió al ver su insegura mirada.
―Será maravilloso. Podremos disfrutar de la temporada en Londres y pasar
parte del verano y el invierno en Escocia. Esto debe ser precioso en invierno
―insinuó.
Callen soltó una risilla.
―Sí que es precioso, pero quizá no te acostumbres fácilmente al árido
invierno escocés.
Ella levantó una ceja.
―Quedaría muy decepcionada si la magnificencia exterior del Palacio
Hamilton solo fuese fachada y en su interior se escatimase en encender las
chimeneas.
Callen soltó una carcajada.
―Puedo asegurarte que frío no pasarás ―murmuró con voz ronca, que
suscitó un escalofrío de anticipación en Jenna.
De repente recordó algo.
―¿Puedo preguntar por qué razón lady Celia me llama el caballero de la voz
bonita? ―inquirió receloso.
Ella soltó una risilla, al tiempo que se ruborizaba.
―Ella no te llama así.
Callen alejó un poco su rostro para mirarla con atención.
―Pero Gabriel me dijo...
Jenna se mordió el labio, lo que hizo que Callen ahogase un gemido.
―Yo le comenté que tenías una voz...
―¿Una voz...?
―Cuando nos vimos por primera vez, le conté que había conocido a un
caballero que tenía una voz preciosa, ronca pero suave, llena de matices ―soltó
de corrido ella―, y como no conocíamos tu nombre empezamos a referirnos a
ti como el caballero de la voz bonita ―finalizó ruborizada hasta las orejas.
―Dios Santo, me han llamado muchas cosas, pero ¿voz bonita? ―masculló
perplejo Callen. Se encogió de hombros―. Mientras eso quede entre vosotras...
Jenna hizo una mueca al tiempo que desviaba su mirada con repentino
interés hacia el exterior. Callen entrecerró los ojos.
―Porque me habéis nombrado así solamente entre vosotras dos, ¿no?
Aunque, ¿por qué Gabriel sabe que lady Celia me nombra de esa manera?
―preguntó receloso.
Jenna boqueó.
―En realidad, creo que se nos escapó delante de Gabriel.
Callen abrió los ojos espantado. «Maldición», pensó.
Jenna intentó arreglarlo.
―Tampoco es que le diese demasiada importancia, nos miró como si
estuviésemos locas.
«¡Ja! Que no le dio importancia, ese bastardo lo utilizará cuando le
convenga, y seguro que le convendrá delante de los demás», pensó él.
El resoplido de Callen le indicó que no estaba muy de acuerdo con su
percepción de cómo se lo había tomado Gabriel.
Jenna, intentando distraerlo, preguntó algo que le había chocado cuando le
mostraron su alcoba.
―En mi alcoba hay una puerta cerrada con llave, ¿a dónde conduce?
Callen carraspeó.
―A mi habitación.
Jenna enarcó las cejas.
―Oh.
―Oh, nada ―repuso él al notar su mirada esperanzada―. No se abrirá hasta
que recitemos nuestros votos delante del vicario.
―Oh.
Con el «oh» desolado apareció el condenado hoyuelo; Callen esbozó una
sonrisa lobuna y, alzando el rostro de Jenna, bajó su cabeza para besar el
maldito hoyuelo y, de paso, sus apetitosos labios.
Jenna abrió los suyos para recibir la lengua de Callen y siguió los
movimientos juguetones con la suya. Él gimió y la estrechó con más fuerza
contra sí. Los brazos de ella se alzaron para enredarse en el largo cabello de
Callen, mientras la dureza que notaba contra su vientre comenzaba a
provocarle latidos de excitación entre sus muslos.
Callen separó sus bocas suavemente para recorrer con sus labios el rostro
femenino. Jadeante, susurró al tiempo que besaba su cuello:
―En la mañana veré al vicario.
Jenna, absorta en deleitarse con los besos de Callen, tardó unos segundos
en percatarse de sus palabras.
¿Vicario, qué demonios tenía que ver el vicario en estos momentos? Con
una risilla, pensó que esperaba que nada, o el hombre sufriría una apoplejía
antes de poder casarlos.
De igual modo, Callen deseó haberse mordido la lengua. «¿Por qué
demonios he tenido que nombrar al vicario? Vaya manera más absurda de
intentar retomar el control», pensó irritado.
Se miraron perplejos y, al tiempo, rompieron en carcajadas.
―No es la mejor manera de señalar que debemos parar, pero por lo visto
ha surtido efecto ―afirmó burlón Callen―. Será mejor que te lleve a tu
habitación ―murmuró mientras besaba la pequeña nariz de Jenna.
Jenna enlazó su brazo con el de Callen. Mientras regresaban, él preguntó:
―¿Te bastarán tres días a partir de mañana para prepararte?
«Con tres horas me bastaría», pensó ella. Sin embargo, repuso:
―Por supuesto. No es como si tuviésemos que recibir a docenas de
invitados―. Por cierto ―Jenna continuaba intrigada sobre las alcobas
comunicadas―, ¿cómo es que la habitación de un soltero tiene comunicación
con otra alcoba? No es habitual, de hecho, nunca he sabido de ninguna
residencia en que estén así dispuestas. ¿Es una costumbre escocesa?
Callen sonrió.
―No. Se dispusieron así para los hijos varones. El ala familiar es lo
suficientemente grande como para que, si los varones de la familia contraen
matrimonio, puedan tener su propia suite sin tener que reformar otra o
acomodar a su esposa en una pequeña habitación de soltero. Los usuales
dormitorios de soltero no tienen tanto espacio como los de las damas solteras.
Las habitaciones de las hijas no están así dispuestas, se supone que ellas se
trasladarían a las residencias de sus maridos, aunque son lo suficientemente
espaciosas como para acoger al matrimonio en caso de que viniesen de visita.
Jenna abrió la boca para replicar algo, sin embargo, Callen continuó.
―Cuando una dama, esposa de uno de los hijos, se traslada a vivir aquí, o
incluso si no vive aquí y viene de visita con su marido, necesitará una
habitación propia, aunque solo sea por tener un poco de privacidad cuando lo
desee, además de que su vestidor suele ser mucho más grande que el de su
esposo. Sin embargo, si es una de las hijas quien viene de visita con su marido,
su propio vestidor de soltera es suficiente para albergar las ropas de ambos.
Ten en cuenta que no residirían aquí, solo permanecerían una temporada.
Jenna asintió.
―En realidad, parece práctico.
―Lo es, sobre todo si el tamaño de la residencia lo permite, como es el caso
en Hamilton Palace ―aseveró Callen.
De repente, Callen se detuvo. Jenna se sorprendió porque estaba tan
abstraída en la conversación que ni se había dado cuenta de que habían llegado
a su alcoba.
Callen, cortés, abrió la puerta.
―Duerme bien, inglesa ―susurró mientras besaba suavemente sus labios.
―Buenas noches, escocés.
r
A la mañana siguiente, después del desayuno, Callen se entrevistó con el
vicario. Sin tener que seguir las reglas inglesas de las obligatorias
amonestaciones o conseguir una licencia especial, la boda se podía celebrar
cuando los contrayentes lo decidiesen. Se decidió, tal y como había acordado
con Jenna, que la boda se celebraría en tres días.
Los días pasaron con rapidez. Callen salía a cabalgar con Gabriel y Jenna
para mostrarles los alrededores del palacio, en realidad a Jenna, puesto que
Gabriel ya los conocía de otras visitas.
El bien entrenado servicio del palacio se ocupó de decorar el salón donde
se celebraría la boda.
Jenna deseaba que su boda escocesa fuese... escocesa. Desconocedora de las
costumbres, decidió interrogar al ama de llaves. La mujer, desde siempre al
servicio de la casa ducal, estuvo encantada de ponerla en antecedentes,
orgullosa de que la inglesa quisiera honrar a su novio escocés en el día de sus
esponsales.
La víspera de la boda, Jenna siguió al ama de llaves mientras subía las
escaleras que conducían a los desvanes, si es que se le podía llamar a esas
habitaciones desvanes: amplias estancias donde todo estaba perfectamente
colocado, sin el revoltijo habitual en otras buhardillas. Ni una brizna de polvo,
como si fuesen limpiados con el mismo cuidado que el resto de la casa.
El ama de llaves sonrió con orgullo al ver la estupefacción de Jenna.
―¡Santo Dios, señora Glenn, estos desvanes serían la envidia de cualquier
ama de llaves inglesa! ―exclamó Jenna con admiración.
―Gracias, milady. Es preferible tenerlo todo ordenado, resulta mucho más
fácil encontrar lo que se busca. ―La mujer se dirigió hacia uno de los baúles,
de donde sacó un plaid cuyo patrón seguía los colores rojo, verde y negro.
―Este es un plaid de mujer. Lo utilizó Su Gracia en su boda.
¿La madre de Callen lo había utilizado? Jenna negó con la cabeza con
timidez.
―Oh, pero señora Glenn, no podría utilizarlo. No sin el permiso de Su
Gracia.
―Milady, le aseguro que a Su Gracia no le importaría, me atrevería a decir
que si estuviese aquí insistiría en que lo usase. Y a milord le agradará verla con
el plaid de su madre.
Jenna adelantó una mano para tocar con reverencia el suave tejido.
―Será un honor llevarlo ―asintió conmovida.
El ama de llaves sacó unas estrechas cintas con los mismos colores del plaid
del baúl. Cuando Jenna la miró inquisitiva, la mujer se limitó a sonreír.
―Sabrá cuál es su función cuando intercambie sus votos, milady.
―¿Alguna cosa más que deba utilizar? ―preguntó nerviosa.
―Brezo blanco, milady, de eso se encargará el jardinero. ―Al percatarse del
nerviosismo de Jenna, el ama de llaves añadió―: No se preocupe, cuidaremos
de que sea una perfecta novia escocesa, milady.
―Gracias, señora Glenn. Me temo que todo esto resulta un poco extraño
para mí. Espero poder ir conociendo las costumbres poco a poco.
―Por supuesto, milady. Su Gracia tampoco conocía nada de Escocia y, sin
embargo, con el paso del tiempo, nadie diría al verla que nació inglesa.
Jenna sonrió recordando a la amable y cariñosa dama que había conocido
en Londres. En verdad la duquesa de Hamilton era magnífica.
Cuando se reunieron con la doncella que le habían asignado a Jenna,
comenzaron a elegir el vestido adecuado para la ceremonia. Jenna había
decidido que cenaría en su alcoba, prefería no ver a Callen la noche anterior a
la ceremonia y que este cenase y compartiese su última noche de soltero con
Gabriel.
Después de que la doncella la hubo preparado para dormir, tomó un libro y
se reclinó en la cama. Se temía que le costaría conciliar el sueño.
r
Mientras tanto, Gabriel y Callen, después de haber cenado, compartían una
botella del whisky de la destilería de la familia Hamilton en la biblioteca, ambos
arrellanados en cómodos sofás.
Callen observó a su amigo por encima de su copa.
―Pareces preocupado.
Gabriel meneó la cabeza, pensativo.
―Me inquieta no saber qué es lo que se dice de Jenna en Londres. No te
cuento la reacción que tendrá Brentwood al recibir mi carta explicándole que la
casa de Whitby, donde desterró a mi hermana, ahora es mía.
―Se lo llevarán los demonios ―afirmó Callen.
―No tendré esa suerte ―masculló mordaz Gabriel.
―Gabriel, más tarde escribiré a mi madre notificándole que nos hemos
casado. Ella sabrá cómo contener las lenguas y, si me apuras, hasta amansar a
Brentwood. ―Callen confiaba en que la duquesa, junto con sus amigas,
encontraría la manera de que la reputación de Jenna no se pusiese en
entredicho.
Gabriel asintió. Sabía de lo que era capaz la duquesa de Hamilton.
―¿Cuándo regresaremos a Londres? ―preguntó Gabriel.
―¡Por Dios, Gabe, ni siquiera me he casado!
El aludido se pasó una mano por el rostro con frustración.
―Llevo vagabundeando por Inglaterra casi un mes, comienzo a estar harto.
No, ¿qué digo?, estoy harto.
Callen enarcó una ceja.
―¿Por qué lloriqueas?
―No estoy lloriqueando ―contestó ofendido.
―Sí lo estás. Si lo que necesitas es una mujer, baja al pueblo, supongo que
alguna viuda de buen ver habrá.
―¡Joder, Callen, no he venido hasta Escocia a darme un revolcón con
ninguna viuda, para el caso con nadie!
El escocés se encogió de hombros.
―Tú sabrás, pero desde ya te digo que tanta frustración no es sana.
―¿Ahora eres médico? ―espetó exasperado Gabriel.
Callen ladeó la cabeza al tiempo que enarcaba las cejas.
―No hace falta saber de medicina para reconocer la frustración sexual
cuando se ve.
Gabriel bufó al tiempo que se levantaba.
―Me voy a dormir, o me temo que intentaré calmar mi frustración
dejándote un ojo morado y Jenna no me lo perdonaría.
La risilla maliciosa de Callen acompañó la huida de Gabriel hacia su
habitación.
Callen apuró su copa y se dirigió a su despacho, en realidad el de su padre.
Debía escribir esa carta a la duquesa.
r
La mañana de la boda amaneció radiante, claro que ayudaba que todavía
estaban a finales de agosto. Jenna, ante su sorpresa, se despertó totalmente
descansada. A los pocos minutos llegó su doncella con el desayuno, y minutos
más tarde, los lacayos acarreando el agua para el baño.
Había elegido un vestido color verde claro que armonizaba perfectamente
con los colores del plaid, el cual no tenía la menor idea de cómo colocarse.
Menos mal que contaba con la ayuda de la señora Glenn y la doncella
escocesa.
Tras bañarse, la doncella la ayudó a vestirse y comenzó a recoger su cabello
de una manera a la que Jenna no estaba habituada. Trenzó su melena, en un
artístico recogido.
―El jardinero subirá enseguida con su ramo y el brezo para el cabello
―aseguró la doncella.
No acababa de decirlo cuando la señora Glenn, después de llamar, entró en
la habitación seguida por el, supuso Jenna, jardinero.
Admiró el ramo que portaba el turbado hombre.
―¡Es precioso! Gracias, señor, es un ramo magnífico ―afirmó sonriendo.
El ramo estaba compuesto de brezo blanco con rosas también blancas.
El pobre hombre se ruborizó hasta la raíz del cabello.
―Un honor servirla, milady.
Cuando el aturullado hombre salió, la doncella comenzó a colocar
pequeños ramilletes de brezo entrelazados en el cabello de Jenna.
Tras finalizar, el ama de llaves se acercó con el plaid, que colocó
artísticamente sobre la cadera de Jenna, cruzando el vestido hasta juntar los
dos extremos en su hombro. De uno de sus bolsillos sacó un broche de plata
artísticamente labrado.
―Señora Glenn, ¿a quién pertenece el broche? ―Era la primera vez que lo
veía.
―A la casa Hamilton, milady.
La mujer le mostró el broche. El escudo de los Hamilton estaba labrado en
él.
Jenna la miró preocupada.
―¿Será adecuado que lo lleve?
―Milady ―respondió la señora Glenn―. En unos minutos se convertirá en
miembro de la casa de Hamilton. Por supuesto que es adecuado.
El ama de llaves acababa de colocar el broche y, mientras Jenna
contemplaba el espectacular resultado, alguien llamó a la puerta.
La señora Glenn se asomó e intercambió unas palabras con la persona que
había llamado.
―Todo está preparado, milady, el vicario y los caballeros esperan.
Jenna inspiró, enderezó los hombros y se dispuso a bajar la escalera,
seguida por el ama de llaves, hacia la sala donde se celebraría la boda. Había
decidido entrar sola, sin que Gabriel la entregase, prefería que su hermano
estuviese al lado de su amigo.
Se detuvo en el umbral de la puerta. Callen se hallaba de espaldas,
conversando con el vicario y con Gabriel. Jenna no pudo menos que jadear al
verlo.
Vestido con el traje de gala escocés, la corta chaqueta negra resaltaba sus
anchos hombros y su musculosa espalda. El kilt con los mismos colores de su
plaid dejaba al descubierto sus musculosas piernas desde la rodilla, cubiertas
con unas medias hasta la misma, y en una de ellas llevaba metido el puñal, el
sgian dubh que había utilizado en Londres. Su plaid, un poco más ancho que el
de ella, colgaba a ambos lados de un hombro.
Gabriel fue el primero en verla y, sonriente, le susurró algo al oído a Callen
y este se giró.
Si Jenna en algún momento se había sentido insegura, la mirada de Callen la
hizo sentir hermosa, amada y poderosa.
Callen la miró con adoración. Se había puesto el plaid de su madre y el
broche de los Hamilton lo sujetaba. El brezo en su pelo le daba la apariencia
de una ninfa del bosque. Para su azoro, los ojos se le humedecieron. Ella
estaba honrándole a él y a su país.
La voz de Gabriel lo despertó de su fascinación.
―¿Estás lloriqueando? ―preguntó mordaz su futuro cuñado.
Callen no contestó, se limitó a echar el codo hacia atrás golpeando el
estómago de su sarcástico amigo.
―¡Maldita sea! ―exclamó el imprudente amigo mientras se frotaba el
estómago. De reojo vio la mirada censuradora del vicario.
―Mis disculpas, señor Ramsay.
El vicario asintió, no sin antes alzar una ceja como señal de desaprobación.
Callen dio un paso y extendió la mano. Como si fuese una señal, Jenna
comenzó a avanzar hacia él, al llegar a su altura tomó su mano y, juntos, se
volvieron hacia el vicario.
La ceremonia se desarrolló en inglés, quizá como cortesía hacia la novia y
su hermano. En un momento determinado, antes de que intercambiaran los
votos, el vicario les pidió que extendiesen sus manos unidas.
Tomó las cintas que Jenna había visto coger al ama de llaves del baúl el día
anterior y las enroscó alrededor de sus muñecas, uniéndolas. El vicario habló
de que las cintas simbolizaban la unión de sus cuerpos, sus corazones y sus
vidas, para pedirles que recitasen sus votos acto siguiente.
Jenna escuchó la preciosa voz de Callen recitar los suyos con serenidad y
firmeza. Cuando le tocó el turno a ella, levantó la barbilla e intentó conseguir
que la voz no le temblase.
El vicario solicitó el anillo y Gabriel sacó algo de su bolsillo y se lo pasó a
Callen. Era un sencillo arete de oro. Jenna alzó la mirada hacia él cuando
colocó el anillo en su dedo. La sonrisa tierna y maliciosa de Callen consiguió
que su rostro ardiera y un escalofrío de anticipación recorriese su vientre.
El señor Ramsay soltó las cintas y dio permiso para que Callen besase a la
novia.
La mano de él voló hacia la cintura femenina, acercándola a su cuerpo, y la
otra mano atenazó la nuca de Jenna. El beso fue diferente, o al menos eso
sintió ella. Estaba lleno de ternura y amor, parecía como si sus labios hubiesen
encontrado su hogar.
El carraspeo del vicario interrumpió el tierno beso que comenzaba a
convertirse en otro mucho más exigente.
Se separaron con los ojos prendidos el uno en el otro hasta que un brazo de
Gabriel se interpuso entre los dos.
―Supongo que me está permitido besar a la novia que, por cierto, es mi
hermana ―espetó con sorna.
Gabriel abrazó a Jenna, al tiempo que la besaba en la mejilla.
―Felicidades ―susurró en su oído―, es un gran hombre.
―Lo sé ―respondió Jenna, también susurrando.
El gran hombre rodó los ojos con impaciencia.
―¿Podéis dejar de cuchichear? Es mi boda, solo yo cuchicheo con la novia
―espetó, mientras le guiñaba un ojo a Jenna.
Enlazó a Jenna por la cintura y se dirigieron, en compañía del vicario, al
comedor donde se había dispuesto el desayuno de bodas. El servicio
disfrutaría del mismo banquete en su propio comedor.
Una vez finalizado el desayuno, el vicario se despidió y Gabriel se ofreció a
acompañarlo al pueblo dando un paseo.
Ante el gesto de extrañeza de Jenna, se limitó a aclarar.
―Me vendrá bien caminar un poco, además, me temo que pasaré el día en
la soledad más absoluta.
Mientras Callen soltaba una carcajada, el rostro de Jenna se tornaba del
color de las cerezas.
Callen agitó la mano burlón.
―Disfruta de tu paseo. ―Tomando a Jenna de la mano, se giró para
arrastrarla escaleras arriba.
Al llegar a la puerta de su alcoba, la abrió y alzó a Jenna en brazos.
―La costumbre es cruzar el umbral de la casa de este modo, pero ya
estamos dentro, así que... tendrá que valer ―murmuró jocoso
La mano de Jenna se aferró a su cuello. Perdida en las sensaciones que los
brazos de Callen rodeándola despertaban en ella, no reparó en que todavía era
de día y que todos en la casa sabrían lo que se disponían a hacer. Para ella
solamente estaba él, la emoción que vibraba entre ellos y los preciosos ojos de
Callen mirándola con ternura.
Callen cerró la puerta de una patada y estrechó su abrazo al tiempo que
bajaba la cabeza para besarla. Lo que comenzó como una suave caricia se
convirtió en exigencia cuando Jenna gimió en los labios de él. Su beso se hizo
más profundo, codicioso, demandante, lleno de deseo por algo más. Se
interrumpió para mirarla sintiéndola temblar en sus brazos.
Con delicadeza, la deslizó lentamente por su cuerpo para ponerla de pie
frente a él. Su ardiente mirada provocó un intenso estremecimiento en Jenna.
El sensible punto entre sus muslos comenzó a palpitar de anticipación.
Callen, al tiempo que la mantenía sujeta contra él con un brazo, alzó una
mano para acunarle el ruborizado rostro.
―Jen, si te sientes incómoda ―Su voz era un susurro ronco― puedo
esperar.
Ella, por toda respuesta, presionó su cuello con las manos para bajarle la
cabeza y besarlo. La punta de la lengua femenina deslizándose por sus labios
provocó un gemido en Callen, la dejó tantear y experimentar hasta que, con un
gruñido, tomó el control del beso. Sus lenguas se envolvieron, juguetearon,
mientras la mano de Callen se deslizaba del rostro de Jenna hacia el cuello,
donde su pulso latía desbocado.
Callen rompió el beso para alejarla un poco. La giró y comenzó a soltarle
los botones del vestido. Jenna temblaba de anticipación al notar los dedos de él
bajando por su espalda conforme la iba dejando expuesta. Se estremeció al
notar los labios de Callen en su cuello. Ladeó la cabeza para permitirle mejor
acceso. Su corazón latía furiosamente mientras la lengua de Callen recorría su
cuello y bajaba por su espalda.
Cuando el vestido estuvo completamente abierto, Callen desató las cintas
del corsé, la giró y, colocando sus manos en los hombros femeninos, deslizó la
ropa hasta que Jenna quedó solo cubierta por la camisola. Tiró del lazo que la
anudaba y, con los dedos, empujó la camisola hasta dejarla solo con las medias
y los delicados zapatos.
Con la respiración agitada, Callen observó su cuerpo minuciosamente, al
tiempo que le soltaba las horquillas con el brezo del cabello. Sonrió con malicia
al ver el rostro cada vez más ruborizado de Jenna a causa de su escrutinio. Sin
dejar de mirarla, la tomó en sus brazos y la depositó en la cama, situándose a
sus pies le quitó los zapatos y fue bajando las medias al tiempo que sus manos
acariciaban las piernas femeninas.
Se inclinó sobre ella apoyándose en las manos, al tiempo que sus labios
dejaban un reguero de besos desde su vientre ascendiendo hacia su rostro.
Jenna, perdida en los cálidos ojos canela, se percató en ese momento de que
todavía llevaba sus gafas. Alzó una mano dispuesta a quitárselas, pero la mano
de Callen detuvo la de ella.
―No ―susurró―, he fantaseado demasiadas noches contigo llevando tus
gafas por toda vestimenta.
A Jenna se le humedecieron los ojos. Después de toda una vida siendo
considerada defectuosa, este maravilloso hombre encontraba atractiva su
supuesta tara. Su mano alcanzó la cabeza de Callen, bajándola hacia ella para
besarlo con pasión. Callen se recostó sobre el cuerpo femenino apoyándose en
sus antebrazos. Todavía vestido, el roce de la ropa contra el desnudo cuerpo de
Jenna excitaba todavía más sus sentidos. Él tomó el control del beso y su
lengua la enloqueció. Jugó con ella, la tentó, la sedujo y la tomó. No dejó un
rincón de su boca por explorar.
Callen rompió el beso suavemente, su lengua rozó el fascinante hoyuelo y,
con una sonrisa lobuna, se incorporó para saltar de la cama. Jenna lo miró
inquisitiva hasta que se dio cuenta de lo que pretendía hacer.
Agradecido por el traje de gala escocés cuyo kilt le permitía desnudarse
rápidamente, se despojó de su ropa, esbozando una sonrisa de masculina
satisfacción cuando vio los ojos de Jenna fijos en su miembro orgullosamente
erguido.
Jenna lo había tocado aquella noche en la playa de Whitby pero no lo había
visto en todo su esplendor. Su mirada voló hacia los ojos de Callen que, aún
sonriendo, susurró:
―Tu cuerpo se adaptará al mío, te lo prometo.
Una vez desnudo, se tendió junto a ella. Loco por saborearla, bajó su
cabeza para recorrer con la lengua la clavícula de ella, mientras bajaba hasta
llegar a sus preciosos senos. Rozó ligeramente el brote ya erecto con la lengua.
Jenna gimió cuando notó la áspera y a la vez aterciopelada lengua acariciar
primero un pezón y luego otro. Cuando introdujo el suave capullo en el
interior de su boca, chupando y succionando, ella hundió las manos en su
suave cabello para apretarlo contra sí.
Jenna se arqueó hacia él mientras su latente núcleo se tensaba casi
dolorosamente. Una mano de Callen acariciaba su cabello extendido, mientras
la otra descendía por su cuerpo y su boca se desplazaba hasta el otro pecho. Su
mano volvió a subir acariciando la pierna, el muslo, hasta llegar a sus rizos y
apoyar la palma sobre ellos. Jenna cada vez sentía más necesidad creciendo en
su interior.
Ella rodeó con sus manos el cuello de Callen, enredando los dedos en su
espeso cabello. La mano masculina se curvó sobre su suave montículo y apretó
la palma contra él. Introdujo un dedo en su interior mientras con el pulgar
trazaba lentos círculos en el centro de su feminidad. Jenna se retorcía contra su
mano, ansiosa por volver a experimentar el estallido de sensaciones al que la
había llevado en las dos ocasiones anteriores. Cerró los ojos cuando los
movimientos se hicieron más rápidos y firmes. Otro dedo se introdujo en su
interior y Jenna se olvidó de todo para centrarse en el placer que la mano
masculina le proporcionaba. Callen buscó su boca con avidez y ella le
respondió entregándose por completo.
Cuando notó que ella se tensaba, Callen rompió el beso para contemplar
cómo estallaba en sus brazos. Jenna gimoteó mientras su cuerpo alcanzaba la
liberación. Cuando empezaba a recuperar el sentido él le quitó las gafas
empañadas y las colocó con cuidado en la mesita situada al lado de la cama.
Jenna, todavía estremeciéndose por el placer alcanzado, gimió cuando notó el
cuerpo de Callen posicionarse sobre el suyo, la sensación de su piel contra la
de él volvió a excitarla.
El miembro de Callen se deslizó en su interior. Jenna se tensó al notar la
presión.
―Solo te dolerá un momento, amor ―le susurró Callen al oído.
De una estocada, Callen perforó su virginal barrera. Jenna clavó los dedos
en los hombros masculinos, mientras él, al tiempo que se mantenía quieto,
acariciaba uno de sus pechos y la besaba con ternura. Pronto, el malestar de
ella remitió y comenzó a moverse bajo él.
Callen comenzó a entrar y salir de ella con lentitud. Sin dejar de mirarla, se
mordía el labio de una manera que a Jenna le pareció lo más sensual que había
visto. Comenzó a intensificar sus movimientos mientras ella,
inconscientemente, le seguía.
Sus miradas se prendieron, Callen se incorporó un poco apoyándose en
uno de sus antebrazos para ganar profundidad, al tiempo que su mano se
introducía entre sus cuerpos. Jenna gimió al notar el dedo de Callen en su
húmedo nudo, sus manos vagaban por los hombros masculinos, su espalda,
hasta que volvió a estallar en un éxtasis embriagador. Callen retiró la mano y
arreció sus movimientos, mientras ella bajaba sus manos para apretar el trasero
masculino contra su cuerpo.
La sensación de tener a Callen en su interior era maravillosa, sintió que se
aproximaba otra explosión de placer.
Callen notó que el interior femenino se tensaba alrededor de su miembro.
Ella estaba próxima a liberarse y, mientras se movía incansable sobre ella,
murmuró con voz ronca.
―Mírame, Jen, no dejes de mirarme.
Jenna clavó sus ojos del color de la niebla en los ojos masculinos
oscurecidos por la pasión hasta que, ella con un grito y él con un ronco
gruñido, alcanzaron las estrellas juntos.
Callen se desplomó sobre el cuerpo femenino notando todavía cómo su
miembro palpitaba. Apoyándose en sus brazos para no cargarla con su peso,
enterró la cara en el cuello de Jenna.
―Te amo, Jen.
Ella acarició con ternura su cuello y su rostro.
―Y yo a ti, mi amor.
Después de besarla profundamente, intentando expresar con sus labios
todas las emociones contenidas en su corazón, Callen se deslizó a un lado
arrastrándola con él. Jenna gimió como protesta al notar el vacío que dejaba el
miembro de Callen en su cuerpo.
Jenna acarició su pecho cubierto con un suave vello rubio.
―No tenía idea de que pudiera ser así.
Él soltó una risilla entre dientes al escucharla.
―Puede ser aún mejor, te lo aseguro.
Ella levantó su rostro.
―¿Mejor? ―inquirió perpleja. Dios Santo, moriría de placer si aquello
mejoraba.
Se apretujó contra el cuerpo masculino, al tiempo que colocaba una de sus
piernas sobre el muslo de Callen rozando su miembro, ahora laxo.
Callen gimió al notar el roce, lo que hizo que ella se alejara rápidamente.
―¿Te duele? ―quiso saber, preocupada.
Callen sonrió.
―¡Por Dios, no! ―acarició el muslo femenino con una de sus manos para
después alzarla y con dos dedos levantar el rostro de Jenna hacia él.
―Estoy loco por ti, inglesa. Te deseo de tantas maneras que no puedes ni
imaginarte, pero es tu primera vez. Si me dejase llevar te lastimaría y antes me
cortaría un brazo que causarte dolor.
Ella sonrió emocionada y se incorporó para besarlo con ternura. Adoraba a
ese hombre.
De repente, Callen rompió el beso y se levantó. Jenna lo miró
desconcertada mientras él desaparecía por una puerta situada a un lado de la
habitación. Tardó unos instantes para volver con un paño en las manos. Ante
la mirada perpleja de Jenna, separó las sábanas que la cubrían y, suavemente,
abrió sus piernas.
Jenna, con el rostro del color de las amapolas, se incorporó confusa, al
tiempo que Callen comenzaba a limpiarla entre sus muslos con el paño
húmedo. Ronroneó de alivio al notar el frescor en su feminidad.
―¿Mejor? ―preguntó Callen sonriente.
―Mmm...
―Supongo que eso es un sí.
La risilla de Jenna le calentó el corazón. Se detuvo y tiró el paño sin
preocuparse de dónde caía al tiempo que la miraba con adoración.
Colocó sus enormes manos en los muslos de ella procurando no cargar su
peso, mientras se inclinaba sobre su cuerpo.
―¿Te he dicho que eres preciosa?
Jenna fingió pensar.
―Creo que no.
―Será porque no es que seas preciosa. ―Sonrió lobuno al ver el ceño
fruncido de ella―. Eres una hermosura, exquisita sería más exacto.
Jenna notó su rostro en llamas bajo la cálida mirada de su marido.
Intentando esconder su azoro, palmeó el lugar vacío a su lado. Callen, con una
sonrisa, se levantó y se dirigió hacia el lugar indicado.
La mirada de Jenna se disparó hacia las cicatrices que surcaban su espalda.
Las había visto cuando él había ido a por el paño y las notó al acariciarlo
mientras hacían el amor.
Cuando Callen se tumbó a su lado y la atrajo hacia él, no pudo evitar notar
la tristeza en la mirada de ella.
―¿Qué ocurre?
Jenna apoyó la cabeza en el pecho masculino.
―Siento haber subestimado tu justo resentimiento. ―Callen la apretó más
contra él en silencio―. Y siento haber dudado de ti ―continuó ella con la voz
ahogada.
―¿Dudado?
―Desconfiaba de tus razones para besarme cuando intenté romper el
compromiso. Creí que me estabas manipulando. Incluso llegué a pensar que no
tenías intenciones respetables hacia mí, que solo pretendías...
―¿Hacerte mi amante? ―acabó él.
Jenna escondió aún más su rostro en el cuello masculino mientras asentía.
―No tengo intención de explicarte por qué nunca te haría mi amante. No
es cosa de hablarlo con tu propia esposa, pero te diré que, sin saberlo, me
enamoré dos veces de ti.
Jenna levantó el rostro para mirarlo inquisitiva mientras él acariciaba su
cuello y su mentón.
―La primera como Grace, cuando te vi con esas sensuales gafas, ese
horrendo atuendo y tu precioso hoyuelo, preocupada por la pata de tu yegua, y
la segunda cuando me sonreíste al entrar en aquel baile. ―Besó suavemente sus
labios―. Lo disfracé de hostilidad al saberte inglesa, pero creo que mi corazón
ya te pertenecía, si no, por mucho que fueses la hermana de Gabriel nunca me
hubiera ofrecido para casarme contigo.
―Te amo, Callen, desde que apareciste al rescate aquella mañana en el
parque y me ayudaste a regañadientes con Missy.
―Creí que te habías enamorado al escuchar mi maravillosa voz ―repuso él
jocoso.
―Eso también influyó ―admitió Jenna con una risita.
La mano de ella descendió por el pecho masculino hasta llegar a su
hombría, que comenzó a agitarse. El escozor en su zona íntima se había
calmado gracias a las atenciones de Callen y Jenna quería volver a sentirlo en
su interior. No se cansaría nunca de él.
―Jen, es demasiado pronto para ti ―masculló Callen mientras ahogaba un
gemido al notar la curiosa mano femenina revoloteando por su ya animada
entrepierna.
Ella continuó con sus caricias, ahora con la mano de Callen sujetando la
suya, indicándole cómo moverla. No se sentía con fuerzas para rechazarla, si
por él fuese, no se levantarían de esa cama hasta que Gabriel los sacase a
rastras para regresar a Londres.
―¿No vas a complacerme? ―Su voz sonó seductora.
¿Complacerla? Santo Dios, lo haría hasta que le fuese imposible mover un
solo músculo de su cuerpo.
―Sabía que eras una pequeña descarada, inglesa.
Jenna soltó una risilla. Aunque era inocente, o por lo menos en su mayor
parte, nunca se había sentido tímida en brazos de Callen. Le encantaba ser
audaz con él y contemplar su rostro rebosante de orgullo masculino. Él había
pasado por tantas humillaciones, lo había visto tan vulnerable aquella noche en
la playa, que su único deseo era hacerlo todo lo feliz que pudiese y disfrutar del
Callen oculto, ese que no mostraba a casi nadie. Su sentido del humor, su
alegría. Su enorme y guapo marido ya no era el hombre desconfiado y
atormentado que había conocido, se sintió poderosa al pensar que su amor
había logrado ese cambio en él.
―¿Estás segura de que deseas que te complazca? ―susurró sobre sus labios.
Jenna arreció sus caricias por toda respuesta.
Callen se giró y su boca comenzó a vagar por el pecho de su esposa. Con
una sonrisilla malévola continuó bajando después de atender a los dos pezones
erectos que reclamaban su atención. Su juguetona lengua se detuvo en el
ombligo femenino para descender hasta abrirse paso entre los rizos que
cubrían su feminidad.
Jenna se incorporó confusa, sin entender qué pretendía, hasta que la boca
de Callen se abrió paso y comenzó a lamer el excitado capullo.
―¿Q... qué estas? Ohhh...
La risilla de Callen y su cálido aliento sobre ella al hablar hicieron que se
estremeciera de placer. «Cristo bendito, ¡vaya si la cosa mejoraba!», pensó
Jenna.
―Complacerte, mi amor. ¿No es lo que has pedido? Y encantado de
hacerlo, por cierto ―murmuró sobre su húmedo botón.
Callen la aferró por las caderas al tiempo que Jenna comenzó a relajarse con
las exquisitas sensaciones que la boca de Callen provocaban en ella. Gimiendo,
y tensándose al notar que su liberación se aproximaba, Jenna se arqueó aún
más hacia la boca de Callen, al tiempo que este arreciaba en sus lametones.
Cuando la boca de Callen succionó su necesitado botón, Jenna explotó. Su
cuerpo se convulsionó con los espasmos del placer.
Cuando el éxtasis de Jenna comenzó a remitir, Callen ascendió por su
cuerpo para besarla y atrapar los últimos gemidos de ella con su boca. Con un
solo movimiento se introdujo en ella, esta vez Jenna no sintió molestia alguna,
solo el cuerpo de Callen llenándola y completándola, los dos siendo uno.
Inconscientemente, alzó sus piernas para rodear la cadera de su marido,
Callen gimió modificando su ángulo, lo que provocó que el placer de Jenna se
intensificara. Comenzó a sentir esos intensos temblores que surgían de su
interior, mientras él notaba que su baja espalda se tensaba.
―Ven, amor ―susurró entre jadeos, al tiempo que de una poderosa
sacudida se derramaba en su interior.
Callen cubrió su boca con la suya mezclando sus gemidos. Nunca había
pensado que fuese posible sentir tanto deseo y tanta ternura hacia alguien.
Cuando el placer de la liberación comenzó a remitir, Callen levantó el
rostro, mientras pasaba su lengua por los hinchados labios femeninos, llegando
hasta el fascinante hoyuelo.
―¿La he complacido, milady? ―preguntó burlón.
Los ojos de Jenna, todavía desenfocados por la pasión, se clavaron en él.
―Del todo, milord ―contestó en el mismo tono jocoso.
Callen observó que los ojos de ella comenzaban a cerrarse. Sonrió y se echó
hacia un lado. La abrazó contra él.
―Duerme un rato, cariño ―susurró―. Tenemos toda una vida por delante
para complacernos el uno al otro.
r
La mezcla de placer y dolor de un pequeño pellizco en uno de sus pezones,
así como una boca succionando el otro, despertó a Jenna de su sueño. Abrió
los ojos para ver la coronilla rubia de Callen sobre sus pechos.
―Mmm... ―ronroneó complacida, al tiempo que sus manos apretaban la
masculina cabeza contra ella.
Callen levantó la mirada y su boca se detuvo. Jenna se retorció mientras
intentaba volver a colocar los labios de él en el lugar donde estaban
proporcionándole exquisitas sensaciones.
Su esposo sonrió malicioso.
―No te he despertado para esto, mi codiciosa inglesa ―afirmó al tiempo
que, después de darle un breve beso, se levantaba.
Solo llevaba puesto el kilt, y Jenna se regodeó en la vista de su amplio y
musculoso pecho.
Se acercó a una de las mesas de la estancia y cogió una bandeja con un
servicio de té y varios sándwiches y pastelillos.
―Supuse que podrías tener hambre, al menos, yo la tengo. Todavía faltan
unas horas para la cena.
Jenna se sentó apresurada. Efectivamente, la boca se le hacía agua
observando la cantidad de alimentos que ocupaban la bandeja.
Callen gimió al verla incorporarse. Ella ni siquiera se había dado cuenta de
que había dejado sus pechos al descubierto, en su impaciencia.
Después de depositar la bandeja sobre la cama, él se sentó frente a ella.
Mientras Jenna tomaba con presteza un sándwich, Callen permanecía
completamente quieto.
Jenna frunció el ceño.
―¿No tenías apetito? ―inquirió recelosa.
―¿Mmm?
Desconcertada, siguió su mirada hasta darse cuenta de que permanecía fija
en sus descubiertos senos. Con un rápido movimiento subió la sábana para
prenderla bajo sus brazos y cubrirse.
El movimiento sacó a Callen de su abstracción. Enarcó una ceja.
―No era necesario que te cubrieses, de hecho, ya lo he visto todo de ti
―comentó ofendido.
Jenna rodó los ojos.
―Tenías hambre, ¿no?
Él se encogió de hombros.
―En realidad no especifiqué de qué tenía apetito. ―Sin embargo, se apoderó
de uno de los sándwiches, que engulló como si no hubiese probado bocado en
una semana.
Jenna sonrió, hasta que reparó en que Callen volvía a estar absorto en ella,
esta vez en su boca. Incómoda, cogió una servilleta para limpiar cualquier
posible miga que hubiese quedado en sus labios.
Callen lanzó un gruñido, al tiempo que le quitaba el lienzo de las manos.
―No tienes nada en los labios, y si lo tuvieses, ya me ocuparía yo ―repuso
impaciente.
Al ver la mirada suspicaz de Jenna, continuó:
―Estaba disfrutando de tu fascinante hoyuelo. ―«Por lo menos ya no
tendré que emborracharla cada vez que desee contemplar esos sensuales
movimientos», pensó con sorna. De repente reparó en algo: ¡mierda! si ese
hoyuelo se pone así de juguetón cada vez que ingiera algo, las comidas serán
un infierno.
Jen ladeó la cabeza confusa. Viendo cómo sus ojos, con sus somnolientos
párpados todavía más relajados que de costumbre, la observaban, decidió no
preguntar. Si era feliz contemplando un hoyuelo, «¿quién soy yo para
negárselo?», pensó con diversión.
k Capítulo 18 l

DESPUÉS de tomar un baño (la habitación en la que Callen había cogido el paño
para limpiarla era una magnífica sala de aseo provista de una bañera, un
tocador con espejo y su jofaina, en la que reposaban los útiles de aseo de
Callen. Un biombo ocultaba un retrete a la vista), se vistieron para bajar a
cenar.
Cuando Callen entró en la alcoba destinada a Jenna, esta, ya preparada,
despidió a la doncella que le habían asignado.
Sus miradas se prendieron.
Jenna observó a su marido. Vestido con ropa formal, Callen estaba
devastador. Mientras que él, escrutándola con atención, solo podía pensar que
esa preciosa y apasionada mujer era suya, completamente suya.
―¿Lista? ―inquirió mientras extendía su mano.
Jenna la tomó al tiempo que asentía. Soltó un jadeo cuando,
repentinamente, él la giró.
―Falta algo ―repuso.
Si a Jenna le fascinaba su voz, cuando Callen estaba nervioso o
conmocionado su voz tenía un matiz aún más excitante. Apretó las piernas.
No era cosa de dejarse llevar y saltarle al cuello tal y como deseaba.
Aturdida, dejó que él la colocara delante del espejo para ver cómo
desplegaba un magnífico collar de diamantes y rubíes delante de su pecho.
―¡Callen! ―exclamó azorada―. Esto es...
―Mi regalo de bodas, inglesa ―murmuró tímidamente mientras abrochaba
el cierre en su nuca.
―Es precioso.
―Ni la mitad de precioso que tú ―repuso mientras le mostraba unos
pequeños pendientes a juego con la gargantilla. Jenna los tomó para
colocárselos.
Se giró con la mano en la que llevaba el anillo de compromiso posada sobre
el collar. Se complementaban a la perfección. La otra mano se alzó para
acariciar la mejilla de Callen.
―Te amo, escocés.
―Y yo a ti, inglesa.
Callen bajó la cabeza para besarla con ternura.
Carraspeó nervioso.
―¿Bajamos? ―inquirió, presentándole su brazo.
Jenna asintió mientras enlazaba su mano en el musculoso antebrazo
masculino.
r
Gabriel disfrutaba de su oporto antes de pasar a cenar. Resignado a cenar
solo, enarcó las cejas sorprendido al ver entrar a la radiante pareja.
Se levantó al instante dirigiéndose hacia su hermana. Después de besarla en
la mejilla, su mirada se disparó hacia el magnífico collar.
―¡Vaya! Veo que aún te quedan modales, escocés ―comentó burlón.
Callen rodó los ojos.
―Los tengo todos, inglés. ―Miró con ternura a su esposa―. Simplemente
nadie merecía que los mostrase... hasta ahora.
La sonrisa que le dirigió Jenna suscitó que su estómago se anudase,
mientras que otra parte de su cuerpo mostraba su alegría. No queriendo
provocar más chanzas de su amigo y ahora cuñado, se dirigió hacia los
decantadores.
―¿Un jerez?
Jenna asintió.
―Sería agradable, gracias.
Degustaron sus bebidas en silencio. Gabriel divertido al ver el azoro de
Jenna y la inquietud de Callen. «La cena promete», se dijo.
Cuando pasaron al comedor, Gabriel decidió incomodar un poco más a su
amigo.
―Y bien, ¿cuándo partimos hacia la civilización? ―inquirió con fingida
indiferencia.
Callen le disparó una mirada asesina.
Mientras señalaba con un gesto el espectacular banquete, contestó con
sorna:
―¿Te parece todo esto poco civilizado? Quizá deberíamos sentarnos fuera y
comer alrededor de una hoguera.
Gabriel soltó una risilla entre dientes. Ambos sabían que a Willesden le
encantaba Escocia, así como al resto de sus amigos.
Jenna frunció el ceño al tiempo que miraba a su hermano.
―¡Gabriel, parece que tú sí has olvidado tus modales!
Callen ladeó la cabeza, burlón, hacia su amigo.
―No se lo tomes en cuenta, cariño, solo está celoso de nuestra felicidad y
tiene que soltar sus pullitas ―afirmó con displicencia mientras enarcaba una
ceja en dirección a Gabriel.
El aludido rodó los ojos al tiempo que resoplaba.
―La dicha conyugal ajena no es algo que me provoque especial envidia. Sin
embargo, no has contestado a mi pregunta: ¿cuándo...
―¿No podemos disfrutar de unos días tranquilos? ―masculló Callen,
interrumpiéndolo.
Gabriel miró con seriedad a su amigo.
―Cuanto más tiempo estemos fuera, peor resultará para la reputación de
Jenna. Lo sabes.
Callen suspiró.
―Me hubiera gustado enseñarle algo más de Lanark, pero tienes razón,
debemos regresar y acallar todos los rumores que hayan surgido.
Jenna posó su mano en la masculina.
―Habrá tiempo de que me muestres todo cuando regresemos. Quizá ya
este año no sea posible, no podremos regresar con el invierno a las puertas,
pero cuando se cierre el Parlamento el año próximo...
Callen le sonrió agradecido. Tendrían tiempo, mucho tiempo para disfrutar
de Escocia... solos.
Miró a Gabriel.
―Partiremos en la mañana.
Su amigo asintió. No podía ocultar su inquietud por la posible respuesta de
su padre ante el desafío que ambos hermanos habían provocado.
r
Mientras tanto, en Inglaterra, la duquesa de Hamilton se había reunido con
sus amigas.
La sala privada de la condesa de Balfour estaba a rebosar. No solo estaban
ellas dos y la marquesa de Rochford, sino también la prima y las amigas de
Jenna, ansiosas por recibir noticias.
―Se han casado ―espetó Lydia nada más hubo acabado la condesa de
servir el té―. Me atrevería a decir que en estos momentos o están ya de
regreso o se disponen a emprender viaje.
―¿Qué haremos? ―inquirió con nerviosismo Celia― La temporada está a
punto de acabar, y Brentwood no es que esté ayudando precisamente.
La voz de la marquesa tenía un matiz acerado cuando comentó:
―Se mantiene al margen, como es su costumbre con Jenna.
―Daré una fiesta. ―Todas volvieron sus rostros hacia Lydia―. Brentwood
recibirá una invitación, y anunciaremos la boda. El que Willesden los haya
acompañado dará algo de respetabilidad al asunto. Correremos la voz de que
Callen, enamorado, decidió ir a buscar a Jenna a Lancashire con el permiso de
Brentwood y con su hermano como carabina, y que decidieron no esperar y
casarse en Escocia para proteger la reputación de ella.
La condesa enarcó una ceja.
―¿Funcionará?
―Si Brentwood nos apoya, no veo por qué no. Además, en cuanto lleguen,
el duque organizará una fiesta en honor a los recién casados. ―Lydia habló
muy segura.
Las amigas de Jenna se miraron unas a otras estupefactas. La duquesa era
magnífica, pero conseguir que Brentwood colaborase... eso ya era harina de
otro costal.
―Hamilton y yo llevaremos personalmente la invitación a Brentwood
House ―continuó Lydia decidida.
Lady Balfour y lady Rochford observaron atentamente a Lydia. Si algo la
conocían, sabían que era muy capaz de arrastrar al duque de las orejas a la
condenada fiesta.
r
El duque de Hamilton levantó la mirada del libro que leía cuando su esposa
le comentó sus planes.
―¡Ni lo sueñes!
―David, la reputación de tu nuera pende de un hilo, debemos conseguir la
colaboración de Brentwood.
Lydia intentaba convencer a su furioso marido de que acudiesen a
Brentwood House para entregarle la invitación a la fiesta personalmente.
Hamilton se pasó la mano por el rostro con frustración.
―Cariño, si consigues que nos reciba, cosa que dudo, no podemos
intervenir en algo tan privado como la forma en que trata a sus hijos, en este
caso, a su hija.
David intentaba proteger a su esposa. Conocía el frío carácter del duque y si
este le hacía un desplante a su duquesa, no se veía capaz de contenerse de
plantar su puño en su ducal nariz.
―No pretendo inmiscuirme en su forma de tratar a Jenna. Ahora es la
esposa de Callen, ya no tiene poder sobre ella, mi intención es convencerlo
para que respalde la versión que daremos sobre su... digamos, atípica boda.
David meneó la cabeza negando, al tiempo que la apuntaba con un dedo.
―Te lo advierto, si Brentwood se atreve a ofenderte, me importará un
ardite su maldito rango.
Lydia sonrió maliciosa, al tiempo que agarraba el dedo acusador.
―Mi amor, tu rango es superior al suyo mil veces, aunque ambos tengáis el
mismo. No se atreverá a insultarnos.
Mientras bebía un sorbo de su whisky, David pensó que al arrogante duque
de Brentwood no le importaría en absoluto un rango más o menos, ni le
preocuparía en lo más mínimo negarse a recibirlos, aunque quizá le pudiese la
curiosidad por la inesperada visita de los duques de Hamilton y Brandon.
r
Tres días después, Benson, después de llamar a la puerta del despacho del
duque de Brentwood, le presentó la bandeja que portaba una tarjeta de visita.
Brentwood la tomó y, después de ver el sello, miró desconcertado a su
mayordomo.
―¿Está aquí?
―Están, Su Gracia ―contestó el hombre.
El duque solo se había fijado en el sello ducal, pero cuando abrió el sobre
vio que la tarjeta anunciaba a los duques de Hamilton y Brandon.
―¡Maldita sea! ¿Dónde esperan?
―En la sala azul, Su Gracia.
Brentwood se levantó mascullando juramentos para dirigirse de inmediato a
la habitación en la que esperaba la inesperada visita.
Cuando entró en la sala, Hamilton, de espaldas observando uno de los
cuadros, se dio la vuelta.
Inclinó la cabeza cortés.
―Brentwood, gracias por recibirnos.
Brentwood respondió a su saludo y dirigió su mirada hacia la duquesa,
sentada en una otomana. Mientras Lydia se ponía en pie, Brentwood extendió
su mano para tomar la de ella y acercar sus labios.
―Excelencia, un placer verla.
―El placer es nuestro, Su Gracia, hacía mucho tiempo desde nuestro último
encuentro.
Por los ojos del duque pasó un ramalazo de tristeza. «Aún vivía Melissa»,
pensó. Lydia volvió a tomar asiento y el duque indicó con un gesto a David
que se sentara a su vez.
―¿A qué debo el placer de su visita, si puedo preguntar? ―inquirió mirando
a David.
Sin embargo, fue Lydia la que contestó.
Después de meter la mano en su retículo, sacó una tarjeta que le extendió al
duque.
―Celebro una fiesta en una semana, me agradaría que asistiera.
Brentwood miró la tarjeta como si fuese a morderle.
―Lo lamento, Excelencia, pero aunque agradezco su invitación, no suelo
acudir a fiestas.
David miró de reojo a su esposa. Esta compuso una beatífica sonrisa.
―Oh, pero en esta en concreto se anunciará algo importante para nuestras
dos familias ―afirmó con despreocupación.
La mirada de Brentwood se dirigió hacia David, que mantuvo su semblante
inexpresivo.
―Me temo que no alcanzo a comprender... ―El duque apoyó un codo en el
brazo de su sillón y se frotó la barbilla pensativo―. La única cuestión que
significaría algo para nuestras casas habría sido el compromiso de lord
Clydesdale con mi hija, pero como sabrán, ese arreglo se rompió hace tiempo.
Lydia alzó la barbilla.
―Su Gracia, la fiesta es para anunciar los esponsales de lord Clydesdale con
lady Jenna.
Brentwood se enderezó.
―Disculpe, ¿cómo dice?
―Mi hijo y lady Jenna se han casado hace varios días en Escocia, en el
palacio Hamilton.
El duque se levantó de un salto, provocando que David se tensara.
―Excelencia, si es una broma, debo decir que resulta de muy mal gusto. Mi
hija...
―Su hija se encuentra actualmente de camino a Londres, acompañada de su
marido y de lord Willesden ―anunció con frialdad Lydia.
La duquesa giró el rostro hacia su marido.
―Hamilton, ¿podrías dejarnos solos unos minutos?
Hamilton se levantó y se dirigió hacia el padre de Jenna.
―¿Le importaría que observara las pinturas de la entrada con más atención?
Hay algunas muy interesantes.
Sin alejar sus ojos del rostro de Lydia, Brentwood asintió.
―Por supuesto, Hamilton.
Mientras David salía, Brentwood observó a la dama sentada frente a él. Se
había creído enamorado de ella en su juventud. Lydia rebosaba frescura,
calidez, coraje e inteligencia... hasta que apareció Melissa. Desde que sus ojos
se posaron en aquellos del color de la niebla que había heredado Jenna, para él
no hubo ninguna otra, al igual que para su esposa no hubo otro hombre más
que él. Sacudió la cabeza para alejar los recuerdos y centrarse en la duquesa de
Hamilton.
Después de dirigir una mirada de advertencia a su esposa, David salió de la
habitación. Brentwood volvió a sentarse al tiempo que le dirigía una acerada
mirada a Lydia.
―¿Qué significa todo esto, Excelencia? Ni siquiera voy a preguntar cómo
han averiguado el paradero de Jenna.
Lydia agitó una mano con indolencia.
―Podemos obviar el tratamiento, Edward. Nos conocemos desde hace
demasiados años y creo recordar que podíamos considerarnos amigos.
―Lydia, no he dado mi permiso para esa boda. La anularé en cuanto
lleguen a Londres.
―Sabes que no puedes anularla. La pregunta es ¿por qué esa idea? Habías
aceptado el compromiso entre nuestros hijos, incluso firmasteis los acuerdos.
De hecho, Hamilton y yo estamos aquí precisamente para conocer a lady Jenna
y asistir a esa boda.
―Los acuerdos se rompieron por un capricho de mi hija ―masculló
molesto.
―No, Edward, se rompieron porque hubo un malentendido entre ellos. Se
aman, sabes lo que se siente, tú amaste una vez.
El duque se levantó y se dirigió a la ventana de la habitación. De espaldas a
ella, con las manos entrelazadas en la espalda, murmuró en voz baja:
―Sigo amándola.
Lydia se levantó para colocarse a su lado, los dos observando los jardines
de la residencia.
―Edward, ¿por qué odias a tu hija? ―preguntó con suavidad.
Él soltó sus manos y apretó los puños a los costados.
―Me la quitó, Lydia ―siseó con rencor―. Si no fuese por su maldito
defecto y el ansia de Melissa por tratar de que mejorara su visión, ella todavía
estaría conmigo.
―Lydia murió de fiebres, Edward. La niña no tuvo culpa alguna. Melissa
adoraba a esa criatura, ¿cómo crees que se sentiría si viese cómo la tratas?, ¿si
viese que la culpas de su muerte? Te dejó un regalo, dos regalos maravillosos
que son tus hijos. Y Jenna es el vivo retrato de Melissa...
El duque la interrumpió colérico.
―¡Precisamente! ¡¿No entiendes que no puedo mirarla sin verla a ella?! Cada
vez que la miro, Dios me perdone, no puedo dejar de preguntarme por qué
Melissa y no Jenna.
―Deberías de sentirte agradecido de poder contemplar el vivo retrato de tu
esposa todos los días ―repuso apenada Lydia―. No estás honrando su
recuerdo, Edward, ni su amor por ti y por vuestra hija. Jenna necesita tu apoyo
en estos momentos, piensa cómo se sentiría su madre al verte desdeñar a la
hija que amó con todo su corazón. Mel te adoraba, Edward, haz que, esté
donde esté, se siga sintiendo orgullosa de ti. ―Lydia suspiró―. Debo irme,
Edward, Hamilton se estará impacientando.
Brentwood continuó contemplando el exterior.
Cuando Lydia tomaba el pomo de la puerta, la voz del duque la detuvo.
―Asistiré a esa fiesta.
Lydia cerró los ojos durante unos instantes con alivio y, sin contestar, salió
de la habitación.
David estaba de espaldas observando uno de los cuadros. Cuando escuchó
la puerta se volvió hacia su esposa para interrogarla con la mirada.
―Asistirá.
Hamilton asintió. Tomó a su esposa por el brazo para abandonar
Brentwood House sin dejar de reparar en la tristeza de sus ojos. Suspiró,
hablaría cuando estuviese preparada. Si a él le hubiese ocurrido la misma
desgracia que a Brentwood... no podía ni imaginarse cómo podría seguir
adelante si hubiese perdido a Lydia. «No sobreviviría». se dijo.
r
A los duques les tomó por sorpresa la aparición de los recién casados,
acompañados por Gabriel, la víspera de la fiesta. Se disponían a disfrutar de la
hora del té cuando Gibson les informó de que dos carruajes se habían
detenido en la puerta principal de Brandon House, y a Lydia le faltó tiempo
para salir a la carrera, sin preocuparse de si su desconcertado marido la seguía
o no. David intercambió una mirada resignada con el mayordomo y se dispuso
a seguir a su esposa.
Uno de los lacayos ya había abierto la puerta, y en ese momento hacían su
entrada Callen y Jenna, seguidos por Gabriel.
Lydia se lanzó a los brazos de su hijo, con tal ímpetu que casi lo hizo
trastabillar.
―¡Santo Dios, mamá! ―exclamó el azorado hijo.
Lydia sonrió radiante.
―Me alegro tanto de veros ―afirmó, al tiempo que le cogía el rostro entre
las manos y besaba su mejilla.
―Lo he notado. ¡Cuánta efusividad! Solamente hemos estado fuera...
Lydia lo interrumpió.
―El tiempo es lo de menos ―repuso para girarse hacia Jenna, que
observaba el intercambio confusa. Los únicos momentos que había disfrutado
de ese cariño había sido mientras vivió su madre, después... Bueno, aunque
Gabriel era un maravilloso hermano, era un hombre, y poco dado a efusiones
cariñosas con su hermana, eso sin hablar de la indiferencia de su padre.
―Jenna, ¡por fin! Estás preciosa, cariño. ―Jenna se ruborizó hasta las orejas
ante la divertida mirada de Callen, Gabriel y David, más acostumbrados a las
vehementes expresiones cariñosas de la duquesa.
Se inclinó en una perfecta reverencia.
―Yo... gracias, Excelencia ―balbuceó con timidez.
Lydia la abrazó y la besó en la mejilla.
―Por favor, hija, nada de reverencias, ni Excelencia, por lo menos en
privado. Estamos en familia, soy Lydia o madre, como prefieras.
Sin permitir que le contestase, Lydia tomó del brazo a su nuera y se dirigió
hacia su salita privada, al tiempo que le indicaba al mayordomo:
―Gibson, que nos suban un servicio de té, por favor.
David masculló mientras movía la cabeza con resignación.
―Ni siquiera me ha permitido saludar a mi nueva hija.
Gabriel soltó una risilla, al tiempo que Callen palmeaba el hombro de su
padre.
―Puedes saludarnos a nosotros ―espetó burlón.
David sonrió mientras extendía su mano hacia Willesden.
―¿Cómo estás, Gabriel?
―Harto de estos dos, Hamilton ―murmuró el aludido―, me temo que
tendré que pasarme horas en Gentleman Jackson para eliminar los restos de
tanta ternura. Estoy saturado.
David soltó una carcajada.
―¿Podremos contar con tu compañía para cenar?
―Será un placer, Hamilton. Antes pasaré por mi casa para cambiarme.
David lo miró con seriedad.
―Gabriel, evita a Brentwood hasta que podamos hablar durante la cena.
Willesden frunció el ceño. No es que tuviera pensado precisamente hacerle
una visita de cortesía a su padre después de lo que había hecho con Jenna,
pero las palabras del duque le inquietaron. Confiaba en él lo suficiente como
para no ignorarlas. Asintió con la cabeza.
―Por supuesto. Debo irme ―fingió olisquearse―, necesito un baño muy
caliente y muy largo. Hamilton, Callen. ―Inclinó la cabeza como despedida
para después girarse y salir hacia su residencia.
Cuando Gabriel se marchó, Callen escrutó a su padre.
―¿Ha ocurrido algo?
David tomó por los hombros a su hijo para dirigirse hacia donde estaban
las damas.
―Durante la cena, hijo. Me temo que tu madre no tiene intención alguna de
repetir lo mismo varias veces.
Callen frunció el ceño. ¿Qué se le habría ocurrido a su impetuosa madre
esta vez?
La respuesta la obtuvo durante la cena.
r
Gabriel estaba estupefacto.
―¡¿Brentwood aceptó asistir a la fiesta y apoyar a Jenna?!
La sonrisa de Lydia era de autocomplacencia.
―En efecto.
Callen miró a su padre al tiempo que enarcaba una ceja.
David se encogió de hombros.
―Tu madre es capaz de cualquier cosa, hijo, deberías saberlo a estas alturas.
La única que permaneció silenciosa fue Jenna. Callen volvió su mirada hacia
ella. Sentada entre su padre y él, Gabriel estaba situado enfrente, a la izquierda
de su madre.
Callen observó que el único signo de inquietud era la fuerza con que
apretaba los cubiertos. Con suavidad, soltó la mano que tenía más cerca de él,
del cubierto que aferraba, para cubrirla con la suya.
―No tengo intención de aparecer sin mis gafas, no me importa en absoluto
lo que piense ―afirmó, sin despegar la mirada de su plato.
Callen y Gabriel se miraron.
―Jen, eres mi esposa, él no tiene poder alguno sobre ti. Como si quieres
aparecer desnuda... bueno, desnuda no, pongamos en harapos ―bromeó
Callen, intentando eliminar la tensión de su mujer.
Ya estaban en los postres y Lydia se dio cuenta de que Jenna ya no probaría
bocado alguno. Se levantó, al tiempo que los caballeros hacían lo mismo.
―Jenna, cariño, acompáñame. Dejemos a los caballeros disfrutar de sus
bebidas.
Su nuera la miró entre lágrimas mientras se levantaba. Lydia intercambió
una mirada con Callen.
«Yo me ocuparé», pareció decirle, y su hijo pareció entenderla porque
asintió.
La duquesa condujo a Jenna a la sala contigua al comedor. La hizo sentarse
en uno de los amplios sofás y se sentó junto a ella. Después de tomarle una
mano con cariño, suspiró.
―Hija, si Brentwood acude a la fiesta será para apoyarte, apoyaros a Callen
y a ti. Él no se molestaría en acudir solo para ponerte en evidencia, puesto que
se expondría a sí mismo. Entiendo que no confíes en él, y por supuesto, no
pretendo que lo hagas, pero... ―Lydia alzó la mirada para fijar la vista en un
punto frente a ella―. Brentwood nunca volvió a ser el mismo después de
perder a tu madre. No soy quién para darte más explicaciones, pero te diré que
la amaba profundamente. Si yo perdiese a David, no sé cómo podría seguir
adelante...
―No rechazarías a tus hijos. ―La fría voz de Jenna la interrumpió.
Lydia movió la cabeza negando.
―No, por supuesto que no, cariño, pero cada corazón sabe de sus
sentimientos. No todos reaccionamos de la misma manera ante un dolor
semejante, sobre todo si perdemos nuestra luz, nuestra razón para vivir, y
Melissa lo era todo para Brentwood. No estoy justificando su
comportamiento. Nada justifica ignorar de ese modo a unos hijos, sobre todo
cuando fueron concebidos con tanto amor como se tenían tus padres. ―La
duquesa escrutó el rostro de su nuera―. Permíteme una pregunta, ¿Brentwood
siempre se comportó con indiferencia hacia vosotros?
Jenna negó con la cabeza.
―No. Recuerdo un padre cariñoso, incluso bromeaba con mi madre y
conmigo a costa de mis gafas. ―Se encogió de hombros―. No sé cómo se
comportaría con Gabriel, él ya estaba en el colegio cuando nací, y cuando
mamá... bueno, él ya era un hombre y vivía en su propia residencia.
Lydia apretó la mano de Jenna, que aún mantenía entre las suyas.
―No te inquietes por la fiesta. Te puedo asegurar que Brentwood no os
hará ningún desplante, ni a ti ni, por supuesto, a Callen. ―Jenna abrió la boca
para preguntar, sin embargo, la duquesa se adelantó a su pregunta―. No,
tampoco a Gabriel. Sé que perder a Melisa fue un duro golpe para todos, tú
perdiste a tu madre y él perdió a su compañera de vida. Jenna, piensa que
mientras tú tienes todo un futuro por delante al lado de Callen, él está solo,
solo con sus recuerdos. Creo que, a pesar del tiempo transcurrido, no ha
logrado superar ni entender su pérdida.
»Eres exactamente igual a Melissa ―continuó Lydia―, no me extenderé
más, no me compete a mí. Solo imagina que Callen faltase y vuestro hijo fuese
su vivo retrato, que cada vez que lo vieses recordases lo que has perdido.
Quizá agradecieses poder ver a Callen en tu hijo todos los días, sin embargo,
no todos los corazones son iguales. Piensa en ello, cariño.
―Gracias, Lydia. ―Jenna no podía olvidar todos los desprecios y desplantes
sufridos a manos de su padre, sin embargo, las palabras de la duquesa
consiguieron que, no precisamente fuera a justificarlos, sino que viese el punto
de vista de Brentwood, aunque estuviese equivocado.
Lydia palmeó la mano de Jenna, animosa.
―Hablando del baile, me temo que no tendrás un vestido adecuado, ¿me
equivoco? En la mañana iremos a la modista.
―No llevaba ningún vestido de fiesta en el equipaje, supuse que no me
harían falta. Pero con tan poco tiempo ningún taller dispondrá de nada
adecuado ―repuso Jenna.
―No te preocupes, algo habrá que pueda servirte. ―Sonrió maliciosa―. De
algo tendrá que servirme ser dos veces duquesa.
Jenna soltó una risilla. Estaba segura de que, con la duquesa al lado, saldría
de la modista con un vestido, aunque otra dama tuviese que quedarse sin él.
r
Mientras, en el salón comedor, donde se habían quedado los caballeros, una
conversación similar tenía lugar.
―Supongo que tienes razón en que Brentwood no superó la muerte de mi
madre, pero eso no justifica su comportamiento con Jenna. ―Gabriel sí era lo
suficiente mayor como para haber comprobado el cambio de su padre después
de morir la duquesa, sin embargo, quien pagó el dolor y la amargura del duque
fue su hermana.
David ladeó la cabeza.
―La culpa de su muerte, Gabriel. Tiene la convicción de que, si Melissa no
se hubiera empeñado en ir a ese médico, todavía estaría viva.
Gabriel enarcó una ceja, desdeñoso.
―Lo sé ―continuó David―, Jenna no tuvo culpa alguna, pero Brentwood,
en su dolor, necesita culpar a alguien. Eso sin contar que tu hermana es el vivo
retrato de Melissa. Cada vez que la ve, ve a su esposa. ―David meneó la cabeza
abatido―. Es difícil de entender, pero cada corazón es un mundo y cada uno
afronta el dolor como puede, y me temo que Brentwood todavía no es capaz
de afrontarlo.
―¡Por Dios, han pasado casi nueve años! ―exclamó Gabriel.
David lo miró con tristeza.
―Cuando amas a una persona de la manera en que Brentwood amó a tu
madre, y la pierdes, a veces ni toda una vida es suficiente para superarlo.
Callen escuchaba en silencio el intercambio entre su padre y Gabriel. Bebió
un sorbo de su whisky mientras cavilaba en las palabras de Hamilton. Si él
perdiese a Jenna... solo de pensar en esa posibilidad el miedo lo atenazó.
Se levantó ante la sorprendida mirada del duque y Gabriel. Necesitaba verla,
abrazarla en ese preciso momento.
―Las damas nos esperan ―espetó mientras se dirigía hacia la puerta que
habían cruzado minutos antes su madre y su esposa.
David y Gabriel se miraron atónitos. David esbozó una media sonrisa: o
mucho se engañaba, o creía saber la razón de las prisas de su hijo por reunirse
con su mujer.
r
Más tarde, en la noche, en el dormitorio de Callen, este observaba a su
esposa cepillarse el cabello. Sorprendido, se dio cuenta de que no se
encontraba incómodo con esos pequeños rituales domésticos. Acostumbrado
a otro tipo de relaciones en las que el afecto o la complicidad no estaban
implicados, nunca se había parado a pensar en lo que significaba tener
verdadera intimidad con una mujer. Con asombro, reconoció que le gustaba,
vaya si le gustaba.
―¿Estás bien?
Jenna lo miró a través del espejo. Reclinado en la cama, con una pierna
doblada en la que apoyaba su brazo, con esa mirada somnolienta, era la viva
imagen de la sensualidad.
―Sí ―sonrió―. Tu madre ha sabido cómo calmar mi ansiedad por el
encuentro con Brentwood.
Callen enarcó las cejas.
―Es su vena escocesa ―afirmó burlón.
Jenna soltó una carcajada.
―Callen, por mucho que lo desees, tu madre es inglesa, no escocesa.
Su marido se encogió de hombros.
―Lleva mucho tiempo en Escocia, casi se ha olvidado de que nació en este
condenado país. ―Alzó la mano para apoyar su cara en ella―. Por cierto,
inglesa, ¿te falta mucho? Demasiado cepillado para despeinarte en unos
instantes.
Su esposa sonrió maliciosa.
―No me despeinaré si me lo trenzo. ―Pícara, hizo el ademán de recoger su
cabello sabiendo la previsible reacción de Callen.
―¡Ni se te ocurra! ―espetó con ademán ofendido, mientras se
incorporaba―. Ven aquí y deja de remolonear.
Jenna se puso de pie y se dirigió hacia la cama. Callen enarcó las cejas
perplejo.
―¡No pretenderás acostarte con... ¿con esa cosa?! ―inquirió señalando el
recatado camisón que vestía su mujer.
Ella rodó los ojos.
―Callen, tus padres están en la casa.
―En la casa, tú lo has dicho, no compartimos habitación, mucho menos
cama. ―Se volvió a reclinar mientras la miraba con malicia―. Da lo mismo, yo
te lo quitaré.
Jenna jadeó. No es que le tuviera un especial cariño al virginal camisón,
pero sabía la manera que tenía su marido de quitárselo. Había destrozado ya
tres camisones durante el viaje desde Escocia.
Suspiró, al tiempo que soltaba la lazada que sujetaba el cerrado escote y
dejaba caer la recatada vestimenta.
Los ojos de Callen brillaron al ver el hermoso cuerpo de su esposa en todo
su esplendor.
―Mucho mejor ―repuso, al tiempo que subía y bajaba sus cejas con
picardía.
Jenna avanzó y se tumbó al lado de su marido. Este lanzó un brazo y se lo
pasó por debajo para acercarla a él.
―No tan lejos, inglesa.
Cuando la besó y sus manos comenzaron a vagar por su cuerpo, Jenna ya
estaba dispuesta para él. Diablos, ese hombre solo tenía que tocarla con un
dedo para que el deseo por él la envolviese. Callen posó su mano en el
montículo de rizos, sonrió con picardía al tiempo que, de un suave
movimiento, la alzaba y la colocaba a horcajadas sobre él.
Jenna lo miró inquisitiva, sin embargo, al notar la dureza bajo su húmedo
núcleo femenino, no pudo evitar rozarse contra él presa de la excitación.
Callen sonrió.
―Así, inglesa ―susurró con voz ronca―. Disfruta de mi cuerpo. Es todo
tuyo.
Jenna, con las manos apoyadas en el pecho de Callen, se movía cada vez
más frenéticamente, hasta que, con un grito, alcanzó el éxtasis. Su marido no
perdió el tiempo, tomándola por las caderas la situó sobre su erecto miembro
y, lentamente, la hizo bajar sobre él.
Al principio, ella, todavía envuelta en los rescoldos de su liberación, no
asimiló la maniobra de su marido, sin embargo, cuando notó que, en esta
posición, su cuerpo se sentía completamente lleno de él, miró a Callen con
sorpresa.
―Sube y baja, cariño, como si me cabalgaras ―murmuró. Dios, era perfecta.
Su cuerpo lo acogía como si hubiera sido creado para él.
Jenna colocó las manos en los muslos de Callen y, lentamente al comienzo,
comenzó a moverse. Una de las grandes manos de Callen la sujetaba para
ayudarla, mientras la otra vagaba de un pecho femenino a otro, estimulándolos.
De repente el rubor de Jenna aumentó y sus movimientos se hicieron más
acelerados. Callen gimió.
―Cariño ―jadeó―, no podré aguantar...
Jenna bajó la mirada y se encontró con los cálidos ojos de Callen prendidos
en ella. Esa mirada llena de amor y deseo prendida en ella era todo lo que
necesitaba para tensarse y explotar por segunda vez. Callen, al sentirla, empujó
con fuerza dos, tres veces, para derramarse en su interior con un gruñido.
Ella se derrumbó sobre el cuerpo masculino, sintiendo todavía los últimos
temblores del miembro de Callen en su interior. Él la abrazó con fuerza.
Después de besarla, y con el rostro de Jenna encajado entre su cuello y su
hombro, susurró casi para sí mismo:
―Casi compadezco a Brentwood. Si te perdiese... creo que no podría
soportarlo.
Jenna alzó un poco su rostro hacia él, frunciendo el ceño.
Callen sonrió con ternura, al tiempo que acariciaba su mejilla.
―No estoy disculpando su comportamiento contigo, mi amor, solamente
estoy pensando en su miserable vida sin la mujer a la que amaba.
Ella besó con ternura el hueco del cuello de su marido. Todos habían
perdido con la muerte de su madre, pero mientras ellos un día encontrarían
alguien a quien amar, tal y como había sucedido con ella, su padre
permanecería el resto de su vida solo. Ese pensamiento no consiguió alejar el
dolor de años de desprecios, pero sirvió para darse cuenta de que los
corazones iban por su cuenta, sin escuchar al sentido común. Rogó para que
ella jamás se viese en la tesitura de Brentwood si perdiese a Callen.
k Capítulo 19 l

LA mañana de la fiesta resultó agotadora para Jenna. Se preguntaba, después


de seguir a la duquesa recorriendo zapaterías y sombrererías por todo Bond
Street, hasta llegar a la tienda de una de las modistas más reputadas de
Londres, cómo era posible que la dama tuviese tanta energía, si ella misma,
mucho más joven, estaba exhausta después de visitar la tercera o cuarta tienda.
Al final, tendría razón Callen cuando insistía en que su madre tenía más de
escocesa que de inglesa.
El taller de madame Durand se había labrado una merecida fama de ser, si
no el mejor, uno de los mejores de Londres. La dama no se plegaba a los
caprichos de las madres empeñadas en vestir a sus hijas como si fuesen regalos
de Navidad. Si un vestido, color o diseño, no era el adecuado para el físico de
una dama, no tenía reparo alguno en decirlo, y si la clienta insistía, la modista
no se reprimía en enviarla a otro taller que fuese más comprensivo con sus
deseos.
Una vez que la propia modista las recibió y las condujo a un salón privado,
donde tomaron asiento, madame escuchó con atención a la duquesa.
―Me disculpo por requerir sus servicios con tan poca antelación, madame,
pero mi nuera, lady Clydesdale, apenas llegó la víspera sin saber que esta noche
celebro una fiesta para anunciar sus esponsales, y me temo que no dispone del
vestido adecuado.
Madame Durand sonrió cordial.
―No son necesarias sus disculpas, Excelencia. En el taller siempre
contamos con algún vestido que, o bien no fue recogido por la clienta, o bien
se ha finalizado su confección pero tardarán en recogerlo.
La modista escrutó atenta a Jenna.
―Creo que podemos tener algo que le sentaría muy bien a su tono de piel y
cabello y, por supuesto, destacaría esos preciosos ojos. Si me disculpan un
momento.
Mientras madame salía de la sala, Jenna frunció el ceño.
―¿De verdad encontrará algo adecuado?
Lydia sonrió.
―Casi todos los talleres cuentan con vestidos desechados por cualquier
motivo: impago, capricho... ―Se inclinó hacia Jenna para susurrarle―: Además,
si a madame Durand le gustas, encontrará algo aunque tenga que dejar a otra
dama sin vestir.
No había acabado de decir estas palabras cuando la modista entró seguida
por tres costureras, dos de las cuales sostenían con cuidado un vestido
envuelto en seda.
Sonriente, se dirigió a Jenna.
―Si es tan amable de seguirme, milady.
La condujo hacia la tarima que había en mitad de la habitación, oculta de la
vista por unas cortinas, donde una de las costureras la ayudó a desvestirse bajo
la crítica y experta mirada de la modista.
Madame Durand, después de despojarla del corsé y observar su camisola
con el ceño fruncido, susurró algo a la costurera, que salió a la carrera.
―Milady ―solicitó la modista―, debo pedirle que se quite su camisola. Sé
que es inusual, y no muy decoroso, pero le ruego que confíe en mí.
Jenna se ruborizó. Quedarse completamente desnuda delante de la modista
era algo completamente inapropiado. Dudó unos instantes hasta que decidió
que si madame se lo había pedido sería por alguna razón importante.
Una mano que sostenía algo blanco apareció entre las cortinas. Al tomarlo
la modista, Jenna se fijó en que eran unas enaguas.
La modista la ayudó a ponérselas, al tiempo que entraban las dos costureras
con el vestido. Las muchachas debían estar acostumbradas a la forma de
probar la ropa de madame, puesto que ninguna hizo el más mínimo gesto de
azoro o curiosidad al ver a Jenna desnuda de cintura para arriba.
Entre las dos le colocaron el vestido. Jenna, confusa por la ausencia de más
ropa interior, interrogó a madame Durand.
―Disculpe, madame, pero ¿no necesitaría un corsé debajo del vestido?
La modista contestó con la mirada puesta en las costureras que colocaban
el atavío en el cuerpo de Jenna.
―Verá que no es necesario. El vestido está diseñado para que el corsé
forme parte de él, no como prenda independiente.
Cuando las muchachas acabaron de cerrar la espalda del vestido, madame
Durand sonrió satisfecha.
―Et voilà, magnifique! ―exclamó mientras abría las cortinas para que la
duquesa pudiese contemplar a Jenna.
Lydia se levantó atónita.
―¡Por todos los cielos, hija, estás espectacular! ―Volvió su mirada hacia la
modista, que observaba complacida―, Madame, es una creación
verdaderamente exquisita.
La modista hizo un gesto displicente con la mano.
―El vestido necesitaba a alguien apropiado para lucirlo, y resulta perfecto
para milady.
Cuando Jenna se miró en los amplios espejos que acercaron las costureras,
jadeó de asombro.
El vestido era impresionante. Una creación en tafetán borgoña que dejaba
los hombros al descubierto y con un amplio escote. Las cortas mangas, un
poco abullonadas, estaban prendidas a los lados del escote de una manera tan
perfecta que dejaban amplio margen de movimiento sin resultar incómodas. Se
ceñía a su cuerpo como un guante gracias al disimulado corsé incluido en el
vestido, que no resultaba incómodo ni asfixiante. El único adorno, si se le
podía llamar así, era un ligero drapeado en el escote. Jenna no pudo menos de
admirar la sencilla elegancia de la prenda.
―Mais oui, con el vestido le serán entregados los guantes y los zapatos
―afirmó la modista.
Hizo un gesto a las costureras, que se apresuraron a cerrar las cortinas para
desvestir a Jenna y volver a ponerle su traje de mañana.
―¿Le parece bien a primera hora de la tarde, Su Gracia?
―Por supuesto. Madame, no puede imaginar lo agradecida que le estoy
―respondió Lydia.
―Ha sido un placer, Su Gracia, vestir a una dama tan adorable como lady
Clydesdale. Ese vestido suplicaba alguien que pudiese lucirlo como se merecía
―concluyó sonriente.
Después de probarse algún zapato para comprobar la talla, Jenna y Lydia
volvieron a Brandon House, cansadas pero plenamente satisfechas.
r
Callen se reunió con su padre en el vestíbulo para esperar a las damas.
Inquieto, no paraba de pasear por el amplio recibidor.
―¿Podría saber qué te ocurre? Pareces un crío sufriendo un berrinche
porque no le permiten jugar.
―Me han echado de la habitación de mi esposa ―masculló enfurruñado.
David enarcó una ceja.
―¿Y por qué deberías estar tú allí mientras la visten?
―Porque es mi esposa ―espetó Callen con irritación.
David soltó una risilla.
―Por Dios, hijo, no es como si la fuesen a secuestrar. La verás en unos
minutos. Además, resultaría un tanto... embarazoso que permanecieras sentado
contemplando cómo preparan a tu mujer.
Callen soltó un gruñido.
―Ni siquiera me permitieron ver el vestido ―refunfuñó.
Un movimiento en las escaleras hizo que ambos hombres levantasen la
vista. Lydia bajaba por ellas con una amplia sonrisa.
David la observó con orgullo. Conservaba toda su belleza a pesar de los
años pasados, y el vestido azul oscuro que llevaba destacaba su cremosa tez y
sus preciosos ojos azules. Se acercó a las escaleras y extendió su mano para
ayudarla a bajar los últimos escalones. Mientras besaba su mano enguantada,
susurró:
―Está preciosa, Su Gracia.
Lydia hizo una graciosa reverencia.
―Es usted muy amable, Excelencia.
Callen se acercó a sus padres.
―¿Por qué tarda tanto? ―exclamó, sin dirigirse a nadie en particular.
Lydia miró interrogante a su marido.
―Tiene un berrinche porque no le habéis permitido ver a Jenna ―explicó,
mientras se encogía de hombros.
La duquesa soltó una risilla.
―Valdrá la pena la espera, hijo, te lo aseguro.
Callen miró hacia las escaleras al sentir un movimiento. Cuando vio
aparecer a Jenna, casi cae de rodillas.
Estupefacto, solo pudo balbucear:
―¡Santo Dios!
Envuelta en el maravilloso vestido borgoña, con el aderezo de rubís que le
había regalado y unos guantes grises muy claros, a juego con sus zapatos según
le pareció ver, Jenna estaba impresionante. Sus gafas encajaban a la perfección
en el atuendo.
Paralizado, se sobresaltó cuando su padre le dio un disimulado codazo para
indicarle que debía recibirla al pie de la escalera. Casi tropieza con sus propios
pies cuando comenzó a caminar hacia ella.
Jenna lucía una radiante sonrisa, consciente del efecto que había causado en
su marido.
Callen extendió las dos manos hacia ella.
―Exquisita ―logró balbucear mientras su ardiente mirada recorría el
cuerpo de su esposa de arriba abajo, para volver a subir deteniéndose en su
escote.
Frunció el ceño.
―Gracias a Dios por las gafas ―susurró para sí, aunque fue escuchado por
ella.
―¿Las gafas? ―inquirió ella desconcertada.
Callen esbozó una sonrisa torcida.
―Si no las llevases y saludases a algún caballero de la forma en que me
recibiste a mí en aquel baile, me temo que mi temperamento escocés haría su
aparición. ―Besó su mano enguantada―. Por Dios, Jenna, ningún caballero
que tenga ojos en la cara será capaz de apartarlos de ti.
La risa de su esposa le provocó un latigazo en la entrepierna. Pensar que
había estado celoso de que sus sonrisas las dirigiese a aquel idiota del
vizconde...
Se acercaron a los duques. David, galante, elogió el atuendo de su nuera, al
tiempo que Lydia daba las últimas indicaciones:
―Acompaña a Jenna al salón de baile, y después vuelve, le enviaré a Gabriel
en cuanto llegue, le hará compañía mientras llega el resto de los invitados.
La línea de recepción estaría formada por los duques de Hamilton y el
marqués de Clydesdale. Lydia pretendía que el anuncio de la boda de su hijo
fuese una sorpresa.
r
Callen agradeció que los primeros invitados en llegar fuesen, después de
Gabriel, el conde de Craddock con su hermana, lady Frances, el vizconde
Hyland acompañado de lord Darrell Ridley, a los que siguieron los condes de
Balfour, que servían de carabina a lady Celia y a la señorita Holden, y los
marqueses de Rochford. La última en llegar fue lady Lilith Edwards, con su
chaperona.
Se sentía mucho más tranquilo sabiendo que Jenna estaría rodeada de sus
amigos cuando llegase Brentwood, si es que llegaba, puesto que la línea de
recepción estaba a punto de disolverse y el duque no había hecho su aparición.
Escuchó a su padre susurrar a Lydia.
―Me temo que se ha arrepentido.
Lydia rozó la mano de su marido con disimulo.
―Vendrá.
Callen meneó la cabeza con disgusto. Su madre tenía demasiada fe en sus
dotes de persuasión, y mucho se temía que esta vez le habían fallado.
Las amigas de Jenna la rodeaban felices de verla. Ella enseguida tomó las
manos de su prima.
―¿Estás bien? ¿Brentwood te ha molestado de alguna manera?
Celia sonrió.
―En realidad, tal parece que nunca he existido para él. Ni se ha molestado
en ponerse en contacto con los condes, por lo menos para saber si mi
presencia durante tanto tiempo en Balfour House pudiese incomodarlos.
Apretó las manos de su prima.
―¿Eres feliz con el marqués de la voz bonita? ―inquirió bromista.
―Completamente. Le adoro, Celia, y él a mí.
En ese momento, los duques se acercaron con lord y lady Rochford y los
condes de Balfour.
Jenna miró preocupada y aliviada a partes iguales a Lydia.
―No vendrá.
―¡Su gracia el duque de Brentwood! ―Se oyó anunciar al mayordomo.
Jenna se tensó, al tiempo que Lydia enarcaba una ceja en dirección a su
esposo.
«Te lo dije», pareció decirle, mientras David rodaba los ojos.
Los duques se adelantaron un paso para recibir a Brentwood, que ya se
dirigía hacia ellos. Los invitados que no bailaban, y los que danzaban también,
para el caso, estaban pendientes de la reacción del duque ante sus hijos.
Después de saludarse, Brentwood dirigió su mirada a Jenna. Con la barbilla
alta, ella esperaba la reacción de su padre. Callen no podía por menos que
sentirse orgulloso de la compostura de su mujer. Al lado de su hermana,
Gabriel no quitaba los ojos de su padre.
Brentwood se acercó a su hija. Los ojos fijos en su rostro, pero con
expresión insondable. Cuando su hija realizó una profunda reverencia, el
duque extendió una mano hacia ella, que Jenna tomó.
―Su Gracia.
―Jenna ―pareció que el duque no iba a decir más, sin embargo, añadió―:
estás preciosa.
Ella disimuló cuanto pudo su sorpresa por el inesperado cumplido, y su
estupor fue en aumento cuando las manos temblorosas del duque tomaron sus
hombros para acercarla a él y besarla en la mejilla. Acto seguido, se volvió
hacia un estupefacto Gabriel y le tendió su mano.
―Willesden.
Gabriel inclinó la cabeza con respeto, al tiempo que estrechaba la mano
tendida.
―Su Gracia.
El duque se giró hacia Callen, situado al otro lado de Jenna.
―Lord Clydesdale. ―Realizó el mismo gesto que con su hijo, siendo
correspondido por Callen de la misma manera.
Mirando a la pareja, el duque comentó:
―Mis más sinceras felicitaciones.
Jenna se inclinó, mientras Callen asentía con la cabeza.
―Gracias, Excelencia.
En ese momento, Lydia tomó las riendas de la situación.
―Brentwood, creo que deberíamos hacer el anuncio.
El duque asintió, al tiempo que con una mano hacía un gesto indicando a la
duquesa que lo precediese.
Los duques de Hamilton se dirigieron al estrado seguidos por el duque de
Brentwood. Una vez allí, Hamilton, con Brentwood situado a su lado, tomó la
palabra ante la generalizada expectación.
La música se detuvo mientras el duque comenzaba.
―Damas y caballeros, es un inmenso placer para su gracia el duque de
Brentwood y para mí, anunciarles el reciente matrimonio de nuestros hijos, su
señoría el marqués de Clydesdale y lady Jenna Leighton.
Callen y Jenna avanzaron al estrado entre los suaves murmullos de los
presentes. Brentwood, cortés, extendió la mano para ayudar a su hija a subir, al
tiempo que la situaba a su lado, dejando al otro lado de Jenna a Callen y a sus
padres.
Los lacayos ya repartían copas de champán entre los invitados, y uno se
acercó hacia el estrado para entregarlas a los duques y a los recién casados.
Cuando todos tuvieron sus copas, Brentwood levantó la suya.
―Permítanme agradecer la gentileza de sus gracias los duques de Hamilton
y Brandon, que generosamente han puesto a disposición de los novios el
Palacio de Hamilton en Escocia para realizar su matrimonio, acompañados de
mi heredero, el marqués de Willesden, como representante de la familia. ―Los
dos duques y la duquesa inclinaron sus cabezas corteses―. Brindemos por la
felicidad del nuevo matrimonio.
Todos alzaron sus copas, al tiempo que, ante un gesto de Lydia, la música
comenzó a sonar. Callen y Jenna abrirían el baile.
Cuando el vals estaba a punto de finalizar, Lydia le dio un disimulado
codazo a Brentwood, señalando la pista de baile y a su hija.
―¿No crees que ya me has pedido demasiado, Lydia? Susurró Brentwood
sin quitar la vista de la pareja, que bailaba sonriente.
Lydia simplemente enarcó una ceja en su dirección. Por lo que, cuando la
pareja se acercó a ellos, Brentwood suspiró al tiempo que le solicitaba el baile a
su hija.
―¿Podría tener el placer de bailar contigo? ―murmuró con algo de recelo.
Jenna se inclinó en una reverencia.
―Por supuesto, Su Gracia, será un honor.
Gabriel y Callen abrieron los ojos como platos al ver a padre e hija dirigirse
a la pista de baile.
Al momento, ambos dirigieron sus atónitas miradas hacia Lydia, que los
observaba con la expresión del gato que se comió la crema.
Gabriel susurró al oído de Callen.
―Disculpa, pero a veces lady Hamilton me aterroriza.
Antes de que Callen pudiese contestar, se escuchó la suave voz de Lydia.
―Te he oído, Gabriel. ―El aludido tragó en seco mientras la duquesa se
giraba hacia su marido―. ¿Tendré que pedirte yo un baile? ―inquirió burlona.
David contestó en el mismo tono.
―Sería una agradable novedad. ―Tendió el brazo a su esposa―. ¿Vamos?
Callen y Gabriel observaban a las parejas cuando Darrell, Justin y Kenneth
se acercaron.
―¿Cómo demonios ha conseguido Su Gracia este milagro? ―masculló
Justin.
Kenneth rio entre dientes.
―Le habrá hecho un conjuro escocés.
Callen rodó los ojos. Ni él mismo, y conocía a su madre a la perfección,
tenía idea de cómo había conseguido que el indiferente duque de Brentwood
apoyase a su hija.
―La duquesa es magnífica. ―Se escuchó la voz de Darrell con un tono de
admiración que hizo que los ojos de sus amigos se volviesen hacia él―. ¡¿Qué?!
―exclamó, al tiempo que se encogía de hombros―. Al César lo que es del César
―masculló mientras sonreía ladino―. De lo que tenéis que preocuparos es de
que a Su Gracia no se le meta entre ceja y ceja casaros. ―Soltó una carcajada―.
Ni el propio Lucifer podría salvaros, si se empeña en ello.
Darrell miró hacia donde se encontraban las amigas de Jenna.
―No deseo incurrir en la ira de Su Gracia, así que voy a solicitar algún que
otro baile. ―Al tiempo que comenzaba a caminar, habló sobre su hombro―:
Caballeros, les aconsejo que sigan mi ejemplo.
Los tres solteros que quedaban se miraron entre sí alarmados. Después de
murmurar unas aturulladas disculpas a Callen, salieron en estampida en
dirección a las damas con las que ya se había reunido Darrell.
Al acabar la pieza, Brentwood dirigió a Jenna hacia su marido. Después se
giró hacia Lydia y David.
―Creo que he cumplido con mi papel de forma satisfactoria. ―Clavó su
mirada en Lydia―. Si me disculpan, mi tarea aquí ha acabado.
Después de inclinar cortés la cabeza hacia los duques y sus hijos,
Brentwood se dirigió hacia la salida.
Cuando el duque desapareció, la condesa de Balfour y la marquesa de
Rochford se acercaron a Lydia.
―¡Por Dios Santo, creí que me daba una apoplejía cuando vi a Brentwood
comportarse casi como un padre con lady Clydesdale! ¿Cómo lo has
conseguido? ―preguntó curiosa.
Lydia sonrió enigmática, sin contestar.
r
La fiesta había resultado todo un éxito, nadie cuestionó la ausencia de Jenna
de Londres ni su regreso de Escocia convertida en lady Clydesdale. La
aceptación expresa del duque de Brentwood bastó para acallar cualquier
reticencia.
En la alcoba del matrimonio, Callen ayudaba a su mujer a desvestirse. No
había podido observar cómo la vestían, pero quitarle la ropa le resultaba, con
mucho, más agradable.
Cuando soltó los disimulados ganchos que sujetaban su vestido, las cejas
casi le dan la vuelta a la cabeza.
―¡Por todos los demonios de Lucifer! ―exclamó agradablemente
estupefacto.
Jenna sonrió para sí al darse cuenta de la razón por la que su marido se
había alterado.
―¡Estás desnuda bajo el vestido! ―espetó, mientras la parte baja de su
cintura comenzaba a alborotarse.
―Un diseño nuevo de madame Durand. No es necesario corsé, va incluido
en el vestido ―aclaró Jenna.
―Ni tampoco camisola, por lo que veo.
―No, se verían a causa del diseño. Pero sí enaguas, por si te preocupa el
decoro ―murmuró Jenna, jocosa.
―El decoro me importa una mierda. ―Jenna ya estaba acostumbrada al...
peculiar lenguaje de Callen, por lo que no se inmutó ni él pidió disculpas―. Eso
se avisa, mujer.
Jenna enarcó las cejas mientras se giraba hacia su marido.
―¿Acaso pretendías que te avisase en plena fiesta de que no llevo camisola?
Pensando en las implicaciones para su entrepierna si tal cosa hubiese
sabido, Callen frunció el ceño.
―No. Mucho mejor así, o entonces ni Brentwood te hubiese salvado del
escándalo de que tu nuevo marido te sacase de la fiesta encima de su hombro.
Jenna soltó una risilla, sin embargo, se inquietó al notar que los
temblorosos dedos de Callen ya no tenían la agilidad con la que había
empezado a desvestirla.
―Ni se te ocurra rasgar el vestido ―avisó.
Los dedos masculinos acariciaron la desnuda espalda, enviando escalofríos
de anticipación a Jenna.
―No se me ocurriría. Este vestido quedará para mi disfrute particular... a
solas tú y yo ―aclaró Callen con voz ronca.
Una vez el vestido cayó a los pies de Jenna, Callen la despojó de su enagua
y sus medias y zapatos. Tomándola en sus brazos, la llevó a la cama, para en
seguida despojarse de su ropa y tenderse a su lado.
Jenna se acurrucó contra el cuerpo masculino.
―Nunca creí que el duque pudiese apoyarme en público, para el caso, ni
siquiera en privado ―susurró.
―A mí también me sorprendió, no digamos a Gabriel. ―Callen rio
quedamente―. Creí que se le iba a desencajar la mandíbula cuando Brentwood
te besó.
Jenna alzó un poco el rostro.
―¿Qué crees que pudo argumentar tu madre para conseguir su presencia?
Callen alejó un poco la cabeza para contemplar mejor el rostro de su
esposa.
―Si te soy sincero, ni lo sé, ni me importa. ―Sonrió con picardía mientras
Jenna observaba cómo sus caídos párpados caían aún más y sus ojos se
oscurecían―. Lo único en que puedo pensar es en ti y ese vestido sobre tu piel
desnuda.
Jenna soltó una carcajada al tiempo que su marido colocaba una mano en
su mentón para besarla.
―Ven aquí, inglesa, y permíteme demostrarte cuánto me gustó ese lujurioso
vestido tuyo.
k Epílogo l

HABÍAN pasado tres semanas desde la fiesta de esponsales. Estaban a finales de


agosto y la mayor parte de la nobleza se había retirado ya a sus pabellones de
caza o a sus fincas campestres.
Los cuatro amigos, reunidos en su rincón preferido de Brooks’s, vieron a
Callen dirigirse hacia ellos.
―¡Vaya! Los tortolitos comienzan a hacer vidas separadas ―comentó
bromista Kenneth―. ¿No es un poco pronto incluso para ti, escocés?
Callen rodó los ojos con fastidio.
―Mi madre se la ha llevado a elegir un nuevo guardarropa.
Darrell sonrió con malicia.
―Bueno, si los vestidos que elija son como el de la fiesta... estaremos
encantados de... admirarlos.
Callen le dirigió una mirada asesina.
―Hablas de mi esposa, Darrell. El único que admira sus vestidos o la falta
de ellos soy yo ―espetó.
Los cuatro soltaron una carcajada. «Vaya con el escocés, tantas reticencias
con las inglesas… Y ahora, ver para creer», pensó Darrell.
Callen se dejó caer en uno de los sillones e hizo un gesto a uno de los
lacayos para que le sirviese una bebida.
Sacó unos tarjetones del bolsillo y comenzó a repartirlos.
―Mi madre da una cena en dos días.
Justin enarcó una ceja.
―Por favor, miénteme y dime que esta vez no está invitado ese jabalí
belicoso.
Kenneth contestó por Callen.
―¡Por Dios, Jus, supéralo de una vez! Superaste la otra cena sin daños
visibles. Ni siquiera intentó apuñalarte con el cuchillo de postre, ni clavarte un
tenedor en la mano.
Las carcajadas de sus amigos hicieron que el color subiese por el cuello del
conde de Craddock.
―Esa mujer es imprevisible, dadle tiempo y oportunidad ―masculló
molesto.
r
La velada transcurría cómoda y agradablemente, como no podía ser de otro
modo. Con Callen y Jenna felizmente casados, Lydia ni siquiera había
planteado la posibilidad de renovar los votos nupciales en Londres. Le bastaba
con ver a su hijo feliz y siendo profundamente amado.
Solo tres personas se comportaban de manera desconcertante, en realidad
una, puesto que los otros dos, Justin y lady Lilith, intercambiaban miradas
desconfiadas. Sin embargo, lady Celia estaba extrañamente callada y pensativa.
Cuando los caballeros se reunieron con las damas, David se dirigió hacia su
esposa.
―Creo que toda la... confusa situación por la que hemos pasado ha sido
resuelta, querida. Me pediste que cuando eso sucediese te recordase algo
―repuso con tono amable.
Lydia frunció el ceño como si considerase las palabras de su marido,
aunque sabía perfectamente a qué se refería. Miró a Darrell que, al ver la aguda
mirada de la duquesa en él, tragó en seco.
Lydia se levantó al tiempo que se dirigía al receloso muchacho. Lo tomó del
brazo.
―Salgamos un momento a la terraza, la temperatura es muy agradable
―ordenó más que solicitó, con voz demasiado suave para el gusto de Darrell.
Darrell miró suplicante al duque, que se encogió de hombros.
«Apáñatelas como puedas», pareció decirle con la mirada.
Resignado, salió con la duquesa. Cuando llegaron a la gran barandilla que
rodeaba la terraza, Lydia soltó a Darrell para colocarse frente a él.
―¿Puedo preguntarte algo, Darrell?
―Sabe que sí, Excelencia. ―El joven cada vez estaba más inquieto.
―¿Por qué has dejado de llamarme tía Lydia? ―soltó de sopetón la duquesa
mientras escrutaba atenta el rostro de Darrell.
Cualquier otra pregunta no hubiese dejado más impactado a Darrell que
esa, por lo inesperada. Notó que el color subía por su cuello.
―Excelencia, yo... ―balbuceó nervioso―. Me temo que consideré que
tamaña confianza no era adecuada una vez dejé de ser un niño.
―¿Por qué? ¿Acaso los hombres no tienen tías? ¿Tal parentesco es
patrimonio solo de los niños?
―Excelencia, si me lo permite, no somos parientes.
Lydia dulcificó su mirada.
―El parentesco o el cariño, a veces, demasiadas, no lo da la sangre.
Darrell carraspeó.
―Los demás...
―Los demás ―lo cortó Lydia― nunca se atrevieron a llamarme como tú,
aunque bien pudieron hacerlo. Echo de menos esa... complicidad que había
entre nosotros cuando para ti era la tía Lydia.
Darrell desvió la mirada azorado.
―Callen...
―Callen estará encantado ―volvió a interrumpirlo la duquesa―. ¿Alguna
vez puso mal gesto o te reconvino por dirigirte a mí con ese trato familiar?
―No.
Lydia puso una mano en el brazo del aturdido muchacho.
―No puedo obligarte, Darrell, pero me entristeció sobremanera que dejaras
de referirte a mí de esa manera cariñosa, y me gustaría que retomaras ese
tratamiento.
Lydia acunó el rostro de Darrell entre sus delicadas manos, para besarlo en
la mejilla.
―Piénsalo, hijo.
Con esas palabras se giró para abandonar la terraza, dejando tras sí a un
confuso y desconcertado Darrell.
r
Mientras, en otro lado de la sala, lady Celia se dirigió hacia donde Kenneth
se encontraba con un vaso de whisky en la mano, observando los jardines a
través de un ventanal.
Después de hacer una breve reverencia, y con la mirada baja, interpeló al
joven.
―¿Podría hablar con usted un momento, milord?
Kenneth observó a la joven.
―Por supuesto, milady. ―Ladeó un poco la cabeza como pensando lo que
diría―. Sé que no es muy apropiado, pero por lo menos en privado
¿podríamos evitar el tratamiento formal? Nos conocemos desde hace años, y
resulta un poco... agotador estar, como estamos, casi en familia, manteniendo
el protocolo debido. ¿Le resulta mi petición ofensiva, Celia?
La joven levantó la mirada, ruborizada.
―Por supuesto que no... Kenneth, mientras solo sea en privado.
Ken asintió con la cabeza.
―Y bien, ¿qué deseabas decirme?
Celia inspiró hondo, al tiempo que levantaba la barbilla y enderezaba los
hombros.
―Necesito que me arruine y se niegue a reparar mi honor.

Fin.
Notas
[←1]
Long Chamber: habitación inmensa donde residían los estudiantes sin tener en cuenta edad, ni
rango. Generalmente hacinados y expuestos a abusos, ratas y suciedad.
El New Building fue construido entre 1844 y 1846 para proporcionar un mejor alojamiento a los
estudiantes. Contaba con personal de servicio y habitaciones individuales. La autora se ha
permitido, como licencia, adelantar su construcción en beneficio de la trama, así como instalar a
los cinco protagonistas en una sola habitación.
[←2]
El Arco de Green Park fue construido entre 1826 y 1830 frente a Apsley House, residencia de
Arthur Wellesley, primer duque de Wellington. Proyectado por Jorge IV para conmemorar las
victorias británicas en las guerras napoleónicas. En la actualidad se le conoce como Arco de
Wellington o Arco de la Constitución.
[←3]
Hellishwood: los protagonistas se ríen por la referencia al infierno en el apellido de un vicario. La
traducción sería «madera infernal».

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