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Cada día, las enfermeras trabajaban incansablemente para estimular la memoria de mi tío.
Le proporcionaban terapias, ejercicios y actividades diseñadas específicamente para
ayudarlo a reconstruir sus recuerdos. No solo se enfocaron en su bienestar físico, sino que
también se preocupaban por su bienestar emocional. Conversaban con él, compartían
historias, le recordaban momentos especiales de su vida y, lo más importante, le brindaban
un apoyo incondicional.
Fue asombroso ver cómo mi tío empezaba a responder a los estímulos y cómo poco a poco
comenzaba a recordar cosas. Al principio, eran fragmentos borrosos, pero con el tiempo y la
constancia de las enfermeras, los recuerdos se fueron volviendo más nítidos. Cada
pequeño avance era motivo de celebración y nos daba la fuerza para seguir adelante.
A medida que pasaban las semanas, mi tío empezó a reconocer a su familia y amigos más
cercanos. El brillo en sus ojos cuando veía a alguien familiar era indescriptible. Las
enfermeras celebraban cada logro alcanzado y nos alentaban a seguir motivando en su
proceso de recuperación.