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ISOWACHI

1-Avengers

Caminamos de la mano por una calle de poco tránsito. Elijo siempre esa
como preámbulo a la Panamericana, para que surja algún diálogo antes de que
el barullo de la ruta ya no nos deje escucharnos. Siempre sale con alguna duda
de una película o de algún dibujito, pero esta vez me dice que por qué los
papás de sus compañeros parecen papás, y yo parezco un abuelo. Al principio
pienso que puedo asimilar el golpe como un campeón, pero le digo que traiga a
cualquiera de esos papás que yo lo cago a trompadas con una mano atada a la
espalda. No dice nada. Sigue caminando. Cuando empezamos a subir al
puente peatonal para cruzar la ruta me pregunta si alguna vez pensé que yo
podía tener algún superpoder. Como volar, o construir robots. Como Ironman,
dice.

Vicente es muy flaco. Extremadamente flaco. Se le ven con facilidad


todas las costillas bien marcadas, y cuando le saco la remera, para bañarlo o
ponerle el piyama le digo que es un flacucho. Mimimi Flacucho, dice él. Un
superhéroe que al sacarse la remera lo que hace en realidad es ponerse su
traje. El traje de Mimimi Flacucho. Le dibujo una historieta que se llama Cosas
que solo le pasan a los flacuchos. Un tipo muy flaco y alto camina por la calle
con un sombrero y un maletín. Los dibujos son muy simples. De repente se
acerca a otro tipo, igualmente flaco y alto, que para diferenciarlo le dibujo un
buen bigote, y le pregunta si sabe cómo llegar a la calle Delgadillo. El otro tipo
le da toda una explicación muy complicada, y él no entiende nada. Al ver esto,
el otro le confiesa que también él va hacía esa calle, que podían ir juntos. El
primero le dice que va al 1111 de Delgadillo, y el otro se sorprende por la
coincidencia. Concluyen en que a ambos los habían llamado para ofrecerles un
empleo en ese lugar, pero no saben con exactitud de qué trabajo se trata.
Siguen hablando mientras caminan y en el último cuadro llegan al lugar, que
es, entre casas anchas y bajas un edificio muy finito y altísimo.

La Contadora me dijo que si no empezaba a facturar lo que me pagaban


iba a tener un problema. La Contadora es una chica bastante linda, pero de
esas bellezas que tienden a la exuberancia. Un tipo de belleza que nunca me
afectó. Sus estados de whatsapp son siempre reveladores. Tiene muchas
amigas, dos hijos muy lindos, asiste a muchos cursos, está muy comprometida
con causas de solidaridad inmediata; un perro sin dueño que aparece, un señor
muy mayor que se pierde, algún emprendimiento al que deberíamos apoyar, y
eso. Su marido tiene mucha cara de argentino y siempre sale increíblemente
bien en las fotos.

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Lo cierto es que esto de la facturación obligada me abrió los ojos a un
mundo inimaginable. Gracias a la web CUITONLINE descubrí que Fabián, un
peruano al que le dibujo hace como cinco años se llama en realidad Freddy
Genry Salazar Vargas. O que los dos hermanos con los que trabajo, Iván y
Emanuel Carranza se llaman cruzados. Uno es Iván Emanuel y el otro es
Emanuel Iván. Emanuel es el mayor, y son muy cristianos los dos. Siempre
ponen en sus estados versículos del Levítico o de las cartas de Juan a los
Corintios. En mi trabajo parece importante tener un nombre artístico que
funcione como fachada.

Juancarlitos, a lo largo de su vida pasó una serie de peripecias


curiosamente homólogas a las de Vicente. Cuando Vicente se empachó con
Yummis surgió el Juancarlitos de goma. Un niño que solo comía gomitas. En
forma de ositos, de peces, de dinosaurios y de gusanitos. Un día iba por la
calle y otros niños lloraban porque jugando habían colgado la pelota de una
rama del árbol. Juancarlitos estiraba y estiraba el brazo hasta alcanzar sin
dificultad la pelota, y se las devolvía. Juancarlitos rescataba gatos caídos en un
aljibe y salvaba bebés encerrados en un balcón y a punto de caer. Vicente
estuvo de acuerdo, aunque cuestionó al valor estético de alguien que se
estirara tan groseramente. Celeste cuestionó lo poco escarmentador del
mensaje de mi historieta, y esa noche tuvimos una discusión acerca de la
condición amoral del arte.

Cuando yo empecé en el negocio de las medias como diseñador la gran


novedad eran unas máquinas marca Kukje, de origen coreano que por primera
vez en la historia de la industria permitían fabricar medias con dibujitos. La
máquina tiene atrás un cilindro horizontal de acero con perforaciones al que
llaman reloj. Sobre ese reloj se atornillan segmentos de circunferencia, también
de acero a los que se llama excéntricos. El reloj va girando lentamente, a
medida que funciona la máquina, y esos excéntricos van levantando o dejando
caer varillas muy finitas, todas colocadas dentro de una caja contenedora de
aluminio a la que se llama paquete. El mecanismo es muy similar al de las
cajitas musicales. Esas varillas están conectadas a distintos pernos, ejes,
levas y topes, que dependiendo de la parte de la media que se esté tejiendo
aproximan, alejan o liberan piezas de la máquina que entran y salen del
cilindro. Cada cilindro tiene una determinada cantidad de agujas, que van de 84
a 156, dependiendo del talle de la media. Las agujas solo se mueven de
manera vertical dentro de la canaleta que tienen designada en el cilindro. Una
lengüeta que cierra o abre el gancho de cada aguja es la que simula los giros y
movimientos laterales que se necesitan para formar el nudo y de ahí el tejido.
Entre dos agujas siempre hay una pieza de acero muy finita que se llama
platina. La platina es la encargada de liberar el nudo de la aguja para que esta
quede vacía y pueda hacer un nuevo nudo en la vuelta siguiente. Las platinas
de gancho corto tejen el jersey, las de gancho largo tejen el terry, que es lo que

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conocemos como toalla. El cilindro gira y las agujas toman los hilos de la torre
principal, que es la que está en la cabecera del plato. En la circunferencia del
plato se disponen otras 4 torres más, que son las que dibujan. Debajo de cada
aguja hay unas piezas largas y dentadas llamadas jacks o selectores. Estos
selectores suben o bajan por el impulso de unas teclas que se activan
electrónicamente a la señal de una plaqueta dispuesta en cada una de esas
torres. Hacen subir la aguja, y esa aguja se lleva un hilo de color. Al llegar a la
torre principal, esa aguja que ya tiene un hilo de color, baja desairando al
entregador de hilo de fondo, y produciendo así la magia de la intarsia.
Pero esas máquinas que hace 30 años fueron la gran novedad, hoy
producen poco y las grandes fábricas se las sacaron de encima para comprar
otras más rápidas, más modernas y más chinas. Las nuevas máquinas
sustituyeron todas esas piezas de acero por plaquetas. Las bobinas por
electroválvulas y las levas por cañitos de goma que llevan aire comprimido. Los
tejedores que conocí en aquellos años ya están cansados y con las piernas
explotadas de várices. Entonces juntan unos pocos pesos y compran esas
viejas Kukjes que ya nadie quiere, y se transforman en sus propios patrones.
Pero el software de esas máquinas, ese cosito que permite que todas esas
piezas se muevan hasta dibujar en una media la cara de Ricardo Fort, solo
funciona en una PC 286 que tenga un sistema operativo CPM84. Y al parecer
yo soy el único que durante 32 años cuidó esa computadora como un tesoro, el
único que logro hacerla sobrevivir al tsunami de versiones de Windows, y
mantenerla siempre lista para abastecer esas 300 Kukjes cagadas que florecen
por todo el conurbano.
Ese podría ser mi superpoder.

Vicente no está logrando adaptarse a su nueva escuela como nosotros


esperábamos. Hay reunión de padres, la primera del año. Celeste me dice que
vaya yo. Solo. Que seduzca a las madres. Que los niños se sientan más
proclives a jugar con Vicente. Yo le remarco mi condición no seductora. Ella
insiste en que vaya, por ahí con las viejas funciona. Dice viejas como ignorando
el dato de que hasta la directora es menor que yo.

Nosotros no comemos arvejas. Pero plantamos arvejas. Las plantamos


porque Celeste averiguó que pasado el invierno, cuando la planta muere y hay
que arrancarla para dejar lugar a los cultivos de verano, la arveja deja un
montón de nutrientes en la tierra que favorecen a los tomates, los ajíes y los
morrones. La explicación es bastante convincente hasta que la planta empieza
a crecer, y del tallo salen unos zarcillos que parecen bracitos que se agarran de
donde pueden. Cientos de manitos que aprietan cualquier cosa cercana y tiran
yendo para arriba. Resulta un gran espectáculo ver día a día esa extraña
proliferación de miembros prensiles. Después salen las arvejas y hay que
comerlas.

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A Juancarlitos su mamá le sirvió de comer arroz con arvejas. En el
primer recuadro, Juarcarlitos observa con detenimiento esas pequeñas esferas
verdes sin mucho ánimo de comerlas. Avanzada la historieta se le ocurre
separarlas y esconderlas en el piso, justo debajo de su silla. Cuando está por
terminar su plato, las arvejas germinan a una velocidad insólita, y crece un tallo
que no para de elevarse hasta llevar a Juancarlitos al espacio exterior, aferrado
a su silla y completamente solo. Ahora Celeste piensa que es demasiado
castigo.
Yo mantuve mis principios y no dejé que Juancarlitos bajé nunca más de
su silla en las cercanías de Andrómeda. La historieta pasó a ser un Mientras
tanto Juancarlitos, una viñeta que aparecía de vez en cuando descolgada en
medio de otra historieta, y en la que el personaje estaba solo, ahí sentado con
cara de aburrido. Con el tiempo le agregué un benteveo con casco de
astronauta que se le posaba en la silla y con el que mantenía algún diálogo
cortito.

Vicente tiene una fiesta en la escuela en la que cada uno tiene que ir
vestido con su color favorito. Elije el rojo. Rojo con amarillo. Me dice que es por
Ironman.
Busco en la web de CUITONLINE. Hay tres personas llamadas Antonio
Stark. Dos andan en los 50 años, el otro es bastante mayor.

La reunión de padres es una reunión de madres y yo. En el aula de los


niños, mientras ellos hacen gimnasia en el patio. Una de las madres se queja
de la intensidad del grupo de whatsapp, y se pudre. Es fácil reconocer a las
que mandan. Están en primera fila y toman mate. Dicen que a ellas el grupo les
permite saber todo lo que pasa entre los niños, además de enterarse de las
cosas prácticas. La seño asiente y las llama, a cada una por su nombre La
disidente intenta un nuevo argumento en fade out. Dice que le cuesta mucho,
entre tantas cosas encontrar esa información.
La reunión se vuelve una sucesión de avisos parroquiales. Se van a
enfocar en el reciclado. Van a prometer la bandera. Una de las jefas sabe
dónde hacen esa bandita con los colores de la Casa de Borbón que los niños
se van a colgar con su nombre impreso para decir, Sí, prometo. Va a mandar el
dato. En el grupo. Data de futuros cumpleaños. Una de las jefas aclara a las
nuevas que su hijo es vegano. Lo dice más como una amenaza que como algo
a tener en cuenta. Yo hace rato que me aburro. Afuera la clase de gimnasia
terminó y los niños juegan libres. Vicente está solo en un costado. No parece
preocuparle mucho. Los otros juegan a la pelota. Todos son Messi. Las niñas
pasean y corren. Una se metió a jugar al futbol. Vicente odia a Messi.
Me quedo dando vueltas por el pueblo, y a las doce lo paso a buscar por
la escuela. Le pregunto cómo le fue. Dice que bien. Le pregunto con quién

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jugó. Dice que prefiere no hablar de eso. Al ratito me pregunta si yo creo que
Ironman podría salvar al mundo. Me quedó pensando. Le digo que no creo.
Que él solo no creo que pueda.

El jueves cuando salgo del gimnasio llueve fuerte, y esta por empezar a
caer granizo. Me refugio en El Apero, una parrillita con pocas mesas que está
sobre la calle principal del pueblo. Un viejo a mi lado me dice que acá el
granizo siempre es chiquito porque de la Ford bombardean las nubes. Dice que
antes él trabajaba sacando bollos, y que cuando caía granizo siempre lo
llamaban. De adentro sale la esposa y corrobora la historia. Que cuando
granizaba todos los chapistas sabían que tenían que ir a la Ford. Y allá iban
con sus herramientas a dejar los autos impecables. Hasta que en 2018 cayeron
unas piedras como huevos, y los agarró con 5 mil autos afuera. Y ahí
decidieron lo de bombardear las nubes.

Cuando tenía 14 heredé la tarea de hacer la revista del colegio.


Fernando Domínguez terminó el Liceo, se iba, y el puesto quedaba vacante.
Los profesores creyeron que lo más oportuno era que Diego, el hermano
siguiera con la tarea. Diego era mi mejor amigo, y me propuso hacerlo juntos.
El diario se llamaba Mundo Estudiantil, y era una cartelera con novedades
generales, información deportiva interna y una viñeta con un chiste gráfico. El
más recordado por mí era el de dos compañeros que hablaban en el recreo.
Uno le preguntaba a otro qué había traído de merienda. Le respondía,
canelones. El primero se sorprendía y repreguntaba, ¿fríos?, y el otro
terminaba diciendo, no, los traje en un termo. El error del chiste estaba en el
formato. Fernando Domínguez lo elaboraba en forma de tira cómica, con una
frase en cada cuadrito. Y cada cuadrito no era más que el personaje y el globito
de diálogo. Yo creo que si el próximo cuadrito no presenta algún tipo de
novedad gráfica es mejor elaborar todo en un solo cuadro poniendo los globos
de diálogo en orden descendente.
Yo me hice cargo de la parte gráfica del asunto. Hice una tira cómica
acerca de un astronauta que perdía el control de su nave y se estrellaba contra
un planeta extraño. El planeta no era más que una bola en la que apenas había
lugar para una palmera. Era la bola, la palmera curvada hacia abajo, el tipito
sentado en la curvatura y del lado de abajo la nave estrellada. Creo que me
dejé influir por La isla desierta de Arlt que estábamos dando en Literatura. La
tira se llamaba Solo en el Mundo.

Para el cumpleaños de Margarita hacemos una fiesta en casa. Cumple


15 y decidimos invitar solo a las personas que tienen, o tuvieron un paso
significativo por su vida. También viene Bob Limón, un payaso de la zona.

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Es el día más caluroso del marzo más caluroso de la historia. Bob Limón
llega en su 405 destartalado y vestido de civil. Todas las chicas, incluida
Celeste se enamoran de Bob Limón apenas lo ven. Se acercan a saludarlo
como si fuera el homenajeado. Es una especie de hippie fachero, como
intencionalmente desprolijo. Yo lo ayudo con los bártulos y lo hago pasar al
anexo para que se cambie con tranquilidad. Transpira como loco. Le alcanzo
una botella de agua helada. Cuando aparece en el fondo, vestido de payaso
toda la seducción desaparece. Empieza a remar el show sin que nadie le dé
bola. Cada invitado que hace pasar al frente termina siendo una decepción sin
gracia. Bob Limón suda sangre. En un momento, ya resignado pide un
voluntario. Lo miro a Vicente con cara de, ahora vas a ver mi superpoder y
levanto la mano.
Me tengo que poner peluca y un vestido que me pica por todos lados.
Los zapatos no me entran y me puedo quedar descalzo. Sobre el vestido me
tengo que calzar la camiseta de Messi. Hacer jueguito. Bailar. Hacer una
especie de ballet en el que a cada giro le tiro a Bob Limón un cuchillo falso que
él suma a su ronda de malabares, hasta tener seis cuchillos girando en el aire.
La gente empieza a aplaudir rabiosa. Espalda con espalda, empapados de
sudor, con Bob Limón levantamos el muerto.
Algunos días después. Mi hermana me manda un video que había
grabado durante el show. Era Vicente solo, sentado en una silla, apartado de
todos y riéndose como nunca.
De todas formas, aquella noche antes de dormirse me aclara que odia
los payasos.

El zapallito es una cucurbitácea casi exclusiva de esta zona del mundo.


Es un cultivo de primavera y verano que tiene la particularidad de que hay que
comerlo antes de que madure. Se cosecha 15 días después de la floración, ahí
ya tiene un tamaño aceptable y la cáscara y las semillas todavía no empiezan a
endurecerse. Vicente me acompaña en el proceso de cortar los primeros dos
zapallitos que da nuestra planta. Le digo que los vamos a cocinar, que vamos a
hacer zapallitos rellenos. Se interesa pero deja claro que no va a comer esa
porquería.

En la Granja Don Benito hay un evento que se publicita como un torneo


de luchas medievales, pero que en realidad tiene de todo. Es un camino de
cuatro cuadras que termina en una rotonda que hace las veces de plaza. Hay
muchísima gente. En un espacio de la plaza está Bob Limón haciendo trucos
con globos para unos cuantos niños. Cuando me ve abandona y me viene a
saludar. Me enorgullece que me recuerde. Le digo que viene el cumpleaños de
Vicente y que lo voy a llamar. Vicente me aclara que odia los payasos, y Bob
Limón dice que no importa, que él también alquila inflables.

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La fiesta la hacemos en el jardín. Temprano al mediodía para que el frío
de la tarde no nos corra. En la semana muchas madres fueron avisando al
grupo que ellas se quedaban por si surgía algún inconveniente con sus hijos.
Celeste se indigna, yo le digo que debe ser una costumbre de por acá.
Nosotros nunca nos quedamos, y por eso no nos enteramos. Dice que no
piensa darles de comer. Yo hago guiso de lentejas, una olla grande, y otra mas
chica para la vegana y el veganito.
Se arman dos islas bastante claras. Los parientes alrededor de la mesa,
las madres bajo los árboles, como poniendo distancia con la comida. Cebando
mates, conversando entre ellas y cada tanto gritándole a los pibes.
Cuando pasan los sanguchitos y llega la hora del guiso decido que me
voy a ganar el cielo. Armo la bandeja con las cazuelitas y encaro para el fondo.
Los parientes se sorprenden, las jefas se maravillan y Celeste se indigna. Le
sirvo a todas con aclaración para la vegana que sonríe feliz, saco la segunda
ronda para la familia y me siento entre ellas. Me preguntan la receta, se
sorprenden de que lo haya hecho yo, se olvidan de los niños, los mates en el
pasto son la cosa más inútil del mundo. No permito que ninguna se niegue a
repetir, la ronda se cierra, van arrimando las sillas y ahora yo estoy adentro. A
Celeste se le pasó la indignación. Cuando cruzamos miradas, por un instante
siento que me mira como miraría a Thor.

A la noche tenemos que llevar a Vicente a la guardia. Entre el frío y la


excitación tiene un broncoespasmo. Se termina durmiendo agotado a la
madrugada. No va a la escuela ni lunes ni martes. El miércoles a la entrada,
Celeste jura que escuchó varias veces a sus espaldas la palabra guiso. El
jueves vienen a casa Franco y Nahuel. Juegan toda la tarde con Vicente. Se
saludan a los abrazos casi de noche.
Cuando los autos doblan en la esquina y nos metemos para adentro,
Vicente me dice, qué tal si vamos a tu cuarto a mirar Avengers.

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26/08/2023

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