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1 La Lealtad de Un Marqués Escocés - Rose Lowell
1 La Lealtad de Un Marqués Escocés - Rose Lowell
Rose Lowell
© Rose Lowell
La lealtad de un marqués escocés
Primera edición: marzo de 2023
Puerto de Calais.
Francia, 1828.
ACODADO en la cubierta del barco que lo llevaría de vuelta a Inglaterra, Callen
observaba el trasiego de equipajes y viajeros. Mientras echaba una ojeada al
cielo pensó que, si el tiempo acompañaba, tal y como la falta de nubes parecía
indicar, en unas horas estaría en Dover y al día siguiente en Londres.
No tenía prisa alguna por llegar a la sucia y maloliente ciudad. De hecho,
después del Grand Tour, mientras que sus amigos habían regresado a Inglaterra,
él decidió quedarse en Francia. Bueno, en realidad había tomado esa decisión
fascinado por los azules ojos, el bello rostro y el espectacular cuerpo de la
señorita Amelia Bonham, hija del vizconde Bonham, agregado de la embajada
británica en París. Tan fascinado estaba que, a pesar de las advertencias de sus
amigos (los cuales no se habían deslumbrado tanto como él por los múltiples
encantos de la dama), depositó su corazón en las pequeñas y suaves manos de
la señorita Bonham para ver cómo, entre su codicioso padre y la, no menos
codiciosa, susodicha señorita, arrojaban la enamorada víscera a las aguas del
Sena.
Él no era suficiente para la hija de un vizconde, ¡un segundo hijo! No
importó que su padre tuviese más títulos que cualquier noble en Inglaterra, no
importó que fuese hijo de un duque poseedor de dos ducados, que su pedigrí
fuese infinitamente superior al de la simple señorita Bonham y el no menos
simple vizconde. Era un segundón y, para colmo, escocés: totalmente
inapropiado para los arrogantes Bonham.
Mientras contemplaba absorto la frustración de un caballero y su agobiada
esposa, ocupados en controlar a la caterva de hijos empeñados en curiosear
por todas partes menos en decidirse a subir al barco, recordó la conversación
con sus amigos cuando estos decidieron dar por finalizado su Grand Tour y
regresar a Inglaterra.
r
―¿Qué quieres decir con que no regresas con nosotros? ―espetó lord Darrell Ridley,
estupefacto.
―Pues eso, que me quedo en París ―contestó Callen con indiferencia.
Justin, el conde de Craddock, se levantó del sillón en el que se encontraba arrellanado y se
encaminó hacia el mueble de bebidas.
―El escocés se casa ―afirmó, con la misma indiferencia con la que había hablado el
aludido.
El vizconde Hyland se enderezó en su sillón.
―¿Con la señorita Bonham? ―preguntó con suspicacia.
Justin soltó una carcajada.
―Resultaría harto extraño que fuese con otra, habida cuenta de que lleva dos meses de
cortejo con la dama.
Darrell intercambió una mirada con Gabriel, marqués de Willesden, que permanecía
extrañamente silencioso. «Tenemos que avisarlo, lo destrozarán», pareció decir con los ojos.
Sin embargo, Kenneth Hyland no tuvo tanto reparo, o sensibilidad, para el caso.
―Esa mujer no merece la pena ―Su tono de voz era el mismo que utilizaría para elegir
su desayuno o un sombrero nuevo.
Callen se envaró.
―¿Qué insinúas?
Kenneth se encogió de hombros.
―No insinúo, afirmo que esa dama no es trigo limpio.
Callen entecerró los ojos.
―Cuidado, Ken, estás hablando de mi futura esposa.
Kenneth clavó la mirada en su amigo.
―Jamás aceptará casarse contigo, su padre y ella aspiran a pescar un pez más grande.
―Me ama ―insistió Callen.
Ken rodó los ojos.
―¡Por el amor de Dios, Callen! Se divierte contigo mientras espera algo mejor ―repicó,
exasperado.
La señorita Bonham se había insinuado a todo aquel inglés poseedor de un título o
heredero de alguno, y era de conocimiento público, salvo de Callen, por supuesto, que estaba
siendo cortejada por el conde de Manners. Salvo Darrell, que era también un segundo hijo,
todos ellos habían eludido como pudieron los coqueteos de la dama, sabedores de que Callen
estaba interesado en ella. Esperando que su amigo se diese cuenta a tiempo de la clase de
mujer de la que estaba, o creía estar, enamorado, ninguno le advirtió de la catadura moral de
la señorita.
«Y en estos momentos, me temo que es demasiado tarde», pensó, abatido, Ken.
Callen se levantó con actitud hostil. Eran sus amigos, pero no estaba dispuesto a que
cuestionaran los sentimientos de la señorita Bonham.
―Entiendo que no puedo contar con vuestro apoyo ―comentó con frialdad.
―Por supuesto que te apoyaremos. ―Gabriel habló por primera vez.
Darrell enarcó las cejas.
―¿Lo haremos?
―Tenemos un pacto. Apoyarnos los unos a los otros sin juzgar.
Entre ellos no había un líder como tal, pero todos reconocían a Gabriel una cierta
autoridad, quizá por su heredada dignidad ducal o porque había sido el que los había
reunido en Eton.
―De hecho, retrasaremos el viaje hasta que Callen anuncie su compromiso.
Gabriel no iba a dejar solo a su amigo sabiendo, como sabían todos, el rechazo que iba a
sufrir.
Callen alzó una ceja con altanería.
―No quiero vuestra condescendencia.
Ken intervino.
―No es condescendencia, es amistad, escocés. ―Esbozó una sonrisa torcida―. Pero no
tardes mucho, estoy harto de vagabundear por el Continente. Por cierto, ¿cuándo se lo vas a
pedir?
―Mañana, en el baile de la embajada. Sé que no es lo adecuado, pero quiero tener su
consentimiento antes de hablar con su padre.
―¿Has comprado el anillo? ―terció Justin.
―Eh... No ―respondió, azorado.
―Pues vamos ―ofreció Justin.
Callen lo observó sorprendido.
―¿Vas a acompañarme a comprar el anillo para mi futura prometida?
―Por supuesto, ―Justin palmeó la espalda de Callen―, tengo mucho mejor gusto que tú.
―Sin contar la experiencia que ha adquirido regalando joyas a sus amantes ―masculló
Darrell.
―Eso también ―aceptó Justin, sonriente.
Ambos amigos abandonaron la casa que habían alquilado para todos ellos en uno de los
mejores barrios de París, seguidos por las miradas preocupadas de Gabriel, Darrell y
Kenneth.
r
Callen interrumpió sus recuerdos al notar que el barco comenzaba a
moverse. Estaba tan abstraído que ni se había dado cuenta de que habían
levado anclas y comenzaban a salir del puerto.
Decidió retirarse a su camarote. Aunque era una travesía relativamente
corta, nunca se sabía si podría alargarse por el mal tiempo o cualquier otra
causa, así que había comprado el pasaje con derecho a un camarote privado.
Se tumbó en la litera y continuó recordando aquellos malditos días en París.
r
Caminaban por los jardines de la embajada. La sociedad parisina no era tan estricta
como la londinense en cuanto a que una pareja pasease sola. Sin embargo, Callen,
preocupado por la reputación de la señorita Bonham, procuraba mantenerse a la vista de los
demás invitados.
Nervioso, con la cajita del anillo en uno de los bolsillos de su chaqueta, meditaba la
manera más adecuada de hacer la propuesta. Condujo a la dama a una glorieta un poco
apartada del sendero, pero en cuanto entraron ella le lanzó los brazos al cuello para bajar su
cabeza y besarlo. A Callen le había fascinado la pasión que demostraba Amelia en sus
brazos, sobre todo teniendo en cuenta la recatada educación inglesa que se suponía que
recibía una dama. Después de corresponder a su beso detuvo las manos de la joven, que ya
empezaban a vagar por su cuerpo.
―Amelia, yo... hay algo que desearía preguntarte ―murmuró, azorado.
―¿Mmm? ―Ella tenía su rostro enterrado en el cuello masculino y lamía con fruición la
zona, que latía frenéticamente.
Callen la separó suavemente y, sin detenerse a pensar, hincó una rodilla en el suelo
mientras su mano se internaba en el bolsillo para sacar la cajita, abrirla y mostrarle el
contenido.
Se congeló cuando observó que Amelia había palidecido.
―¿Qué... qué estás haciendo? ―preguntó, mientras entrecerraba los ojos pero miraba la
espectacular joya con un brillo de codicia.
Callen, confuso, tomó una de las manos de la joven.
―Amelia, te amo, y creo que tú también sientes algo por mí. ¿Me harías el gran honor
de convertirte en mi esposa?
Ella se soltó bruscamente del agarre del joven.
―Levántate ―siseó con frialdad, mientras miraba en derredor comprobando si alguien
había visto el gesto del muchacho.
Callen, sorprendido, se puso en pie al instante, al tiempo que cerraba y guardaba el
estuche.
―¿Amelia?
―Por Dios, Callen, ¿por qué tenías que estropearlo todo? ―espetó ella con exasperación.
Callen frunció el ceño.
―¿Estropearlo? ¿De qué hablas? Te he pedido...
Amelia alzó su rostro hacia él. Callen, desconcertado, dio un paso atrás al notar la
irritación en sus ojos.
―Sé lo que me has pedido ―interrumpió ella con frialdad―. ¡Santo Dios, solamente
tienes veintidós años! ¡Eres un crío! ¿De verdad creías que en algún momento tuve la
intención de convertirme en tu esposa? ―Callen escuchaba estupefacto a la joven, en ese
momento completamente desconocida para él―. Eres un segundo hijo, por Dios, ¡y escocés!
»¿Por qué tenías que echarlo a perder? Nos estábamos divirtiendo. Supuse que tú, al
igual que yo, disfrutabas con lo que teníamos ―continuó, ajena a la conmoción que estaba
provocando en el joven.
Callen meneó la cabeza con incredulidad.
―¿Esto era para ti lo nuestro? ¿Manosearnos en cualquier jardín o habitación?
―Por supuesto, ¿para ti no? Callen, por Dios, tienes un cuerpo espectacular y creí que
también disfrutabas del mío. ―Amelia se frotó la frente con enojo―. ¡¿Quién me mandaría
a mí enredarme con un chiquillo?! ―masculló, mientras se giraba para abandonar la
glorieta.
Al ver la indiferencia de la que creía el amor de su vida, Callen no se pudo contener.
―Mis amigos tenían razón, ¡no eres más que una ramera codiciosa!
Ella se giró con una sonrisa maliciosa, al tiempo que respondía con desdén.
―¿Tus amigos? Otros críos que rechazaron mi... amistad por la estúpida lealtad que
sienten hacia ti.
Incrédulo, Callen solo acertó a farfullar.
―¿Te has insinuado a mis amigos al mismo tiempo que yo te cortejaba?
Amelia rodó los ojos.
―No hubo tal cortejo, Callen, entiéndelo de una vez. Nos divertíamos... o eso pensaba
yo. ―Encogió un hombro con arrogancia―. Te lo he dicho, quiero un título, no un «escocés
don nadie». Eres muy atractivo, y besas como los ángeles, perfecto para un rato de diversión
sin complicaciones, pero... ¡¿matrimonio?! ―Amelia soltó una cínica carcajada―. De hecho,
el conde de Manners está cortejándome. Pronto me convertiré en condesa.
Callen entrecerró los ojos.
―¿Consentías en ser cortejada mientras tú y yo...? ¿El conde tiene el permiso de tu
padre? Él sabe que nosotros estamos juntos.
―Por supuesto que mi padre ha dado su permiso. ¡Es un conde, por Dios! Y sobre lo
nuestro, eres tan ingenuo... ―añadió, burlona―. Él jamás permitiría un compromiso entre
nosotros, mi padre sabe lo que tiene que saber, que somos compatriotas y amigos, para él no
hay nada más entre tú y yo ―espetó con altanería.
Amelia entró en el salón de baile dejando a Callen humillado y avergonzado. Maldita
sea, si les hubiese hecho caso...
Cuando vieron entrar a la señorita Bonham con ademán altanero, los cuatro se miraron
al tiempo que se dirigían a los jardines en busca de su amigo. Todos sospechaban lo que
acababa de ocurrir.
Gabriel y Justin interceptaron a la muchacha.
―Señorita Bonham ―saludó Justin con frialdad.
Amelia hizo una reverencia a los dos caballeros.
―Señorías.
Mientras Justin miraba a la joven de arriba abajo con desprecio, Gabriel tomó la
palabra. Su suave voz tenía un matiz peligrosamente acerado.
―Señorita Bonham, en mi vida he dañado la reputación de una dama y no pienso
empezar a hacerlo ahora. ―Amelia levantó la barbilla con altanería, pero no se atrevió a
dejar a un marqués, heredero de un ducado, con la palabra en la boca―. Sin embargo, hay
algo que quiero que le quede muy claro: usted no es más que la hija de un simple vizconde
que no tiene más remedio que financiar sus caprichos trabajando como agregado en una
embajada. Comience a buscar marido entre los compañeros de su padre: barones,
terratenientes, abogados... porque jamás, repito: jamás, ningún caballero con rango superior a
barón le propondrá matrimonio.
Después de una leve inclinación de cabeza, Gabriel siguió a sus amigos, sin preocuparse
de la mujer que lo observaba alejarse, estupefacta.
Justin miró de reojo a su amigo.
―Has estado espectacular en todo tu arrogante esplendor ducal ―comentó, jocoso.
Gabriel esbozó una sonrisa maliciosa.
―¿Verdad? ―contestó, siguiendo la broma.
Cuando alcanzaron a sus amigos, estos rodeaban a Callen, que de espaldas a ellos
contemplaba los hermosos jardines de la embajada.
Justin interrogó con la mirada a Darrell, que se encogió de hombros.
―No parece muy afectado, furioso sí, creo que es más el orgullo herido que su... amor no
correspondido ―susurró.
―No hace falta que habléis como si tuvierais miedo de que me vaya a deshacer en
lágrimas de un momento a otro ―masculló, irritado.
Kenneth puso una mano en el hombro de Callen.
―Aunque ahora duela...
―No me duele nada en absoluto ―siseó Callen con altanería.
Kenneth ladeó la cabeza.
―¿Fastidie, humille, ofenda...? Bah, elige el verbo que quieras ―sugirió, mientras hacía
un gesto vago con la mano―. El caso es que somos muy jóvenes para pensar en compromisos,
matrimonios y todo lo que conlleva. ―Fingió un escalofrío―. Solo de pensar en que pudiera
verte en cinco años rodeado de una caterva de críos llorones me provoca sudores fríos.
Las risitas de los otros provocaron una sonrisa en Callen. Sus amigos estaban haciendo
todo lo posible por ayudarlo a pasar la humillación, y lo agradecía, vaya si lo agradecía.
Sabía que habían alargado su estancia en París por él, porque se esperaban el estrepitoso
fracaso de su condenada petición de matrimonio y no habían querido dejarlo solo. Enderezó
los hombros y se giró.
―¡Vámonos! Aquí ya no tenemos nada que hacer.
Al cruzar el salón de baile, un grupo de damas que rodeaban a Amelia prorrumpieron
en risitas al ver pasar a Callen, mientras Amelia lo miraba despectivamente. El vizconde,
cerca de ellas, levantó una ceja, burlón, mientras esbozaba una sonrisa maliciosa. Mientras
el rubor subía por su cuello ante la caprichosa y gratuita humillación a la que lo estaba
sometiendo la señorita Bonham, Callen se prometió que jamás volvería a poner su corazón ni
su confianza en ninguna dama inglesa.
Mientras esperaban la llegada del carruaje, Justin le hizo la pregunta que todos tenían en
la lengua.
―¿Volverás con nosotros?
―No. Francia tiene grandes posibilidades para los negocios, el whisky de mi padre será
muy apreciado aquí, y los vinos y brandis franceses lo serán en Escocia.
Kenneth asintió. A pesar de su juventud, de los cinco, era el que tenía un olfato infalible
para los negocios.
―Una pena que mi padre me haya ordenado regresar para ponerme al tanto de los
entresijos del condado, de lo contrario me quedaría con gusto. ¡Seríamos socios! ¿No te
agradaría?
Callen lo miró enarcando una ceja. Al igual que era un Midas para los negocios, era un
completo libertino.
―Dudo que pudieras encontrar tiempo entre tus amantes y tus juergas ―observó,
mordaz.
―Hay tiempo para todo, mon ami ―contestó, mientras soltaba una carcajada.
Cuando el carruaje se acercó, Callen observó al muchacho que lo conducía, un poco
mayor que ellos, y se acercó al pescante, ante el desconcierto de los demás.
El joven se inclinó hacia el caballero, creyendo que le daría alguna indicación, sin
embargo, no era precisamente indicarle nada lo que tenía Callen en mente.
―¿Estás casado, chico?
El muchacho frunció el ceño.
―No, monsieur.
―¿Novia, quizás?
Desconcertado, el cochero farfulló:
―Pues... sí, monsieur.
―¿Ya le has pedido matrimonio?
Callen se estaba divirtiendo pensando en la perplejidad de sus amigos al verlo enfrascado
en la extraña conversación con un cochero parisino.
―Eh... no, monsieur. Todavía tenemos que ahorrar un poco más antes de... ―El
joven cochero ni siquiera sabía la razón por la que le estaba dando tantas explicaciones sobre
su vida personal al extraño inglés, ni por qué este estaba tan interesado en conocerla.
Callen sacó la cajita con la sortija que pensaba regalarle a Amelia y se la lanzó al
cochero. El muchacho la atrapó y, al abrirla, jadeó aturdido:
―¡¿Monsieur?!
―Ahí tienes tu sortija de compromiso para tu novia. Haz lo que quieras con ella;
véndela, si te viene mejor, y le compras otra y con lo que te sobre tendréis para una casita o lo
que sea que queráis. ―Ya se giraba para subir al carruaje, cuando se detuvo para añadir―:
Por cierto, que no te estafen si la vendes.
Alzó la mano y, mientras agarraba al joven por la chaqueta, le susurró algo al oído que
hizo que las cejas del pobre hombre se elevasen hasta casi llegarle a la nuca.
―Eso es lo que pagué yo. No admitas menos del noventa por ciento de esa cantidad.
Con una ancha sonrisa, ignorando los estupefactos rostros de sus amigos, se encaramó al
coche. Al ver que todos permanecían paralizados, gritó desde el interior:
―¿Vais a quedaros ahí pasmados toda la noche?
En el momento en que todos estuvieron acomodados, Justin espetó:
―¿Le has regalado esa joya al cochero? ¿Sabes lo que ha costado?
Callen enarcó una ceja.
―Perfectamente. La pagué yo, por si no lo recuerdas. Y, por cierto, hay que reconocerte
que tienes muy buen gusto.
La carcajada de Darrell hizo que todos volviesen sus ojos hacia él, mirándolo
inquisitivos.
Cuando pudo hablar, Darrell exclamó:
―Me hubiera gustado ver la cara de la señorita Bonham al enterarse de que su fabuloso
anillo ha acabado en manos de un cochero y su novia.
Las risas de los demás llenaron el carruaje.
«A mí también me hubiese gustado», pensó Callen con malicia.
r
Una semana después, el vizconde Bonham dejó su puesto en la embajada, el cortejo del
conde de Manners cesó y padre e hija regresaron a Inglaterra. Callen nunca supo si Gabriel
había tenido algo que ver en la repentina marcha de los Bonham, claro que tampoco le
importaba.
Después fue el turno de partir de sus amigos. A lo largo de esos ocho años, lo habían
visitado con asiduidad; incluso cuando, hacía tres años, el hermano de Callen, y heredero del
ducado, había muerto repentinamente, habían viajado a París para escoltarlo a Escocia
mostrándole su apoyo.
Había llegado el momento de regresar a Inglaterra. Su negocio estaba bien
consolidado en Francia y su padre lo necesitaba. Después de tantos años sin
responsabilidad alguna con el ducado, ahora tendría que hacerse cargo de las
obligaciones que conllevaba ser el heredero, título que nunca deseó ni esperó
poseer.
Pasaría unos días en la residencia familiar de Londres y disfrutaría con sus
amigos. Aunque los había visto con asiduidad en Francia, no era lo mismo que
volver a estar juntos en Londres. Mentiría si no reconociese que, a veces, hasta
él había extrañado esa bulliciosa, maloliente, sucia y esnob ciudad.
k Capítulo 2 l
GABRIEL había sido requerido a presencia del duque poco tiempo después de
que Callen abandonase Brentwood House.
El duque le informó de que el anuncio se haría una vez el marqués
informase a su familia, y que lord Clydesdale había sugerido que el baile de
compromiso fuese organizado por los duques de Hamilton.
«Lo que obliga al mezquino de mi padre a organizar uno para presentar a
Jenna en sociedad. Bien jugado por parte de Callen», pensó con satisfacción.
Asimismo, Brentwood le notificó que el marqués ni siquiera había revisado
el acuerdo de la dote que él le había presentado.
Gabriel notó que su padre parecía perplejo por esa decisión de Callen.
Brentwood, desde luego, analizaría hasta el último detalle de cualquier acuerdo
que tuviese que firmar.
Cuando iba a retirarse, Benson entró en el despacho para entregarle una
nota que, Gabriel comprobó, procedía de Jenna.
Se dirigía a la puerta con la nota en la mano, cuando la voz de su padre lo
detuvo.
―Por cierto, me atrevería a decir que estos escoceses son un poco extraños,
a mi modo de ver.
Gabriel miró a su padre, inquisitivo.
―Parece ser que no les preocupan en absoluto las taras que puedan tener
sus mujeres, o las que puedan transmitir a su progenie. ―Willesden apretó los
puños―. Lord Clydesdale ―continuó, ajeno a la rabia de su hijo― ha exigido
que Jenna utilice sus gafas donde y cuando desee. ―El duque se encogió de
hombros―. Allá él, desde ahora Jenna es su problema, si a él no le importa que
la alta desdeñe a su prometida, a mí no me puede preocupar menos.
Gabriel ni siquiera se molestó en contestar a la grosería de su padre, sin
embargo, pensó con cariño en su amigo. Más allá de la dote, más allá de
mejorar cualquier acuerdo, Callen solo se había preocupado de que Jenna se
sintiese segura al poder utilizar sus gafas, incluso en Brentwood House.
Tras cerrar la puerta del despacho, Gabriel leyó la nota. Jenna solicitaba su
presencia para discutir algo importante.
Subió hacia la salita de su hermana mientras cavilaba qué podría ser aquello
tan crucial.
Cuando entró, después de llamar, Celia se levantó y, tras hacer una
reverencia, se dirigió a su prima.
―Os dejaré solos.
―No, quédate ―respondió esta, mientras hacía un gesto para que volviera a
tomar asiento a su lado―. No hay nada que no puedas escuchar. En realidad,
ha sido tuya la idea de hablar con Gabriel.
El aludido enarcó una ceja suspicaz. «¿Qué demonios estaba ocurr...?».
―¿Por qué se ha ofrecido el marqués por mí?
La súbita pregunta de su hermana interrumpió sus recelosos pensamientos,
sobresaltándolo.
Había permanecido de pie, esperando... no sabía bien qué, pero desde
luego, nada como esa pregunta lanzada sorpresivamente. Se sentó en uno de
los sillones al tiempo que su mente buscaba frenéticamente una respuesta que
no ofendiese a Jenna.
―¿Disculpa? ―preguntó, intentando ganar tiempo.
Jenna enarcó una ceja.
―Me has oído perfectamente, Gabriel.
«Maldita sea», pensó el marqués.
Gabriel decidió ir con la verdad por delante. Jenna acabaría por enterarse y
prefería que fuese por él.
Se frotó en entrecejo con dos dedos mientras suspiraba.
―Jen, Callen no siempre fue el heredero. Cuando llegó a Eton, al mismo
tiempo que nosotros, ―Jenna entendió que se refería a sus otros tres amigos―,
era el segundo hijo, y escocés. Nunca estuvo a gusto en el colegio, al principio
porque odiaba estar alejado de Escocia, y más tarde por el acoso al que fue
sometido.
Las dos jóvenes escuchaban atentas las palabras de Gabriel sin hacer
ningún comentario.
El marqués continuó:
―Había un grupo que no cesaba en sus abusos y, aunque Callen siempre
tuvo una presencia física imponente y era perfectamente capaz de defenderse
solo, ellos nunca se enfrentaban a él de uno en uno, sino en grupo. ―Gabriel
detuvo su mirada en un punto sobre el hombro de Jenna―. Hasta que los
chicos y yo intervinimos. Ellos tenían un rango muy inferior al nuestro, y debo
decir que fue la primera vez que utilicé el mío para imponerme ante esos
cretinos. Desde entonces, nos hicimos amigos.
Gabriel se reclinó en el sillón al tiempo que se frotaba la barbilla.
―Años más tarde, estábamos finalizando nuestro Grand Tour cuando Callen
se enamoró de una dama inglesa, hija de uno de los agregados de la embajada
en París, un vizconde. Creyó que ella correspondía a sus sentimientos a pesar
de que le advertimos que solo jugaba con él, que aspiraba, tanto ella como su
padre, a un título. De hecho, mientras se enredaba con Callen estaba siendo
cortejada por un conde. Enamorado, desoyó nuestras advertencias y le
propuso matrimonio. No voy a entrar en detalles, pero desde entonces Callen
no solo desprecia a los aristócratas ingleses, sino que considera a las damas
arribistas y codiciosas. Esa fue la segunda y última vez que utilicé mi rango. Al
poco tiempo, su padre abandonó la embajada y París, mientras que Callen
decidió quedarse y comenzar a hacer negocios comerciando con el whisky que
fabrica su familia y los vinos y licores franceses. Se convirtió en el heredero al
morir su hermano, hace tres años. Dejó sus negocios en París en manos de un
administrador y regresó a Inglaterra. El resto...
Jenna entrecerró los ojos mientras movía negativamente la cabeza.
―Todavía no me has dicho por qué se ofreció a casarse conmigo ―insistió.
Gabriel la miró con fijeza.
―¿Qué ha ocurrido, Jen?
Su hermana levantó la barbilla.
―Hoy se ha presentado para hablar con Brentwood y después ha solicitado
mi presencia. Sin embargo, no había nada en el hombre que me entregó el
anillo del agradable hombre con el que conversé en Hyde Park. ―«El hombre
del que me enamoré sin saber quién era», añadió para sus adentros. Jenna clavó
la mirada en su hermano―. Siento como si me desdeñase, Gabriel, y no voy a
volver a pasar por lo mismo que con Brentwood.
Gabriel torció el gesto.
―No es por ti. Él desprecia a las damas inglesas. De hecho, sus... ―Gabriel
cerró la boca a tiempo.
―¿Amantes? ―sugirió Jenna, mientras Celia ahogaba una sonrisa.
Su hermano la fulminó con la mirada.
―¿Qué sabes tú de amantes? ¿Para el caso, vosotras? ―inquirió, mientras
lanzaba una mirada enojada a Celia.
Su hermana levantó las manos con exasperación.
―¡Por Dios, Gabriel! ¿Sabías, por casualidad, que las mujeres hablan y que
no siempre se preocupan por quién las escucha?
Gabriel bufó irritado, condenación, la conversación se le estaba yendo de
las manos. Estaba hablando de amantes con dos debutantes, una de ella su
hermana y la otra su prima. ¿Qué sería lo siguiente?
―Ni siquiera me ha besado ―espetó Jenna. «No desde que sabe quién soy»,
pensó.
Por todos los diablos, ¿es que le leía el pensamiento? Gabriel se pasó las
manos por el cabello, cada vez más incómodo.
―Jen, Callen nunca ha tenido una amante con un físico... digamos... que se
parezca lo más mínimo al habitual en las damas inglesas. ―Gabriel, al borde ya
de la apoplejía, la señaló con un dedo―. Y es todo lo que voy a decir, o a
escuchar, sobre este... absurdo e inapropiado tema.
―Oh ―Jenna abrió los ojos como platos al tiempo que miraba de reojo a
Celia. El rostro de su prima parecía a punto de estallar en llamas. Una cosa era
escuchar los cotilleos de otras mujeres y otra diferente era escuchar lo mismo
de boca de un hombre, aunque este fuese su hermano.
Mientras toqueteaba su anillo, Jenna murmuró pensativa.
―Si desprecia a las inglesas, ¿por qué...?
―Piensa que me lo debe ―masculló Gabriel.
La rapidez con que Jenna levantó el rostro para mirar a su hermano casi le
provoca un tirón en la nuca.
―¿Se casa conmigo, con una inglesa, por devolver un favor? ―preguntó
desconcertada.
Gabriel se encogió de hombros.
―Eso ha dicho.
A Jenna se le cerró la garganta. «No pretendía cortejarme, ¿por qué iba a
cortejar a una inglesa si las desprecia? Qué ilusa fui, lo único que buscaba era
una amante», pensó. La rabia y la vergüenza la invadieron.
―¡Maldita sea! Este... desatino se ha acabado ―espetó Jenna decidida.
Su hermano y Celia se envararon.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó receloso, obviando el lenguaje de su
hermana. En otro momento la habría reconvenido, pero no en este.
Jenna se levantó y se acercó al sillón donde estaba sentado su hermano.
―Lo citarás en tu residencia esta noche, hablaré con él y romperé el
compromiso.
―No voy a invitarlo a mi casa ―farfulló Gabriel.
Su hermana entrecerró los ojos.
―¿Por qué...? ―De repente una idea penetró en su mente―. Tú tampoco
estás de acuerdo con sus razones, ¿no es así? ―No necesitaba confirmación.
Gabriel no contestó, sin embargo, la expresión de su rostro lo dijo todo.
Jenna se frotó las manos inquieta, mientras pensaba.
―De acuerdo, mandaré una nota a Frances, Justin no tendrá problema
alguno en invitarnos a cenar.
―Jenna, no puedes involucrar a nadie más en esto. Justin es amigo de los
dos, no puedes ponerlo en semejante aprieto. Además ―añadió nervioso―,
Brentwood no consentirá que rompas el compromiso.
―Lo hará si acepto al caballero que él proponga. Con tal de que
desaparezca de su vista, tanto le dará uno como otro.
―Callen no aceptará ―intentó desesperado―, mucho menos sabiendo que
el duque te comprometerá con Longford.
―No hacen falta dos para romper un compromiso. Compromiso que, por
cierto, ni siquiera se ha hecho público, así que no habrá escándalo alguno. Y
los acuerdos se pueden romper, firmados o no. ¿Por cierto, quién es Longford?
Gabriel pensó que Jenna estaba decidida. Lanzó una mirada a Celia, que le
correspondió con otra resignada.
―Era el acosador de Callen en Eton ―suspiró con cansancio―. De
acuerdo, lo citaré en mi residencia. ―Se levantó enojado con Jenna, con Callen,
con él mismo y hasta con el mundo―. A las siete ―espetó.
Una vez Gabriel se hubo marchado, Celia miró a su prima.
―¿Estás segura de lo que vas a hacer? El marqués en realidad no tiene nada
contra ti personalmente, y sus motivos, aunque no nos agraden, son más
honorables que los que tendrá el caballero que elija tu padre, ese solo irá por la
dote.
Celia se levantó y se acercó a su prima. Al tiempo que la tomaba de la
mano, susurró:
―Jen, tengo un mal presentimiento. Piénsalo bien, por favor.
Jenna acarició la mano de Celia.
―Lo he pensado, prefiero un matrimonio con alguien que me ignore a
casarme sin esperanza alguna con Callen. ―Celia frunció el ceño―. Me gusta,
Celia, y creí que yo también le gustaba, pero lo único que buscaba en el parque
era una amante, mientras yo supuse que sentía algo por mí. Si no puedo tener
esperanzas, prefiero un matrimonio miserable con alguien que no me importe
en absoluto.
r
Callen recibió la invitación para cenar de Gabriel con escepticismo. No le
agradaba en absoluto que se hubieran distanciado, por lo que supuso que al
marqués le ocurría lo mismo y deseaba aclarar las cosas entre ellos.
Cuando Norton lo condujo a la sala contigua al comedor donde se
encontraba Gabriel, no se sorprendió al encontrarlo solo. Suponía que lo que
hablasen era entre ellos dos y los demás no tenían nada que ver, mucho menos
sentirse obligados a tomar partido entre uno y otro.
Gabriel le sirvió una copa de oporto y, después de entregársela, le indicó
uno de los sillones.
Una vez se hubieron sentado, Willesden tomó un sorbo de su copa.
―Ante todo, debo informarte de que mi hermana y mi prima asistirán a la
cena.
Callen frunció el ceño.
―¿Por qué razón?
Gabriel dudó entre callarse y que fuese la propia Jenna quien se lo explicase
o ponerlo en antecedentes. Finalmente, la amistad prevaleció.
―Jenna quiere romper el compromiso.
Callen se atragantó con el oporto. Después de toser y de evitar con un
gesto, que Gabriel se acercase dispuesto a darle palmaditas para aliviarlo,
consiguió encontrar su voz.
―¿Se ha vuelto loca? ―espetó.
Gabriel se encogió de hombros.
―Sabe la razón por la que te casas con ella.
El escocés le lanzó una mirada belicosa.
―¿Se lo has dicho?
―No hizo falta. Después de tu... apasionada entrega del anillo, notó que algo
iba mal y habló conmigo.
―Y, por supuesto, a ti te faltó tiempo para decírselo ―repuso irritado.
―Callen, tiene derecho a conocer tus razones. Va a ser... ―Gabriel
rectificó―. Si se casase contigo, debe saber el terreno que pisa.
―Si rompe el compromiso sabes a quién se la entregará el duque, ¿verdad?
Gabriel fijó su mirada en su copa.
―Sí.
―Y supongo que serás consciente de las razones por las que Longford se
ofrece por ella.
―¡Maldita sea! ¡Por supuesto que lo sé! Longford se vengará de mí a través
de Jenna.
Callen iba a responder cuando Norton apareció seguido de las dos damas.
Gabriel y Callen se levantaron al instante y, mientras ellas hacían sus
reverencias y Callen se inclinaba cortés, Gabriel interpeló al mayordomo.
―¿Está lista la cena, Norton?
―Sí, señoría, pueden pasar al comedor cuando deseen.
Gabriel tomó del brazo a Celia y se desentendió por completo de su
hermana y su amigo. Que se apañasen.
Callen y Jenna siguieron a la pareja en completo silencio. Ni Callen ofreció
su brazo ni Jenna hizo ademán de tomarlo.
La cena transcurrió en medio de una animada conversación entre Gabriel y
Celia, un vago interés por parte de Jenna y una sarta de bufidos y resoplidos
que procedían de Callen.
Cuando finalizaron, Gabriel se levantó y ayudó a Jenna a hacer lo mismo.
Mientras Callen se ponía en pie al tiempo que asistía a Celia, Willesden
anunció:
―Celia y yo estaremos en la biblioteca, podéis utilizar la salita contigua.
―Sin más, tomó a Celia del codo y salieron de la habitación.
Mientras caminaban, Celia echó un vistazo sobre su hombro.
―¿No resulta indecoroso que estén a solas?
Gabriel esbozó una sonrisa torcida.
―Celia, la tensión entre ellos podía cortarse con un cuchillo. Me
sorprendería que sucediese algo impropio con tanto hielo a su alrededor.
Celia soltó una risilla.
―Visto así...
r
Tras entrar en la salita en la que habían estado antes ambos amigos, Callen
se dirigió a servirse una copa. Giró la cabeza para preguntar a la joven, que ya
se había sentado:
―¿Deseas que te sirva algo?
―¿Qué estás tomando?
―Whisky.
―¿Del que destila tu familia?
―Por supuesto ―respondió Callen, casi ofendido de que pudiese pensar
que se acercaría a cualquier otro brebaje.
―Tomaré lo mismo, gracias.
Callen enarcó una ceja. Sin embargo, le sirvió lo que le había solicitado.
Mientras le entregaba la copa, preguntó:
―¿Sabes cuál es la forma adecuada de beberlo?
Jenna se mordió la lengua para no contestar con sarcasmo. Sin embargo,
contestó:
―Supongo que como cualquier bebida.
Callen rodó los ojos.
―No es cualquier bebida, es whisky. Debes tomar un pequeño sorbo,
paladearlo en la boca y luego tragarlo.
Jenna enrojeció hasta las orejas. Santo Dios, qué voz más sugerente tenía, y
ese matiz... tan seductor mientras la instruía sobre el whisky.
Callen se sentó de golpe mientras le explicaba a Jenna la mejor manera de
degustar la bebida, su imaginación se había desbocado y no estaba pensando
precisamente en el whisky deslizarse por la preciosa boca de la muchacha.
Condenación, si hasta se había excitado.
Se revolvió incómodo, y su incomodidad se convirtió en una tortura
cuando Jenna acercó la copa a sus labios y tomó un sorbo. Los ojos de Callen
no se apartaban de los llenos labios que se movían haciendo sugerentes
pucheros mientras paladeaba la bebida, con el maldito hoyuelo que aparecía y
desaparecía, y cuando al fin tragó y la punta de su lengua lamió el labio
inferior, Callen gimió interiormente. Se obligó a beber él mismo un trago.
Maldito infierno, nunca en toda su vida, se había excitado al ver a una mujer, y
había visto muchas, beber whisky, o cualquier otra cosa, para el caso.
Mientras rogaba por que la parte inferior de su cintura se calmase un poco,
se decidió a comenzar la conversación.
―Gabriel me ha dicho que deseabas hablar conmigo.
―Supongo que también te habrá informado del motivo ―respondió Jenna.
Callen asintió.
―Deduzco entonces, que no hay nada más que decir ―continuó ella.
El escocés enarcó una ceja.
―¿Tú crees?
Jenna volvió a llevar la copa a sus labios.
―Despacio ―sugirió Callen.
Jenna detuvo su mano.
―¿Disculpa?
―Se debe dejar un tiempo entre un sorbo y otro. ―Si comenzaba a
bebérselo como si fuese vino, se la devolvería a su hermano como una cuba, y
Gabriel lo despellejaría vivo.
―Oh.
Callen insistió.
―¿Y bien?
―Y bien ¿qué? ―respondió ella, frunciendo el ceño.
Él rodó los ojos. Si comenzaban a dar rodeos, amanecería en aquella
maldita habitación encerrado con una maldita inglesa que bebía el whisky como
si estuviese haciendo el amor. Al menos eso interpretaba su mente y... otras
partes de su cuerpo.
―No voy a permitir que rompas el compromiso ―espetó.
―No eres quién para permitirme o no permitirme nada ―repuso Jenna,
mientras alzaba la barbilla con altanería.
―Soy tu prometido.
―No se ha hecho oficial.
―Se han firmado los acuerdos.
―Pueden romperse.
Callen, harto, explotó.
―¿Tienes idea de a quién te entregaría tu padre? ―ladró irritado.
Jenna se encogió de hombros.
―Creo que a un tal Longford.
Callen, exasperado, se levantó para acercarse a la chimenea. Se acodó en la
repisa y la observó con un brillo belicoso en los ojos.
―¿Tu hermano te ha dicho quién es?
―Un crío caprichoso que en Eton se dedicaba a hacerle la vida imposible a
los demás ―respondió―. La gente madura, Callen. No creo que a estas alturas
continúe acosando a niños.
―A los demás no ―afirmó Callen, cada vez más furioso―. A mí. Y esa clase
de gente no cambia, milady.
―Oh, vamos, milord, eso pasó hace muchos años, supéralo.
Callen casi se atraganta con su bebida.
―¡¿Que lo supere?! ¡¿Que lo supere?! ―Y el temperamento perdió a Callen―.
O eres tonta, o el whisky comienza a afectarte.
―¡Haz el favor de no gritarme, y mucho menos insultarme! ―exclamó
Jenna.
―¡Maldita sea, mujer, el compromiso sigue en pie y no hay nada más que
decir!
―¡Tú no tendrás nada más que decir, pero yo no he acabado!
r
En la biblioteca, la pareja que jugaba al ajedrez levantó la vista del tablero al
escuchar los gritos, para mirarse con regocijo.
―Parece que el hielo comienza a derretirse ―comentó divertido Gabriel.
Celia esbozó una sonrisa, sin embargo, inquirió con un matiz de
preocupación.
―¿Seguirá siendo prudente dejarlos solos?
Gabriel hizo un gesto vago con la mano, mientras su mirada se fijaba en el
tablero.
―Entraron comprometidos y saldrán comprometidos, prudente o
imprudentemente. Dejemos que el hielo siga derritiéndose.
r
―¿Ah, no? Pues yo creo que sí ha acabado. No vas a casarte con Longford.
Jenna, después de dejar la copa en la mesita, se levantó para acercarse
belicosa a Callen.
―¿Y cómo piensas impedirlo? ―masculló, mientras alzaba la barbilla.
Jenna observó con recelo cómo Callen depositaba con parsimonia su copa
en la repisa y se giraba hacia ella. Al ver un brillo peligroso en sus ojos,
preciosos aunque no fuese el momento de apreciarlos, dio un paso atrás.
Callen lanzó el brazo y la atrapó por la cintura al tiempo que la otra mano
aferraba su nuca y la atrajo hacia él.
Mientras bajaba la cabeza hacia el rostro femenino, murmuró:
―Así.
El beso comenzó lento y tierno, hasta que el deseo de Callen por ella se
impuso. Acarició con su lengua los labios de Jenna hasta que ella los
entreabrió, y entonces comenzó el descarado saqueo. Callen se prometió que
todas las noches saborearían juntos una copa de whisky hasta que se hartara de
degustarlo en la boca femenina, cosa que dudaba.
Jenna se aferró primero a las solapas de la chaqueta de Callen, para después
enlazar sus manos alrededor de su cuello. Sentía que flotaba mientras notaba la
lengua de Callen poseyendo su boca. Tímidamente, rozó la suya con la
masculina con cautela y gimió cuando la reacción de él fue mover suavemente
su excitada virilidad contra su vientre.
Los gemidos de Jenna y su apasionada reacción estaban haciendo mella en
el autocontrol de Callen. Debía detenerse. Lentamente, rompió el beso para
deslizar su boca a lo largo del cuello hasta llegar a la oreja de la muchacha.
Atrapó el lóbulo femenino y lo mordisqueó suavemente. Jenna, embelesada,
ladeó la cabeza para darle más acceso.
Después de lamer suavemente el rosado lóbulo, Callen alejó su rostro para
escrutar el de ella. Jenna aún mantenía los ojos cerrados, y sus labios hinchados
y entreabiertos provocaron otro latigazo de agitación en su ya dolorido
miembro.
Aprovechó para observarla. Si ya era hermosa, la pasión había puesto un
delicado rubor en su rostro, lo que la hacía todavía más deseable.
Callen acarició lentamente la nuca de la joven, enredando sus dedos en los
suaves rizos que se habían soltado, al tiempo que Jenna abría lentamente los
ojos para fijarlos con desconcierto en los masculinos.
El marqués deslizó su mano desde la nuca hasta el mentón femenino.
―No vas a casarte con Longford, Jenna, para el caso, no vas a casarte con
otro que no sea yo ―susurró con voz ronca―, así tenga que arrastrarte a
Escocia.
Todavía obnubilada, Jenna asintió. Ese era el hombre del que se había
enamorado. En ese momento le daban exactamente igual las razones de
Callen. Se dio cuenta de que no sería capaz de condenarse a un matrimonio
que careciese de esa pasión, no después de ese beso. «Si es así como expresa su
desdén hacia las inglesas, cómo sería si le agradasen», pensó divertida.
Callen pasó su pulgar por los labios de Jenna. Sin decir una palabra, la tomó
de la mano para dirigirse hacia la biblioteca, donde esperaban Gabriel y Celia.
Cuando entraron, todavía con la mano de Jenna en la suya, dos cabezas con
sendas miradas inquisitivas se giraron hacia ellos. Después de observarlos un
instante, Gabriel volvió su rostro hacia Celia y ladeó la cabeza al tiempo que
enarcaba las cejas.
«Te lo dije», pareció decir.
Celia rodó los ojos a la vez que sonreía a su primo.
―¿Y bien? ―inquirió Willesden, observando a la pareja.
―El compromiso sigue adelante ―afirmó Callen.
Gabriel centró la mirada en su hermana, con una muda pregunta en sus
ojos.
Jenna, todavía conmocionada, asintió.
Willesden frunció el ceño al ver los hinchados labios de Jenna y algunos
rizos de su peinado sueltos. Enarcó una ceja mientras pasaba su mirada hacia
Callen.
Este se encogió de hombros y se limitó a decir:
―Ha entendido... mis razones.
Gabriel resopló. Sabía de la honorabilidad de su amigo y estaba seguro de
que no la había comprometido más allá de... de lo que fuese. ¡Por Dios, era su
hermana pequeña! No tenía intención alguna de ponerse a hurgar en la manera
en la que Callen le habría explicado sus motivos.
r
Al regresar de escoltar a su hermana y a Celia a Brentwood House, Gabriel
entró en la biblioteca, donde le esperaba Callen.
Mientras se servía una copa, Gabriel habló sin girar la cabeza.
―No voy a preguntar cómo la convenciste.
―Mucho mejor ―espetó Callen con indiferencia.
Gabriel enarcó una ceja en su dirección al tiempo que se acercaba hacia el
sillón donde estaba arrellanado su amigo. Se sentó frente a él mientras
observaba absorto el líquido de su copa.
Sin levantar la mirada del líquido ambarino, Gabriel murmuró pensativo.
―Supongo que para ti el deber tiene el mismo valor que la amistad.
―No.
Gabriel levantó la vista hacia Callen, mirándolo inquisitivo. Callen daba
vueltas al licor en su copa sin levantar la mirada.
―¿No?
―Cuando dije que lo hacía porque te lo debía, no me refería a la vulgaridad
de pagar un favor como si me hubieras conseguido una invitación para una
fiesta en el Royal Pavilion. Me brindaste tu amistad cuando era un solitario
escocés resentido con todo lo inglés. Me integraste en tu grupo de amigos sin
necesidad alguna y me respaldaste siempre que lo necesité. Estuviste a mi lado
cuando murió mi hermano. Tú y los demás cruzasteis Inglaterra para
apoyarme y... sé que tuviste algo que ver en la súbita despedida de la embajada
y de Francia del vizconde Bonham.
»Eres mi amigo, Gabriel, y entiendo que una cosa no excluye a la otra. Los
cinco hemos llegado a un compromiso los unos con los otros basado en la
lealtad, que a su vez es una de las bases de nuestra amistad. ―Callen tomó un
sorbo de su whisky―. Así entiendo yo la amistad, algo que no se exige, si no
que se da, sin intereses ocultos ni obligación alguna. No lo hago por
obligación, sino porque debo y quiero ser leal a nuestra amistad. ―Vaciló unos
segundos y añadió―: Además, tengo mis propias razones.
Callen carraspeó. Había hablado demasiado para ser un hombre poco
acostumbrado a expresar sus sentimientos. Colocó la copa en la mesa y se
levantó.
―Te veré mañana en el club ―se despidió mientras salía de la habitación.
Minutos después, Gabriel todavía continuaba estupefacto mientras las
palabras de Callen seguían resonando en su mente.
r
Jenna y Celia estaban, ya en camisón, en la habitación de Celia. Ambas
recostadas en la cama.
―¿Y bien? ¿Puedes regresar de donde quiera que estés y explicar por qué
has cambiado de opinión sobre seguir adelante con el compromiso?
Jenna no había abierto la boca durante todo el trayecto desde la residencia
de Willesden hasta Brentwood House. Continuaba con la mirada ensoñadora y
una sonrisa bobalicona en su rostro, y empezaba a exasperar a su prima.
La aludida enrojeció.
―Me besó.
Celia enarcó una ceja.
―Te besó... ―concordó, mientras esperaba alguna explicación más―. Otra
vez.
Sin embargo, Jenna continuó con la exasperante mirada.
―¡Jenna! ―urgió su prima.
Cuando Jenna, sobresaltada, bajó de las nubes, Celia la interrogó con los
ojos.
Su prima la miró con ilusión.
―No hubo ninguna frialdad en él ―repuso.
Celia la observó con tristeza. Se mordió el labio inferior, inquieta al ver la
ilusión en su prima. Jenna era inocente, ella también, por supuesto, pero al
haberse convertido en los ojos de Jenna, tenía que ser observadora y, mientras
que su prima no era consciente de las argucias que utilizaban ciertos caballeros
para convencer a una dama, ella había visto demasiados corazones rotos.
―Jen ―intentó cuidadosa, mientras tomaba una mano de su prima. Lo que
menos deseaba era herir sus sentimientos―, me temo que un beso no significa
lo mismo para un caballero que para una dama.
Jenna la miró desconcertada.
―Celia, ese beso significó algo, lo sé, al igual que cuando me besó en el
parque. Nadie puede poner tanta... pasión si no siente nada por la otra persona
―argumentó convencida.
―Un hombre sí, Jenna. Ellos, bueno, pueden ser muy apasionados y no
tener ningún sentimiento afectivo. Para ellos se trata solamente de lujuria y
deseo.
Jenna comenzó a mover la cabeza negando. No, eso no era solo lujuria.
Celia continuó intentando que su prima no pusiese en riesgo su corazón.
―El marqués parece un hombre complicado, cariño. No puedes olvidar que
desdeña a las inglesas, que se casa contigo por... por lealtad hacia Gabriel. No
esperes que te entregue su corazón, Jen. Eres muy hermosa y sentirá deseo por
ti, no lo dudo, pero no te ilusiones esperando que, por muy apasionados que
sean sus besos, llegue a sentir algo más profundo.
Jenna bajó la mirada hacia la mano de su prima, que sostenía la suya con
cariño. Se negaba a pensar que lo que había ocurrido en casa de su hermano
solamente hubiera sido... lujuria. «Claro que, con ese beso, ha conseguido
hacerme olvidar mis deseos de romper el compromiso», pensó. Levantó la
vista hacia Celia, y esta, al ver la duda en los ojos de su prima, insistió.
―Ese hombre se ha pasado ocho años huyendo de las damas inglesas como
de la peste. ¿Crees que después de la humillación sufrida en Francia, se
arriesgará a volver a poner su corazón en manos de una inglesa? Por favor,
piénsalo. Se casa contigo porque no hay sentimientos por el medio. Es un
trato, por supuesto mucho mejor que cualquiera al que llegase tu padre con los
otros pretendientes. Por lo menos él te tratará con respeto, pero por favor, no
esperes más de él.
Jenna asintió al tiempo que soltaba la mano de su prima y se levantaba.
―Supongo que tienes razón. Puede que me esté ilusionando por algo que
en realidad solo yo siento. ―Mientras intentaba contener las lágrimas, se
despidió de su prima―: Ha sido un día muy largo. ―Celia notó su voz trémula
y no pudo evitar un ramalazo de compasión―. Buenas noches.
―Buenas noches, Jen.
Cuando su prima abandonó su alcoba, Celia permaneció un rato despierta
mientras meditaba sobre la ilusión de Jenna, que ella se había encargado de
apagar. Conocía muy bien a Jenna. Su prima se estaba enamorando del
marqués escocés, mientras que él...
Jenna llegó a su habitación hecha un mar de lágrimas. ¿Qué podía hacer? Si
no tuviese sentimiento alguno por Callen, sería fácil, otro matrimonio como
muchos, vivido con total indiferencia por ambas partes, sin arriesgar nada.
Pero se había enamorado del complicado escocés. Y durante sus encuentros en
el parque parecía que él guardaba algún sentimiento hacia ella. ¿Y si solamente
era lujuria? ¿Qué haría si, como decía Celia, él no llegase a sentir nada por ella?
Y lo peor era que en lo más profundo de su corazón sabía que su prima tenía
razón.
k Capítulo 7 l
CUANDO Gibson le anunció que el carruaje con los blasones de los duques se
aproximaba, Callen se dirigió a la puerta principal.
En el momento en que el carruaje se detuvo y el lacayo abrió la puerta, el
duque bajó y extendió su mano para ayudar a su duquesa.
Callen observó orgulloso a sus padres. Su padre conservaba todavía un
físico imponente pese a sus sesenta y tres años. De estatura similar a la de su
hijo, su cabello era de un rubio más oscuro, sin embargo, compartían el color
de ojos. Su madre, cinco años menor, seguía siendo tan hermosa como en su
juventud. Rubia y de ojos azules, su rostro seguía terso salvo por unas
pequeñas arrugas en las comisuras de los ojos.
Después de sonreír a su marido (Callen no dejaba de maravillarse de la
adoración que sentían el uno por el otro) lady Hamilton se dirigió presurosa a
abrazar a su hijo. El duque esperó paciente a que su esposa soltase a Callen,
para abrazarlo a su vez.
Acostumbrado a las muestras de cariño entre su familia, Callen siempre
desconfió de la frialdad inglesa que evitaba mostrar sentimiento alguno en
público, y en multitud de ocasiones, incluso en privado.
―Bueno, ¿cómo es? ―inquirió su madre, mientras entraba en la residencia
colgada de su brazo.
Callen miró de reojo a su padre, que se mantenía en silencio al lado de su
esposa.
Intentó ganar tiempo.
―¿Cómo es quién?
La duquesa le dio una palmada en el brazo.
―¿Cómo que quién? ¡Por Dios, Callen, tu prometida! ¿Te ama?
Bendita su madre, su mayor preocupación era que su futura esposa le
amase, no su belleza o carencia de ella. Callen gimió interiormente.
―Lydia ―intervino su padre―, deja respirar al chico.
El duque se giró hacia el mayordomo.
―Gibson, pide que nos traigan un servicio de té. ―Lanzó una mirada
suspicaz a su hijo―. Una pena lo temprano de la hora, me temo que quizá nos
vendría mejor algo más fuerte ―murmuró.
Callen carraspeó. Su padre no era precisamente tonto y se había dado
cuenta, con su evasiva al contestar a su madre, de que las cosas podrían no ir
tan bien como ella esperaba.
Una vez llegó el servicio de té y su madre hizo los honores, la duquesa lo
miró expectante.
Callen suspiró. Nunca había tenido secretos con sus padres y no tenía
intención alguna de comenzar a ocultarles cosas.
―El compromiso se ha roto ―masculló.
La duquesa lo miró estupefacta.
―¿Roto? ―Volvió la mirada hacia su esposo para después volver a posarla
en su hijo―. Pero... ¿por qué?
―Mamá, es complicado...
Lydia dejó la taza en la mesita y cruzó sus manos en el regazo.
―No tengo prisa alguna.
Callen miró a su padre, que se limitó a encogerse de hombros.
Se pasó una mano por el cabello y comenzó.
Les explicó su confusión con Jenna la primera vez que la vio. Su accidental
encuentro con ella en Hyde Park y las siguientes veces que se vieron.
―Solo nos dimos nuestros nombres, ella me dijo que se llamaba Grace, en
realidad es su segundo nombre ―explicó.
Les contó su intención de sincerarse con ella y proponerle matrimonio, y
cómo sus intenciones se truncaron al encontrarse en la residencia de Gabriel.
―Es la hermana de Gabriel. Él... bueno, Brentwood desprecia a Jenna y
estaba decidido a casarla casi con el primero que pasase por su puerta sin
esperar siquiera a que finalizase su primera temporada, intentamos ayudarla
confeccionando una lista de caballeros aceptables, pero todo se estropeó
cuando Gabriel nos dijo que su padre pensaba aceptar la oferta de Longford.
Al llegar a ese punto sus padres se miraron. Conocían la historia de
Longford y su hijo demasiado bien. Callen continuó.
―Entonces yo me ofrecí a casarme con ella. No podía permitir que Jenna
acabase en las manos de Longford. La utilizaría para hacer daño a Gabriel.
Su madre alzó una mano para detenerlo.
―Pero tú ya pensabas pedirle matrimonio, ¿no es así?
Callen asintió.
―Pensaba pedírselo a Grace.
―Grace y Jenna son la misma persona, hijo ―repuso su madre.
Callen evitó la mirada de la duquesa.
―Eso pensaba yo ―susurró.
En ese momento, su padre se acercó con una copa de whisky. Callen lo miró
agradecido.
―David, ¿no es un poco temprano? ―lo reconvino su esposa.
―Cariño, somos escoceses, nunca es temprano para nosotros. Además, al
chico le vendrá bien ―respondió mientras tomaba un sorbo del que se había
servido para él.
Después de tomar un trago de su bebida, Callen continuó relatando su
visita a Jenna, la coincidencia con Longford y que acabaron los dos siendo
despedidos por la propia Jenna. La humillación que sintió y la falta de
comprensión de sus sentimientos por parte de ella al aceptar salir a pasear con
el vizconde sabiendo que había un compromiso formal con él, aunque no
hubiese sido hecho público. El enfado de Gabriel ante la imprudencia de su
hermana, puesto que si era vista acompañada de Longford, ¿cómo se explicaría
después un compromiso con él? Y la decisión de romper el compromiso para
evitarle otra humillación y retirarse en favor de Longford.
Cuando finalizó, su madre lo escrutó atenta.
―¿La amas?
―No.
―¿Habla tu corazón o tu orgullo? ―insistió la duquesa. Callen notaba los
ojos de su padre fijos en él.
―Creí que sentía algo por Grace ―admitió a regañadientes.
―Son la misma persona, hijo.
―¡No lo son, maldita sea! ―estalló Callen―. Grace era divertida, franca,
sencilla, espontánea... Jenna...
―¿Jenna? ―porfió su madre.
―Jenna es inglesa. Rígida, caprichosa, solo tiene en cuenta sus sentimientos
y las malditas apariencias.
Lydia meneó la cabeza con abatimiento. Sabía lo ocurrido con la dama
inglesa en París, la humillación sufrida por su hijo, y entendía sus prejuicios.
Ella misma, como inglesa de nacimiento, sabía mejor que nadie lo crueles y
codiciosas que podían llegar a ser sus compatriotas.
―¡Maldita sea, mamá! Me encerré con una dama durante la fiesta de
presentación de lady Frances y lo único que le preocupó al vernos salir fue lo
impropio de utilizar una habitación privada de mi anfitrión con una dama
casada ―bramó exasperado.
Bebió un gran sorbo de su whisky y, en ese momento, se dio cuenta de con
quién hablaba.
―Mis disculpas, mamá. No debí...
Lydia hizo un gesto desdeñoso con la mano.
―Nosotros también fuimos jóvenes, hijo. ―Miró a su marido y le guiñó un
ojo―. Y visitamos numerosas residencias.
Callen no pudo evitar una sonrisa. ¿Por qué demonios no podían ser todas
las inglesas como su madre?
De repente, se acordó de algo.
―Por cierto, Jenna utiliza gafas.
La duquesa enarcó las cejas.
―¿Y eso es importante por...?
―Porque su padre la desprecia por ello ―respondió irritado―. No le
permite usarlas ni en público ni en privado. De hecho, la conocí como Grace
porque solía escaparse al amanecer a cabalgar o a pasear, para poder utilizarlas
y sentirse libre de contemplar todo por ella misma, sin que nadie se lo tuviese
que describir. ―Lydia notó que la voz de Callen se había dulcificado.
Quizá no estuviese todo perdido.
―Pudo usarlas libremente durante nuestro breve compromiso ―continuó
Callen―. Se lo exigí a Brentwood ―explicó, con una sonrisa maliciosa.
Ahora fue el turno de alzarse de las cejas de su padre.
―¿Y Brentwood aceptó? ―inquirió atónito.
Callen se encogió de hombros.
―Le dije que no estaba dispuesto a que mi prometida tuviese que recurrir a
nadie que la ayudase para poder moverse.
David soltó una carcajada.
―Daría cualquier cosa por haber visto a Brentwood aceptar una exigencia
de alguien con un rango inferior al suyo.
Callen frunció el ceño.
―¿Le conoces?
Su padre miró a la duquesa.
―Oh, sí. Estuvo tiempo rondando a tu madre. Sin embargo, ella solo tenía
ojos para mí. ―Las cejas del duque se alzaron varias veces pícaramente.
El rostro de Lydia se tornó del color de una amapola.
―David...
El duque se encogió de hombros.
―Cariño, todo el mundo sabía que estabas loca por mí... menos él.
―¡¡David!! ―exclamó su esposa, cada vez más ruborizada.
Callen sonrió. Ojalá pudiese tener alguna vez lo que tenían sus padres.
Al cabo de un rato, los duques se retiraron a descansar, mientras que Callen
decidió pasarse por el club.
r
Cuando llegó y se dirigió a su mesa acostumbrada, Justin y Gabriel se
hallaban allí.
―Hemos pedido algo de comer, ¿te unes? ―ofreció Justin.
―Por supuesto, precisamente venía pensando en comer algo.
Cuando el camarero se acercó, Callen pidió lo mismo que habían solicitado
sus amigos.
―Por cierto, mis padres llegaron esta mañana.
―¿Cómo están Sus Gracias? ―se interesó Justin.
―Muy bien, como siempre. Parece que el tiempo no pasa por ellos.
―¿Les has comentado...? ―inquirió Gabriel.
Callen asintió.
―Están al tanto de todo lo ocurrido.
Justin frunció el ceño.
―¿Cómo se lo han tomado? Si puedo preguntar.
Callen se encogió de hombros.
―La verdad es que no lo sé. ―Dudó unos instantes―. Con demasiada
tranquilidad, me temo. Supongo que hablaremos durante la cena. Los conozco
lo suficiente como para saber que primero lo discutirán entre ellos.
Callen observó que Gabriel parecía preocupado. Miró a Justin inquisitivo,
sin embargo, este se encogió de hombros.
Esperó mientras les colocaban el servicio de comida y, cuando estuvieron
los tres servidos, preguntó con aparente indiferencia.
―¿Qué sucede, Gabriel?
―Brentwood ha reducido sustancialmente la dote de Jenna. Creo que
piensa que un simple vizconde no merece la pequeña fortuna que había
previsto para ella.
El semblante de Justin se endureció.
―A Longford no le va a gustar.
«Y quien lo pagará será Jenna», pensó Callen.
―¿Cuándo se anunciará el compromiso? ―preguntó Callen.
Gabriel meneó la cabeza negativamente.
―No lo sé. Primero tienen que firmar los acuerdos matrimoniales y no
tengo idea de cómo reaccionará Longford cuando conozca la verdadera
cuantía de la dote. Por lo pronto, lo que la alta sabe es que hay un cortejo.
Justin habló después de beber un sorbo de su vino.
―Longford apechugará con el compromiso. Menguada o no, sigue siendo
una dote generosa, y sus arcas no están precisamente llenas. Eso sin contar
con su aumento de estatus al casarse con la hija de un duque. No goza
precisamente de las simpatías de sus pares.
Gabriel soltó una carcajada exenta de humor.
―Si espera que Brentwood le ayude en su... escalada social, me temo que se
llevará una desilusión.
Callen no había vuelto a abrir la boca. Comía en silencio mientras
escuchaba a sus amigos. Intentaba mantenerse indiferente, pero el miserable
futuro que le esperaba a Jenna al lado del vizconde le inquietaba, aunque lo
que más le afectaba era que ese miserable de Longford acabaría por quebrar el
espíritu de Grace.
Nunca consideraría a Jenna y a Grace como la misma persona, aunque solo
fuese cuestión de nombres, eran completamente diferentes.
Tras un rato de charla, se despidió de sus amigos. Daría un largo paseo
hasta que llegase la hora de prepararse para cenar con sus padres.
r
Durante la cena, la conversación giró en torno al mismo tema, su fallido
compromiso. Casi se atraganta cuando escuchó a la duquesa.
―De aquí a dos noches, he pensado organizar una cena. ―Lydia hablaba
con indiferencia como si solamente se tratase de una idea que le rondaba por
la cabeza, pero Callen conocía a su madre, la cena estaba decidida, se celebraría
sí o sí.
Sin embargo, intentó disuadirla.
―¿No crees que es un poco pronto? Apenas habéis llegado.
Lydia tomó un sorbo de su vino y, después de pasar delicadamente la
servilleta por sus labios, repuso.
―Será una cena íntima, tus amigos... sus hermanas... Hace tiempo que no
los veo y, por supuesto, no conozco a sus hermanas. Has comentado que lord
Craddock acaba de presentar en sociedad a lady Frances, estaré encantada de
apoyarla.
La duquesa no mencionó a Jenna, pero Callen apostaría un brazo a que la
cena se organizaba única y exclusivamente para que su madre la conociese.
―Creo recordar ―continuó su madre bajo la divertida mirada del duque―
que Brentwood tutela a una sobrina. ―Apoyó un codo en la mesa mientras
alzaba su mano y se daba toquecitos con un dedo en los labios―. Tres damas
―murmuró pensativa― frente a cinco caballeros... No importa, en la invitación
que dirigiré a lord Craddock le sugeriré que, si lady Frances desea invitar a dos
amigas, estaré encantada de recibirlas.
Callen recordó a la preciosa pelirroja con la que había bailado el vals en la
fiesta de presentación de lady Frances, así como a la diminuta rubia que había
atacado a Justin. No pudo contener una sonrisa. La cena iba a resultar muy
entretenida.
r
Justin se dirigió rojo de furia hacia donde se encontraban sus amigos, en su
mesa preferida del club.
Se miraron unos a otros confusos. El conde no solía perder el control.
Mucho menos en público.
Justin se plantó delante de Callen con ademán turbulento.
Mientras agitaba un dedo delante de la nariz de este, espetó:
―No me malinterpretes, estoy encantado de asistir a la cena de Su Gracia,
pero... ¡Maldita sea! ¿Era necesario incluir a ese jabalí sanguinario?
Los cuatro se miraron confusos hasta que Darrell estalló en carcajadas.
―Vamos, Jus, ¿todavía sigues resentido? La dama se disculpó, no fue más
que una desafortunada confusión.
Justin dirigió una mirada asesina a su amigo.
―Confusión que casi me cuesta la extinción del condado ―siseó entre
dientes.
Kenneth intervino entre carcajadas.
―Oh, vamos, siempre acaba apareciendo algún primo olvidado por ahí. El
condado no iba a extinguirse si... ―Kenneth cortó las carcajadas de cuajo al ver
la mirada que le dirigió Justin.
En realidad, tenía que reconocer que las joyas de la corona de un hombre
era un tema particularmente delicado para tomárselo a broma. Levantó sus
manos en señal de rendición.
―Mis disculpas ―murmuró.
Callen se dirigió al conde.
―Si te sientes mejor, hablaré con mi madre, procuraré que siente a la
muchacha lo más lejos posible de ti.
―De preferencia, en otra habitación ―farfulló Justin.
r
―No puedes rechazar una invitación de la duquesa de Hamilton, Jenna
―dijo Celia sin levantar la vista de su bordado mientras su prima, inquieta,
paseaba sin cesar por la salita.
―Estará Callen ―murmuró intranquila.
―Es de esperar, si quien la organiza es su madre ―respondió con sorna su
prima.
Jenna movió la cabeza negativamente.
―Será incómodo.
Celia bufó.
―Jen, te cruzarás con el marqués en multitud de sitios, lo más probable es
que acudáis a los mismos eventos. ―Se detuvo unos instantes en sus puntadas
para murmurar―: Por lo menos en Brandon House no tendremos que
soportar la presencia de lord Longford.
Jenna se detuvo en sus paseos para toquetear unos adornos situados en una
de las mesitas de la habitación.
―Longford no es de tu agrado ―era una afirmación, no una pregunta.
―No. ―«Y del tuyo tampoco, por mucho que insistas en convencerte y
convencernos a los demás», añadió Celia para sí.
Jenna se dejó caer en uno de los sillones, mientras su prima levantaba la
vista hacia ella. Al tiempo que se retorcía las manos, musitó.
―Tienes razón, en algún momento tendremos que coincidir ―Levantó la
barbilla, altanera―. Y no hay nada de qué avergonzarse. Un compromiso roto,
como otros muchos ―afirmó con falsa seguridad.
Celia alzó una ceja hacia ella, sin embargo, nada dijo. Ambas sabían que
Jenna estaba arrepentida y avergonzada por su comportamiento, pero tampoco
se trataba de hurgar en la herida.
r
Los primeros en llegar fueron Kenneth y Darrell, seguidos casi de
inmediato por lady Lilith Edwards.
Kenneth y Darrell fueron recibidos cariñosamente por los duques. Los
conocían desde Eton y el matrimonio sabía de la amistad incondicional entre
ellos y su hijo.
Callen se encargó de presentar a lady Lilith. Cuando mencionó que era la
hija del conde de Falkland, los duques intercambiaron una rápida mirada. Al
ver que la joven se ruborizaba intensamente al captar el intercambio entre los
duques, Lydia enseguida intentó calmar el azoro de Lilith.
―Querida, permíteme decirte que eres una preciosidad, me recuerdas
muchísimo a tu madre ―comentó sonriente.
Lilith abrió los ojos sorprendida.
―¿Conoció a mi madre, Su Gracia?
―Por supuesto, una dama encantadora y con un interior todavía más bello
que el exterior.
Lilith sonrió emocionada.
―Le agradezco sus palabras, Su Gracia, es conmovedor que alguien la
recuerde con tanto cariño.
Lydia la miró con atención.
―Todo el que la conoció admiraba y apreciaba a lady Falkland, Lilith.
¿Puedo llamarte Lilith?
―Será un honor, Su Gracia.
En ese momento, Gibson anunció al conde de Craddock y a lady Frances.
La duquesa tuvo el mismo recibimiento con Justin que con los otros dos
amigos de Callen.
Cuando lady Frances hizo su reverencia, Lydia le habló cariñosa.
―Realmente encantadora. ―Miró a Justin―. Aunque es mucho más
hermosa que tú, podríais pasar fácilmente por hermanos ―bromeó.
Lilith, que estaba al lado de Frances, se ruborizó violentamente recordando
el bochornoso momento vivido con el conde, mientras que este enarcaba una
ceja en su dirección.
«Usted es la única que no vio el parecido», pareció decirle con la mirada.
Justin no pudo evitar soltar un mordaz comentario.
―No crea, Su Gracia, algunas personas se precipitan y no se percatan de lo
evidente.
Frances le propinó un disimulado codazo a su hermano, al tiempo que le
lanzaba una mirada de advertencia. Si seguía con sus sarcasmos, Lilith estallaría
en llamas.
―La señorita Shelby Holden ―anunció Gibson.
Mientras Justin se hacía a un lado para reunirse con sus amigos, Shelby
saludó a los duques con una perfecta reverencia.
―Sus Gracias.
―Señorita Shelby, tengo entendido que se encuentra disfrutando de la
temporada bajo la tutela de los condes de Balfour. Americana, ¿verdad?
―Así es, Su Gracia, lady Balfour era tía de mi madre y gentilmente se
ofreció a presentarme en sociedad.
―¿Está disfrutando de su estancia en Londres? ―se interesó Lydia.
Al notar la vacilación de la muchacha, Lydia sonrió.
―Entiendo, Londres puede resultar, digamos... un poco agobiante, incluso
para los que hemos nacido aquí.
Shelby correspondió a la sonrisa de la duquesa.
―Me temo que sí, Su Gracia.
Las tres muchachas se disponían a alejarse cuando el mayordomo hizo su
último anuncio.
―Su señoría el marqués de Willesden, lady Jenna Leighton y lady Celia
Merrick.
Lydia miró disimuladamente a Callen que, al lado de su padre, se había
tensado visiblemente.
―¡Gabriel, qué contenta estoy de volver a verte!
Gabriel se inclinó para besar la mano de la duquesa.
―El placer es todo mío, Su Gracia. Está todavía más hermosa desde la
última vez que la vi.
Lydia soltó una carcajada.
―No cambiarás, siempre tan lisonjero. ―Miró a las dos damas que
flanqueaban al marqués.
―Y bien, ¿nos presentarás a estas dos hermosuras? ―Lydia ya había
reconocido a Jenna, la única que llevaba gafas.
Jenna se las había puesto en cuanto había traspasado el umbral de Brandon
House. Ninguno de sus amigos diría absolutamente nada.
―Por supuesto. Mi hermana, lady Jenna.
Jenna se adelantó un paso para hacer su reverencia.
―Encantada de conocerte, querida, ya teníamos ganas de conocer a la
hermana de nuestro querido Gabriel.
―Es un honor, Su Gracia ―contestó Jenna, azorada y agradecida de que los
padres de Callen no hiciesen mención alguna a su fallido compromiso.
Gabriel continuó.
―Mi prima, lady Celia Merrick, sus padres eran los condes de Desford.
Celia hizo su reverencia.
―Un gran hombre, tu padre ―intervino el duque.
―Gracias, Excelencia, yo también lo creo así.
La duquesa la escrutó con atención.
―Te pareces mucho a él, ¿no crees, David? Aunque esos preciosos ojos sin
duda son los de tu madre.
Celia, ruborizada, inclinó la cabeza agradeciendo el cumplido.
―Son ustedes muy amables, Excelencias.
En ese momento Gibson anunció la cena.
―¡Oh, por Dios! Con tanta charla me temo que he descuidado mis deberes
de anfitriona y ni siquiera os he ofrecido algo de beber antes de pasar al
comedor.
Varios murmullos quitaron importancia al asunto, al tiempo que el duque se
dirigía cariñoso a su esposa.
―No te preocupes, querida, podremos beber algo después de cenar
―repuso, con un brillo divertido en los ojos.
La cena transcurrió en un ambiente familiar. Los amigos de Callen
adoraban a los duques. Habían pasado multitud de sus vacaciones en Escocia,
y el cariño y la confianza que se respiraba en aquella familia se extendía hacia
ellos. Algunos sin padres, otros con padres indiferentes, habían sido
considerados por los duques, y el entonces todavía vivo hermano de Callen,
como familia.
Para los duques eran los amigos de Callen, aquellos que lo habían
protegido, y en Escocia no había protocolo alguno en cuanto a ellos. Nunca
utilizaron sus títulos para referirse a ellos, incluso cuando Darrell, huérfano
desde pequeño y que solo tenía un hermano mucho mayor y más preocupado
por su marquesado que por él, se atrevió a llamar a la duquesa tía Lydia, nadie
se inmutó ni se molestó por el atrevimiento. De hecho, Darrell continuó
llamándola tía hasta después de su regreso del Grand Tour, cosa que apenó
sobremanera a la duquesa.
Mientras que Callen y Jenna evitaban mirarse pese a estar sentados uno
frente a otro, Justin lanzaba de vez en cuando miradas precavidas hacia Lilith,
sentada frente a él, hasta que esta, harta, le susurró a Frances, que estaba a su
lado.
―¡Por Dios Santo! ―exclamó en un susurro―. ¿Acaso tu hermano cree que
voy a saltar por encima de la mesa armada con un cuchillo de postre para
atacarlo?
Frances soltó una risilla, mientras que Justin, que la oyó, se atragantó con el
vino que estaba bebiendo en ese momento. Shelby, sentada a su lado, comenzó
a darle palmaditas en la espalda, alarmada, hasta que un azorado Justin alzó
una mano para detener a la solícita americana.
Gabriel frunció el ceño en dirección a su amigo, que se limitó a mover la
cabeza negativamente.
Callen evitaba por todos los medios mantener cualquier tipo de contacto
con Jenna. Si la conversación requería que interviniese, o respondía con
monosílabos o se dirigía a Frances, sentada a su lado, o a Celia, situada al lado
de Jenna.
Jenna, por su parte, intentaba mantener la compostura. En su afán por no
ponerse en evidencia, su porte resultaba un tanto altanero y envarado. Al
menos así la percibía Callen.
En un momento dado, ya en los postres, la duquesa hizo un comentario
que sacudió a los varones jóvenes presentes en la mesa.
―Por cierto ―comentó dirigiéndose a Callen―, hemos coincidido en una
de las posadas del camino con alguien que asegura conocerte de tu juventud.
Callen frunció el ceño, pensando: «Mi juventud la pasé en el extranjero».
―Es la viuda de un exitoso abogado de Edimburgo, regresa a Londres para
reunirse con su padre. La señora Campbell, creo recordar que se llama.
Callen negó con la cabeza.
―Me temo que no la conozco.
Su madre inclinó su rostro hacia él.
―Quizá la recuerdes por su nombre de soltera, Amelia Bonham, su padre
es el vizconde Bonham.
Al tiempo que sus amigos se tensaban, Callen palideció.
Sin querer dar un espectáculo delante de las damas, puesto que sus amigos
sabían perfectamente de quién se trataba, contestó.
―Sé quién es.
―Estupendo, debo invitarla a tomar el té entonces, creo que sería agradable
que volvierais a veros.
La animada conversación que mantenían cesó por completo ante el estupor
de las damas. Los caballeros se mantuvieron en un sepulcral silencio mientras
se miraban consternados unos a otros.
Callen dejó su servilleta encima de la mesa y, con una calma glacial, se
levantó ante la mirada perpleja de sus padres.
―Si me disculpáis. ―Sin más, se dio la vuelta y abandonó el comedor.
Gabriel iba a levantarse tras él, pero un gesto de Justin lo detuvo. No
podían tensar más el ambiente.
Los duques se miraron estupefactos, pero la duquesa enseguida tomó el
control y condujo a las damas a la sala contigua, mientras los caballeros se
quedaban disfrutando de sus bebidas.
Cuando las damas abandonaron la habitación, el duque miró a los jóvenes.
―¿Y bien? ―solo preguntó.
Justin suspiró.
―Es la mujer que humilló a Callen en París.
El duque enarcó una ceja.
―Entiendo que sabía que nosotros éramos sus padres.
―Me temo que sí, sí ―afirmó Justin.
―¡Maldita ramera! ¡¿Y se ha atrevido a dirigirse a mi duquesa con esa
desfachatez?!
Kenneth se estremeció. El duque pocas veces dejaba salir su temperamento
escocés, pero una vez lo hacía, arrasaba todo lo que encontrase a su paso.
―Hamilton, ¿te importaría si voy...? ―ofreció Gabriel.
―Ve, hijo ―asintió el duque.
Cuando Gabriel salió, el duque observó a los tres caballeros.
―Contadme todo lo que sepáis del vizconde Bonham. Y lo que no sepáis
averiguadlo. Quiero saber hasta la mezcla de betún que usa su ayuda de cámara
―requirió con frialdad.
Darrell tragó en seco. Al vizcondado y a Amelia les quedaba poco, muy
poco.
r
Gabriel encontró a Callen apoyado en la balaustrada de la terraza. Por la
tensión de sus hombros hervía de furia.
―Callen...
Sin volverse, ladró:
―¡¿Cómo se ha atrevido a acercarse a mi madre?! ¡Maldita ramera! ¿Qué
mierda busca ahora?
Gabriel se colocó a su lado.
―Lo sabes al igual que todos nosotros, ahora eres el heredero de uno..., de
dos ducados.
Callen soltó una carcajada exenta de humor.
―Despreció a un escocés para acabar casada con un abogado de
Edimburgo.
Gabriel se encogió de hombros.
―Tampoco es que tuviera muchas opciones en Inglaterra.
Callen lo miró con suspicacia.
―¿Tú...?
Gabriel contestó mientras hacía un gesto desdeñoso con la mano.
―Fue la segunda y última vez que utilicé mi rango.
Callen asintió. Nunca había preguntado, pero sabía que Gabriel había
tenido algo que ver en la precipitada marcha del vizconde y su hija de París.
Gabriel le puso una mano en el hombro.
―Entremos, tu padre ya está al tanto, pero me temo que tendrás que
explicárselo a tu madre.
La duquesa había guardado la compostura durante todo el rato que estuvo
con las damas, incluso después cuando se unieron los caballeros, incluido un
tormentoso Callen.
Sin embargo, en cuanto el último de los invitados se hubo marchado,
interrogó a su hijo con la mirada.
―Ella es la mujer de París ―masculló Callen.
Lydia jadeó.
―Esa... esa... ¡Y se ha atrevido a...! ―exclamó colérica.
El duque intentó calmar un poco la furia de su esposa.
―Cariño, ¿te importaría acabar las frases?
La duquesa se volvió hacia su marido con una mirada belicosa.
―Acabaré esta: la destruiré. No habrá puerta en Londres, no, en toda
Inglaterra, ni siquiera en Escocia, que se le abra. Esa zorra comprobará lo que
una persona siente cuando es despreciada.
―Lydia, por favor, ese lenguaje ―intervino conciliador el duque.
Callen se acercó a su madre.
―Tranquilízate, ya no está en posición de hacerme daño.
―Tampoco lo estaba hace años, eras muy superior a ella en rango, y te lo
hizo. No tengo intención alguna de pasarlo por alto. Mucho menos que haya
intentado manipularnos sabiendo perfectamente quiénes éramos.
Callen miró a su padre, que se encogió de hombros. Si se trataba de
defender a los suyos, Lydia, más que inglesa, parecía descender de los antiguos
y temidos highlanders.
Suspiró y bajó la cabeza para besar la mejilla de su madre.
―Creo que me voy a retirar, mañana tengo previsto salir a cabalgar
temprano. Si me disculpáis. Buenas noches.
Cuando Callen abandonó la habitación los duques se miraron con
complicidad.
―Podemos unir fuerzas ―sugirió el duque con sarcasmo.
―Por supuesto, mi amor. En eso estaba pensando ―contestó maliciosa su
duquesa.
k Capítulo 10 l
CALLEN sabía que debía evitarlo como lo estuvo haciendo durante todas las
semanas anteriores, pero necesitaba verla. Quizá ella ya no hiciera sus
escapadas al amanecer, pero tenía que comprobarlo. Tal vez, sabiendo que ella
ya no acudía a Hyde Park a esas horas, le fuese más fácil admitir y superar el
que no estaba destinada a él.
Cuando la vio a lomos de su yegua, seguida de Roddy, su corazón se saltó
un latido. Se detuvo unos instantes antes de salir a su encuentro, para
contemplarla, hasta que comprobó que Jenna ya lo había visto cuando
ralentizó el galope de su caballo.
Azuzó a Dorcha para llegar hasta ella.
―Has venido ―musitó Jenna, mientras estiraba la mano para acariciar al
castrado.
―Tú también.
Jenna evitó su mirada.
―He venido todos los días.
Los ojos de Callen se dispararon al rostro de ella. Las manos le picaban por
bajarla de la yegua y acariciar su cuerpo.
―Lo siento ―murmuró―, me temo que he sido un egoísta.
―Te he echado de menos.
¡Dios Santo! Callen bajó de un salto para tomar a Jenna por la cintura y
apearla de Missy.
Ante su mirada sorprendida, repuso:
―Paseemos.
Dejaron los caballos al cuidado de Roddy y comenzaron a andar. Uno junto
al otro, sin tocarse. Callen, porque temía perder el control si ponía un solo
dedo sobre ella, y Jenna porque, aunque lo deseara con todo su corazón, estaba
comprometida. Tal vez con el hombre equivocado, pero eso no cambiaba el
hecho de que el hombre que caminaba a su lado, con las manos cruzadas a su
espalda, nunca sería suyo.
―Jenna... ―murmuró Callen.
Ella giró el rostro hacia él, al tiempo que enarcaba las cejas.
―¿Jenna? ¿No Grace?
Callen fijó su mirada en la distancia, mientras movía la cabeza
negativamente.
―Me obsesioné con señalar las diferencias entre las dos. Al principio no fue
fácil. Aunque no te asociaba con la dama de los amaneceres, te comportabas
con la misma frescura que ella. Cuando descubrí que erais la misma persona en
la residencia de Gabriel, supe que no podía permitir que fueses de otro. En
realidad, la amenaza de Brentwood de casarte con Longford fue la excusa
perfecta para ofrecerme yo. Sentía náuseas solo de imaginarme a ese cretino
poner sus manos sobre ti.
»Pero cuando fui a visitarte, apareció él y nos echaste a los dos ―Callen se
encogió de hombros―, solo vi a otra arribista inglesa, más preocupada por las
normas que por las personas. Y cuando decidiste aceptar salir a pasear con el
vizconde... Bueno, pensé que era lo esperado.
»Sin embargo, Grace era diferente, era franca, sencilla, espontánea, y quise...
―Callen carraspeó― Quise convencerme de que, mientras Jenna era todo lo
que despreciaba, una ambiciosa dama inglesa, Grace, en cambio, era todo lo
que me gustaba, sin tener en cuenta que mientras la dama de los amaneceres se
sentía libre, Jenna no podía hacerlo. Era Jenna la que usaba a Grace para poder
ser ella misma.
»Cuando la noche pasada ese idiota... ―Callen se detuvo. No sabía si Jenna
estaba al tanto de que Longford la había insultado―. En fin, me di cuenta de
que en el mundo en el que nos movemos hay demasiadas normas que se deben
seguir, sí o sí. Si las sufro yo, que soy un hombre, y como tal, la alta nos
permite más libertades, con qué derecho podría exigir que tú las pasaras por
alto.
Jenna escuchaba con un nudo en la garganta.
―No me debes explicaciones. En realidad, quien actuó de manera
imprudente fui yo. No debí perder los nervios cuando os eché de Brentwood
House, quien estaba demostrando sus malos modales era Longford, no tú; sin
embargo, lo único que pensé fue que habíais llevado las disputas de críos de
colegio demasiado lejos. ―Jenna no se atrevió a decir que además estaba su
falta de confianza en sus motivos para mantener el compromiso―. Y
después..., mi orgullo hizo el resto.
―Jen, ¿podríamos seguir viéndonos como hasta ahora? Como amigos, por
supuesto. ―Ni siquiera él estaba seguro de que pudiera mirarla como una
amiga, pero era lo único que podía ofrecerle, y necesitaba verla, por lo menos
hasta que...―. No, te pondría en una situación indecorosa, aunque resulta
bastante... inusual, por así decirlo, que nos veamos a escondidas y a estas horas.
Sé que si te descubriesen tu reputación acabaría destrozada, y no debería
pedirte que corrieses ese riesgo. Y, en realidad, tampoco estoy muy seguro de
para qué arriesgarse. En apenas dos semanas se hará oficial el compromiso...
Jen. A ella casi se le saltan las lágrimas al escucharlo nombrarla con el
apelativo cariñoso que utilizaban solamente sus dos personas más queridas: su
hermano y Celia.
―No me han descubierto hasta ahora, y llevo mucho tiempo haciéndolo.
Dudo que en el poco tiempo... ―«que nos queda», pensó―, alguien me
sorprenda. Y es todo lo que tendremos ―musitó consternada.
La mirada anhelante y agradecida que le dirigió Callen hubiese bastado para
desechar cualquier reparo que le quedase. Correría ese riesgo y cualquier otro
con tal de pasar el poco tiempo que le quedaba con él. Esos días le ayudarían a
soportar la miserable vida que, intuía, le esperaba con Longford.
Durante una semana, se reunieron todos los días. Se retaban con carreras y
conversaban, pero Jenna notaba que Callen nunca hablaba de su pasado, de sus
años de colegio, ni de su estancia en Francia. Relataba cosas superficiales, su
amistad con Gabriel y los demás, sus estancias en Escocia con sus amigos,
incluso el próspero negocio de importación y exportación de bebidas
espirituosas entre Escocia y Francia. Jenna intuía que algo mucho más grave
que unas simples escaramuzas entre críos había ocurrido en Eton.
r
Los duques de Hamilton se encontraban en la biblioteca como casi todas
las noches, después de la cena.
El duque levantó la mirada, otra vez, del libro que leía, para observar a su
esposa. Resignado a no conseguir acabar una página a causa de los suspiros de
Lydia, exclamó.
―¡Por el amor de Dios! ¿Te importaría hablar de ello y dejar de suspirar?
Como si esperara esa señal, la duquesa posó con rapidez el libro que tenía
en las manos y que no estaba leyendo en la mesita contigua.
―¿No te parece que Callen está diferente desde hace unos días?
David frunció el ceño.
―¿Diferente? ¿Diferente en qué sentido?
Lydia hizo un gesto con la mano.
―Más... más relajado. No me atrevería a decir que más feliz, continúa
habiendo como una tristeza en sus ojos..., pero sí menos tenso. Ya no se
muestra tan reacio a acudir a los eventos a los que somos invitados.
―Además ―continuó la duquesa―, no se niega en redondo a bailar con
debutantes.
El duque enarcó las cejas.
―¿Bailar? ―Abrió la boca y volvió a cerrarla.
―¡Sí, bailar, David!
―Cariño, me temo que no te sigo. En algún momento tendría que sacar a
relucir sus buenos modales y bailar con las damas... creo.
―¡Por Dios, David! ¿Es que no te has dado cuenta de que solo lo hace para
tener una excusa para poder sacar a bailar a lady Jenna? Después de bailar con
ella, o abandona el baile o se retira a la sala de caballeros.
El duque se apretó el puente de la nariz con los dedos.
―¿Y eso es importante porque...?
―Porque está enamorado de ella, tonto.
―Cariño, lady Jenna está comprometida.
La duquesa bufó.
―Creo que enviaré una invitación para tomar el té a lady Jenna y a su prima,
lady Celia.
―Lydia... ―reconvino el duque.
Su esposa lo miró al tiempo que componía una expresión de total
inocencia.
―Son muy agradables, David, y me agrada conversar con gente joven.
El duque meneó la cabeza, resignado. Tal vez, ahora que su esposa había
decidido intervenir, en realidad, había expresado en voz alta su decisión,
pudiera avanzar alguna página del libro.
r
―La duquesa de Hamilton nos envía una invitación a tomar el té con ella
―dijo Jenna después de leer la nota que le había entregado Benson.
Celia miró a su prima.
―Su Gracia es una dama encantadora.
Jenna apenas musitó.
―Sí, lo es.
¿Por qué las habría invitado? ¿Se habría enterado de sus encuentros con
Callen? No, Callen jamás lo contaría. ¿Sería porque bailaba con ella en las
fiestas en que coincidían? No, él bailaba con otras damas también.
Celia, al notar el nerviosismo de su prima, intentó tranquilizarla.
―Jen, eres la hermana de uno de los mejores amigos de su hijo. Es lógico
que desee conocerte.
Ella la miró con el ceño fruncido.
―¿Lo crees así?
―Por supuesto, ¿qué otra razón podría haber? ―contestó Celia, mientras
escrutaba el rostro de Jenna.
Jenna se sentó en uno de los sillones, al tiempo que alzaba su mano para
mordisquearse una uña con nerviosismo.
―Tienes razón, ¿qué otra razón habría?
«¿Nuestros encuentros al amanecer? ¿Que tal vez haya notado que estoy
enamorada de su hijo? ¿Que no puedo alejar mis ojos de él cuando está en la
misma sala?», la invadían las preguntas.
Jenna intuía que la duquesa tenía otra razón aparte de conocer a la hermana
de Gabriel.
La duquesa, encantadora, las recibió con cariño. Ambas habían
comprobado que los duques eran sencillos y amables cuando disfrutaron en su
palco de la velada teatral, y antes, durante la cena a la que habían sido invitadas
junto con los amigos de Callen.
Después de servir el té, Lydia fijó su mirada en Jenna.
―Me temo que aún no la he felicitado por su próximo compromiso.
Jenna se ruborizó.
―Gracias, Excelencia.
Lydia tomó un sorbo de su té.
―No quisiera pecar de indiscreta, pero asumo que está enamorada de su
prometido. Son tan raros en estos tiempos los compromisos por amor. Quizá
peque de ingenua, pero yo me casé enamorada y me entristece pensar que
muchas jóvenes no encontrarán la felicidad en sus matrimonios.
Jenna casi se atraganta con el té. Tras toser sofocada, su rostro era del color
de la amapola.
La duquesa y Celia intercambiaron una mirada. Una intuía, y la otra sabía,
que Jenna no estaba enamorada precisamente de Longford.
―¿Se encuentra bien, lady Jenna? ―preguntó solícita la duquesa.
Jenna carraspeó.
―Sí, gracias, Excelencia. Me temo que me he precipitado al beber.
Lydia asintió.
―Hay veces en las que uno no debe precipitarse, y pensar bien antes de
tomar una decisión ―dijo sonriendo―. Me refiero a beber el té demasiado
caliente, o morder un trozo de sándwich demasiado grande, por supuesto.
Mientras Celia disimulaba una sonrisa acercando la taza a sus labios, Jenna
la observó con el ceño fruncido.
―Por supuesto.
En ese momento, una figura masculina entró en la habitación.
―Mamá, me temo que no voy a poder acompañarte...
Callen se quedó congelado cuando vio a Jenna sentada en la salita personal
de su madre.
Jenna, al verlo, enrojeció, e insegura de que sus manos temblorosas no
hiciesen un estropicio, depositó la taza en la mesa.
Ambas damas se levantaron e hicieron sus reverencias.
Callen enseguida recuperó su aplomo. Mientras se inclinaba, saludó.
―Miladies.
Miró a su madre mientras enarcaba una ceja en muda interrogación.
Lydia aclaró con indiferencia.
―Es curioso que conozca a Gabriel desde que era casi un niño y en cambio
no haya conocido a su hermana hasta ahora. ―Esbozó una sonrisa irónica
hacia su hijo―. ¿Nos acompañarás? Pediré otro servicio de té.
Al ver que su madre hacía el amago de levantarse para tirar del cordón,
Callen alzó una mano.
―Ehm..., me temo que no puedo, mis disculpas. Precisamente venía a
avisarte de que ha surgido algo y no podré acompañarte a la velada musical de
los vizcondes Parker.
Callen evitaba por todos los medios mirar a Jenna. Si lo hacía temía ponerse
en evidencia delante de su madre. A la duquesa no se le escapaba nada.
Jenna, por su parte, mantenía la vista baja, fija en sus manos entrelazadas en
su regazo.
―Oh ―exclamó la duquesa―, espero que no sea nada grave.
―No, simplemente un pequeño contratiempo. ―Callen se balanceó sobre
los talones con nerviosismo―. Debo irme.
Se acercó a su madre para inclinarse y besar su mejilla, al tiempo que le
dirigía una mirada de advertencia que la duquesa, por supuesto, ignoró.
Se inclinó ante las dos damas.
―Miladies, un placer. Mis disculpas por no poder acompañarlas.
Las dos jóvenes inclinaron la cabeza.
Callen se giró y salió como alma que lleva el diablo. ¡Condenación! ¡¿Qué
demonios pretendía su madre invitando a Jenna a tomar el té?!
En realidad, no había ningún compromiso. No tenía intención alguna de
pasarse dos o tres horas escuchando berrear o destrozar un instrumento a la
típica debutante sin talento mientras era exhibida sin pudor alguno por sus
padres.
Se dirigió al club. Quizá se quedase a cenar también. Debía distraerse de la
imagen de Jenna en su casa al lado de su madre. Era una imagen demasiado
perturbadora.
r
En Brook’s solo se encontraba Gabriel.
Tras tomar asiento enfrente, Callen se interesó.
―¿Los demás?
Gabriel se encogió de hombros.
―Darrell desaparecido: cotilleando por algún lado, me temo. Kenneth
supongo que con su amante de turno y Justin mentalizándose para acompañar
a su hermana a la velada musical de los Parker... y mi hermana tomando el té
con la duquesa ―espetó con fingida indiferencia.
Callen rodó los ojos.
―No tenía idea. Mi madre argumentó que te conoce desde que eras un crío
y que desea conocer a tu hermana.
Gabriel enarcó las cejas con incredulidad.
―¿Y la crees?
―No. Pero no tengo intención alguna de indagar en sus motivos.
Gabriel asintió.
―Entiendo. Su Gracia puede ser muy...
―¿Entrometida?, ¿ladina? ―ofreció Callen.
―Iba a decir sagaz, pero también me valen ―aceptó Gabriel.
Callen había cavilado durante todas esas semanas lo que haría en cuanto se
celebrase el baile de presentación de Jenna y se anunciase su compromiso ante
la alta. Había decidido marcharse a Escocia. No tenía intención alguna de
torturarse viendo a Jenna con su ya oficialmente prometido, mucho menos
asistir a su boda. Sus padres seguramente se quedarían un tiempo en Londres,
y él, mientras, aprovecharía para ponerse al día con las propiedades en Escocia.
Era el momento de comunicárselo a su amigo. Estaban solos y necesitaba
sincerarse con él.
―Gabriel...
El aludido lo miró entrecerrando los ojos.
Callen inspiró con fuerza.
―Me iré a Escocia después del anuncio del compromiso de tu hermana.
Estaré allí durante bastante tiempo.
Gabriel tomó un sorbo de su copa.
―Entiendo ―musitó. Dudó un momento, y dijo―: Sabes que yo apoyaría
que se rompiese ese maldito compromiso, ¿verdad? Hasta escoltaría a mi
hermana a Gretna, si hiciese falta.
Callen negó.
―Brentwood no lo toleraría, y sabes que puede obligarla a casarse con
Longford. Y ella no sería capaz de perjudicar con semejante escándalo a dos
familias, la tuya y la del... supuesto elegido, y yo no sería capaz de ponerla en
semejante tesitura.
Carraspeó y, mientras fijaba su mirada en el líquido de la copa que tenía en
la mano, murmuró.
―A estas alturas, es absurdo que te niegue lo que siento por tu hermana. Si
me dejase llevar, la arrastraría a Escocia, pero sabes igual que yo que su
reputación se vería dañada irremediablemente. Todavía no se ha hecho público
el compromiso, pero la han visto siendo cortejada por ese bastardo. ¿Crees que
ella soportaría el ostracismo al que sería condenada si se fugase de la noche a la
mañana con... con otro hombre? No le haré eso, Gabriel, ya ha sido
despreciada lo suficiente en su vida por su propio padre como para ser yo la
causa de que sea toda la alta la que la desdeñe.
»Vigila a Longford. Si... si le hace daño de alguna manera, mándame aviso.
―Al ver que Gabriel abría la boca, alzó una mano―. He tenido una educación
básicamente inglesa, pero me he criado en Escocia, y aunque no somos los
salvajes que los ingleses creen, no necesitamos llegar a un absurdo duelo para
convencer a un hombre de que está cometiendo, digamos... un error. Cosa que
un inglés, con sus normas de honor, no puede hacer.
Gabriel notaba el dolor en la voz de su amigo.
―Callen, yo puedo...
―¡No! Tú te verías coartado por vuestro honor inglés, tu única respuesta
solo sería llegar a un duelo, no te veré matando a un hombre, por mucho que
se lo merezca, y por encima tener que dejar tu país por ello. Yo puedo
solucionarlo de otra manera, y con más eficiencia. ―Callen clavó la mirada en
su amigo―. Dame tu palabra, Willesden.
Gabriel sintió que su estómago se retorcía. Callen jamás lo llamaba por su
título.
Asintió a regañadientes.
―Tienes mi palabra, Clydesdale.
r
Mientras esperaba la llegada de Jenna, Callen tenía el presentimiento de que
sería su último encuentro. En dos días se celebraría el baile y se habría acabado
todo... Todo lo que ni siquiera llegó a empezar.
Cuando Jenna llegó a su altura, Callen notó por su expresión que ella
pensaba lo mismo. Sus ojos, tras las adorables gafas, tenían un punto de
tristeza que ella se esforzaba por disimular.
Volvieron a retarse a una carrera, esta vez desesperada, como si estuviesen
huyendo.
Cuando pusieron sus caballos al trote y regresaban hacia donde los
esperaba Roddy, el cielo se oscureció y unas gotas de lluvia comenzaron a caer.
Callen observó que la lluvia arreciaría.
―¡Roddy! Dirígete hacia el Arco de Green Park2, nos refugiaremos allí.
Los tres se lanzaron al galope mientras las escasas gotas comenzaban a
convertirse en una lluvia torrencial.
Cuando estaban a pocos metros, Roddy gritó:
―¡Milord, hay un cobertizo para los trabajadores, me refugiaré aquí!
Callen agitó una mano, asintiendo, y Jenna y él recorrieron los pocos metros
que les quedaban hasta el Arco.
Cuando llegaron, Callen ayudó a Jenna a bajar de Missy, la dirigió debajo de
los soportales de la obra y ató los caballos.
Jenna temblaba bajo su empapada capa.
―Quítate la capa, está empapada y no conseguirás entrar en calor.
Callen la ayudó, mientras a su vez se quitaba su propia chaqueta.
Ambos se quitaron los guantes, encharcados, al tiempo que él, con
delicadeza, le retiraba las empañadas gafas de su rostro y las colocaba
cuidadosamente a un lado.
Tomó a Jenna de la mano y la condujo hacia la parte central. Se sentaron en
las losas, apoyados en uno de los laterales del gran arco. Pasó un brazo por los
hombros de ella acercándola a su cuerpo.
―Entraremos antes en calor ―aclaró.
Jenna reclinó la cabeza en el hueco entre el hombro y el cuello de Callen,
mientras este, con su otra mano, tomaba las de ella. Las manos femeninas
estaban frías, sin embargo, el calor que desprendía el cuerpo masculino la
confortó. Permanecieron unos minutos en silencio hasta que Callen,
apretándola un poco más contra él, murmuró.
―Sabes que después de este día no volveremos a encontrarnos aquí,
¿verdad?
Jenna, al borde de las lágrimas, asintió con voz trémula.
―Lo sé.
La mano de Callen soltó las suyas, al tiempo que la levantaba para acunar la
mejilla de Jenna con la palma de su mano, mientras alzaba su rostro hacia él.
Sus miradas se prendieron y, sin dejar de mirarla, bajó la cabeza para rozar sus
labios.
El corazón de Callen latía furioso mientras notaba el mismo latido
acelerado bajo su palma en ese punto sensible de la garganta femenina. La
besó profundamente, expresando todos los sentimientos reprimidos durante
tantas semanas.
Jugó con su boca, lamiendo suavemente su labio inferior, rozando sus
dientes, al tiempo que notaba la apasionada respuesta de Jenna imitando sus
movimientos. Callen gimió mientras el cuerpo femenino se relajaba y se fundía
con el suyo. La mano masculina comenzó a deslizarse hacia los pechos
femeninos, ella gimió y se retorció de anticipación cuando el dedo pulgar rozó
su brote ya erecto.
Jenna soltó un pequeño suspiro que casi volvió loco a Callen. Tan cálida,
tan dulce, era increíblemente deliciosa. Jenna se estremeció de placer contra él,
mientras Callen abría su mano y masajeaba su seno. Ella extendió una mano
sobre su pecho, pero deseaba más. La mano femenina ascendió hasta
enredarse en el cuello de Callen y en su húmedo cabello. El beso se profundizó
y sus lenguas se entrelazaron juguetonamente.
Él deslizó los labios a través de sus pómulos, su mandíbula y su garganta,
mientras comenzaba a recoger las faldas de Jenna. Su mano inició un suave
recorrido por la esbelta pierna de la muchacha hasta llegar a la unión de sus
muslos. Jenna casi se olvidó de respirar cuando sintió su mano posarse en sus
rizos. Uno de sus dedos se introdujo en ella, mientras su pulgar comenzaba a
danzar sobre su excitado botón. Cuando Callen introdujo otro dedo, al tiempo
que los curvaba produciéndole una sensación de urgencia por algo que no
acababa de llegar, Jenna comenzó a temblar. El pulgar de Callen arreció su
fricción, hasta que ella, gimiendo suavemente, se estremeció en medio de unas
sensaciones que ni sabía que existían. Se tensó mientras una ola de placer tras
otra la envolvían. Él no perdía detalle de su rostro ruborizado por el éxtasis.
Sus ojos del color de la niebla al amanecer se habían oscurecido pareciendo
plata líquida. Callen no había visto en su vida una imagen tan exquisita. Cerró
los ojos durante un segundo. Llevaría esa imagen consigo durante el resto de
su vida.
Los ojos de Jenna, todavía aletargados por el placer, se clavaron en los
suyos. Algo vio en los preciosos ojos canela que hizo que alzara su rostro para
besarlo con la misma pasión y anhelo que había notado en él. Se besaron
como si fuese la última vez. De hecho, ambos sabían que era el final.
Callen, delicadamente, bajó las faldas de Jenna, arremolinadas en su cintura,
mientras Jenna escrutaba su rostro.
―Esto ha sido... nunca pensé que se pudiera sentir algo así, pero ¿y tú?
―preguntó con timidez.
Callen acarició con su pulgar los labios femeninos.
―Yo no importo.
No tenía idea de cómo se comportaría Longford con ella, y prefería no
pensarlo, pero por lo menos siempre recordaría que Jenna había conocido el
placer con él.
Jenna se abrazó a él y, mientras ocultaba su rostro en el pecho masculino,
sugirió:
―Podría hablar con él, decirle...
Callen la separó de sí bruscamente.
―¡Ni se te ocurra! ¡No debes decirle absolutamente nada, Jen!
―Pero ¿por qué? A pesar de sus cuestionables modales, es un caballero, lo
entendería, me liberaría del compromiso ―intentó ella.
Callen temblaba de furia y miedo. Si Longford se enteraba haría la vida de
Jenna un infierno.
―No te liberará ―insistió, esta vez con más delicadeza―. Quiere tu dote,
Jen, pero si le dices algo de lo ocurrido aquí confiando en que se comportará
como un caballero, cometerás el mayor error de tu vida.
«Ese ya lo cometí dejándote ir por mi maldito orgullo», pensó Jenna.
―Prométeme que jamás le contarás nada de esto, ni de nuestros encuentros.
―La voz de Callen tenía un matiz de urgencia y temor que asustó a Jenna.
―Callen...
―¡Promételo, Jenna! ―exigió.
Jenna asintió.
―Está bien, te doy mi palabra.
Callen exhaló el aire que estaba conteniendo. Cerró los ojos y, cuando los
abrió, vio la mirada de Jenna fija en su rostro.
Acarició su mejilla.
―Lo siento, no debí hablarte así, pero no confío en Longford.
Se trataba de algo más que falta de confianza, sin embargo, no asustaría a
Jenna. Tal vez con ella se portase decentemente.
Besó con suavidad los labios de ella para después fijar su mirada en el
exterior.
―Ha parado de llover, deberíamos irnos.
Jenna no deseaba marcharse. Sería la última vez que se verían, por lo menos
a solas, pero sabía que en poco tiempo comenzarían a llegar los jinetes más
madrugadores. No podían ser vistos.
Callen la ayudó a levantarse y le entregó sus gafas, al tiempo que la ayudaba
a ponerse la capa. Verificó que estuviese debidamente cubierta para no ser
reconocida, y recogió su chaqueta. Después de ponérsela, tomó a Jenna de la
mano y la dirigió hacia los caballos.
Alzó a Jenna sobre Missy, al tiempo que observaba cómo Roddy montaba
su caballo para dirigirse hacia ellos.
Cuando puso el pie en el estribo de Dorcha y alzaba la otra pierna, algo
asustó a su castrado, que corcoveó. Callen no pudo controlarlo al estar en una
situación tan precaria y no pudo evitar que Dorcha, encabritado, lo tirase al
suelo. El fuerte impacto lo dejó sin conocimiento. Jenna, soltando un grito,
saltó de Missy para correr hacia donde estaba tirado el cuerpo de Callen.
―¡¡Callen!!
Se arrodilló a su lado mientras le ponía la mano en el pecho. Su corazón
latía, gracias a Dios. Cuando pasó una mano por la espalda de Callen para
moverlo un poco y comprobar los daños, notó una humedad caliente. Callen
estaba sangrando. Tenía que presionar la herida, pero ¿cómo?
Recordó la primera vez que se vieron. Él había sacado un puñal de la bota,
y comenzó a hurgar en las botas de Callen hasta que lo encontró.
Tenía que conseguir ayuda, de todas maneras, ella sola, incluso con Roddy,
no podrían mover al gigantesco hombre.
―¡Roddy! ―gritó―. Avisa a Willesden, dile que el marqués está herido, ¡date
prisa!
Roddy dudó en dejar sola a su señora, pero el caballero necesitaba ayuda.
Al ver dudar a su lacayo, Jenna apremió.
―¡Busca a Willesden, ya, o te juro que te echaré sin ninguna referencia!
Roddy montó su caballo y salió a galope, no por la amenaza de su señora de
despedirlo, sino porque, en verdad, se necesitaba a Su Señoría. Milady tenía
que abandonar Hyde Park, y pronto, si no quería ser vista.
Jenna comenzó a cortar la chaqueta y la camisa de Callen. Separó un lado y
vio que el corte, aunque sangraba profusamente, no era muy profundo. Cortó
su enagua para colocarla encima de la herida y, cuando separó el otro lado de la
ropa rasgada, lo que vio le paralizó el corazón.
¡Dios Santo, esas marcas... eran latigazos! Varias tiras blanquecinas surcaban
la espalda de Callen. No cubrían toda la espalda, gracias a Dios, pero eran
suficientes para haberle supuesto un gran daño. Rozó con un dedo uno de los
surcos. Parecían antiguos, como si hubiesen sido hechos cuando...
Entonces Jenna comprendió. Los encontronazos entre Longford y Callen
que ella consideró niñerías, no eran tales. Era verdadera crueldad. Ahora
entendía las reservas de Callen, su desprecio por la nobleza y las advertencias
de Gabriel. Las lágrimas comenzaron a caer sin control.
¡Qué tonta había sido, qué ingenua! La maldad y la crueldad existían,
incluso entre niños. Se limpió las lágrimas al escuchar el galope de un caballo y
el sonido de un carruaje.
Gabriel saltó del caballo antes de que este siquiera se detuviese.
―¿Qué ha ocurrido?
Ya se enteraría qué demonios hacía su hermana a esas horas con Callen a
solas en el parque, estando comprometida con otro. Ahora importaba su
amigo.
―Iba a montar cuando Dorcha hizo un movimiento raro y no pudo
mantener el equilibrio.
Gabriel miró la sgian dubh que Jenna todavía tenía en la mano.
―Sangraba ―intentó explicarse ella mientras le entregaba el puñal―. Tuve
que cortar su ropa para ponerle algo que detuviese la pérdida de sangre.
Gabriel echó un vistazo a la espalda descubierta de su amigo. Los latigazos
estaban a la vista.
―Gabriel... ¿quién...? ―preguntó Jenna, aunque sabía perfectamente quién
era el causante de las marcas en la espalda de Callen.
―Vete, Jenna ―fue toda la respuesta de su hermano.
―¡¿Qué?!
Gabriel giró su rostro hacia ella, su mirada estaba llena de tristeza y
compasión.
―Callen ya ha sufrido bastantes humillaciones en su vida. No añadas una
más. Si él llega a saber que has visto... Vete, Jenna, por favor ―le pidió con más
delicadeza―. Mi gente me ayudará a llevarlo a Brandon House. ―Gabriel se
refería al lacayo y al cochero, que permanecían atentos en el carruaje que le
había seguido―. No te preocupes por ellos, son discretos.
Jenna asintió y se levantó. Ayudada por Roddy montó a Missy y, después de
lanzar una última mirada al cuerpo inconsciente de Callen, salió al galope.
Cuando comprobó que su hermana había desaparecido de la vista, Gabriel
hizo un gesto a los criados. Entre los tres intentaron incorporar a Callen.
Gabriel ya se había cerciorado de que su amigo no tenía nada roto, solamente
la herida de la espalda.
Al moverlo, Callen abrió los ojos. Al principio, confuso por el golpe, no se
percató de la presencia de Gabriel. Cuando consiguió ordenar sus ideas, miró a
su alrededor.
―Ha mandado a Roddy a buscarme y la he enviado a casa.
Callen asintió, sin embargo, al incorporarse y notar el aire en la espalda
desnuda, miró alarmado a Gabriel.
―Tuve que cortarte la ropa para taponar la herida. ―En ese instante,
Gabriel se dio cuenta del trozo de enagua que había utilizado Jenna―. Antes
de irse, rasgó un trozo de su enagua para que pudiera usarla.
―¿Puedes ponerte en pie? ―preguntó, sin querer extenderse en más
explicaciones.
Callen asintió.
―He pasado por cosas peores que un simple rasguño.
Gabriel se despojó de su capa para cubrir la espalda de su amigo. No era
necesario que nadie viese las marcas en ella. Ambos subieron al carruaje,
mientras el lacayo ataba los caballos a la trasera.
Callen giró su rostro hacia la ventanilla del carruaje. Sin mirar a su amigo,
inquirió.
―¿No vas a hacer ninguna pregunta?
Gabriel movió negativamente la cabeza.
―No.
k Capítulo 13 l
DESPUÉS de tomar un baño (la habitación en la que Callen había cogido el paño
para limpiarla era una magnífica sala de aseo provista de una bañera, un
tocador con espejo y su jofaina, en la que reposaban los útiles de aseo de
Callen. Un biombo ocultaba un retrete a la vista), se vistieron para bajar a
cenar.
Cuando Callen entró en la alcoba destinada a Jenna, esta, ya preparada,
despidió a la doncella que le habían asignado.
Sus miradas se prendieron.
Jenna observó a su marido. Vestido con ropa formal, Callen estaba
devastador. Mientras que él, escrutándola con atención, solo podía pensar que
esa preciosa y apasionada mujer era suya, completamente suya.
―¿Lista? ―inquirió mientras extendía su mano.
Jenna la tomó al tiempo que asentía. Soltó un jadeo cuando,
repentinamente, él la giró.
―Falta algo ―repuso.
Si a Jenna le fascinaba su voz, cuando Callen estaba nervioso o
conmocionado su voz tenía un matiz aún más excitante. Apretó las piernas.
No era cosa de dejarse llevar y saltarle al cuello tal y como deseaba.
Aturdida, dejó que él la colocara delante del espejo para ver cómo
desplegaba un magnífico collar de diamantes y rubíes delante de su pecho.
―¡Callen! ―exclamó azorada―. Esto es...
―Mi regalo de bodas, inglesa ―murmuró tímidamente mientras abrochaba
el cierre en su nuca.
―Es precioso.
―Ni la mitad de precioso que tú ―repuso mientras le mostraba unos
pequeños pendientes a juego con la gargantilla. Jenna los tomó para
colocárselos.
Se giró con la mano en la que llevaba el anillo de compromiso posada sobre
el collar. Se complementaban a la perfección. La otra mano se alzó para
acariciar la mejilla de Callen.
―Te amo, escocés.
―Y yo a ti, inglesa.
Callen bajó la cabeza para besarla con ternura.
Carraspeó nervioso.
―¿Bajamos? ―inquirió, presentándole su brazo.
Jenna asintió mientras enlazaba su mano en el musculoso antebrazo
masculino.
r
Gabriel disfrutaba de su oporto antes de pasar a cenar. Resignado a cenar
solo, enarcó las cejas sorprendido al ver entrar a la radiante pareja.
Se levantó al instante dirigiéndose hacia su hermana. Después de besarla en
la mejilla, su mirada se disparó hacia el magnífico collar.
―¡Vaya! Veo que aún te quedan modales, escocés ―comentó burlón.
Callen rodó los ojos.
―Los tengo todos, inglés. ―Miró con ternura a su esposa―. Simplemente
nadie merecía que los mostrase... hasta ahora.
La sonrisa que le dirigió Jenna suscitó que su estómago se anudase,
mientras que otra parte de su cuerpo mostraba su alegría. No queriendo
provocar más chanzas de su amigo y ahora cuñado, se dirigió hacia los
decantadores.
―¿Un jerez?
Jenna asintió.
―Sería agradable, gracias.
Degustaron sus bebidas en silencio. Gabriel divertido al ver el azoro de
Jenna y la inquietud de Callen. «La cena promete», se dijo.
Cuando pasaron al comedor, Gabriel decidió incomodar un poco más a su
amigo.
―Y bien, ¿cuándo partimos hacia la civilización? ―inquirió con fingida
indiferencia.
Callen le disparó una mirada asesina.
Mientras señalaba con un gesto el espectacular banquete, contestó con
sorna:
―¿Te parece todo esto poco civilizado? Quizá deberíamos sentarnos fuera y
comer alrededor de una hoguera.
Gabriel soltó una risilla entre dientes. Ambos sabían que a Willesden le
encantaba Escocia, así como al resto de sus amigos.
Jenna frunció el ceño al tiempo que miraba a su hermano.
―¡Gabriel, parece que tú sí has olvidado tus modales!
Callen ladeó la cabeza, burlón, hacia su amigo.
―No se lo tomes en cuenta, cariño, solo está celoso de nuestra felicidad y
tiene que soltar sus pullitas ―afirmó con displicencia mientras enarcaba una
ceja en dirección a Gabriel.
El aludido rodó los ojos al tiempo que resoplaba.
―La dicha conyugal ajena no es algo que me provoque especial envidia. Sin
embargo, no has contestado a mi pregunta: ¿cuándo...
―¿No podemos disfrutar de unos días tranquilos? ―masculló Callen,
interrumpiéndolo.
Gabriel miró con seriedad a su amigo.
―Cuanto más tiempo estemos fuera, peor resultará para la reputación de
Jenna. Lo sabes.
Callen suspiró.
―Me hubiera gustado enseñarle algo más de Lanark, pero tienes razón,
debemos regresar y acallar todos los rumores que hayan surgido.
Jenna posó su mano en la masculina.
―Habrá tiempo de que me muestres todo cuando regresemos. Quizá ya
este año no sea posible, no podremos regresar con el invierno a las puertas,
pero cuando se cierre el Parlamento el año próximo...
Callen le sonrió agradecido. Tendrían tiempo, mucho tiempo para disfrutar
de Escocia... solos.
Miró a Gabriel.
―Partiremos en la mañana.
Su amigo asintió. No podía ocultar su inquietud por la posible respuesta de
su padre ante el desafío que ambos hermanos habían provocado.
r
Mientras tanto, en Inglaterra, la duquesa de Hamilton se había reunido con
sus amigas.
La sala privada de la condesa de Balfour estaba a rebosar. No solo estaban
ellas dos y la marquesa de Rochford, sino también la prima y las amigas de
Jenna, ansiosas por recibir noticias.
―Se han casado ―espetó Lydia nada más hubo acabado la condesa de
servir el té―. Me atrevería a decir que en estos momentos o están ya de
regreso o se disponen a emprender viaje.
―¿Qué haremos? ―inquirió con nerviosismo Celia― La temporada está a
punto de acabar, y Brentwood no es que esté ayudando precisamente.
La voz de la marquesa tenía un matiz acerado cuando comentó:
―Se mantiene al margen, como es su costumbre con Jenna.
―Daré una fiesta. ―Todas volvieron sus rostros hacia Lydia―. Brentwood
recibirá una invitación, y anunciaremos la boda. El que Willesden los haya
acompañado dará algo de respetabilidad al asunto. Correremos la voz de que
Callen, enamorado, decidió ir a buscar a Jenna a Lancashire con el permiso de
Brentwood y con su hermano como carabina, y que decidieron no esperar y
casarse en Escocia para proteger la reputación de ella.
La condesa enarcó una ceja.
―¿Funcionará?
―Si Brentwood nos apoya, no veo por qué no. Además, en cuanto lleguen,
el duque organizará una fiesta en honor a los recién casados. ―Lydia habló
muy segura.
Las amigas de Jenna se miraron unas a otras estupefactas. La duquesa era
magnífica, pero conseguir que Brentwood colaborase... eso ya era harina de
otro costal.
―Hamilton y yo llevaremos personalmente la invitación a Brentwood
House ―continuó Lydia decidida.
Lady Balfour y lady Rochford observaron atentamente a Lydia. Si algo la
conocían, sabían que era muy capaz de arrastrar al duque de las orejas a la
condenada fiesta.
r
El duque de Hamilton levantó la mirada del libro que leía cuando su esposa
le comentó sus planes.
―¡Ni lo sueñes!
―David, la reputación de tu nuera pende de un hilo, debemos conseguir la
colaboración de Brentwood.
Lydia intentaba convencer a su furioso marido de que acudiesen a
Brentwood House para entregarle la invitación a la fiesta personalmente.
Hamilton se pasó la mano por el rostro con frustración.
―Cariño, si consigues que nos reciba, cosa que dudo, no podemos
intervenir en algo tan privado como la forma en que trata a sus hijos, en este
caso, a su hija.
David intentaba proteger a su esposa. Conocía el frío carácter del duque y si
este le hacía un desplante a su duquesa, no se veía capaz de contenerse de
plantar su puño en su ducal nariz.
―No pretendo inmiscuirme en su forma de tratar a Jenna. Ahora es la
esposa de Callen, ya no tiene poder sobre ella, mi intención es convencerlo
para que respalde la versión que daremos sobre su... digamos, atípica boda.
David meneó la cabeza negando, al tiempo que la apuntaba con un dedo.
―Te lo advierto, si Brentwood se atreve a ofenderte, me importará un
ardite su maldito rango.
Lydia sonrió maliciosa, al tiempo que agarraba el dedo acusador.
―Mi amor, tu rango es superior al suyo mil veces, aunque ambos tengáis el
mismo. No se atreverá a insultarnos.
Mientras bebía un sorbo de su whisky, David pensó que al arrogante duque
de Brentwood no le importaría en absoluto un rango más o menos, ni le
preocuparía en lo más mínimo negarse a recibirlos, aunque quizá le pudiese la
curiosidad por la inesperada visita de los duques de Hamilton y Brandon.
r
Tres días después, Benson, después de llamar a la puerta del despacho del
duque de Brentwood, le presentó la bandeja que portaba una tarjeta de visita.
Brentwood la tomó y, después de ver el sello, miró desconcertado a su
mayordomo.
―¿Está aquí?
―Están, Su Gracia ―contestó el hombre.
El duque solo se había fijado en el sello ducal, pero cuando abrió el sobre
vio que la tarjeta anunciaba a los duques de Hamilton y Brandon.
―¡Maldita sea! ¿Dónde esperan?
―En la sala azul, Su Gracia.
Brentwood se levantó mascullando juramentos para dirigirse de inmediato a
la habitación en la que esperaba la inesperada visita.
Cuando entró en la sala, Hamilton, de espaldas observando uno de los
cuadros, se dio la vuelta.
Inclinó la cabeza cortés.
―Brentwood, gracias por recibirnos.
Brentwood respondió a su saludo y dirigió su mirada hacia la duquesa,
sentada en una otomana. Mientras Lydia se ponía en pie, Brentwood extendió
su mano para tomar la de ella y acercar sus labios.
―Excelencia, un placer verla.
―El placer es nuestro, Su Gracia, hacía mucho tiempo desde nuestro último
encuentro.
Por los ojos del duque pasó un ramalazo de tristeza. «Aún vivía Melissa»,
pensó. Lydia volvió a tomar asiento y el duque indicó con un gesto a David
que se sentara a su vez.
―¿A qué debo el placer de su visita, si puedo preguntar? ―inquirió mirando
a David.
Sin embargo, fue Lydia la que contestó.
Después de meter la mano en su retículo, sacó una tarjeta que le extendió al
duque.
―Celebro una fiesta en una semana, me agradaría que asistiera.
Brentwood miró la tarjeta como si fuese a morderle.
―Lo lamento, Excelencia, pero aunque agradezco su invitación, no suelo
acudir a fiestas.
David miró de reojo a su esposa. Esta compuso una beatífica sonrisa.
―Oh, pero en esta en concreto se anunciará algo importante para nuestras
dos familias ―afirmó con despreocupación.
La mirada de Brentwood se dirigió hacia David, que mantuvo su semblante
inexpresivo.
―Me temo que no alcanzo a comprender... ―El duque apoyó un codo en el
brazo de su sillón y se frotó la barbilla pensativo―. La única cuestión que
significaría algo para nuestras casas habría sido el compromiso de lord
Clydesdale con mi hija, pero como sabrán, ese arreglo se rompió hace tiempo.
Lydia alzó la barbilla.
―Su Gracia, la fiesta es para anunciar los esponsales de lord Clydesdale con
lady Jenna.
Brentwood se enderezó.
―Disculpe, ¿cómo dice?
―Mi hijo y lady Jenna se han casado hace varios días en Escocia, en el
palacio Hamilton.
El duque se levantó de un salto, provocando que David se tensara.
―Excelencia, si es una broma, debo decir que resulta de muy mal gusto. Mi
hija...
―Su hija se encuentra actualmente de camino a Londres, acompañada de su
marido y de lord Willesden ―anunció con frialdad Lydia.
La duquesa giró el rostro hacia su marido.
―Hamilton, ¿podrías dejarnos solos unos minutos?
Hamilton se levantó y se dirigió hacia el padre de Jenna.
―¿Le importaría que observara las pinturas de la entrada con más atención?
Hay algunas muy interesantes.
Sin alejar sus ojos del rostro de Lydia, Brentwood asintió.
―Por supuesto, Hamilton.
Mientras David salía, Brentwood observó a la dama sentada frente a él. Se
había creído enamorado de ella en su juventud. Lydia rebosaba frescura,
calidez, coraje e inteligencia... hasta que apareció Melissa. Desde que sus ojos
se posaron en aquellos del color de la niebla que había heredado Jenna, para él
no hubo ninguna otra, al igual que para su esposa no hubo otro hombre más
que él. Sacudió la cabeza para alejar los recuerdos y centrarse en la duquesa de
Hamilton.
Después de dirigir una mirada de advertencia a su esposa, David salió de la
habitación. Brentwood volvió a sentarse al tiempo que le dirigía una acerada
mirada a Lydia.
―¿Qué significa todo esto, Excelencia? Ni siquiera voy a preguntar cómo
han averiguado el paradero de Jenna.
Lydia agitó una mano con indolencia.
―Podemos obviar el tratamiento, Edward. Nos conocemos desde hace
demasiados años y creo recordar que podíamos considerarnos amigos.
―Lydia, no he dado mi permiso para esa boda. La anularé en cuanto
lleguen a Londres.
―Sabes que no puedes anularla. La pregunta es ¿por qué esa idea? Habías
aceptado el compromiso entre nuestros hijos, incluso firmasteis los acuerdos.
De hecho, Hamilton y yo estamos aquí precisamente para conocer a lady Jenna
y asistir a esa boda.
―Los acuerdos se rompieron por un capricho de mi hija ―masculló
molesto.
―No, Edward, se rompieron porque hubo un malentendido entre ellos. Se
aman, sabes lo que se siente, tú amaste una vez.
El duque se levantó y se dirigió a la ventana de la habitación. De espaldas a
ella, con las manos entrelazadas en la espalda, murmuró en voz baja:
―Sigo amándola.
Lydia se levantó para colocarse a su lado, los dos observando los jardines
de la residencia.
―Edward, ¿por qué odias a tu hija? ―preguntó con suavidad.
Él soltó sus manos y apretó los puños a los costados.
―Me la quitó, Lydia ―siseó con rencor―. Si no fuese por su maldito
defecto y el ansia de Melissa por tratar de que mejorara su visión, ella todavía
estaría conmigo.
―Lydia murió de fiebres, Edward. La niña no tuvo culpa alguna. Melissa
adoraba a esa criatura, ¿cómo crees que se sentiría si viese cómo la tratas?, ¿si
viese que la culpas de su muerte? Te dejó un regalo, dos regalos maravillosos
que son tus hijos. Y Jenna es el vivo retrato de Melissa...
El duque la interrumpió colérico.
―¡Precisamente! ¡¿No entiendes que no puedo mirarla sin verla a ella?! Cada
vez que la miro, Dios me perdone, no puedo dejar de preguntarme por qué
Melissa y no Jenna.
―Deberías de sentirte agradecido de poder contemplar el vivo retrato de tu
esposa todos los días ―repuso apenada Lydia―. No estás honrando su
recuerdo, Edward, ni su amor por ti y por vuestra hija. Jenna necesita tu apoyo
en estos momentos, piensa cómo se sentiría su madre al verte desdeñar a la
hija que amó con todo su corazón. Mel te adoraba, Edward, haz que, esté
donde esté, se siga sintiendo orgullosa de ti. ―Lydia suspiró―. Debo irme,
Edward, Hamilton se estará impacientando.
Brentwood continuó contemplando el exterior.
Cuando Lydia tomaba el pomo de la puerta, la voz del duque la detuvo.
―Asistiré a esa fiesta.
Lydia cerró los ojos durante unos instantes con alivio y, sin contestar, salió
de la habitación.
David estaba de espaldas observando uno de los cuadros. Cuando escuchó
la puerta se volvió hacia su esposa para interrogarla con la mirada.
―Asistirá.
Hamilton asintió. Tomó a su esposa por el brazo para abandonar
Brentwood House sin dejar de reparar en la tristeza de sus ojos. Suspiró,
hablaría cuando estuviese preparada. Si a él le hubiese ocurrido la misma
desgracia que a Brentwood... no podía ni imaginarse cómo podría seguir
adelante si hubiese perdido a Lydia. «No sobreviviría». se dijo.
r
A los duques les tomó por sorpresa la aparición de los recién casados,
acompañados por Gabriel, la víspera de la fiesta. Se disponían a disfrutar de la
hora del té cuando Gibson les informó de que dos carruajes se habían
detenido en la puerta principal de Brandon House, y a Lydia le faltó tiempo
para salir a la carrera, sin preocuparse de si su desconcertado marido la seguía
o no. David intercambió una mirada resignada con el mayordomo y se dispuso
a seguir a su esposa.
Uno de los lacayos ya había abierto la puerta, y en ese momento hacían su
entrada Callen y Jenna, seguidos por Gabriel.
Lydia se lanzó a los brazos de su hijo, con tal ímpetu que casi lo hizo
trastabillar.
―¡Santo Dios, mamá! ―exclamó el azorado hijo.
Lydia sonrió radiante.
―Me alegro tanto de veros ―afirmó, al tiempo que le cogía el rostro entre
las manos y besaba su mejilla.
―Lo he notado. ¡Cuánta efusividad! Solamente hemos estado fuera...
Lydia lo interrumpió.
―El tiempo es lo de menos ―repuso para girarse hacia Jenna, que
observaba el intercambio confusa. Los únicos momentos que había disfrutado
de ese cariño había sido mientras vivió su madre, después... Bueno, aunque
Gabriel era un maravilloso hermano, era un hombre, y poco dado a efusiones
cariñosas con su hermana, eso sin hablar de la indiferencia de su padre.
―Jenna, ¡por fin! Estás preciosa, cariño. ―Jenna se ruborizó hasta las orejas
ante la divertida mirada de Callen, Gabriel y David, más acostumbrados a las
vehementes expresiones cariñosas de la duquesa.
Se inclinó en una perfecta reverencia.
―Yo... gracias, Excelencia ―balbuceó con timidez.
Lydia la abrazó y la besó en la mejilla.
―Por favor, hija, nada de reverencias, ni Excelencia, por lo menos en
privado. Estamos en familia, soy Lydia o madre, como prefieras.
Sin permitir que le contestase, Lydia tomó del brazo a su nuera y se dirigió
hacia su salita privada, al tiempo que le indicaba al mayordomo:
―Gibson, que nos suban un servicio de té, por favor.
David masculló mientras movía la cabeza con resignación.
―Ni siquiera me ha permitido saludar a mi nueva hija.
Gabriel soltó una risilla, al tiempo que Callen palmeaba el hombro de su
padre.
―Puedes saludarnos a nosotros ―espetó burlón.
David sonrió mientras extendía su mano hacia Willesden.
―¿Cómo estás, Gabriel?
―Harto de estos dos, Hamilton ―murmuró el aludido―, me temo que
tendré que pasarme horas en Gentleman Jackson para eliminar los restos de
tanta ternura. Estoy saturado.
David soltó una carcajada.
―¿Podremos contar con tu compañía para cenar?
―Será un placer, Hamilton. Antes pasaré por mi casa para cambiarme.
David lo miró con seriedad.
―Gabriel, evita a Brentwood hasta que podamos hablar durante la cena.
Willesden frunció el ceño. No es que tuviera pensado precisamente hacerle
una visita de cortesía a su padre después de lo que había hecho con Jenna,
pero las palabras del duque le inquietaron. Confiaba en él lo suficiente como
para no ignorarlas. Asintió con la cabeza.
―Por supuesto. Debo irme ―fingió olisquearse―, necesito un baño muy
caliente y muy largo. Hamilton, Callen. ―Inclinó la cabeza como despedida
para después girarse y salir hacia su residencia.
Cuando Gabriel se marchó, Callen escrutó a su padre.
―¿Ha ocurrido algo?
David tomó por los hombros a su hijo para dirigirse hacia donde estaban
las damas.
―Durante la cena, hijo. Me temo que tu madre no tiene intención alguna de
repetir lo mismo varias veces.
Callen frunció el ceño. ¿Qué se le habría ocurrido a su impetuosa madre
esta vez?
La respuesta la obtuvo durante la cena.
r
Gabriel estaba estupefacto.
―¡¿Brentwood aceptó asistir a la fiesta y apoyar a Jenna?!
La sonrisa de Lydia era de autocomplacencia.
―En efecto.
Callen miró a su padre al tiempo que enarcaba una ceja.
David se encogió de hombros.
―Tu madre es capaz de cualquier cosa, hijo, deberías saberlo a estas alturas.
La única que permaneció silenciosa fue Jenna. Callen volvió su mirada hacia
ella. Sentada entre su padre y él, Gabriel estaba situado enfrente, a la izquierda
de su madre.
Callen observó que el único signo de inquietud era la fuerza con que
apretaba los cubiertos. Con suavidad, soltó la mano que tenía más cerca de él,
del cubierto que aferraba, para cubrirla con la suya.
―No tengo intención de aparecer sin mis gafas, no me importa en absoluto
lo que piense ―afirmó, sin despegar la mirada de su plato.
Callen y Gabriel se miraron.
―Jen, eres mi esposa, él no tiene poder alguno sobre ti. Como si quieres
aparecer desnuda... bueno, desnuda no, pongamos en harapos ―bromeó
Callen, intentando eliminar la tensión de su mujer.
Ya estaban en los postres y Lydia se dio cuenta de que Jenna ya no probaría
bocado alguno. Se levantó, al tiempo que los caballeros hacían lo mismo.
―Jenna, cariño, acompáñame. Dejemos a los caballeros disfrutar de sus
bebidas.
Su nuera la miró entre lágrimas mientras se levantaba. Lydia intercambió
una mirada con Callen.
«Yo me ocuparé», pareció decirle, y su hijo pareció entenderla porque
asintió.
La duquesa condujo a Jenna a la sala contigua al comedor. La hizo sentarse
en uno de los amplios sofás y se sentó junto a ella. Después de tomarle una
mano con cariño, suspiró.
―Hija, si Brentwood acude a la fiesta será para apoyarte, apoyaros a Callen
y a ti. Él no se molestaría en acudir solo para ponerte en evidencia, puesto que
se expondría a sí mismo. Entiendo que no confíes en él, y por supuesto, no
pretendo que lo hagas, pero... ―Lydia alzó la mirada para fijar la vista en un
punto frente a ella―. Brentwood nunca volvió a ser el mismo después de
perder a tu madre. No soy quién para darte más explicaciones, pero te diré que
la amaba profundamente. Si yo perdiese a David, no sé cómo podría seguir
adelante...
―No rechazarías a tus hijos. ―La fría voz de Jenna la interrumpió.
Lydia movió la cabeza negando.
―No, por supuesto que no, cariño, pero cada corazón sabe de sus
sentimientos. No todos reaccionamos de la misma manera ante un dolor
semejante, sobre todo si perdemos nuestra luz, nuestra razón para vivir, y
Melissa lo era todo para Brentwood. No estoy justificando su
comportamiento. Nada justifica ignorar de ese modo a unos hijos, sobre todo
cuando fueron concebidos con tanto amor como se tenían tus padres. ―La
duquesa escrutó el rostro de su nuera―. Permíteme una pregunta, ¿Brentwood
siempre se comportó con indiferencia hacia vosotros?
Jenna negó con la cabeza.
―No. Recuerdo un padre cariñoso, incluso bromeaba con mi madre y
conmigo a costa de mis gafas. ―Se encogió de hombros―. No sé cómo se
comportaría con Gabriel, él ya estaba en el colegio cuando nací, y cuando
mamá... bueno, él ya era un hombre y vivía en su propia residencia.
Lydia apretó la mano de Jenna, que aún mantenía entre las suyas.
―No te inquietes por la fiesta. Te puedo asegurar que Brentwood no os
hará ningún desplante, ni a ti ni, por supuesto, a Callen. ―Jenna abrió la boca
para preguntar, sin embargo, la duquesa se adelantó a su pregunta―. No,
tampoco a Gabriel. Sé que perder a Melisa fue un duro golpe para todos, tú
perdiste a tu madre y él perdió a su compañera de vida. Jenna, piensa que
mientras tú tienes todo un futuro por delante al lado de Callen, él está solo,
solo con sus recuerdos. Creo que, a pesar del tiempo transcurrido, no ha
logrado superar ni entender su pérdida.
»Eres exactamente igual a Melissa ―continuó Lydia―, no me extenderé
más, no me compete a mí. Solo imagina que Callen faltase y vuestro hijo fuese
su vivo retrato, que cada vez que lo vieses recordases lo que has perdido.
Quizá agradecieses poder ver a Callen en tu hijo todos los días, sin embargo,
no todos los corazones son iguales. Piensa en ello, cariño.
―Gracias, Lydia. ―Jenna no podía olvidar todos los desprecios y desplantes
sufridos a manos de su padre, sin embargo, las palabras de la duquesa
consiguieron que, no precisamente fuera a justificarlos, sino que viese el punto
de vista de Brentwood, aunque estuviese equivocado.
Lydia palmeó la mano de Jenna, animosa.
―Hablando del baile, me temo que no tendrás un vestido adecuado, ¿me
equivoco? En la mañana iremos a la modista.
―No llevaba ningún vestido de fiesta en el equipaje, supuse que no me
harían falta. Pero con tan poco tiempo ningún taller dispondrá de nada
adecuado ―repuso Jenna.
―No te preocupes, algo habrá que pueda servirte. ―Sonrió maliciosa―. De
algo tendrá que servirme ser dos veces duquesa.
Jenna soltó una risilla. Estaba segura de que, con la duquesa al lado, saldría
de la modista con un vestido, aunque otra dama tuviese que quedarse sin él.
r
Mientras, en el salón comedor, donde se habían quedado los caballeros, una
conversación similar tenía lugar.
―Supongo que tienes razón en que Brentwood no superó la muerte de mi
madre, pero eso no justifica su comportamiento con Jenna. ―Gabriel sí era lo
suficiente mayor como para haber comprobado el cambio de su padre después
de morir la duquesa, sin embargo, quien pagó el dolor y la amargura del duque
fue su hermana.
David ladeó la cabeza.
―La culpa de su muerte, Gabriel. Tiene la convicción de que, si Melissa no
se hubiera empeñado en ir a ese médico, todavía estaría viva.
Gabriel enarcó una ceja, desdeñoso.
―Lo sé ―continuó David―, Jenna no tuvo culpa alguna, pero Brentwood,
en su dolor, necesita culpar a alguien. Eso sin contar que tu hermana es el vivo
retrato de Melissa. Cada vez que la ve, ve a su esposa. ―David meneó la cabeza
abatido―. Es difícil de entender, pero cada corazón es un mundo y cada uno
afronta el dolor como puede, y me temo que Brentwood todavía no es capaz
de afrontarlo.
―¡Por Dios, han pasado casi nueve años! ―exclamó Gabriel.
David lo miró con tristeza.
―Cuando amas a una persona de la manera en que Brentwood amó a tu
madre, y la pierdes, a veces ni toda una vida es suficiente para superarlo.
Callen escuchaba en silencio el intercambio entre su padre y Gabriel. Bebió
un sorbo de su whisky mientras cavilaba en las palabras de Hamilton. Si él
perdiese a Jenna... solo de pensar en esa posibilidad el miedo lo atenazó.
Se levantó ante la sorprendida mirada del duque y Gabriel. Necesitaba verla,
abrazarla en ese preciso momento.
―Las damas nos esperan ―espetó mientras se dirigía hacia la puerta que
habían cruzado minutos antes su madre y su esposa.
David y Gabriel se miraron atónitos. David esbozó una media sonrisa: o
mucho se engañaba, o creía saber la razón de las prisas de su hijo por reunirse
con su mujer.
r
Más tarde, en la noche, en el dormitorio de Callen, este observaba a su
esposa cepillarse el cabello. Sorprendido, se dio cuenta de que no se
encontraba incómodo con esos pequeños rituales domésticos. Acostumbrado
a otro tipo de relaciones en las que el afecto o la complicidad no estaban
implicados, nunca se había parado a pensar en lo que significaba tener
verdadera intimidad con una mujer. Con asombro, reconoció que le gustaba,
vaya si le gustaba.
―¿Estás bien?
Jenna lo miró a través del espejo. Reclinado en la cama, con una pierna
doblada en la que apoyaba su brazo, con esa mirada somnolienta, era la viva
imagen de la sensualidad.
―Sí ―sonrió―. Tu madre ha sabido cómo calmar mi ansiedad por el
encuentro con Brentwood.
Callen enarcó las cejas.
―Es su vena escocesa ―afirmó burlón.
Jenna soltó una carcajada.
―Callen, por mucho que lo desees, tu madre es inglesa, no escocesa.
Su marido se encogió de hombros.
―Lleva mucho tiempo en Escocia, casi se ha olvidado de que nació en este
condenado país. ―Alzó la mano para apoyar su cara en ella―. Por cierto,
inglesa, ¿te falta mucho? Demasiado cepillado para despeinarte en unos
instantes.
Su esposa sonrió maliciosa.
―No me despeinaré si me lo trenzo. ―Pícara, hizo el ademán de recoger su
cabello sabiendo la previsible reacción de Callen.
―¡Ni se te ocurra! ―espetó con ademán ofendido, mientras se
incorporaba―. Ven aquí y deja de remolonear.
Jenna se puso de pie y se dirigió hacia la cama. Callen enarcó las cejas
perplejo.
―¡No pretenderás acostarte con... ¿con esa cosa?! ―inquirió señalando el
recatado camisón que vestía su mujer.
Ella rodó los ojos.
―Callen, tus padres están en la casa.
―En la casa, tú lo has dicho, no compartimos habitación, mucho menos
cama. ―Se volvió a reclinar mientras la miraba con malicia―. Da lo mismo, yo
te lo quitaré.
Jenna jadeó. No es que le tuviera un especial cariño al virginal camisón,
pero sabía la manera que tenía su marido de quitárselo. Había destrozado ya
tres camisones durante el viaje desde Escocia.
Suspiró, al tiempo que soltaba la lazada que sujetaba el cerrado escote y
dejaba caer la recatada vestimenta.
Los ojos de Callen brillaron al ver el hermoso cuerpo de su esposa en todo
su esplendor.
―Mucho mejor ―repuso, al tiempo que subía y bajaba sus cejas con
picardía.
Jenna avanzó y se tumbó al lado de su marido. Este lanzó un brazo y se lo
pasó por debajo para acercarla a él.
―No tan lejos, inglesa.
Cuando la besó y sus manos comenzaron a vagar por su cuerpo, Jenna ya
estaba dispuesta para él. Diablos, ese hombre solo tenía que tocarla con un
dedo para que el deseo por él la envolviese. Callen posó su mano en el
montículo de rizos, sonrió con picardía al tiempo que, de un suave
movimiento, la alzaba y la colocaba a horcajadas sobre él.
Jenna lo miró inquisitiva, sin embargo, al notar la dureza bajo su húmedo
núcleo femenino, no pudo evitar rozarse contra él presa de la excitación.
Callen sonrió.
―Así, inglesa ―susurró con voz ronca―. Disfruta de mi cuerpo. Es todo
tuyo.
Jenna, con las manos apoyadas en el pecho de Callen, se movía cada vez
más frenéticamente, hasta que, con un grito, alcanzó el éxtasis. Su marido no
perdió el tiempo, tomándola por las caderas la situó sobre su erecto miembro
y, lentamente, la hizo bajar sobre él.
Al principio, ella, todavía envuelta en los rescoldos de su liberación, no
asimiló la maniobra de su marido, sin embargo, cuando notó que, en esta
posición, su cuerpo se sentía completamente lleno de él, miró a Callen con
sorpresa.
―Sube y baja, cariño, como si me cabalgaras ―murmuró. Dios, era perfecta.
Su cuerpo lo acogía como si hubiera sido creado para él.
Jenna colocó las manos en los muslos de Callen y, lentamente al comienzo,
comenzó a moverse. Una de las grandes manos de Callen la sujetaba para
ayudarla, mientras la otra vagaba de un pecho femenino a otro, estimulándolos.
De repente el rubor de Jenna aumentó y sus movimientos se hicieron más
acelerados. Callen gimió.
―Cariño ―jadeó―, no podré aguantar...
Jenna bajó la mirada y se encontró con los cálidos ojos de Callen prendidos
en ella. Esa mirada llena de amor y deseo prendida en ella era todo lo que
necesitaba para tensarse y explotar por segunda vez. Callen, al sentirla, empujó
con fuerza dos, tres veces, para derramarse en su interior con un gruñido.
Ella se derrumbó sobre el cuerpo masculino, sintiendo todavía los últimos
temblores del miembro de Callen en su interior. Él la abrazó con fuerza.
Después de besarla, y con el rostro de Jenna encajado entre su cuello y su
hombro, susurró casi para sí mismo:
―Casi compadezco a Brentwood. Si te perdiese... creo que no podría
soportarlo.
Jenna alzó un poco su rostro hacia él, frunciendo el ceño.
Callen sonrió con ternura, al tiempo que acariciaba su mejilla.
―No estoy disculpando su comportamiento contigo, mi amor, solamente
estoy pensando en su miserable vida sin la mujer a la que amaba.
Ella besó con ternura el hueco del cuello de su marido. Todos habían
perdido con la muerte de su madre, pero mientras ellos un día encontrarían
alguien a quien amar, tal y como había sucedido con ella, su padre
permanecería el resto de su vida solo. Ese pensamiento no consiguió alejar el
dolor de años de desprecios, pero sirvió para darse cuenta de que los
corazones iban por su cuenta, sin escuchar al sentido común. Rogó para que
ella jamás se viese en la tesitura de Brentwood si perdiese a Callen.
k Capítulo 19 l
Fin.
Notas
[←1]
Long Chamber: habitación inmensa donde residían los estudiantes sin tener en cuenta edad, ni
rango. Generalmente hacinados y expuestos a abusos, ratas y suciedad.
El New Building fue construido entre 1844 y 1846 para proporcionar un mejor alojamiento a los
estudiantes. Contaba con personal de servicio y habitaciones individuales. La autora se ha
permitido, como licencia, adelantar su construcción en beneficio de la trama, así como instalar a
los cinco protagonistas en una sola habitación.
[←2]
El Arco de Green Park fue construido entre 1826 y 1830 frente a Apsley House, residencia de
Arthur Wellesley, primer duque de Wellington. Proyectado por Jorge IV para conmemorar las
victorias británicas en las guerras napoleónicas. En la actualidad se le conoce como Arco de
Wellington o Arco de la Constitución.
[←3]
Hellishwood: los protagonistas se ríen por la referencia al infierno en el apellido de un vicario. La
traducción sería «madera infernal».