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AUSTERLITZ UNA VICTORIA DE LA ENERGÍA FRANCESA

« Sí, el soldado francés es por doquier conocido por ser el primero en impulso y movimiento » Lamartine
ante la Cámara de Diputados

Por el Doctor Thierry Choffat Maestro de conferencias en la Universidad de Nancy Vicepresidente de


Francia Bonapartista Miembro del Comité Académico del Instituto Napoleónico México-Francia

El 2 de diciembre 1805, la Gran Armada comandada por el Emperador Napoleón I en persona obtenía una
victoria histórica sobre las fuerzas austro-rusas en presencia de los soberanos de aquellos dos estados
europeos, el Zar Alejandro I y el emperador de Austria Francisco I. ¿¡Qué mejor manera de celebrar el
primer aniversario de la Consagración de Napoleón, consagración celebrada en la catedral de Nuestra
Señora por el Papa Pío VII, lo cual, tras el Concordato de 1801, reforzaba la paz civil, política y religiosa en
Francia!? Austerlitz iniciaba la paz exterior y la edificación de una Europa bajo influencia francesa.

Desde 1792, Francia estaba confrontada a la hostilidad de los monarcas europeos. No pudiendo los reyes
de derecho divino soportar la existencia de una república que había derrocado y enseguida guillotinado a su
rey, las coaliciones se suceden. Inglaterra, por medio de su oro, va, durante veinte años, a excitar los
estados continentales e incitarlos a abatir a la única rival de la «pérfida Albión»: la Francia secular, ya sea
ésta revolucionaria o monárquica. En ese sentido, las guerras de la Revolución y las del Imperio no forman
más que un único y mismo conjunto, compacto. Los métodos han evolucionado. Los jefes han cambiado a
veces pero, en el fondo, los objetivos permanecen idénticos. Al menos hasta 1808, el objetivo es de
propagar los ideales de 1789, de «liberar los pueblos oprimidos», de difundir los conceptos de libertad, de
igualdad, de fraternidad, de sembrar las semillas de la Ilustración, de esparcir el continente con el nuevo
orden jurídico, político y cultural. El Código Civil, los pesos y medidas, la moneda de Francia… toman forma
donde los aliados de ésta y en los territorios conquistados. Aquel 2 de diciembre de 1805 marca un punto de
fundación de ésa nueva Europa de predominancia francesa.

Desde noviembre de 1799, el Primer Cónsul Bonaparte había multiplicado las propuestas de paz.
Vanamente, puesto que salvo durante los años 1802, 1803 y 1804, el continente seguía convencido de que
el orden antiguo, el de antes de la toma de la Bastilla, recuperaría su lugar, incluso en Francia. Inglaterra
velaba siempre porque el fuego anti-francés no se extinguiese. Napoleón había sin duda cometido un error
político en 1804 pensando que su coronación allanaría las dificultades; para los príncipes legítimos, era
usurpador, y usurpador permanecería. El título de emperador no modificaría en nada la pauta ideológica. La
guerra retomaría tarde o temprano…

La victoria final, la paz, había que irla a buscar a Londres. Los proyectos de incursión en Inglaterra, de
desembarco, de franqueamiento de la Mancha se preparaban. La Grande Armada se reunía en las costas
de la Mancha y ya, los ingleses de inquietaban vivamente por ello. Los británicos no tenían más que dos
medios de evitar la invasión: mantenerse como amos de los mares o de desviar la atención de los franceses
fomentando coaliciones en el continente. Ambos métodos fueron empleados con éxito.

En 1805, los austriacos y los rusos, seguros de su superioridad numérica, amenazaban a los franceses y a
sus aliados en Baviera, en Italia… Su objetivo declarado era aplastar a los ejércitos napoleónicos, de llegar
a París y de poner un fin a más de diez años de revolución.

Ciertamente, los soldados franceses habían mostrado su capacidad guerrera desde 1792. Los Voluntarios
del año II, los ejércitos del Rin, de Sambre-y-Mosa o de Italia habían manifestado al mundo la superioridad
de la voluntad nacional por sobre los ejércitos tradicionales. Las campañas de Alemania, de Holanda, de
Italia o de Egipto habían probado suficientemente que los franceses sabían defender su patria en peligro
pero también difundir el pensamiento revolucionario en las «repúblicas hermanas». Valmy, Árcole, Zúrich,
Novia, Rívoli o las Pirámides habían jalonado el itinerario de los ejércitos de la república. Ciertamente, el
general Bonaparte había, él también, mostrado sus cualidades de estratega. Desde 1796 y su campaña de
Italia, nada le había resistido. Por doquier, se imponía a sus adversarios superiores en número. Por doquier,
las tropas le seguían hasta la victoria. Había vencido a los austriacos, los turcos. Había restablecido la paz
interior en Francia. Marte, el Dios de la guerra marchaba a su lado. Pero, los monarcas coaligados tenían fe
en sus ejércitos. Y además, Napoleón estaba cantonado en Boloña. Europa central y oriental podía
aprovechar para movilizarse, unirse y contrarrestar a este corso ambicioso. Ya Prusia prometía aliarse a los
ingleses, a los austriacos, a los rusos. Mañana, Europa en su totalidad sabrá oponerse a los herederos de
1789.
La victoria de Austerlitz, Napoleón la obtendrá gracias a la energía francesa. La campaña de 1805 será
ganada por los franceses «con las piernas» más que con las armas.

Sobre todo, esta «Batalla de los Tres Emperadores» será ganada por la voluntad de los hombres y por el
genio estratégico del Emperador. La rapidez ejemplar de la Grande Armada le permitirá voltearse
prontamente. De las costas de la Mancha, se pone rápidamente en marcha en dirección del Este donde se
dirigen sus enemigos. La velocidad de reacción y de avance de los franceses es impresionante. Aíslan a
múltiples ejércitos austriacos, capturan a miles de soldados perdidos, asedian la ciudad de Ulm, fuerzan al
general Mack a entregar la ciudad y a constituirse prisionero. ¡Aquel ejército austriaco que,
imprudentemente, había avanzado hasta Baviera, esta desde ese momento fuera de combate, casi sin
pelear! Las maniobras pedestres han sido, en la primera etapa, cruciales.

La segunda victoria, la que llevará a Austerlitz, proviene del cerebro de Napoleón. Reconoce el terreno,
establece sus planes. A más de mil kilómetros de París, con solo 75 000 hombres frente a 200 000 austro-
rusos, engaña al adversario. Le hace creer en una retirada hacia Viena. Deja la meseta estratégica de
Pratzen. La finta funciona más allá de de toda esperanza. La energía francesa hará el resto. La Grande
Armada sale victoriosa. El enemigo cuenta 14,000 muertos y 20,000 prisioneros. Los franceses que sin
embargo tienen 1500 muertos se apoderan igualmente de 180 cañones y 45 banderas.

Más sin duda que las victorias siguientes, Jena, Friedland, Essling, Wagram, La Moskova, Bautzen…,
Austerlitz queda como la encarnación del poderío francés; poderío militar, poderío estratégico o táctico,
poderío del espíritu y de la motivación. El 26 de diciembre de 1805, el tratado de Presburgo sellará la
derrota de Austria y pondrá fin a la campaña de 1805. La guerra se ha acabado… provisionalmente pues los
coaligados no se desarman. Prusia, Rusia continúan el combate con el apoyo de Inglaterra. Aun harán falta
diez años antes de que puedan vengar su severa derrota del 2 de diciembre de 1805. Austerlitz, es el
símbolo del orgullo francés, es la victoria del genio, de la energía.

Da inicio a la predominancia francesa en el continente europeo. Muestra que aún en la adversidad, la


Nación francesa sabe siempre enderezarse, voltear la situación a su ventaja, sorprender a Europa. Prueba
que motivada, que unida tras un jefe carismático, Francia, multisecular, siempre tiene un porvenir,
radiante… siempre y cuando lo quiera y sepa movilizarse.

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