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DE LA MANCHA
Miguel de Cervantes
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SINOPSIS DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA
PARTEI
en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por
discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas
y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro
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de Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni
suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen,
lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este
mi hijo vieres; y ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma
en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en
tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y
sabes lo que comúnmente se dice: que debajo de mi manto, al
rey mato. Todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y
obligación; y así, puedes decir de la historia todo aquello que te
pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por
el bien que dijeres della.
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-Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué
dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al
cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del
olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una
leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada
de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y
doctrina; sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en
el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean
fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de
Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los
leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y
elocuentes? ¡Pues qué, cuando citan la Divina Escritura ! No
dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la
Iglesia; guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un
renglón han pintado un enamorado destraído y en otro hacen
un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oílle o
leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué
acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué
autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen
todos, por las letras del A.B.C., comenzando en Aristóteles y
acabando en Xenofonte y en Zoílo o Zeuxis, aunque fue
maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi
libro
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celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales
amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen
los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España. En
fin, señor y amigo mío -proseguí-, yo determino que el señor
don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha,
hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como
le faltan; porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi
insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón
y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo
me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento,
amigo, en que me hallastes; bastante causa para ponerme en
ella la que de mí habéis oído.
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de ojos, confundo todas vuestras dificultades y remedio todas
las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar
de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso don
Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante.
-Decid -le repliqué yo, oyendo lo que me decía-: ¿de qué modo
pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos
de mi confusión?
A lo cual él dijo:
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que os cuesten poco trabajo el buscalle; como será poner,
tratando de libertad y cautiverio:
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valle de Terebinto, según se cuenta en el Libro de los Reyes, en
el capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras esto, para
mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo,
haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo,
y veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo: El río
Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su
nacimiento en tal lugar y muere en el mar océano, besando los
muros de la famosa ciudad de Lisboa; y es opinión que tiene las
arenas de oro, etc. Si tratáredes de ladrones, yo os diré la
historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres rameras, ahí
está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y
Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio
os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras,
Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes
valerosos, el mesmo Julio César os prestará a sí mismo en sus
Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáredes de
amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana,
toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y si no
queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a
Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el
más ingenioso
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tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin
del libro.
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tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere
escribiendo; que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor
será lo que se escribiere. Y, pues esta vuestra escritura no mira
a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y
en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué
andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la
Divina Escritura , fábulas de poetas, oraciones de retóricos,
milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras
significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración
y período sonoro y festivo; pintando, en todo lo que
alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención, dando a
entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos.
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amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado
tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin
revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de
quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del
campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más
valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en
aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te
hago en darte a conocer tan noble y tan honrado caballero,
pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás
del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer,
te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva
de los libros vanos de caballerías están esparcidas.
aun no dar una en el cla-, si bien se comen las ma- por mostrar
que son curio-. Y, pues la expiriencia ense-
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en Béjar tu buena estre- un árbol real te ofre-
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que el que imprime neceda- dalas a censo perpe-.
en las obras que compo-, se vaya con pies de plo-; que el que
saca a luz pape- para entretener donce- escribe a tontas y a lo-
.
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en tanto, al menos, que en la cuarta esfera, sus caballos aguije
el rubio Apolo,
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LA SEÑORA ORIANA A DULCINEA DEL TOBOSO
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Salve, varón famoso, a quien Fortuna, cuando en el trato
escuderil te puso, tan blanda y cuerdamente lo dispuso, que lo
pasaste sin desgracia alguna.
Salve otra vez, ¡oh Sancho!, tan buen hombre, que a solo tú
nuestro español Ovidio
Soy Sancho Panza, escude- del manchego don Quijo-. Puse pies
en polvoro-,
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libro, en mi opinión, divi- si encubriera más lo huma-.
A Rocinante
que par pudieras ser entre mil pares; ni puede haberle donde tú
te hallares, invito vencedor, jamás vencido.
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Mas serlo has mío, si al soberbio moro y cita fiero domas, que
hoy nos llama iguales en amor con mal suceso.
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Maguer, señor Quijote, que sandeces vos tengan el cerbelo
derrumbado, nunca seréis de alguno reprochado por home de
obras viles y soeces.
que Sancho Panza fue mal alcagüete, necio él, dura ella, y vos
no amante.
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B. Andá, señor, que estáis muy mal criado, pues vuestra lengua
de asno al amo ultraja.
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con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que
pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los
veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín
como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo
con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de
carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza.
Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada,
que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso
escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender
que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro
cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la
verdad.
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que
estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros
de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de
todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su
hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que
vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar
libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos
cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan
bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva,
porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones
suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer
aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas
partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se
hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me
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quejo de la vuestra fermosura. Y también cuando leía: ...los altos
cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os
fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece
la vuestra grandeza.
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melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la
valentía no le iba en zaga.
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Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al
ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura.
Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido
de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho,
luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un
rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo, pero vio que
tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino
morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de
cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el
morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que
para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una
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cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero
y en un
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vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro y
significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo
que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del
mundo.
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y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga
con voz humilde y rendido: ''Yo, señora, soy el gigante
Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania , a
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Capítulo II: Que trata de la primera salida que de su tierra hizo
el ingenioso don Quijote
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libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas, pensaba
limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que
un armiño; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar
otro que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello
consistía la fuerza de las
aventuras.
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-Dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las
famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces,
esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo
futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien
ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia, ruégote
que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío
en todos mis caminos y carreras!
Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar
fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego
luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo.
Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue
la del Puerto Lápice ; otros dicen que la de los molinos de
viento; pero, lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo
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que he hallado escrito en los Anales de la Mancha, es que él
anduvo todo aquel día, y, al
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destraídas mozas que allí estaban, que a él le parecieron dos
hermosas doncellas o dos graciosas damas que delante de la
puerta del castillo se estaban solazando. En esto, sucedió acaso
que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una
manada de puercos - que, sin perdón, así se llaman- tocó un
cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le
representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún
enano hacía señal de su venida; y así, con estraño contento,
llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un
hombre de aquella suerte, armado y con lanza y adarga, llenas
de miedo, se iban a entrar en la venta; pero don Quijote,
coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de
papelón y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil
talante y voz reposada, les dijo:
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porque os acuitedes ni mostredes mal talante; que el mío non es
de al que de serviros.
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Caco, ni menos maleante que estudiantado paje; y así, le
respondió:
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les dijo con mucho donaire:
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ocho reales en sencillos que en una pieza de a ocho. Cuanto
más, que podría ser que fuesen estas truchuelas como la
ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón.
Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las
armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.
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más le fatigaba era el no verse armado caballero, por parecerle
que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin
recebir la orden de caballería.
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noche en la capilla deste vuestro castillo velaré las armas; y
mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo,
para poder, como se debe, ir por todas las cuatro partes del
mundo buscando las aventuras, en pro de los menesterosos,
como está a cargo de la caballería y de los caballeros andantes,
como yo soy, cuyo deseo a semejantes fazañas es inclinado.
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tribunales hay casi en toda España; y que, a lo último, se había
venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con su
hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los
caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que
fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía y porque
partiesen con él de sus haberes, en pago de su buen deseo.
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para curar las heridas que recebían, porque no todas veces en
los campos y desiertos donde se combatían y salían heridos
había quien los curase, si ya no era que tenían algún sabio
encantador por amigo, que luego los socorría, trayendo por el
aire, en alguna nube, alguna doncella o enano con alguna
redoma de agua de tal virtud que, en gustando alguna gota
della, luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas,
como si mal alguno hubiesen tenido. Mas que, en tanto que esto
no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada
que sus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas
necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse; y,
cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos,
que eran pocas y raras veces, ellos mesmos lo llevaban todo en
unas alforjas muy sutiles, que casi no se parecían, a las ancas
del caballo, como que era otra cosa de más importancia;
porque, no siendo por ocasión semejante, esto de llevar alforjas
no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y por esto le
daba por consejo, pues aún se lo podía mandar como a su
ahijado, que tan presto lo había de ser, que no caminase de allí
adelante sin dineros y sin las
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recogiéndolas don Quijote todas, las puso sobre una pila que
junto a un pozo estaba, y, embrazando su adarga, asió de su
lanza y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la
pila; y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche.
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Quijote, alzó los ojos al cielo, y, puesto el pensamiento - a lo que
pareció- en su señora Dulcinea, dijo:
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Con esto cobró, a su parecer, tanto ánimo, que si le
acometieran todos los arrieros del mundo, no volviera el pie
atrás. Los compañeros de los heridos, que tales los vieron,
comenzaron desde lejos a llover piedras sobre don Quijote, el
cual, lo mejor que podía, se reparaba con su adarga, y no se
osaba apartar de la pila por no desamparar las armas. El
ventero daba voces que le dejasen, porque ya les había dicho
como era loco, y que por loco se libraría, aunque los matase a
todos. También don Quijote las daba, mayores, llamándolos de
alevosos y traidores, y que el señor del castillo era un follón y
mal nacido caballero, pues de tal manera consentía que se
tratasen los andantes caballeros; y que si él hubiera recebido la
orden de caballería, que él le diera a entender su alevosía:
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usado, sin que él supiese cosa alguna; pero que bien castigados
quedaban de su atrevimiento. Díjole como ya le había dicho que
en aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba de
hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedar
armado caballero consistía en la pescozada y en el
espaldarazo, según él tenía noticia del ceremonial de la orden, y
que aquello en mitad de un campo se podía hacer, y que ya
había cumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que
con solas dos horas de vela se cumplía, cuanto más, que él
había estado más de cuatro. Todo se lo creyó don Quijote, y
dijo que él estaba allí pronto para obedecerle, y que concluyese
con la mayor brevedad que pudiese; porque si fuese otra vez
acometido y se viese armado caballero, no pensaba dejar
persona viva en el castillo, eceto aquellas que él le mandase, a
quien por su respeto dejaría.
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que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura
y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de
risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya
habían visto del novel caballero les tenía la risa a raya.
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en él, y, abrazando a su huésped, le dijo cosas tan estrañas,
agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no
es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya fuera de
la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves
palabras, respondió a las suyas, y, sin pedirle la costa de la
posada, le dejó ir a la buen hora.
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conociendo la querencia, con tanta gana comenzó a caminar,
que parecía que no ponía los pies en el suelo.
Porque decía:
-No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo
haré otra vez; y yo prometo de tener de aquí adelante más
cuidado con el hato.
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Y, viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:
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cuenta don Quijote y halló que montaban setenta y tres reales,
y díjole al labrador que al momento los desembolsase, si no
quería morir por ello. Respondió el medroso villano que para el
paso en que estaba y juramento que había hecho -y aún no
había jurado nada-, que no eran tantos, porque se le habían de
descontar y recebir en cuenta tres pares de zapatos que le
había dado y un real de dos sangrías que le habían hecho
estando enfermo.
-Bien está todo eso -replicó don Quijote-, pero quédense los
zapatos y las sangrías por los azotes que sin culpa le habéis
dado; que si él rompió el cuero de los zapatos que vos
pagastes, vos le habéis rompido el de su cuerpo; y si le sacó el
barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis
sacado; ansí que, por esta parte, no os debe nada.
-¿Irme yo con él? -dijo el muchacho-. Mas, ¡mal año! No, señor,
ni por pienso; porque, en viéndose solo, me desuelle como a un
San Bartolomé.
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-Mire vuestra merced, señor, lo que dice -dijo el muchacho-, que
este mi amo no es caballero ni ha recebido orden de caballería
alguna; que es Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar.
-Así es verdad -dijo Andrés-; pero este mi amo, ¿de qué obras
es hijo, pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo?
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que había traspuesto del bosque y que ya no parecía, volvióse a
su criado Andrés y díjole:
-Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo, como
aquel deshacedor de agravios me dejó mandado.
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felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfación
de sí mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media
voz:
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Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura; y, por
imitar en todo cuanto a él le parecía posible los pasos que
había leído en sus libros, le pareció venir allí de molde uno que
pensaba hacer. Y así, con gentil continente y denuedo, se
afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al
pecho, y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que
aquellos caballeros andantes llegasen, que ya él por tales los
tenía y juzgaba; y, cuando llegaron a trecho que se pudieron ver
y oír, levantó don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo:
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está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar
y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente
descomunal y soberbia. Que, ahora vengáis uno a uno, como
pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es
costumbre y mala usanza de los de
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que un huso de Guadarrama. Pero vosotros pagaréis la grande
blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como es la
de mi señora.
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amenazando al cielo y a la tierra, y a los malandrines, que tal le
parecían.
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se hallaba; y así, con muestras de grande sentimiento, se
comenzó a volcar por la tierra y a decir con debilitado aliento lo
mesmo que dicen decía el herido caballero del bosque:
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merced desta suerte?
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necedades; por donde conoció que su vecino estaba loco, y
dábale priesa a llegar al pueblo, por escusar el enfado que don
Quijote le causaba con su larga arenga. Al cabo de lo cual, dijo:
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pareció, entró en el pueblo, y en la casa de don Quijote, la cual
halló toda alborotada; y estaban en ella el cura y el barbero del
lugar, que eran grandes amigos de don Quijote, que estaba
diciéndoles su ama a voces:
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agua fría, y quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella
agua era una preciosísima bebida que le había traído el sabio
Esquife, un grande encantador y amigo suyo. Mas yo me tengo
la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los
disparates de mi señor tío, para que lo remediaran antes de
llegar a lo que ha llegado, y quemaran todos estos
descomulgados libros, que tiene muchos, que bien merecen ser
abrasados, como si fuesen de herejes.
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-Ténganse todos, que vengo malferido por la culpa de mi
caballo. Llévenme a mi lecho y llámese, si fuere posible, a la
sabia Urganda , que cure y cate de mis feridas.
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amigo el barbero maese Nicolás, con el cual se vino a casa de
don Quijote.
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-No -dijo la sobrina-, no hay para qué perdonar a ninguno,
porque todos han sido los dañadores; mejor será arrojarlos por
las ventanas al patio, y hacer un rimero dellos y pegarles fuego;
y si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no
ofenderá el humo.
Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la
muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin
primero leer siquiera los títulos. Y el primero que maese Nicolás
le dio en las manos fue Los cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el
cura:
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echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que se
ha de hacer.
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-El autor de ese libro -dijo el cura- fue el mesmo que compuso a
Jardín de flores; y en verdad que no sepa determinar cuál de
los dos libros es más verdadero, o, por decir mejor, menos
mentiroso; sólo sé decir que éste irá al corral por disparatado y
arrogante.
Y así fue hecho. Abrióse otro libro y vieron que tenía por título El
Caballero de la Cruz.
-Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar
su ignorancia; mas también se suele decir: "tras la cruz está el
diablo"; vaya al fuego.
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-Ya conozco a su merced -dijo el cura-. Ahí anda el señor
Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más
ladrones que Caco, y los doce Pares, con el verdadero
historiador Turpín; y en verdad que estoy por condenarlos no
más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de
la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió
su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto; al cual, si aquí le
hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré
respeto alguno; pero si habla en su idioma, le pondré sobre mi
cabeza.
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de estar en las del ama, y dellas en las del fuego, sin remisión
alguna.
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-Pues ése -replicó el cura-, con la segunda, tercera y cuarta
parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la
demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del
castillo de la Fama y otras impertinencias de más importancia,
para lo cual se les da término ultramarino, y como se
enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia;
y en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no los
dejéis leer a ninguno.
-¡Válame Dios! -dijo el cura, dando una gran voz-. ¡Que aquí esté
Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre; que hago cuenta
que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de
pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón de Montalbán, valeroso
caballero, y su hermano Tomás de Montalbán, y el caballero
Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con el
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alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida , con los
amores y embustes de la viuda Reposada , y la señora
Emperatriz , enamorada de Hipólito, su escudero. Dígoos
verdad, señor compadre, que, por su estilo, es éste el mejor libro
del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen, y mueren en
sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas
cosas de que todos los demás libros deste género carecen. Con
todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo
tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por
todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que
es verdad cuanto dél os he dicho.
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andarse por los bosques y prados cantando y tañendo; y, lo que
sería peor, hacerse poeta; que, según dicen, es enfermedad
incurable y pegadiza.
-Por las órdenes que recebí -dijo el cura-, que, desde que Apolo
fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso
ni tan disparatado libro como ése no se ha compuesto, y que,
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por su camino, es el mejor y el más único de cuantos deste
género han salido a la luz del mundo; y el que no le ha leído
puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto.
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-También el autor de ese libro -replicó el cura- es grande amigo
mío, y sus versos en su boca admiran a quien los oye; y tal es la
suavidad de la voz con que los canta, que encanta. Algo largo
es en las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho: guárdese
con los escogidos. Pero, ¿qué libro es ese que está junto a él?
-Todos esos tres libros -dijo el cura- son los mejores que, en
verso heroico, en lengua castellana están escritos, y pueden
competir con los más famosos de Italia: guárdense como las
más ricas prendas de poesía que tiene España.
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-Lloráralas yo -dijo el cura en oyendo el nombre- si tal libro
hubiera mandado quemar; porque su autor fue uno de los
famosos poetas del mundo, no sólo de España, y fue felicísimo
en la traducción de algunas fábulas de Ovidio.
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Abrazáronse con él, y por fuerza le volvieron al lecho; y, después
que hubo
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Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en
el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que
merecían guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió
su suerte y la pereza del escrutiñador; y así, se cumplió el refrán
en ellos de que pagan a las veces justos por pecadores.
78
lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió volando
por el tejado, y dejó la casa llena de humo; y, cuando
acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos libro ni
aposento alguno; sólo se nos acuerda muy bien a mí y al ama
que, al tiempo del partirse aquel mal viejo, dijo en altas voces
que, por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos
libros y aposento, dejaba hecho el daño en aquella casa que
después se vería. Dijo también que se llamaba el sabio
Muñatón.
79
de trastrigo, sin considerar que muchos van por lana y vuelven
tresquilados?
-¡Oh sobrina mía -respondió don Quijote-, y cuán mal que estás
en la cuenta! Primero que a mí me tresquilen, tendré peladas y
quitadas las barbas a cuantos imaginaren tocarme en la punta
de un solo cabello.
80
pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador della. Con
estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba
el labrador, dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su
vecino.
81
al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían
aunque los buscasen.
82
seis días ganase yo tal reino que tuviese otros a él adherentes,
que viniesen de molde para coronarte por rey de uno dellos. Y
no lo tengas a mucho, que cosas y casos acontecen a los tales
caballeros, por modos tan nunca vistos ni pensados, que con
facilidad te podría dar aún más de lo que te prometo.
Capítulo VIII: Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo
en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de
viento, con otros sucesos dignos de felice recordación
83
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que
hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su
escudero:
84
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin
atender a las voces que su escudero Sancho le daba,
advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no
gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto
en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero
Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que
eran; antes, iba diciendo en voces altas:
-Pues, aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo,
me lo habéis de pagar.
85
viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la
cabeza?
Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de
hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy
pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la
lanza; y, diciéndoselo a su escudero, le dijo:
86
Hete dicho esto, porque de la primera encina o roble que se me
depare pienso desgajar otro tronco tal y tan bueno como aquél,
que me imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te
tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vellas y
a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.
87
había puesto, iba caminando y comiendo detrás de su amo
muy de su espacio, y de cuando en cuando empinaba la bota,
con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado
bodegonero de Málaga. Y, en tanto que él iba de aquella
manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna
promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún
trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las
aventuras, por peligrosas que fuesen.
88
dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron a su
comenzado camino del Puerto Lápice, y a obra de las tres del
día le descubrieron.
89
Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes
de la orden de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios:
que no eran más pequeñas dos mulas en que venían. Traían sus
antojos de camino y sus quitasoles. Detrás dellos venía un
coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban y
dos mozos de mulas a pie. Venía en el coche, como después se
supo, una señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su
marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo. No
venían los frailes con ella, aunque iban el mesmo camino; mas,
apenas los divisó don Quijote, cuando dijo a su escudero:
-Peor será esto que los molinos de viento -dijo Sancho-. Mire,
señor, que aquéllos son frailes de San Benito, y el coche debe
de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo
que hace, no sea el diablo que le engañe.
90
Y, diciendo esto, se adelantó y se puso en la mitad del camino
por donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le
pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo:
91
Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose
ligeramente de su asno, arremetió a él y le comenzó a quitar los
hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y
preguntáronle que por qué le desnudaba.
92
fuerte brazo; y, porque no penéis por saber el nombre de
vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la
Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par
y hermosa doña Dulcinea del Toboso; y, en pago del beneficio
que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa sino que volváis
al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le
digáis lo que por vuestra libertad he fecho.
-Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si
no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno.
93
Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo; y
mientes que mira si otra dices cosa.
94
-¡Oh señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred
a este vuestro caballero, que, por satisfacer a la vuestra mucha
bondad, en este riguroso trance se halla!
El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su
denuedo su coraje, y determinó de hacer lo mesmo que don
Quijote; y así, le aguardó bien cubierto de su almohada, sin
poder rodear la mula a una ni a otra parte; que ya, de puro
cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía dar un
paso.
Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja
pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose
95
que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote de las
que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor desta
obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese
entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco
curiosos los ingenios de la Mancha que no tuviesen en sus
archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso
caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó
de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo
favorable, le halló del modo que se contará en la segunda
parte.
96
que se ofrecía para hallar lo mucho que, a mi parecer, faltaba
de tan sabroso cuento. Parecióme cosa imposible y fuera de
toda buena costumbre que a tan buen caballero le hubiese
faltado algún sabio que tomara a cargo el escrebir sus nunca
vistas hazañas, cosa que no faltó a ninguno de los caballeros
andantes, de los que dicen las gentes que van a sus aventuras,
porque cada uno dellos tenía uno o dos sabios, como de molde,
que no solamente escribían sus hechos, sino que pintaban sus
más mínimos pensamientos y niñerías, por más escondidas que
fuesen; y no había de ser tan desdichado tan buen caballero,
que le faltase a él lo que sobró a Platir y a otros semejantes. Y
así, no podía inclinarme a creer que tan gallarda historia
hubiese quedado manca y estropeada; y echaba la culpa a la
malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las
cosas, el cual, o la tenía oculta o consumida.
Por otra parte, me parecía que, pues entre sus libros se habían
hallado tan modernos como Desengaño de celos y Ninfas y
Pastores de Henares, que también su historia debía de ser
moderna; y que, ya que no estuviese escrita, estaría en la
memoria de la gente de su aldea y de las a ella circunvecinas.
Esta imaginación me traía confuso y deseoso de saber, real y
verdaderamente, toda la vida y milagros de nuestro famoso
español don Quijote de la Mancha, luz y espejo de la caballería
manchega, y el primero que en nuestra edad y en estos tan
calamitosos tiempos se puso al trabajo y ejercicio de las
andantes armas, y al desfacer agravios, socorrer viudas,
97
amparar doncellas, de aquellas que andaban con sus azotes y
palafrenes, y con toda su virginidad a cuestas, de monte en
monte y de valle en valle; que, si no era que algún follón, o
algún villano de hacha y capellina, o algún descomunal gigante
las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que, al cabo
de ochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de
tejado, y se fue tan entera a la sepultura como la madre que la
había parido. Digo, pues, que, por estos y otros muchos
respetos,
98
hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi
deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y,
leyendo un poco en él, se comenzó a reír.
99
Contentóse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y
prometió de traducirlos bien y fielmente y con mucha brevedad.
Pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano
tan buen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco más de
mes y medio la tradujo toda, del mesmo modo que aquí se
refiere.
100
menudencias había que advertir, pero todas son de poca
importancia y que no hacen al caso a la verdadera relación de
la historia; que ninguna es mala como sea verdadera.
101
tanta fuerza y tanta furia que, a no volvérsele la espada en el
camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin a su
rigurosa contienda y a todas las aventuras de nuestro
caballero; mas la buena suerte, que para mayores cosas le tenía
guardado, torció la espada de su contrario, de modo que,
aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño
que desarmarle todo aquel lado, llevándole de camino gran
parte de la celada, con la mitad de la oreja; que todo ello con
espantosa ruina vino al suelo, dejándole muy maltrecho.
102
y, poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se
rindiese; si no, que le cortaría la cabeza. Estaba el vizcaíno tan
turbado que no podía responder palabra, y él lo pasara mal,
según estaba ciego don Quijote, si las señoras del coche, que
hasta entonces con gran desmayo habían mirado la pendencia,
no fueran adonde estaba y le pidieran con mucho
encarecimiento les hiciese tan gran merced y favor de perdonar
la vida a aquel su escudero. A lo cual don Quijote respondió,
con mucho entono y gravedad:
103
Capítulo X: De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno,
y del peligro en que se vio con una turba de yangüeses
104
donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más
adelante.
-Calla -dijo don Quijote-. Y ¿dónde has visto tú, o leído jamás,
que caballero andante haya sido puesto ante la justicia, por
más homicidios que hubiese cometido?
105
-Pues no tengas pena, amigo -respondió don Quijote-, que yo te
sacaré de las manos de los caldeos, cuanto más de las de la
Hermandad. Pero dime, por tu vida: ¿has visto más valeroso
caballero que yo en todo lo descubierto de la tierra? ¿Has leído
en historias otro que tenga ni haya tenido más brío en
acometer, más aliento en el perseverar, más destreza en el
herir, ni más maña en el derribar?
106
le haga y te le dé, no tienes más que hacer sino que, cuando
vieres que en alguna batalla me han partido por medio del
cuerpo (como muchas veces suele acontecer), bonitamente la
parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo, y con mucha
sotileza, antes que la sangre se yele, la pondrás sobre la otra
mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo
igualmente y al justo; luego me darás a beber solos dos tragos
del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una
manzana.
107
Sacó Sancho de las alforjas hilas y ungüento. Mas, cuando don
Quijote llegó a ver rota su celada, pensó perder el juicio, y,
puesta la mano en la espada y alzando los ojos al cielo, dijo:
108
-Que dé al diablo vuestra merced tales juramentos, señor mío -
replicó Sancho-
-Alto, pues; sea ansí -dijo Sancho-, y a Dios prazga que nos
suceda bien, y que se llegue ya el tiempo de ganar esta ínsula
que tan cara me cuesta, y muérame yo luego.
109
comamos, porque vamos luego en busca de algún castillo
donde alojemos esta noche y hagamos el bálsamo que te he
dicho; porque yo te voto a Dios que me va doliendo mucho la
oreja.
110
-Perdóneme vuestra merced -dijo Sancho-; que, como yo no sé
leer ni escrebir, como otra vez he dicho, no sé ni he caído en las
reglas de la profesión caballeresca; y, de aquí adelante, yo
proveeré las alforjas de todo género de fruta seca para vuestra
merced, que es caballero, y para mí las proveeré, pues no lo
soy, de otras cosas volátiles y de más sustancia.
-No digo yo, Sancho -replicó don Quijote-, que sea forzoso a los
caballeros andantes no comer otra cosa sino esas frutas que
dices, sino que su más ordinario sustento debía de ser dellas, y
de algunas yerbas que hallaban por los campos, que ellos
conocían y yo también conozco.
111
Capítulo XI: De lo que le sucedió a don Quijote con unos
cabreros
112
andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice: que
todas las cosas iguala.
113
Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran
cantidad de
114
cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques
despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus
anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las
casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para
defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces,
todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la
pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas
piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada,
ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que
pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la
poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas
zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en
cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para
cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido
siempre que se cubra; y no eran sus adornos de los que ahora
se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos
martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de
lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan
pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas
con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa
les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos
del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera
que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras
para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia
mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus
proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del
favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban
115
y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el
entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni
quién fuese
Toda esta larga arenga -que se pudiera muy bien escusar- dijo
nuestro caballero porque las bellotas que le dieron le trujeron a
la memoria la edad dorada y antojósele hacer aquel inútil
116
razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle palabra,
embobados y suspensos, le estuvieron escuchando. Sancho,
asimesmo, callaba y comía bellotas, y visitaba muy a menudo el
segundo zaque, que, porque se enfriase el vino, le tenían
colgado de un alcornoque.
-Para que con más veras pueda vuestra merced decir, señor
caballero andante, que le agasajamos con prompta y buena
voluntad, queremos darle solaz y contento con hacer que cante
un compañero nuestro que no tardará mucho en estar aquí; el
cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre
todo, sabe leer y escrebir y es músico de un rabel, que no hay
más que desear.
117
vida que te sientes y cantes el romance de tus amores que te
compuso el beneficiado tu tío, que en el pueblo ha parecido
muy bien.
Antonio
Bien es verdad que tal vez, Olalla, me has dado indicio que
tienes de bronce el alma y el blanco pecho de risco. Mas allá
entre tus reproches y honestísimos desvíos,
Abalánzase al señuelo
118
ha de ser cual imagino.
Porque si has mirado en ello, más de una vez habrás visto que
me he vestido en los lunes lo que me honraba el domingo.
yo alabándote, me dijo:
119
desafióme, y ya sabes lo que yo hice y él hizo.
Donde no, desde aquí juro, por el santo más bendito, de no salir
destas sierras sino para capuchino.
120
durmiendo. Pero, con todo esto, sería bien, Sancho, que me
vuelvas a curar esta oreja, que me va doliendo más
de lo que es menester.
Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea
el bastimento, y dijo:
121
Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla que se anda en
hábito de pastora por esos andurriales.
122
mía, sino a que no me deja andar el garrancho que el otro día
me pasó este pie.
Y don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquél y qué
pastora aquélla; a lo cual Pedro respondió que lo que sabía era
que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que
estaba en aquellas sierras, el cual había sido estudiante muchos
años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su
lugar, con opinión de muy sabio y muy leído.
123
en éste podéis sembrar garbanzos y no cebada; el que viene
será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota''.»
124
muy buen compañero y caritativo y amigo de los buenos, y
tenía una cara como una bendición.
125
aquella cara que del un cabo tenía el sol y del otro la luna; y,
sobre todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo
que debe de estar su ánima a la hora de ahora gozando de
Dios en el otro mundo. De pesar de la muerte de tan buena
mujer murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela,
muchacha y rica, en poder de un tío suyo sacerdote y
beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza,
que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy
grande; y, con todo esto, se juzgaba que le había de pasar la de
la hija. Y así fue, que, cuando llegó a edad de catorce a quince
años, nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa
la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos
por ella.
126
alabanza del buen sacerdote.» Que quiero que sepa, señor
andante, que en estos lugares cortos de todo se trata y de todo
se murmura; y tened para vos, como yo tengo para mí, que
debía de ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus
feligreses a que digan bien dél, especialmente en las aldeas.
127
tomado el traje de Grisóstomo y la andan requebrando por
esos campos. Uno de los cuales, como ya está dicho, fue
nuestro difunto, del cual decían que la dejaba de querer, y la
adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella
libertad y vida tan suelta y de tan poco o de ningún
recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que
venga en menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta
y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la
sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se podrá
alabar, que le haya dado alguna pequeña esperanza de
alcanzar su deseo. Que, puesto que no huye ni se esquiva de la
compañía y conversación de los pastores, y los trata cortés y
amigablemente, en llegando a descubrirle su intención
cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del
matrimonio, los arroja de sí como con un trabuco. Y con esta
manera de condición hace más daño en esta tierra que si por
ella entrara la pestilencia; porque su afabilidad y hermosura
atrae los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla,
pero su desdén y desengaño los conduce a términos de
desesperarse; y así, no saben qué decirle, sino llamarla a voces
cruel y desagradecida, con otros títulos a éste semejantes, que
bien la calidad de su condición manifiestan. Y si aquí
estuviésedes, señor, algún día, veríades resonar estas sierras y
estos valles con los lamentos de los desengañados que la
siguen. No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos
docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su
128
lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela;
y encima de alguna, una corona grabada en el mesmo árbol,
como si más claramente dijera su amante que Marcela la lleva y
la merece de toda la hermosura humana. Aquí sospira un
pastor, allí se queja otro; acullá se oyen amorosas canciones,
acá desesperadas endechas. Cuál hay que pasa todas las horas
de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí,
sin plegar los llorosos ojos, embebecido y transportado en sus
pensamientos, le halló el sol a la mañana; y cuál hay que, sin
dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más
enfadosa siesta del verano, tendido sobre la ardiente arena,
envía sus quejas al piadoso cielo.
129
-En cuidado me lo tengo -dijo don Quijote-, y agradézcoos el
gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso
cuento.
130
los cinco de los seis cabreros se levantaron y fueron a despertar
a don Quijote, y a decille si estaba todavía con propósito de ir a
ver el famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían
compañía. Don Quijote, que otra cosa no deseaba, se levantó y
mandó a Sancho que ensillase y enalbardase al momento, lo
cual él hizo con mucha diligencia, y con la mesma se pusieron
luego todos en camino. Y no hubieron andado un cuarto de
legua, cuando, al cruzar de una senda, vieron venir hacia ellos
hasta seis pastores, vestidos con pellicos negros y coronadas
las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía
cada uno un grueso bastón de acebo en la mano. Venían con
ellos, asimesmo, dos gentiles hombres de a caballo, muy bien
aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que los
acompañaban. En llegándose a juntar, se saludaron
cortésmente, y, preguntándose los unos a los otros dónde iban,
supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro; y así,
comenzaron a caminar todos juntos.
131
Preguntóles don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela
y de Grisóstomo. El caminante dijo que aquella madrugada
habían encontrado con aquellos pastores, y que, por haberles
visto en aquel tan triste traje, les habían preguntado la ocasión
por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contó,
contando la estrañeza y hermosura de una pastora llamada
Marcela, y los amores de muchos que la recuestaban, con la
muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban. Finalmente, él
contó todo lo que Pedro a don Quijote había contado.
132
-¿No han vuestras mercedes leído -respondió don Quijote- los
anales e historias de Inglaterra, donde se tratan las famosas
fazañas del rey Arturo, que continuamente en nuestro romance
castellano llamamos el rey Artús, de quien es tradición antigua
y común en todo aquel reino de la Gran Bretaña que este rey no
murió, sino que, por arte de encantamento, se convirtió en
cuervo, y que, andando los tiempos, ha de volver a reinar y a
cobrar su reino y cetro; a cuya causa no se probará que desde
aquel tiempo a éste haya ningún inglés muerto cuervo alguno?
Pues en tiempo de este buen rey fue instituida aquella famosa
orden de caballería de los caballeros de la Tabla Redonda, y
pasaron, sin faltar un punto, los amores que allí se cuentan de
don Lanzarote del Lago con la reina Ginebra, siendo medianera
dellos y sabidora aquella tan honrada dueña Quintañona, de
donde nació aquel tan sabido romance, y tan decantado en
nuestra España, de:
133
hasta la quinta generación, y el valeroso Felixmarte de
Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y
casi que en nuestros días vimos y comunicamos y oímos al
invencible y valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto,
pues, señores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la
orden de su caballería; en la cual, como otra vez he dicho, yo,
aunque pecador, he hecho profesión, y lo mesmo que
profesaron los caballeros referidos profeso yo. Y así, me voy
por estas soledades y despoblados buscando las aventuras,
con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la
más peligrosa que la suerte me deparare, en ayuda de los
flacos y menesterosos.
134
tierra, y tengo para mí que aun la de los frailes cartujos no es
tan estrecha.
135
subieron a ser emperadores por el valor de su brazo, a fe que
les costó buen porqué de su sangre y de su sudor; y que si a los
que a tal grado subieron les faltaran encantadores y sabios que
los ayudaran, que ellos quedaran bien defraudados de sus
deseos y bien engañados de sus esperanzas.
136
todo corazón se le encomiende; y desto tenemos innumerables
ejemplos en las historias. Y no se ha de entender por esto que
han de dejar de encomendarse a Dios; que tiempo y lugar les
queda para hacerlo en el discurso de la obra.
137
se halle caballero andante sin amores; y por el mesmo caso que
estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo caballero, sino
por bastardo, y que entró en la fortaleza de la caballería dicha,
no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrón.
138
nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama;
que ella se tendría por dichosa de que todo el mundo sepa que
es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced
parece.
139
Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón; Cerdas,
Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla; Alencastros,
Pallas y Meneses de Portogal; pero es de los del Toboso de la
Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generoso
principio a las más ilustres familias de los venideros siglos. Y no
se me replique en esto, si no fuere con las condiciones que puso
Cervino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decía:
140
En estas pláticas iban, cuando vieron que, por la quiebra que
dos altas montañas hacían, bajaban hasta veinte pastores,
todos con pellicos de negra lana vestidos y coronados con
guirnaldas, que, a lo que después pareció, eran cuál de tejo y
cuál de ciprés. Entre seis dellos traían unas andas, cubiertas de
mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual visto por uno de
los cabreros, dijo:
Por esto se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que
venían habían puesto las andas en el suelo; y cuatro dellos con
agudos picos estaban cavando la sepultura a un lado de una
dura peña.
141
-Mirá bien, Ambrosio, si es éste el lugar que Grisóstomo dijo, ya
que queréis que tan puntualmente se cumpla lo que dejó
mandado en su testamento.
-Ese cuerpo, señores, que con piadosos ojos estáis mirando, fue
depositario de un alma en quien el cielo puso infinita parte de
sus riquezas. Ése es el cuerpo de Grisóstomo, que fue único en
el ingenio, solo en la cortesía, estremo en la
142
por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera
de su vida, a la cual dio fin una pastora a quien él procuraba
eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo
pudieran mostrar bien esos papeles que estáis mirando, si él no
me hubiera mandado que los entregara al fuego en habiendo
entregado su cuerpo a la tierra.
-De mayor rigor y crueldad usaréis vos con ellos -dijo Vivaldo-
que su mesmo dueño, pues no es justo ni acertado que se
cumpla la voluntad de quien lo que ordena va fuera de todo
razonable discurso. Y no le tuviera bueno Augusto César si
consintiera que se pusiera en ejecución lo que el divino
Mantuano dejó en su testamento mandado. Ansí que, señor
Ambrosio, ya que deis el cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no
queráis dar sus escritos al olvido; que si él ordenó como
agraviado, no es bien que vos cumpláis como indiscreto. Antes
haced, dando la vida a estos papeles, que la tenga siempre la
crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo, en los tiempos
que están por venir, a los vivientes, para que se aparten y
huyan de caer en semejantes despeñaderos; que ya sé yo, y los
que aquí venimos, la historia deste vuestro enamorado y
desesperado amigo, y sabemos la amistad vuestra, y la ocasión
de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar de la vida; de la
cual lamentable historia se puede sacar cuánto haya sido la
crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la amistad
vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta
corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos
143
les pone. Anoche supimos la muerte de Grisóstomo, y que en
este lugar había de ser enterrado; y así, de curiosidad y de
lástima, dejamos nuestro derecho viaje, y acordamos de venir a
ver con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oíllo. Y, en
pago desta lástima y del deseo que en nosotros nació de
remedialla si pudiéramos, te rogamos, ¡oh discreto Ambrosio! (a
lo menos, yo te lo suplico de mi parte), que, dejando de abrasar
estos papeles, me dejes llevar algunos dellos.
Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego
el uno dellos y vio que tenía por título: Canción desesperada.
Oyólo Ambrosio y dijo:
144
Y, como todos los circunstantes tenían el mesmo deseo, se le
pusieron a la redonda; y él, leyendo en voz clara, vio que así
decía:
Canción de Grisóstomo
145
Escucha, pues, y presta atento oído, no al concertado son, sino
al rüido que de lo hondo de mi amargo pecho, llevado de un
forzoso desvarío,
De tanta confusión no las arenas del padre Tajo oirán los tristes
ecos, ni del famoso Betis las olivas:
146
o entre la venenosa muchedumbre de fieras que alimenta el
libio llano;
147
por mil heridas en el alma abiertas?
148
pues ya ves que te da notorias muestras esta del corazón
profunda llaga,
en que mi vida llegue al fin tan presto. Venga, que es tiempo ya,
del hondo abismo Tántalo con su sed; Sísifo venga
149
Canción desesperada, no te quejes cuando mi triste compañía
dejes; antes, pues que la causa do naciste con mi desdicha
aumenta su ventura, aun en la sepultura no estés triste.
150
Y, queriendo leer otro papel de los que había reservado del
fuego, lo estorbó
-No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho -
respondió Marcela-, sino a volver por mí misma, y a dar a
151
entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus
penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a
todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será
menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para
persuadir una verdad a los discretos.
152
Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea,
¿fuera justo que me quejara de
153
sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a
Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se
puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se
me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por
esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando
en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me
descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era
vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto
de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con
todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y
navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la
mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera
falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y
prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido:
154
me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala;
el que me llama ingrata, no me sirva; el
155
cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar
de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas,
puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles
voces, dijo:
156
que fue pastor de ganado, perdido por desamor.
la tiranía de su amor.
157
Capítulo XV: Donde se cuenta la desgraciada aventura que se
topó don Quijote en topar con unos desalmados yangüeses
158
cuales es costumbre sestear con su recua en lugares y sitios de
yerba y agua; y aquel donde acertó a hallarse don Quijote era
muy a propósito de los gallegos.
159
Y, sin hacer más discursos, echó mano a su espada y arremetió
a los gallegos, y lo mesmo hizo Sancho Panza, incitado y
movido del ejemplo de su amo. Y, a las primeras, dio don
Quijote una cuchillada a uno, que le abrió un sayo de cuero de
que venía vestido, con gran parte de la espalda.
rústicas y enojadas.
Viendo, pues, los gallegos el mal recado que habían hecho, con
la mayor presteza que pudieron, cargaron su recua y siguieron
su camino, dejando a los dos aventureros de mala traza y de
peor talante.
160
-¿Qué quieres, Sancho hermano? -respondió don Quijote con el
mesmo tono afeminado y doliente que Sancho.
161
tu espada y castígalos muy a tu sabor; que si en su ayuda y
defensa acudieren caballeros, yo te sabré defender y ofendellos
con todo mi poder; que ya habrás visto por mil señales y
experiencias hasta adónde se estiende el valor de este mi fuerte
brazo.
162
deseo para que seguramente y sin contraste alguno tomemos
puerto en alguna de las ínsulas que te tengo prometida, ¿qué
sería de ti si, ganándola yo, te hiciese señor della? Pues ¿lo
vendrás a imposibilitar por no ser caballero, ni quererlo ser, ni
tener valor ni intención de vengar tus injurias y defender tu
señorío? Porque has de saber que en los reinos y provincias
nuevamente conquistados nunca están tan quietos los ánimos
de sus naturales, ni tan de parte del nuevo señor que no se
tengan temor de que han de hacer alguna novedad para alterar
de nuevo las cosas, y volver, como dicen, a probar ventura; y
así, es menester que el nuevo posesor tenga entendimiento
para saberse gobernar, y valor para ofender y defenderse en
cualquiera acontecimiento.
163
posta y en seguimiento suyo, esta tan grande tempestad de
palos que ha descargado sobre nuestras espaldas?
164
valor de su brazo, han subido a los altos grados que he
contado; y estos mesmos se vieron antes y después en diversas
calamidades y miserias. Porque el valeroso Amadís de Gaula se
vio en poder de su mortal enemigo Arcaláus el encantador, de
quien se tiene por averiguado que le dio, teniéndole preso, más
de docientos azotes con las riendas de su caballo, atado a una
coluna de un patio. Y aun hay un autor secreto, y de no poco
crédito, que dice que, habiendo cogido al Caballero del Febo
con una cierta trampa que se le hundió debajo de los pies, en
un cierto castillo, y al caer, se halló en una honda sima debajo
de tierra, atado de pies y manos, y allí le echaron una destas
que llaman melecinas, de agua de nieve y arena, de lo que llegó
muy al cabo; y si no fuera socorrido en aquella gran cuita de un
sabio grande amigo suyo, lo pasara muy mal el pobre
caballero. Ansí que, bien puedo yo pasar entre tanta buena
gente; que mayores afrentas son las que éstos pasaron, que no
las que ahora nosotros pasamos. Porque quiero hacerte
sabidor, Sancho, que no afrentan las heridas que se dan con los
instrumentos que acaso se hallan en las manos; y esto está en
la ley del duelo, escrito por palabras expresas: que si el
zapatero da a otro con la horma que tiene en la mano, puesto
que verdaderamente es de palo, no por eso se dirá que queda
apaleado aquel a quien dio con ella. Digo esto porque no
pienses que, puesto que quedamos desta pendencia molidos,
quedamos afrentados; porque las armas que aquellos hombres
traían, con que nos machacaron, no eran otras que sus estacas,
165
y ninguno dellos, a lo que se me acuerda, tenía estoque, espada
ni puñal.
166
-No hay de qué maravillarse deso -respondió Sancho-, siendo él
tan buen caballero andante; de lo que yo me maravillo es de
que mi jumento haya quedado libre y sin costas donde nosotros
salimos sin costillas.
-Las feridas que se reciben en las batallas, antes dan honra que
la quitan.
167
-Pues yo he oído decir a vuestra merced -dijo Panza- que es
muy de caballeros andantes el dormir en los páramos y
desiertos lo más del año, y que lo tienen a mucha ventura.
168
encaminó, poco más a menos, hacia donde le pareció que
podía estar el camino real. Y la suerte, que sus cosas de bien en
mejor iba guiando, aún no hubo andado una pequeña legua,
cuando le deparó el camino, en el cual descubrió una venta que,
a pesar suyo y gusto de don Quijote, había de ser castillo.
Porfiaba Sancho que era venta, y su amo que no, sino castillo; y
tanto duró la porfía, que tuvieron lugar, sin acabarla, de llegar a
ella, en la cual Sancho se entró, sin más averiguación, con toda
su recua.
169
sana. Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás
faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las
espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo
más de lo que ella quisiera. Esta gentil moza, pues, ayudó a la
doncella, y las dos hicieron una muy mala cama a don Quijote
en un camaranchón que, en otros tiempos, daba manifiestos
indicios que había servido de pajar muchos años.
-No fueron golpes -dijo Sancho-, sino que la peña tenía muchos
picos y tropezones.
170
Y que cada uno había hecho su cardenal. Y también le dijo:
-No caí -dijo Sancho Panza-, sino que del sobresalto que tomé
de ver caer a mi amo, de tal manera me duele a mí el cuerpo
que me parece que me han dado mil palos.
-Ahí está el toque, señora -respondió Sancho Panza-: que yo, sin
soñar nada, sino estando más despierto que ahora estoy, me
hallo con pocos menos cardenales que mi señor don Quijote.
171
-¿Tan nueva sois en el mundo que no lo sabéis vos? -respondió
Sancho Panza-. Pues sabed, hermana mía, que caballero
aventurero es una cosa que en dos palabras se ve apaleado y
emperador. Hoy está la más desdichada criatura del mundo y
la más menesterosa, y mañana tendría dos o tres coronas de
reinos que dar a su escudero.
172
tuviera tan rendido y tan sujeto a sus leyes, y los ojos de aquella
hermosa ingrata que digo entre mis dientes; que los desta
fermosa doncella fueran señores de mi libertad.
173
que de lana. Sucedía a estos dos lechos el del arriero, fabricado,
como se ha dicho, de las enjalmas y todo el adorno de los dos
mejores mulos que traía, aunque eran doce, lucios, gordos y
famosos, porque era uno de los ricos arrieros de Arévalo, según
lo dice el autor desta historia, que deste
174
Esta maravillosa quietud, y los pensamientos que siempre
nuestro caballero traía de los sucesos que a cada paso se
cuentan en los libros autores de su desgracia, le trujo a la
imaginación una de las estrañas locuras que buenamente
imaginarse pueden. Y fue que él se imaginó haber llegado a un
famoso castillo -que, como se ha dicho, castillos eran a su
parecer todas las ventas donde alojaba-, y que la hija del
ventero lo era del señor del castillo, la cual, vencida de su
gentileza, se había enamorado dél y prometido que aquella
noche, a furto de sus padres, vendría a yacer con él una buena
pieza; y, teniendo toda esta quimera, que él se había fabricado,
por firme y valedera, se comenzó a acuitar y a pensar en el
peligroso trance en que su honestidad se había de ver, y
propuso en su corazón de no cometer alevosía a su señora
Dulcinea del Toboso, aunque la mesma reina Ginebra con su
dama Quintañona se le pusiesen delante.
175
de don Quijote, el cual la asió fuertemente de una muñeca y,
tirándola hacía sí, sin que ella osase hablar palabra, la hizo
sentar sobre la cama. Tentóle luego la camisa, y, aunque ella
era de harpillera, a él le pareció ser de finísimo y delgado
cendal. Traía en
176
donde yago tan molido y quebrantado que, aunque de mi
voluntad quisiera satisfacer a la vuestra, fuera imposible. Y
más, que se añade a esta imposibilidad otra mayor, que es la
prometida fe que tengo dada a la sin par Dulcinea del Toboso,
única señora de mis más escondidos pensamientos; que si esto
no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero que
dejara pasar en blanco la venturosa ocasión en que vuestra
gran bondad me ha puesto.
177
suelo, a cuyo gran ruido despertó el ventero, y luego imaginó
que debían de ser pendencias de Maritornes, porque,
habiéndola llamado a voces, no respondía. Con esta sospecha
se levantó, y, encendiendo un candil, se fue hacia donde había
-¿Adónde estás, puta? A buen seguro que son tus cosas éstas.
178
al palo, daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a
él, el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa
que no se daban punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero
se le apagó el candil, y, como quedaron ascuras, dábanse tan
sin compasión todos a bulto que, a doquiera que ponían la
mano, no dejaban cosa sana.
-¡Favor a la justicia!
179
Esta voz sobresaltó a todos, y cada cual dejó la pendencia en el
grado que le
180
-¿Qué tengo de dormir, pesia a mí -respondió Sancho, lleno de
pesadumbre y de despecho-; que no parece sino que todos los
diablos han andado conmigo esta noche?
-Sea por lo que fuere -dijo don Quijote-; que más fío de tu amor
y de tu cortesía; y así, has de saber que esta noche me ha
sucedido una de las más estrañas aventuras que yo sabré
encarecer; y, por contártela en breve, sabrás que poco ha que a
mí vino la hija del señor deste castillo, que es la más
181
apuesta y fermosa doncella que en gran parte de la tierra se
puede hallar. ¿Qué te podría decir del adorno de su persona?
¿Qué de su gallardo entendimiento?
182
¿qué tuve sino los mayores porrazos que pienso recebir en toda
mi vida?
-No tengas pena, amigo -dijo don Quijote-, que yo haré agora
el bálsamo precioso con que sanaremos en un abrir y cerrar de
ojos.
183
Llegó el cuadrillero, y, como los halló hablando en tan
sosegada conversación, quedó suspenso. Bien es verdad que
aún don Quijote se estaba boca arriba, sin poderse menear, de
puro molido y emplastado. Llegóse a él el cuadrillero y díjole:
184
el salutífero bálsamo; que en verdad que creo que lo he bien
menester ahora, porque se me va mucha sangre de la herida
que esta fantasma me ha dado.
185
estaban en su punto. Pidió luego alguna redoma para echallo,
y, como no la hubo en la venta, se resolvió de ponello en una
alcuza o aceitera de hoja de lata, de quien el ventero le hizo
grata donación. Y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta
paternostres y otras tantas avemarías, salves y credos, y a
cada palabra acompañaba una cruz, a modo de bendición; a
todo lo cual se hallaron presentes Sancho, el ventero y
cuadrillero; que ya el arriero sosegadamente andaba
entendiendo en el beneficio de sus machos.
186
Sancho Panza, que también tuvo a milagro la mejoría de su
amo, le rogó que le diese a él lo que quedaba en la olla, que no
era poca cantidad.
-Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado
caballero, porque tengo para mí que este licor no debe de
aprovechar a los que no lo son.
187
horas, al cabo de las cuales no quedó como su amo, sino tan
molido y quebrantado que no se podía tener.
188
en haceros vengado de algún soberbio que os haya fecho algún
agravio, sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que
poco pueden, y vengar a los que reciben tuertos, y castigar
alevosías. Recorred vuestra memoria, y si halláis alguna cosa
deste jaez que encomendarme, no hay sino decilla; que yo os
prometo, por la orden de caballero que recebí, de faceros
satisfecho y pagado a toda vuestra voluntad.
189
cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del
insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de
noche y de día, en invierno y en verano, a pie y a caballo, con
sed y con hambre, con calor y con frío, sujetos a todas las
inclemencias del cielo y a todos los incómodos de la tierra.
190
los escuderos de los tales que estaban por venir al mundo,
reprochándole el quebrantamiento de tan justo fuero.
191
gracia y presteza que, si la cólera le dejara, tengo para mí que
se riera. Probó a subir desde el caballo a las bardas, pero
estaba tan molido y quebrantado que aun apearse no pudo; y
así, desde encima del caballo, comenzó a decir tantos
denuestos y baldones a los que a Sancho manteaban, que no es
posible acertar a escribillos; mas no por esto cesaban ellos de
su risa y de su obra, ni el volador Sancho dejaba sus quejas,
mezcladas ya con amenazas, ya con ruegos; mas todo
aprovechaba poco, ni aprovechó, hasta que de puro cansados
le dejaron.
A estas voces volvió Sancho los ojos, como de través, y dijo con
otras mayores:
192
Y el acabar de decir esto y el comenzar a beber todo fue uno;
mas, como al primer trago vio que era agua, no quiso pasar
adelante, y rogó a Maritornes que se le trujese de vino, y así lo
hizo ella de muy buena voluntad, y lo pagó de su mesmo dinero;
porque, en efecto, se dice della que, aunque estaba en aquel
trato, tenía unas sombras y lejos de cristiana.
193
-Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o
venta, de que es encantado sin duda; porque aquellos que tan
atrozmente tomaron pasatiempo contigo, ¿qué podían ser sino
fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo esto por haber
visto que, cuando estaba por las bardas del corral mirando los
actos de tu triste tragedia, no me fue posible subir por ellas, ni
menos pude apearme de Rocinante, porque me debían de tener
encantado; que te juro, por la fe de quien soy, que si pudiera
subir o apearme, que yo te hiciera vengado de manera que
aquellos follones y malandrines se acordaran de la burla para
siempre, aunque en ello supiera contravenir a las leyes de la
caballería, que, como ya muchas veces te he dicho, no
consienten que caballero ponga mano contra quien no lo sea, si
no fuere en defensa de su propria vida y persona, en caso de
urgente y gran necesidad.
194
cabo, nos han de traer a tantas desventuras que no sepamos
cuál es nuestro pie derecho. Y lo que sería mejor y más
acertado, según mi poco entendimiento, fuera el volvernos a
nuestro lugar, ahora que es tiempo de la siega y de entender en
la hacienda, dejándonos de andar de Ceca en Meca y de zoca
en colodra, como dicen.
195
-Ésa es la pena que yo tengo y la que tú debes tener, Sancho -
respondió don Quijote-; pero, de aquí adelante, yo procuraré
haber a las manos alguna espada hecha por tal maestría, que
al que la trujere consigo no le puedan hacer ningún género de
encantamentos; y aun podría ser que me deparase la ventura
aquella de Amadís, cuando se llamaba el Caballero de la
Ardiente Espada , que fue una de las mejores espadas que tuvo
caballero en el mundo, porque, fuera que tenía la virtud dicha,
cortaba como una navaja, y no había armadura, por fuerte y
encantada que fuese, que se le parase delante.
-Yo soy tan venturoso -dijo Sancho- que, cuando eso fuese y
vuestra merced viniese a hallar espada semejante, sólo vendría
a servir y aprovechar a los armados caballeros, como el
bálsamo; y los escuderos, que se los papen duelos.
-No temas eso, Sancho -dijo don Quijote-, que mejor lo hará el
cielo contigo.
196
¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda
es cuajada de un copiosísimo ejército que de diversas e
innumerables gentes por allí viene marchando.
197
emperador Alifanfarón, señor de la grande isla Trapobana; este
otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo, el rey de
los garamantas, Pentapolén del Arremangado Brazo, porque
siempre entra en las batallas con el brazo derecho desnudo.
-En eso harás lo que debes, Sancho -dijo don Quijote-, porque,
para entrar en batallas semejantes, no se requiere ser armado
caballero.
198
estáme atento y mira, que te quiero dar cuenta de los
caballeros más principales que en estos dos ejércitos vienen. Y,
para que mejor los veas y notes, retirémonos a aquel altillo que
allí se hace, de donde se deben de descubrir los dos ejércitos.
-Aquel caballero que allí ves de las armas jaldes, que trae en el
escudo un león coronado, rendido a los pies de una doncella, es
el valeroso Laurcalco, señor de la Puente de Plata; el otro de las
armas de las flores de oro, que trae en el
199
amarillas, y trae en el escudo un gato de oro en campo leonado,
con una letra que dice: Miau, que es el principio del nombre de
su dama, que, según se dice, es la sin par Miulina, hija del duque
Alfeñiquén del Algarbe; el otro, que carga y oprime los lomos de
aquella poderosa alfana, que trae las armas como nieve
blancas y el escudo blanco y sin empresa alguna, es un
caballero novel, de nación francés, llamado Pierres Papín, señor
de las baronías de Utrique; el otro, que bate las ijadas con los
herrados carcaños a aquella pintada y ligera cebra, y trae las
armas de los veros azules, es el poderoso duque de Nerbia,
Espartafilardo del Bosque, que trae por empresa en el escudo
una esparraguera, con una letra en castellano que dice así:
Rastrea mi suerte.
200
árabes, de mudables casas; los citas, tan crueles como blancos;
los etiopes, de horadados labios, y otras infinitas naciones,
cuyos rostros conozco y veo, aunque de los nombres no me
acuerdo. En estotro escuadrón vienen los que beben las
corrientes cristalinas del olivífero Betis; los que tersan y pulen
sus rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo; los que
gozan las provechosas aguas del divino Genil; los que pisan los
tartesios campos, de pastos abundantes; los que se alegran en
los elíseos jerezanos prados; los manchegos, ricos y coronados
de rubias espigas; los de hierro vestidos, reliquias antiguas de la
sangre goda; los que en Pisuerga se bañan, famoso por la
mansedumbre de su corriente; los que su ganado apacientan en
las estendidas dehesas del tortuoso Guadiana, celebrado por su
escondido curso; los que tiemblan con el frío del silvoso Pirineo
y con los
201
los caballeros y gigantes que su amo nombraba; y, como no
descubría a ninguno, le dijo:
-El miedo que tienes -dijo don Quijote- te hace, Sancho, que ni
veas ni oyas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es
turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que
son; y si es que tanto temes, retírate a una parte y déjame solo,
que solo basto a dar la victoria a la parte a quien yo diere mi
ayuda.
202
desdichado del padre que me engendró! ¿Qué locura es ésta?
Mire que no hay gigante ni caballero alguno, ni gatos, ni armas,
ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules ni endiablados.
¿Qué es lo que hace? ¡Pecador soy yo a Dios!
203
Llegó en esto una peladilla de arroyo, y, dándole en un lado, le
sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho,
creyó sin duda que estaba muerto o malferido, y, acordándose
de su licor, sacó su alcuza y púsosela a la boca, y comenzó a
echar licor en el estómago; mas, antes que acabase de envasar
lo que a él le parecía que era bastante, llegó otra almendra y
diole en la mano y en el alcuza tan de lleno que se la hizo
pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas
de la boca, y machucándole malamente dos dedos de la mano.
-¿No le decía yo, señor don Quijote, que se volviese, que los que
iba a acometer no eran ejércitos, sino manadas de carneros?
204
Sábete, Sancho, que es muy fácil cosa a los tales hacernos
parecer lo que quieren, y este maligno que me persigue,
envidioso de la gloria que vio que yo había de alcanzar desta
batalla, ha vuelto los escuadrones de enemigos en manadas de
ovejas. Si no, haz una cosa, Sancho, por mi vida, porque te
desengañes y veas ser verdad lo que te digo: sube en tu asno y
síguelos bonitamente, y verás cómo, en alejándose de aquí
algún poco, se vuelven en su ser primero, y, dejando de ser
carneros, son hombres hechos y derechos, como yo te los pinté
primero... Pero no vayas agora, que he menester tu favor y
ayuda; llégate a mí y mira cuántas muelas y dientes me faltan,
que me parece que no me ha quedado ninguno en la boca.
Llegóse Sancho tan cerca que casi le metía los ojos en la boca,
y fue a tiempo
205
revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo
señor, y quedaron entrambos como de perlas. Acudió Sancho a
su asno para sacar de las alforjas con qué limpiarse y con qué
curar a su amo; y, como no las halló, estuvo a punto de perder
el juicio. Maldíjose de nuevo, y propuso en su corazón de dejar a
su amo y volverse a su tierra, aunque perdiese el salario de lo
servido y las esperanzas del gobierno de la prometida ínsula.
206
hoy me faltan, con todas mis alhajas, ¿son de otro que del
mismo?
207
-De todo sabían y han de saber los caballeros andantes, Sancho
-dijo don Quijote-, porque caballero andante hubo en los
pasados siglos que así se paraba a hacer un sermón o plática,
en mitad de un campo real, como si fuera graduado por la
Universidad de París; de donde se infiere que nunca la lanza
embotó la pluma, ni la pluma la lanza.
208
-Pues en esta parte de abajo -dijo Sancho- no tiene vuestra
merced más de dos muelas y media, y en la de arriba, ni media
ni ninguna, que toda está rasa como la palma de la mano.
-¡Sin ventura yo! -dijo don Quijote, oyendo las tristes nuevas que
su escudero le daba-, que más quisiera que me hubieran
derribado un brazo, como no fuera el de la espada; porque te
hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin
piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un
diamante. Mas a todo esto estamos sujetos los que profesamos
la estrecha
209
-Paréceme, señor mío, que todas estas desventuras que estos
días nos han sucedido, sin duda alguna han sido pena del
pecado cometido por vuestra merced contra la orden de su
caballería, no habiendo cumplido el juramento que hizo de no
comer pan a manteles ni con la reina folgar, con todo aquello
que a esto se sigue y vuestra merced juró de cumplir, hasta
quitar aquel almete de Malandrino, o como se llama el moro,
que no me acuerdo bien.
-No importa que no hayas jurado -dijo don Quijote-: basta que
yo entiendo que de participantes no estás muy seguro, y, por sí
o por no, no será malo proveernos de remedio.
210
con la falta de las alforjas, les faltó toda la despensa y
matalotaje. Y, para acabar de confirmar esta desgracia, les
sucedió una aventura que, sin artificio alguno, verdaderamente
lo parecía. Y
fue que la noche cerró con alguna escuridad; pero, con todo
esto, caminaban, creyendo Sancho que, pues aquel camino era
real, a una o dos leguas, de buena razón, hallaría en él alguna
venta.
211
-¡Desdichado de mí! -respondió Sancho-; si acaso esta aventura
fuese de fantasmas, como me lo va pareciendo, ¿adónde habrá
costillas que la sufran?
212
caballo, enlutados hasta los pies de las mulas; que bien vieron
que no eran caballos en el sosiego con que caminaban. Iban los
encamisados murmurando entre sí, con una voz baja y
compasiva. Esta estraña visión, a tales horas y en tal
despoblado, bien bastaba para poner miedo en el corazón de
Sancho, y aun
213
-Vamos de priesa -respondió uno de los encamisados- y está la
venta lejos, y no nos podemos detener a dar tanta cuenta como
pedís.
214
sino diablo del infierno que les salía a quitar el cuerpo muerto
que en la litera llevaban.
215
Baeza con otros once sacerdotes, que son los que huyeron con
las hachas; vamos a la ciudad de Segovia acompañando un
cuerpo muerto, que va en aquella litera, que es de un caballero
que murió en Baeza, donde fue depositado; y ahora, como digo,
llevábamos sus huesos a su sepultura, que está en Segovia, de
donde es natural.
216
aventuras.
217
que no había sido en su mano dejar de haberle hecho. Díjole
también Sancho:
218
por toda la redondez de la tierra. Y así, digo que el sabio ya
dicho te habrá puesto en la lengua y en el pensamiento ahora
que me llamases el Caballero de la Triste Figura , como pienso
llamarme desde hoy en adelante; y, para que mejor me cuadre
tal nombre, determino de hacer pintar, cuando haya lugar, en
mi escudo una muy triste figura.
-No hay para qué gastar tiempo y dineros en hacer esa figura -
dijo Sancho-, sino lo que se ha de hacer es que vuestra merced
descubra la suya y dé rostro a los que le miraren; que, sin más
ni más, y sin otra imagen ni escudo, le llamarán el de la Triste
Figura ; y créame que le digo verdad, porque le prometo a
vuestra merced, señor, y esto sea dicho en burlas, que le hace
tan mala cara la hambre y la falta de las muelas, que, como ya
tengo dicho, se podrá muy bien escusar la triste pintura.
219
respeto y adoro como católico y fiel cristiano que soy, sino a
fantasmas y a vestiglos del otro mundo; y, cuando eso así
fuese, en la memoria tengo lo que le pasó al Cid Ruy Díaz,
cuando quebró la silla del embajador de aquel rey delante de
Su Santidad del Papa, por lo cual lo descomulgó, y anduvo
aquel día el buen Rodrigo de Vivar como muy honrado y
valiente caballero.
220
hallaron en un espacioso y escondido valle, donde se apearon; y
Sancho alivió el jumento, y, tendidos sobre la verde yerba, con
la salsa de su hambre, almorzaron, comieron, merendaron y
cenaron a un mesmo punto, satisfaciendo sus estómagos con
más de una fiambrera que los señores clérigos del difunto -que
pocas veces se dejan mal pasar- en la acémila de su repuesto
traían.
-No es posible, señor mío, sino que estas yerbas dan testimonio
de que por aquí cerca debe de estar alguna fuente o arroyo que
estas yerbas humedece; y así, será bien que vamos un poco
más adelante, que ya toparemos donde podamos mitigar esta
221
terrible sed que nos fatiga, que, sin duda, causa mayor pena
que la hambre.
222
añadiéndose a todo esto el ignorar el lugar donde se hallaban.
Pero don Quijote, acompañado de su intrépido corazón, saltó
sobre Rocinante, y, embrazando su rodela, terció su lanzón y
dijo:
-Sancho amigo, has de saber que yo nací, por querer del cielo,
en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro,
o la dorada, como suele llamarse. Yo soy aquél para quien
están guardados los peligros, las grandes hazañas, los
valerosos hechos. Yo soy, digo otra vez, quien ha de resucitar
los de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y los Nueve de la
Fama, y el que ha de poner en olvido los Platires, los Tablantes,
Olivantes y Tirantes, los Febos y Belianises, con toda la caterva
de los famosos caballeros andantes del pasado tiempo,
haciendo en este en que me hallo tales grandezas, estrañezas y
fechos de armas, que escurezcan las más claras que ellos
ficieron. Bien notas, escudero fiel y legal, las tinieblas desta
noche, su estraño silencio, el sordo y confuso estruendo destos
árboles, el temeroso ruido de aquella agua en cuya busca
venimos, que parece que se despeña y derrumba desde los
altos montes de la luna, y aquel incesable golpear que nos hiere
y lastima los oídos; las cuales cosas, todas juntas y cada una
por sí, son bastantes a infundir miedo, temor y espanto en el
pecho del mesmo Marte, cuanto más en aquel que no está
acostumbrado a semejantes acontecimientos y aventuras. Pues
todo esto que yo te pinto son incentivos y despertadores de mi
ánimo, que ya hace que el corazón me reviente en el pecho, con
223
el deseo que tiene de acometer esta aventura, por más
dificultosa que se muestra. Así que, aprieta un poco las cinchas
a Rocinante y quédate a Dios, y espérame aquí hasta tres días
no más, en los cuales, si no volviere, puedes tú volverte a
nuestra aldea, y desde allí, por hacerme merced y buena obra,
irás al Toboso, donde dirás a la incomparable señora mía
Dulcinea que su cautivo caballero murió por acometer cosas
que le hiciesen digno de poder llamarse suyo.
224
quisiere llevarla. Yo salí de mi tierra y dejé hijos y mujer por
venir a servir a vuestra merced, creyendo valer más y no menos;
pero, como la cudicia rompe el saco, a mí me ha rasgado mis
esperanzas, pues cuando más vivas las tenía de alcanzar
aquella negra y malhadada ínsula que tantas veces vuestra
merced me ha prometido, veo que, en pago y trueco della, me
quiere ahora dejar en un lugar tan apartado del trato humano.
Por un solo Dios, señor mío, que non se me faga tal
desaguisado; y ya que del todo no quiera vuestra merced
desistir de acometer este fecho, dilátelo, a lo menos, hasta la
mañana; que, a lo que a mí me muestra la ciencia que aprendí
cuando era pastor, no debe de haber desde aquí al alba tres
horas, porque la boca de la Bocina está encima de la cabeza, y
hace la media noche en la línea del brazo izquierdo.
-¿Cómo puedes tú, Sancho -dijo don Quijote-, ver dónde hace
esa línea, ni dónde está esa boca o ese colodrillo que dices, si
hace la noche tan escura que no parece en todo el cielo estrella
alguna?
-Así es -dijo Sancho-, pero tiene el miedo muchos ojos y vee las
cosas debajo de tierra, cuanto más encima en el cielo; puesto
que, por buen discurso, bien se puede entender que hay poco
de aquí al día.
225
corazón de acometer ahora esta tan no vista y tan temerosa
aventura, tendrá cuidado de mirar por mi salud y de consolar tu
tristeza. Lo que has de hacer es apretar bien las cinchas a
Rocinante y quedarte aquí, que yo daré la vuelta presto, o vivo
o muerto.
Desesperábase con esto don Quijote, y, por más que ponía las
piernas al caballo, menos le podía mover; y, sin caer en la
cuenta de la ligadura, tuvo por bien de sosegarse y esperar, o a
que amaneciese, o a que Rocinante se menease, creyendo, sin
duda, que aquello venía de otra parte que de la industria de
Sancho; y así, le dijo:
226
-Pues así es, Sancho, que Rocinante no puede moverse, yo soy
contento de esperar a que ría el alba, aunque yo llore lo que ella
tardare en venir.
-¿A qué llamas apear o a qué dormir? -dijo don Quijote-. ¿Soy
yo, por ventura, de aquellos caballeros que toman reposo en los
peligros? Duerme tú, que naciste para dormir, o haz lo que
quisieres, que yo haré lo que viere que más viene con mi
pretensión.
227
historias; y estéme vuestra merced atento, que ya comienzo.
«Érase que se era, el bien que viniere para todos sea, y el mal,
para quien lo fuere a buscar...» Y advierta vuestra merced,
señor mío, que el principio que los antiguos dieron a sus
consejas no fue así comoquiera, que fue una sentencia de
Catón Zonzorino, romano, que dice: "Y el mal, para quien le
fuere a buscar", que viene aquí como anillo al dedo, para que
vuestra merced se esté quedo y no vaya a buscar el mal a
ninguna parte, sino que nos volvamos por otro camino, pues
nadie nos fuerza a que sigamos éste, donde tantos miedos nos
sobresaltan.
228
cuéntalo como hombre de entendimiento, y si no, no digas
nada.
229
se vio desdeñada del Lope, luego le quiso bien, mas que nunca
le había querido.»
230
tornó a pasar otra.» Tenga vuestra merced cuenta en las cabras
que el pescador va pasando, porque si se pierde una de la
memoria, se acabará el cuento y no será posible contar más
palabra dél. «Sigo, pues, y digo que el desembarcadero de la
otra parte estaba lleno de cieno y resbaloso, y tardaba el
pescador mucho tiempo en ir y volver. Con todo esto, volvió por
otra cabra, y otra, y otra...»
-Haz cuenta que las pasó todas -dijo don Quijote-: no andes
yendo y viniendo desa manera, que no acabarás de pasarlas en
un año.
-He ahí lo que yo dije: que tuviese buena cuenta. Pues, por Dios,
que se ha acabado el cuento, que no hay pasar adelante.
231
-Tan acabada es como mi madre -dijo Sancho.
232
así, lo que hizo, por bien de paz, fue soltar la mano derecha, que
tenía asida al arzón trasero, con la cual, bonitamente y sin
rumor alguno, se soltó la lazada corrediza con que los calzones
se sostenían, sin ayuda de otra alguna, y, en quitándosela,
dieron luego abajo y se le quedaron como grillos. Tras esto, alzó
la camisa lo mejor que pudo y echó al aire entrambas
posaderas, que no eran muy pequeñas. Hecho esto -que él
pensó que era lo más que tenía que hacer para salir de aquel
terrible aprieto y angustia-, le sobrevino otra mayor, que fue
que le pareció que no podía mudarse sin hacer estrépito y
ruido, y comenzó a apretar los dientes y a encoger los hombros,
recogiendo en sí el aliento todo cuanto podía; pero, con todas
estas diligencias, fue tan desdichado que, al cabo al cabo, vino
a hacer un poco de ruido, bien diferente de aquel que a él le
ponía tanto miedo. Oyólo don Quijote y dijo:
-No sé, señor -respondió él-. Alguna cosa nueva debe de ser,
que las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco.
Tornó otra vez a probar ventura, y sucedióle tan bien que, sin
más ruido ni alboroto que el pasado, se halló libre de la carga
que tanta pesadumbre le había dado. Mas, como don Quijote
tenía el sentido del olfato tan vivo como el de los oídos, y
Sancho estaba tan junto y cosido con él que casi por línea recta
subían los vapores hacia arriba, no se pudo escusar de que
algunos no llegasen a sus narices; y, apenas hubieron llegado,
233
cuando él fue al socorro, apretándolas entre los dos dedos; y,
con tono algo gangoso, dijo:
-Retírate tres o cuatro allá, amigo -dijo don Quijote (todo esto
sin quitarse los dedos de las narices)-, y desde aquí adelante
ten más cuenta con tu persona y con lo que debes a la mía; que
la mucha conversación que tengo contigo ha engendrado este
menosprecio.
234
manotadas; porque corvetas -con perdón suyo- no las sabía
hacer. Viendo, pues, don Quijote que ya Rocinante se movía, lo
tuvo a buena señal, y creyó que lo era de que acometiese
aquella temerosa aventura.
235
Destas lágrimas y determinación tan honrada de Sancho Panza
saca el autor desta historia que debía de ser bien nacido, y, por
lo menos, cristiano viejo. Cuyo sentimiento enterneció algo a su
amo, pero no tanto que mostrase flaqueza alguna; antes,
disimulando lo mejor que pudo, comenzó a caminar hacia la
parte por donde le pareció que el ruido del agua y del golpear
venía.
236
de Rocinante, por ver si vería ya lo que tan suspenso y medroso
le tenía.
-«Has de saber, ¡oh Sancho amigo!, que yo nací, por querer del
cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la
237
dorada, o de oro. Yo soy aquél para quien están guardados los
peligros, las hazañas grandes, los valerosos fechos...»
Y por aquí fue repitiendo todas o las más razones que don
Quijote dijo la vez primera que oyeron los temerosos golpes.
Viendo, pues, don Quijote que Sancho hacía burla dél, se corrió
y enojó en tanta manera, que alzó el lanzón y le asentó dos
palos, tales que, si, como los recibió en las espaldas, los
recibiera en la cabeza, quedara libre de pagarle el salario, si no
fuera a sus herederos. Viendo Sancho que sacaba tan malas
veras de sus burlas, con temor de que su amo no pasase
adelante en ellas, con mucha humildad le dijo:
238
-No haya más, señor mío -replicó Sancho-, que yo confieso que
he andado algo risueño en demasía. Pero dígame vuestra
merced, ahora que estamos en paz (así Dios le saque de todas
las aventuras que le sucedieren tan sano y salvo como le ha
sacado désta), ¿no ha sido cosa de reír, y lo es de contar, el
gran miedo que hemos tenido? A lo menos, el que yo tuve; que
de vuestra merced ya yo sé que no le conoce, ni sabe qué es
temor ni espanto.
-Tal podría correr el dado -dijo don Quijote- que todo lo que
dices viniese a ser verdad; y perdona lo pasado, pues eres
discreto y sabes que los primeros movimientos no son en mano
del hombre, y está advertido de aquí adelante en una cosa,
para que te abstengas y reportes en el hablar demasiado
239
conmigo; que en cuantos libros de caballerías he leído, que son
infinitos, jamás he hallado que ningún escudero hablase tanto
con su señor como tú con el tuyo. Y en verdad que lo tengo a
gran falta, tuya y mía: tuya, en que me estimas en poco; mía, en
que no me dejo estimar en más. Sí, que Gandalín, escudero de
Amadís de Gaula, conde fue de la ínsula Firme; y se lee dél que
siempre hablaba a su señor con la gorra en la mano, inclinada
la cabeza y doblado el cuerpo more turquesco. Pues, ¿qué
diremos de Gasabal, escudero de don Galaor, que fue tan
callado que, para declararnos la excelencia de su maravilloso
silencio, sola una vez se nombra su nombre en toda aquella tan
240
tiempos, y si se concertaban por meses, o por días, como
peones de albañir.
241
En esto, comenzó a llover un poco, y quisiera Sancho que se
entraran en el molino de los batanes; mas habíales cobrado tal
aborrecimiento don Quijote, por la pesada burla, que en
ninguna manera quiso entrar dentro; y así, torciendo el camino
a la derecha mano, dieron en otro como el que habían llevado el
día de antes.
242
-Mire vuestra merced bien lo que dice, y mejor lo que hace -dijo
Sancho-, que no querría que fuesen otros batanes que nos
acabasen de abatanar y aporrear el sentido.
243
Calló Sancho, con temor que su amo no cumpliese el voto que le
había echado, redondo como una bola.
244
El barbero, que, tan sin pensarlo ni temerlo, vio venir aquella
fantasma sobre sí, no tuvo otro remedio, para poder guardarse
del golpe de la lanza, si no fue el dejarse caer del asno abajo; y
no hubo tocado al suelo, cuando se levantó más ligero que un
gamo y comenzó a correr por aquel llano, que no le alcanzara el
viento. Dejóse la bacía en el suelo, con la cual se contentó don
Quijote, y dijo que el pagano había andado discreto y que había
imitado al castor, el cual, viéndose acosado de los cazadores,
se taraza y arpa con los dientes aquéllo por lo que él, por
distinto natural, sabe que es perseguido. Mandó a Sancho que
alzase el yelmo, el cual, tomándola en las manos, dijo:
245
-Ríome -respondió él- de considerar la gran cabeza que tenía el
pagano dueño deste almete, que no semeja sino una bacía de
barbero pintiparada.
246
-También la tengo yo -respondió Sancho-, pero si yo le hiciere ni
le probare más en mi vida, aquí sea mi hora. Cuanto más, que
no pienso ponerme en ocasión de haberle menester, porque
pienso guardarme con todos mis cinco sentidos de ser ferido ni
de ferir a nadie. De lo del ser otra vez manteado, no digo nada,
que semejantes desgracias mal se pueden prevenir, y si vienen,
no hay que hacer otra cosa sino encoger los hombros, detener
el aliento, cerrar los ojos y dejarse ir por donde la suerte y la
manta nos llevare.
247
vuestra merced qué haremos deste caballo rucio rodado, que
parece asno pardo, que dejó aquí desamparado aquel Martino
que vuestra merced derribó; que, según él puso los pies en
polvorosa y cogió las de Villadiego, no lleva pergenio de volver
por él jamás; y ¡para mis barbas, si no es bueno el rucio!
248
Y luego, habilitado con aquella licencia, hizo mutatio caparum y
puso su jumento a las mil lindezas, dejándole mejorado en
tercio y quinto.
Hecho esto, almorzaron de las sobras del real que del acémila
despojaron, bebieron del agua del arroyo de los batanes, sin
volver la cara a mirallos: tal era el aborrecimiento que les tenían
por el miedo en que les habían puesto.
249
-Digo, pues, señor -respondió Sancho-, que, de algunos días a
esta parte, he considerado cuán poco se gana y granjea de
andar buscando estas aventuras que vuestra merced busca por
estos desiertos y encrucijadas de caminos,
-No dices mal, Sancho -respondió don Quijote-; mas, antes que
se llegue a ese término, es menester andar por el mundo, como
en aprobación, buscando las aventuras, para que, acabando
algunas, se cobre nombre y fama tal que, cuando se fuere a la
corte de algún gran monarca, ya sea el caballero conocido por
sus obras; y que, apenas le hayan visto entrar los muchachos
250
por la puerta de la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen,
dando voces, diciendo: ''Éste es el Caballero del Sol'', o de la
Sierpe, o de otra insignia alguna, debajo de la cual hubiere
acabado grandes hazañas. ''Éste es -dirán- el que venció en
singular batalla al gigantazo Brocabruno de la Gran Fuerza ; el
que desencantó al Gran Mameluco de Persia del largo
encantamento en que había estado casi novecientos años''. Así
que, de mano en mano, irán pregonando tus hechos, y luego, al
alboroto de los muchachos y de la demás gente, se parará a las
fenestras de su real palacio el rey de aquel reino, y así como
vea al caballero, conociéndole por las armas o por la empresa
del escudo, forzosamente ha de decir: ''¡Ea, sus! ¡Salgan mis
caballeros, cuantos en mi corte están, a recebir a la flor de la
caballería, que allí viene!'' A cuyo mandamiento saldrán todos, y
él llegará hasta la mitad de la escalera, y le abrazará
estrechísimamente, y le dará paz besándole en el rostro; y luego
le llevará por la mano al aposento de la señora reina, adonde el
caballero la hallará con la infanta, su hija, que ha de ser una de
las más fermosas y acabadas doncellas que, en gran parte de
lo descubierto de la tierra, a duras penas se pueda hallar.
Sucederá tras esto, luego en continente, que ella ponga los ojos
en el caballero y él en los della, y cada uno parezca a otro cosa
más divina que humana; y, sin saber cómo ni cómo no, han de
quedar presos y enlazados en la intricable red amorosa, y con
gran cuita en sus corazones por no saber cómo se han de fablar
para descubrir sus ansias y sentimientos. Desde allí le llevarán,
251
sin duda, a algún cuarto del palacio, ricamente aderezado,
donde, habiéndole quitado las armas, le traerán un rico manto
de escarlata con que se cubra; y si bien pareció armado, tan
bien y mejor ha de parecer en farseto. Venida la noche, cenará
con
252
jardín, que cae en el aposento donde ella duerme, por las cuales
ya otras muchas veces la había fablado, siendo medianera y
sabidora de todo una doncella de quien la infanta mucho se
fiaba. Sospirará él, desmayaráse ella, traerá agua la doncella,
acuitaráse mucho porque viene la mañana, y no querría que
fuesen descubiertos, por la honra de su señora. Finalmente, la
infanta volverá en sí y dará sus blancas manos por la reja al
caballero, el cual se las besará mil y mil veces y se las bañará
en lágrimas. Quedará concertado entre los dos del modo que se
han de hacer saber sus buenos o malos sucesos, y rogarále la
princesa que se detenga lo menos que pudiere; prometérselo ha
él con muchos juramentos; tórnale a besar las manos, y
despídese con tanto sentimiento que estará poco por acabar la
vida. Vase desde allí a su aposento, échase sobre su lecho, no
puede dormir del dolor de la partida, madruga muy de mañana,
vase a despedir del rey y de la reina y de la infanta; dícenle,
habiéndose despedido de los dos, que la señora infanta está
mal dispuesta y que no puede recebir visita; piensa el caballero
que es de pena de su partida, traspásasele el corazón, y falta
poco de no dar indicio manifiesto de su pena. Está la doncella
medianera delante, halo de notar todo, váselo a decir a su
señora, la cual la recibe con lágrimas y le dice que una de las
mayores penas que tiene es no saber quién sea su caballero, y
si es de linaje de reyes o no; asegúrala la doncella que no puede
caber tanta cortesía, gentileza y valentía como la de su
caballero sino en subjeto real y grave; consuélase con esto la
cuitada; procura consolarse, por no dar mal indicio de sí a sus
253
padres, y, a cabo de dos días, sale en público. Ya se es ido el
caballero: pelea en la guerra, vence al enemigo del rey, gana
muchas ciudades, triunfa de muchas batallas, vuelve a la corte,
ve a su señora por donde suele, conciértase que la pida a su
padre por mujer en pago de sus servicios. No se la quiere dar el
rey, porque no sabe quién es;
254
esto, pues, como te tengo dicho, primero se ha de cobrar fama
por otras partes que se acuda a la corte. También me falta otra
cosa; que, puesto caso que se halle rey con guerra y con hija
hermosa, y que yo haya cobrado fama increíble por todo el
universo, no sé yo cómo se podía hallar que yo sea de linaje de
reyes, o, por lo menos, primo segundo de emperador; porque no
me querrá el rey dar a su hija por mujer si no está primero muy
enterado en esto, aunque más lo merezcan mis famosos
hechos. Así que, por esta falta, temo perder lo que mi brazo
tiene bien merecido. Bien es verdad que yo soy hijodalgo de
solar conocido, de posesión y propriedad y de devengar
quinientos sueldos; y podría ser que el sabio que escribiese mi
historia deslindase de tal manera mi parentela y decendencia,
que me hallase quinto o sesto nieto de rey. Porque te hago
saber, Sancho, que hay dos maneras de linajes en el mundo:
unos que traen y derriban su decendencia de príncipes y
monarcas, a quien poco a poco el tiempo ha deshecho, y han
acabado en punta, como pirámide puesta al revés; otros
tuvieron principio de gente baja, y van subiendo de grado en
grado, hasta llegar a ser grandes señores. De manera que está
la diferencia en que unos fueron, que ya no son, y otros son,
que ya no fueron; y podría ser yo déstos que, después de
averiguado, hubiese sido mi principio grande y famoso, con lo
cual se debía de contentar el rey, mi suegro, que hubiere de ser.
Y cuando no, la infanta me ha de querer de manera que, a
pesar de su padre, aunque claramente sepa que soy hijo de un
azacán, me ha de admitir por señor y por esposo; y si no, aquí
255
entra el roballa y llevalla donde más gusto me diere; que el
tiempo o la muerte ha de acabar el enojo de sus padres.
-Sea par Dios -dijo Sancho-, que yo cristiano viejo soy, y para
ser conde esto me basta.
256
-Y aun te sobra -dijo don Quijote-; y cuando no lo fueras, no
hacía nada al caso, porque, siendo yo el rey, bien te puedo dar
nobleza, sin que la compres ni me sirvas con nada. Porque, en
haciéndote conde, cátate ahí caballero, y digan lo que dijeren;
que a buena fe que te han de llamar señoría, mal que les pese.
257
sí a sus caballerizos?
-Digo que tienes razón -dijo don Quijote-, y que así puedes tú
llevar a tu barbero; que los usos no vinieron todos juntos, ni se
inventaron a una, y puedes ser tú el primero conde que lleve
tras sí su barbero; y aun es de más confianza el hacer la barba
que ensillar un caballo.
258
Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en
esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia
que, después que entre el famoso don Quijote de la Mancha y
Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el
fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote
alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta
doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran
cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las
manos. Venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y
dos de a pie; los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de
a pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los
vido, dijo:
-No digo eso -respondió Sancho-, sino que es gente que, por
sus delitos, va condenada a servir al rey en las galeras de por
fuerza.
259
-Pues desa manera -dijo su amo-, aquí encaja la ejecución de
mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.
-Con todo eso -replicó don Quijote-, querría saber de cada uno
dellos en particular la causa de su desgracia.
260
Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la
dieran, se llegó a la cadena, y al primero le preguntó que por
qué pecados iba de tan mala guisa. Él le respondió que por
enamorado iba de aquella manera.
-No son los amores como los que vuestra merced piensa -dijo el
galeote-; que los míos fueron que quise tanto a una canasta de
colar, atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan
fuertemente que, a no quitármela la justicia por fuerza, aún
hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad.
261
-Pues, ¿cómo -repitió don Quijote-, por músicos y cantores van
también a galeras?
-Antes, he yo oído decir -dijo don Quijote- que quien canta sus
males espanta.
-Acá es al revés -dijo el galeote-, que quien canta una vez llora
toda la vida.
262
El cual, pasando al tercero, preguntó lo que a los otros; el cual,
de presto y con mucho desenfado, respondió y dijo:
-Yo voy por cinco años a las señoras gurapas por faltarme diez
ducados.
-Yo daré veinte de muy buena gana -dijo don Quijote- por
libraros desa pesadumbre.
263
-Eso es -dijo Sancho Panza-, a lo que a mí me parece, haber
salido a la vergüenza.
264
que la pena que me ha causado ver estas blancas canas y este
rostro venerable en tanta fatiga, por alcahuete, me la ha
quitado el adjunto de ser hechicero; aunque bien sé que no hay
hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad,
como algunos simples piensan; que es libre nuestro albedrío, y
no hay yerba ni encanto que le fuerce. Lo que suelen hacer
algunas mujercillas simples y algunos embusteros bellacos es
algunas misturas y venenos con que vuelven locos a los
hombres, dando a entender que tienen fuerza para hacer
querer bien, siendo, como digo, cosa imposible forzar la
voluntad.
265
Pasó adelante don Quijote, y preguntó a otro su delito, el cual
respondió con no menos, sino con mucha más gallardía que el
pasado:
266
grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a
la boca, ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos. Preguntó
don Quijote que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones
más que los otros. Respondióle la guarda porque tenía aquel
solo más delitos que todos los otros juntos, y que era tan
atrevido y tan grande bellaco que, aunque le llevaban de
aquella manera, no iban seguros dél, sino que temían que se les
había de huir.
-Va por diez años -replicó la guarda-, que es como muerte cevil.
No se quiera
267
-Bien parece -respondió el galeote- que va el hombre como
Dios es servido, pero algún día sabrá alguno si me llamo
Ginesillo de Parapilla o no.
-Es tan bueno -respondió Ginés- que mal año para Lazarillo de
Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o
escribieren. Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades, y
que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden
haber mentiras que se le igualen.
268
-¿Cómo puede estar acabado -respondió él-, si aún no está
acabada mi vida?
269
mundo calle, y viva bien, y hable mejor y caminemos, que ya es
mucho regodeo éste.
270
esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más,
señores guardas -añadió don Quijote-, que estos pobres no han
cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su
pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al
malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres
honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles
nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego,
porque tenga, si lo
271
pusieron mano a sus espadas los de a caballo, y los de a pie a
sus dardos, y arremetieron a don Quijote, que con mucho
sosiego los aguardaba; y, sin duda, lo pasara mal si los
galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de alcanzar
libertad, no la procuraran, procurando romper la cadena donde
venían ensartados. Fue la revuelta de manera que las guardas,
ya por acudir a los galeotes, que se desataban, ya por
acometer a don Quijote, que los acometía, no hicieron cosa que
fuese de provecho.
272
Y, llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y
habían despojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le
pusieron todos a la redonda para ver lo que les mandaba, y así
les dijo:
273
y montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna
cantidad de avemarías y credos, que nosotros diremos por la
intención de vuestra merced; y ésta es cosa que se podrá
cumplir de noche y de día, huyendo o reposando, en paz o en
guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de
Egipto, digo, a tomar nuestra cadena y a ponernos en camino
del Toboso, es pensar que es ahora de noche, que aún no son
las diez del día, y es pedir a nosotros eso como pedir peras al
olmo.
274
golpes en las espaldas y otros tantos en la tierra, con que la
hizo pedazos. Quitáronle una ropilla que traía sobre las armas, y
las medias calzas le querían quitar si las grebas no lo
estorbaran. A Sancho le quitaron el gabán, y, dejándole en
pelota, repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla, se
fueron cada uno por su parte, con más cuidado de escaparse
de la Hermandad, que temían, que de cargarse de la cadena e
ir a
275
-Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos
es echar agua en la mar. Si yo hubiera creído lo que me dijiste,
yo hubiera escusado esta pesadumbre; pero ya está hecho:
paciencia, y escarmentar para desde aquí adelante.
276
los doce tribus de Israel, y a los siete Macabeos, y a Cástor y a
Pólux, y aun a todos los hermanos y hermandades que hay en el
mundo.
277
Reducíansele a la memoria los maravillosos acaecimientos que
en semejantes soledades y asperezas habían sucedido a
caballeros andantes. Iba pensando en estas cosas, tan
embebecido y trasportado en ellas que de ninguna otra se
acordaba. Ni Sancho llevaba otro cuidado -después que le
pareció que caminaba por parte segura- sino de satisfacer su
estómago con los relieves que del despojo clerical habían
quedado; y así, iba tras su amo sentado a la mujeriega sobre su
jumento, sacando de un costal y embaulando en su panza; y no
se le diera por hallar otra ventura, entretanto que iba de aquella
manera, un ardite.
278
-¡Bendito sea todo el cielo, que nos ha deparado una aventura
que sea de provecho!
279
o le sobra crueldad, o no es mi pena igual a la ocasión que me
condena al género más duro de tormento.
Si digo que sois vos, Fili, no acierto; que tanto mal en tanto bien
no cabe, ni me viene del cielo esta rüina.
-No dije sino Fili -respondió don Quijote-, y éste, sin duda, es el
nombre de la dama de quien se queja el autor deste soneto; y a
fe que debe de ser razonable poeta, o yo sé poco del arte.
280
-Y más de lo que tú piensas -respondió don Quijote-, y veráslo
cuando lleves una carta, escrita en verso de arriba abajo, a mi
señora Dulcinea del Toboso. Porque quiero que sepas, Sancho,
que todos o los más caballeros andantes de la edad pasada
eran grandes trovadores y grandes músicos; que estas dos
habilidades, o gracias, por mejor decir, son anexas a los
enamorados andantes. Verdad es que las coplas de los
pasados caballeros tienen más de espíritu que de primor.
-Lea más vuestra merced -dijo Sancho-, que ya hallará algo que
nos satisfaga. Volvió la hoja don Quijote y dijo:
-Pues lea vuestra merced alto -dijo Sancho-, que gusto mucho
destas cosas de amores.
281
no envidiara yo dichas ajenas ni llorara desdichas propias. Lo
que levantó tu hermosura han derribado
tus obras: por ella entendí que eras ángel, y por ellas conozco
que eres mujer. Quédate en paz, causadora de mi guerra, y
haga el cielo que los engaños de tu esposo estén siempre
encubiertos, porque tú no quedes arrepentida de lo que heciste
y yo no tome venganza de lo que no deseo.
-Menos por ésta que por los versos se puede sacar más de que
quien la escribió es algún desdeñado amante.
282
pasado en servicio de su buen señor, pareciéndole que estaba
más que rebién pagado con la merced recebida de la entrega
del hallazgo.
Yendo, pues, con este pensamiento, vio que, por cima de una
montañuela que delante de los ojos se le ofrecía, iba saltando
un hombre, de risco en risco y de mata en mata, con estraña
ligereza. Figurósele que iba desnudo, la barba negra y espesa,
los cabellos muchos y rabultados, los pies descalzos y las
piernas sin cosa alguna; los muslos cubrían unos calzones, al
parecer de terciopelo leonado, mas tan hechos pedazos que por
muchas partes se le descubrían las carnes. Traía la cabeza
descubierta, y, aunque pasó con la ligereza que se ha dicho,
todas estas menudencias miró y notó el Caballero de la Triste
Figura; y, aunque lo procuró, no pudo seguille, porque no era
dado a la debilidad de
283
Rocinante andar por aquellas asperezas, y más siendo él de
suyo pisacorto y flemático. Luego imaginó don Quijote que
aquél era el dueño del cojín y de la maleta, y propuso en sí de
buscalle, aunque supiese andar un año por aquellas montañas
hasta hallarle; y así, mandó a Sancho que se apease del asno y
atajase por la una parte de la montaña, que él iría por la otra y
podría ser que topasen, con esta diligencia, con aquel hombre
que con tanta priesa se les había quitado de delante.
284
pareciera su verdadero señor; y quizá fuera a tiempo que lo
hubiera gastado, y entonces el rey me hacía franco.
Él respondió a gritos que quién les había traído por aquel lugar,
pocas o ningunas veces pisado sino de pies de cabras o de
lobos y otras fieras que por allí andaban. Respondióle Sancho
285
que bajase, que de todo le darían buena cuenta. Bajó el
cabrero, y, en llegando adonde don Quijote estaba, dijo:
286
hallastes y no tocastes. Preguntónos que cuál parte desta sierra
era la más áspera y escondida; dijímosle que era esta donde
ahora estamos; y es ansí la verdad, porque si entráis media
legua más adentro, quizá no acertaréis a salir; y estoy
maravillado de cómo habéis podido llegar aquí, porque no hay
camino ni senda que a este lugar encamine. Digo, pues, que, en
oyendo nuestra respuesta el mancebo, volvió las riendas y
encaminó hacia el lugar donde le señalamos, dejándonos a
todos contentos de su buen talle, y admirados de su demanda y
de la priesa con que le víamos caminar y volverse hacia la
sierra; y desde entonces nunca más le vimos, hasta que desde
allí a algunos días salió al camino a uno de nuestros pastores, y,
sin decille nada, se llegó a él y le dio muchas puñadas y coces, y
luego se fue a la borrica del hato y le quitó cuanto pan y queso
en ella traía; y, con estraña ligereza, hecho esto, se volvió a
emboscar en la sierra. Como esto supimos algunos cabreros, le
anduvimos a buscar casi dos días por lo más cerrado desta
sierra, al cabo de los cuales le hallamos metido en el hueco de
un grueso y valiente alcornoque. Salió a nosotros con mucha
mansedumbre, ya roto el vestido, y el rostro disfigurado y
tostado del sol, de tal suerte que apenas le conocíamos, sino
que los vestidos,
287
maravillásemos de verle andar de aquella suerte, porque así le
convenía para cumplir cierta penitencia que por sus muchos
pecados le había sido impuesta. Rogámosle que nos dijese
quién era, mas nunca lo pudimos acabar con él. Pedímosle
también que, cuando hubiese menester el sustento, sin el cual
no podía pasar, nos dijese dónde le hallaríamos, porque con
mucho amor y cuidado se lo llevaríamos; y que si esto tampoco
fuese de su gusto, que, a lo menos, saliese a pedirlo, y no a
quitarlo a los pastores. Agradeció nuestro ofrecimiento, pidió
perdón de los asaltos pasados, y ofreció de pedillo de allí
adelante por amor de Dios, sin dar molestia alguna a nadie.
288
que hacía de abrir los ojos, estar fijo mirando al suelo sin mover
pestaña gran rato, y otras veces cerrarlos, apretando los labios
y enarcando las cejas, fácilmente conocimos que algún
accidente de locura le había sobrevenido. Mas él nos dio a
entender presto ser verdad lo que pensábamos, porque se
levantó con gran furia del suelo, donde se había echado, y
arremetió con el primero que halló junto a sí, con tal denuedo y
rabia que, si no se le quitáramos, le matara a puñadas y a
bocados; y todo esto hacía, diciendo: ''¡Ah, fementido Fernando!
289
está con el accidente de la locura, aunque los pastores se lo
ofrezcan de buen grado, no lo admite, sino que lo toma a
puñadas; y cuando está en su seso, lo pide por amor de Dios,
cortés y comedidamente, y rinde por ello muchas gracias, y no
con falta de lágrimas.
290
sí cosas que no podían ser entendidas de cerca, cuanto más de
lejos. Su traje era cual se ha pintado, sólo que, llegando cerca,
vio don Quijote que un coleto hecho pedazos que sobre sí traía
era de ámbar; por donde acabó de entender que persona que
tales hábitos traía no debía de ser de ínfima calidad.
291
Dice la historia que era grandísima la atención con que don
Quijote escuchaba al astroso Caballero de la Sierra, el cual,
prosiguiendo su plática, dijo:
292
añadió don Quijote-, por la orden de caballería que recebí,
aunque indigno y pecador, y por la profesión de caballero
andante, que si en esto, señor, me complacéis, de serviros con
las veras a que me obliga el ser quien soy: ora remediando
vuestra desgracia, si tiene remedio, ora ayudándoos a llorarla,
como os lo he prometido.
-Si tienen algo que darme a comer, por amor de Dios que me lo
den; que, después de haber comido, yo haré todo lo que se me
manda, en agradecimiento de tan buenos deseos como aquí se
me han mostrado.
293
ninguno hablase, hasta que el Roto, después de haberse
acomodado en su asiento, dijo:
294
amor toda la gloria que yo acertara a desearme: tal es la
hermosura de Luscinda, doncella tan noble y tan rica como yo,
pero de más ventura y de menos firmeza de la que a mis
honrados pensamientos se debía. A esta Luscinda amé, quise y
adoré desde mis tiernos y primeros años, y ella me quiso a mí
con aquella sencillez y buen ánimo que su poca edad permitía.
Sabían nuestros padres nuestros intentos, y no les pesaba dello,
porque bien veían que, cuando pasaran adelante, no podían
tener otro fin que el de casarnos, cosa que casi la concertaba la
igualdad de nuestro linaje y riquezas.
295
trasladaba sus sentimientos, pintaba sus encendidos deseos,
entretenía sus memorias y recreaba su voluntad!
296
tomaba a cargo el ponerme en estado que correspondiese a la
estimación en que me tenía. Leí la carta y enmudecí leyéndola, y
más cuando oí que mi padre me decía: ''De aquí a dos días te
partirás, Cardenio, a hacer la voluntad del duque; y da gracias
a Dios que te va abriendo camino por donde alcances lo que yo
sé que mereces''. Añadió a éstas otras razones de padre
consejero.
trataba.
297
»Es, pues, el caso que, como entre los amigos no hay cosa
secreta que no se comunique, y la privanza que yo tenía con
don Fernando dejada de serlo por ser amistad, todos sus
pensamientos me declaraba, especialmente uno enamorado,
que le traía con un poco de desasosiego. Quería bien a una
labradora, vasalla de su padre (y ella los tenía muy ricos), y era
tan hermosa, recatada, discreta y honesta que nadie que la
conocía se determinaba en cuál destas cosas tuviese más
excelencia ni más se aventajase. Estas tan buenas partes de la
hermosa labradora redujeron a tal término los deseos de don
Fernando, que se determinó, para poder alcanzarlo y conquistar
la entereza de la labradora, darle palabra de ser su esposo,
porque de otra manera era procurar lo imposible. Yo, obligado
de su amistad, con las mejores razones que supe y con los más
vivos ejemplos que pude, procuré estorbarle y apartarle de tal
propósito. Pero, viendo que no aprovechaba, determiné de
decirle el caso al duque Ricardo, su padre. Mas don Fernando,
como astuto y discreto, se receló y temió desto, por parecerle
que estaba yo obligado, en vez de buen criado, no tener
encubierta cosa que tan en perjuicio de la honra de mi señor el
duque venía; y así, por divertirme y engañarme, me dijo que no
hallaba otro mejor remedio para poder apartar de la memoria
la hermosura que tan sujeto le tenía, que el ausentarse por
algunos meses; y que quería que el ausencia fuese que los dos
nos viniésemos en casa de mi padre, con ocasión que darían al
duque que venía a ver y a feriar unos muy buenos caballos que
en mi ciudad había, que es madre de los mejores del mundo.
298
»Apenas le oí yo decir esto, cuando, movido de mi afición,
aunque su determinación no fuera tan buena, la aprobara yo
por una de las más acertadas que se podían imaginar, por ver
cuán buena ocasión y coyuntura se me ofrecía de volver a ver a
mi Luscinda. Con este pensamiento y deseo, aprobé su parecer
y esforcé su propósito, diciéndole que lo pusiese por obra con la
brevedad posible, porque, en efeto, la ausencia hacía su oficio,
a pesar de los más firmes pensamientos. Ya cuando él me vino
a decir esto, según después se supo, había gozado a la
labradora con título de esposo, y esperaba ocasión de
descubrirse a su salvo, temeroso de lo que el duque su padre
haría cuando supiese su disparate.
299
muertos ni amortiguados, mis deseos, de los cuales di cuenta,
por mi mal, a don Fernando, por parecerme que, en la ley de la
mucha amistad que mostraba, no le debía encubrir nada.
Alabéle la hermosura, donaire y discreción de Luscinda de tal
manera, que mis alabanzas movieron en él los deseos de querer
ver doncella de tantas buenas partes adornada. Cumplíselos yo,
por mi corta suerte, enseñándosela una noche, a la luz de una
vela, por una ventana por donde los dos solíamos hablarnos.
Viola en sayo, tal, que todas las bellezas hasta entonces por él
vistas las puso en olvido. Enmudeció, perdió el sentido, quedó
absorto y, finalmente, tan enamorado cual lo veréis en el
discurso del cuento de mi desventura. Y, para encenderle más el
deseo, que a mí me celaba y al cielo a solas descubría, quiso la
fortuna que hallase un día un billete suyo pidiéndome que la
pidiese a su padre por esposa, tan discreto, tan honesto y tan
enamorado que, en leyéndolo, me dijo que en sola Luscinda se
encerraban todas las gracias de hermosura y de entendimiento
que en las demás mujeres del mundo estaban repartidas.
300
bondad y de la fe de Luscinda, pero, con todo eso, me hacía
temer mi suerte lo mesmo que ella me aseguraba. Procuraba
siempre don Fernando leer los papeles que yo a Luscinda
enviaba y los que ella me respondía, a título que de la
discreción de los dos gustaba mucho. Acaeció, pues, que,
habiéndome pedido Luscinda un libro de caballerías en que leer,
de quien era ella muy aficionada, que era el de Amadís de
Gaula...»
301
discreciones del pastor Darinel y de aquellos admirables versos
de sus bucólicas, cantadas y representadas por él con todo
donaire, discreción y desenvoltura. Pero tiempo podrá venir en
que se enmiende esa falta, y no dura más en hacerse la
enmienda de cuanto quiera vuestra merced ser servido de
venirse conmigo a mi aldea, que allí le podré dar más de
trecientos libros, que son el regalo de mi alma y el
entretenimiento de mi vida; aunque tengo para mí que ya no
tengo ninguno, merced a la malicia de malos y envidiosos
encantadores. Y perdóneme vuestra merced el haber
contravenido a lo que prometimos de no interromper su plática,
pues, en oyendo cosas de caballerías y de caballeros andantes,
así es en mi mano dejar de hablar en ellos, como lo es en la de
los rayos del sol dejar de calentar, ni humedecer en los de la
luna. Así que, perdón y proseguir, que es lo que ahora hace más
al caso.
302
aquel bellaconazo del maestro Elisabat estaba amancebado
con la reina Madésima.
-Eso no, ¡voto a tal! -respondió con mucha cólera don Quijote (y
arrojóle, como tenía de costumbre)-; y ésa es una muy gran
malicia, o bellaquería, por mejor decir: la reina Madásima fue
muy principal señora, y no se ha de presumir que tan alta
princesa se había de amancebar con un sacapotras; y quien lo
contrario entendiere, miente como muy gran bellaco. Y yo se lo
daré a entender, a pie o a caballo, armado o desarmado, de
noche o de día, o como más gusto le diere.
303
después que los tuvo a todos rendidos y molidos, los dejó y se
fue, con gentil sosiego, a emboscarse en la montaña.
304
Capítulo XXV: Que trata de las estrañas cosas que en Sierra
Morena sucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la
imitación que hizo a la penitencia de Beltenebros
305
esto, nos hemos de coser la boca, sin osar decir lo que el
hombre tiene en su corazón, como si fuera mudo.
-Sea ansí -dijo Sancho-: hable yo ahora, que después Dios sabe
lo que será; y, comenzando a gozar de ese salvoconduto, digo
que ¿qué le iba a vuestra merced en volver tanto por aquella
reina Magimasa, o como se llama? O, ¿qué hacía al caso que
aquel abad fuese su amigo o no? Que, si vuestra merced
pasara con ello, pues no era su juez, bien creo yo que el loco
pasara adelante con su historia, y se hubieran ahorrado el
golpe del guijarro, y las coces, y aun más de seis torniscones.
306
-Eso digo yo -dijo Sancho-: que no había para qué hacer cuenta
de las palabras de un loco, porque si la buena suerte no
ayudara a vuestra merced y encaminara el guijarro a la cabeza,
como le encaminó al pecho, buenos quedáramos por haber
vuelto por aquella mi señora, que Dios cohonda. Pues,
307
Cuanto más, que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni
gano; mas que lo fuesen, ¿qué me va a mí? Y muchos piensan
que hay tocinos y no hay estacas. Mas, ¿quién puede poner
puertas al campo? Cuanto más, que de Dios dijeron.
308
-Y ¿es de muy gran peligro esa hazaña? -preguntó Sancho
Panza.
309
Virgilio, en persona de Eneas, el valor de un hijo piadoso y la
sagacidad de un valiente y entendido capitán, no pintándolo ni
descubriéndolo como ellos fueron, sino como habían de ser,
para quedar ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes.
Desta mesma suerte, Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los
valientes y enamorados caballeros, a quien debemos de imitar
todos aquellos que debajo de la bandera de amor y de la
caballería militamos. Siendo, pues, esto ansí, como lo es, hallo
yo, Sancho amigo, que el caballero andante que más le imitare
estará más cerca de alcanzar la perfeción de la caballería. Y
una de las cosas en que más este caballero mostró su
prudencia, valor, valentía, sufrimiento, firmeza y amor, fue
cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana , a hacer
penitencia en la Peña Pobre , mudado su nombre en el de
Beltenebros, nombre, por cierto, significativo y proprio para la
vida que él de su voluntad había escogido. Ansí que, me es a mí
más fácil imitarle en esto que no en hender gigantes,
descabezar serpientes, matar endriagos, desbaratar ejércitos,
fracasar armadas y deshacer encantamentos. Y, pues estos
lugares son tan acomodados para semejantes efectos, no hay
para qué se deje pasar la ocasión, que ahora con tanta
comodidad me ofrece sus guedejas.
310
furioso, por imitar juntamente al valiente don Roldán, cuando
halló en una fuente las señales de que Angélica la Bella había
cometido vileza con Medoro, de cuya pesadumbre se volvió
loco y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras
fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas,
derribó casas, arrastró yeguas y hizo otras cien mil insolencias,
dignas de eterno nombre y escritura? Y, puesto que yo no
pienso imitar a Roldán, o Orlando, o Rotolando (que todos estos
tres nombres tenía), parte por parte en todas las locuras que
hizo, dijo y pensó, haré el bosquejo, como mejor pudiere, en las
que me pareciere ser más esenciales. Y podrá ser que viniese a
contentarme con sola la imitación de Amadís, que sin hacer
locuras de daño, sino de lloros y sentimientos, alcanzó tanta
fama como el que más.
311
¿qué hiciera en mojado? Cuanto más, que harta ocasión tengo
en la larga ausencia que he hecho de la siempre señora mía
Dulcinea del Toboso; que, como ya oíste decir a aquel pastor de
marras, Ambrosio: quien está ausente todos los males tiene y
teme. Así que, Sancho amigo, no gastes tiempo en aconsejarme
que deje tan rara, tan felice y tan no vista imitación. Loco soy,
loco he de ser hasta tanto que tú vuelvas con la respuesta de
una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea; y si
fuere tal cual a mi fe se le debe, acabarse ha mi sandez y mi
penitencia; y si fuere al contrario, seré loco de veras, y, siéndolo,
no sentiré nada.
312
Porque quien oyere decir a vuestra merced que una bacía de
barbero es el yelmo de Mambrino, y que no salga de este error
en más de cuatro días, ¿qué ha de pensar, sino que quien tal
dice y afirma debe de tener güero el juicio? La bacía yo la llevo
en el costal, toda abollada, y llévola para aderezarla en mi casa
y hacerme la barba en ella, si Dios me diere tanta gracia que
algún día me vea con mi mujer y hijos.
313
procuralle, como se mostró bien en el que quiso rompelle y le
dejó en el suelo sin llevarle; que a fe que si le conociera, que
nunca él le dejara. Guárdale, amigo, que por ahora no le he
menester; que antes me tengo de quitar todas estas armas y
quedar desnudo como cuando nací, si es que me da en
voluntad de seguir en mi penitencia más a Roldán que a
Amadís.
314
asperezas, y a quejarse de la dura condición de aquella ingrata
y bella, término y fin de toda humana hermosura! ¡Oh vosotras,
napeas y dríadas, que tenéis por costumbre de habitar en las
espesuras de los montes, así los ligeros y lascivos sátiros, de
quien sois, aunque en vano, amadas, no perturben jamás
vuestro dulce sosiego, que me ayudéis a lamentar mi
desventura, o, a lo menos, no os canséis de oílla! ¡Oh Dulcinea
del Toboso, día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis
caminos, estrella de mi ventura, así el cielo te la dé buena en
cuanto acertares a pedirle, que consideres el lugar y el estado a
que tu ausencia me ha conducido, y que con buen término
correspondas al que a mi fe se le debe! ¡Oh solitarios árboles,
que desde hoy en adelante habéis de hacer compañía a mi
soledad, dad indicio, con el blando movimiento de vuestras
ramas, que no os desagrade mi presencia! ¡Oh tú, escudero mío,
agradable compañero en más prósperos y adversos sucesos,
toma bien en la
315
quisieres, que en la frente llevas escrito que no te igualó en
ligereza el Hipogrifo de Astolfo, ni el nombrado Frontino, que
tan caro le costó a Bradamante.
-Pues, ¿qué más tengo de ver -dijo Sancho- que lo que he visto?
316
-Por amor de Dios -dijo Sancho-, que mire vuestra merced
cómo se da esas calabazadas; que a tal peña podrá llegar, y en
tal punto, que con la primera se acabase la máquina desta
penitencia; y sería yo de parecer que, ya que vuestra merced le
parece que son aquí necesarias calabazadas y que no se puede
hacer esta obra sin ellas, se contentase, pues todo esto es
fingido y cosa contrahecha y de burla, se contentase, digo, con
dárselas en el agua, o en alguna cosa blanda, como algodón; y
déjeme a mí el cargo, que yo diré a mi señora que vuestra
merced se las daba en una punta de peña más dura que la de
un diamante.
317
acuerde más de aquel maldito brebaje; que en sólo oírle mentar
se me revuelve el alma, no que el estómago. Y más le ruego:
que haga cuenta que son ya pasados los tres días que me ha
dado de término para ver las locuras que hace, que ya las doy
por vistas y por pasadas en cosa juzgada, y diré maravillas a mi
señora; y escriba la carta y despácheme luego, porque tengo
gran deseo de volver a sacar a vuestra merced deste
purgatorio donde le dejo.
318
de salir dél, la cual, como tengo dicho, no la tienen de salir los
que están en el infierno, ni creo que vuestra merced dirá otra
cosa.
319
-La libranza irá en el mesmo librillo firmada; que, en viéndola,
mi sobrina no pondrá dificultad en cumplilla. Y, en lo que toca a
la carta de amores, pondrás por firma: "Vuestro hasta la
muerte, el Caballero de la Triste Figura ". Y hará poco al caso
que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me sé acordar,
Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra
mía ni carta mía, porque mis amores y los suyos han sido
siempre platónicos, sin estenderse a más que a un honesto
mirar. Y aun esto tan de cuando en cuando, que osaré jurar con
verdad que en doce años que ha que la quiero más que a la
lumbre destos ojos que han de comer la tierra, no la he visto
cuatro veces; y aun podrá ser que destas cuatro veces no
hubiese ella echado de ver la una que la miraba: tal es el recato
y encerramiento con que sus padres, Lorenzo Corchuelo, y su
madre, Aldonza Nogales, la han criado.
-Bien la conozco -dijo Sancho-, y sé decir que tira tan bien una
barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el
Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en
pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier
caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora!
320
¡Oh hideputa, qué dejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se
puso un día encima del campanario del aldea a llamar unos
zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y,
aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como
si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es
nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: con todos
se burla y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo, señor
Caballero de la Triste Figura , que no solamente puede y debe
vuestra merced hacer locuras por ella, sino que, con justo título,
puede desesperarse y ahorcarse; que nadie habrá que lo sepa
que no diga que hizo demasiado de bien, puesto que le lleve el
diablo. Y querría ya verme en camino, sólo por vella; que ha
muchos días que no la veo, y debe de estar ya trocada, porque
gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al
sol y al aire. Y confieso a vuestra merced una verdad,
321
se le vayan a hincar de rodillas delante della los vencidos que
vuestra merced le envía y ha de enviar? Porque podría ser que,
al tiempo que ellos llegasen, estuviese ella rastrillando lino, o
trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla, y ella se riese y
enfadase del presente.
322
Así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso,
tanto vale como la más alta princesa de la tierra. Sí , que no
todos los poetas que alaban damas, debajo de un nombre que
ellos a su albedrío les ponen, es verdad que las tienen. ¿Piensas
tú que las Amariles, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas,
las Alidas y otras tales de que los libros, los romances, las
tiendas de los barberos, los teatros de las comedias, están
llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de
aquéllos que las celebran y celebraron? No, por cierto, sino que
las más se las fingen, por dar subjeto a sus versos y porque los
tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para
serlo. Y así, bástame a mí pensar y creer que la buena de
Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del linaje
importa poco, que no han de ir a hacer la información dél para
darle algún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta
princesa del mundo.
323
alcanza Lucrecia , ni otra alguna de las famosas mujeres de las
edades pretéritas, griega, bárbara o latina.
324
El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del
corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él
no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi
pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea
asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que,
además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero
Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada
enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo. Si gustares de
acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto; que,
con acabar mi vida, habré satisfecho a tu crueldad y a mi
deseo.
325
-Que me place -dijo don Quijote.
326
-Por amor de Dios, señor mío, que no vea yo en cueros a
vuestra merced, que me dará mucha lástima y no podré dejar
de llorar; y tengo tal la cabeza, del llanto que anoche hice por el
rucio, que no estoy para meterme en nuevos lloros; y si es que
vuestra merced gusta de que yo vea algunas locuras, hágalas
vestido, breves y las que le vinieren más a cuento. Cuanto más,
que para mí no era menester nada deso, y, como ya tengo
dicho, fuera ahorrar el camino de mi vuelta, que ha de ser con
las nuevas que vuestra merced desea y merece. Y si no,
aparéjese la señora Dulcinea; que si no responde como es
razón, voto hago solene a quien puedo que le tengo de sacar la
buena respuesta del estómago a
-No estoy tan loco -respondió Sancho-, mas estoy más colérico.
Pero, dejando esto aparte, ¿qué es lo que ha de comer vuestra
merced en tanto que yo vuelvo? ¿Ha de salir al camino, como
Cardenio, a quitárselo a los pastores?
327
-No te dé pena ese cuidado -respondió don Quijote-, porque,
aunque tuviera, no comiera otra cosa que las yerbas y frutos
que este prado y estos árboles me dieren, que la fineza de mi
negocio está en no comer y en hacer otras asperezas
equivalentes.
328
siquiera hacer dos locuras. Mas no hubo andado cien pasos,
cuando volvió y dijo:
-Digo, señor, que vuestra merced ha dicho muy bien: que, para
que pueda jurar sin cargo de conciencia que le he visto hacer
locuras, será bien que vea siquiera una, aunque bien grande la
he visto en la quedada de vuestra merced.
329
medio arriba vestido, y que vio que Sancho se había ido sin
querer aguardar a ver más sandeces, se subió sobre una punta
de una alta peña y allí tornó a pensar lo que otras muchas
veces había pensado, sin haberse jamás resuelto en ello. Y era
que cuál sería mejor y le estaría más a cuento: imitar a Roldán
en las locuras desaforadas que hizo, o Amadís en las
malencónicas. Y, hablando entre sí mesmo, decía:
-Si Roldán fue tan buen caballero y tan valiente como todos
dicen, ¿qué maravilla?, pues, al fin, era encantado y no le podía
matar nadie si no era metiéndole un alfiler de a blanca por la
planta del pie, y él traía siempre los zapatos con siete suelas de
hierro. Aunque no le valieron tretas contra Bernardo del Carpio,
que se las entendió y le ahogó entre los brazos, en Roncesvalles.
Pero, dejando en él lo de la valentía a una parte, vengamos a lo
de perder el juicio, que es cierto que le perdió, por las señales
que halló en la fontana y por las nuevas que le dio el pastor de
que Angélica había dormido más de dos siestas con Medoro, un
morillo de cabellos enrizados y paje de Agramante; y si él
entendió que esto era verdad y que su dama le había cometido
desaguisado, no hizo mucho en volverse loco. Pero yo, ¿cómo
puedo imitalle en las locuras, si no le imito en la ocasión dellas?
Porque mi Dulcinea del Toboso osaré yo jurar que no ha visto
en todos los días de su vida moro alguno, ansí como él es, en su
mismo traje, y que se está hoy como la madre que la parió; y
haríale agravio manifiesto si, imaginando otra cosa della, me
volviese loco de aquel género de locura de Roldán el furioso.
330
Por otra parte, veo que Amadís de Gaula, sin perder el juicio y
sin hacer locuras, alcanzó tanta fama de enamorado como el
que más; porque lo que hizo, según su historia, no fue más de
que, por verse desdeñado de su señora Oriana, que le había
mandado que no pareciese ante su presencia hasta que fuese
su voluntad, de que se retiró a la Peña Pobre en compañía de
un ermitaño, y allí se hartó de llorar y de encomendarse a Dios,
hasta que el cielo le acorrió, en medio de su
331
y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó
un millón de avemarías. Y lo que le fatigaba mucho era no
hallar por allí otro ermitaño que le confesase y con quien
consolarse. Y así, se entretenía paseándose por el pradecillo,
escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la
menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza,
y algunos en alabanza de Dulcinea. Mas los que se pudieron
hallar enteros y que se pudiesen leer, después que a él allí le
hallaron, no fueron más que estos que aquí se siguen:
del Toboso.
del Toboso.
332
Buscando las aventuras por entre las duras peñas,
333
otro día llegó a la venta donde le había sucedido la desgracia
de la manta; y no la hubo bien visto, cuando le pareció que otra
vez andaba en los aires, y no quiso entrar dentro, aunque llegó
a hora que lo pudiera y debiera hacer, por ser la del comer y
llevar en deseo de gustar algo caliente; que había grandes días
que todo era fiambre.
334
cierta cosa que le era de mucha importancia, la cual él no podía
descubrir, por los ojos que en la cara tenía.
335
trasladaría de muy buena letra. Metió la mano en el seno
Sancho Panza, buscando el librillo, pero no le halló, ni le podía
hallar si le buscara hasta agora, porque se había quedado don
Quijote con él y no se le había dado, ni a él se le acordó de
pedírsele.
336
costumbre, porque las que se hacían en libros de memoria
jamás se acetaban ni cumplían.
-Por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de
la carta se me acuerda; aunque en el principio decía: «Alta y
sobajada señora».
337
«Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura ».
338
gusto oír sus necedades. Y así, le dijeron que rogase a Dios por
la salud de su señor, que cosa contingente y muy agible era
venir, con el discurso del tiempo, a ser emperador, como él
decía, o, por lo menos, arzobispo, o otra dignidad equivalente. A
lo cual respondió Sancho:
339
-Así me ha parecido a mí -respondió Sancho-, aunque sé decir
que para todo tiene habilidad. Lo que yo pienso hacer de mi
parte es rogarle a Nuestro Señor que le eche a aquellas partes
donde él más se sirva y adonde a mí más mercedes me haga.
Sancho dijo que entrasen ellos, que él esperaría allí fuera y que
después les diría la causa por que no entraba ni le convenía
entrar en ella; mas que les rogaba que le sacasen allí algo de
comer que fuese cosa caliente, y, ansimismo, cebada para
Rocinante. Ellos se entraron y le dejaron, y, de allí a poco, el
barbero le sacó de comer. Después, habiendo bien pensado
entre los dos el modo que tendrían para conseguir lo que
deseaban, vino el cura en un pensamiento muy acomodado al
gusto de don Quijote y para lo que ellos querían. Y fue que dijo
al barbero que lo que había pensado era que él se vestiría en
hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor
que pudiese como escudero, y que así irían adonde don Quijote
estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y
le pediría un don, el cual él no podría dejársele de otorgar, como
valeroso caballero andante. Y que el don que le pensaba pedir
era que se viniese con ella donde ella le llevase, a desfacelle un
340
agravio que un mal caballero le tenía fecho; y que le suplicaba,
ansimesmo, que no la mandase quitar su antifaz, ni la
demandase cosa de su facienda, fasta que la hubiese fecho
derecho de aquel mal caballero; y que creyese, sin duda, que
don Quijote vendría en todo cuanto le pidiese por este término;
y que desta manera le sacarían de allí y le llevarían a su lugar,
donde procurarían ver si tenía algún remedio su extraña locura.
341
paño, llena de fajas de terciopelo negro de un palmo en ancho,
todas acuchilladas, y unos corpiños de terciopelo verde,
guarnecidos con unos ribetes de raso blanco, que se debieron
de hacer, ellos y la saya, en tiempo del rey Wamba. No
consintió el cura que le tocasen, sino púsose en la cabeza un
birretillo de lienzo colchado que llevaba para dormir de noche, y
ciñóse por la frente una liga de tafetán negro, y con otra liga
hizo un antifaz, con que se cubrió muy bien las barbas y el
rostro; encasquetóse su sombrero, que era tan grande que le
podía servir de quitasol, y, cubriéndose su herreruelo, subió en
su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que
le llegaba a la cintura, entre roja y blanca, como aquella que,
como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso.
342
En esto, llegó Sancho, y de ver a los dos en aquel traje no pudo
tener la risa. En efeto, el barbero vino en todo aquello que el
cura quiso, y, trocando la invención, el cura le fue informando el
modo que había de tener y las palabras que había de decir a
don Quijote para moverle y forzarle a que con él se viniese, y
dejase la querencia del lugar que había escogido para su vana
penitencia. El barbero respondió que, sin que se le diese lición,
él lo pondría bien en su punto. No quiso vestirse por entonces,
hasta que estuviesen junto de donde don Quijote estaba; y así,
dobló sus vestidos, y el cura acomodó su barba, y siguieron su
camino, guiándolos Sancho Panza; el cual les fue contando lo
que les aconteció con el loco que hallaron en la sierra,
343
Dulcinea, dijese que sí, y que, por no saber leer, le había
respondido de palabra, diciéndole que le mandaba, so pena de
la su desgracia, que luego al momento se viniese a ver con ella,
que era cosa que le importaba mucho; porque con esto y con lo
que ellos pensaban decirle tenían por cosa cierta reducirle a
mejor vida, y hacer con él que luego se pusiese en camino para
ir a ser emperador o monarca; que en lo de ser arzobispo no
había de qué temer.
344
Estando, pues, los dos allí, sosegados y a la sombra, llegó a sus
oídos una voz que, sin acompañarla son de algún otro
instrumento, dulce y regaladamente sonaba, de que no poco se
admiraron, por parecerles que aquél no era lugar donde
pudiese haber quien tan bien cantase. Porque, aunque suele
decirse que por las selvas y campos se hallan pastores de voces
estremadas, más son encarecimientos de poetas que verdades;
y más, cuando advirtieron que lo que oían cantar eran versos,
no de rústicos ganaderos, sino de discretos cortesanos. Y
confirmó esta verdad haber sido los versos que oyeron éstos:
345
Y sus males, ¿quién los cura? Locura.
Soneto
346
con que destruye a la intención sincera; que si tus apariencias
no le quitas, presto ha de verse el mundo en la pelea de la
discorde confusión primera.
347
aquellas soledades andaban, no dejó de admirarse algún tanto,
y más cuando oyó que le habían hablado en su negocio como
en cosa sabida -porque las razones que el cura le dijo así lo
dieron a entender-; y así, respondió desta manera:
-Bien veo yo, señores, quienquiera que seáis, que el cielo, que
tiene cuidado de socorrer a los buenos, y aun a los malos
muchas veces, sin yo merecerlo, me envía, en estos tan remotos
y apartados lugares del trato común de las gentes, algunas
personas que, poniéndome delante de los ojos con vivas y
varias razones cuán sin ella ando en hacer la vida que hago,
han procurado sacarme désta a mejor parte; pero, como no
saben que sé yo que en saliendo deste daño he de caer en otro
mayor, quizá me deben de tener por hombre de flacos
discursos, y aun, lo que peor sería, por de ningún juicio. Y no
sería maravilla que así fuese, porque a mí se me trasluce que la
fuerza de la imaginación de mis desgracias es tan intensa y
puede tanto en mi perdición que, sin que yo pueda ser parte a
estobarlo, vengo a quedar como piedra, falto de todo buen
sentido y conocimiento; y vengo a caer en la cuenta desta
verdad, cuando algunos me dicen y muestran señales de las
cosas que he hecho en tanto que aquel terrible accidente me
señorea, y no sé más que dolerme en vano y maldecir sin
provecho mi ventura, y dar por disculpa de mis locuras el decir
la causa dellas a cuantos oírla quieren; porque, viendo los
cuerdos cuál es la causa, no se maravillarán de los efetos, y si
no me dieren remedio, a lo menos no me darán culpa,
348
convirtiéndoseles el enojo de mi desenvoltura en lástima de mis
desgracias. Y si es que vosotros, señores, venís con la mesma
intención que otros han venido, antes que paséis adelante en
vuestras discretas persuasiones, os ruego que escuchéis el
cuento, que no le tiene, de mis desventuras; porque quizá,
después de entendido, ahorraréis del trabajo que tomaréis en
consolar un mal que de todo consuelo es incapaz.
«Luscinda a Cardenio
349
Cada día descubro en vos valores que me obligan y fuerzan a
que en más os estime; y así, si quisiéredes sacarme desta
deuda sin ejecutarme en la honra, lo podréis muy bien hacer.
Padre tengo, que os conoce y que me quiere bien, el cual, sin
forzar mi voluntad, cumplirá la que será justo que vos tengáis, si
es que me estimáis como decís y como yo creo.
350
Galalón embustero, oh Vellido traidor, oh Julián vengativo, oh
Judas codicioso! Traidor, cruel, vengativo y embustero,
351
el dinero. ¿Pude yo prevenir esta traición? ¿Pude, por ventura,
caer en imaginarla? No, por cierto; antes, con grandísimo gusto,
me ofrecí a partir luego, contento de la buena compra hecha.
Aquella noche hablé con Luscinda, y le dije lo que con don
Fernando quedaba concertado, y que tuviese firme esperanza
de que tendrían efeto nuestros buenos y justos deseos. Ella me
dijo, tan segura como yo de la traición de don Fernando, que
procurase volver presto, porque creía que no tardaría más la
conclusión de nuestras voluntades que tardase mi padre de
hablar al suyo. No sé qué se fue, que, en acabando de decirme
esto, se le llenaron los ojos de lágrimas y un nudo se le atravesó
en la garganta, que no le dejaba hablar palabra de otras
muchas que me pareció que procuraba decirme.
352
dividía. Pero la noche que precedió al triste día de mi partida,
ella lloró, gimió y suspiró, y se fue, y me dejó lleno de confusión
y sobresalto, espantado de haber visto tan nuevas y tan tristes
muestras de dolor y sentimiento en Luscinda. Pero, por no
destruir mis esperanzas, todo lo atribuí a la fuerza del amor que
me tenía y al dolor que suele causar la ausencia en los que bien
se quieren.
353
»Pero, a los cuatro días que allí llegué, llegó un hombre en mi
busca con una carta, que me dio, que en el sobrescrito conocí
ser de Luscinda, porque la letra dél era suya. Abríla, temeroso y
con sobresalto, creyendo que cosa grande debía de ser la que
la había movido a escribirme estando ausente, pues presente
pocas veces lo hacía. Preguntéle al hombre, antes de leerla,
quién se la había dado y el tiempo que había tardado en el
camino. Díjome que acaso, pasando por una calle de la ciudad
a la hora de medio día, una señora muy hermosa le llamó desde
una ventana, los ojos llenos de lágrimas, y que con mucha
priesa le dijo: ''Hermano: si sois cristiano, como parecéis, por
amor de Dios os ruego que encaminéis luego luego esta carta
al lugar y a la persona que dice el sobrescrito, que todo es bien
conocido, y en ello haréis un gran servicio a nuestro Señor; y,
para que no os falte comodidad de poderlo hacer, tomad lo que
va en este pañuelo''. ''Y, diciendo esto, me arrojó por la ventana
un pañuelo, donde venían atados cien reales y esta sortija de
oro que aquí traigo, con esa carta que os he dado. Y luego, sin
aguardar respuesta mía, se quitó de la ventana; aunque
primero vio cómo yo tomé la carta y el pañuelo, y, por señas, le
dije que haría lo que me mandaba. Y así, viéndome tan bien
pagado del trabajo que podía tomar en traérosla y conociendo
por el sobrescrito que érades vos a quien se enviaba, porque
yo, señor, os conozco muy bien, y obligado asimesmo de las
lágrimas de aquella hermosa señora, determiné de no fiarme de
otra persona, sino venir yo mesmo a dárosla; y en diez y seis
354
horas que ha que se me dio, he hecho el camino, que sabéis que
es de diez y ocho leguas''.
355
no la compra de los caballos, sino la de su gusto, había movido
a don Fernando a enviarme a su hermano.
356
para acreditarte, aquí llevo yo espada para defenderte con ella
o para matarme si la suerte nos fuere contraria''. No creo que
pudo oír todas estas razones, porque sentí que la llamaban
apriesa, porque el desposado aguardaba. Cerróse con esto la
noche de mi tristeza, púsoseme el sol de mi alegría: quedé sin
luz en los ojos y sin discurso en el entendimiento. No acertaba a
entrar en su casa, ni podía moverme a parte alguna; pero,
considerando cuánto importaba mi presencia para lo que
suceder pudiese en aquel caso, me animé lo más que pude y
entré en su casa.
357
De allí a un poco, salió de una recámara Luscinda, acompañada
de su madre y de dos doncellas suyas, tan bien aderezada y
compuesta como su calidad y hermosura merecían, y como
quien era la perfeción de la gala y bizarría cortesana. No me dio
lugar mi suspensión y arrobamiento para que mirase y notase
en particular lo que traía vestido; sólo pude advertir a las
colores, que eran encarnado y blanco, y en las vislumbres que
las piedras y joyas del tocado y de todo el vestido hacían, a
todo lo cual se aventajaba la belleza singular de sus hermosos y
rubios cabellos; tales que, en competencia de las preciosas
piedras y de las luces de cuatro hachas que en la sala estaban,
la suya con más resplandor a los ojos ofrecían. ¡Oh memoria,
enemiga mortal de mi descanso! ¿De qué sirve representarme
ahora la incomparable belleza de aquella adorada enemiga
mía? ¿No será mejor, cruel memoria, que me acuerdes y
representes lo que entonces hizo, para que, movido de tan
manifiesto agravio, procure, ya que no la venganza, a lo menos
perder la vida?» No os canséis, señores, de oír estas digresiones
que hago; que no es mi pena de aquellas que puedan ni deban
contarse sucintamente y de paso, pues cada circunstancia suya
me parece a mí que es digna de un largo discurso.
358
-«Digo, pues -prosiguió Cardenio-, que, estando todos en la
sala, entró el cura de la perroquia, y, tomando a los dos por la
mano para hacer lo que en tal acto se requiere, al decir:
''¿Queréis, señora Luscinda, al señor don Fernando, que está
presente, por vuestro legítimo esposo, como lo manda la Santa
Madre Iglesia ?'', yo saqué toda la cabeza y cuello de entre los
tapices, y con atentísimos oídos y alma turbada me puse a
escuchar lo que Luscinda respondía, esperando de su respuesta
la sentencia de mi muerte o la confirmación de mi vida. ¡Oh,
quién se atreviera a salir entonces, diciendo a voces!: ''¡Ah
Luscinda, Luscinda, mira lo que haces, considera lo que me
debes, mira que eres mía y que no puedes ser de otro! Advierte
que el decir tú sí y el acabárseme la vida ha de ser todo a un
punto. ¡Ah traidor don Fernando, robador de mi gloria, muerte
de mi vida! ¿Qué quieres? ¿Qué pretendes? Considera que no
puedes cristianamente llegar al fin de tus deseos, porque
Luscinda es mi esposa y yo soy su marido''. ¡Ah, loco de mí,
ahora que estoy ausente y lejos del peligro, digo que había de
hacer lo que no hice! ¡Ahora que dejé robar mi cara prenda,
maldigo al robador, de quien pudiera vengarme si tuviera
corazón para ello como le tengo para quejarme! En fin, pues fui
359
sacaba la daga para acreditarse, o desataba la lengua para
decir alguna verdad o desengaño que en mi provecho
redundase, oigo que dijo con voz desmayada y flaca: ''Sí
quiero''; y lo mesmo dijo don Fernando; y, dándole el anillo,
quedaron en disoluble nudo ligados. Llegó el desposado a
abrazar a su esposa, y ella, poniéndose la mano sobre el
corazón, cayó desmayada en los brazos de su madre. Resta
ahora decir cuál quedé yo viendo, en el sí que había oído,
burladas mis esperanzas, falsas las palabras y promesas de
Luscinda: imposibilitado de cobrar en algún tiempo el bien que
en aquel instante había perdido. Quedé falto de consejo,
desamparado, a mi parecer, de todo el cielo, hecho enemigo de
la tierra que me sustentaba, negándome el aire aliento para mis
suspiros y el agua humor para mis ojos; sólo el fuego se
acrecentó de manera que todo ardía de rabia y de celos.
360
falso don Fernando, y aun en el mudable de la desmayada
traidora. Pero mi suerte, que para mayores males, si es posible
que los haya, me debe tener guardado, ordenó que en aquel
punto me sobrase el entendimiento que después acá me ha
faltado; y así, sin querer tomar venganza de mis mayores
enemigos (que, por estar tan sin pensamiento mío, fuera fácil
tomarla), quise tomarla de mi mano y ejecutar en mí la pena
que ellos merecían; y aun quizá con más rigor del que con ellos
se usara si entonces les diera muerte, pues la que se recibe
repentina presto acaba la pena; mas la que se dilata con
tormentos siempre mata, sin acabar la vida.
361
entregarla a aquél con quien más liberal y franca la fortuna se
había mostrado; y, en mitad de la fuga destas maldiciones y
vituperios, la desculpaba, diciendo que no era mucho que una
doncella recogida en casa de sus padres, hecha y
acostumbrada siempre a obedecerlos, hubiese querido
condecender con su gusto, pues le daban por esposo a un
caballero tan principal, tan rico y tan gentil hombre que, a no
querer recebirle, se podía pensar, o que no tenía juicio, o que en
otra parte tenía la voluntad: cosa que redundaba tan en
perjuicio de su buena opinión y fama. Luego volvía diciendo
que, puesto que ella dijera que yo era su esposo, vieran ellos
que no había hecho en escogerme tan mala elección, que no la
disculparan, pues antes de ofrecérseles don Fernando no
pudieran ellos mesmos acertar a desear, si con razón midiesen
su deseo, otro mejor que yo para esposo de su hija; y que bien
pudiera ella, antes de ponerse en el trance forzoso y último de
dar la mano, decir que ya yo le había dado la mía; que yo
viniera y concediera con todo cuanto ella acertara a fingir en
este caso.
362
vine a parar a unos prados, que no sé a qué mano destas
montañas caen, y allí pregunté a unos ganaderos que hacia
dónde era lo más áspero destas sierras.
363
alcornoque, capaz de cubrir este miserable cuerpo. Los
vaqueros y cabreros que andan por estas montañas, movidos
de caridad, me sustentan, poniéndome el manjar por los
caminos y por las peñas por donde entienden que acaso podré
pasar y hallarlo; y así, aunque entonces me falte el juicio, la
necesidad natural me da a conocer el mantenimiento, y
despierta en mí el deseo de apetecerlo y la voluntad de tomarlo.
Otras veces me dicen ellos, cuando me encuentran con juicio,
que yo salgo a los caminos y que se lo quito por fuerza, aunque
me lo den de grado, a los pastores que vienen con ello del lugar
a las majadas.
364
que recebir no la quiere. Yo no quiero salud sin Luscinda; y,
pues ella gustó de ser ajena, siendo, o debiendo ser, mía, guste
yo de ser de la desventura, pudiendo haber sido de la buena
dicha. Ella quiso, con su mudanza, hacer estable mi perdición;
yo querré, con procurar perderme, hacer contenta su voluntad,
y será ejemplo a los por venir de que a mí solo faltó lo que a
todos los desdichados sobra, a los cuales suele ser consuelo la
imposibilidad de tenerle, y en mí es causa de mayores
sentimientos y males, porque aun pienso que no se han de
acabar con la muerte.
365
de la andante caballería, gozamos ahora, en esta nuestra edad,
necesitada de alegres entretenimientos, no sólo de la dulzura de
su verdadera historia, sino de los cuentos y episodios della, que,
en parte, no son menos agradables y artificiosos y verdaderos
que la misma historia; la cual, prosiguiendo su rastrillado,
torcido y aspado hilo, cuenta que, así como el cura comenzó a
prevenirse para consolar a Cardenio, lo impidió una voz que
llegó a sus oídos, que, con tristes acentos, decía desta manera:
-¡Ay Dios! ¿Si será posible que he ya hallado lugar que pueda
servir de escondida sepultura a la carga pesada deste cuerpo,
que tan contra mi voluntad sostengo? Sí será, si la soledad que
prometen estas sierras no me miente. ¡Ay, desdichada, y cuán
más agradable compañía harán estos riscos y malezas a mi
intención, pues me darán lugar para que con quejas comunique
mi desgracia al cielo, que no la de ningún hombre humano,
pues no hay ninguno en la tierra de quien se pueda esperar
consejo en las dudas, alivio en las quejas, ni remedio en los
males!
366
estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies, que eran tales,
que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre
las otras piedras del arroyo se habían nacido. Suspendióles la
blancura y belleza de los pies, pareciéndoles que no estaban
hechos a pisar terrones, ni a andar tras el arado y los bueyes,
como mostraba el hábito de su dueño; y así, viendo que no
habían sido sentidos, el cura, que iba delante, hizo señas a los
otros dos que se agazapasen o escondiesen detrás de unos
pedazos de peña que allí había, y así lo hicieron todos, mirando
con atención lo que el mozo hacía; el cual traía puesto un
capotillo pardo de dos haldas, muy ceñido al cuerpo con una
toalla blanca. Traía, ansimesmo, unos calzones y polainas de
paño pardo, y en la cabeza una montera parda. Tenía las
polainas levantadas hasta la mitad de la pierna, que, sin duda
alguna, de blanco alabastro parecía. Acabóse de lavar los
hermosos pies, y luego, con un paño de tocar, que sacó debajo
de la montera, se los limpió; y, al querer quitársele, alzó el
rostro, y tuvieron lugar los que mirándole estaban de ver una
hermosura incomparable; tal, que Cardenio dijo al cura, con voz
baja:
367
conocieron que el que parecía labrador era mujer, y delicada, y
aun la más hermosa que hasta entonces los ojos de los dos
habían visto, y aun los de Cardenio, si no hubieran mirado y
conocido a Luscinda; que después afirmó que sola la belleza de
Luscinda podía contender con aquélla. Los luengos y rubios
cabellos no sólo le cubrieron las espaldas, mas toda en torno la
escondieron debajo de ellos; que si no eran los pies, ninguna
otra cosa de su cuerpo se parecía: tales y tantos eran. En esto,
les sirvió de peine unas manos, que si los pies en el agua habían
parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos
semejaban pedazos de apretada nieve; todo lo cual, en más
admiración y en más deseo de saber quién era ponía a los tres
que la miraban.
-Deteneos, señora, quienquiera que seáis, que los que aquí veis
sólo tienen intención de serviros. No hay para qué os pongáis
368
en tan impertinente huida, porque ni vuestros pies lo podrán
sufrir ni nosotros consentir.
-Lo que vuestro traje, señora, nos niega, vuestros cabellos nos
descubren: señales claras que no deben de ser de poco
momento las causas que han disfrazado vuestra belleza en
hábito tan indigno, y traídola a tanta soledad como es ésta, en
la cual ha sido ventura el hallaros, si no para dar remedio a
vuestros males, a lo menos para darles consejo, pues ningún
mal puede fatigar tanto, ni llegar tan al estremo de serlo,
mientras no acaba la vida, que rehúya de no escuchar siquiera
el consejo que con buena intención se le da al que lo padece.
Así que, señora mía, o señor mío, o lo que vos quisierdes ser,
perded el sobresalto que nuestra vista os ha causado y
contadnos vuestra buena o mala suerte; que en nosotros juntos,
o en cada uno, hallaréis quien os ayude a sentir vuestras
desgracias.
369
encaminadas, dando ella un profundo suspiro, rompió el silencio
y dijo:
Todo esto dijo sin parar la que tan hermosa mujer parecía, con
tan suelta lengua, con voz tan suave, que no menos les admiró
su discreción que su hermosura. Y, tornándole a hacer nuevos
ofrecimientos y nuevos ruegos para que lo prometido
cumpliese, ella, sin hacerse más de rogar, calzándose con toda
honestidad y recogiendo sus cabellos, se acomodó en el asiento
de una piedra, y, puestos los tres alrededor della, haciéndose
370
fuerza por detener algunas lágrimas que a los ojos se le venían,
con voz reposada y clara, comenzó la historia de su vida desta
manera:
371
miraban, el báculo de su vejez, y el sujeto a quien encaminaban,
midiéndolos con el cielo, todos sus deseos; de los cuales, por ser
ellos tan buenos, los míos no salían un punto. Y del mismo modo
que yo era señora de sus ánimos, ansí lo era de su hacienda:
por mí se recebían y despedían los criados; la razón y cuenta de
lo que se sembraba y cogía pasaba por mi mano; los molinos
de aceite, los lagares de vino, el número del ganado mayor y
menor, el de las colmenas. Finalmente, de todo aquello que un
tan rico labrador como mi padre puede tener y tiene, tenía yo la
cuenta, y era la mayordoma y señora, con tanta solicitud mía y
con tanto gusto suyo, que buenamente no acertaré a
encarecerlo. Los ratos que del día me quedaban, después de
haber dado lo que convenía a los mayorales, a capataces y a
otros jornaleros, los entretenía en ejercicios que son a las
doncellas tan lícitos como necesarios, como son los que ofrece
la aguja y la almohadilla, y la rueca muchas veces; y si alguna,
por recrear el ánimo, estos ejercicios dejaba, me acogía al
entretenimiento de leer algún libro devoto, o a tocar una arpa,
porque la experiencia me mostraba que la música compone los
ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del
espíritu.
372
pasando mi vida en tantas ocupaciones y en un encerramiento
tal que al de un monesterio pudiera compararse, sin ser vista, a
mi parecer, de otra persona alguna que de los criados de casa,
porque los días que iba a misa era tan de mañana, y tan
acompañada de mi madre y de otras criadas, y yo tan cubierta
y recatada que apenas vían mis ojos más tierra de aquella
donde ponía los pies; y, con todo esto, los del amor, o los de la
ociosidad, por mejor decir, a quien los de lince no pueden
igualarse, me vieron, puestos en la solicitud de don Fernando,
que éste es el nombre del hijo menor del duque que os he
contado».
373
Mas, por acabar presto con el cuento, que no le tiene, de mis
desdichas, quiero pasar en silencio las diligencias que don
Fernando hizo para declararme su voluntad. Sobornó toda la
gente de mi casa, dio y ofreció dádivas y mercedes a mis
parientes. Los días eran todos de fiesta y de regocijo en mi
calle; las noches no dejaban dormir a nadie las músicas. Los
billetes que, sin saber cómo, a mis manos venían, eran infinitos,
llenos de enamoradas razones y ofrecimientos, con menos
letras que promesas y juramentos. Todo lo cual no sólo no me
ablandaba, pero me endurecía de manera como si fuera mi
mortal enemigo, y que todas las obras que para reducirme a su
voluntad hacía, las hiciera para el efeto contrario; no porque a
mí me pareciese mal la gentileza de don Fernando, ni que
tuviese a demasía sus solicitudes; porque me daba un no sé qué
de contento verme tan querida y estimada de un tan principal
caballero, y no me pesaba ver en sus papeles mis alabanzas:
que en esto, por feas que seamos las mujeres, me parece a mí
que siempre nos da gusto el oír que nos llaman hermosas.
374
a su gusto que a mi provecho; y que si yo quisiese poner en
alguna manera algún inconveniente para que él se dejase de su
injusta pretensión, que ellos me casarían luego con quien yo
más gustase: así de los más principales de nuestro lugar como
de todos los circunvecinos, pues todo se podía esperar de su
mucha hacienda y de mi buena fama. Con estos ciertos
prometimientos, y con la verdad que ellos me decían,
fortificaba yo mi entereza, y jamás quise responder a don
Fernando palabra que le pudiese mostrar, aunque de muy lejos,
esperanza de alcanzar su deseo.
375
imaginar cómo, en medio destos recatos y prevenciones, y en la
soledad deste silencio y encierro, me le hallé delante, cuya vista
me turbó de manera que me quitó la de mis ojos y me
enmudeció la lengua; y así, no fui poderosa de dar voces, ni aun
él creo que me las dejara dar, porque luego se llegó a mí, y,
tomándome entre sus brazos (porque yo, como digo, no tuve
fuerzas para defenderme, según estaba turbada), comenzó a
decirme tales razones, que no sé cómo es posible que tenga
tanta habilidad la mentira que las sepa componer de modo que
parezcan tan verdaderas. Hacía el traidor que sus lágrimas
acreditasen sus palabras y los suspiros su intención. Yo,
pobrecilla, sola entre los míos, mal ejercitada en casos
semejantes, comencé, no sé en qué modo, a tener por
verdaderas tantas falsedades, pero no de suerte que me
moviesen a compasión menos que buena sus lágrimas y
suspiros.
376
en ellos. Tu vasalla soy, pero no tu esclava; ni tiene ni debe
tener imperio la nobleza de tu sangre para deshonrar y tener en
poco la humildad de la mía; y en tanto me estimo yo, villana y
labradora, como tú, señor y caballero. Conmigo no han de ser
de ningún efecto tus fuerzas, ni han de tener valor tus riquezas,
ni tus palabras han de poder engañarme, ni tus suspiros y
lágrimas enternecerme. Si alguna de todas estas cosas que he
dicho viera yo en el que mis padres me dieran por esposo, a su
voluntad se ajustara la mía, y mi voluntad de la suya no saliera;
de modo que, como quedara con honra, aunque quedara sin
gusto, de grado te entregara lo que tú, señor, ahora con tanta
fuerza procuras. Todo esto he dicho porque no es pensar que de
mí alcance cosa alguna el que no fuere mi ligítimo esposo''. ''Si
no reparas más que en eso, bellísima Dorotea -(que éste es el
nombre desta desdichada), dijo el desleal caballero-, ves: aquí
te doy la mano de serlo tuyo, y sean testigos desta verdad los
cielos, a quien ninguna cosa se asconde, y esta imagen de
Nuestra Señora que aquí tienes''.»
377
te diga cosas que te espanten en el mesmo grado que te
lastimen.
378
»Todas estas razones que aquí he dicho le dije, y otras muchas
de que no me acuerdo, pero no fueron parte para que él dejase
de seguir su intento, bien ansí como el que no piensa pagar,
que, al concertar de la barata, no repara en inconvenientes. Yo,
a esta sazón, hice un breve discurso conmigo, y me dije a mí
mesma: ''Sí, que no seré yo la primera que por vía de
matrimonio haya subido de humilde a grande estado, ni será
don Fernando el primero a quien hermosura, o ciega afición,
que es lo más cierto, haya hecho tomar compañía desigual a su
grandeza. Pues si no hago ni mundo ni uso nuevo, bien es
acudir a esta honra que la suerte me ofrece, puesto que en éste
no dure más la voluntad que me muestra de cuanto dure el
cumplimiento de su deseo; que, en fin, para con Dios seré su
esposa. Y si quiero con desdenes despedille, en término le veo
que, no usando el que debe, usará el de la fuerza y vendré a
quedar deshonrada y sin disculpa de la culpa que me podía dar
el que no supiere cuán sin ella he venido a este punto. Porque,
¿qué razones serán bastantes para persuadir a mis padres, y a
otros, que este caballero entró en mi aposento sin
consentimiento mío?''
379
gentileza, que, acompañada con tantas muestras de verdadero
amor, pudieran rendir a otro tan libre y recatado corazón como
el mío.
380
me acordó, de reñir a mi doncella por la traición cometida de
encerrar a don Fernando en mi mismo aposento, porque aún no
me determinaba si era bien o mal el que me había sucedido.
Díjele, al partir, a don Fernando que por el mesmo camino de
aquélla podía verme otras noches, pues ya era suya, hasta que,
cuando él quisiese, aquel hecho se publicase. Pero no vino otra
alguna, si no fue la siguiente, ni yo pude verle en la calle ni en la
iglesia en más de un mes; que en vano me cansé en solicitallo,
puesto que supe que estaba en la villa y que los más días iba a
caza, ejercicio de que él era muy aficionado.
381
por la dote, pudiera aspirar a tan noble casamiento. Díjose que
se llamaba
382
doncella, salí de mi casa, acompañada de mi criado y de
muchas imaginaciones, y me puse en camino de la ciudad a
pie, llevada en vuelo del deseo de llegar, ya que no a estorbar lo
que tenía por hecho, a lo menos a decir a don Fernando me
dijese con qué alma lo había hecho.
383
escarnecido y tenido en poco, arremetió a ella, antes que de su
desmayo volviese, y con la misma
384
respetos humanos. Todas estas cosas revolvía en mi fantasía, y
me consolaba sin tener consuelo, fingiendo unas esperanzas
largas y desmayadas, para entretener la vida, que ya
aborrezco.
385
quien primero pensó aprovecharse, y comenzó a usar de la
fuerza. Pero el justo cielo, que pocas o ningunas veces
386
Digo, pues, que me torné a emboscar, y a buscar donde sin
impedimento alguno pudiese con suspiros y lágrimas rogar al
cielo se duela de mi desventura y me dé industria y favor para
salir della, o para dejar la vida entre estas soledades, sin que
quede memoria desta triste, que tan sin culpa suya habrá dado
materia para que de ella se hable y murmure en la suya y en las
ajenas tierras.»
387
que ellos miran el mío ajeno de la honestidad que de mí se
debían de tener prometida.
-En fin, señora, que tú eres la hermosa Dorotea, la hija única del
rico Clenardo.
388
y el que aguardó oír el sí que de ser su esposa pronunció
Luscinda. Yo soy el que no tuvo ánimo para ver en qué paraba
su desmayo, ni lo que resultaba del papel que le fue hallado en
el pecho, porque no tuvo el alma sufrimiento para ver tantas
desventuras juntas; y así, dejé la casa y la paciencia, y una
carta que dejé a un huésped mío, a quien rogué que en manos
de Luscinda la pusiese, y víneme a estas soledades, con
intención de acabar en ellas la vida, que desde aquel punto
aborrecí como mortal enemiga mía. Mas no ha querido la suerte
quitármela, contentándose con quitarme el juicio, quizá por
guardarme para la buena ventura que he tenido en hallaros;
pues, siendo verdad, como creo que lo es, lo que aquí habéis
contado, aún podría ser que a entrambos nos tuviese el cielo
guardado mejor suceso en nuestros desastres que nosotros
pensamos. Porque, presupuesto que Luscinda no puede casarse
con don Fernando, por ser mía, ni don Fernando con ella, por
ser vuestro, y haberlo ella tan manifiestamente declarado, bien
podemos esperar que el cielo nos restituya lo que es nuestro,
pues está todavía en ser, y no se ha enajenado ni deshecho. Y,
pues este consuelo tenemos, nacido no de muy remota
esperanza, ni fundado en desvariadas imaginaciones, suplícoos,
señora, que toméis otra resolución en vuestros honrados
pensamientos, pues yo la pienso tomar en los míos,
389
en poder de don Fernando, y que, cuando con razones no le
pudiere atraer a que conozca lo que os debe, de usar entonces
la libertad que me concede el ser caballero, y poder con justo
título desafialle, en razón de la sinrazón que os hace, sin
acordarme de mis agravios, cuya venganza dejaré al cielo por
acudir en la tierra a los vuestros.
390
En esto, oyeron voces, y conocieron que el que las daba era
Sancho Panza, que, por no haberlos hallado en el lugar donde
los dejó, los llamaba a voces. Saliéronle al encuentro, y,
preguntándole por don Quijote, les dijo cómo le había hallado
desnudo en camisa, flaco, amarillo y muerto de hambre, y
suspirando por su señora Dulcinea; y que, puesto que le había
dicho que ella le mandaba que saliese de aquel lugar y se fuese
al del Toboso, donde le quedaba esperando, había respondido
que estaba determinado de no parecer ante su fermosura fasta
que hobiese fecho fazañas que le ficiesen digno de su gracia. Y
que si aquello pasaba adelante, corría peligro de no venir a ser
emperador, como estaba obligado, ni aun arzobispo, que era lo
menos que podía ser. Por eso, que mirasen lo que se había de
hacer para sacarle de allí.
391
-Pues no es menester más -dijo el cura- sino que luego se
ponga por obra; que, sin duda, la buena suerte se muestra en
favor nuestro, pues, tan sin pensarlo, a vosotros, señores, se os
ha comenzado a abrir puerta para vuestro remedio y a
nosotros se nos ha facilitado la que habíamos menester.
392
-Dichosa buscada y dichoso hallazgo -dijo a esta sazón Sancho
Panza-, y más si mi amo es tan venturoso que desfaga ese
agravio y enderece ese tuerto, matando a ese hideputa dese
gigante que vuestra merced dice; que sí matará si él le
encuentra, si ya no fuese fantasma, que contra las fantasmas
no tiene mi señor poder alguno. Pero una cosa quiero suplicar a
vuestra merced, entre otras, señor licenciado, y es que, porque
a mi amo no le tome gana de ser arzobispo, que es lo que yo
temo, que vuestra merced le aconseje que se case luego con
esta princesa, y así quedará imposibilitado de recebir órdenes
arzobispales y vendrá con facilidad a su imperio y yo al fin de
mis deseos; que yo he mirado bien en ello y hallo por mi cuenta
que no me está bien que mi amo sea arzobispo, porque yo soy
inútil para la Iglesia, pues soy casado, y andarme ahora a traer
dispensaciones para poder tener renta por la Iglesia, teniendo,
como tengo, mujer y hijos, sería nunca acabar. Así que, señor,
todo el toque está en que mi amo se case luego con esta
señora, que hasta ahora no sé su gracia, y así, no la llamo por
su nombre.
393
Valladolid; y esto mesmo se debe de usar allá en Guinea: tomar
las reinas los nombres de sus reinos.
394
siguiéndole el bien barbado barbero. Y, en llegando junto a él, el
escudero se arrojó de la mula y fue a tomar en los brazos a
Dorotea, la cual, apeándose con grande desenvoltura, se fue a
hincar de rodillas ante las de don Quijote; y, aunque él pugnaba
por levantarla, ella, sin levantarse, le fabló en esta guisa:
395
-No será en daño ni en mengua de los que decís, mi buen señor
-replicó la dolorosa doncella.
396
veréis presto restituida en vuestro reino y sentada en la silla de
vuestro antiguo y grande estado, a pesar y a despecho de los
follones que contradecirlo quisieren. Y manos a labor, que en la
tardanza dicen que suele estar el peligro.
397
se había de casar con aquella princesa, y ser, por lo menos, rey
de Micomicón. Sólo le daba pesadumbre el pensar que aquel
reino era en tierra de negros, y que la gente que por sus
vasallos le diesen habían de ser todos negros; a lo cual hizo
luego en su imaginación un buen remedio, y díjose a sí mismo:
398
otros habían pasado adelante en tanto que ellos se disfrazaron,
con facilidad salieron al camino real antes que ellos, porque las
malezas y malos pasos de aquellos lugares no concedían que
anduviesen tanto los de a caballo como los de a pie. En efeto,
ellos se pusieron en el llano, a la salida de la sierra, y, así como
salió della don Quijote y sus camaradas, el cura se le puso a
mirar muy de espacio, dando señales de que le iba
reconociendo; y, al cabo de haberle una buena pieza estado
mirando, se fue a él abiertos los brazos y diciendo a voces:
399
mayores fazañas y aventuras que en nuestra edad se han visto;
que a mí, aunque indigno sacerdote, bastaráme subir en las
ancas de una destas mulas destos señores que con vuestra
merced caminan, si no lo han por enojo. Y aun haré cuenta que
voy caballero sobre el caballo Pegaso, o sobre la cebra o alfana
en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque, que aún
hasta ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema, que
dista poco de la gran Compluto.
400
cayó en el suelo, con tan poco cuidado de las barbas, que se le
cayeron en el suelo; y, como se vio sin ellas, no tuvo otro
remedio sino acudir a cubrirse el rostro con ambas manos y a
quejarse que le habían derribado las muelas. Don Quijote, como
vio todo aquel mazo de barbas, sin quijadas y sin sangre, lejos
del rostro del escudero caído, dijo:
401
Concertáronse que por entonces subiese el cura, y a trechos se
fuesen los tres mudando, hasta que llegasen a la venta, que
estaría hasta dos leguas de allí. Puestos los tres a caballo, es a
saber, don Quijote, la princesa y el cura, y los tres a pie,
Cardenio, el barbero y Sancho Panza, don Quijote dijo a la
doncella:
402
nuevas llegaron a mis oídos así como puse los pies en España, y
ellas me movieron a buscarle, para encomendarme en su
cortesía y fiar mi justicia del valor de su invencible brazo.
-No más: cesen mis alabanzas -dijo a esta sazón don Quijote-,
porque soy enemigo de todo género de adulación; y, aunque
ésta no lo sea, todavía ofenden mis castas orejas semejantes
pláticas. Lo que yo sé decir, señora mía, que ora tenga valor o
no, el que tuviere o no tuviere se ha de emplear en vuestro
servicio hasta perder la vida; y así, dejando esto para su
tiempo, ruego al señor licenciado me diga qué es la causa que
le ha traído por estas partes, tan solo, y tan sin criados, y tan a
la ligera, que me pone espanto.
403
hombre tan valiente que, a pesar del comisario y de las
guardas, los soltó a todos; y, sin duda alguna, él debía de estar
fuera de juicio, o debe de ser tan grande bellaco como ellos, o
algún hombre sin alma y sin conciencia, pues quiso soltar al
lobo entre las ovejas, a la raposa entre las gallinas, a la mosca
entre la miel; quiso defraudar la justicia, ir contra su rey y señor
natural, pues fue contra sus justos mandamientos. Quiso, digo,
quitar a las galeras sus pies, poner en alboroto a la Santa
Hermandad, que había muchos años que reposaba; quiso,
finalmente, hacer un hecho por donde se pierda su alma y no se
gane su cuerpo.
-Éstos, pues -dijo el cura-, fueron los que nos robaron; que Dios,
por su misericordia, se lo perdone al que no los dejó llevar al
debido suplicio.
404
No hubo bien acabado el cura, cuando Sancho dijo:
-Pues mía fe, señor licenciado, el que hizo esa fazaña fue mi
amo, y no porque yo no le dije antes y le avisé que mirase lo
que hacía, y que era pecado darles libertad, porque todos iban
allí por grandísimos bellacos.
405
burla dél, sino Sancho Panza, no quiso ser para menos, y,
viéndole tan enojado, le dijo:
406
-Pues así es, esténme vuestras mercedes atentos.
407
que llaman el arte mágica, y alcanzó por su ciencia que mi
madre, que se llamaba la reina Jaramilla , había de morir
primero que él, y que de allí a poco tiempo él también había de
pasar desta vida y yo había de quedar huérfana de padre y
madre. Pero decía él que no le fatigaba tanto esto cuanto le
ponía en confusión saber, por cosa muy cierta, que un
descomunal gigante, señor de una grande ínsula, que casi
alinda con nuestro reino, llamado Pandafilando de la Fosca
Vista (porque es cosa averiguada que, aunque tiene los ojos en
su lugar y derechos, siempre mira al revés, como si fuese bizco,
y esto lo hace él de maligno y por poner miedo y espanto a los
que mira); digo que supo que este gigante, en sabiendo mi
orfandad, había de pasar con gran poderío sobre mi reino y me
lo había de quitar todo, sin dejarme una pequeña aldea donde
me recogiese; pero que podía escusar toda esta ruina y
desgracia si yo me quisiese casar con él; mas, a lo que él
entendía, jamás pensaba que me vendría a mí en voluntad de
hacer tan desigual casamiento; y dijo en esto la pura verdad,
porque jamás me ha pasado por el pensamiento casarme con
aquel gigante, pero ni con otro alguno, por grande y
desaforado que fuese. Dijo también mi padre que, después que
él fuese muerto y viese yo que Pandafilando comenzaba a
pasar sobre mi reino, que no aguardase a ponerme en defensa,
porque sería destruirme, sino que libremente le dejase
desembarazado el reino, si quería escusar la muerte y total
destruición de mis
408
buenos y leales vasallos, porque no había de ser posible
defenderme de la endiablada fuerza del gigante; sino que
luego, con algunos de los míos, me pusiese en camino de las
Españas, donde hallaría el remedio de mis males hallando a un
caballero andante, cuya fama en este tiempo se estendería por
todo este reino, el cual se había de llamar, si mal no me
acuerdo, don Azote o don Gigote.»
-Así es la verdad -dijo Dorotea-. «Dijo más: que había de ser alto
de cuerpo, seco de rostro, y que en el lado derecho, debajo del
hombro izquierdo, o por allí junto, había de tener un lunar pardo
con ciertos cabellos a manera de cerdas.»
-Para ver si tengo ese lunar que vuestro padre dijo -respondió
don Quijote.
409
-Eso basta -dijo Dorotea-, porque con los amigos no se ha de
mirar en pocas cosas, y que esté en el hombro o que esté en el
espinazo, importa poco; basta que haya lunar, y esté donde
estuviere, pues todo es una mesma carne; y, sin duda, acertó mi
buen padre en todo, y yo he acertado en encomendarme al
señor don Quijote, que él es por quien mi padre dijo, pues las
señales del rostro vienen con las de la buena fama que este
caballero tiene no sólo en España, pero en toda la Mancha,
pues apenas me hube desembarcado en Osuna, cuando oí decir
tantas hazañas suyas, que luego me dio el alma que era el
mesmo que venía a buscar.
410
Quijote, que ya me cuento y tengo por reina y señora de todo
mi reino, pues él, por su cortesía y magnificencia, me ha
prometido el don de irse conmigo dondequiera que yo le llevare,
que no será a otra parte que a ponerle delante de Pandafilando
de la Fosca Vista , para que le mate y me restituya lo que tan
contra razón me tiene usurpado: que todo esto ha de suceder a
pedir de boca, pues así lo dejó profetizado Tinacrio el Sabidor,
mi buen padre; el cual también dejó dicho y escrito en letras
caldeas, o griegas, que yo no las sé leer, que si este caballero
de la profecía, después de haber degollado al gigante, quisiese
casarse conmigo, que yo me otorgase luego sin réplica alguna
por su legítima esposa, y le diese la posesión de mi reino, junto
con la de mi persona.
411
¿Quién no había de reír de los circustantes, viendo la locura del
amo y la simplicidad del criado? En efecto, Dorotea se las dio, y
le prometió de hacerle gran señor en su reino, cuando el cielo le
hiciese tanto bien que se lo dejase cobrar y gozar.
Agradecióselo Sancho con tales palabras que renovó la risa en
todos.
412
cabeza soberbia con los filos desta... no quiero decir buena
espada, merced a Ginés de Pasamonte, que me llevó la mía.
-Voto a mí, y juro a mí, que no tiene vuestra merced, señor don
Quijote, cabal juicio. Pues, ¿cómo es posible que pone vuestra
merced en duda el casarse con tan alta princesa como
aquésta? ¿Piensa que le ha de ofrecer la fortuna, tras cada
cantillo, semejante ventura como la que ahora se le ofrece? ¿Es,
por dicha, más hermosa mi señora Dulcinea? No, por cierto, ni
aun con la mitad, y aun estoy por decir que no llega a su zapato
de la que está delante. Así, noramala alcanzaré yo el condado
que espero, si vuestra merced se anda a pedir cotufas en el
golfo. Cásese, cásese luego, encomiéndole yo a Satanás, y
tome ese reino que se le viene a las manos de vobis, vobis, y, en
413
siendo rey, hágame marqués o adelantado, y luego, siquiera se
lo lleve el diablo todo.
414
No estaba tan maltrecho Sancho que no oyese todo cuanto su
amo le decía, y, levantándose con un poco de presteza, se fue a
poner detrás del palafrén de Dorotea, y desde allí dijo a su amo:
415
-Con todo eso -dijo don Quijote-, mira, Sancho, lo que hablas,
porque tantas veces va el cantarillo a la fuente..., y no te digo
más.
416
-Pregunte vuestra merced lo que quisiere -respondió Sancho-,
que a todo daré tan buena salida como tuve la entrada. Pero
suplico a vuestra merced, señor mío, que no sea de aquí
adelante tan vengativo.
-Yo lo entendí así -dijo el cura-, y por eso acudí luego a decir lo
que dije, con que se acomodó todo. Pero, ¿no es cosa estraña
ver con cuánta facilidad cree este desventurado hidalgo todas
417
estas invenciones y mentiras, sólo porque llevan el estilo y
modo de las necedades de sus libros?
-Pues otra cosa hay en ello -dijo el cura-: que fuera de las
simplicidades que este buen hidalgo dice tocantes a su locura,
si le tratan de otras cosas, discurre con bonísimas razones y
muestra tener un entendimiento claro y apacible en todo. De
manera que, como no le toquen en sus caballerías, no habrá
nadie que le juzgue sino por de muy buen entendimiento.
418
-Así es como tú dices -dijo don Quijote-, porque el librillo de
memoria donde yo la escribí le hallé en mi poder a cabo de dos
días de tu partida, lo cual me causó grandísima pena, por no
saber lo que habías tú de hacer cuando te vieses sin carta, y
creí siempre que te volvieras desde el lugar donde la echaras
menos.
419
-Todo eso no me descontenta; prosigue adelante -dijo don
Quijote-.
-Pues haz cuenta -dijo don Quijote- que los granos de aquel
trigo eran granos de perlas, tocados de sus manos. Y si miraste,
amigo, el trigo ¿era candeal, o trechel?
420
-¡Discreta señora! -dijo don Quijote-. Eso debió de ser por leerla
despacio y recrearse con ella. Adelante, Sancho: y, en tanto que
estaba en su menester,
-En decir que maldecía mi fortuna dijiste mal -dijo don Quijote-,
porque antes la bendigo y bendeciré todos los días de mi vida,
por haberme hecho digno de merecer amar tan alta señora
como Dulcinea del Toboso.
421
-Pues ¡es verdad -replicó don Quijote- que no acompaña esa
grandeza y la adorna con mil millones y gracias del alma! Pero
no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella,
¿no sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática, y un no sé
qué de bueno, que yo no acierto a dalle nombre? Digo,
-La carta -dijo Sancho- no la leyó, porque dijo que no sabía leer
ni escribir; antes, la rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo
422
que no la quería dar a leer a nadie, porque no se supiesen en el
lugar sus secretos, y que bastaba lo que yo le había dicho de
palabra acerca del amor que vuestra merced le tenía y de la
penitencia extraordinaria que por su causa quedaba haciendo.
Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que le
besaba las manos, y que allí quedaba con más deseo de verle
que de escribirle; y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista
la presente, saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer
disparates, y se pusiese luego luego en camino del Toboso, si
otra cosa de más importancia no le sucediese, porque tenía
gran deseo de ver a vuestra merced. Rióse mucho cuando le
dije como se llamaba vuestra merced el Caballero de la Triste
Figura. Preguntéle si había ido allá el vizcaíno de marras; díjome
que sí, y que era un hombre muy de bien. También le pregunté
por los galeotes, mas díjome que no había visto hasta entonces
alguno.
-Todo va bien hasta agora -dijo don Quijote-. Pero dime: ¿qué
joya fue la que te dio, al despedirte, por las nuevas que de mí le
llevaste? Porque es usada y antigua costumbre entre los
caballeros y damas andantes dar a los escuderos, doncellas o
enanos que les llevan nuevas, de sus damas a ellos, a ellas de
sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimiento
de su recado.
-Bien puede eso ser así, y yo la tengo por buena usanza; pero
eso debió de ser en los tiempos pasados, que ahora sólo se
debe de acostumbrar a dar un pedazo de pan y queso, que esto
423
fue lo que me dio mi señora Dulcinea, por las bardas de un
corral, cuando della me despedí; y aun, por más señas, era el
queso ovejuno.
424
encima de una nube, o sobre un carro de fuego, otro caballero
amigo suyo, que poco antes se hallaba en Ingalaterra, que le
favorece y libra de la muerte, y a la noche se halla en su
posada, cenando muy a su sabor; y suele haber de la una a la
otra parte dos o tres mil leguas. Y todo esto se hace por
industria y sabiduría destos sabios encantadores que tienen
cuidado destos valerosos caballeros. Así que, amigo Sancho, no
se me hace dificultoso creer que en tan breve tiempo hayas ido
y venido desde este lugar al del Toboso, pues, como tengo
dicho, algún sabio amigo te debió de llevar en volandillas, sin
que tú lo sintieses.
425
presto donde está este gigante, y, en llegando, le cortaré la
cabeza, y pondré a la princesa pacíficamente en su estado, y al
punto daré la vuelta a ver a la luz que mis sentidos alumbra, a
la cual daré tales disculpas que ella venga a tener por buena mi
tardanza, pues verá que todo redunda en aumento de su gloria
y fama, pues cuanta yo he alcanzado, alcanzo y alcanzare por
las armas en esta vida, toda me viene del favor que ella me da
y de ser yo suyo.
426
-Mira, Sancho -respondió don Quijote-: si el consejo que me das
de que me case es porque sea luego rey, en matando al
gigante, y tenga cómodo para hacerte mercedes y darte lo
prometido, hágote saber que sin casarme podré cumplir tu
deseo muy fácilmente, porque yo sacaré de adahala, antes de
entrar en la batalla, que, saliendo vencedor della, ya que no me
case, me han de dar una parte del reino, para que la pueda dar
a quien yo quisiere; y, en dándomela, ¿a quién quieres tú que la
dé sino a ti?
427
quiere bien y que es su enamorado? Y, siendo forzoso que los
que fueren se han de ir a hincar de finojos ante su presencia, y
decir que van de parte de vuestra merced a dalle la obediencia,
¿cómo se pueden encubrir los pensamientos de entrambos?
-¡Oh, qué necio y qué simple que eres! -dijo don Quijote-. ¿Tú no
ves, Sancho, que eso todo redunda en su mayor ensalzamiento?
Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería es
gran honra tener una dama muchos caballeros andantes que la
sirvan, sin que se estiendan más sus pensamientos
que a servilla, por sólo ser ella quien es, sin esperar otro premio
de sus muchos y buenos deseos, sino que ella se contente de
acetarlos por sus caballeros.
428
estaba cansado de mentir tanto y temía no le cogiese su amo a
palabras; porque, puesto que él sabía que Dulcinea era una
labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida.
429
pareció que las lamentables voces sonaban, y hallé atado a una
encina a este muchacho que ahora está delante (de lo que me
huelgo en el alma, porque será testigo que no me dejará mentir
en nada); digo que estaba atado a la encina, desnudo del
medio cuerpo arriba, y estábale abriendo a azotes con las
riendas de una yegua un villano, que después supe que era amo
suyo; y, así como yo le vi, le pregunté la causa de
430
-¿Cómo al revés? -replicó don Quijote-; luego, ¿no te pagó el
villano?
431
-Así es la verdad -dijo Andrés-, pero no aprovechó nada.
432
Sacó de su repuesto Sancho un pedazo de pan y otro de queso,
y, dándoselo al mozo, le dijo:
433
Capítulo XXXII: Que trata de lo que sucedió en la venta a toda
la cuadrilla de don Quijote
434
mostrase en su misma forma, y dijese a don Quijote que
cuando le despojaron los ladrones galeotes se habían venido a
aquella venta huyendo; y que si preguntase por el escudero de
la princesa, le dirían que ella le había enviado adelante a dar
aviso a los de su reino como ella iba y llevaba consigo el
libertador de todos. Con esto, dio de buena gana la cola a la
ventera el barbero, y asimismo le volvieron todos los
adherentes que había prestado para la libertad de don Quijote.
Espantáronse todos los de la venta de la hermosura de
Dorotea, y aun del buen talle del zagal Cardenio. Hizo el cura
que les aderezasen de comer de lo que en la venta hubiese, y el
huésped, con esperanza de mejor paga, con diligencia les
aderezó una razonable comida; y a todo esto dormía don
Quijote, y fueron de parecer de no despertalle, porque más
provecho le haría por entonces el dormir que el comer.
435
dos o tres dellos, con otros papeles, que verdaderamente me
han dado la vida, no sólo a mí, sino a otros muchos. Porque,
cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí, las fiestas,
muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el
cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél
más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto que
nos quita mil canas; a lo menos, de mí sé decir que cuando oyo
decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros
pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querría
estar oyéndolos noches y días.
436
gusta, sino de las lamentaciones que los caballeros hacen
cuando están ausentes de sus señoras: que en verdad que
algunas veces me hacen llorar de compasión que les tengo.
437
grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos de mano.
El primer libro que abrió vio que era Don Cirongilio de Tracia; y
el otro, de Felixmarte de Hircania; y el otro, la Historia del Gran
Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego
García de Paredes. Así como el cura leyó los dos títulos
primeros, volvió el rostro al barbero y dijo:
438
de Córdoba, el cual, por sus muchas y grandes hazañas,
mereció ser llamado de todo el mundo Gran Capitán, renombre
famoso y claro, y dél sólo merecido. Y este Diego García de
Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de
Trujillo, en Estremadura, valentísimo soldado, y de tantas
fuerzas naturales que detenía con un dedo una rueda de molino
en la mitad de su furia; y, puesto con un montante en la entrada
de una puente, detuvo a todo un innumerable ejército, que no
pasase por ella; y hizo otras tales cosas que, como si él las
cuenta y las escribe él asimismo, con la modestia de caballero y
de coronista propio, las escribiera otro, libre y desapasionado,
pusieran en su olvido las de los Hétores, Aquiles y Roldanes.
439
como la vio, se arrojó sobre ella, y se puso a horcajadas encima
de sus escamosas espaldas, y le apretó con ambas manos la
garganta, con tanta fuerza que, viendo la serpiente que la iba
ahogando, no tuvo otro remedio sino dejarse ir a lo hondo del
río, llevándose tras sí al caballero, que nunca la quiso soltar? Y,
cuando llegaron allá bajo, se halló en unos palacios y en unos
jardines tan lindos que era maravilla; y luego la sierpe se volvió
en un viejo anciano, que le dijo tantas de cosas que no hay más
que oír. Calle, señor, que si oyese esto, se volvería loco de
placer. ¡Dos higas para el Gran Capitán y para ese Diego García
que dice!
440
fueron en el mundo, ni tales hazañas ni disparates acontecieron
en él.
441
este entretanto creed, señor ventero, lo que os he dicho, y
tomad vuestros libros, y allá os avenid con sus verdades o
mentiras, y buen provecho os hagan, y quiera Dios que no
cojeéis del pie que cojea vuestro huésped don Quijote.
-Esperad, que quiero ver qué papeles son esos que de tan
buena letra están escritos.
442
-Cierto que no me parece mal el título desta novela, y que me
viene voluntad de leella toda.
-Vos tenéis mucha razón, amigo -dijo el cura-, mas, con todo
eso, si la novela
443
-Pues desa manera -dijo el cura-, quiero leerla, por curiosidad
siquiera; quizá tendrá alguna de gusto.
444
andaban tan a una sus voluntades, que no había concertado
reloj que así lo anduviese.
»Los primeros días, como todos los de boda suelen ser alegres,
continuó Lotario, como solía, la casa de su amigo Anselmo,
procurando honralle, festejalle y regocijalle con todo aquello
que a él le fue posible; pero, acabadas las bodas y sosegada ya
la frecuencia de las visitas y parabienes, comenzó Lotario a
descuidarse con cuidado de las idas en casa de Anselmo, por
parecerle a él -como es razón que parezca a todos los que
fueren discretos- que no se han de visitar ni continuar las casas
de los amigos casados de la misma manera que cuando eran
solteros; porque, aunque la buena y verdadera amistad no
puede ni debe de ser sospechosa en nada, con todo esto, es tan
445
delicada la honra del casado, que parece que se puede ofender
aun de los mesmos hermanos, cuanto más de los amigos.
446
hermosa, tanto cuidado había de tener qué amigos llevaba a su
casa como en mirar con qué amigas su mujer conversaba,
porque lo que no se hace ni concierta en las plazas, ni en los
templos, ni en las fiestas públicas, ni estaciones -cosas que no
todas veces las han de negar los maridos a sus mujeres-, se
concierta y facilita en casa de la amiga o la parienta de quien
más satisfación se tiene.
447
todavía no quería poner en duda su crédito ni el de su amigo, y
por esto los más de los días del concierto los ocupaba y
entretenía en otras cosas, que él daba a entender ser
inexcusables. Así que, en quejas del uno y disculpas del otro se
pasaban muchos ratos y partes del día.
»Sucedió, pues, que uno que los dos se andaban paseando por
un prado fuera de la ciudad, Anselmo dijo a Lotario las
semejantes razones:
Pues con todas estas partes, que suelen ser el todo con que los
hombres suelen y pueden vivir contentos, vivo yo el más
despechado y el más desabrido hombre de todo el universo
mundo; porque no sé qué días a esta parte me fatiga y aprieta
un deseo tan estraño, y tan fuera del uso común de otros, que
yo me maravillo de mí mismo, y me culpo y me riño a solas, y
procuro callarlo y encubrirlo de mis proprios pensamientos; y
así me ha sido posible salir con este secreto como si de
industria procurara decillo a todo el mundo. Y, pues que, en
efeto, él ha de salir a plaza,quiero que sea en la del archivo de
448
tu secreto, confiado que, con él y con la diligencia que pondrás,
como mi amigo verdadero, en remediarme, yo me veré presto
libre de la angustia que me causa, y llegará mi alegría por tu
solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura.
449
Porque, ¿qué hay que agradecer -decía él- que una mujer sea
buena, si nadie le dice que sea mala? ¿Qué mucho que esté
recogida y temerosa la que no le dan ocasión para que se
suelte, y la que sabe que tiene marido que, en cogiéndola en la
primera desenvoltura, la ha de quitar la vida? Ansí que, la que
es buena por temor, o por falta de lugar, yo no la quiero tener
en aquella estima en que tendré a la solicitada y perseguida
que salió con la corona del vencimiento. De modo que, por
estas razones y por otras muchas que te pudiera decir para
acreditar y fortalecer la opinión que tengo, deseo que Camila,
mi esposa, pase por estas dificultades y se acrisole y quilate en
el fuego de verse requerida y solicitada, y de quien tenga valor
para poner en ella sus deseos; y si ella sale, como creo que
saldrá, con la palma desta batalla, tendré yo por sin igual mi
ventura; podré yo decir que está colmo el vacío de mis deseos;
diré que me cupo en suerte la mujer fuerte, de quien el Sabio
dice que ¿quién la hallará? Y, cuando esto suceda al revés de lo
que pienso, con el gusto de ver que acerté en mi opinión, llevaré
sin pena la que de razón podrá causarme mi tan costosa
experiencia.
450
honesta, honrada, recogida y desinteresada. Y muéveme, entre
otras cosas, a fiar de ti esta tan ardua empresa, el ver que si de
ti es vencida Camila, no ha de llegar el vencimiento a todo
trance y rigor, sino a sólo a tener por hecho lo que se ha de
hacer, por buen respeto; y así, no quedaré yo ofendido más de
con el deseo, y mi injuria quedará escondida en la virtud de tu
silencio, que bien sé que en lo que me tocare ha de ser eterno
como el de la muerte. Así que, si quieres que yo tenga vida que
pueda decir que lo es, desde luego has de entrar en esta
451
está en que yo pienso que no eres el Anselmo que solías, y tú
debes de haber pensado que tampoco yo soy el Lotario que
debía ser, porque las cosas que me has dicho, ni son de aquel
Anselmo mi amigo, ni las que me pides se han de pedir a aquel
Lotario que tú conoces; porque los buenos amigos han de
probar a sus amigos y valerse dellos, como dijo un poeta, usque
ad aras; que quiso decir que no se habían de valer de su
amistad en cosas que fuesen contra Dios. Pues, si esto sintió un
gentil de la amistad, ¿cuánto mejor es que lo sienta el cristiano,
que sabe que por ninguna humana ha de perder la amistad
divina? Y cuando el amigo tirase tanto la barra que pusiese
aparte los respetos del cielo por acudir a los de su amigo, no ha
de ser por cosas ligeras y de poco momento, sino por aquellas
en que vaya la honra y la vida de su amigo. Pues dime tú ahora,
Anselmo: ¿cuál destas dos cosas tienes en peligro para que yo
me aventure a complacerte y a hacer una cosa tan detestable
como me pides? Ninguna, por cierto; antes, me pides, según yo
entiendo, que procure y solicite quitarte la honra y la vida, y
quitármela a mí juntamente. Porque si yo he de procurar
quitarte la honra, claro está que te quito la vida, pues el hombre
sin honra peor es que un muerto; y, siendo yo el instrumento,
como tú quieres que lo sea, de tanto mal tuyo, ¿no vengo a
quedar deshonrado, y, por el mesmo consiguiente, sin vida?
452
que te ha pedido tu deseo; que tiempo quedará para que tú me
repliques y yo te escuche.
453
deste rigor la amistad que te tengo, la cual no consiente que te
deje puesto en tan manifiesto peligro de perderte.
454
diversidad de climas, tanta estrañeza de gentes, por adquirir
estos que llaman bienes de fortuna. Y las que se intentan por
Dios y por el mundo juntamente son aquellas de los valerosos
soldados, que apenas veen en el contrario muro abierto tanto
espacio cuanto es el que pudo hacer una redonda bala de
artillería, cuando, puesto aparte todo temor, sin hacer discurso
ni advertir al manifiesto peligro que les amenaza, llevados en
vuelo de las alas del deseo de volver por su fe, por su nación y
por su rey, se arrojan intrépidamente por la mitad de mil
contrapuestas muertes que los esperan.
455
Crece el dolor y crece la vergüenza
456
ayunque y un martillo, y allí, a pura fuerza de golpes y brazos,
probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y más, si lo
pusieses por obra; que, puesto caso que la piedra hiciese
resistencia a tan necia prueba, no por eso se le añadiría más
valor ni más fama; y si se
rompiese, cosa que podría ser, ¿no se perdería todo? Sí, por
cierto, dejando a su dueño en estimación de que todos le
tengan por simple. Pues haz cuenta, Anselmo amigo, que
Camila es fínisimo diamante, así en tu estimación como en la
ajena, y que no es razón ponerla en contingencia de que se
quiebre, pues, aunque se quede con su entereza, no puede subir
a más valor del que ahora tiene; y si faltase y no resistiese,
considera desde ahora cuál quedarías sin ella, y con cuánta
razón te podrías quejar de ti mesmo, por haber sido causa de
su perdición y la tuya. Mira que no hay joya en el mundo que
tanto valga como la mujer casta y honrada, y que todo el honor
de las mujeres consiste en la opinión buena que dellas se tiene;
y, pues la de tu esposa es tal que llega al estremo de bondad
que sabes, ¿para qué quieres poner esta verdad en duda? Mira,
amigo, que la mujer es animal imperfecto, y que no se le han de
poner embarazos donde tropiece y caiga, sino quitárselos y
despejalle el camino de cualquier inconveniente, para que sin
pesadumbre corra ligera a alcanzar la perfeción que le falta,
que consiste en el ser virtuosa. Cuentan los naturales que el
arminio es un animalejo que tiene una piel blanquísima, y que
457
cuando quieren cazarle, los cazadores usan deste artificio: que,
sabiendo las partes por donde suele pasar y acudir, las atajan
con lodo, y después, ojeándole, le encaminan hacia aquel lugar,
y así como el arminio llega al lodo, se está quedo y se deja
prender y cautivar, a trueco de no pasar por el cieno y perder y
ensuciar su blancura, que la estima en más que la libertad y la
vida. La honesta y casta mujer es arminio, y es más que nieve
blanca y limpia la virtud de la honestidad; y el que quisiere que
no la pierda, antes la guarde y conserve, ha de usar de otro
estilo diferente que con el arminio se tiene, porque no le han de
poner delante el cieno de los regalos y servicios de los
importunos amantes, porque quizá, y aun sin quizá, no tiene
tanta virtud y fuerza natural que pueda por sí mesma atropellar
y pasar por aquellos embarazos, y es necesario quitárselos y
ponerle delante la limpieza de la virtud y la belleza que encierra
en sí la buena fama. Es asimesmo la buena mujer como espejo
de cristal luciente y claro; pero está sujeto a empañarse y
escurecerse con cualquiera aliento que le toque. Hase de usar
con la honesta mujer el estilo que con las reliquias: adorarlas y
no tocarlas. Hase de guardar y estimar la mujer buena como se
guarda y estima un hermoso jardín que está lleno de flores y
rosas, cuyo dueño no consiente que nadie le pasee ni manosee;
basta que desde lejos, y por entre las verjas de hierro, gocen de
su fragrancia y hermosura. Finalmente, quiero decirte unos
versos que se me han venido a la memoria, que los oí en una
comedia moderna, que me parece que hacen al propósito de lo
que vamos tratando. Aconsejaba un prudente viejo a otro,
458
padre de una doncella, que la recogiese, guardase y encerrase,
y entre otras razones, le dijo éstas:
Es de vidrio la mujer;
a peligro de romperse
459
en ella alguna liviandad que me dio atrevimiento a descubrirle
mi mal deseo; y, teniéndose por deshonrada, te toca a ti, como
a cosa suya, su mesma deshonra. Y de aquí nace lo que
comúnmente se platica: que el marido de la mujer adúltera,
puesto que él no lo sepa ni haya dado ocasión para que su
mujer no sea la que debe, ni haya sido en su mano, ni en su
descuido y poco recato estorbar su desgracia, con todo, le
llaman y le nombran con nombre de vituperio y bajo; y en cierta
manera le miran, los que la maldad de su mujer saben, con ojos
de menosprecio, en cambio de mirarle con los de lástima,
viendo que no por su culpa, sino por el gusto de su mala
compañera, está en aquella desventura. Pero quiérote decir la
causa por que con justa razón es deshonrado el marido de la
mujer mala, aunque él no sepa que lo es, ni tenga culpa, ni haya
sido parte, ni dado ocasión, para que ella lo sea. Y no te canses
de oírme, que todo ha de redundar en tu provecho. Cuando Dios
crió a nuestro primero padre en el Paraíso terrenal, dice la
Divina Escritura que infundió Dios sueño en Adán, y que,
estando durmiendo, le sacó
460
tanta fuerza y virtud este milagroso sacramento, que hace
que dos diferentes personas sean una mesma carne; y
aún hace más en los buenos casados, que, aunque tienen dos
almas, no tienen más de una voluntad. Y de aquí viene que,
como la carne de la esposa sea una mesma con la del esposo,
las manchas que en ella caen, o los defectos que se procura,
redundan en la carne del marido, aunque él no haya dado,
como queda dicho, ocasión para aquel daño. Porque, así como
el dolor del pie o de cualquier miembro del cuerpo humano le
siente todo el cuerpo, por ser todo de una carne mesma, y la
cabeza siente el daño del tobillo, sin que ella se le haya
causado, así el marido es participante de la deshonra de la
mujer, por ser una mesma cosa con ella. Y como las honras y
deshonras del mundo sean todas y nazcan de carne y sangre, y
las de la mujer mala sean deste género, es forzoso que al
marido le quepa parte dellas, y sea tenido por deshonrado sin
que él lo sepa. Mira, pues, ¡oh Anselmo!, al peligro que te pones
en querer turbar el sosiego en que tu buena esposa vive. Mira
por cuán vana e impertinente curiosidad quieres revolver los
humores que ahora están sosegados en el pecho de tu casta
esposa. Advierte que lo que aventuras a ganar es poco, y que lo
que perderás será tanto que lo dejaré en su punto, porque me
faltan palabras para encarecerlo. Pero si todo cuanto he dicho
no basta a moverte de tu mal propósito, bien puedes buscar
otro instrumento de tu deshonra y desventura, que yo no pienso
serlo, aunque por ello pierda tu amistad, que es la mayor
pérdida que imaginar puedo.
461
»Calló, en diciendo esto, el virtuoso y prudente Lotario, y
Anselmo quedó tan confuso y pensativo que por un buen
espacio no le pudo responder palabra; pero, en fin, le dijo:
462
intención de Camila en tanto que la solicitares, importa poco o
nada, pues con brevedad, viendo en ella la entereza que
esperamos, le podrás decir la pura verdad de nuestro artificio,
con que volverá tu crédito al ser primero. Y, pues tan poco
aventuras y tanto contento me puedes dar aventurándote, no lo
dejes de hacer, aunque más inconvenientes se te pongan
delante, pues, como ya he dicho, con sólo que comiences daré
por concluida la causa.
463
todo se ofreció Lotario, bien con diferente intención que
Anselmo pensaba.
464
comer. Viose Lotario puesto en la estacada que su amigo
deseaba y con el enemigo delante, que pudiera vencer con sola
su hermosura a un escuadrón de caballeros armados: mirad si
era razón que le temiera Lotario.
465
siéndolo él de tinieblas, y, poniéndole delante apariencias
buenas, al cabo descubre quién es y sale con su intención, si a
los principios no es descubierto su engaño. Todo esto le
contentó mucho a Anselmo, y dijo que cada día daría el mesmo
lugar, aunque no saliese de casa, porque en ella se ocuparía en
cosas que Camila no pudiese venir en conocimiento de su
artificio.
compréis joyas con que cebarla; que las mujeres suelen ser
aficionadas, y más si son hermosas, por más castas que sean, a
esto de traerse bien y andar galanas; y si ella resiste a esta
tentación, yo quedaré satisfecho y no os daré más
pesadumbre.
466
»Lotario respondió que ya que había comenzado, que él llevaría
hasta el fin aquella empresa, puesto que entendía salir della
cansado y vencido. Otro día recibió los cuatro mil escudos, y
con ellos cuatro mil confusiones, porque no sabía qué decirse
para mentir de nuevo; pero, en efeto, determinó de decirle que
Camila estaba tan entera a las dádivas y promesas como a las
palabras, y que no había para qué cansarse más, porque todo
el tiempo se gastaba en balde.
467
doy a entender que aun las primeras le tienes por decir; y si
esto es así, como sin duda lo es, ¿para qué me engañas, o por
qué quieres quitarme con tu industria los medios que yo podría
hallar para conseguir mi deseo?
»No dijo más Anselmo, pero bastó lo que había dicho para dejar
corrido y confuso a Lotario; el cual, casi como tomando por
punto de honra el haber sido hallado en mentira, juró a Anselmo
que desde aquel momento tomaba tan a su cargo el contentalle
y no mentille, cual lo vería si con curiosidad lo espiaba; cuanto
más, que no sería menester usar de ninguna diligencia, porque
la que él pensaba poner en satisfacelle le quitaría de toda
sospecha. Creyóle Anselmo, y para dalle comodidad más
segura y menos sobresaltada, determinó de hacer ausencia de
su casa por ocho días, yéndose a la de un amigo suyo, que
estaba en una aldea, no lejos de la ciudad, con el cual amigo
concertó que le enviase a llamar con muchas veras, para tener
ocasión con Camila de su partida.
468
ajustándola en todo con la tuya y con la del cielo. Pues si la
mina de su honor, hermosura, honestidad y recogimiento te da
sin ningún trabajo toda la riqueza que tiene y tú puedes desear,
¿para qué quieres ahondar la tierra y buscar nuevas vetas de
nuevo y nunca visto tesoro, poniéndote a peligro que toda
venga abajo, pues, en fin, se sustenta sobre los débiles arrimos
de su flaca naturaleza? Mira que el que busca lo imposible es
justo que lo posible se le niegue, como lo dijo mejor un poeta,
diciendo:
469
obedecelle. Camila dijo que ansí lo haría, aunque contra su
voluntad.
»En los tres días primeros nunca Lotario le dijo nada, aunque
pudiera, cuando se levantaban los manteles y la gente se iba a
comer con mucha priesa, porque así se lo tenía mandado
Camila. Y aun tenía orden Leonela que comiese primero que
Camila, y que de su lado jamás se quitase; mas ella, que en
otras cosas de su gusto tenía puesto el pensamiento y había
menester aquellas horas y aquel lugar para ocuparle en sus
contentos, no cumplía todas veces el mandamiento de su
señora; antes, los dejaba solos, como si aquello le hubieran
mandado. Mas la honesta presencia de Camila, la gravedad de
su rostro, la compostura de su persona era tanta, que ponía
freno a la lengua de Lotario.
470
de los dos, porque si la lengua callaba, el pensamiento discurría
y tenía lugar de contemplar, parte por parte, todos los estremos
de bondad y de hermosura que Camila tenía, bastantes a
enamorar una estatua de mármol, no que un corazón de carne.
471
donde estaba y entrarse a su aposento, sin respondelle palabra
alguna. Mas no por esta sequedad se desmayó en Lotario la
esperanza, que siempre nace juntamente con el amor; antes,
tuvo en más a Camila. La cual, habiendo visto en Lotario lo que
jamás pensara, no sabía qué hacerse. Y, pareciéndole no ser
cosa segura ni bien hecha darle ocasión ni lugar a que otra vez
la hablase, determinó de enviar aquella mesma noche,
472
por lo que a vos os toca; y, pues sois discreto, no tengo más
que deciros, ni aun es bien que más os diga.
473
Lotario, el cual cargó la mano de manera que comenzó a
titubear la firmeza de Camila, y su honestidad tuvo harto que
hacer en acudir a los ojos, para que no diesen muestra de
alguna amorosa compasión que las lágrimas y las razones de
Lotario en su pecho habían despertado.
474
no se la pudieron encubrir los dos malos amigos y nuevos
amantes. No quiso Lotario decir a Camila la pretensión de
Anselmo, ni que él le había dado lugar para llegar a aquel
punto, porque no tuviese en menos su amor y pensase que así,
acaso y sin pensar, y no de propósito, la había solicitado.
475
piélago de nuevos inconvenientes, ni quieras hacer experiencia
con otro piloto de la bondad y fortaleza del navío que el cielo te
dio en suerte para que en él pasases la mar deste mundo, sino
haz cuenta que estás ya en seguro puerto, y aférrate con las
áncoras de la buena consideración, y déjate estar hasta que te
vengan a pedir la deuda que no hay hidalguía humana que de
pagarla se
escuse.
476
que los versos yo los haré; si no tan buenos como el subjeto
merece, serán, por lo menos, los mejores que yo pudiere.
»Otro día, estando los tres sobre mesa, rogó Anselmo a Lotario
dijese alguna cosa de las que había compuesto a su amada
Clori; que, pues Camila no la conocía, seguramente podía decir
lo que quisiese.
477
»-Aunque la conociera -respondió Lotario-, no encubriera yo
nada, porque cuando algún amante loa a su dama de hermosa
y la nota de cruel, ningún oprobrio hace a su buen crédito. Pero,
sea lo que fuere, lo que sé decir, que ayer hice un soneto a la
ingratitud desta Clori, que dice ansí:
Soneto
478
»-Luego, ¿todo aquello que los poetas enamorados dicen es
verdad?
»Y así, con el gusto que de sus cosas tenía, y más, teniendo por
entendido que sus deseos y escritos a ella se encaminaban, y
que ella era la verdadera Clori , le rogó que si otro soneto o
otros versos sabía, los dijese:
Soneto
479
Podré yo verme en la región de olvido, de vida y gloria y de
favor desierto,
480
»-No te dé pena eso, señora mía -respondió Leonela-, que no
está la monta, ni es causa para menguar la estimación, darse lo
que se da presto, si, en efecto, lo que se da es bueno, y ello por
sí digno de estimarse. Y aun suele decirse que el que luego da,
da dos veces.
481
Todo esto sé yo muy bien, más de experiencia que de oídas, y
algún día te lo diré, señora, que yo también soy de carne y de
sangre moza. Cuanto más, señora Camila, que no te entregaste
ni diste tan luego, que primero no hubieses visto en los ojos, en
los suspiros, en las razones y en las promesas y dádivas de
Lotario toda su alma, viendo en ella y en sus virtudes cuán
digno era Lotario de ser amado. Pues si esto es ansí, no te
asalten la imaginación esos escrupulosos y melindrosos
pensamientos, sino asegúrate que Lotario te estima como tú le
estimas a él, y vive con contento y satisfación de que, ya que
caíste en el lazo amoroso, es el que te aprieta de valor y de
estima. Y que no sólo tiene las cuatro eses que dicen que han
de tener los buenos enamorados, sino todo un ABC entero: si
no, escúchame y verás como te le digo de coro. Él es, según yo
veo y a mí me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso,
enamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble,
onesto, principal, quantioso, rico, y las eses que dicen; y luego,
tácito, verdadero. La X no le cuadra, porque es letra áspera; la
Y ya está dicha; la Z, zelador de tu honra.
482
que sí pasaban; porque es cosa ya cierta que los descuidos de
las señoras quitan la vergüenza a las criadas, las cuales,
cuando ven a las amas echar traspiés, no se les da nada a ellas
de cojear, ni de que lo sepan.
»No pudo hacer otra cosa Camila sino rogar a Leonela no dijese
nada de su hecho al que decía ser su amante, y que tratase sus
cosas con secreto, porque no viniesen a noticia de Anselmo ni
de Lotario. Leonela respondió que así lo haría, mas cumpliólo de
manera que hizo cierto el temor de Camila de que por ella había
de perder su crédito. Porque la deshonesta y atrevida Leonela,
después que vio que el proceder de su ama no era el que solía,
atrevióse a
»Pero no los pudo quitar que Lotario no le viese una vez salir, al
romper del alba; el cual, sin conocer quién era, pensó primero
que debía de ser alguna fantasma; mas, cuando le vio caminar,
483
embozarse y encubrirse con cuidado y recato, cayó de su
simple pensamiento y dio en otro, que fuera la perdición de
todos si Camila no lo remediara. Pensó Lotario que aquel
hombre que había visto salir tan a deshora de casa de Anselmo
no había entrado en ella por Leonela, ni aun se acordó si
Leonela era en el mundo; sólo creyó que Camila, de la misma
manera que había sido fácil y ligera con él, lo era para otro; que
estas añadiduras trae consigo la maldad de la mujer mala: que
pierde el crédito de su honra con el mesmo a quien se entregó
rogada y persuadida, y cree que con mayor facilidad se
entrega a otros, y da infalible crédito a cualquiera sospecha
que desto le venga. Y no parece sino que le faltó a Lotario en
este punto todo su buen entendimiento, y se le fueron de la
memoria todos sus advertidos discursos, pues, sin hacer alguno
que bueno fuese, ni aun razonable, sin más ni más, antes que
Anselmo se levantase, impaciente y ciego de la celosa rabia
que las entrañas le roía, muriendo por vengarse de Camila, que
en ninguna cosa le había ofendido, se fue a Anselmo y le dijo:
484
ansimismo, que ella, si fuera la que debía y la que entrambos
pensábamos, ya te hubiera dado cuenta de mi solicitud, pero,
habiendo visto que se tarda, conozco que son verdaderas las
promesas que me ha dado de que, cuando otra vez hagas
ausencia de tu casa, me hablará en la recámara, donde está el
repuesto de tus alhajas -y era la verdad, que allí le solía hablar
Camila-; y no quiero que precipitosamente corras a hacer
alguna venganza, pues no está aún cometido el pecado sino
con pensamiento, y podría ser que, desde éste hasta el tiempo
de ponerle por obra, se mudase el de Camila y naciese en su
lugar el arrepentimiento. Y así, ya que, en todo o en parte, has
seguido siempre mis consejos, sigue y guarda uno que
485
vencimiento. Callando estuvo por un buen espacio, mirando al
suelo sin mover pestaña, y al cabo dijo:
486
»Al principio que Camila esto decía creyó Lotario que era
artificio para desmentille que el hombre que había visto salir
era de Leonela, y no suyo; pero, viéndola llorar y afligirse, y
pedirle remedio, vino a creer la verdad, y, en creyéndola, acabó
de estar confuso y arrepentido del todo.
487
adelante los dos se gozasen sin sobresalto alguno; y, sin
declararle del todo su pensamiento, le advirtió que tuviese
cuidado que, en estando Anselmo escondido, él viniese cuando
Leonela le llamase, y que a cuanto ella le dijese le respondiese
como respondiera aunque no supiera que Anselmo le
escuchaba. Porfió Lotario que le acabase de declarar su
intención, porque con más seguridad y aviso guardase todo lo
que viese ser necesario.
488
»-¡Ay, Leonela amiga! ¿No sería mejor que, antes que llegase a
poner en ejecución lo que no quiero que sepas, porque no
procures estorbarlo, que tomases la daga de Anselmo, que te
he pedido, y pasases con ella este infame pecho mío? Pero no
hagas tal, que no será razón que yo lleve la pena de la ajena
culpa. Primero quiero saber qué es lo que vieron en mí los
atrevidos y deshonestos ojos de Lotario que fuese causa de
darle atrevimiento a descubrirme un tan mal deseo como es el
que me ha descubierto, en desprecio de su amigo y en
deshonra mía. Ponte, Leonela, a esa ventana y llámale, que, sin
duda alguna, él debe de estar en la calle, esperando poner en
efeto su mala
489
pienso que quieres hacer, ¿qué hemos de hacer dél después de
muerto?
490
Poco tardó en volver de su desmayo Camila; y, al volver en sí,
dijo:
491
en condición, como ya le he puesto, que me tenga por
deshonesta y mala, siquiera este tiempo que he de tardar en
desengañarle? Mejor fuera, sin duda; pero no quedara yo
vengada, ni la honra de mi marido satisfecha, si tan a manos
lavadas y tan a paso llano se volviera a salir de donde sus
malos pensamientos le entraron.
Limpia entré en poder del que el cielo me dio por mío, limpia he
de salir dél; y, cuando mucho, saldré bañada en mi casta
492
sangre, y en la impura del más falso amigo que vio la amistad
en el mundo.
493
y en qué opinión le tienes; y lo segundo, quiero saber también si
me conoces a mí.
»No era tan ignorante Lotario que, desde el primer punto que
Camila le dijo que hiciese esconder a Anselmo, no hubiese dado
en la cuenta de lo que ella pensaba hacer; y así, correspondió
con su intención tan discretamente, y tan a tiempo, que hicieran
los dos pasar aquella mentira por más que cierta verdad; y así,
respondió a Camila desta manera:
494
»-Si eso confiesas -respondió Camila-, enemigo mortal de todo
aquello que justamente merece ser amado, ¿con qué rostro
osas parecer ante quien sabes que es el espejo donde se mira
aquel en quien tú te debieras mirar, para que vieras con cuán
poca ocasión le agravias? Pero ya cayo, ¡ay, desdichada de mí!,
en la cuenta de quién te ha hecho tener tan poca con lo que a ti
mismo debes, que debe de haber sido alguna desenvoltura mía,
que no quiero llamarla deshonestidad, pues no habrá procedido
de deliberada determinación, sino de algún descuido de los que
las mujeres que piensan que no tienen de quién recatarse
suelen hacer inadvertidamente. Si no, dime: ¿cuándo, ¡oh
traidor!,
495
sacrificio que pienso hacer a la ofendida honra de mi tan
honrado marido, agraviado de ti con el mayor cuidado que te
ha sido posible, y de mí también con el poco recato que he
tenido del huir la ocasión, si alguna te di, para favorecer y
canonizar tus malas intenciones. Torno a decir que la sospecha
que tengo que algún descuido mío engendró en ti tan
desvariados pensamientos es la que más me fatiga, y la que yo
más deseo castigar con mis propias manos, porque,
castigándome otro verdugo, quizá sería más pública mi culpa;
pero, antes que esto haga, quiero matar muriendo, y llevar
conmigo quien me acabe de satisfacer el deseo de la venganza
que espero y tengo, viendo allá, dondequiera que fuere, la pena
que da la justicia desinteresada y que no se dobla al que en
términos tan desesperados me ha puesto.
496
Y, haciendo fuerza para soltar la mano de la daga, que Lotario
la tenía asida, la sacó, y, guiando su punta por parte que
pudiese herir no profundamente, se la entró y escondió por más
arriba de la islilla del lado izquierdo, junto al hombro, y luego se
dejó caer en el suelo, como desmayada.
497
estuviese sana. Él respondió que dijesen lo que quisiesen, que él
no estaba para dar consejo que de provecho fuese; sólo le dijo
que procurase tomarle la sangre, porque él se iba adonde
gentes no le viesen. Y, con muestras de mucho dolor y
sentimiento, se salió de casa; y, cuando se vio solo y en parte
donde nadie le veía, no cesaba de hacerse cruces,
maravillándose de la industria de Camila y de los ademanes tan
proprios de Leonela. Consideraba cuán enterado había de
quedar Anselmo de que tenía por mujer a una segunda Porcia, y
deseaba verse con él para celebrar los dos la mentira y la
verdad más disimulada que jamás pudiera imaginarse.
498
»Respondió Camila que le parecía muy bien su parecer y que
ella le seguiría; pero que en todo caso convenía buscar qué
decir a Anselmo de la causa de aquella herida, que él no podría
dejar de ver; a lo que Leonela respondía que ella, ni aun
burlando, no sabía mentir.
499
Lotario, congratulándose con él de la margarita preciosa que
había hallado en el desengaño de la bondad de su esposa.
Tuvieron cuidado las dos de darle lugar y comodidad a que
saliese, y él, sin perdella, salió y luego fue a buscar a Lotario, el
cual hallado, no se puede buenamente contar los abrazos que le
dio, las cosas que de su contento le dijo, las alabanzas que dio
a Camila. Todo lo cual escuchó Lotario sin poder dar muestras
de alguna alegría, porque se le representaba a la memoria cuán
engañado estaba su amigo y cuán injustamente él le agraviaba.
Y, aunque Anselmo veía que Lotario no se alegraba, creía ser la
causa por haber dejado a Camila herida y haber él sido la
causa; y así, entre otras razones, le dijo que no tuviese pena del
suceso de Camila, porque, sin duda, la herida era ligera, pues
quedaban de concierto de encubrírsela a él; y que, según esto,
no había de qué temer, sino que de allí adelante se gozase y
alegrase con él, pues por su industria y medio él se veía
levantado a la más alta felicidad que acertara desearse, y
quería que no fuesen otros sus entretenimientos que en hacer
versos en alabanza de Camila, que la hiciesen eterna en la
memoria de los siglos venideros. Lotario alabó su buena
determinación y dijo que él, por su parte, ayudaría a levantar
tan ilustre edificio.
500
rostro, al parecer, torcido, aunque con alma risueña. Duró este
engaño algunos días, hasta que, al cabo de pocos meses, volvió
Fortuna su rueda y salió a plaza la maldad con tanto artificio
hasta allí cubierta, y a Anselmo le costó la vida su impertinente
curiosidad.»
501
-¡Tente, ladrón, malandrín, follón, que aquí te tengo, y no te ha
de valer tu cimitarra!
502
verdaderamente estuviera peleando con algún gigante. Y es lo
bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo
y soñando que estaba en batalla con el gigante; que fue tan
intensa la imaginación de la aventura que iba a fenecer, que le
hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón, y que ya
estaba en la pelea con su enemigo. Y había dado tantas
cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante,
que todo el aposento estaba lleno de vino; lo cual visto por el
ventero, tomó tanto enojo que arremetió con don Quijote, y a
puño cerrado le comenzó a dar tantos golpes que si Cardenio
503
cabeza que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre corría
del cuerpo como de una fuente.
504
os di, pues, con el ayuda del alto Dios y con el favor de aquella
por quien yo vivo y respiro, tan bien la he cumplido.
505
de la caballería andantesca. Y ahora, por su respeto, vino
estotro señor y me llevó mi cola, y hámela vuelto con más de
dos cuartillos de daño, toda pelada, que no puede servir para lo
que la quiere mi marido. Y, por fin y remate de todo, romperme
mis cueros y derramarme mi vino; que derramada le vea yo su
sangre. ¡Pues no se piense; que, por los huesos de mi padre y
por el siglo de mi madre, si no me lo han de pagar un cuarto
sobre otro, o no me llamaría yo como me llamo ni sería hija de
quien soy!
506
tuviese pena, que todo se haría bien y sucedería a pedir de
boca.
507
de abrirla; y tanta fuerza hizo, que la abrió, y entró dentro a
tiempo que vio que un hombre saltaba por la ventana a la calle;
y, acudiendo con presteza a alcanzarle o conocerle, no pudo
conseguir lo uno ni lo otro, porque Leonela se abrazó con él,
diciéndole:
508
»Fue luego a ver a Camila y a decirle, como le dijo, todo aquello
que con su doncella le había pasado, y la palabra que le había
dado de decirle grandes cosas y de importancia. Si se turbó
Camila o no, no hay para qué decirlo, porque fue tanto el temor
que cobró, creyendo verdaderamente -y era de creer- que
Leonela había de decir a Anselmo todo lo que sabía de su poca
fe, que no
509
encerrada. Abrió y entró en el aposento, pero no halló en él a
Leonela: sólo halló puestas unas sábanas añudadas a la
ventana, indicio y señal que por allí se había descolgado e ido.
Volvió luego muy triste a decírselo a Camila, y, no hallándola en
la cama ni en toda la casa, quedó asombrado.Preguntó a los
criados de casa por ella, pero nadie le supo dar razón de lo que
pedía.
»No sabía qué pensar, qué decir, ni qué hacer, y poco a poco se
le iba volviendo el juicio. Contemplábase y mirábase en un
instante sin mujer, sin amigo y sin criados; desamparado, a su
parecer, del cielo que le cubría, y sobre todo sin honra, porque
en la falta de Camila vio su perdición.
510
casa, subió a caballo, y con desmayado aliento se puso en
camino; y, apenas hubo andado la mitad, cuando, acosado de
sus pensamientos, le fue forzoso apearse y arrendar su caballo
a un árbol, a cuyo tronco se dejó caer, dando tiernos y
dolorosos suspiros, y allí se estuvo hasta casi que anochecía; y
aquella hora vio que venía un hombre a caballo de la ciudad, y,
después de haberle saludado, le preguntó qué nuevas había en
511
»-Con Él quedéis -respondió el ciudadano, y fuese.
512
desgracia a Anselmo sucedida; y, finalmente, leyó el papel, que
conoció que de su mesma mano estaba escrito, el cual contenía
estas razones:
513
Éste fue el fin que tuvieron todos, nacido de un tan desatinado
principio.»
514
-¿Vienen muy cerca? -preguntó el cura.
515
-Tampoco sabré decir eso -respondió el mozo-, porque en todo
el camino no la he visto el rostro; suspirar sí la he oído muchas
veces, y dar unos gemidos que parece que con cada uno dellos
quiere dar el alma. Y no es de maravillar que no sepamos más
de lo que habemos dicho, porque mi compañero y yo no ha
más de dos días que los acompañamos; porque, habiéndolos
encontrado en el camino, nos rogaron y persuadieron que
viniésemos con ellos hasta el Andalucía, ofreciéndose a
pagárnoslo muy bien.
516
-¿Qué mal sentís, señora mía? Mirad si es alguno de quien las
mujeres suelen tener uso y experiencia de curarle, que de mi
parte os ofrezco una buena voluntad de serviros.
-Jamás la dije -dijo a esta sazón la que hasta allí había estado
callando-; antes, por ser tan verdadera y tan sin trazas
mentirosas, me veo ahora en tanta desventura; y desto vos
mesmo quiero que seáis el testigo, pues mi pura verdad os hace
a vos ser falso y mentiroso.
-¡Válgame Dios! ¿Qué es esto que oigo? ¿Qué voz es esta que
ha llegado a mis oídos?
517
detuvo, sin dejarla mover un paso. A ella, con la turbación y
desasosiego, se le cayó el tafetán con que traía cubierto el
rostro, y descubrió una hermosura incomparable y un rostro
milagroso, aunque descolorido y asombrado, porque con los
ojos andaba rodeando todos los lugares donde alcanzaba con
la vista, con tanto ahínco, que parecía persona fuera de juicio;
cuyas señales, sin saber por qué las hacía, pusieron gran
lástima en Dorotea y en cuantos la miraban. Teníala el caballero
fuertemente asida por las espaldas, y, por estar tan ocupado en
tenerla, no pudo acudir a alzarse el embozo, que se le caía,
como, en efeto, se le cayó del todo; y, alzando los ojos Dorotea,
que abrazada con la señora estaba, vio que el que abrazada
ansimesmo la tenía era su esposo don Fernando; y, apenas le
hubo conocido, cuando, arrojando de lo íntimo de sus entrañas
un luengo y tristísimo ''¡ay!'', se dejó caer de espaldas
desmayada; y, a no hallarse allí junto el barbero, que la recogió
en los brazos, ella diera consigo en el suelo.
518
Oyó asimesmo Cardenio el ¡ay! que dio Dorotea cuando se cayó
desmayada, y, creyendo que era su Luscinda, salió del
aposento despavorido, y lo primero que vio fue a don
Fernando, que tenía abrazada a Luscinda. También don
Fernando conoció luego a Cardenio; y todos tres, Luscinda,
Cardenio y Dorotea, quedaron mudos y suspensos, casi sin
saber lo que les había acontecido.
519
con mi muerte quedará satisfecho de la fe que le mantuve
hasta el último trance de la vida.
-Si ya no es, señor mío, que los rayos deste sol que en tus
brazos eclipsado tienes te quitan y ofuscan los de tus ojos, ya
habrás echado de ver que la que a tus pies está arrodillada es
la sin ventura, hasta que tú quieras, y la desdichada Dorotea.
Yo soy aquella labradora humilde a quien tú, por tu bondad o
por tu gusto, quisiste levantar a la alteza de poder llamarse
tuya. Soy la que, encerrada en los límites de la honestidad, vivió
vida contenta hasta que, a las voces de tus importunidades, y,
al parecer, justos y amorosos sentimientos, abrió las puertas de
su recato y te entregó las llaves de su libertad: dádiva de ti tan
mal agradecida, cual lo muestra bien claro haber sido forzoso
hallarme en el lugar donde me hallas, y verte yo a ti de la
manera que te veo. Pero, con todo esto, no querría que cayese
en tu imaginación pensar que he venido aquí con pasos de mi
deshonra, habiéndome traído sólo los del dolor y sentimiento
520
de verme de ti olvidada.
521
camino, y que la que se toma de las mujeres no es la que hace
al caso en las ilustres decendencias; cuanto más, que la
verdadera nobleza consiste en la virtud, y si ésta a ti te falta,
negándome lo que tan justamente me debes, yo quedaré con
más ventajas de noble que las que tú tienes. En fin, señor, lo que
últimamente te digo es que, quieras o no quieras, yo soy tu
esposa: testigos son tus palabras, que no han ni deben ser
mentirosas, si ya es que te precias de aquello por que me
desprecias; testigo será la firma que hiciste, y testigo el cielo, a
quien tú llamaste por testigo de lo que me prometías. Y, cuando
todo esto falte, tu misma conciencia no ha de faltar de dar
voces callando en mitad de tus alegrías, volviendo por esta
verdad que te he dicho y turbando tus mejores gustos y
contentos.
522
El cual, lleno de confusión y espanto, al cabo de un buen
espacio que
523
-Vos sí, señor mío, sois el verdadero dueño desta vuestra
captiva, aunque más lo impida la contraria suerte, y, aunque
más amenazas le hagan a esta vida que en la vuestra se
sustenta.
524
la generosidad de tu ilustre y noble pecho, y verá el mundo que
tiene contigo más fuerza la razón que el apetito.
525
ventaja, y que juntase a su hermosura su humildad y el estremo
del amor que le tenía; y, sobre todo, advirtiese que si se
preciaba de caballero y de cristiano, que no podía hacer otra
cosa que cumplille la palabra dada, y que, cumpliéndosela,
cumpliría con Dios y satisfaría a las gentes discretas, las cuales
saben y conocen que es prerrogativa de la hermosura, aunque
esté en sujeto humilde, como se acompañe con la honestidad,
poder levantarse e igualarse a cualquiera alteza, sin nota de
menoscabo del que la levanta e iguala a sí mismo; y, cuando se
cumplen las fuertes leyes del gusto, como en ello no intervenga
pecado, no debe de ser culpado el que las sigue.
526
volved y mirad los ojos de la ya contenta Luscinda, y en ellos
hallaréis disculpa de todos mis yerros; y, pues
527
Preguntó luego a Dorotea le dijese cómo había venido a aquel
lugar tan lejos del suyo. Ella, con breves y discretas razones,
contó todo lo que antes había contado a Cardenio, de lo cual
gustó tanto don Fernando y los que con él venían, que quisieran
que durara el cuento más tiempo: tanta era la gracia con que
Dorotea contaba sus desventuras. Y, así como hubo acabado,
dijo don Fernando lo que en la ciudad le había acontecido
después que halló el papel en el seno de Luscinda, donde
declaraba ser esposa de Cardenio y no poderlo ser suya. Dijo
que la quiso matar, y lo hiciera si de sus padres no fuera
impedido; y que así, se salió de su casa, despechado y corrido,
con determinación de vengarse con más comodidad; y que otro
día supo como Luscinda había faltado de casa de sus padres,
sin que nadie supiese decir dónde se había ido, y que, en
resolución, al cabo de algunos meses vino a saber como estaba
en un monesterio, con voluntad de quedarse en él toda la vida,
si no la pudiese pasar con Cardenio; y que, así como lo supo,
escogiendo para su compañía aquellos tres caballeros, vino al
lugar donde estaba, a la cual no había querido hablar, temeroso
que, en sabiendo que él estaba allí, había de haber más guarda
en el monesterio; y así, aguardando un día a que la portería
estuviese abierta, dejó a los dos a la guarda de la puerta, y él,
con otro, habían entrado en el monesterio buscando a Luscinda,
la cual hallaron en el claustro hablando con una monja; y,
arrebatándola, sin darle lugar a otra cosa, se habían venido con
ella a un lugar donde se acomodaron de aquello que hubieron
menester para traella. Todo lo cual habían podido hacer bien a
528
su salvo, por estar el monesterio en el campo, buen trecho fuera
del pueblo. Dijo que, así como Luscinda se vio en su poder,
perdió todos los sentidos; y que, después de vuelta en sí, no
había hecho
otra cosa sino llorar y suspirar, sin hablar palabra alguna; y que
así, acompañados de silencio y de lágrimas, habían llegado a
aquella venta, que para él era haber llegado al cielo, donde se
rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra.
529
contentos y gozosos del buen suceso que habían tenido tan
trabados y desesperados negocios.
530
que encerraba en su vientre; y la cabeza cortada es la puta que
me parió, y llévelo todo Satanás.
531
del artificio que habían usado para sacarle de la Peña Pobre,
donde él se imaginaba estar por desdenes de su señora.
Contóles asimismo casi todas las aventuras que Sancho había
contado, de que no poco se admiraron y rieron, por parecerles
lo que a todos parecía: ser el más estraño género de locura que
podía caber en pensamiento desparatado. Dijo más el cura:
que, pues ya el buen suceso de la señora Dorotea impidía pasar
con su disignio adelante, que era menester inventar y hallar
otro para poderle llevar a su tierra. Ofrecióse Cardenio de
proseguir lo comenzado, y que Luscinda haría y representaría la
persona de Dorotea.
532
la desigualdad de sus armas y su mesurado continente, y
estuvieron callando hasta ver lo que él decía, el cual, con mucha
gravedad y reposo, puestos los ojos en la hermosa Dorotea,
dijo:
-Vístesos vos con dos cueros, que no con un gigante -dijo a esta
sazón el ventero.
533
-Digo, en fin, alta y desheredada señora, que si por la causa
que he dicho vuestro padre ha hecho este metamorfóseos en
vuestra persona, que no le deis crédito alguno, porque no hay
ningún peligro en la tierra por quien no se abra camino mi
espada, con la cual, poniendo la cabeza de vuestro enemigo en
tierra, os pondré a vos la corona de la vuestra en la cabeza en
breves días.
534
acertara a tener la ventura que tengo; y en esto digo tanta
verdad como son buenos testigos della los más destos señores
que están presentes. Lo que resta es que mañana nos
pongamos en camino, porque ya hoy se podrá hacer poca
jornada, y en lo demás del buen suceso que espero, lo dejaré a
Dios y al valor de vuestro pecho.
535
que lo verá cuando aquí su merced del señor ventero le pida el
menoscabo de todo. De lo demás, de que la señora reina se
esté como se estaba, me regocijo en el alma, porque me va mi
parte, como a cada hijo de vecino.
536
medias mangas y sin cuello; los calzones eran asimismo de
lienzo azul, con bonete de la misma color; traía unos borceguíes
datilados y un alfanje morisco, puesto en un tahelí que le
atravesaba el pecho. Entró luego tras él, encima de un jumento,
una mujer a la morisca vestida, cubierto el rostro con una toca
en la cabeza; traía un bonetillo de brocado, y vestida una
almalafa, que desde los hombros a los pies la cubría. Era el
hombre de robusto y agraciado talle, de edad de poco más de
cuarenta años, algo moreno de rostro, largo de bigotes y la
barba muy bien puesta. En resolución, él mostraba en su
apostura que si estuviera bien vestido, le juzgaran por persona
de calidad y bien nacida.
537
No respondió nada a esto la embozada, ni hizo otra cosa que
levantarse de donde sentado se había, y, puestas entrambas
manos cruzadas sobre el pecho, inclinada la cabeza, dobló el
cuerpo en señal de que lo agradecía. Por su silencio imaginaron
que, sin duda alguna, debía de ser mora, y que no sabía hablar
cristiano. Llegó, en esto, el cautivo, que entendiendo en otra
cosa hasta entonces había estado, y, viendo que todas tenían
cercada a la que con él venía, y que ella a cuanto le decían
callaba, dijo:
538
-Decidme, señor -dijo Dorotea-: ¿esta señora es cristiana o
mora? Porque el traje y el silencio nos hace pensar que es lo
que no querríamos que fuese.
539
los circustantes conocieron que si alguno se podría igualar al de
las dos, era el de la mora, y aun hubo algunos que le
aventajaron en alguna cosa. Y, como la hermosura tenga
prerrogativa y gracia de reconciliar los ánimos y atraer las
voluntades, luego se rindieron todos al deseo de servir y
acariciar a la hermosa mora.
540
pues, la hora, sentáronse todos a una larga mesa, como de
tinelo, porque no la había redonda ni cuadrada en la venta, y
dieron la cabecera y principal asiento, puesto que él lo
rehusaba, a don Quijote, el cual quiso que estuviese a su lado la
señora Micomicona, pues él era su aguardador. Luego se
sentaron Luscinda y Zoraida, y frontero dellas don Fernando y
Cardenio, y luego el cautivo y los demás caballeros, y, al lado
de las señoras, el cura y el barbero. Y así, cenaron con mucho
contento, y acrecentóseles más viendo que, dejando de comer
don Quijote, movido de otro semejante espíritu que el que le
movió a hablar tanto como habló cuando cenó con los
cabreros, comenzó a decir:
541
decir, y a lo que ellos más se atienen, es que los trabajos del
espíritu exceden a los del cuerpo, y que las armas sólo con el
cuerpo se ejercitan, como si fuese su ejercicio oficio de
ganapanes, para el cual no es menester más de buenas fuerzas;
o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos
no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para
ejecutallos mucho entendimiento; o como si no trabajase el
ánimo del guerrero que tiene a su cargo un ejército, o la
defensa de una ciudad sitiada, así con el espíritu como con el
cuerpo. Si no, véase si se alcanza con las fuerzas corporales a
saber y conjeturar el intento del enemigo, los disignios, las
estratagemas, las dificultades, el prevenir los daños que se
temen; que todas estas cosas son acciones del entendimiento,
en quien no tiene parte alguna el cuerpo. Siendo pues ansí, que
las armas requieren espíritu, como las letras, veamos ahora cuál
de los dos espíritus, el del letrado o el del guerrero, trabaja más.
Y esto se vendrá a conocer por el fin y paradero a que
542
y digno de grande alabanza, pero no de tanta como merece
aquel a que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y
fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear
en esta vida. Y así, las primeras buenas nuevas que tuvo el
mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles
la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires:
543
-Digo, pues, que los trabajos del estudiante son éstos:
principalmente pobreza (no porque todos sean pobres, sino por
poner este caso en todo el estremo que pueda ser); y, en haber
dicho que padece pobreza, me parece que no había que decir
más de su mala ventura, porque quien es pobre no tiene cosa
buena. Esta pobreza la padece por sus partes, ya en hambre, ya
en frío, ya en desnudez, ya en todo junto; pero, con todo eso, no
es tanta que no coma, aunque sea un poco más tarde de lo que
se usa, aunque sea de las sobras de los ricos; que es la mayor
miseria del estudiante éste que entre ellos llaman andar a la
sopa; y no les falta algún ajeno brasero o chimenea, que, si no
callenta, a lo menos entibie su frío, y, en fin, la noche duermen
debajo de cubierta. No quiero llegar a otras menudencias,
conviene a saber, de la falta de camisas y no sobra de zapatos,
la raridad y poco pelo del vestido, ni aquel ahitarse con tanto
gusto, cuando la buena suerte les depara algún banquete. Por
este camino que he
544
su dormir en una estera en reposar en holandas y damascos:
premio justamente merecido de su virtud.
Capítulo XXXVIII: Que trata del curioso discurso que hizo don
Quijote de las armas y las letras
545
pecará de estrecha; que bien puede medir en la tierra los pies
que quisiere, y revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le
encojan las sábanas.
546
se han de dar a los de su profesión, y a éstos no se pueden
premiar sino con la mesma hacienda del señor a quien sirven; y
esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero
dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida,
sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras,
materia que hasta ahora está por averiguar, según son las
razones que cada una de su parte alega. Y, entre las que he
dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las
armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a
ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados.
A esto responden las armas que las leyes no se podrán
sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las
repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se
aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios; y,
finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las
monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían
sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el
tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de
sus fuerzas. Y es razón averiguada que aquello que más cuesta
se estima y debe de estimar en más.
547
está a pique de perder la vida. Y ¿qué temor de necesidad y
pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que
tiene un soldado, que, hallándose cercado en alguna fuerza, y
estando de posta, o guarda, en algún revellín o caballero, siente
que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y
no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que
de tan cerca le amenaza? Sólo lo que puede hacer es dar
noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con
alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando
cuándo improvisamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar
al profundo sin su voluntad. Y si éste parece pequeño peligro,
veamos si le iguala o hace ventajas el de embestirse dos
galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales
enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado más espacio
del que concede dos pies de tabla del espolón; y, con todo esto,
viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que
le amenazan cuantos cañones de artillería se asestan de la
parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo
que al primer descuido de los pies iría a visitar los
548
mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin
dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el
mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra.
Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la
espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la
artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le
está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio
causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un
valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la
mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes
pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá
huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar
de la maldita máquina, y corta y acaba en un instante los
pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos.
549
Todo este largo preámbulo dijo don Quijote, en tanto que los
demás cenaban, olvidándose de llevar bocado a la boca,
puesto que algunas veces le había dicho Sancho Panza que
cenase, que después habría lugar para decir todo lo que
quisiese. En los que escuchado le habían sobrevino nueva
lástima de ver que hombre que, al parecer, tenía buen
entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba,
le hubiese perdido tan rematadamente, en tratándole de su
negra y pizmienta caballería. El cura le dijo que tenía mucha
razón en todo cuanto había dicho en favor de las armas, y que
él, aunque letrado y graduado, estaba de su mesmo parecer.
que el cuento no había de ser tal, que les diese el gusto que él
deseaba; pero que, con todo eso, por no faltar en obedecelle, le
contaría. El cura y todos los demás se lo agradecieron, y de
nuevo se lo rogaron; y él, viéndose rogar de tantos, dijo que no
eran menester ruegos adonde el mandar tenía tanta fuerza.
550
-Y así, estén vuestras mercedes atentos, y oirán un discurso
verdadero, a quien podría ser que no llegasen los mentirosos
que con curioso y pensado artificio suelen componerse.
551
hijos que le han de suceder en el nombre y en el ser. Los que mi
padre tenía eran tres, todos varones y todos de edad de poder
elegir estado. Viendo, pues, mi padre que, según él decía, no
podía irse a la mano contra su condición, quiso privarse del
instrumento y causa que le hacía gastador y dadivoso, que fue
privarse de la hacienda, sin la cual el mismo Alejandro pareciera
estrecho.
552
nuestra España, a mi parecer muy verdadero, como todos lo
son, por ser sentencias breves sacadas de la luenga y discreta
experiencia; y el que yo digo dice: "Iglesia, o mar, o casa real",
como si más claramente dijera:
553
abrazó a todos, y, con la brevedad que dijo, puso por obra
cuanto nos había prometido; y, dando a cada uno su parte, que,
a lo que se me acuerda, fueron cada tres mil ducados, en
dineros (porque un nuestro tío compró toda la hacienda y la
pagó de contado, porque no saliese del tronco de la casa), en
un mesmo día nos despedimos todos tres de nuestro buen
padre; y, en aquel mesmo, pareciéndome a mí ser inhumanidad
que mi padre quedase viejo y con tan poca hacienda, hice con
él que de mis tres mil tomase los dos mil ducados, porque a mí
me bastaba el resto para acomodarme de lo que había
menester un soldado. Mis dos hermanos, movidos de mi
ejemplo, cada uno le dio mil ducados: de modo que a mi padre
le quedaron cuatro mil en dineros, y más tres mil, que, a lo que
parece, valía la hacienda que le cupo, que no quiso vender, sino
quedarse con ella en raíces. Digo, en fin, que nos despedimos
dél y de aquel nuestro tío que he dicho, no sin mucho
sentimiento y lágrimas de todos, encargándonos que les
hiciésemos saber, todas las veces que hubiese comodidad para
ello, de nuestros sucesos, prósperos o adversos.
554
»Éste hará veinte y dos años que salí de casa de mi padre, y en
todos ellos, puesto que he escrito algunas cartas, no he sabido
dél ni de mis hermanos nueva alguna. Y lo que en este discurso
de tiempo he pasado lo diré brevemente. Embarquéme en
Alicante, llegué con próspero viaje a Génova, fui desde allí a
Milán, donde me acomodé de armas y de algunas galas de
soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte; y,
estando ya de camino para Alejandría de la Palla, tuve nuevas
que el gran duque de Alba pasaba a Flandes. Mudé propósito,
fuime con él, servíle en las jornadas que hizo, halléme en la
muerte de los condes de Eguemón y de Hornos, alcancé a ser
alférez de un famoso capitán de Guadalajara, llamado Diego
de Urbina; y, a cabo de algún tiempo que llegué a Flandes, se
tuvo nuevas de la liga que la Santidad del Papa Pío Quinto, de
felice recordación, había hecho con Venecia y con España,
contra el enemigo común, que es el Turco; el cual, en aquel
mesmo tiempo, había ganado con su armada la famosa isla de
Chipre, que estaba debajo del dominio del veneciano: y pérdida
lamentable y desdichada. Súpose cierto que venía por general
desta liga el serenísimo don Juan de Austria, hermano natural
de nuestro buen rey don Felipe. Divulgóse el grandísimo
aparato de guerra que se hacía. Todo lo cual me incitó y
conmovió el ánimo y el deseo de verme en la jornada que se
esperaba; y, aunque tenía barruntos, y casi promesas ciertas,
de que en la primera ocasión que se ofreciese sería promovido
a capitán, lo quise dejar todo y venirme, como me vine, a Italia.
Y quiso mi buena suerte que el señor don Juan de Austria
555
acababa de llegar a Génova, que pasaba a Nápoles a juntarse
con la armada de Venecia, como después lo hizo en Mecina.
556
rindieron lleno de heridas. Y, como ya habréis, señores, oído
decir que el Uchalí se salvó con toda su escuadra, vine yo a
quedar cautivo en su poder, y solo fui el triste entre tantos
alegres y el cautivo entre tantos libres; porque fueron quince mil
cristianos los que aquel día alcanzaron la deseada libertad, que
todos venían al remo en la turquesca armada.
557
Presa, de quien era capitán un hijo de aquel famoso cosario
Barbarroja. Tomóla la capitana de Nápoles, llamada La Loba,
regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los
soldados, por aquel venturoso y jamás vencido capitán don
Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. Y no quiero dejar de
decir lo que sucedió en la presa de La Presa.
558
a la Goleta y al fuerte que junto a Túnez había dejado medio
levantado el señor don Juan. En todos estos trances andaba yo
al remo, sin esperanza de libertad alguna; a lo menos, no
esperaba tenerla por rescate, porque tenía determinado de no
escribir las nuevas de mi desgracia a mi padre.
559
la campaña y quedar en las fuerzas, contra tanto como era el
de los enemigos?; y ¿cómo es posible dejar de perderse fuerza
que no es socorrida, y más cuando la cercan enemigos muchos
y porfiados, y en su mesma tierra? Pero a muchos les pareció, y
así me pareció a mí, que fue particular gracia y merced que el
cielo hizo a España en permitir que se asolase aquella oficina y
capa de maldades, y aquella gomia o esponja y polilla de la
infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban, sin servir
de otra cosa que de conservar la memoria de haberla ganado
la felicísima del invictísimo Carlos Quinto; como si fuera
menester para hacerla eterna, como lo es y será, que aquellas
piedras la sustentaran.
560
pesar murió en el camino de Constantinopla, donde le llevaban
cautivo.
561
mesmo patrón; y, antes que nos partiésemos de aquel puerto,
hizo este caballero dos sonetos, a manera de epitafios, el uno a
la Goleta y el otro al fuerte. Y en verdad que los tengo de decir,
porque los sé de memoria y creo que antes causarán gusto que
pesadumbre.»
562
-Y más -replicó el caballero-, que yo sé los sonetos que mi
hermano hizo.
Soneto
Almas dichosas que del mortal velo libres y esentas, por el bien
que obrastes, desde la baja tierra os levantastes
563
entre el muro y el hierro, os va adquiriendo fama que el mundo
os da, y el cielo gloria.
564
hubo qué poner por tierra, y para hacerlo con más brevedad y
menos trabajo, la minaron por tres partes; pero con ninguna se
pudo volar lo que parecía menos fuerte, que eran las murallas
viejas; y todo aquello que había quedado en pie de la
fortificación nueva que había hecho el Fratín, con mucha
facilidad vino a tierra. En resolución, la armada volvió a
Constantinopla, triunfante y vencedora: y de allí a pocos meses
murió mi amo el Uchalí, al cual llamaban Uchalí Fartax, que
quiere decir, en lengua turquesca, el renegado tiñoso, porque lo
era; y es costumbre entre los turcos ponerse nombres de alguna
falta que tengan, o de alguna virtud que en ellos haya. Y esto es
porque no hay entre ellos sino cuatro apellidos de linajes, que
decienden de la casa Otomana, y los demás, como tengo dicho,
toman nombre y apellido ya de las tachas del cuerpo y ya de
las virtudes del ánimo. Y este Tiñoso bogó el remo, siendo
esclavo del Gran Señor, catorce años, y a más de los treinta y
cuatro de sus edad renegó, de despecho de que un turco,
estando al remo, le dio un bofetón, y por poderse vengar dejó
su fe; y fue tanto su valor que, sin subir por los torpes medios y
caminos que los más privados del Gran Turco suben, vino a ser
rey de Argel, y después, a ser general de la mar, que es el
tercero cargo que hay en aquel señorío. Era calabrés de nación,
y moralmente fue un hombre de bien, y trataba con mucha
humanidad a sus cautivos, que llegó a tener tres mil, los cuales,
después de su muerte, se repartieron, como él lo dejó en su
565
testamento, entre el Gran Señor (que también es hijo heredero
de cuantos mueren, y entra a la parte con los más hijos que
deja el difunto) y entre sus renegados; y yo cupe a un renegado
veneciano que, siendo grumete de una nave, le cautivó el
Uchalí, y le quiso tanto, que fue uno de los más regalados
garzones suyos, y él vino a ser el más cruel renegado que jamás
se ha visto. Llamábase Azán Agá, y llegó a ser muy rico, y a ser
rey de Argel; con el cual yo vine de Constantinopla, algo
contento, por estar tan cerca de España, no porque pensase
escribir a nadie el desdichado suceso mío, sino por ver si me era
más favorable la suerte en Argel que en Constantinopla, donde
ya había probado mil maneras de huirme, y ninguna tuvo sazón
ni ventura; y pensaba en Argel buscar otros medios de alcanzar
lo que tanto deseaba, porque jamás me desamparó la
esperanza de tener libertad; y cuando en lo que fabricaba,
pensaba y ponía por obra no correspondía el suceso a la
intención, luego, sin abandonarme, fingía y buscaba otra
esperanza que me sustentase, aunque fuese débil y flaca.
566
baños, como tengo dicho, suelen llevar a sus cautivos algunos
particulares del pueblo, principalmente cuando son de rescate,
porque allí los tienen holgados y seguros hasta que venga su
rescate. También los cautivos del rey que son de rescate no
salen al trabajo con la demás chusma, si no es cuando se tarda
su rescate; que entonces, por hacerles que escriban por él con
más ahínco, les hacen trabajar y ir por leña con los demás, que
es un no pequeño trabajo.
»Yo, pues, era uno de los de rescate; que, como se supo que era
capitán, puesto que dije mi poca posibilidad y falta de
hacienda, no aprovechó nada para que no me pusiesen en el
número de los caballeros y gente de rescate.
567
llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que
quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y
todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó
dar, ni le dijo mala palabra; y, por la menor cosa de muchas que
hizo, temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió
él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar,
yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera
parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el
cuento de mi historia.
»Digo, pues, que encima del patio de nuestra prisión caían las
ventanas de la casa de un moro rico y principal, las cuales,
como de ordinario son las de los moros, más eran agujeros que
ventanas, y aun éstas se cubrían con celosías muy espesas y
apretadas. Acaeció, pues, que un día, estando en un terrado de
nuestra prisión con otros tres compañeros, haciendo pruebas
de saltar con las cadenas, por entretener el tiempo, estando
solos, porque todos los demás cristianos habían salido a
trabajar, alcé acaso los ojos y vi que por aquellas cerradas
ventanillas que he dicho parecía una caña, y al remate della
puesto un lienzo atado, y la caña se estaba blandeando y
moviéndose, casi como si hiciera señas que llegásemos a
tomarla. Miramos en ello, y uno de los que conmigo estaban fue
a ponerse debajo de la caña, por ver si la soltaban, o lo que
hacían; pero, así como llegó, alzaron la caña y la movieron a los
dos lados, como si dijeran no con la cabeza. Volvióse el
cristiano, y tornáronla a bajar y hacer los mesmos movimientos
568
que primero. Fue otro de mis compañeros, y sucedióle lo
mesmo que al primero.
569
ajorcas que en ella vimos, nos deshizo este pensamiento,
puesto que imaginamos que debía de ser cristiana renegada, a
quien de ordinario suelen tomar por legítimas mujeres sus
mesmos amos, y aun lo tienen a ventura, porque las estiman en
más que las de su nación.
570
hecimos todos nuestras zalemas, tornó a parecer la mano, hice
señas que leería el papel, cerraron la ventana. Quedamos todos
confusos y alegres con lo sucedido; y, como ninguno de
nosotros no entendía el arábigo, era grande el deseo que
teníamos de entender lo que el papel contenía, y mayor la
dificultad de buscar quien lo leyese.
571
papeles, y los procuran, con buen intento, y se quedan en tierra
de cristianos.
572
esta ventana, y ninguno me ha parecido caballero sino tú. Yo
soy muy hermosa y muchacha, y tengo muchos dineros que
llevar conmigo: mira tú si puedes hacer cómo nos vamos, y
serás allá mi marido, si quisieres, y si no quisieres, no se me
dará nada, que Lela Marién me dará con quien me case.
»Mirad, señores, si era razón que las razones deste papel nos
admirasen y alegrasen. Y así, lo uno y lo otro fue de manera que
el renegado entendió que no acaso se había hallado aquel
papel, sino que realmente a alguno de nosotros se había
escrito; y así, nos rogó que si era verdad lo que sospechaba,
que nos fiásemos dél y se lo dijésemos, que él aventuraría su
vida por nuestra libertad.
573
quisiésemos descubrirle, porque le parecía, y casi adevinaba
que, por medio de aquella que aquel papel había escrito, había
él y todos nosotros de tener libertad, y verse él en lo que tanto
deseaba, que era reducirse al gremio de la Santa Iglesia , su
madre, de quien como miembro podrido estaba dividido y
apartado por su ignorancia y pecado.
574
están conmigo, te ofrezco de hacer por ti todo lo que
pudiéremos, hasta morir. No dejes de escribirme y avisarme lo
que pensares hacer, que yo te responderé siempre; que el
grande Alá nos ha dado un cristiano cautivo que sabe hablar y
escribir tu lengua tan bien como lo verás por este papel. Así
que, sin tener miedo, nos puedes avisar de todo lo que
quisieres. A lo que dices que si fueres a tierra de cristianos, que
has de ser mi mujer, yo te lo prometo como buen cristiano; y
sabe que los cristianos cumplen lo que prometen mejor que los
moros. Alá y Marién, su madre, sean en tu guarda, señora mía.
575
nosotros nos habían dicho que se llamaba Agi Morato, riquísimo
por todo estremo, el cual tenía una sola hija, heredera de toda
su hacienda, y que era común opinión en toda la ciudad ser la
más hermosa mujer de la Berbería; y que muchos de los virreyes
que allí venían la habían pedido por mujer, y que ella nunca se
había querido casar; y que también supo que tuvo una cristiana
cautiva, que ya se había muerto; todo lo cual concertaba con lo
que venía en el papel.
»Cuatro días estuvo el baño con gente, que fue ocasión que
cuatro días tardase en parecer la caña; al cabo de los cuales, en
la acostumbrada soledad del baño, pareció con el lienzo tan
preñado, que un felicísimo parto prometía. Inclinóse a mí la
caña y el lienzo, hallé en él otro papel y cien escudos de oro, sin
otra moneda alguna. Estaba allí el renegado, dímosle a leer el
papel dentro de nuestro rancho, el cual dijo que así decía:
576
Yo no sé, mi señor, cómo dar orden que nos vamos a España, ni
Lela Marién me lo ha dicho, aunque yo se lo he preguntado. Lo
que se podrá hacer es que yo os daré por esta ventana
muchísimos dineros de oro: rescataos vos con ellos y vuestros
amigos, y vaya uno en tierra de cristianos, y compre allá una
barca y vuelva por los demás; y a mí me hallarán en el jardín de
mi padre, que está a la puerta de Babazón, junto a la marina,
donde tengo de estar todo este verano con mi padre y con mis
criados. De allí, de noche, me podréis sacar sin miedo y llevarme
a la barca; y mira que has de ser mi marido, porque si no, yo
pediré a Marién que te castigue. Si no te fías de nadie que vaya
por la barca, rescátate tú y ve, que yo sé que volverás mejor
que otro, pues eres caballero y cristiano. Procura saber el jardín,
y cuando te pasees por ahí sabré que está solo el baño, y te
daré mucho dinero. Alá te guarde, señor mío.
577
una barca y volver por los que le habían rescatado, y nunca
habían vuelto; porque la libertad alcanzada y el temor de no
volver a perderla les borraba de la memoria todas las
obligaciones del mundo. Y, en confirmación de la verdad que
nos decía, nos contó brevemente un caso que casi en aquella
mesma sazón había acaecido a unos caballeros cristianos, el
más estraño que jamás sucedió en aquellas partes, donde a
cada paso suceden cosas de grande espanto y de admiración.
»En efecto, él vino a decir que lo que se podía y debía hacer era
que el dinero que se había de dar para rescatar al cristiano, que
se le diese a él para comprar allí en Argel una barca, con
achaque de hacerse mercader y tratante en Tetuán y en aquella
costa; y que, siendo él señor de la barca, fácilmente se daría
traza para sacarlos del baño y embarcarlos a todos.
Cuanto más, que si la mora, como ella decía, daba dineros para
rescatarlos a todos, que, estando libres, era facilísima cosa aun
embarcarse en la mitad del día; y que la dificultad que se
ofrecía mayor era que los moros no consienten que renegado
alguno compre ni tenga barca, si no es bajel grande para ir en
corso, porque se temen que el que compra barca,
principalmente si es español, no la quiere sino para irse a tierra
de cristianos; pero que él facilitaría este inconveniente con
hacer que un moro tagarino fuese a la parte con él en la
compañía de la barca y en la ganancia de las mercancías, y con
esta sombra él vendría a ser señor de la barca, con que daba
por acabado todo lo demás.
578
»Y, puesto que a mí y a mis camaradas nos había parecido
mejor lo de enviar por la barca a Mallorca, como la mora decía,
no osamos contradecirle, temerosos que, si no hacíamos lo que
él decía, nos había de descubrir y poner a peligro de perder las
vidas, si descubriese el trato de Zoraida, por cuya vida
diéramos todos las nuestras. Y así, determinamos de ponernos
en las manos de Dios y en las del renegado, y en aquel mismo
punto se le respondió a Zoraida, diciéndole que haríamos todo
cuanto nos aconsejaba, porque lo había advertido tan bien
como si Lela Marién se lo hubiera dicho, y que en ella sola
estaba dilatar aquel negocio, o ponello luego por obra.
la llaves de todo.
579
que con el primer bajel que viniese de Valencia pagaría mi
rescate; porque si luego diera el dinero, fuera dar sospechas al
rey que había muchos días que mi rescate estaba en Argel, y
que el mercader, por sus granjerías, lo había callado.
Finalmente, mi amo era tan caviloso que en ninguna manera
me atreví a que luego se desembolsase el dinero. El jueves
antes del viernes que la hermosa Zoraida se había de ir al
jardín, nos dio otros mil escudos y nos avisó de su partida,
rogándome que, si me rescatase, supiese luego el jardín de su
padre, y que en todo caso buscase ocasión de ir allá y verla.
Respondíle en breves palabras que así lo haría, y que tuviese
cuidado de encomendarnos a Lela Marién, con todas aquellas
oraciones que la cautiva le había enseñado.
580
Capítulo XLI: Donde todavía prosigue el cautivo su suceso
»Digo, pues, que cada vez que pasaba con su barca daba
fondo en una caleta que estaba no dos tiros de ballesta del
jardín donde Zoraida esperaba; y allí,
581
fue posible, porque las moras no se dejan ver de ningún moro ni
turco, si no es que su marido o su padre se lo manden. De
cristianos cautivos se dejan tratar y comunicar, aun más de
aquello que sería razonable; y a mí me hubiera pesado que él la
hubiera hablado, que quizá la alborotara, viendo que su
negocio andaba en boca de renegados. Pero Dios, que lo
ordenaba de otra manera, no dio lugar al buen deseo que
nuestro renegado tenía; el cual, viendo cuán seguramente iba y
venía a Sargel, y que daba fondo cuando y como y adonde
quería, y que el tagarino, su compañero, no tenía más voluntad
de lo que la suya ordenaba, y que yo estaba ya rescatado, y
que sólo faltaba buscar algunos cristianos que bogasen el
remo, me dijo que mirase yo cuáles quería traer conmigo, fuera
de los rescatados, y que los tuviese hablados para el primer
viernes, donde tenía determinado que fuese nuestra partida.
Viendo esto, hablé a doce españoles, todos valientes hombres
del remo, y de aquellos que más libremente podían salir de la
ciudad; y no fue poco hallar tantos en aquella coyuntura,
porque estaban veinte bajeles en corso, y se habían llevado
toda la gente de remo, y éstos no se hallaran, si no fuera que su
amo se quedó aquel verano sin ir en corso, a acabar una
galeota que tenía en astillero. A los cuales no les dije otra cosa,
sino que el primer viernes en la tarde se saliesen uno a uno,
disimuladamente, y se fuesen la vuelta del jardín de Agi Morato,
y que allí me aguardasen hasta que yo fuese. A cada uno di
este aviso de por sí, con orden que, aunque allí viesen a otros
582
cristianos, no les dijesen sino que yo les había mandado esperar
en aquel lugar.
583
mucho que me había visto; y, como las moras en ninguna
manera hacen melindre de mostrarse a los cristianos, ni
tampoco se esquivan, como ya he dicho, no se le dio nada de
venir adonde su padre conmigo estaba; antes, luego cuando su
padre vio que venía, y de espacio, la llamó y mandó que llegase.
584
diminuirse o acrecentarse; y es natural cosa que las pasiones
del ánimo la levanten o abajen, puesto que las más veces la
destruyen.
585
''Mañana, creo yo -dije-, porque está aquí un bajel de Francia
que se hace mañana a la vela, y pienso irme en él''. ''¿No es
mejor -replicó Zoraida-, esperar a que vengan bajeles de
España, y irte con ellos, que no con los de Francia, que no son
vuestros amigos?'' ''No -respondí yo-, aunque si como hay
nuevas que viene ya un bajel de España, es verdad, todavía yo
le aguardaré, puesto que es más cierto el partirme mañana;
porque el deseo que tengo de verme en mi tierra, y con las
personas que bien quiero, es tanto que no me dejará esperar
otra comodidad, si se tarda, por mejor que sea''.
586
del jardín habían saltado cuatro turcos, y andaban cogiendo la
fruta, aunque no estaba madura.
587
que, yendo los dos de la manera y postura que os he contado,
con un brazo al cuello, su padre, que ya volvía de hacer ir a los
turcos, nos vio de la suerte y manera que íbamos, y nosotros
vimos que él nos había visto; pero Zoraida, advertida y discreta,
no quiso quitar el brazo de mi cuello, antes se llegó más a mí y
puso su cabeza sobre mi pecho, doblando un poco las rodillas,
dando claras señales y muestras que se desmayaba, y yo,
ansimismo, di a entender que la sostenía contra mi voluntad. Su
padre llegó corriendo adonde estábamos, y, viendo a su hija de
aquella manera, le preguntó que qué tenía; pero, como ella no le
respondiese, dijo su padre: ''Sin duda alguna que con el
sobresalto de la entrada de estos canes se ha desmayado''. Y,
quitándola del mío, la arrimó a su pecho; y ella, dando un
suspiro y aún no enjutos los ojos de lágrimas, volvió a decir:
''Ámexi, cristiano, ámexi'': "Vete, cristiano, vete". A lo que su
padre respondió:
588
Morato-, que mi hija no dice esto porque tú ni ninguno de los
cristianos la enojaban, sino que, por decir que los turcos se
fuesen, dijo que tú te fueses, o porque ya era hora que
buscases tus yerbas''.
589
sabían el concierto del renegado, sino que pensaban que a
fuerza de brazos habían de haber y ganar la libertad, quitando
la vida a los moros que dentro de la barca estaban.
590
hicieron, amenazando a los moros que si alzaban por alguna vía
o manera la voz, que luego al punto los pasarían todos a
cuchillo.
591
hermoso jardín.'' ''No -dijo ella-, a mi padre no se ha de tocar en
ningún modo, y en esta casa no hay otra cosa que lo que yo
llevo, que es tanto, que bien habrá para que todos quedéis ricos
y contentos; y esperaros un poco y lo veréis''. Y, diciendo esto,
se volvió a entrar, diciendo que muy presto volvería; que nos
estuviésemos quedos, sin hacer ningún ruido. Preguntéle al
renegado lo que con ella había pasado, el cual me lo contó, a
quien yo dije que en ninguna cosa se había de hacer más de lo
que Zoraida quisiese; la cual ya que volvía cargada con un
cofrecillo lleno de escudos de oro, tantos, que apenas lo podía
sustentar, quiso la mala suerte que su padre despertase en el
ínterin y sintiese el ruido que andaba en el jardín; y,
asomándose a la ventana, luego conoció que todos los que en
él estaban eran cristianos; y, dando muchas, grandes y
desaforadas voces, comenzó a decir en arábigo: ''¡Cristianos,
cristianos! ¡Ladrones, ladrones!''; por los cuales gritos nos vimos
todos puestos en grandísima y temerosa confusión.
592
hablarla le había de costar la vida. Cuando su hija le vio, se
cubrió los ojos por no verle, y su padre quedó espantado,
ignorando cuán de su voluntad se había puesto en nuestras
manos. Mas, entonces siendo más necesarios los pies, con
diligencia y presteza nos pusimos en la barca; que ya los que en
ella habían quedado nos esperaban, temerosos de algún mal
suceso nuestro.
593
apellidarían luego la tierra y alborotarían la ciudad, y serían
causa que saliesen a buscallos con algunas fragatas ligeras, y
les tomasen la tierra y la mar, de manera que no pudiésemos
escaparnos; que lo que se podría hacer era darles libertad en
llegando a la primera tierra de cristianos. En este parecer
venimos todos, y Zoraida, a quien se le dio cuenta, con las
causas que nos movían a no hacer luego lo que quería, también
se satisfizo; y luego, con regocijado silencio y alegre diligencia,
cada uno de nuestros valientes remeros tomó su remo, y
comenzamos, encomendándonos a Dios de todo corazón, a
navegar la vuelta de las islas de Mallorca, que es la tierra de
cristianos más cerca.
594
padre, y sentía yo que iba llamando a Lela Marién que nos
ayudase.
595
volverla tan liberalmente, especialmente sabiendo quién soy yo,
y el interese que se os puede seguir de dármela; el cual interese,
si le queréis poner nombre, desde aquí os ofrezco todo aquello
que quisiéredes por mí y por esa desdichada hija mía, o si no,
por ella sola, que es la mayor y la mejor parte de mi alma''. En
diciendo esto, comenzó a llorar tan amargamente que a todos
nos movió a compasión, y forzó a Zoraida que le mirase; la
cual, viéndole llorar, así se enterneció que se levantó de mis pies
y fue a abrazar a su padre, y, juntando su rostro con el suyo,
comenzaron los dos tan tierno llanto que muchos de los que allí
íbamos le acompañamos en él. Pero, cuando su padre la vio
adornada de fiesta y con tantas joyas sobre sí, le dijo en su
lengua: ''¿Qué es esto, hija, que ayer al anochecer, antes que
nos sucediese esta terrible desgracia en que nos vemos, te vi
con tus ordinarios y caseros vestidos, y agora, sin que hayas
tenido tiempo de vestirte y sin haberte dado alguna nueva
alegre de solenizalle con adornarte y pulirte, te veo compuesta
con los mejores vestidos que yo supe y pude darte cuando nos
fue la ventura más favorable?
596
al jardín, quedó más confuso, y preguntóle que cómo aquel
cofre había venido a nuestras manos, y qué era lo que venía
dentro. A lo cual el renegado, sin aguardar que Zoraida le
respondiese, le respondió: ''No te canses, señor, en preguntar a
Zoraida, tu hija, tantas cosas, porque con una que yo te
responda te satisfaré a todas; y así, quiero que sepas que ella
es cristiana, y es la que ha sido la lima de nuestras cadenas y la
libertad de nuestro cautiverio; ella va aquí de su voluntad, tan
contenta, a lo que yo imagino, de verse en este estado, como el
que sale de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida y de la
pena a la gloria''. ''¿Es verdad lo que éste dice, hija?'', dijo el
moro. ''Así es'', respondió Zoraida. ''¿Que, en efeto -replicó el
viejo-, tú eres cristiana, y la que ha puesto a su padre en poder
de sus enemigos?'' A lo cual respondió Zoraida: ''La que es
cristiana yo soy, pero no la que te ha puesto en este punto,
porque nunca mi deseo se estendió a dejarte ni a hacerte mal,
sino a hacerme a mí bien''. ''Y ¿qué bien es el que te has hecho,
hija?'' ''Eso -respondió ella- pregúntaselo tú a Lela Marién, que
ella te lo sabrá decir mejor que no yo''.
597
recibió tanta pena Zoraida que, como si fuera ya muerto, hacía
sobre él un tierno y doloroso
598
presos. Prometímosle de hacerlo así al tiempo de la partida,
pues no corría peligro el dejallos en aquel lugar, que era
despoblado. No fueron tan vanas nuestras oraciones que no
fuesen oídas del cielo; que, en nuestro favor, luego volvió el
viento, tranquilo el mar, convidándonos a que tornásemos
alegres a proseguir nuestro comenzado viaje.
599
nos destruyese, confundiese y acabase; y cuando, por habernos
hecho a la vela, no podimos oír sus palabras,
vimos sus obras, que eran arrancarse las barbas, mesarse los
cabellos y arrastrarse por el suelo; mas una vez esforzó la voz
de tal manera que podimos entender que decía: ''¡Vuelve,
amada hija, vuelve a tierra, que todo te lo perdono; entrega a
esos hombres ese dinero, que ya es suyo, y vuelve a consolar a
este triste padre tuyo, que en esta desierta arena dejará la vida,
si tú le dejas!'' Todo lo cual escuchaba Zoraida, y todo lo sentía
y lloraba, y no supo decirle ni respondelle palabra, sino: ''Plega a
Alá, padre mío, que Lela Marién, que ha sido la causa de que yo
sea cristiana, ella te consuele en tu tristeza. Alá sabe bien que
no pude hacer otra cosa de la que he hecho, y que estos
cristianos no deben nada a mi voluntad, pues, aunque quisiera
no venir con ellos y quedarme en mi casa, me fuera imposible,
según la priesa que me daba mi alma a poner por obra ésta
que a mí me parece tan buena como tú, padre amado, la juzgas
por mala''. Esto dijo, a tiempo que ni su padre la oía, ni nosotros
ya le veíamos; y así, consolando yo a Zoraida, atendimos todos
a nuestro viaje, el cual nos le facilitaba el proprio viento, de tal
manera que bien tuvimos por cierto de vernos otro día al
amanecer en las riberas de España.
600
moro a su hija había echado, que siempre se han de temer de
cualquier padre que sean; quiso, digo, que estando ya
engolfados y siendo ya casi pasadas tres horas de la noche,
yendo con la vela tendida de alto baja, frenillados los remos,
porque el próspero viento nos quitaba del trabajo de haberlos
menester, con la luz de la luna, que claramente resplandecía,
vimos cerca de nosotros un bajel redondo, que, con todas las
velas tendidas, llevando un poco a orza el timón, delante de
nosotros atravesaba; y esto tan cerca, que nos fue forzoso
amainar por no embestirle, y ellos, asimesmo, hicieron fuerza de
timón para darnos lugar que pasásemos.
601
entonces, y, echando el esquife o barca a la mar, entraron en él
hasta doce franceses bien armados, con sus arcabuces y
cuerdas encendidas, y así llegaron junto al nuestro; y,
602
había despojado a mi querida Zoraida, dijo que él se
contentaba con la presa que tenía, y que no quería tocar en
ningún puerto de España, sino pasar el estrecho de Gibraltar de
noche, o como pudiese, y irse a la Rochela, de donde había
salido; y así, tomaron por acuerdo de darnos el esquife de su
navío, y todo lo necesario para la corta navegación que nos
quedaba, como lo hicieron otra día, ya a vista de tierra de
España, con la cual vista, todas nuestras pesadumbres y
pobrezas se nos olvidaron de todo punto, como si no hubieran
pasado por nosotros: tanto es el gusto de alcanzar la libertad
perdida.
603
nosotros les parecía, diciendo que diésemos en ella, aunque
fuese en unas peñas y lejos de poblado, porque así
aseguraríamos el temor que de razón se debía tener que por allí
anduviesen bajeles de cosarios de Tetuán, los cuales
604
aunque más tendimos la vista, ni poblado, ni persona, ni senda,
ni camino descubrimos. Con todo esto, determinamos de
entrarnos la tierra adentro, pues no podría ser menos sino que
presto descubriésemos quien nos diese noticia della. Pero lo que
a mí más me fatigaba era el ver ir a pie a Zoraida por aquellas
asperezas, que, puesto que alguna vez la puse sobre mis
hombros, más le cansaba a ella mi cansancio que la reposaba
su reposo; y así, nunca más quiso que yo aquel trabajo tomase;
y, con mucha paciencia y muestras de alegría, llevándola yo
siempre de la mano, poco menos de un cuarto de legua
debíamos de haber andado, cuando llegó a nuestros oídos el
son de una pequeña esquila, señal clara que por allí cerca había
ganado; y, mirando todos con atención si alguno se parecía,
vimos al pie de un alcornoque un pastor mozo, que con grande
reposo y descuido estaba labrando un palo con un cuchillo.
Dimos voces, y él, alzando la cabeza, se puso ligeramente en
pie, y, a lo que después supimos, los primeros que a la vista se
le ofrecieron fueron el renegado y Zoraida, y, como él los vio en
hábito de moros, pensó que todos los de la Berbería estaban
sobre él; y, metiéndose con estraña ligereza por el bosque
adelante, comenzó a dar los mayores gritos del mundo
diciendo:
605
venir luego a ver lo que era, acordamos que el renegado se
desnudase las ropas del turco y se vistiese un gilecuelco o
casaca de cautivo que uno de nosotros le dio luego, aunque se
quedó en camisa; y así, encomendándonos a Dios, fuimos por el
mismo camino que
606
mío''. Apenas hubo dicho esto el cristiano cautivo, cuando el
jinete se arrojó del caballo y vino a abrazar al mozo, diciéndole:
''Sobrino de mi alma y de mi vida, ya te conozco, y ya te he
llorado por muerto yo, y mi hermana, tu madre, y todos los
tuyos, que aún viven; y Dios ha sido servido de darles vida para
que gocen el placer de verte: ya sabíamos que estabas en Argel,
y por las señales y muestras de tus vestidos, y la de todos los
desta compañía, comprehendo que habéis tenido milagrosa
libertad''. ''Así es -respondió el mozo-, y tiempo nos quedará
para contároslo todo''.
607
engañaba, osaré decir que más hermosa criatura no había en el
mundo; a lo menos, que yo la hubiese visto.
608
y escudero, y no de esposo, vamos con intención de ver si mi
padre es vivo, o si alguno de mis hermanos ha tenido más
próspera ventura que la mía, puesto que, por haberme hecho el
cielo compañero de Zoraida, me parece que ninguna otra
suerte me pudiera venir, por buena que fuera, que más la
estimara. La paciencia con que Zoraida lleva las
incomodidades que la pobreza trae consigo, y el deseo que
muestra tener de verse ya cristiana es tanto y tal, que me
admira y me mueve a servirla todo el tiempo de mi vida, puesto
que el gusto que tengo de verme suyo y de que ella sea mía me
lo turba y deshace no saber si hallaré en mi tierra algún rincón
donde recogella, y si habrán hecho el tiempo y la muerte tal
mudanza en la hacienda y vida de mi padre y hermanos que
apenas halle quien me conozca, si ellos faltan.» No tengo más,
señores, que deciros de mi historia; la cual, si es agradable y
peregrina, júzguenlo vuestros buenos entendimientos; que de mí
sé decir que quisiera habérosla contado más brevemente,
puesto que el temor de enfadaros más de cuatro circunstancias
me ha quitado de la lengua.
609
Calló, en diciendo esto, el cautivo, a quien don Fernando dijo:
-Por cierto, señor capitán, el modo con que habéis contado este
estraño suceso ha sido tal, que iguala a la novedad y estrañeza
del mesmo caso.
610
quien la ventera respondió que no había en toda la venta un
palmo desocupado.
-Pues, aunque eso sea -dijo uno de los de a caballo que habían
entrado-, no ha de faltar para el señor oidor que aquí viene.
611
adalid a la fermosura, como la traen las letras de vuestra
merced en esta fermosa doncella, a quien deben no sólo abrirse
y manifestarse los castillos, sino apartarse los riscos, y devidirse
y abajarse las montañas, para dalle acogida. Entre vuestra
merced, digo, en este paraíso, que aquí hallará
612
lo que antes estaba ordenado: que todas las mujeres se
entrasen en el camaranchón ya referido, y que los hombres se
quedasen fuera, como en su guarda. Y así, fue contento el oidor
que su hija, que era la doncella, se fuese con aquellas señoras,
lo que ella hizo de muy buena gana. Y con parte de la estrecha
cama del ventero, y con la mitad de la que el oidor traía, se
acomodaron aquella noche mejor de lo que pensaban.
613
-Déjeseme a mí el hacer esa experiencia -dijo el cura-; cuanto
más, que no hay pensar sino que vos, señor capitán, seréis muy
bien recebido; porque el valor y prudencia que en su buen
parecer descubre vuestro hermano no da indicios de ser
arrogante ni desconocido, ni que no ha de saber poner los
casos de la fortuna en su punto.
614
tuviera por conseja de aquellas que las viejas cuentan el
invierno al fuego. Porque me dijo que su padre había dividido su
hacienda entre tres hijos que tenía, y les había dado ciertos
consejos, mejores que los de Catón. Y sé yo decir que el que él
escogió de venir a la guerra le había sucedido tan bien que en
pocos años, por su valor y esfuerzo, sin otro brazo que el de su
mucha virtud, subió a ser capitán de infantería, y a verse en
camino y predicamento de ser presto maestre de campo. Pero
fuele la fortuna contraria, pues donde la pudiera esperar y tener
buena, allí la perdió, con perder la libertad en la felicísima
jornada donde tantos la cobraron, que fue en la batalla de
Lepanto. Yo la perdí en la Goleta, y después, por diferentes
sucesos, nos hallamos camaradas en Costantinopla. Desde allí
vino a Argel, donde sé que le sucedió uno de los más estraños
casos que en el mundo han sucedido.
615
hermano hacía; el cual, viendo que ya el cura había llegado al
fin de su cuento, dando un grande suspiro y llenándosele los
ojos de agua, dijo:
616
necesidad de aguardar al milagro de la caña para alcanzar su
rescate. Pero de lo que yo agora me temo es de pensar si
aquellos franceses le habrán dado libertad, o le habrán muerto
por encubrir su hurto. Esto todo será que yo prosiga mi viaje, no
con aquel contento con que le comencé, sino con toda
melancolía y tristeza.
Viendo, pues, el cura que tan bien había salido con su intención
y con lo que deseaba el capitán, no quiso tenerlos a todos más
tiempo tristes, y así, se levantó de la mesa, y, entrando donde
estaba Zoraida, la tomó por la mano, y tras ella se vinieron
Luscinda, Dorotea y la hija del oidor.
617
Estaba esperando el capitán a ver lo que el cura quería hacer,
que fue que, tomándole a él asimesmo de la otra mano, con
entrambos a dos se fue donde el oidor y los demás caballeros
estaban, y dijo:
618
cristiana hermosa y la mora hermosísima renovaron las
lágrimas de todos.
619
Recogidas, pues, las damas en su estancia, y los demás
acomodádose como menos mal pudieron, don Quijote se salió
fuera de la venta a hacer la centinela del castillo, como lo había
prometido.
Sucedió, pues, que faltando poco por venir el alba, llegó a los
oídos de las damas una voz tan entonada y tan buena, que les
obligó a que todas le prestasen atento oído, especialmente
Dorotea, que despierta estaba, a cuyo
620
Capítulo XLIII: Donde se cuenta la agradable historia del mozo
de mulas, con otros estraños acaecimientos en la venta
sucedidos.
621
Clara despertó toda soñolienta, y de la primera vez no entendió
lo que Dorotea le decía; y, volviéndoselo a preguntar, ella se lo
volvió a decir, por lo cual estuvo atenta Clara. Pero, apenas
hubo oído dos versos que el que cantaba iba prosiguiendo,
cuando le tomó un temblor tan estraño como si de algún grave
accidente de cuartana estuviera enferma, y, abrazándose
estrechamente con Teodora, le dijo:
-¿Qué es lo que dices, niña?; mira que dicen que el que canta es
un mozo de mulas.
622
me parece que con nuevos versos y nuevo tono torna a su
canto.
No alcanzan perezosos
Amorosas porfías
623
tal vez alcanzan imposibles cosas; y ansí, aunque con las mías
624
así, lo dejé estar sin dalle otro favor si no era, cuando estaba mi
padre fuera de casa y el suyo también, alzar un poco el lienzo o
la celosía y dejarme ver toda, de lo que él hacía tanta fiesta,
que daba señales de volverse loco. Llegóse en esto el tiempo de
la partida de mi padre, la cual él supo, y no de mí, pues nunca
pude decírselo. Cayó malo, a lo que yo entiendo, de
pesadumbre; y así, el día que nos partimos nunca pude verle
para despedirme dél, siquiera con los ojos. Pero, a cabo de dos
días que caminábamos, al entrar de una posada, en un lugar
una jornada de aquí, le vi a la puerta del mesón, puesto en
hábito de mozo de mulas, tan al natural que si yo no le trujera
tan retratado en mi alma fuera imposible conocelle. Conocíle,
admiréme y alegréme; él me miró a hurto de mi padre, de quien
él siempre se esconde cuando atraviesa por delante de mí en
los caminos y en las posadas do llegamos; y, como yo sé quién
es, y considero que por amor de mí viene a pie y con tanto
trabajo, muérome de pesadumbre, y adonde él pone los pies
pongo yo los ojos. No sé con qué intención viene, ni cómo ha
podido escaparse de su padre, que le quiere
estraordinariamente, porque no tiene otro heredero, y porque él
lo merece, como lo verá vuestra merced cuando le vea. Y más le
sé decir: que todo aquello que canta lo saca de su cabeza; que
he oído decir que es muy gran estudiante y poeta. Y hay más:
que cada vez que le veo o le oigo cantar, tiemblo toda y me
sobresalto, temerosa de que mi padre le conozca y venga en
conocimiento de nuestros deseos. En mi vida le he hablado
palabra, y, con todo eso, le quiero de manera que no he de
625
poder vivir sin él. Esto es, señora mía, todo lo que os puedo
decir deste músico, cuya voz tanto os ha contentado; que en
sola ella echaréis bien de ver que no es mozo de mulas, como
decís, sino señor de almas y lugares, como yo os he dicho.
-No digáis más, señora doña Clara -dijo a esta sazón Dorotea, y
esto, besándola mil veces-; no digáis más, digo, y esperad que
venga el nuevo día, que yo espero en Dios de encaminar de
manera vuestros negocios, que tengan el felice fin que tan
honestos principios merecen.
626
No pudo dejar de reírse Dorotea, oyendo cuán como niña
hablaba doña Clara, a quien dijo:
627
servirte, de su voluntad ha querido ponerse? Dame tú nuevas
della, ¡oh luminaria de las tres caras! Quizá con envidia de la
suya la estás ahora mirando; que, o paseándose por alguna
galería de sus suntuosos palacios, o ya puesta de pechos sobre
algún balcón, está considerando cómo, salva su honestidad y
grandeza, ha de amansar la tormenta que por ella este mi
cuitado corazón padece, qué gloria ha de dar a mis penas, qué
sosiego a mi cuidado y, finalmente, qué vida a mi muerte y qué
premio a mis servicios. Y tú, sol, que ya debes de estar apriesa
ensillando tus caballos, por madrugar y salir a ver a mi señora,
así como la veas, suplícote que de mi parte la saludes; pero
guárdate que al verla y saludarla no le des paz en el rostro, que
tendré más celos de ti que tú los tuviste de aquella ligera
ingrata que tanto te hizo sudar y correr por los llanos de
Tesalia, o por las riberas de Peneo, que no me acuerdo bien por
dónde corriste entonces celoso y enamorado.
628
como él se imaginaba que era aquella venta; y luego en el
instante se le representó en su loca imaginación que otra vez,
como la pasada, la doncella fermosa, hija de la señora de aquel
castillo, vencida de su amor, tornaba a solicitarle; y con este
pensamiento, por no mostrarse descortés y desagradecido,
volvió las riendas a Rocinante y se llegó al agujero, y, así como
vio a las dos mozas, dijo:
629
-Sola una de vuestras hermosas manos -dijo Maritornes-, por
poder deshogar con ella el gran deseo que a este agujero la ha
traído, tan a peligro de su honor que si su señor padre la
hubiera sentido, la menor tajada della fuera la oreja.
630
sacaréis qué tal debe de ser la fuerza del brazo que tal mano
tiene.
631
En resolución, viéndose don Quijote atado, y que ya las damas
se habían ido, se dio a imaginar que todo aquello se hacía por
vía de encantamento, como la vez pasada, cuando en aquel
mesmo castillo le molió aquel moro encantado del arriero; y
maldecía entre sí su poca discreción y discurso, pues, habiendo
salido tan mal la vez primera de aquel castillo, se había
aventurado a entrar en él la segunda, siendo advertimiento de
caballeros andantes que, cuando han probado una aventura y
no salido bien con ella, es señal que no está para ellos
guardada, sino para otros; y así, no tienen necesidad de
probarla segunda vez. Con todo esto, tiraba de su brazo, por
ver si podía soltarse; mas él estaba tan bien asido, que todas
sus pruebas fueron en vano. Bien es verdad que tiraba con
tiento, porque Rocinante no se moviese; y, aunque él quisiera
sentarse y ponerse en la silla, no podía sino estar en pie, o
arrancarse la mano.
632
sabios Lirgandeo y Alquife, que le ayudasen; allí invocó a su
buena amiga Urganda, que le socorriese, y, finalmente, allí le
tomó la mañana, tan desesperado y confuso que bramaba
como un toro; porque no esperaba él que con el día se
remediara su cuita, porque la tenía por eterna, teniéndose por
encantado. Y hacíale creer esto ver que Rocinante poco ni
mucho se movía, y creía que de aquella suerte, sin comer ni
beber ni dormir, habían de estar él y su caballo, hasta que aquel
mal influjo de las estrellas se pasase, o hasta que otro más
sabio encantador le desencantase.
633
mandad que nos abran, que somos caminantes que no
queremos más de dar cebada a nuestras cabalgaduras y pasar
adelante, porque vamos de priesa.
-Sabéis poco del mundo -replicó don Quijote-, pues ignoráis los
casos que suelen acontecer en la caballería andante.
634
quién llamaba. Sucedió en este tiempo que una de las
cabalgaduras en que venían los cuatro que llamaban se llegó a
oler a Rocinante, que, melancólico y triste, con las orejas caídas,
sostenía sin moverse a su estirado señor; y como, en fin, era de
carne, aunque parecía de leño, no pudo dejar de resentirse y
tornar a oler a quien le llegaba a hacer caricias; y así, no se
hubo movido tanto cuanto, cuando se desviaron los juntos pies
de don Quijote, y, resbalando de la silla, dieran con él en el
suelo, a no quedar colgado del brazo: cosa que le causó tanto
dolor que creyó o que la muñeca le cortaban, o que el brazo se
le arrancaba; porque él quedó tan cerca del suelo que con los
estremos de las puntas de los pies besaba la tierra, que era en
su perjuicio, porque, como sentía lo poco que le faltaba para
poner las plantas en la tierra, fatigábase y estirábase cuanto
podía por alcanzar al suelo: bien así como los que están en el
tormento de la garrucha, puestos a toca, no toca, que ellos
mesmos son causa de acrecentar su dolor, con el ahínco que
ponen en estirarse, engañados de la esperanza que se les
representa, que con poco más que se estiren llegarán al suelo.
En efeto, fueron tantas las voces que don Quijote dio, que,
abriendo de presto las puertas de la venta, salió el ventero,
635
despavorido, a ver quién tales gritos daba, y los que estaban
fuera hicieron lo mesmo. Maritornes, que ya había despertado a
las mismas voces, imaginando lo que podía ser, se fue al pajar y
desató, sin que nadie lo viese, el cabestro que a don Quijote
sostenía, y él dio luego en el suelo, a vista del ventero y de los
caminantes, que, llegándose a él, le preguntaron qué tenía, que
tales voces daba. Él, sin responder palabra, se quitó el cordel de
la muñeca, y, levantándose en pie, subió sobre Rocinante,
embrazó su adarga, enristró su lanzón, y, tomando buena parte
del campo, volvió a medio galope, diciendo:
636
que preguntaban. Pero, habiendo visto uno dellos el coche
donde había venido el oidor, dijo:
637
nueva empresa hasta poner a Micomicona en su reino, hubo de
callar y estarse quedo, esperando a ver en qué paraban las
diligencias de aquellos caminantes; uno de los cuales halló al
mancebo que buscaba, durmiendo al lado de un mozo de
mulas, bien descuidado de que nadie ni le buscase, ni menos de
que le hallase. El hombre le trabó del brazo y le dijo:
-Por cierto, señor don Luis, que responde bien a quien vos sois
el hábito que tenéis, y que dice bien la cama en que os hallo al
regalo con que vuestra madre os crió.
-Aquí no hay que hacer otra cosa, señor don Luis, sino prestar
paciencia y dar
-Pues, ¿cómo supo mi padre -dijo don Luis- que yo venía este
camino y en este traje?
638
echó de menos; y así, despachó a cuatro de sus criados en
vuestra busca, y todos estamos aquí a vuestro servicio, más
contentos de lo que imaginar se puede, por el buen despacho
con que tornaremos, llevándoos a los ojos que tanto os quieren.
Todas estas razones que entre los dos pasaban oyó el mozo de
mulas junto a quien don Luis estaba; y, levantándose de allí, fue
a decir lo que pasaba a don Fernando y a Cardenio, y a los
demás, que ya vestido se habían; a los cuales dijo cómo aquel
hombre llamaba de don a aquel muchacho, y las razones que
pasaban, y cómo le quería volver a casa de su padre, y el mozo
no quería. Y con esto, y con lo que dél sabían de la buena voz
que el cielo le había dado, vinieron todos en gran deseo de
saber más particularmente quién era, y aun de ayudarle si
alguna fuerza le quisiesen hacer; y así, se fueron hacia la parte
donde aún estaba hablando y porfiando con su criado.
639
llegara a tenerla, diera consigo en el suelo. Cardenio dijo a
Dorotea que se volviesen al aposento, que él procuraría poner
remedio en todo, y ellas lo hicieron.
640
A esto dijo don Luis:
-No hay para qué se dé cuenta aquí de mis cosas: yo soy libre, y
volveré si me diere gusto, y si no, ninguno de vosotros me ha de
hacer fuerza.
-¿Qué niñerías son éstas, señor don Luis, o qué causas tan
poderosas, que os hayan movido a venir desta manera, y en
este traje, que dice tan mal con la calidad vuestra?
641
Y, en tanto que le hacía esta y otras preguntas, oyeron grandes
voces a la puerta de la venta, y era la causa dellas que dos
huéspedes que aquella noche habían alojado en ella, viendo a
toda la gente ocupada en saber lo que los cuatro buscaban,
habían intentado a irse sin pagar lo que debían; mas el ventero,
que atendía más a su negocio que a los ajenos, les asió al salir
de la puerta y pidió su paga, y les afeó su mala intención con
tales palabras, que les movió a que le respondiesen con los
puños; y así, le comenzaron a dar tal mano, que el pobre
ventero tuvo necesidad de dar voces y pedir socorro. La
ventera y su hija no vieron a otro más desocupado para poder
socorrerle que a
642
en tanto que yo pido licencia a la princesa Micomicona para
poder socorrerle en su cuita; que si ella me la da, tened por
cierto que yo le sacaré della.
643
mi escudero Sancho, que a él toca y atañe esta defensa y
venganza.
644
deseos más de lo que ha podido entender de algunas veces que
desde lejos ha visto llorar mis ojos. Ya, señor, sabéis la riqueza y
la nobleza de mis padres, y como yo soy su único heredero: si
os parece que éstas son partes para que os aventuréis a
hacerme en todo venturoso, recebidme luego por vuestro hijo;
que si mi padre, llevado de otros disignios suyos, no gustare
deste bien que yo supe buscarme, más fuerza tiene el tiempo
para deshacer y mudar las cosas que las humanas voluntades.
645
criados de don Luis aguardaban el fin de la plática del oidor y
la resolución de su amo, cuando el demonio, que no duerme,
ordenó que en aquel mesmo punto entró en la venta el barbero
a quien don Quijote quitó el yelmo de Mambrino y Sancho
Panza los aparejos del asno, que trocó con los del suyo; el cual
barbero, llevando su jumento a la caballeriza, vio a Sancho
Panza que estaba aderezando no sé qué de la albarda, y así
como la vio la conoció, y se atrevió a arremeter a Sancho,
diciendo:
646
adelante por hombre de pro, y propuso en su corazón de
armalle caballero en la primera ocasión que se le ofreciese, por
parecerle que sería en él bien empleada la orden de la
caballería. Entre otras cosas que el barbero decía en el discurso
de la pendencia, vino a decir:
647
sucesos de la caballería; para confirmación de lo cual, corre,
Sancho hijo, y saca aquí el yelmo que este buen hombre dice
ser bacía.
-En eso no hay duda -dijo a esta sazón Sancho-, porque desde
que mi señor le ganó hasta agora no ha hecho con él más de
una batalla, cuando libró a los sin ventura encadenados; y si no
fuera por este baciyelmo, no lo pasara entonces muy bien,
porque hubo asaz de pedradas en aquel trance.
648
Capítulo XLV: Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo
de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con
toda verdad
649
mentira; también digo que éste, aunque es yelmo, no es yelmo
entero.
-No, por cierto -dijo don Quijote-, porque le falta la mitad, que
es la babera.
650
-Por Dios, señores míos -dijo don Quijote-, que son tantas y tan
estrañas las cosas que en este castillo, en dos veces que en él
he alojado, me han sucedido, que no me atreva a decir
afirmativamente ninguna cosa de lo que acerca de lo que en él
se contiene se preguntare, porque imagino que cuanto en él se
trata va por vía de encantamento. La primera vez me fatigó
mucho un moro encantado que en él hay, y a Sancho no le fue
muy bien con otros sus secuaces; y anoche estuve colgado
deste brazo casi dos horas, sin saber cómo ni cómo no vine a
caer en aquella desgracia. Así que, ponerme yo agora en cosa
de tanta confusión a dar mi parecer, será caer en juicio
temerario.
651
Para aquellos que la tenían del humor de don Quijote, era todo
esto materia de grandísima risa; pero, para los que le
ignoraban, les parecía el mayor disparate
652
-No la tenga yo en el cielo -dijo el sobrebarbero- si todos
vuestras mercedes no se engañan, y que así parezca mi ánima
ante Dios como ella me parece a mí albarda, y no jaez; pero allá
van leyes..., etcétera; y no digo más; y en verdad que no estoy
borracho: que no me he desayunado, si de pecar no.
-Aquí no hay más que hacer, sino que cada uno tome lo que es
suyo, y a quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga.
653
Oyendo esto uno de los cuadrilleros que habían entrado, que
había oído la
654
barbero aporreaba a Sancho, Sancho molía al barbero; don
Luis, a quien un criado suyo se atrevió a asirle del brazo porque
no se fuese, le dio una puñada que le bañó los dientes en
sangre; el oidor le defendía, don Fernando tenía debajo de sus
pies a un cuadrillero, midiéndole el cuerpo con ellos muy a su
sabor. El ventero tornó a reforzar la voz, pidiendo favor a la
Santa Hermandad
-¿No os dije yo, señores, que este castillo era encantado, y que
alguna región de demonios debe de habitar en él? En
confirmación de lo cual, quiero que veáis por vuestros ojos
cómo se ha pasado aquí y trasladado entre nosotros la
discordia del campo de Agramante. Mirad cómo allí se pelea
por la espada, aquí por el caballo, acullá por el águila, acá por
el yelmo, y todos peleamos, y todos no nos entendemos. Venga,
pues, vuestra merced, señor oidor, y vuestra
655
merced, señor cura, y el uno sirva de rey Agramante, y el otro
de rey Sobrino, y pónganos en paz; porque por Dios
Todopoderoso que es gran bellaquería que tanta gente
principal como aquí estamos se mate por causas tan livianas.
656
manera se sabía de la intención de don Luis que no volvería por
aquella vez a los ojos de su padre, si le hiciesen pedazos.
Entendida, pues, de los cuatro la calidad de don Fernando y la
intención de don Luis, determinaron entre ellos que los tres se
volviesen a contar lo que pasaba a su padre, y el otro se
quedase a servir a don Luis, y a no dejalle hasta que ellos
volviesen por él, o viese lo que su padre les ordenaba.
657
temido.
658
llevaron luego Maritornes y su hija, pidiendo favor al cielo y a
los que allí estaban. Sancho dijo, viendo lo que pasaba:
659
andante! Venid acá, ladrones en cuadrilla, que no cuadrilleros,
salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad ;
decidme: ¿quién fue el ignorante que firmó mandamiento de
prisión contra un tal caballero como yo soy? ¿Quién el que
ignoró que son esentos de todo judicial fuero los caballeros
andantes, y que su ley es su espada; sus fueros, sus bríos; sus
premáticas, su voluntad? ¿Quién fue el mentecato, vuelvo a
decir, que no sabe que no hay secutoria de hidalgo con tantas
preeminencias, ni esenciones, como la que adquiere un
caballero andante el día que se arma caballero y se entrega al
duro ejercicio de la caballería? ¿Qué caballero andante pagó
pecho, alcabala, chapín de la reina, moneda forera, portazgo ni
barca? ¿Qué sastre le llevó hechura de vestido que le hiciese?
¿Qué castellano le acogió en su castillo que le hiciese pagar el
escote? ¿Qué rey no le asentó a su mesa? ¿Qué doncella no se
le aficionó y se le entregó rendida, a todo su talante y voluntad?
Y, finalmente,
660
En tanto que don Quijote esto decía, estaba persuadiendo el
cura a los cuadrilleros como don Quijote era falto de juicio,
como lo veían por sus obras y por sus palabras, y que no tenían
para qué llevar aquel negocio adelante, pues, aunque le
prendiesen y llevasen, luego le habían de dejar por loco; a lo
que respondió el del mandamiento que a él no tocaba juzgar de
la locura de don Quijote, sino hacer lo que por su mayor le era
mandado, y que una vez preso, siquiera le soltasen trecientas.
-Con todo eso -dijo el cura-, por esta vez no le habéis de llevar,
ni aun él dejará llevarse, a lo que yo entiendo.
En efeto, tanto les supo el cura decir, y tantas locuras supo don
Quijote hacer, que más locos fueran que no él los cuadrilleros si
no conocieran la falta de don Quijote; y así, tuvieron por bien de
apaciguarse, y aun de ser medianeros de hacer las paces entre
el barbero y Sancho Panza, que todavía asistían con gran
rancor a su pendencia. Finalmente, ellos, como miembros de
justicia, mediaron la causa y fueron árbitros della, de tal modo
que ambas partes quedaron, si no del todo contentas, a lo
menos en algo satisfechas, porque se trocaron las albardas, y
no las cinchas y jáquimas; y en lo que tocaba a lo del yelmo de
Mambrino, el cura, a socapa y sin que don Quijote lo
entendiese, le dio por la bacía ocho reales, y el barbero le hizo
una cédula del recibo y de no llamarse a engaño por entonces,
ni por siempre jamás amén.
661
se contentasen de volver los tres, y que el uno quedase para
acompañarle donde don Fernando le quería llevar; y, como ya
la buena suerte y mejor fortuna había comenzado a romper
lanzas y a facilitar dificultades en favor de los amantes de la
venta y de los valientes della, quiso llevarlo al cabo y dar a todo
felice suceso, porque los criados se contentaron de cuanto don
Luis quería; de que recibió tanto contento doña Clara, que
ninguno en aquella sazón la mirara al rostro que no conociera el
regocijo de su alma.
662
Viéndose, pues, don Quijote libre y desembarazado de tantas
pendencias, así de su escudero como suyas, le pareció que sería
bien seguir su comenzado viaje y dar fin a aquella grande
aventura para que había sido llamado y escogido; y así, con
resoluta determinación se fue a poner de hinojos ante Dorotea,
la cual no le consintió que hablase palabra hasta que se
levantase; y él, por obedecella, se puso en pie y le dijo:
663
como desea, de cuanto yo tarde de verme con vuestro
contrario.
664
Sancho, que a todo estaba presente, dijo, meneando la cabeza
a una parte y a otra:
665
que aquella desenvoltura más era de dama cortesana que de
reina de tan gran reino), y no pudo ni quiso responder palabra a
Sancho, sino dejóle proseguir en su plática, y él fue diciendo:
¡Oh, válame Dios, y cuán grande que fue el enojo que recibió
don Quijote, oyendo las descompuestas palabras de su
escudero! Digo que fue tanto, que, con voz atropellada y
tartamuda lengua, lanzando vivo fuego por los ojos, dijo:
666
suelo, señales todas de la ira que encerraba en sus entrañas. A
cuyas palabras y furibundos ademanes quedó Sancho tan
encogido y medroso, que se holgara que en aquel instante se
abriera debajo de sus pies la tierra y le tragara. Y no supo qué
hacerse, sino volver las espaldas y quitarse de la enojada
presencia de su señor. Pero la discreta Dorotea , que tan
entendido tenía ya el humor de don Quijote, dijo, para templarle
la ira:
667
-Ansí es y ansí será -dijo don Fernando-; por lo cual debe
vuestra merced, señor don Quijote, perdonalle y reducille al
gremio de su gracia, sicut erat in principio, antes que las tales
visiones le sacasen de juicio.
668
Dos días eran ya pasados los que había que toda aquella ilustre
compañía estaba en la venta; y, pareciéndoles que ya era
tiempo de partirse, dieron orden para que, sin ponerse al
trabajo de volver Dorotea y don Fernando con don Quijote a su
aldea, con la invención de la libertad de la reina Micomicona ,
pudiesen el cura y el barbero llevársele, como deseaban, y
procurar la cura de su locura en su tierra. Y lo que ordenaron
fue que se concertaron con un carretero de bueyes que acaso
acertó a pasar por allí, para que lo llevase en
669
figuras eran fantasmas de aquel encantado castillo, y que, sin
duda alguna, ya estaba encantado, pues no se podía menear ni
defender: todo a punto como había pensado que sucedería el
cura, trazador desta máquina.
670
visita de las lucientes imágines con su rápido y natural curso. Y
tú,
671
-¡Oh tú, quienquiera que seas, que tanto bien me has
pronosticado!, ruégote que pidas de mi parte al sabio
encantador que mis cosas tiene a cargo, que no me deje
perecer en esta prisión donde agora me llevan, hasta ver
cumplidas tan alegres e incomparables promesas como son las
que aquí se me han hecho; que, como esto sea, tendré por
gloria las penas de mi cárcel, y por alivio estas cadenas que me
ciñen, y no por duro campo de batalla este lecho en que me
acuestan, sino por cama blanda y tálamo dichoso. Y, en lo que
toca a la consolación de Sancho Panza, mi escudero, yo confío
de su bondad y buen proceder que no me dejará en buena ni en
mala suerte; porque, cuando no suceda, por la suya o por mi
corta ventura, el poderle yo dar la ínsula, o otra cosa
equivalente que le tengo prometida, por lo menos su salario no
podrá perderse; que en mi testamento, que ya está hecho, dejo
declarado lo que se le ha de dar, no conforme a sus muchos y
buenos servicios, sino a la posibilidad mía.
672
Capítulo XLVII: Del estraño modo con que fue encantado don
Quijote de la Mancha, con otros famosos sucesos
673
con todo eso, osaría afirmar y jurar que estas visiones que por
aquí andan, que no son del todo católicas.
Decía esto Sancho por don Fernando, que, como tan señor,
debía de oler a lo que Sancho decía.
674
engañas, o él quiere engañarte con hacer que no le tengas por
demonio.
-No lloréis, mis buenas señoras, que todas estas desdichas son
anexas a los que profesan lo que yo profeso; y si estas
calamidades no me acontecieran, no me tuviera yo por famoso
caballero andante; porque a los caballeros de poco nombre y
fama nunca les suceden semejantes casos, porque no hay en el
mundo quien se acuerde dellos. A los valerosos sí, que tienen
675
envidiosos de su virtud y valentía a muchos príncipes y a
muchos otros caballeros, que procuran por malas vías destruir a
los buenos. Pero, con todo eso, la virtud es tan poderosa que,
por sí sola, a pesar de toda la nigromancia que supo su primer
inventor, Zoroastes, saldrá vencedora de todo trance, y dará de
sí luz en el mundo, como la da el sol en el cielo. Perdonadme,
fermosas damas, si algún desaguisado, por descuido mío, os he
fecho, que, de voluntad y a sabiendas, jamás le di a nadie; y
rogad a Dios me saque destas prisiones, donde algún mal
intencionado encantador me ha puesto; que si de ellas me veo
libre, no se me caerá de la memoria las mercedes que en este
castillo me habedes fecho, para gratificallas, servillas y
recompensallas como ellas merecen.
En tanto que las damas del castillo esto pasaban con don
Quijote, el cura y el barbero se despidieron de don Fernando y
sus camaradas, y del capitán y de su hermano y todas aquellas
contentas señoras, especialmente de Dorotea y Luscinda. Todos
se abrazaron y quedaron de darse noticia de sus sucesos,
diciendo don Fernando al cura dónde había de escribirle para
avisarle en lo que paraba don Quijote, asegurándole que no
habría cosa que más gusto le diese que saberlo; y que él,
asimesmo, le avisaría de todo aquello que él viese que podría
darle gusto, así de su casamiento como del bautismo de
Zoraida, y suceso de don Luis, y vuelta de Luscinda a su casa.
El cura ofreció de hacer cuanto se le mandaba, con toda
676
puntualidad. Tornaron a abrazarse otra vez, y otra vez tornaron
a nuevos ofrecimientos.
677
en la jaula, las manos atadas, tendidos los pies, y arrimado a
las verjas, con tanto silencio y tanta paciencia como si no fuera
hombre de carne, sino estatua de piedra.
678
ser algún facinoroso salteador, o otro delincuente cuyo castigo
tocase a la Santa Hermandad. Uno de los cuadrilleros, a quien
fue hecha la pregunta, respondió ansí:
nosotros no lo sabemos.
679
más es perseguida de los malos que amada de los buenos.
Caballero andante soy, y no de aquellos de cuyos nombres
jamás la Fama se acordó para eternizarlos en su memoria, sino
de aquellos que, a despecho y pesar de la mesma envidia, y de
cuantos magos crió Persia, bracmanes la India, ginosofistas la
Etiopía, ha de poner su nombre en el templo de la inmortalidad
para que sirva de ejemplo y dechado en los venideros siglos,
donde los caballeros andantes vean los pasos que han de
seguir, si quisieren llegar a la cumbre y alteza honrosa de las
armas.
680
-Ahora, señores, quiéranme bien o quiéranme mal por lo que
dijere, el caso de ello es que así va encantado mi señor don
Quijote como mi madre; él tiene su
681
y de mi mujer me pesa, pues cuando podían y debían esperar
ver entrar a su padre por sus puertas hecho gobernador o
visorrey de alguna ínsula o reino, le verán entrar hecho mozo de
caballos. Todo esto que he dicho, señor cura, no es más de por
encarecer a su paternidad haga conciencia del mal tratamiento
que a mi señor se le hace, y mire bien no le pida Dios en la otra
vida esta prisión de mi amo, y se le haga cargo de todos
aquellos socorros y bienes que mi señor don Quijote deja de
hacer en este tiempo que está preso.
682
mi amo, Dios sabe la verdad; y quédese aquí, porque es peor
meneallo.
683
composición cae debajo de aquel de las fábulas que llaman
milesias, que son cuentos disparatados, que atienden
solamente a deleitar, y no a enseñar: al contrario de lo que
hacen las fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente.
Y, puesto que el principal intento de semejantes libros sea el
deleitar, no sé yo cómo puedan conseguirle, yendo llenos de
tantos y tan desaforados disparates; que el deleite que en el
alma se concibe ha de ser de la hermosura y concordancia que
vee o contempla en las cosas que la vista o la imaginación le
ponen delante; y toda cosa que tiene en sí fealdad y
descompostura no nos puede causar contento alguno. Pues,
¿qué hermosura puede haber, o qué proporción de partes con el
todo y del todo con las partes, en un libro o fábula donde un
mozo de diez y seis años da una cuchillada a un gigante como
una torre, y le divide en dos mitades, como si fuera de
alfeñique; y que, cuando nos quieren pintar una batalla,
después de haber dicho que hay de la parte de los enemigos un
millón de competientes, como sea contra ellos el señor del libro,
forzosamente, mal que nos pese, habemos de entender que el
tal caballero alcanzó la vitoria por solo el valor de su fuerte
brazo? Pues, ¿qué diremos de la facilidad con que una reina o
emperatriz heredera se conduce en los brazos de un andante y
no conocido caballero? ¿Qué ingenio, si no es del todo bárbaro
e inculto, podrá contentarse leyendo que una gran torre llena de
caballeros va por la mar adelante, como nave con próspero
viento, y hoy anochece en Lombardía, y mañana amanezca en
tierras del Preste Juan de las Indias, o en otras que ni las
684
descubrió Tolomeo ni las vio Marco Polo? Y, si a esto se me
respondiese que los que tales libros componen los escriben
como
685
El cura le estuvo escuchando con grande atención, y parecióle
hombre de buen entendimiento, y que tenía razón en cuanto
decía; y así, le dijo que, por ser él de su mesma opinión y tener
ojeriza a los libros de caballerías, había quemado todos los de
don Quijote, que eran muchos. Y contóle el escrutinio que dellos
había hecho, y los que había condenado al fuego y dejado con
vida, de que no poco se rió el canónigo, y dijo que, con todo
cuanto mal había dicho de tales libros, hallaba en ellos una cosa
buena: que era el sujeto que ofrecían para que un buen
entendimiento pudiese mostrarse en ellos, porque daban largo
y espacioso campo por donde sin empacho alguno pudiese
correr la pluma, descubriendo naufragios, tormentas,
rencuentros y batallas; pintando un capitán valeroso con todas
las partes que para ser tal se requieren, mostrándose prudente
previniendo las astucias de sus enemigos, y elocuente orador
persuadiendo o disuadiendo a sus soldados, maduro en el
consejo, presto en lo determinado, tan valiente en el esperar
como en el acometer; pintando ora un lamentable y trágico
suceso, ahora un alegre y no pensado acontecimiento; allí una
hermosísima dama, honesta, discreta y recatada; aquí un
caballero cristiano, valiente y comedido; acullá un desaforado
bárbaro fanfarrón; acá un príncipe cortés, valeroso y bien
mirado; representando bondad y lealtad de vasallos, grandezas
y mercedes de señores. Ya puede mostrarse astrólogo, ya
cosmógrafo excelente, ya músico, ya inteligente en las materias
de estado, y tal vez le vendrá ocasión de mostrarse nigromante,
si quisiere. Puede mostrar las astucias de Ulixes, la piedad de
686
Eneas, la valentía de Aquiles, las desgracias de Héctor, las
traiciones de Sinón, la amistad de Eurialio, la liberalidad de
Alejandro, el valor de César, la clemencia y verdad de Trajano,
687
ningún buen discurso, ni al arte y reglas por donde pudieran
guiarse y hacerse famosos en prosa, como lo son en verso los
dos príncipes de la poesía griega y latina.
688
y los autores que las componen y los actores que las
representan dicen que así han de ser, porque así las quiere el
vulgo, y no de otra manera; y que las que llevan traza y siguen
la fábula como el arte pide, no sirven sino para cuatro discretos
que las entienden, y todos los demás se quedan ayunos de
entender su artificio, y que a ellos les está mejor ganar de
comer con los muchos, que no opinión con los pocos, deste
modo vendrá a ser un libro, al cabo de haberme quemado las
cejas por guardar los preceptos referidos, y vendré a ser el
sastre del cantillo''. Y, aunque algunas veces he procurado
persuadir a los actores que se engañan en tener la opinión que
tienen, y que más gente atraerán y más fama cobrarán
representando comedias que hagan el arte que no con las
disparatadas, y están tan asidos y encorporados en su parecer,
que no hay razón ni evidencia que dél los saque. Acuérdome
que un día dije a uno destos pertinaces: ''Decidme, ¿no os
acordáis que ha pocos años que se representaron en España
tres tragedias que compuso un famoso poeta destos reinos, las
cuales fueron tales, que admiraron, alegraron y suspendieron a
todos cuantos las oyeron, así simples como prudentes, así del
vulgo como de los escogidos, y dieron más dineros a los
representantes ellas tres solas que treinta de las mejores que
después acá se han hecho?'' ''Sin duda -respondió el autor que
digo-, que debe de decir vuestra merced por La Isabela, La Filis
y La Alejandra''. ''Por ésas digo -le repliqué yo-; y mirad si
guardaban bien los preceptos del arte, y si por guardarlos
dejaron de parecer lo que eran y de agradar a todo el mundo.
689
Así que no está la falta en el vulgo, que pide disparates, sino en
aquellos que no saben representar otra cosa. Sí, que no fue
disparate La ingratitud vengada, ni le tuvo La Numancia, ni se
le halló en la del Mercader amante, ni menos en La enemiga
favorable, ni en otras algunas que de algunos entendidos
poetas han sido compuestas, para fama y renombre suyo, y
para ganancia de los que las han representado''. Y otras cosas
añadí a éstas, con que, a mi parecer, le dejé algo confuso, pero
no satisfecho ni convencido para sacarle de su errado
pensamiento.
690
tiempos en que pueden o podían suceder las acciones que
representan, sino que he visto comedia que la primera jornada
comenzó en Europa, la segunda en Asia, la tercera se acabó en
Africa, y ansí fuera de cuatro jornadas, la cuarta acababa en
América, y así se hubiera hecho en todas las cuatro partes del
mundo? Y si es que la imitación es lo principal que ha de tener
la comedia,
691
historias, y aun en oprobrio de los ingenios españoles; porque
los estranjeros, que con mucha puntualidad guardan las leyes
de la comedia, nos tienen por bárbaros e ignorantes, viendo los
absurdos y disparates de las que hacemos. Y no sería bastante
disculpa desto decir que el principal intento que las repúblicas
bien ordenadas tienen, permitiendo que se hagan públicas
comedias, es para entretener la comunidad con alguna honesta
recreación, y divertirla a veces de los malos humores que suele
engendrar la ociosidad; y que, pues éste se consigue con
cualquier comedia, buena o mala, no hay para qué poner leyes,
ni estrechar a los que las componen y representan a que las
hagan como debían hacerse, pues, como he dicho, con
cualquiera se consigue lo que con ellas se pretende. A lo cual
respondería yo que este fin se conseguiría mucho mejor, sin
comparación alguna, con las comedias buenas que con las no
tales; porque, de haber oído la comedia artificiosa y bien
ordenada, saldría el oyente alegre con las burlas, enseñado con
las veras, admirado de los sucesos, discreto con las razones,
advertido con los embustes, sagaz con los ejemplos, airado
contra el vicio y enamorado de la virtud; que todos estos
afectos ha de despertar la buena comedia en el ánimo del que
la escuchare, por rústico y torpe que sea; y de toda
imposibilidad es imposible dejar de alegrar y entretener,
satisfacer y contentar, la comedia que todas estas partes
tuviere mucho más que aquella que careciere dellas, como por
la mayor parte carecen estas que de ordinario agora se
692
representan. Y no tienen la culpa desto los poetas que las
componen,
693
sin la cual aprobación, sello y firma, ninguna justicia en su lugar
dejase representar comedia alguna; y, desta manera, los
comediantes tendrían cuidado de enviar las comedias a la
Corte, y con seguridad podrían representallas, y aquellos que
las componen mirarían con más cuidado y estudio lo que
hacían, temorosos de haber de pasar sus obras por el riguroso
examen de quien lo entiende; y desta manera se harían buenas
comedias y se conseguiría felicísimamente lo que en ellas se
pretende: así el entretenimiento del pueblo, como la opinión de
los ingenios de España, el interés y seguridad de los recitantes y
el ahorro del cuidado de castigallos. Y si diese cargo a otro, o a
este mismo, que examinase los libros de caballerías que de
nuevo se compusiesen, sin duda podrían salir algunos con la
perfección que vuestra merced ha dicho, enriqueciendo nuestra
lengua del agradable y precioso tesoro de la elocuencia, dando
ocasión que los libros viejos se escureciesen a la luz de los
nuevos que saliesen, para honesto pasatiempo, no solamente
de los ociosos, sino de los más ocupados; pues no es posible
que esté continuo el arco armado, ni la condición y flaqueza
humana se pueda sustentar sin alguna lícita recreación.
694
-Así me lo parece a mí -respondió el cura.
695
Para prueba de lo cual le quiero preguntar una cosa; y si me
responde como creo que me ha de responder, tocará con la
mano este engaño y verá como no va encantado, sino
trastornado el juicio.
696
encantamento excede a cuantas yo he leído en todas las
historias que tratan de caballeros andantes que han sido
encantados?
Ansí que, bien puedes darte paz y sosiego en esto de creer que
son los que dices, porque así son ellos como yo soy turco. Y, en
lo que toca a querer preguntarme algo, di, que yo te
responderé, aunque me preguntes de aquí a mañana.
697
-Digo que no mentiré en cosa alguna -respondió don Quijote-.
Acaba ya de preguntar, que en verdad que me cansas con
tantas salvas, plegarias y prevenciones, Sancho.
698
una persona está de mala voluntad: "No sé qué tiene fulano,
que ni come, ni bebe, ni duerme, ni responde a propósito a lo
que le preguntan, que no parece sino que está encantado"? De
donde se viene a sacar que los que no comen, ni beben, ni
duermen, ni hacen las obras naturales que yo digo, estos tales
están encantados; pero no aquellos que tienen la gana que
vuestra merced tiene y que bebe cuando se lo dan, y come
cuando lo tiene, y responde a todo aquello que le preguntan.
-Pues, con todo eso -replicó Sancho-, digo que, para mayor
abundancia y satisfación, sería bien que vuestra merced
probase a salir desta cárcel, que yo me obligo con todo mi
poder a facilitarlo, y aun a sacarle della, y probase de nuevo a
subir sobre su buen Rocinante, que también parece que va
699
encantado, según va de malencólico y triste; y, hecho esto,
probásemos otra vez la suerte de buscar más aventuras; y si no
nos sucediese bien, tiempo nos queda para volvernos a la jaula,
en la cual prometo, a ley de buen y leal escudero, de
encerrarme juntamente con vuestra merced, si acaso fuere
vuestra merced tan desdichado, o yo tan simple, que no acierte
a salir con lo que digo.
700
viéndose su señor en libertad, había de hacer de las suyas, y
irse donde jamás gentes le viesen.
701
Y, diciendo esto, don Quijote se apartó con Sancho en remota
parte, de donde vino más aliviado y con más deseos de poner
en obra lo que su escudero ordenase.
-¿Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra
merced la amarga y ociosa letura de los libros de caballerías,
que le hayan vuelto el juicio de modo que venga a creer que va
encantado, con otras cosas deste jaez, tan lejos de ser
verdaderas como lo está la mesma mentira de la verdad? Y
702
graciosos, tanto billete, tanto requiebro, tantas mujeres
valientes; y, finalmente, tantos y tan disparatados casos como
los libros de caballerías contienen? De mí sé decir que, cuando
los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar que
son todos mentira y liviandad, me dan algún contento; pero,
cuando caigo en la cuenta de lo que son, doy con el mejor
dellos en la pared, y aun diera con él en el fuego si cerca o
presente le tuviera, bien como a merecedores de tal pena, por
ser falsos y embusteros, y fuera del trato que pide la común
naturaleza, y como a inventores de nuevas sectas y de nuevo
modo de vida, y como a quien da ocasión que el vulgo
ignorante venga a creer y a tener por verdaderas tantas
necedades como contienen. Y aun tienen tanto atrevimiento,
que se atreven a turbar los ingenios de los discretos y bien
nacidos hidalgos, como se echa bien de ver por lo que con
vuestra merced han hecho, pues le han traído a términos que
sea forzoso encerrarle en una jaula, y traerle sobre un carro de
bueyes, como quien trae o lleva algún león o algún tigre, de
lugar en lugar, para ganar con él dejando que le vean.
703
en la Sacra Escritura el de los Jueces; que allí hallará verdades
grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes. Un Viriato
tuvo Lusitania; un César, Roma; un Anibal, Cartago; un
Alejandro, Grecia; un conde Fernán González, Castilla; un Cid,
Valencia; un Gonzalo Fernández, Andalucía; un Diego García de
Paredes, Estremadura; un Garci Pérez de Vargas, Jerez; un
Garcilaso, Toledo; un don Manuel de León, Sevilla, cuya leción
de sus valerosos hechos puede entretener, enseñar, deleitar y
admirar a los más altos ingenios que los leyeren. Ésta sí será
letura digna del buen entendimiento de vuestra merced, señor
don Quijote mío, de la cual saldrá erudito en la historia,
enamorado de la virtud, enseñado en la bondad, mejorado en
las costumbres, valiente sin temeridad, osado sin cobardía, y
todo esto, para honra de Dios, provecho suyo y fama de la
Mancha; do, según he sabido, trae vuestra merced su principio
y origen.
704
república; y que yo he hecho mal en leerlos, y peor en creerlos, y
más mal en imitarlos, habiéndome puesto a seguir la durísima
profesión de la caballería andante, que ellos enseñan,
negándome que no ha habido en el mundo Amadises, ni de
Gaula ni de Grecia, ni todos los otros caballeros de que las
escrituras están llenas.
705
¿qué ingenio puede haber en el mundo que pueda persuadir a
otro que no fue verdad lo de la infanta Floripes y Guy de
Borgoña, y lo de Fierabrás con la puente de Mantible, que
sucedió en el tiempo de Carlomagno; que voto a tal que es
tanta verdad como es ahora de día? Y si es mentira, también lo
debe de ser que no hubo Héctor, ni Aquiles, ni la guerra de
Troya, ni los Doce Pares de Francia, ni el rey Artús de
Ingalaterra, que anda hasta ahora convertido en cuervo y le
esperan en su reino por momentos. Y también se atreverán a
decir que es mentirosa la historia de Guarino Mezquino, y la de
la demanda del Santo Grial, y que son apócrifos los amores de
don Tristán y la reina Iseo , como los de Ginebra y Lanzarote,
habiendo personas que casi se acuerdan de haber visto a la
dueña Quintañona , que fue la mejor escanciadora de vino que
tuvo la Gran Bretaña.
706
la clavija está la silla de Babieca, y en Roncesvalles está el
cuerno de Roldán, tamaño como una grande viga: de donde se
infiere que hubo Doce Pares, que hubo Pierres, que hubo Cides,
y otros caballeros semejantes, déstos que dicen las gentes que
a sus aventuras van.
707
todas aquellas cosas tocantes y concernientes a los hechos de
su andante caballería; y así, le respondió:
-No puedo yo negar, señor don Quijote, que no sea verdad algo
de lo que vuestra merced ha dicho, especialmente en lo que
toca a los caballeros andantes españoles; y, asimesmo, quiero
conceder que hubo Doce Pares de Francia, pero no quiero creer
que hicieron todas aquellas cosas que el arzobispo Turpín dellos
escribe; porque la verdad dello es que fueron caballeros
escogidos por los reyes de Francia, a quien llamaron pares por
ser todos iguales en valor, en calidad y en valentía; a lo menos,
si no lo eran, era razón que lo fuesen y era como una religión de
las que ahora se usan de Santiago o de Calatrava, que se
presupone que los que la profesan han de ser, o deben ser,
caballeros valerosos, valientes y bien nacidos; y, como ahora
dicen caballero de San Juan, o de Alcántara, decían en aquel
tiempo caballero de los Doce Pares, porque no fueron doce
iguales los que para esta religión
708
-Pues allí está, sin duda alguna -replicó don Quijote-; y, por más
señas, dicen que está metida en una funda de vaqueta, porque
no se tome de moho.
-¡Bueno está eso! -respondió don Quijote-. Los libros que están
impresos con licencia de los reyes y con aprobación de aquellos
a quien se remitieron, y que con gusto general son leídos y
celebrados de los grandes y de los chicos, de los pobres y de los
ricos, de los letrados e ignorantes, de los plebeyos y caballeros,
finalmente, de todo género de personas, de cualquier estado y
condición que sean, ¿habían de ser mentira?; y más llevando
tanta apariencia de verdad, pues nos cuentan el padre, la
madre, la patria, los parientes, la edad, el lugar y las hazañas,
709
punto por punto y día por día, que el tal caballero hizo, o
caballeros hicieron. Calle vuestra merced, no diga tal blasfemia
(y créame que le aconsejo en esto lo que debe de hacer como
discreto), sino léalos, y verá el gusto que recibe de su leyenda.
Si no, dígame: ¿hay mayor contento que ver, como si dijésemos:
aquí ahora se muestra delante de nosotros un gran lago de pez
hirviendo a borbollones, y que andan nadando y cruzando por
él muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos
géneros de animales feroces y espantables, y que del medio del
lago sale una voz tristísima que dice: ''Tú, caballero, quienquiera
que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres
alcanzar el bien que debajo destas negras aguas se encubre,
muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en mitad de su
negro y encendido licor; porque si así
710
nueva; ofrécesele a los ojos una apacible floresta de tan verdes
y frondosos árboles compuesta, que alegra a la vista su
verdura, y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de
los pequeños, infinitos y pintados pajarillos que por los
intricados ramos van cruzando. Aquí descubre un arroyuelo,
cuyas frescas aguas, que líquidos cristales parecen, corren
sobre menudas arenas y blancas pedrezuelas, que oro cernido y
puras perlas semejan; acullá vee una artificiosa fuente de jaspe
variado y de liso mármol compuesta; acá vee otra a lo brutesco
adornada, adonde las menudas conchas de las almejas, con las
torcidas casas blancas y amarillas del caracol, puestas con
orden desordenada, mezclados entre ellas pedazos de cristal
luciente y de contrahechas esmeraldas, hacen una variada
labor, de manera que el arte, imitando a la naturaleza, parece
que allí la vence. Acullá de improviso se le descubre un fuerte
castillo o vistoso alcázar, cuyas murallas son de macizo oro, las
almenas de diamantes, las puertas de jacintos; finalmente, él es
de tan admirable compostura que, con ser la materia de que
está formado no menos que de diamantes, de carbuncos, de
rubíes, de perlas, de oro y de esmeraldas, es de más estimación
su hechura. Y ¿hay más que ver, después de haber visto esto,
que ver salir por la puerta del castillo un buen número de
doncellas, cuyos galanos y vistosos trajes, si yo me pusiese
ahora a decirlos como las historias nos los cuentan, sería nunca
acabar; y tomar luego la que parecía principal de todas por la
mano al atrevido caballero que se arrojó en el ferviente lago, y
llevarle, sin hablarle palabra, dentro del rico alcázar o castillo, y
711
hacerle desnudar como su madre le parió, y bañarle con
templadas aguas, y luego untarle todo con olorosos ungüentos,
y vestirle una camisa de cendal delgadísimo, toda olorosa y
perfumada, y acudir otra doncella y echarle un mantón sobre
los hombros, que, por lo menos menos, dicen que suele valer
una ciudad, y aun más? ¿Qué es ver, pues, cuando nos cuentan
que, tras todo esto, le llevan a otra sala, donde halla puestas las
mesas, con tanto concierto, que queda suspenso y admirado?;
¿qué, el verle echar agua a manos, toda de ámbar y de olorosas
flores distilada?; ¿qué, el hacerle sentar sobre una silla de
marfil?; ¿qué, verle servir todas las doncellas, guardando un
maravilloso silencio?; ¿qué, el traerle tanta diferencia de
manjares, tan sabrosamente guisados, que no sabe el apetito a
cuál deba de alargar la mano? ¿Cuál será oír
712
cualquiera historia de caballero andante, ha de causar gusto y
maravilla a cualquiera que la leyere. Y vuestra merced créame,
y, como otra vez le he dicho, lea estos libros, y verá cómo le
destierran la melancolía que tuviere, y le mejoran la condición,
si acaso la tiene mala. De mí sé decir que, después que soy
caballero andante, soy valiente, comedido, liberal, bien criado,
generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de
trabajos, de prisiones, de encantos; y, aunque ha tan poco que
me vi encerrado en una jaula, como loco, pienso, por el valor de
mi brazo, favoreciéndome el cielo y no me siendo contraria la
fortuna, en pocos días verme rey de algún reino, adonde pueda
mostrar el agradecimiento y liberalidad que mi pecho encierra.
Que, mía fe, señor, el pobre está inhabilitado de poder mostrar
la virtud de liberalidad con ninguno, aunque en sumo grado la
posea; y el agradecimiento que sólo consiste en el deseo es
cosa muerta, como es muerta la fe sin obras. Por esto querría
que la fortuna me ofreciese presto alguna ocasión donde me
hiciese emperador, por mostrar mi pecho haciendo bien a mis
amigos, especialmente a este pobre de Sancho Panza, mi
escudero, que es el mejor hombre del mundo, y querría darle un
condado que le tengo muchos días ha prometido, sino que
temo que no ha de tener habilidad para gobernar su estado.
713
para gobernarle; y, cuando me faltare, yo he oído decir que hay
hombres en el mundo que toman en arrendamiento los estados
de los señores, y les dan un tanto cada año, y ellos se tienen
cuidado del gobierno, y el señor se está a pierna tendida,
gozando de la renta que le dan, sin curarse de otra cosa; y así
haré yo, y no repararé en tanto más cuanto, sino que luego me
desistiré de todo, y me gozaré mi renta como un duque, y allá
se lo hayan.
714
desear, acabóse; y el estado venga, y a Dios y veámonos, como
dijo un ciego a otro.
-No son malas filosofías ésas, como tú dices, Sancho; pero, con
todo eso, hay mucho que decir sobre esta materia de
condados.
-Yo no sé que haya más que decir; sólo me guío por el ejemplo
que me da el grande Amadís de Gaula, que hizo a su escudero
conde de la Ínsula Firme ; y así, puedo yo, sin escrúpulo de
conciencia, hacer conde a Sancho Panza, que es uno de los
mejores escuderos que caballero andante ha tenido.
715
allí junto estaban sonaba, y al mesmo instante vieron salir de
entre aquellas malezas una hermosa cabra, toda la piel
manchada de negro, blanco y pardo. Tras ella venía un cabrero
dándole voces, y diciéndole palabras a su uso, para que se
detuviese, o al rebaño volviese. La fugitiva cabra, temerosa y
despavorida, se vino a la gente, como a favorecerse della, y allí
se detuvo. Llegó el cabrero, y, asiéndola de los cuernos, como si
fuera capaz de discurso y entendimiento, le dijo:
Contento dieron las palabras del cabrero a los que las oyeron,
especialmente al canónigo, que le dijo:
716
bebed una vez, con que templaréis la cólera, y en tanto,
descansará la cabra.
-No querría que por haber yo hablado con esta alimaña tan en
seso, me tuviesen vuestras mercedes por hombre simple; que en
verdad que no carecen de misterio las palabras que le dije.
Rústico soy, pero no tanto que no entienda cómo se ha de
tratar con los hombres y con las bestias.
717
novedades que suspendan, alegren y entretengan los sentidos,
como, sin duda, pienso que lo ha de hacer vuestro cuento.
718
Parece que lo entendió la cabra, porque, en sentándose su
dueño, se tendió ella junto a él con mucho sosiego, y, mirándole
al rostro, daba a entender que estaba atenta a lo que el
cabrero iba diciendo, el cual comenzó su historia desta manera:
-«Tres leguas deste valle está una aldea que, aunque pequeña,
es de las más ricas que hay en todos estos contornos; en la cual
había un labrador muy honrado, y tanto, que, aunque es anexo
al ser rico el ser honrado, más lo era él por la virtud que tenía
que por la riqueza que alcanzaba. Mas lo que le hacía más
dichoso, según él decía, era tener una hija de tan estremada
hermosura, rara discreción, donaire y virtud, que el que la
conocía y la miraba se admiraba de ver las estremadas partes
con que el cielo y la naturaleza la habían enriquecido. Siendo
niña fue hermosa, y siempre fue creciendo en belleza, y en la
edad de diez y seis años fue hermosísima. La fama de su
belleza se comenzó a estender por todas las circunvecinas
aldeas, ¿qué digo yo por las circunvecinas no más, si se
estendió a las apartadas ciudades, y aun se entró por las salas
de los reyes, y por los oídos de todo género de gente; que,
719
como a cosa rara, o como a imagen de milagros, de todas
partes a verla venían? Guardábala su padre, y guardábase ella;
que no hay candados, guardas ni cerraduras que mejor
guarden a una doncella que las del recato proprio.
720
se las propongan buenas, y de las buenas, que escojan a su
gusto.
721
de los vestidos voy contando, porque ellos hacen una buena
parte en esta historia.
722
»Este soldado, pues, que aquí he pintado, este Vicente de la
Rosa, este bravo, este galán, este músico, este poeta fue visto y
mirado muchas veces de Leandra, desde una ventana de su
casa que tenía la vista a la plaza.
723
padre; preguntáronle su desgracia; confesó sin apremio que
Vicente de la Roca la había engañado, y debajo de su palabra
de ser su esposo la persuadió que dejase la casa de su padre;
que él la llevaría a la más rica y más viciosa ciudad que había
en todo el universo mundo, que era Nápoles; y que ella, mal
advertida y peor engañada, le había creído; y, robando a su
padre, se le entregó la misma noche que había faltado; y que él
la llevó a un áspero monte, y la encerró en aquella cueva donde
la habían hallado. Contó también como el soldado, sin quitalle
su honor, le robó cuanto tenía, y la dejó en aquella cueva y se
fue: suceso que de nuevo puso en admiración a todos.
724
sino a su desenvoltura y a la natural inclinación de las mujeres,
que, por la mayor parte, suele ser desatinada y mal compuesta.
725
tanto la locura, que hay quien se queje de desdén sin haberla
jamás hablado, y aun quien se lamente y sienta la rabiosa
enfermedad de los celos, que ella jamás dio a nadie; porque,
como ya tengo dicho, antes se supo su pecado que su deseo.
No hay hueco de peña, ni margen de arroyo, ni sombra de árbol
que no esté ocupada de algún pastor que sus desventuras a los
aires cuente; el eco repite el nombre de Leandra dondequiera
que pueda formarse: Leandra resuenan los montes, Leandra
murmuran los arroyos, y Leandra nos tiene a todos suspensos y
encantados, esperando sin esperanza y temiendo sin saber de
qué tememos. Entre estos disparatados, el que muestra que
menos y más juicio tiene es mi competidor Anselmo, el cual,
teniendo tantas otras cosas de que quejarse, sólo se queja de
ausencia; y al son de un rabel, que admirablemente toca, con
versos donde muestra su buen entendimiento, cantando se
queja. Yo sigo otro camino más fácil, y a mi parecer el más
726
fresca leche y muy sabrosísimo queso, con otras varias y
sazonadas frutas, no menos a la vista que al gusto agradables.
727
fuerza de un encantador malicioso, que no pueda más la de
otro encantador mejor intencionado, y para entonces os
prometo mi favor y ayuda, como me obliga mi profesión, que
no es otra si no es favorecer a los desvalidos y menesterosos.
728
remachó las narices; mas el cabrero, que no sabía de burlas,
viendo con cuántas veras le maltrataban, sin tener respeto a la
alhombra, ni a los manteles, ni a todos aquellos que comiendo
estaban, saltó sobre don Quijote, y, asiéndole del cuello con
entrambas manos, no dudara de ahogalle, si Sancho Panza no
llegara en aquel punto, y le asiera por las espaldas y diera con
él encima de la mesa, quebrando platos, rompiendo tazas y
derramando y esparciendo cuanto en ella estaba. Don Quijote,
que se vio libre, acudió a subirse sobre el cabrero; el cual, lleno
de sangre el rostro, molido a coces de Sancho, andaba
buscando a gatas algún cuchillo de la mesa para hacer alguna
sanguinolenta venganza, pero estorbábanselo el canónigo y el
cura; mas el barbero hizo de suerte que el cabrero cogió debajo
de sí a don Quijote, sobre el cual llovió tanto número de
mojicones, que del rostro del pobre caballero llovía tanta sangre
como del suyo.
729
cual, aunque estaba debajo del cabrero, harto contra su
voluntad y más que medianamente molido, le dijo:
Era el caso que aquel año habían las nubes negado su rocío a la
tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacían
procesiones, rogativas y diciplinas, pidiendo a Dios abriese las
manos de su misericordia y les lloviese; y para este efecto la
gente de una aldea que allí junto estaba venía en procesión a
una devota ermita que en un recuesto de aquel valle había.
Don Quijote, que vio los estraños trajes de los diciplinantes, sin
pasarle por la memoria las muchas veces que los había de
haber visto, se imaginó que era cosa de aventura, y que a él
solo tocaba, como a caballero andante, el acometerla; y
confirmóle más esta imaginación pensar que una imagen que
traían cubierta de luto fuese alguna principal señora que
730
llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos
malandrines; y, como esto le cayó en las mientes, con gran
ligereza arremetió a Rocinante, que paciendo andaba,
quitándole del arzón el freno y el adarga, y en un punto le
enfrenó, y, pidiendo a Sancho su espada, subió sobre Rocinante
y embrazó su adarga, y dijo en alta voz a todos los que
presentes estaban:
731
Fatigóse en vano Sancho, porque su amo iba tan puesto en
llegar a los ensabanados y en librar a la señora enlutada, que
no oyó palabra; y, aunque la oyera, no volviera, si el rey se lo
mandara. Llegó, pues, a la procesión, y paró a Rocinante, que
ya llevaba deseo de quietarse un poco, y, con turbada y ronca
voz, dijo:
732
En estas razones, cayeron todos los que las oyeron que don
Quijote debía de ser algún hombre loco, y tomáronse a reír muy
de gana; cuya risa fue poner pólvora a la cólera de don Quijote,
porque, sin decir más palabra, sacando la espada, arremetió a
las andas. Uno de aquellos que las llevaban, dejando la carga a
sus compañeros, salió al encuentro de don Quijote, enarbolando
una horquilla o bastón con que sustentaba las andas en tanto
que descansaba; y, recibiendo en ella una gran cuchillada que
le tiró don Quijote, con que se la hizo dos partes, con el último
tercio, que le quedó en la mano, dio tal golpe a don Quijote
encima de un hombro, por el mismo lado de la espada, que no
pudo cubrir el adarga contra villana fuerza, que el pobre don
Quijote vino al suelo muy mal parado.
733
los clérigos los ciriales, esperaban el asalto con determinación
de defenderse, y aun ofender, si pudiesen, a sus acometedores;
pero la fortuna lo hizo mejor que se pensaba, porque Sancho no
hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su señor,
haciendo sobre él el más doloroso y risueño llanto del mundo,
creyendo que estaba muerto.
¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho
meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar
ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los
humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas,
enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los
734
malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es
todo lo que decir se puede!
735
dividieron y apartaron, quedando solos el cura y barbero, don
Quijote y Panza, y el bueno de Rocinante, que a todo lo que
había visto estaba con tanta paciencia como su amo.
736
-Gracias sean dadas a Dios -replicó ella-, que tanto bien me ha
hecho; pero contadme agora, amigo: ¿qué bien habéis sacado
de vuestras escuderías?, ¿qué saboyana me traes a mí?, ¿qué
zapaticos a vuestros hijos?
-No traigo nada deso -dijo Sancho-, mujer mía, aunque traigo
otras cosas de más momento y consideración.
-En casa os las mostraré, mujer -dijo Panza-, y por agora estad
contenta, que, siendo Dios servido de que otra vez salgamos en
viaje a buscar aventuras, vos me veréis presto conde o
gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor
que pueda hallarse.
737
aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha
tomar las mujeres el apellido de sus maridos.
-No te acucies, Juana, por saber todo esto tan apriesa; basta
que te digo verdad, y cose la boca. Sólo te sabré decir, así de
paso, que no hay cosa más gustosa en el mundo que ser un
hombre honrado escudero de un caballero andante buscador
de aventuras. Bien es verdad que las más que se hallan no salen
tan a gusto como el hombre querría, porque de ciento que se
encuentran, las noventa y nueve suelen salir aviesas y torcidas.
Sélo yo de expiriencia,
738
de caballerías, allí pidieron al cielo que confundiese en el centro
del abismo a los autores de tantas mentiras y disparates.
Finalmente, ellas quedaron confusas y temerosas de que se
habían de ver sin su amo y tío en el mesmo punto que tuviese
alguna mejoría; y sí fue como ellas se lo imaginaron.
Y los que se pudieron leer y sacar en limpio fueron los que aquí
pone el fidedigno autor desta nueva y jamás vista historia. El
739
cual autor no pide a los que la leyeren, en premio del inmenso
trabajo que le costó inquerir y buscar todos los archivos
manchegos, por sacarla a luz, sino que le den el mesmo crédito
que suelen dar los discretos a los libros de caballerías, que tan
validos andan en el mundo; que con esto se tendrá por bien
pagado y satisfecho, y se animará a sacar y buscar otras, si no
tan verdaderas, a lo menos de tanta invención y pasatiempo.
Epitafio
740
que grabó versos en la broncínea plancha, el que a cola dejó los
Amadises,
741
EN LOOR DE ROCINANTE, CABALLO DE DON QUIJOTE DE LA
MANCHA
Soneto
742
Nunca sus glorias el olvido mancha, pues hasta Rocinante, en
ser gallardo, excede a Brilladoro y a Bayardo.
Soneto
Epitafio
743
Epitafio
y tuvo asomos de dama; del gran Quijote fue llama, y fue gloria
de su aldea.
Éstos fueron los versos que se pudieron leer; los demás, por
estar carcomida la letra, se entregaron a un académico para
que por conjeturas los declarase. Tiénese noticia que lo ha
hecho, a costa de muchas vigilias y mucho trabajo, y que tiene
intención de sacallos a luz, con esperanza de la tercera salida
de don Quijote.
744
P A R T E II
745
muy elegantes palabras; y en el discurso de su plática vinieron
a tratar en esto que llaman razón de estado y modos de
gobierno, enmendando este abuso y condenando aquél,
reformando una costumbre y
746
-Su Majestad ha hecho como prudentísimo guerrero en proveer
sus estados con tiempo, porque no le halle desapercebido el
enemigo; pero si se tomara mi consejo, aconsejárale yo que
usara de una prevención, de la cual Su Majestad la hora de
agora debe estar muy ajeno de pensar en ella.
747
-Ya tarda en decirle vuestra merced, señor don Quijote -dijo el
cura.
-¡Cuerpo de tal! -dijo a esta sazón don Quijote-. ¿Hay más, sino
mandar Su
748
venir entre ellos, que solo bastase a destruir toda la potestad
del Turco? Esténme vuestras mercedes atentos, y vayan
conmigo.
749
Dio la licencia don Quijote, y el cura y los demás le prestaron
atención, y él comenzó desta manera:
750
torcida ni disparatada; antes, habló tan atentadamente, que el
capellán fue forzado a creer que el loco estaba cuerdo; y entre
otras cosas que el loco le dijo fue que el retor le tenía ojeriza,
por no perder los regalos que sus parientes le hacían porque
dijese que aún estaba loco, y con lúcidos intervalos; y que el
mayor contrario que en su desgracia tenía era su mucha
hacienda, pues, por gozar della sus enemigos, ponían dolo y
dudaban de la merced que Nuestro Señor le había hecho en
volverle de bestia en hombre.
751
acompañar y ver los locos que en la casa había. Subieron, en
efeto, y con ellos algunos que se hallaron presentes; y, llegado
el licenciado a una jaula adonde estaba un loco furioso, aunque
entonces sosegado y quieto, le dijo: ''Hermano mío, mire si me
manda algo, que me voy a mi casa; que ya Dios ha sido
servido, por su infinita bondad y misericordia, sin yo merecerlo,
de volverme mi juicio: ya estoy sano y cuerdo; que acerca del
poder de Dios ninguna cosa es imposible. Tenga grande
esperanza y confianza en Él, que, pues a mí me ha vuelto a mi
primero estado, también le volverá a él si en Él confía. Yo tendré
cuidado de enviarle algunos regalos que coma, y cómalos en
todo caso, que le hago saber que imagino, como quien ha
pasado por ello, que todas nuestras locuras proceden de tener
los estómagos vacíos y los celebros llenos de aire. Esfuércese,
esfuércese, que el descaecimiento en los infortunios apoca la
salud y acarrea la muerte''.
752
''Mirad lo que decís, licenciado, no os engañe el diablo -replicó
el loco-; sosegad el pie, y estaos quedito en vuestra casa, y
ahorraréis la vuelta''.
753
menester''. A lo que respondió el capellán:
754
caballero que duerma en los campos, sujeto al rigor del cielo,
armado de todas armas desde los pies a la cabeza; y ya no hay
quien, sin sacar los pies de los estribos, arrimado a su lanza,
sólo procure descabezar, como dicen, el sueño, como lo hacían
los caballeros andantes. Ya no hay ninguno que, saliendo deste
bosque, entre en aquella montaña, y de allí pise una estéril y
desierta playa del mar, las más veces proceloso y alterado, y,
hallando en ella y en su orilla un pequeño batel sin remos, vela,
mástil ni jarcia alguna, con intrépido corazón se arroje en él,
entregándose a las implacables olas del mar profundo, que ya
le suben al cielo y ya le bajan al abismo; y él, puesto el pecho a
la incontrastable borrasca, cuando menos se cata, se halla tres
mil y más leguas distante del lugar donde se embarcó, y,
saltando en tierra remota y no conocida, le suceden cosas
dignas de estar escritas, no en pergaminos, sino en bronces.
Mas agora, ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del
trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía y la
teórica de la práctica de las armas, que sólo vivieron y
resplandecieron en las edades del oro y en los andantes
caballeros. Si no, díganme: ¿quién más honesto y más valiente
que el famoso Amadís de Gaula?; ¿quién más discreto que
Palmerín de Inglaterra?; ¿quién más acomodado y manual que
Tirante el Blanco?; ¿quién más galán que Lisuarte de Grecia?;
¿quién más acuchillado ni acuchillador que don Belianís?;
¿quién
755
más intrépido que Perión de Gaula, o quién más acometedor de
peligros que Felixmarte de Hircania, o quién más sincero que
Esplandián?; ¿quién mas arrojado que don Cirongilio de Tracia?;
¿quién más bravo que Rodamonte?;
756
-Aun bien que yo casi no he hablado palabra hasta ahora, y no
quisiera quedar con un escrúpulo que me roe y escarba la
conciencia, nacido de lo que aquí el señor don Quijote ha dicho.
757
deponer la ira; y del modo que he delineado a Amadís pudiera,
a mi parecer, pintar y descubrir todos cuantos caballeros
andantes andan en las historias en el orbe, que, por la
aprehensión que tengo de que fueron como sus historias
cuentan, y por las hazañas que hicieron y condiciones que
tuvieron, se pueden sacar por buena filosofía sus faciones, sus
colores y estaturas.
758
El cual, gustando de oírle decir tan grandes disparates, le
preguntó que qué sentía acerca de los rostros de Reinaldos de
Montalbán y de don Roldán, y de los demás Doce Pares de
Francia, pues todos habían sido caballeros andantes.
759
nombre que el que le pudo dar de agradecido la amistad que
guardó a su amigo. El gran cantor de su belleza, el famoso
Ariosto, por no atreverse, o por no querer cantar lo que a esta
señora le sucedió después de su ruin entrego, que no debieron
ser cosas demasiadamente honestas, la dejó donde dijo:
Y como del Catay recibió el cetro, quizá otro cantará con mejor
plectro.
Y, sin duda, que esto fue como profecía; que los poetas también
se llaman vates, que quiere decir adivinos. Véese esta verdad
clara, porque, después acá, un famoso poeta andaluz lloró y
cantó sus lágrimas, y otro famoso y único poeta castellano
cantó su hermosura.
760
-¡Milagro! -dijo el cura.
Cuenta la historia que las voces que oyeron don Quijote, el cura
y el barbero eran de la sobrina y ama, que las daban diciendo a
Sancho Panza, que pugnaba por entrar a ver a don Quijote, y
ellas le defendían la puerta:
761
me sacó de mi casa con engañifas, prometiéndome una ínsula,
que hasta agora la espero.
762
simplicidad del escudero, que tan creído tiene aquello de la
ínsula, que creo que no se lo sacarán del casco cuantos
desengaños pueden imaginarse.
763
-Eso estaba puesto en razón -respondió Sancho-, porque, según
vuestra merced dice, más anejas son a los caballeros andantes
las desgracias que a sus escuderos.
764
¿Qué dicen de mi valentía, qué de mis hazañas y qué de mi
cortesía? ¿Qué se platica del asumpto que he tomado de
resucitar y volver al mundo la ya olvidada orden caballeresca?
Finalmente, quiero, Sancho, me digas lo que acerca desto ha
llegado a tus oídos; y esto me has de decir sin añadir al bien ni
quitar al mal cosa alguna, que de los vasallos leales es decir la
verdad a sus señores en su ser y figura propia, sin que la
adulación la acreciente o otro vano respeto la disminuya; y
quiero que sepas, Sancho, que si a los oídos de los príncipes
llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, otros
siglos correrían, otras edades serían tenidas por más de hierro
que la nuestra, que entiendo que, de las que ahora se usan, es
la dorada. Sírvate este advertimiento, Sancho, para que
discreta y bienintencionadamente pongas en mis oídos la
verdad de las cosas que supieres de lo que te he preguntado.
765
Los hidalgos dicen que, no conteniéndose vuestra merced en los
límites de la hidalguía, se ha puesto don y se ha arremetido a
caballero con cuatro cepas y dos yugadas de tierra y con un
trapo atrás y otro adelante. Dicen los caballeros que no
querrían que los hidalgos se opusiesen a ellos, especialmente
aquellos hidalgos escuderiles que dan humo a los zapatos y
toman los puntos de las medias negras con seda verde.
-Eso -dijo don Quijote- no tiene que ver conmigo, pues ando
siempre bien vestido, y jamás remendado; roto, bien podría ser;
y el roto, más de las armas que del tiempo.
766
que demasiadamente rijoso; y de su hermano, que fue llorón.
Así que, ¡oh Sancho!, entre las tantas calumnias de buenos, bien
pueden pasar las mías, como no sean más de las que has dicho.
767
-Y ¡cómo -dijo Sancho- si era sabio y encantador, pues (según
dice el bachiller Sansón Carrasco, que así se llama el que dicho
tengo) que el autor de la historia se llama Cide Hamete
Berenjena!
768
Pensativo además quedó don Quijote, esperando al bachiller
Carrasco, de quien esperaba oír las nuevas de sí mismo puestas
en libro, como había dicho Sancho; y no se podía persuadir a
que tal historia hubiese, pues aún no estaba enjuta en la
cuchilla de su espada la sangre de los enemigos que había
muerto, y ya querían que anduviesen en estampa sus altas
caballerías.
769
los ímpetus de los naturales movimientos; y así, envuelto y
revuelto en estas y otras muchas imaginaciones, le hallaron
Sancho y Carrasco, a quien don Quijote recibió con mucha
cortesía.
-Desa manera, ¿verdad es que hay historia mía, y que fue moro
y sabio el que la compuso?
-Es tan verdad, señor -dijo Sansón-, que tengo para mí que el
día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal
770
historia; si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se
han impreso; y aun hay fama que se está imprimiendo en
Amberes, y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni
-Una de las cosas -dijo a esta sazón don Quijote- que más debe
de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse,
viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes,
impreso y en estampa. Dije con buen nombre porque, siendo al
contrario, ninguna muerte se le igualará.
771
-No, por cierto -respondió don Quijote-; pero dígame vuestra
merced, señor bachiller: ¿qué hazañas mías son las que más se
ponderan en esa historia?
772
-Con todo eso -respondió el bachiller-, dicen algunos que han
leído la historia que se holgaran se les hubiera olvidado a los
autores della algunos de los infinitos palos que en diferentes
encuentros dieron al señor don Quijote.
773
-Cuando yo quisiese olvidarme de los garrotazos que me han
dado -dijo Sancho-, no lo consentirán los cardenales, que aún
se están frescos en las costillas.
-Aún hay sol en las bardas -dijo don Quijote-, y, mientras más
fuere entrando en edad Sancho, con la esperiencia que dan los
años, estará más idóneo y más hábil para ser gobernador que
no está agora.
774
El daño está en que la dicha ínsula se entretiene, no sé dónde, y
no en faltarme a mí el caletre para gobernarla.
775
-Milagros o no milagros -dijo Sancho-, cada uno mire cómo
habla o cómo escribe de las personas, y no ponga a troche
moche lo primero que le viene al magín.
776
finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo
género de gentes, que, apenas han visto algún rocín flaco,
cuando dicen: "allí va Rocinante". Y los que más se han dado a
su letura son los pajes: no hay antecámara de señor donde no
se halle un Don Quijote: unos le toman si otros le dejan; éstos le
embisten y aquéllos le piden. Finalmente, la tal historia es del
más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta
agora se haya visto, porque en toda ella no se descubre, ni por
semejas, una palabra deshonesta ni un pensamiento menos que
católico.
777
porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad está Dios,
en cuanto a verdad; pero, no obstante esto, hay algunos que así
componen y arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos.
-No hay libro tan malo -dijo el bachiller- que no tenga algo
bueno.
-No hay duda en eso -replicó don Quijote-; pero muchas veces
acontece que los que tenían méritamente granjeada y
alcanzada gran fama por sus escritos, en dándolos a la
estampa, la perdieron del todo, o la menoscabaron en algo.
-La causa deso es -dijo Sansón- que, como las obras impresas
se miran despacio, fácilmente se veen sus faltas, y tanto más se
escudriñan cuanto es
mayor la fama del que las compuso. Los hombres famosos por
sus ingenios, los grandes poetas, los ilustres historiadores,
siempre, o las más veces, son envidiados de aquellos que tienen
por gusto y por particular entretenimiento juzgar los escritos
ajenos, sin haber dado algunos propios a la luz del mundo.
778
átomos del sol clarísimo de la obra de que murmuran; que si
aliquando bonus dormitat Homerus, consideren lo mucho que
estuvo despierto, por dar la luz de su obra con la menos sombra
que pudiese; y quizá podría ser que lo que a ellos les parece mal
fuesen lunares, que a las veces acrecientan la hermosura del
rostro que los tiene; y así, digo que es grandísimo el riesgo a
que se pone el que imprime un libro, siendo de toda
imposibilidad imposible componerle tal, que satisfaga y
contente a todos los que le leyeren.
-Sancho respondió:
779
no le reparo con dos tragos de lo añejo, me pondrá en la espina
de Santa Lucía. En casa lo tengo, mi oíslo me aguarda; en
acabando de comer, daré la vuelta, y satisfaré a vuestra
merced y a todo el mundo de lo que preguntar quisieren, así de
la pérdida del jumento como del gasto de los cien escudos.
780
-A lo que el señor Sansón dijo que se deseaba saber quién, o
cómo, o cuándo se me hurtó el jumento, respondiendo digo que
la noche misma que, huyendo de la Santa Hermandad , nos
entramos en Sierra Morena, después de la aventura sin ventura
de los galeotes y de la del difunto que llevaban a Segovia, mi
señor y yo nos metimos entre una espesura, adonde mi señor
arrimado a su lanza, y yo sobre mi rucio, molidos y cansados de
las pasadas refriegas, nos pusimos a dormir como si fuera
sobre cuatro colchones de pluma; especialmente yo dormí con
tan pesado sueño, que quienquiera que fue tuvo lugar de llegar
y suspenderme sobre cuatro estacas que puso a los cuatro
lados de la albarda, de manera que me dejó a caballo sobre
ella, y me sacó debajo de mí al rucio, sin que yo lo sintiese.
781
-No está en eso el yerro -replicó Sansón-, sino en que, antes de
haber parecido el jumento, dice el autor que iba a caballo
Sancho en el mesmo rucio.
-Así es, sin duda -dijo Sansón-; pero, ¿qué se hicieron los cien
escudos?;
782
buen Sancho ha dicho, que será realzarla un buen coto más de
lo que ella se está.
783
pascuas, y las obras que se hacen apriesa nunca se acaban con
la perfeción que requieren.
Atienda ese señor moro, o lo que es, a mirar lo que hace; que yo
y mi señor le daremos tanto ripio a la mano en materia de
aventuras y de sucesos diferentes,
784
acometer los peligros, a causa que su vida no era suya, sino de
todos aquellos que le habían de menester para que los
amparase y socorriese en sus desventuras.
785
que tan bien, y aun quizá mejor, me sabrá el pan desgobernado
que siendo gobernador; y ¿sé yo por ventura si en esos
gobiernos me tiene aparejada el diablo alguna zancadilla
donde tropiece y caiga y me haga las muelas? Sancho nací, y
Sancho pienso morir; pero si con todo esto, de buenas a
buenas, sin mucha solicitud y sin mucho riesgo, me
786
tengo. ¡No, sino llegaos a mi condición, que sabrá usar de
desagradecimiento con alguno!
-Ha de ser así en todo caso -dijo don Quijote-; que si allí no va el
nombre patente y de manifiesto, no hay mujer que crea que
para ella se hicieron los metros.
787
especialmente al cura y a maese Nicolás, y a su sobrina y al
ama, porque no estorbasen su honrada y valerosa
788
-¿Qué traés, Sancho amigo, que tan alegre venís? A lo que él
respondió:
789
-Basta que me entienda Dios, mujer -respondió Sancho-, que Él
es el
-Eso no, marido mío -dijo Teresa-: viva la gallina, aunque sea
con su pepita; vivid vos, y llévese el diablo cuantos gobiernos
hay en el mundo; sin gobierno salistes del vientre de vuestra
madre, sin gobierno habéis vivido hasta ahora, y sin gobierno
os iréis, o os llevarán, a la sepultura cuando Dios fuere servido.
Como ésos hay en el mundo que viven sin gobierno, y no por
eso dejan de vivir y de ser contados en el número de las gentes.
790
La mejor salsa del mundo es la hambre; y como ésta no falta a
los pobres, siempre comen con gusto. Pero mirad, Sancho: si
por ventura os viéredes con algún gobierno, no os olvidéis de mí
y de vuestros hijos.
-Calla, boba -dijo Sancho-, que todo será usarlo dos o tres años;
que después le vendrá el señorío y la gravedad como de molde;
y cuando no, ¿qué importa? Séase ella señoría, y venga lo que
viniere.
791
-Medíos, Sancho, con vuestro estado -respondió Teresa-; no os
queráis alzar a mayores, y advertid al refrán que dice: "Al hijo
de tu vecino, límpiale las narices y métele en tu casa". ¡Por
cierto, que sería gentil cosa casar a nuestra María con un
condazo, o con caballerote que, cuando se le antojase, la
pusiese como nueva, llamándola de villana, hija del
destripaterrones y de la pelarruecas! ¡No en mis días, marido!
¡Para eso, por cierto, he criado yo a mi hija! Traed vos dineros,
Sancho, y el casarla dejadlo a mi cargo; que ahí está Lope
Tocho, el hijo de Juan Tocho, mozo rollizo y sano, y que le
conocemos, y sé que no mira de mal ojo a la mochacha; y con
éste, que es nuestro igual, estará bien casada, y le tendremos
siempre a nuestros ojos, y seremos todos unos, padres y hijos,
nietos y yernos, y andará la paz y la bendición de Dios entre
todos nosotros; y no casármela vos ahora en esas cortes y en
esos palacios grandes, adonde ni a ella la entiendan, ni ella se
entienda.
792
(Por este modo de hablar, y por lo que más abajo dice Sancho,
dijo el tradutor desta historia que tenía por apócrifo este
capítulo.)
793
gobernadora, que luego dirán: ''¡Mirad qué entonada va la
pazpuerca!; ayer no se hartaba de estirar de un copo de estopa,
y iba a misa cubierta la cabeza con la falda de la saya, en lugar
de manto, y ya hoy va con verdugado, con broches y con
entono, como si no la conociésemos''. Si Dios me guarda mis
siete, o mis cinco sentidos, o los que tengo, no pienso dar
ocasión de verme en tal aprieto. Vos, hermano, idos a ser
gobierno o ínsulo, y entonaos a vuestro gusto; que mi hija ni yo,
por el siglo de mi madre, que no nos hemos de mudar un paso
de nuestra aldea: la mujer honrada, la pierna quebrada, y en
casa; y la doncella honesta, el hacer algo es su fiesta. Idos con
vuestro don Quijote a vuestras aventuras, y dejadnos a
nosotras con nuestras malas venturas, que Dios nos las
mejorará como seamos buenas; y yo no sé, por cierto, quién le
puso a él don, que no tuvieron sus padres ni sus agüelos.
794
señoría a cuestas, y te la saco de los rastrojos, y te la pongo en
toldo y en peana, y en un estrado de más almohadas de velludo
que tuvieron moros en su linaje los Almohadas de Marruecos,
¿por qué no has de consentir y querer lo que yo quiero?
795
vestidos compuesta, y con pompa de criados, parece que por
fuerza nos mueve y convida a que la tengamos respeto, puesto
que la memoria en aquel instante nos represente alguna bajeza
en que vimos a la tal persona; la cual inominia, ahora sea de
pobreza o de linaje, como ya pasó, no es, y sólo es lo que
vemos presente. Y si éste a quien la fortuna sacó del borrador
de su bajeza (que por estas mesmas razones lo dijo el padre) a
la alteza de su prosperidad, fuere bien criado, liberal y cortés
con todos, y no se pusiere en cuentos con aquellos que por
antigüedad son nobles, ten por cierto, Teresa, que no habrá
quien se acuerde de lo que fue, sino que reverencien lo que es,
si no fueren los invidiosos, de quien ninguna próspera fortuna
está segura.
796
-En teniendo gobierno -dijo Sancho-, enviaré por él por la posta,
y te enviaré dineros, que no me faltarán, pues nunca falta quien
se los preste a los gobernadores cuando no los tienen; y vístele
de modo que disimule lo que es y parezca lo que ha de ser.
797
el ama de don Quijote, que por mil señales iban coligiendo que
su tío y señor quería desgarrarse la vez tercera, y volver al
ejercicio de su, para ellas, mal andante caballería: procuraban
por todas las vías posibles apartarle de tan mal pensamiento,
pero todo era predicar en desierto y majar en hierro frío. Con
todo esto, entre otras muchas razones que con él pasaron, le
dijo el ama:
798
-Sí -respondió don Quijote-, y muchos; y es razón que los haya,
para adorno de la grandeza de los príncipes y para ostentación
de la majestad real.
-Pues, ¿no sería vuesa merced -replicó ella- uno de los que a pie
quedo sirviesen a su rey y señor, estándose en la corte?
799
cabezas no sólo tocan, sino pasan las nubes, y que a cada uno
le sirven de piernas dos grandísimas torres, y que los brazos
semejan árboles de gruesos y poderosos navíos, y cada ojo
como una gran rueda de molino y más ardiendo que un horno
de vidrio, no le han de espantar en manera alguna; antes con
gentil continente y con intrépido corazón los ha de acometer y
embestir, y, si fuere posible, vencerlos y desbaratarlos en un
pequeño instante, aunque viniesen armados de unas conchas
de un cierto pescado que dicen que son más duras que si
fuesen de diamantes, y en lugar de espadas trujesen cuchillos
tajantes de damasquino acero, o porras ferradas con puntas
asimismo de acero, como yo las he visto más de dos veces.
Todo esto he dicho, ama mía, porque veas la diferencia que hay
de unos caballeros a otros; y sería razón que no hubiese
príncipe que no estimase en más esta segunda, o, por mejor
decir, primera especie de caballeros andantes, que, según
leemos en sus historias, tal ha habido entre ellos que ha sido la
salud no sólo de un reino, sino de muchos.
800
que había de hacer un tal castigo en ti, por la blasfemia que has
dicho, que sonara por todo el mundo.
¿Cómo que es posible que una rapaza que apenas sabe menear
doce palillos de randas se atreva a poner lengua y a censurar
las historias de los caballeros andantes? ¿Qué dijera el señor
Amadís si lo tal oyera? Pero a buen seguro que él te perdonara,
porque fue el más humilde y cortés caballero de su tiempo, y,
demás, grande amparador de las doncellas; mas, tal te pudiera
haber oído que no te fuera bien dello, que no todos son corteses
ni bien mirados: algunos hay follones y descomedidos. Ni todos
los que se llaman caballeros lo son de todo en todo: que unos
son de oro, otros de alquimia, y todos parecen caballeros, pero
no todos pueden estar al toque de la piedra de la verdad.
Hombres bajos hay que revientan por parecer caballeros, y
caballeros altos hay que parece que aposta mueren por parecer
hombres bajos; aquéllos se llevantan o con la ambición o con la
virtud, éstos se abajan o con la flojedad o con el vicio; y es
801
sandez tan conocida, que se dé a entender que es valiente,
siendo viejo, que tiene fuerzas, estando enfermo, y que
endereza tuertos, estando por la edad agobiado, y, sobre todo,
que es caballero, no lo siendo; porque, aunque lo puedan ser los
hidalgos, no lo son los pobres!
802
lo son, y se conservan en ella, sin aumentarla ni diminuirla,
conteniéndose en los límites de sus estados pacíficamente. De
los que comenzaron grandes y acabaron en punta hay millares
de ejemplos, porque todos los Faraones y Tolomeos de Egipto,
los Césares de Roma, con toda la caterva, si es que se le puede
dar este nombre, de infinitos príncipes, monarcas, señores,
medos, asirios, persas, griegos y bárbaros, todos estos linajes y
señoríos han acabado en punta y en nonada, así ellos como los
que les dieron principio, pues no será posible hallar agora
ninguno de sus decendientes, y si le hallásemos, sería en bajo y
humilde estado. Del linaje plebeyo no tengo qué decir, sino que
sirve sólo de acrecentar el número de los que viven, sin que
merezcan otra fama ni otro elogio sus grandezas. De todo lo
dicho quiero que infiráis, bobas mías, que es grande la
confusión que hay entre los linajes, y que solos aquéllos parecen
grandes y ilustres que lo muestran en la virtud, y en la riqueza y
liberalidad de sus dueños. Dije virtudes, riquezas y liberalidades,
porque el
803
todo, caritativo; que con dos maravedís que con ánimo alegre
dé al pobre se mostrará tan liberal como el que a campana
herida da limosna, y no habrá quien le vea adornado de las
referidas virtudes que, aunque no le conozca, deje de juzgarle y
tenerle por de buena casta, y el no serlo sería milagro; y
siempre la alabanza fue premio de la virtud, y los virtuosos no
pueden dejar de ser alabados. Dos caminos hay, hijas, por
donde pueden ir los hombres a llegar a ser ricos y honrados: el
uno es el de las letras; otro, el de las armas. Yo tengo más
armas que letras, y nací, según me inclino a las armas, debajo
de la influencia del planeta Marte; así que, casi me es forzoso
seguir por su camino, y por él tengo de ir a pesar de todo el
mundo, y será en balde cansaros en persuadirme a que no
quiera yo lo que los cielos quieren, la fortuna ordena y la razón
pide, y, sobre todo, mi voluntad desea. Pues con saber, como
sé, los innumerables trabajos que son anejos al andante
caballería, sé también los infinitos bienes que se alcanzan con
ella; y sé que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino
del vicio, ancho y espacioso; y sé que sus fines y paraderos son
diferentes, porque el del vicio, dilatado y espacioso, acaba en la
muerte, y el de la virtud, angosto y trabajoso, acaba en vida, y
no en vida que se acaba, sino en la que no tendrá fin; y sé,
como dice el gran poeta castellano nuestro, que
804
-¡Ay, desdichada de mí -dijo la sobrina-, que también mi señor
es poeta!.
805
Apenas vio el ama que Sancho Panza se encerraba con su
señor, cuando dio en la cuenta de sus tratos; y, imaginando que
de aquella consulta había de salir la resolución de su tercera
salida y tomando su manto, toda llena de congoja y
pesadumbre, se fue a buscar al bachiller Sansón Carrasco,
pareciéndole que, por ser bien hablado y amigo fresco de su
señor, le podría persuadir a que dejase tan desvariado
propósito.
-No es nada, señor Sansón mío, sino que mi amo se sale; ¡sálese
sin duda!
806
conociera la madre que le parió: flaco, amarillo, los ojos
hundidos en los últimos camaranchones del celebro, que, para
haberle de volver algún tanto en sí, gasté más de seiscientos
huevos, como lo sabe Dios y todo el mundo, y mis gallinas, que
no me dejaran mentir.
-Eso creo yo muy bien -respondió el bachiller-; que ellas son tan
buenas, tan gordas y tan bien criadas, que no dirán una cosa
por otra, si reventasen. En efecto, señora ama: ¿no hay otra
cosa, ni ha sucedido otro desmán alguno, sino el que se teme
que quiere hacer el señor don Quijote?
807
Y con esto, se fue el ama, y el bachiller fue luego a buscar al
cura, a comunicar con él lo que se dirá a su tiempo.
808
-Ya, ya caigo -respondió don Quijote- en ello: tú quieres decir
que eres tan dócil, blando y mañero que tomarás lo que yo te
dijere, y pasarás por lo que te enseñare.
-Teresa dice -dijo Sancho- que ate bien mi dedo con vuestra
merced, y que hablen cartas y callen barbas, porque quien
destaja no baraja, pues más vale un toma que dos te daré. Y yo
digo que el consejo de la mujer es poco, y el que no le toma es
loco.
809
-Todo eso es verdad -dijo don Quijote-, pero no sé dónde vas a
parar.
810
mostrase, por algún pequeño resquicio, qué es lo que solían
ganar cada mes, o cada año; pero yo he leído todas o las más
de sus historias, y no me acuerdo haber leído que ningún
caballero andante haya señalado conocido salario a su
escudero. Sólo sé que todos servían a merced, y que, cuando
menos se lo pensaban, si a sus señores les había corrido bien la
suerte, se hallaban premiados con una ínsula, o con otra cosa
equivalente, y, por lo menos, quedaban con título y señoría. Si
con estas esperanzas y aditamentos vos,
811
Cuando Sancho oyó la firme resolución de su amo se le anubló
el cielo y se le cayeron las alas del corazón, porque tenía creído
que su señor no se iría sin él por todos los haberes del mundo; y
así, estando suspenso y pensativo, entró Sansón Carrasco y la
sobrina, deseosos de oír con qué razones persuadía a su señor
que no tornarse a buscar las aventuras. Llegó Sansón, socarrón
famoso, y, abrazándole como la vez primera y con voz
levantada, le dijo:
812
señor don Quijote mío, hermoso y bravo, antes hoy que mañana
se ponga vuestra merced y su grandeza en camino; y si alguna
cosa faltare para ponerle en ejecución, aquí estoy yo para
suplirla con mi persona y hacienda; y si fuere necesidad servir a
tu magnificencia de escudero, lo tendré a felicísima ventura!
813
especialmente mi pueblo, quién fueron los Panzas, de quien yo
deciendo, y más, que tengo conocido y calado por muchas
buenas obras, y por más buenas palabras, el deseo que vuestra
merced tiene de hacerme merced; y si me he puesto en cuentas
de tanto más cuanto acerca de mi salario, ha sido por
complacer a mi mujer; la cual, cuando toma la mano a
persuadir una cosa, no hay mazo que tanto apriete los aros de
una cuba como ella aprieta a que se haga lo que quiere; pero,
en efeto, el hombre ha de ser hombre, y la mujer, mujer; y, pues
yo soy hombre dondequiera, que no lo puedo negar, también lo
quiero ser en mi casa, pese a quien pesare; y así, no hay más
que hacer, sino que vuestra merced ordene su testamento con
su codicilo, en modo que no se pueda revolcar, y pongámonos
luego en camino, porque no padezca el alma del señor Sansón,
que dice que su conciencia le lita que persuada a vuestra
merced a salir vez tercera por ese mundo; y yo de nuevo me
ofrezco a servir a vuestra merced fiel y legalmente, tan bien y
mejor que cuantos escuderos han servido a caballeros andantes
en los pasados y presentes tiempos.
814
siglos; y dijo entre sí que tales dos locos como amo y mozo no
se habrían visto en el mundo.
815
Sancho sobre su antiguo rucio, proveídas las alforjas de cosas
tocantes a la bucólica, y la bolsa de dineros que le dio don
Quijote para lo que se ofreciese. Abrazóle Sansón, y suplicóle le
avisase de su buena o mala suerte, para alegrarse con ésta o
entristecerse con aquélla, como las leyes de su amistad pedían.
Prometióselo don Quijote, dio Sansón la vuelta a su lugar, y los
dos tomaron la de la gran ciudad del Toboso.
816
Solos quedaron don Quijote y Sancho, y, apenas se hubo
apartado Sansón, cuando comenzó a relinchar Rocinante y a
sospirar el rucio, que de entrambos, caballero y escudero, fue
tenido a buena señal y por felicísimo agüero; aunque, si se ha
de contar la verdad, más fueron los sospiros y rebuznos del
rucio que los relinchos del rocín, de donde coligió Sancho que su
ventura había de
817
lo menos, que pueda recebir su bendición, si ya no se la echa
desde las bardas del corral, por donde yo la vi la vez primera,
cuando le llevé la carta donde iban las nuevas de las sandeces y
locuras que vuestra merced quedaba haciendo en el corazón de
Sierra Morena.
-Con todo eso, vamos allá, Sancho -replicó don Quijote-, que
como yo la vea, eso se me da que sea por bardas que por
ventanas, o por resquicios, o verjas de jardines; que cualquier
rayo que del sol de su belleza llegue a mis ojos alumbrará mi
entendimiento y fortalecerá mi corazón, de modo que quede
único y sin igual en la discreción y en la valentía.
818
-¡Que todavía das, Sancho -dijo don Quijote-, en decir, en
pensar, en creer y en porfiar que mi señora Dulcinea ahechaba
trigo, siendo eso un menester y ejercicio que va desviado de
todo lo que hacen y deben hacer las personas principales que
están constituidas y guardadas para otros ejercicios y
819
-Eso es lo que yo digo también -respondió Sancho-, y pienso
que en esa leyenda o historia que nos dijo el bachiller Carrasco
que de nosotros había visto debe de andar mi honra a coche
acá, cinchado, y, como dicen, al estricote, aquí y allí, barriendo
las calles. Pues, a fe de bueno, que no he dicho yo mal de
ningún encantador, ni tengo tantos bienes que pueda ser
envidiado; bien es verdad que soy algo malicioso, y que tengo
mis ciertos asomos de bellaco, pero todo lo cubre y tapa la
gran capa de la simpleza mía, siempre natural y nunca
artificiosa. Y cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como
siempre creo, firme y verdaderamente en Dios y en todo aquello
que tiene y cree la Santa Iglesia Católica Romana, y el ser
enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debían los
historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien en sus
escritos. Pero digan lo que quisieren; que desnudo nací,
desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; aunque, por verme puesto
en libros y andar por ese mundo de mano en mano, no se me
da un higo que digan de mí todo lo que quisieren.
820
así el poeta, y púsola cual no digan dueñas, y ella quedó
satisfecha, por verse con fama, aunque infame. También viene
con esto lo que cuentan de aquel pastor que puso fuego y
abrasó el templo famoso de Diana, contado por una de las
siete maravillas del mundo, sólo porque
821
claraboya abajo, por dejar de mí fama eterna en el mundo''. ''Yo
os agradezco -respondió el emperador- el no haber puesto tan
mal pensamiento en efeto, y de aquí adelante no os pondré yo
en ocasión que volváis a hacer prueba de vuestra lealtad; y así,
os mando que jamás me habléis, ni estéis donde yo estuviere''.
Y, tras estas palabras, le hizo una gran merced. Quiero decir,
Sancho, que el deseo de alcanzar fama es activo en gran
manera. ¿Quién piensas tú que arrojó a Horacio del puente
abajo, armado de todas armas, en la profundidad del Tibre?
¿Quién abrasó el brazo y la mano a Mucio? ¿Quién impelió a
Curcio a lanzarse en la profunda sima ardiente que apareció en
la mitad de Roma?
822
del límite que nos tiene puesto la religión cristiana, que
profesamos. Hemos de matar en los gigantes a la soberbia; a la
envidia, en la generosidad y buen pecho; a la ira, en el reposado
continente y
823
-Está bien -dijo Sancho-, pero sepamos ahora: esas sepulturas
donde están los cuerpos desos señorazos, ¿tienen delante de sí
lámparas de plata, o están adornadas las paredes de sus
capillas de muletas, de mortajas, de cabelleras, de piernas y de
ojos de cera? Y si desto no, ¿de qué están adornadas?
824
los enfermos, y delante de sus sepulturas arden lámparas, y
están llenas sus capillas de gentes devotas
que de rodillas adoran sus reliquias, mejor fama será, para este
y para el otro siglo, que la que dejaron y dejaren cuantos
emperadores gentiles y caballeros andantes ha habido en el
mundo.
825
gran ventura el besarlas y tocarlas, y están en más veneración
que está, según dije, la espada de Roldán en la armería del rey,
nuestro señor, que Dios guarde. Así que, señor mío, más vale ser
humilde frailecito, de cualquier orden que sea, que valiente y
andante caballero; mas alcanzan con Dios dos docenas de
diciplinas que dos mil lanzadas, ora las den a gigantes, ora a
vestiglos o a endrigos.
826
entristecieron a Sancho, porque no sabía la casa de Dulcinea, ni
en su vida la había visto, como no la había visto su señor; de
modo que el uno por verla, y el otro por no haberla visto,
estaban alborotados, y no imaginaba Sancho qué había de
hacer cuando su dueño le enviase al Toboso. Finalmente,
ordenó don Quijote entrar en la ciudad entrada la noche, y, en
tanto que la hora se llegaba, se quedaron entre unas encinas
que cerca del Toboso estaban, y, llegado el determinado punto,
entraron en la ciudad, donde les sucedió cosas que a cosas
llegan.
Media noche era por filo, poco más a menos, cuando don
Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso.
Estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos sus
vecinos dormían y reposaban a pierna tendida, como suele
decirse. Era la noche entreclara, puesto que quisiera Sancho
que fuera del todo escura, por hallar en su escuridad disculpa
de su sandez. No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros,
que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón
de Sancho. De cuando en cuando, rebuznaba un jumento,
gruñían puercos, mayaban gatos, cuyas voces, de diferentes
sonidos, se aumentaban con el silencio de la noche, todo lo cual
tuvo el enamorado caballero a mal agüero; pero, con todo esto,
dijo a Sancho:
827
-Sancho, hijo, guía al palacio de Dulcinea: quizá podrá ser que
la hallemos despierta.
828
veré con los ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré yo
como creer que es ahora de día.
829
-Yo me reportaré -respondió Sancho-; pero, ¿con qué paciencia
podré llevar que quiera vuestra merced que de sola una vez que
vi la casa de nuestra ama, la haya de saber siempre y hallarla a
media noche, no hallándola vuestra merced, que la debe de
haber visto millares de veces?
830
también que ni la has hablado ni visto, siendo tan al revés como
sabes.
Estando los dos en estas pláticas, vieron que venía a pasar por
donde estaban uno con dos mulas, que, por el ruido que hacía
el arado, que arrastraba por el suelo, juzgaron que debía de ser
labrador, que habría madrugado antes del día a ir a su
labranza; y así fue la verdad. Venía el labrador cantando aquel
romance que dicen:
831
vuestra merced razón desa señora princesa, porque tienen la
lista de todos los vecinos del Toboso; aunque para mí tengo que
en todo él no vive princesa alguna; muchas señoras, sí,
principales, que cada una en su casa puede ser princesa.
-Pues entre ésas -dijo don Quijote- debe de estar, amigo, ésta
por quien te pregunto.
832
como dices, a buscar, a ver y hablar a mi señora, de cuya
discreción y cortesía espero más que milagrosos favores.
833
Y así, prosiguiendo su historia, dice que, así como don Quijote
se emboscó en la floresta, encinar o selva junto al gran Toboso,
mandó a Sancho volver a la ciudad, y que no volviese a su
presencia sin haber primero hablado de su parte a su señora,
pidiéndola fuese servida de dejarse ver de su cautivo caballero,
y se dignase de echarle su bendición, para que pudiese esperar
por ella felicísimos sucesos de todos sus acometimientos y
dificultosas empresas. Encargóse Sancho de hacerlo así como
se le mandaba, y de traerle tan buena respuesta como le trujo
la vez primera.
834
de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes, las
acciones y movimientos exteriores que muestran, cuando de
sus amores se trata, son certísimos correos que traen las
nuevas de lo que allá en lo interior del alma pasa. Ve, amigo, y
guíete otra mejor ventura que la mía, y vuélvate otro mejor
suceso del que yo quedo temiendo y esperando en esta amarga
soledad en que me dejas.
-Por cierto, Sancho -dijo don Quijote-, que siempre traes tus
refranes tan a pelo de lo que tratamos cuanto me dé Dios mejor
ventura en lo que deseo.
835
parecía, se apeó del jumento, y, sentándose al pie de un árbol,
comenzó a hablar consigo mesmo y a decirse:
836
consiente cosquillas de nadie. Vive Dios que si os huele, que os
mando mala ventura. ''¡Oxte, puto! ¡Allá darás, rayo! ¡No, sino
ándeme yo buscando tres pies al gato por el gusto ajeno! Y
más, que así será buscar a Dulcinea por el Toboso como a
Marica por Rávena, o al bachiller en Salamanca. ¡El diablo, el
diablo me ha metido a mí en esto, que otro no!''
Este soliloquio pasó consigo Sancho, y lo que sacó dél fue que
volvió a decirse:
837
envíe otra vez a semejantes mensajerías, viendo cuán mal
recado le traigo dellas, o quizá pensará, como yo imagino, que
algún mal encantador de estos que él dice que le quieren mal la
habrá mudado la figura por hacerle mal y daño.
le dijo:
-¿Qué hay, Sancho amigo? ¿Podré señalar este día con piedra
blanca, o con negra?
838
-Tan buenas -respondió Sancho-, que no tiene más que hacer
vuesa merced sino picar a Rocinante y salir a lo raso a ver a la
señora Dulcinea del Toboso, que con otras dos doncellas suyas
viene a ver a vuesa merced.
839
esto no te contenta, te mando las crías que este año me dieren
las tres yeguas mías, que tú sabes que quedan para parir en el
prado concejil de nuestro pueblo.
Tendió don Quijote los ojos por todo el camino del Toboso, y
como no vio sino a las tres labradoras, turbóse todo, y preguntó
a Sancho si las había dejado fuera de la ciudad.
ojos en el colodrillo, que no vee que son éstas, las que aquí
vienen, resplandecientes como el mismo sol a mediodía?
840
-Calle, señor -dijo Sancho-, no diga la tal palabra, sino
despabile esos ojos, y venga a hacer reverencia a la señora de
sus pensamientos, que ya llega cerca.
841
-¡Oh princesa y señora universal del Toboso! ¿Cómo vuestro
magnánimo corazón no se enternece viendo arrodillado ante
vuestra sublimada presencia a la coluna y sustento de la
andante caballería?
842
-¡Tomá que mi agüelo! -respondió la aldeana-. ¡Amiguita soy yo
de oír resquebrajos! Apártense y déjenmos ir, y agradecérselo
hemos.
843
Y así era la verdad, porque, en viéndose a caballo Dulcinea,
todas picaron tras ella y dispararon a correr, sin volver la
cabeza atrás por espacio de más de media legua. Siguiólas don
Quijote con la vista, y, cuando vio que no parecían, volviéndose
a Sancho, le dijo:
844
sabéis, mucho podéis y mucho más hacéis. Bastaros debiera,
bellacos, haber mudado las perlas de los ojos de mi señora en
agallas alcornoqueñas, y sus cabellos de oro purísimo en cerdas
de cola de buey bermejo, y, finalmente, todas sus faciones de
buenas en malas, sin que le tocárades en el olor; que por él
siquiera sacáramos lo que estaba encubierto debajo de aquella
fea corteza; aunque, para decir verdad, nunca yo vi su fealdad,
sino su hermosura, a la cual subía de punto y quilates un lunar
que tenía sobre el labio derecho, a manera de bigote, con siete
o ocho cabellos rubios como hebras de oro y largos de más de
un palmo.
845
-No era -respondió Sancho- sino silla a la jineta, con una
cubierta de campo que vale la mitad de un reino, según es de
rica.
-¡Y que no viese yo todo eso, Sancho! -dijo don Quijote-. Ahora
torno a decir, y diré mil veces, que soy el más desdichado de los
hombres.
846
Pensativo además iba don Quijote por su camino adelante,
considerando la mala burla que le habían hecho los
encantadores, volviendo a su señora Dulcinea en la mala figura
de la aldeana, y no imaginaba qué remedio tendría para
volverla a su ser primero; y estos pensamientos le llevaban tan
fuera de sí, que, sin sentirlo, soltó las riendas a Rocinante, el
cual, sintiendo la libertad que se le daba, a cada paso se
detenía a pacer la verde yerba de que aquellos campos
abundaban. De su embelesamiento le volvió Sancho Panza,
diciéndole:
847
-Así lo digo yo -respondió Sancho-: quien la vido y la vee ahora,
¿cuál es el corazón que no llora?
tenía los ojos de perlas, y los ojos que parecen de perlas antes
son de besugo que de dama; y, a lo que yo creo, los de Dulcinea
deben ser de verdes esmeraldas, rasgados, con dos celestiales
arcos que les sirven de cejas; y esas perlas quítalas de los ojos y
pásalas a los dientes, que sin duda te trocaste, Sancho,
tomando los ojos por los dientes.
848
hermosura de la señora Dulcinea : ¿adónde la ha de hallar este
pobre gigante, o este pobre y mísero caballero vencido?
849
carretero era un feo demonio. Venía la carreta descubierta al
cielo abierto, sin toldo ni zarzo. La primera figura que se ofreció
a los ojos de don Quijote fue la de la misma Muerte , con rostro
humano; junto a ella venía un ángel con unas grandes y
pintadas alas; al un lado estaba un emperador con una corona,
al parecer de oro, en la cabeza; a los pies de la Muerte estaba el
dios que llaman Cupido, sin venda en los ojos, pero con su arco,
carcaj y saetas. Venía también un caballero armado de punta
en blanco, excepto que no traía morrión, ni celada, sino un
sombrero lleno de plumas de diversas colores; con
850
-Señor, nosotros somos recitantes de la compañía de Angulo el
Malo; hemos hecho en un lugar que está detrás de aquella
loma, esta mañana, que es la octava del Corpus, el auto de Las
Cortes de la Muerte, y hémosle de hacer esta tarde en aquel
lugar que desde aquí se parece; y, por estar tan cerca y escusar
el trabajo de desnudarnos y volvernos a vestir, nos vamos
vestidos con los mesmos vestidos que representamos. Aquel
mancebo va de Muerte; el otro, de Ángel; aquella mujer, que es
la del autor, va de Reina; el otro, de Soldado; aquél, de
Emperador, y yo, de Demonio, y soy una de las principales
figuras del auto, porque hago en esta compañía los primeros
papeles. Si otra cosa vuestra merced desea saber de nosotros,
pregúntemelo, que yo le sabré responder con toda puntualidad;
que, como soy demonio, todo se me alcanza.
851
comenzó a esgrimir el palo y a sacudir el suelo con las vejigas, y
a dar grandes saltos, sonando los cascabeles, cuya mala visión
así alborotó a Rocinante, que, sin ser poderoso a detenerle don
Quijote, tomando el freno entre los dientes, dio a correr por el
campo con más ligereza que jamás prometieron los huesos de
su notomía. Sancho, que consideró el peligro en que iba su amo
de ser derribado, saltó del rucio, y a toda priesa fue a valerle;
pero, cuando a él llegó, ya estaba en tierra, y junto a él,
Rocinante, que, con su amo, vino al suelo: ordinario fin y
paradero de las lozanías de Rocinante y de sus atrevimientos.
852
harto más maltrecho de lo que él quisiera, y, ayudándole a subir
sobre Rocinante, le dijo:
853
de aquellos de las compañías reales y de título, que todos, o los
más, en sus trajes y compostura parecen unos príncipes.
Tan altos eran los gritos de don Quijote, que los oyeron y
entendieron los de la carreta; y, juzgando por las palabras la
intención del que las decía, en un instante saltó la Muerte de la
carreta, y tras ella, el Emperador, el Diablo carretero y el Ángel,
sin quedarse la Reina ni el dios Cupido; y todos se cargaron de
piedras y se pusieron en ala, esperando recebir a don Quijote
en las puntas de sus guijarros. Don Quijote, que los vio puestos
en tan gallardo escuadrón, los brazos levantados con ademán
de despedir poderosamente las piedras, detuvo las riendas a
Rocinante y púsose a pensar de qué modo los acometería con
menos peligro de su persona. En esto que se detuvo, llegó
Sancho, y, viéndole en talle de acometer al bien formado
escuadrón, le dijo:
854
-Asaz de locura sería intentar tal empresa: considere vuesa
merced, señor mío, que para sopa de arroyo y tente bonete, no
hay arma defensiva en el mundo, si no es embutirse y
encerrarse en una campana de bronce; y también se ha de
considerar que es más temeridad que valentía acometer un
hombre solo a un ejército donde está la Muerte, y pelean en
persona emperadores, y a quien ayudan los buenos y los malos
ángeles; y si esta consideración no le mueve a estarse quedo,
muévale saber de cierto que, entre todos los que allí están,
aunque parecen reyes, príncipes y emperadores, no hay ningún
caballero andante.
855
calificadas aventuras; que yo veo esta tierra de talle, que no
han de faltar en ella muchas y muy milagrosas.
856
detenía a pacer la verde yerba de que aquellos campos
abundaban. De su embelesamiento le volvió Sancho Panza,
diciéndole:
857
pintaste mal su hermosura, porque, si mal no me acuerdo,
dijiste que tenía los ojos de perlas, y los ojos que parecen de
perlas antes son de besugo
858
-Quizá, Sancho -respondió don Quijote-, no se estenderá el
encantamento a quitar el conocimiento de Dulcinea a los
vencidos y presentados gigantes y caballeros; y, en uno o dos
de los primeros que yo venza y le envíe, haremos la experiencia
si la ven o no, mandándoles que vuelvan a darme relación de lo
que acerca desto les hubiere sucedido.
859
carcaj y saetas. Venía también un caballero armado de punta
en blanco, excepto que no traía morrión, ni celada, sino un
sombrero lleno de plumas de diversas colores; con éstas venían
otras personas de diferentes trajes y rostros. Todo lo cual visto
de
860
mancebo va de Muerte; el otro, de Ángel; aquella mujer, que es
la del autor, va de Reina; el otro, de Soldado; aquél, de
Emperador, y yo, de Demonio, y soy una de las principales
figuras del auto, porque hago en esta compañía los primeros
papeles. Si otra cosa vuestra merced desea saber de nosotros,
pregúntemelo, que yo le sabré responder con toda puntualidad;
que, como soy demonio, todo se me alcanza.
861
pero, cuando a él llegó, ya estaba en tierra, y junto a él,
Rocinante, que, con su amo, vino al suelo: ordinario fin y
paradero de las lozanías de Rocinante y de sus atrevimientos.
862
-Pues yo le cobraré -replicó don Quijote-, si bien se encerrase
con él en los más hondos y escuros calabozos del infierno.
Sígueme, Sancho, que la carreta va despacio, y con las mulas
della satisfaré la pérdida del rucio.
863
Y, diciendo esto, volvió a la carreta, que ya estaba bien cerca
del pueblo. Iba dando voces, diciendo:
Tan altos eran los gritos de don Quijote, que los oyeron y
entendieron los de la carreta; y, juzgando por las palabras la
intención del que las decía, en un instante saltó la Muerte de la
carreta, y tras ella, el Emperador, el Diablo carretero y el Ángel,
sin quedarse la Reina ni el dios Cupido; y todos se cargaron de
piedras y se pusieron en ala, esperando recebir a don Quijote
en las puntas de sus guijarros. Don Quijote, que los vio puestos
en tan gallardo escuadrón, los brazos levantados con ademán
de despedir poderosamente las piedras, detuvo las riendas a
Rocinante y púsose a pensar de qué modo los acometería con
menos peligro de su persona. En esto que se detuvo, llegó
Sancho, y, viéndole en talle de acometer al bien formado
escuadrón, le dijo:
864
ángeles; y si esta consideración no le mueve a estarse quedo,
muévale saber de cierto que, entre todos los que allí están,
aunque parecen reyes, príncipes y emperadores, no hay ningún
caballero andante.
865
escuadrón volante volvieron a su carreta y prosiguieron su
viaje, y este felice fin tuvo la temerosa aventura de la carreta
de la Muerte, gracias sean dadas al saludable consejo que
Sancho Panza dio a su amo; al cual, el día siguiente, le sucedió
otra con un enamorado y andante caballero, de no menos
suspensión que la pasada.
866
de Cupido, que yo se las quitara al redropelo y te las pusiera en
las manos.
867
-Pues lo mesmo -dijo don Quijote- acontece en la comedia y
trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros
los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden
introducir en una comedia; pero, en llegando al fin, que es
cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas
que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.
868
Rióse don Quijote de las afectadas razones de Sancho, y
parecióle ser verdad lo que decía de su emienda, porque de
cuando en cuando hablaba de manera que le admiraba; puesto
que todas o las más veces que Sancho quería hablar de
oposición y a lo cortesano, acababa su razón con despeñarse
del monte de su simplicidad al profundo de su ignorancia; y en
lo que él se mostraba más elegante y memorioso era en traer
refranes, viniesen o no viniesen a pelo de lo que trataba, como
se habrá visto y se habrá notado en el discurso desta historia.
869
escribe que, así como las dos bestias se juntaban, acudían a
rascarse el uno al otro, y que, después de cansados y
satisfechos, cruzaba Rocinante el pescuezo sobre el cuello del
rucio (que le sobraba de la otra parte más de media vara), y,
mirando los dos atentamente al suelo, se solían estar de aquella
manera tres días; a lo menos, todo el tiempo que les dejaban, o
no les compelía la hambre a buscar sustento.
Digo que dicen que dejó el autor escrito que los había
comparado en la amistad a la que tuvieron Niso y Euríalo, y
Pílades y Orestes; y si esto es así, se podía echar de ver, para
universal admiración, cuán firme debió ser la amistad destos
dos pacíficos animales, y para confusión de los hombres, que
tan mal saben guardarse amistad los unos a los otros. Por esto
se dijo:
870
Finalmente, Sancho se quedó dormido al pie de un alcornoque,
y don Quijote dormitando al de una robusta encina; pero, poco
espacio de tiempo había pasado, cuando le despertó un ruido
que sintió a sus espaldas, y, levantándose con sobresalto, se
puso a mirar y a escuchar de dónde el ruido procedía, y vio que
eran dos hombres a caballo, y que el uno, dejándose derribar de
la silla, dijo al otro:
871
-Pues ¿en qué halla vuesa merced -dijo Sancho- que ésta sea
aventura?
872
si queréis que os la cuente en desusado modo, haré que el
mesmo amor la diga.
873
-Eso no -dijo a esta sazón don Quijote-, que yo soy de la
Mancha y nunca tal he confesado, ni podía ni debía confesar
una cosa tan perjudicial a la belleza de mi señora; y este tal
caballero ya vees tú, Sancho, que desvaría. Pero, escuchemos:
quizá se declarará más.
874
A lo que respondió don Quijote:
-No, por cierto -dijo Sancho, que allí junto estaba-, porque es mi
señora como una borrega mansa: es más blanda que una
manteca.
875
-Sí es -respondió don Quijote.
Con esto se apartaron los dos escuderos, entre los cuales pasó
un tan gracioso coloquio como fue grave el que pasó entre sus
señores.
876
Divididos estaban caballeros y escuderos: éstos contándose sus
vidas, y aquéllos sus amores; pero la historia cuenta primero el
razonamiento de los mozos y luego prosigue el de los amos; y
así, dice que, apartándose un poco dellos, el del Bosque dijo a
Sancho:
877
Yo -dijo el del Bosque-, con un canonicato quedaré satisfecho
de mis servicios, y ya me le tiene mandado mi amo, y ¡qué tal!
878
pobre en el mundo, a quien le falte un rocín, y un par de galgos,
y una caña de pescar, con que entretenerse en su aldea?
879
-Partes son ésas -respondió el del Bosque- no sólo para ser
condesa, sino para ser ninfa del verde bosque. ¡Oh hideputa,
puta, y qué rejo debe de tener la bellaca!
880
incurrido segunda vez, cebado y engañado de una bolsa con
cien ducados que me hallé un día en el corazón de Sierra
Morena, y el diablo me pone ante los ojos aquí, allí, acá no, sino
acullá, un talego lleno de doblones, que me parece que a cada
paso le toco con la mano, y me abrazo con él, y lo llevo a mi
casa, y echo censos, y fundo rentas, y vivo como un príncipe; y
el rato que en esto pienso se me hacen fáciles y llevaderos
cuantos trabajos padezco con este mentecato de mi amo, de
quien sé que tiene más de loco que de caballero.
-No hay camino tan llano -replicó Sancho- que no tenga algún
tropezón o barranco; en otras casas cuecen habas, y en la mía,
a calderadas; más acompañados y paniaguados debe de tener
881
la locura que la discreción. Mas si es verdad lo que comúnmente
se dice, que el tener compañeros en los trabajos suele servir de
alivio en ellos, con vuestra merced podré consolarme, pues sirve
a otro amo tan tonto como el mío.
882
Y, levantándose, volvió desde allí a un poco con una gran bota
de vino y una empanada de media vara; y no es
encarecimiento, porque era de un conejo albar, tan grande que
Sancho, al tocarla, entendió ser de algún cabrón, no que de
cabrito; lo cual visto por Sancho, dijo:
883
los montes. Allá se lo hayan con sus opiniones y leyes
caballerescas nuestros amos, y coman lo que ellos mandaren.
Fiambreras traigo, y esta bota colgando del arzón de la silla,
por sí o por no; y es tan devota mía y quiérola tanto, que pocos
ratos se pasan sin que la dé mil besos y mil abrazos.
884
vueltas que ha de dar, con todas las circunstancias al vino
atañederas? Pero no hay de qué maravillarse, si tuve en mi
linaje por parte de mi padre los dos más excelentes mojones
que en luengos años conoció la Mancha; para prueba de lo cual
les sucedió lo que ahora diré:
-Por eso digo -dijo el del Bosque- que nos dejemos de andar
buscando aventuras; y, pues tenemos hogazas, no busquemos
tortas, y volvámonos a nuestras chozas, que allí nos hallará
Dios, si Él quiere.
885
entenderemos.
886
otro llegaría el de mi esperanza; pero así se han ido
eslabonando mis trabajos, que no tienen cuento, ni yo sé cuál
ha de ser el último que dé principio al cumplimiento de mis
buenos deseos. Una vez me mandó que fuese a desafiar a
aquella famosa giganta de Sevilla llamada la Giralda, que es
tan valiente y fuerte como hecha de bronce, y, sin mudarse de
un lugar, es la más movible y voltaria mujer del mundo. Llegué,
vila , y vencíla, y hícela estar queda y a raya, porque en más de
una semana no soplaron sino vientos nortes. Vez también hubo
que me mandó fuese a tomar en peso las antiguas piedras de
los valientes Toros de Guisando, empresa más para
encomendarse a ganapanes que a caballeros. Otra vez me
mandó que me precipitase y sumiese en la sima de Cabra,
peligro inaudito y temeroso, y que le trujese particular relación
de lo que en aquella escura profundidad se encierra. Detuve el
movimiento a la Giralda, pesé los Toros de Guisando,
despeñéme en la sima y saqué a luz lo escondido de su abismo,
y mis esperanzas, muertas que muertas, y sus mandamientos y
desdenes, vivos que vivos. En resolución, últimamente me ha
mandado que discurra por todas las provincias de España y
haga confesar a todos los andantes caballeros que por ellas
vagaren que ella sola es la más aventajada en hermosura de
cuantas hoy viven, y que yo soy el más valiente y el más bien
enamorado caballero del orbe; en cuya demanda he andado ya
la mayor parte
887
de España, y en ella he vencido muchos caballeros que se han
atrevido a contradecirme. Pero de lo que yo más me precio y
ufano es de haber vencido, en singular batalla, a aquel tan
famoso caballero don Quijote de la Mancha, y héchole confesar
que es más hermosa mi Casildea que su Dulcinea; y en solo este
vencimiento hago cuenta que he vencido todos los caballeros
del mundo, porque el tal don Quijote que digo los ha vencido a
todos; y, habiéndole yo vencido a él, su gloria, su fama y su
honra se ha transferido y pasado a mi persona; y tanto el
vencedor es más honrado, cuanto más el vencido es reputado;
así que, ya corren por mi cuenta y son mías las inumerables
hazañas del ya referido don Quijote.
-De que vuesa merced, señor caballero, haya vencido a los más
caballeros andantes de España, y aun de todo el mundo, no
digo nada; pero de que haya vencido a don Quijote de la
Mancha, póngolo en duda. Podría ser que fuese otro que le
pareciese, aunque hay pocos que le parezcan.
-¿Cómo no? -replicó el del Bosque-. Por el cielo que nos cubre,
que peleé con don Quijote, y le vencí y rendí; y es un hombre
alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de
miembros, entrecano, la nariz aguileña y algo corva, de bigotes
888
grandes, negros y caídos. Campea debajo del nombre del
Caballero de la Triste Figura , y trae por escudero a un labrador
llamado Sancho Panza; oprime el lomo y rige el freno de un
famoso caballo llamado Rocinante, y, finalmente, tiene por
señora de su voluntad a una tal Dulcinea del Toboso, llamada
un tiempo Aldonza Lorenzo; como la mía, que, por llamarse
Casilda y ser de la Andalucía, yo la llamo Casildea de Vandalia.
Si todas estas señas no bastan para acreditar mi verdad, aquí
está mi espada, que la hará dar crédito a la mesma
incredulidad.
889
contrarios no ha más de dos días que transformaron la figura y
persona de la hermosa Dulcinea del Toboso en una aldeana
soez y baja, y desta manera habrán transformado a don
Quijote; y si todo esto no basta para enteraros en esta verdad
que digo, aquí está el mesmo don Quijote, que la sustentará con
sus armas a pie, o a caballo, o de cualquiera suerte que os
agradare.
890
Despertáronlos y mandáronles que tuviesen a punto los
caballos, porque, en saliendo el sol, habían de hacer los dos una
sangrienta, singular y desigual batalla; a cuyas nuevas quedó
Sancho atónito y pasmado, temeroso de la salud de su amo,
por las valentías que había oído decir del suyo al escudero del
Bosque; pero, sin hablar palabra, se fueron los dos escuderos a
buscar su ganado, que ya todos tres caballos y el rucio se
habían olido, y estaban todos juntos.
891
aseguro que no pase de dos libras de cera, y más quiero pagar
las tales libras, que sé que me costarán menos que las hilas que
podré gastar en curarme la cabeza, que ya me la cuento por
partida y dividida en dos partes. Hay más: que me imposibilita
el reñir el no tener espada, pues en mi vida me la puse.
892
-Con todo -replicó el del Bosque-, hemos de pelear siquiera
media hora.
893
intimo a vuestra merced, señor escudero, que corra por su
cuenta todo el mal y daño que de nuestra pendencia resultare.
894
Don Quijote miró a su contendor, y hallóle ya puesta y calada la
celada, de modo que no le pudo ver el rostro, pero notó que era
hombre membrudo, y no muy alto de cuerpo. Sobre las armas
traía una sobrevista o casaca de una tela, al parecer, de oro
finísimo, sembradas por ella muchas lunas pequeñas de
resplandecientes espejos, que le hacían en grandísima manera
galán y vistoso; volábanle sobre la celada grande cantidad de
plumas verdes, amarillas y blancas; la lanza, que tenía arrimada
a un árbol, era grandísima y gruesa, y de un hierro acerado de
más de un palmo.
895
la visera, sin haceros confesar lo que ya sabéis que pretendo.
896
-Ya la sé -respondió don Quijote-; con tal que lo que se le
impusiere y mandare al vencido han de ser cosas que no salgan
de los límites de la caballería.
897
-Ellas son tales -dijo don Quijote-, que, a no ser yo quien soy,
también me asombraran; y así, ven: ayudarte he a subir donde
dices.
898
tanta fuerza, que mal de su grado le hizo venir al suelo por las
ancas del caballo, dando tal caída, que, sin mover pie ni mano,
dio señales de que estaba muerto.
-Soy de parecer, señor mío, que, por sí o por no, vuesa merced
hinque y meta la espada por la boca a este que parece el
899
bachiller Sansón Carrasco; quizá matará en él a alguno de sus
enemigos los encantadores.
-No dices mal -dijo don Quijote-, porque de los enemigos, los
menos.
-Mire vuesa merced lo que hace, señor don Quijote, que ese que
tiene a los pies es el bachiller Sansón Carrasco, su amigo, y yo
soy su escudero.
A lo que él respondió:
900
venido; y en tanto, pedid y suplicad al señor vuestro amo que
no toque, maltrate, hiera ni mate al caballero de los Espejos,
que a sus pies tiene, porque sin duda alguna es el atrevido y
mal aconsejado del bachiller Sansón Carrasco, nuestro
compatrioto.
901
de ir y volver de su presencia a la vuestra, y daros entera y
particular cuenta de lo que me pedís.
902
proseguir su camino de Zaragoza, donde los deja la historia,
por dar cuenta de quién era el Caballero de los Espejos y su
narigante escudero.
ha dicho.
903
don Quijote a que se estuviese en su casa quieto y sosegado,
sin que le alborotasen sus mal buscadas aventuras; de cuyo
consejo salió, por voto común de todos y parecer particular de
Carrasco, que dejasen salir a don Quijote, pues el detenerle
parecía imposible, y que Sansón le saliese al camino como
caballero andante, y trabase batalla con él, pues no faltaría
sobre qué, y le venciese, teniéndolo por cosa fácil, y que fuese
pacto y concierto que el vencido quedase a merced del
vencedor; y así vencido don Quijote, le había de mandar el
bachiller caballero se volviese a su pueblo y casa, y no saliese
della en dos años, o hasta tanto que por él le fuese mandado
otra cosa; lo cual era claro que don Quijote vencido cumpliría
indubitablemente, por no contravenir y faltar a las leyes de la
caballería, y podría ser que en el tiempo de su reclusión se le
olvidasen sus vanidades, o se diese lugar de buscar a su locura
algún conveniente remedio.
904
entender que el bachiller no era el bachiller, el señor bachiller
quedara imposibilitado para siempre de graduarse de
licenciado, por no haber hallado nidos donde pensó hallar
pájaros.
Tomé Cecial, que vio cuán mal había logrado sus deseos y el
mal paradero que había tenido su camino, dijo al bachiller:
-La diferencia que hay entre esos dos locos es que el que lo es
por fuerza lo será siempre, y el que lo es de grado lo dejará de
ser cuando quisiere.
905
deseo de que cobre su juicio, sino el de la venganza; que el
dolor grande de mis costillas no me deja hacer más piadosos
discursos.
906
atrevimiento y lluvia de estacas de los yangüeses. Finalmente,
decía entre sí que si él hallara arte, modo o manera como
desencantar a su señora Dulcinea, no invidiara a la mayor
ventura que alcanzó o pudo alcanzar el más venturoso
caballero andante de los pasados siglos. En estas
imaginaciones iba todo ocupado, cuando Sancho le dijo:
-¿No es bueno, señor, que aun todavía traigo entre los ojos las
desaforadas narices, y mayores de marca, de mi compadre
Tomé Cecial?
907
profesión de las armas, para tener invidia a la fama que yo por
ellas he ganado?
908
consuelo; porque, en fin, en cualquiera figura que haya sido, he
quedado vencedor de mi enemigo.
909
-En verdad -respondió el de la yegua- que no me pasara tan de
largo, si no fuera por temor que con la compañía de mi yegua
no se alborotara ese caballo.
910
ademán y compostura: figura y retrato no visto por luengos
tiempos atrás en aquella tierra. Notó bien don Quijote la
atención con que el caminante le miraba, y leyóle en la
suspensión su deseo; y, como era tan cortés y tan amigo de dar
gusto a todos, antes que le preguntase nada, le salió al camino,
diciéndole:
-Esta figura que vuesa merced en mí ha visto, por ser tan nueva
y tan fuera de las que comúnmente se usan, no me maravillaría
yo de que le hubiese maravillado; pero dejará vuesa merced de
estarlo cuando le diga, como le digo, que soy caballero destos
que dicen las gentes que a sus aventuras van.
911
Treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva
camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no
lo remedia.
912
hubiera visto con mis ojos. ¡Bendito sea el cielo!, que con esa
historia, que vuesa merced dice que está impresa, de sus altas
y verdaderas caballerías, se habrán puesto en olvido las
innumerables de los fingidos caballeros andantes, de que
estaba lleno el mundo, tan en daño de las buenas costumbres y
tan en perjuicio y descrédito de las buenas historias.
913
Miranda; paso la vida con mi mujer, y con mis hijos, y con mis
amigos; mis ejercicios son el de la caza y pesca, pero no
mantengo ni halcón ni galgos, sino algún perdigón manso, o
algún hurón atrevido. Tengo hasta seis docenas de libros,
cuáles de romance y cuáles de latín, de historia algunos y de
devoción otros; los de caballerías aún no han entrado por los
umbrales de mis puertas. Hojeo más los que son profanos que
los devotos, como sean de honesto entretenimiento, que
deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la
invención, puesto que déstos hay muy pocos en España. Alguna
vez como con mis vecinos y amigos, y muchas veces los
convido; son mis convites limpios y aseados, y no nada escasos;
ni gusto de murmurar, ni consiento que delante de mí se
murmure; no escudriño las vidas ajenas, ni soy lince de los
hechos de los otros; oigo misa cada día; reparto de mis bienes
con los pobres, sin hacer alarde de las buenas obras, por no dar
entrada en mi corazón a la hipocresía y vanagloria, enemigos
que blandamente se apoderan del corazón más recatado;
procuro poner en paz los que sé que están desavenidos; soy
devoto de nuestra Señora, y confío siempre en la misericordia
infinita de Dios nuestro Señor.
914
corazón y casi lágrimas le besó los pies una y muchas veces.
Visto lo cual por el hidalgo, le preguntó:
-No soy santo -respondió el hidalgo-, sino gran pecador; vos sí,
hermano, que debéis de ser bueno, como vuestra simplicidad lo
muestra.
Preguntóle don Quijote que cuántos hijos tenía, y díjole que una
de las cosas en que ponían el sumo bien los antiguos filósofos,
que carecieron del verdadero conocimiento de Dios, fue en los
bienes de la naturaleza, en los de la fortuna, en tener muchos
amigos y en tener muchos y buenos hijos.
915
otras ciencias, halléle tan embebido en la de la poesía, si es que
se puede llamar ciencia, que no es posible hacerle arrostrar la
de las leyes, que yo quisiera que estudiara, ni de la reina de
todas, la teología. Quisiera yo que fuera corona de su linaje,
pues vivimos en siglo donde nuestros reyes premian altamente
las virtuosas y buenas letras; porque letras sin virtud son perlas
en el muladar. Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o
mal Homero en tal verso de la Ilíada; si Marcial anduvo
deshonesto, o no, en tal epigrama; si se han de entender de una
manera o otra tales y tales versos de Virgilio. En fin, todas sus
conversaciones son con los libros de los referidos poetas, y con
los de Horacio, Persio, Juvenal y Tibulo; que de los modernos
romancistas no hace mucha cuenta; y, con todo el mal cariño
que muestra tener a la poesía de romance, le tiene agora
desvanecidos los pensamientos el hacer una glosa a cuatro
versos que le han enviado de Salamanca, y pienso que son de
justa literaria.
916
no será dañoso; y cuando no se ha de estudiar para pane
lucrando, siendo tan venturoso el estudiante que le dio el cielo
padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir
aquella ciencia a que más le vieren inclinado; y, aunque la de la
poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que
suelen deshonrar a quien las posee. La poesía, señor hidalgo, a
mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en
todo estremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer,
pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras
ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de
autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser
manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las
esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es
hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la
volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener, el
que la tuviere, a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni
en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna
manera, si ya no fuere en poemas heroicos, en lamentables
tragedias, o en comedias alegres y artificiosas; no se ha de
dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de
conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no
penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente
plebeya y
917
con los requisitos que he dicho tratare y tuviere a la poesía,
será famoso y estimado su nombre en todas las naciones
políticas del mundo. Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no
estima mucho la poesía de romance, doyme a entender que no
anda muy acertado en ello, y la razón es ésta: el grande
Homero no escribió en latín, porque era griego, ni Virgilio no
escribió en griego, porque era latino. En resolución, todos los
poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la
leche, y no fueron a buscar las estranjeras para declarar la
alteza de sus conceptos. Y, siendo esto así, razón sería se
estendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se
desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el
castellano, ni aun el vizcaíno, que escribe en la suya. Pero
vuestro hijo, a lo que yo, señor, imagino, no debe de estar mal
con la poesía de romance, sino con los poetas que son meros
romancistas, sin saber otras lenguas ni otras ciencias que
adornen y despierten y ayuden a su natural impulso; y aun en
esto puede haber yerro; porque, según es opinión verdadera, el
poeta nace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta
natural sale poeta; y, con aquella inclinación que le dio el cielo,
sin más estudio ni artificio, compone cosas, que hace verdadero
al que dijo: est Deus in nobis..., etcétera. También digo que el
natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor y se
aventajará al poeta que sólo por saber el arte quisiere serlo; la
razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino
perficiónala; así que, mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte
con la naturaleza, sacarán un perfetísimo poeta. Sea, pues, la
918
conclusión de mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje
caminar a su hijo por donde su estrella le llama; que, siendo él
tan buen estudiante como debe de ser, y habiendo ya subido
felicemente el primer escalón de las esencias, que es el de las
lenguas, con ellas por sí mesmo subirá a la cumbre de las letras
humanas, las cuales tan bien parecen en un caballero de capa y
espada, y así le adornan, honran y engrandecen, como las
mitras a los obispos, o como las garnachas a los peritos
jurisconsultos. Riña vuesa merced a su hijo si hiciere sátiras que
perjudiquen las honras ajenas, y castíguele, y rómpaselas, pero
si hiciere sermones al modo de Horacio, donde reprehenda los
vicios en general, como tan elegantemente él lo hizo, alábele:
porque lícito es al poeta escribir contra la invidia, y decir en sus
versos mal de los invidiosos, y así de los otros vicios, con que no
señale persona alguna; pero hay poetas que, a trueco de decir
una malicia, se pondrán a peligro que los destierren a las islas
de Ponto. Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será
también en sus versos; la pluma es lengua del alma: cuales
fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus
escritos; y cuando los reyes y príncipes veen la milagrosa
ciencia de la poesía en sujetos prudentes, virtuosos y graves, los
honran, los estiman y los enriquecen, y aun los coronan con las
hojas del árbol a quien no ofende el rayo, como en señal que no
han de
919
ser ofendidos de nadie los que con tales coronas veen honrados
y adornadas sus sienes.
920
Cuenta la historia que cuando don Quijote daba voces a
Sancho que le trujese el yelmo, estaba él comprando unos
requesones que los pastores le vendían; y, acosado de la mucha
priesa de su amo, no supo qué hacer dellos, ni en qué traerlos,
y, por no perderlos, que ya los tenía pagados, acordó de
echarlos en la celada de su señor, y con este buen recado volvió
a ver lo que le quería; el cual, en llegando, le dijo:
El del Verde Gabán, que esto oyó, tendió la vista por todas
partes, y no descubrió otra cosa que un carro que hacia ellos
venía, con dos o tres banderas pequeñas, que le dieron a
entender que el tal carro debía de traer moneda de Su
Majestad, y así se lo dijo a don Quijote; pero él no le dio crédito,
siempre creyendo y pensando que todo lo que le sucediese
habían de ser aventuras y más aventuras, y así, respondió al
hidalgo:
921
estaba. Tomóla don Quijote, y, sin que echase de ver lo que
dentro venía, con toda priesa se la encajó en la cabeza; y, como
los requesones se apretaron y exprimieron, comenzó a correr el
suero por todo el rostro y barbas de don Quijote, de lo que
recibió tal susto, que dijo a Sancho:
922
encantadores que me persiguen como a hechura y miembro de
vuesa merced, y habrán puesto ahí esa inmundicia para mover
a cólera su paciencia y hacer que me muela, como suele, las
costillas. Pues en verdad que esta vez han dado salto en vago,
que yo confío en el buen discurso de mi señor, que habrá
considerado que ni yo tengo requesones, ni leche, ni otra cosa
que lo valga, y que si la tuviera, antes la pusiera en mi
estómago que en la celada.
923
-El carro es mío; lo que va en él son dos bravos leones
enjaulados, que el general de Orán envía a la corte, presentados
a Su Majestad; las banderas son del rey nuestro señor, en señal
que aquí va cosa suya.
924
-Señor, por quien Dios es, que vuesa merced haga de manera
que mi señor don Quijote no se tome con estos leones, que si se
toma, aquí nos han de hacer pedazos a todos.
-¡Voto a tal, don bellaco, que si no abrís luego luego las jaulas,
que con esta lanza os he de coser con el carro!
925
El carretero, que vio la determinación de aquella armada
fantasía, le dijo:
926
-Ahora, señor -replicó don Quijote-, si vuesa merced no quiere
ser oyente desta que a su parecer ha de ser tragedia, pique la
tordilla y póngase en salvo.
927
carretero a sus mulas, procurando todos apartarse del carro lo
más que pudiesen, antes que los leones se desembanastasen.
928
españoles caballeros! ¿Con qué palabras contaré esta tan
espantosa hazaña, o con qué razones la haré creíble a los siglos
venideros, o qué alabanzas habrá que no te convengan y
cuadren, aunque sean hipérboles sobre todos los hipérboles? Tú
a pie, tú solo, tú intrépido, tú magnánimo, con sola una espada,
y no de las del perrillo cortadoras, con un escudo no de muy
luciente y limpio acero, estás aguardando y atendiendo los dos
más fieros leones que jamás
criaron las africanas selvas. Tus mismos hechos sean los que te
alaben, valeroso manchego, que yo los dejo aquí en su punto
por faltarme palabras con que encarecerlos''.
929
que saltase ya del carro y viniese con él a las manos, entre las
cuales pensaba hacerle pedazos.
930
como he dicho, en tanto que hago señas a los huidos y
ausentes, para que sepan de tu boca esta hazaña.
931
quiso ni osó salir de la jaula, puesto que había tenido un buen
espacio abierta la puerta de la jaula; y que, por haber él dicho a
aquel caballero que era tentar a Dios irritar al león para que por
fuerza saliese, como él quería que se irritase, mal de su grado y
contra toda su voluntad, había permitido que la puerta se
cerrase.
932
tiraba a cuerdo. No había aún llegado a su noticia la primera
parte de su historia; que si la hubiera leído, cesara la
933
parezcan, entretienen y alegran, y, si se puede decir, honran las
cortes de sus príncipes; pero sobre todos éstos parece mejor un
caballero andante, que por los desiertos, por las soledades, por
las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando
peligrosas aventuras, con intención de darles dichosa y bien
afortunada cima, sólo por alcanzar gloriosa fama y duradera.
Mejor parece, digo, un caballero andante, socorriendo a una
viuda en algún despoblado, que un cortesano caballero,
requebrando a una doncella en las ciudades. Todos los
caballeros tienen sus particulares ejercicios: sirva a las damas el
cortesano; autorice la corte de su rey con libreas; sustente los
caballeros pobres con el espléndido plato de su mesa; concierte
justas, mantenga torneos y muéstrese grande, liberal y
magnífico, y buen cristiano, sobre todo, y desta manera
cumplirá con sus precisas obligaciones. Pero el andante
caballero busque los rincones del mundo; éntrese en los más
intricados laberintos; acometa a cada paso lo imposible; resista
en los páramos despoblados los ardientes rayos del sol en la
mitad del verano, y en el invierno la dura inclemencia de los
vientos y de los yelos; no le asombren leones, ni le espanten
vestiglos, ni atemoricen endriagos; que buscar éstos, acometer
aquéllos y vencerlos a todos son sus principales y verdaderos
ejercicios. Yo, pues, como me cupo en suerte ser uno del
número de la andante caballería, no puedo dejar de acometer
todo aquello que a mí me pareciere que cae debajo de la
juridición de mis ejercicios; y así, el acometer los leones que
ahora acometí derechamente me tocaba, puesto que conocí ser
934
temeridad esorbitante, porque bien sé lo que es valentía, que es
una virtud que está puesta entre dos estremos viciosos, como
son la cobardía y la temeridad; pero menos mal será que el que
es valiente toque y suba al punto
935
Y, picando más de lo que hasta entonces, serían como las dos
de la tarde cuando llegaron a la aldea y a la casa de don Diego,
a quien don Quijote llamaba el Caballero del Verde Gabán.
936
Oyóle decir esto el estudiante poeta, hijo de don Diego, que con
su madre
937
randas; los borceguíes eran datilados, y encerados los zapatos.
Ciñóse su buena espada, que pendía de un tahalí de lobos
marinos; que es opinión que muchos años fue enfermo de los
riñones; cubrióse un herreruelo de buen paño pardo; pero antes
de todo, con cinco calderos, o seis, de agua, que en la cantidad
de los calderos hay alguna diferencia, se lavó la cabeza y
rostro, y todavía se quedó el agua de color de suero, merced a
la golosina de Sancho y a la compra de sus negros requesones,
que tan blanco pusieron a su amo. Con los referidos atavíos, y
con gentil donaire y gallardía, salió don Quijote a otra sala,
donde el estudiante le estaba esperando para entretenerle en
tanto que las mesas se ponían; que, por la venida de tan noble
huésped, quería la señora doña Cristina mostrar que sabía y
podía regalar a los que a su casa llegasen.
938
pues eres discreto, juzga de su discreción o tontería lo que más
puesto en razón estuviere; aunque, para decir verdad, antes le
tengo por loco que por cuerdo.
939
primero siempre se lleva el favor o la gran calidad de la
persona, el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero
viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero,
al modo de las licencias que se dan en las universidades; pero,
con todo esto, gran personaje es el nombre de primero.
Y díjole:
-No sé qué ciencia sea ésa -replicó don Lorenzo-, y hasta ahora
no ha llegado a mi noticia.
940
las heridas, que no ha de andar el caballero andante a cada
triquete buscando quien se las cure; ha de ser astrólogo, para
conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de la
noche, y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de
saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener
necesidad dellas; y, dejando aparte que ha de estar adornado
de todas las virtudes teologales y cardinales, decendiendo a
otras menudencias, digo que ha de saber nadar como dicen
que nadaba el peje Nicolás o Nicolao; ha de saber herrar un
caballo y aderezar la silla y el freno; y, volviendo a lo de arriba,
ha de guardar la fe a Dios y a su dama; ha de ser casto en los
pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras,
valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los
menesterosos, y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque
le cueste la vida el defenderla. De todas estas grandes y
mínimas partes se compone un buen caballero andante; porque
vea vuesa merced, señor don Lorenzo, si es ciencia mocosa lo
que aprende el caballero que la estudia y la profesa, y si se
puede igualar a las más estiradas que en los ginasios y
escuelas se enseñan.
-Si eso es así -replicó don Lorenzo-, yo digo que se aventaja esa
ciencia a todas.
Lo que yo quiero decir -dijo don Lorenzo- es que dudo que haya
habido, ni que los hay ahora, caballeros andantes y adornados
de virtudes tantas.
941
-Muchas veces he dicho lo que vuelvo a decir ahora -respondió
don Quijote-: que la mayor parte de la gente del mundo está de
parecer de que no ha habido en él caballeros andantes; y, por
parecerme a mí que si el cielo milagrosamente no les da a
entender la verdad de que los hubo y de que los hay, cualquier
trabajo que se tome ha de ser en vano, como muchas veces me
lo ha mostrado la experiencia, no quiero detenerme agora en
sacar a vuesa merced del error que con los muchos tiene; lo que
pienso hacer es el rogar al cielo le saque dél, y le dé a entender
cuán provechosos y cuán necesarios fueron al mundo los
caballeros andantes en los pasados siglos, y cuán útiles fueran
en el presente si se usaran; pero triunfan ahora, por pecados de
las gentes, la pereza, la ociosidad, la gula y el regalo.
942
abundante y sabrosa; pero de lo que más se contentó don
Quijote fue del maravilloso silencio que en toda la casa había,
que semejaba un monasterio de cartujos. Levantados, pues, los
manteles, y dadas gracias a Dios y agua a las manos, don
Quijote pidió ahincadamente a don Lorenzo dijese los versos de
la justa literaria; a lo que él respondió que, por no parecer de
aquellos poetas que cuando les ruegan digan sus versos los
niegan y cuando no se los piden los vomitan,...
943
-Yo me daré a entender -respondió don Lorenzo-; y por ahora
esté vuesa merced atento a los versos glosados y a la glosa,
que dicen desta manera:
o viniese el tiempo ya
944
que a tanto se haya estendido. Corre el tiempo, vuela y va
ligero, y no volverá,
ya esperando, ya temiendo:
945
Decidme, señor, si sois servido, algunos versos mayores, que
quiero tomar de todo en todo el pulso a vuestro admirable
ingenio.
Soneto
la voz entrar por tan estrecho estrecho; las almas sí, que amor
suele de hecho facilitar la más difícil cosa.
946
que a entrambos en un punto, ¡oh estraño caso!, los mata, los
encubre y resucita
947
ello les obligaba el valor de su persona y la honrosa profesión
suya.
948
a vuesa merced que, siendo poeta, podrá ser famoso si se guía
más por el parecer ajeno que por el propio, porque no hay
padre ni madre a quien sus hijos le parezcan feos, y en los que
lo son del entendimiento corre más este engaño.
949
esgrima, nuevas, y con sus zapatillas. Los labradores traían
otras cosas, que daban indicio y señal que venían de alguna
villa grande, donde las habían comprado, y las llevaban a su
aldea; y así
950
las mejores bodas y más ricas que hasta el día de hoy se
habrán celebrado en la Mancha, ni en otras muchas leguas a la
redonda.
951
Basilio. Es este Basilio un zagal vecino del mesmo lugar de
Quiteria, el cual tenía su casa pared y medio de la de los padres
de Quiteria, de donde tomó ocasión el amor de renovar al
mundo los ya olvidados amores de Píramo y Tisbe, porque
Basilio se enamoró de Quiteria desde sus tiernos y primeros
años, y ella fue correspondiendo a su deseo con mil honestos
favores, tanto, que se contaban
-Por esa sola gracia -dijo a esta sazón don Quijote-, merecía
ese mancebo no sólo casarse con la hermosa Quiteria, sino con
la mesma reina Ginebra, si fuera hoy viva, a pesar de Lanzarote
y de todos aquellos que estorbarlo quisieran.
952
-¡A mi mujer con eso! -dijo Sancho Panza, que hasta entonces
había ido callando y escuchando-, la cual no quiere sino que
cada uno case con su igual, ateniéndose al refrán que dicen
"cada oveja con su pareja". Lo que yo quisiera es que ese buen
Basilio, que ya me le voy aficionando, se casara con esa señora
Quiteria; que buen siglo hayan y buen poso, iba a decir al revés,
los que estorban que se casen los que bien se quieren.
-Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar -dijo don
Quijote-, quitaríase la eleción y juridición a los padres de casar
sus hijos con quien y cuando deben; y si a la voluntad de las
hijas quedase escoger los maridos, tal habría que escogiese al
criado de su padre, y tal al que vio pasar por la calle, a su
parecer, bizarro y entonado, aunque fuese un desbaratado
espadachín; que el amor y la afición con facilidad ciegan los
ojos del entendimiento, tan necesarios para escoger estado, y el
del matrimonio está muy a peligro de errarse, y es menester
gran tiento y particular favor del cielo para acertarle. Quiere
hacer uno un viaje largo, y si es prudente, antes de ponerse en
camino busca alguna compañía segura y apacible con quien
acompañarse; pues, ¿por qué no hará lo mesmo el que ha de
caminar toda la vida, hasta el paradero de la muerte, y más si
la compañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en
todas partes, como es la de la mujer con su marido? La de la
propia mujer no es mercaduría que una vez comprada se
vuelve, o se trueca o cambia, porque es accidente inseparable,
que dura lo que dura la vida: es un lazo que si una vez le echáis
953
al cuello, se vuelve en el nudo gordiano, que si no le corta la
guadaña de la muerte, no hay desatarle. Muchas más cosas
pudiera decir en esta materia, si no lo estorbara el deseo que
tengo de saber si le queda más que decir al señor licenciado
acerca de la historia de Basilio.
-De todo no me queda más que decir sino que desde el punto
que Basilio supo que la hermosa Quiteria se casaba con
Camacho el rico, nunca más le han visto reír ni hablar razón
concertada, y siempre anda pensativo y triste, hablando entre
sí mismo, con que da ciertas y claras señales de que se le ha
vuelto el juicio: come poco y duerme poco, y lo que come son
frutas, y en lo que duerme, si duerme, es en el campo, sobre la
dura tierra, como animal bruto; mira de cuando en cuando al
cielo, y otras veces clava los ojos en la tierra, con tal
embelesamiento, que no parece sino estatua vestida que el aire
le mueve la ropa. En fin, él da tales muestras de tener
apasionado el corazón, que tememos todos los que le
conocemos que el dar el sí mañana la hermosa Quiteria ha de
ser la sentencia de su muerte.
954
casa; yo he visto llover y hacer sol, todo a un mesmo punto; tal
se acuesta sano la noche, que no se puede mover otro día. Y
díganme, ¿por ventura habrá quien se alabe que tiene echado
un clavo a la rodaja de la Fortuna? No, por cierto; y entre el sí y
el no de la mujer no me atrevería yo a poner una punta de
alfiler, porque no cabría. Denme a mí que Quiteria quiera de
buen corazón y de buena voluntad a Basilio, que yo le daré a él
un saco de buena ventura: que el amor, según yo he oído decir,
mira con unos antojos que hacen parecer oro al cobre, a la
pobreza riqueza, y a las lagañas perlas.
955
vocablos. Sí, que, ¡válgame Dios!, no hay para qué obligar al
sayagués a que hable como el toledano, y toledanos puede
haber que no las corten en el aire en esto del hablar polido.
956
pies, de vuestros círculos y vuestros ángulos y ciencia; que yo
espero de haceros ver estrellas a mediodía con mi destreza
moderna y zafia, en quien espero, después de Dios, que está
por nacer hombre que me haga volver las espaldas, y que no le
hay en el mundo a quien yo no le haga perder tierra.
957
zapatilla de la espada del licenciado, que en mitad de su furia
le detenía, y se la hacía besar como si fuera reliquia, aunque no
con tanta devoción como las reliquias deben y suelen besarse.
958
determinaron seguir, por llegar temprano a la aldea de Quiteria,
de donde todos eran.
959
representaciones y danzas que se habían de hacer en aquel
lugar dedicado para solenizar las bodas del rico Camacho y las
exequias de Basilio. No quiso entrar en el lugar don Quijote,
aunque se lo pidieron así el labrador como el bachiller; pero él
dio por disculpa, bastantísima a su parecer, ser costumbre de
los caballeros andantes dormir por los campos y florestas antes
que en los poblados, aunque fuese debajo de dorados techos; y
con esto, se desvió un poco del camino, bien contra la voluntad
de Sancho, viniéndosele a la memoria el buen alojamiento que
había tenido en el castillo o casa de don Diego.
960
sosegado espíritu, ni te persiguen encantadores, ni sobresaltan
encantamentos! Duerme, digo otra vez, y lo diré otras ciento,
sin que te tengan en contina vigilia celos de tu dama, ni te
desvelen pensamientos de pagar deudas que debas, ni de lo
que has de hacer para comer otro día tú y tu pequeña y
angustiada familia.
961
torreznos asados que de juncos y tomillos: bodas que por tales
olores comienzan, para mi santiguada que deben de ser
abundantes y generosas.
-Por quien Dios es, Sancho -dijo a esta sazón don Quijote-, que
concluyas con tu arenga; que tengo para mí que si te dejasen
seguir en las que a cada paso comienzas, no te quedaría
tiempo para comer ni para dormir, que todo le gastarías en
hablar.
962
-Si vuestra merced tuviera buena memoria -replicó Sancho-,
debiérase acordar de los capítulos de nuestro concierto antes
que esta última vez saliésemos de casa: uno dellos fue que me
había de dejar hablar todo aquello que quisiese, con que no
fuese contra el prójimo ni contra la autoridad de vuesa merced;
y hasta agora me parece que no he contravenido contra el tal
capítulo.
963
palominos; las liebres ya sin pellejo y las gallinas sin pluma que
estaban colgadas por los árboles para sepultarlas en las ollas
no tenían número; los pájaros y caza de diversos géneros eran
infinitos, colgados de los árboles para que el aire los enfriase.
964
sartenes las tan orondas calderas; y así, sin poderlo sufrir ni ser
en su mano hacer otra cosa, se llegó a uno de los solícitos
cocineros, y, con corteses y hambrientas razones, le rogó le
dejase mojar un mendrugo de pan en una de aquellas ollas. A lo
que el cocinero respondió:
965
vistosos jaeces de campo y con muchos cascabeles en los
petrales, y todos vestidos de regocijo y fiestas; los cuales, en
concertado tropel, corrieron no una, sino muchas carreras por el
prado, con regocijada algazara y grita, diciendo:
966
También le pareció bien otra que entró de doncellas
hermosísimas, tan mozas que, al parecer, ninguna bajaba de
catorce ni llegaba a diez y ocho años, vestidas todas de
palmilla verde, los cabellos parte tranzados y parte sueltos,
pero todos tan rubios, que con los del sol podían tener
competencia, sobre los cuales traían guirnaldas de jazmines,
rosas, amaranto y madreselva compuestas. Guiábalas un
venerable viejo y una anciana matrona, pero más ligeros y
sueltos que sus años prometían.
967
Delante de todos venía un castillo de madera, a quien tiraban
cuatro salvajes, todos vestidos de yedra y de cáñamo teñido de
verde, tan al natural, que por poco espantaran a Sancho. En la
frontera del castillo y en todas cuatro partes de sus cuadros
traía escrito: castillo del buen recato. Hacíanles el son cuatro
diestros tañedores de tamboril y flauta.
968
Soy el Interés, en quien pocos suelen obrar bien,
-Llaman Liberalidad
y de pecho enamorado,
969
Deste modo salieron y se retiraron todas las dos figuras de las
dos escuadras, y cada uno hizo sus mudanzas y dijo sus versos,
algunos elegantes y algunos ridículos, y sólo tomó de memoria
don Quijote -que la tenía grande- los ya referidos; y luego se
mezclaron todos, haciendo y deshaciendo lazos con gentil
donaire y desenvoltura; y cuando pasaba el Amor por delante
del castillo, disparaba por alto sus flechas, pero el Interés
quebraba en él alcancías doradas.
970
-Yo apostaré -dijo don Quijote- que debe de ser más amigo de
Camacho que de Basilio el tal bachiller o beneficiado, y que
debe de tener más de satírico que de vísperas: ¡bien ha
encajado en la danza las habilidades de Basilio y las riquezas
de Camacho!
-En fin -dijo don Quijote-, bien se parece, Sancho, que eres
villano y de aquéllos que dicen: "¡Viva quien vence!"
971
liebres y conejos; y de las de Basilio serán, si viene a mano, y
aunque no venga sino al pie, aguachirle.
972
alforjas. No es segador que duerme las siestas, que a todas
horas siega, y corta así la seca como la verde yerba; y no
parece que masca, sino que engulle y traga cuanto se le pone
delante, porque tiene hambre canina, que nunca se harta; y,
aunque no tiene barriga, da a entender que está hidrópica y
sedienta de beber solas las vidas de cuantos viven, como quien
se bebe un jarro de agua fría.
973
que lo demás todas son palabras ociosas, de que nos han de
pedir cuenta en la otra vida.
¡Pardiez, que según diviso, que las patenas que había de traer
son ricos corales, y la palmilla verde de Cuenca es terciopelo de
treinta pelos! ¡Y montas que la guarnición es de tiras de lienzo,
974
blanca!, ¡voto a mí que es de raso!; pues, ¡tomadme las manos,
adornadas con sortijas de azabache!: no medre yo si no son
anillos de oro, y muy de oro, y empedrados con pelras blancas
como una cuajada, que cada una debe de valer un ojo de la
cara. ¡Oh hideputa, y qué cabellos; que, si no son postizos, no
los he visto más luengos ni más rubios en toda mi vida! ¡No,
sino ponedla tacha en el brío y en el talle, y no la comparéis a
una palma que se mueve cargada de racimos de dátiles, que lo
mesmo parecen los dijes que trae pendientes de los cabellos y
de la garganta! Juro en mi ánima que ella es una chapada
moza, y que puede pasar por los bancos de Flandes.
975
jironado de carmesí a llamas. Venía coronado -como se vio
luego- con una corona de funesto ciprés; en las manos traía un
bastón grande. En llegando más cerca, fue conocido de todos
por el gallardo Basilio, y todos estuvieron suspensos, esperando
en qué habían de parar sus voces y sus palabras, temiendo
algún mal suceso de su venida en sazón semejante.
976
Y, diciendo esto, asió del bastón que tenía hincado en el suelo,
y, quedándose la mitad dél en la tierra, mostró que servía de
vaina a un mediano estoque que en él se ocultaba; y, puesta la
que se podía llamar empuñadura en el suelo, con ligero
desenfado y determinado propósito se arrojó sobre él, y en un
punto mostró la punta sangrienta a las espaldas, con la mitad
del acerada cuchilla, quedando el triste bañado en su sangre y
tendido en el suelo, de sus mismas
armas traspasado.
977
determinación. A lo cual replicó Basilio que en ninguna manera
se confesaría si primero Quiteria no le daba la mano de ser su
esposa: que aquel contento le adobaría la voluntad y le daría
aliento para confesarse.
978
en lo que había de hacer, porque tenía Basilio ya el alma en los
dientes, y no daba lugar a esperar inresolutas determinaciones.
979
alma consigo. Quiteria, toda honesta y toda vergonzosa,
asiendo con su derecha mano la de Basilio, le dijo:
-Para estar tan herido este mancebo -dijo a este punto Sancho
Panza-, mucho habla; háganle que se deje de requiebros y que
atienda a su alma, que, a mi parecer, más la tiene en la lengua
que en los dientes.
980
-¡Milagro, milagro! Pero Basilio replicó:
981
que había de ser tenido en respeto. Don Quijote, a grandes
voces, decía:
982
le quisiera casada, y que debía de dar gracias al cielo, más por
habérsela quitado
983
Capítulo XXII: Donde se da cuenta de la grande aventura de la
cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a
quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha
984
declarados la necesidad y la pobreza; y que todo esto decía con
intención de que se dejase el señor Basilio de ejercitar las
habilidades que sabe, que, aunque le daban fama, no le daban
dineros, y que atendiese a granjear hacienda por medios lícitos
e industriosos, que nunca faltan a los prudentes y aplicados.
985
solamente con ser buena, sino con parecerlo; que mucho más
dañan a las honras de las mujeres las desenvolturas y libertades
públicas que las maldades secretas. Si traes buena mujer a tu
casa, fácil cosa sería conservarla, y aun mejorarla, en aquella
bondad; pero si la traes mala, en trabajo te pondrá el
enmendarla: que no es muy hacedero pasar de un estremo a
otro. Yo no digo que sea imposible, pero téngolo por dificultoso.
Oía todo esto Sancho, y dijo entre sí:
986
-¿Tan mala es tu Teresa, Sancho? -dijo don Quijote.
987
todos, se pusieron en camino, tomando la derrota de la famosa
cueva de Montesinos.
988
Sierra Morena , las fuentes de Leganitos y Lavapiés, en Madrid,
no olvidándome de la del Piojo , de la del Caño Dorado y de la
Priora; y esto, con sus alegorías, metáforas y translaciones, de
modo que alegran, suspenden y enseñan a un mismo punto.
Otro libro tengo, que le llamo Suplemento a Virgilio Polidoro,
que trata de la invención de las cosas, que es de grande
erudición y estudio, a causa que las cosas que se dejó de decir
Polidoro de gran sustancia, las averiguo yo, y las declaro por
gentil estilo. Olvidósele a Virgilio de declararnos quién fue el
primero que tuvo catarro en el mundo, y el primero que tomó
las unciones para curarse del morbo gálico, y yo lo declaro al
pie de la letra, y lo autorizo con más de veinte y cinco autores:
porque vea vuesa merced si he trabajado bien y si ha de ser útil
el tal libro a todo el mundo.
989
-En verdad, hermano -respondió el primo-, que no me sabré
determinar por ahora, hasta que lo estudie. Yo lo estudiaré, en
volviendo adonde tengo mis libros, y yo os satisfaré cuando
otra vez nos veamos, que no ha de ser ésta la postrera.
-Más has dicho, Sancho, de lo que sabes -dijo don Quijote-; que
hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que,
después de sabidas y averiguadas, no importan un ardite al
entendimiento ni a la memoria.
990
había más de dos leguas, y que si llevaba determinado de
entrar en ella, era menester proverse de sogas, para atarse y
descolgarse en su profundidad.
991
Dicho esto y acabada la ligadura de don Quijote -que no fue
sobre el arnés, sino sobre el jubón de armar-, dijo don Quijote:
992
comenzó a derribar y a cortar de aquellas malezas que a la
boca de la cueva estaban, por cuyo ruido y estruendo salieron
por ella una infinidad de grandísimos cuervos y grajos, tan
espesos y con tanta priesa, que dieron con don Quijote en el
suelo; y si él fuera tan agorero como católico cristiano, lo
tuviera a mala señal y escusara de encerrarse en lugar
semejante. Finalmente se levantó, y, viendo que no salían más
cuervos ni otras aves noturnas, como fueron murciélagos, que
asimismo entre los cuervos salieron, dándole soga el primo y
Sancho, se dejó calar al fondo de la caverna espantosa; y, al
entrar, echándole Sancho su bendición y haciendo sobre él mil
cruces, dijo:
Iba don Quijote dando voces que le diesen soga y más soga, y
ellos se la daban poco a poco; y cuando las voces, que
acanaladas por la cueva salían, dejaron de oírse, ya ellos tenían
descolgadas las cien brazas de soga, y fueron de parecer de
volver a subir a don Quijote, pues no le podían dar más cuerda.
Con todo eso, se detuvieron como media hora, al cabo del cual
espacio volvieron a recoger la soga con mucha facilidad y sin
993
peso alguno, señal que les hizo imaginar que don Quijote se
quedaba dentro; y, creyéndolo así, Sancho lloraba
amargamente y tiraba con mucha priesa por desengañarse,
pero, llegando, a su parecer, a poco más de las ochenta brazas,
sintieron peso, de que en estremo se alegraron. Finalmente, a
las diez vieron distintamente a don Quijote, a quien dio voces
Sancho, diciéndole:
994
¡Oh mal ferido Durandarte! ¡Oh sin ventura Belerma! ¡Oh lloroso
Guadiana, y vosotras sin dicha ijas de Ruidera, que mostráis en
vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos!
995
Las cuatro de la tarde serían cuando el sol, entre nubes
cubierto, con luz escasa y templados rayos, dio lugar a don
Quijote para que, sin calor y pesadumbre, contase a sus dos
clarísimos oyentes lo que en la cueva de Montesinos había visto.
Y comenzó en el modo siguiente:
996
criar la naturaleza ni imaginar la más discreta imaginación
humana. Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía,
sino que realmente estaba despierto; con todo esto, me tenté la
cabeza y los pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí
estaba, o alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el
sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía, me
certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora.
Ofrecióseme luego a la vista un real y suntuoso palacio o
alcázar, cuyos muros y paredes parecían de transparente y
claro cristal fabricados; del cual abriéndose dos grandes
puertas, vi que por ellas salía y hacía mí se venía un venerable
anciano, vestido con un capuz de bayeta morada, que por el
suelo le arrastraba: ceñíale los hombros y los pechos una beca
de colegial, de raso verde; cubríale la cabeza una gorra
milanesa negra, y la barba, canísima, le pasaba de la cintura;
no traía arma ninguna, sino un rosario de cuentas en la mano,
mayores que medianas nueces, y los dieces asimismo como
huevos medianos de avestruz; el continente, el paso, la
gravedad y la anchísima presencia, cada cosa de por sí y todas
juntas, me suspendieron y admiraron. Llegóse a mí, y lo primero
que hizo fue abrazarme estrechamente, y luego decirme:
''Luengos tiempos ha, valeroso caballero don Quijote de la
Mancha, que los que estamos en estas soledades encantados
esperamos verte, para que des noticia al mundo de lo que
encierra y cubre la profunda cueva por donde has entrado,
llamada la cueva de Montesinos: hazaña sólo guardada para
ser acometida de tu invencible corazón y de tu ánimo stupendo.
997
Ven conmigo, señor clarísimo, que te quiero mostrar las
maravillas que este transparente alcázar solapa, de quien yo
soy alcaide y guarda mayor perpetua, porque soy el mismo
Montesinos, de quien la cueva toma nombre''.
998
donde en una sala baja, fresquísima sobremodo y toda de
alabastro, estaba un sepulcro de mármol, con gran maestría
fabricado, sobre el cual vi a un caballero tendido de largo a
largo, no de bronce, ni de mármol, ni de jaspe hecho, como los
suele haber en otros sepulcros, sino de pura carne y de puros
huesos. Tenía la mano derecha (que, a mi parecer, es algo
peluda y nervosa, señal de tener muchas fuerzas su dueño)
puesta sobre el lado del corazón, y, antes que preguntase nada
a Montesinos, viéndome suspenso mirando al del sepulcro, me
dijo: ''Éste es mi amigo Durandarte, flor y espejo de los
caballeros enamorados y valientes de su tiempo; tiénele aquí
encantado, como me tiene a mí y a otros muchos y muchas,
Merlín, aquel francés encantador que dicen que fue hijo del
diablo; y lo que yo creo es que no fue hijo del diablo, sino que
supo, como dicen, un punto más que el diablo.
999
‘ ¡Oh, mi primo Montesinos! Lo postrero que os rogaba, que
cuando yo fuere muerto, y mi ánima arrancada,
1000
cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas,
las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en el mundo de
los vivos y en la provincia de la Mancha, las llaman las lagunas
de Ruidera; las siete son de los reyes de España, y las dos
sobrinas, de los caballeros de una orden santísima, que llaman
de San Juan. Guadiana, vuestro escudero, plañendo asimesmo
vuestra desgracia, fue convertido en un río llamado de su
mesmo nombre; el cual, cuando llegó a la superficie de la tierra
y vio el sol del otro cielo, fue tanto el pesar que sintió de ver que
os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra; pero,
como no es posible dejar de acudir a su natural corriente, de
cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las gentes le
vean. Vanle administrando de sus aguas las referidas lagunas,
con las cuales y con otras muchas que se llegan, entra pomposo
y grande en Portugal. Pero, con todo esto, por dondequiera que
va muestra su tristeza y melancolía, y no se precia de criar en
sus aguas peces regalados y de estima, sino burdos y
desabridos, bien diferentes de los del Tajo dorado; y esto que
agora os digo,
1001
Sabed que tenéis aquí en vuestra presencia, y abrid los ojos y
veréislo, aquel gran caballero de quien tantas cosas tiene
profetizadas el sabio Merlín, aquel don Quijote de la Mancha,
digo, que de nuevo y con mayores ventajas que en los pasados
siglos ha resucitado en los presentes la ya olvidada andante
caballería, por cuyo medio y favor podría ser que nosotros
fuésemos
1002
delgado, y entre él, a lo que pude divisar, un corazón de carne
momia, según venía seco y amojamado. Díjome Montesinos
como toda aquella gente de la procesión eran sirvientes de
Durandarte y de Belerma, que allí con sus dos señores estaban
encantados, y que la última, que traía el corazón entre el lienzo
y en las manos, era la señora Belerma, la cual con sus doncellas
cuatro días en la semana hacían aquella procesión y
cantaban, o, por mejor decir, lloraban endechas sobre el cuerpo
y sobre el lastimado corazón de su primo; y que si me había
parecido algo fea, o no tan hermosa como tenía la fama, era la
causa las malas noches y peores días que en aquel
encantamento pasaba, como lo podía ver en sus grandes ojeras
y en su color quebradiza.
1003
aquí''. A lo que él me respondió: ''Señor don Quijote, perdóneme
vuesa merced, que yo confieso que anduve mal, y no dije bien
en decir que apenas igualara la señora Dulcinea a la señora
Belerma, pues me bastaba a mí haber entendido, por no sé qué
barruntos, que vuesa merced es su caballero, para que me
mordiera la lengua antes de compararla sino con el mismo
cielo''.
-Yo no sé, señor don Quijote, cómo vuestra merced en tan poco
espacio de tiempo como ha que está allá bajo, haya visto
tantas cosas y hablado y respondido tanto.
1004
-¿Cuánto ha que bajé? -preguntó don Quijote.
1005
-No, por cierto -respondió don Quijote-; a lo menos, en estos
tres días que yo he estado con ellos, ninguno ha pegado el ojo,
ni yo tampoco.
1006
toqué con mis mismas manos. Pero, ¿qué dirás cuando te diga
yo ahora cómo, entre otras infinitas cosas y maravillas que me
mostró Montesinos, las cuales despacio y a sus tiempos te las
iré contando en el discurso de nuestro viaje, por no ser todas
deste lugar, me mostró tres labradoras que por aquellos
amenísimos campos iban saltando y brincando como cabras; y,
apenas las hube visto, cuando conocí ser la una la sin par
Dulcinea del Toboso, y las otras dos aquellas mismas
labradoras que venían con ella, que hablamos a la salida del
Toboso? Pregunté a Montesinos si las conocía, respondióme
que no, pero que él imaginaba que debían de ser algunas
señoras principales encantadas, que pocos días había que en
aquellos prados habían parecido; y que no me maravillase
desto, porque allí estaban otras muchas señoras de los pasados
y presentes siglos, encantadas en diferentes y estrañas figuras,
entre las cuales conocía él a la reina Ginebra y su dueña
Quintañona, escanciando el vino a Lanzarote, cuando de
Bretaña vino.
1007
se encontró con el señor Montesinos, que tal nos le ha vuelto.
Bien se estaba vuestra merced acá arriba
1008
razones, se llegó a mí por un lado, sin que yo la viese venir, una
de las dos compañeras de la sin ventura Dulcinea, y, llenos los
ojos de lágrimas, con turbada y baja voz, me dijo: ''Mi señora
Dulcinea del Toboso besa a vuestra merced las manos, y
suplica a vuestra merced se la haga de hacerla saber cómo
está; y que, por estar en una gran necesidad, asimismo suplica
a vuestra merced, cuan encarecidamente puede, sea servido de
prestarle sobre este faldellín que aquí traigo, de cotonía, nuevo,
media docena de reales, o los que vuestra merced tuviere, que
ella da su palabra de volvérselos con mucha brevedad''.
Suspendióme y admiróme el tal recado, y, volviéndome al señor
Montesinos, le pregunté: ''¿Es posible, señor Montesinos, que los
encantados principales padecen necesidad?'' A lo que él me
respondió: ''Créame vuestra merced, señor don Quijote de la
Mancha, que ésta que llaman necesidad adondequiera se usa, y
por todo se estiende, y a todos alcanza, y aun hasta los
encantados no perdona; y, pues la señora Dulcinea del Toboso
envía a pedir esos seis reales, y la prenda es buena, según
parece, no hay sino dárselos; que, sin duda, debe de estar
puesta en algún grande aprieto''. ''Prenda, no la tomaré yo -le
respondí-, ni menos le daré lo que pide, porque no tengo sino
solos cuatro reales''; los cuales le di (que fueron los que tú,
Sancho, me diste el otro día para dar limosna a los pobres que
topase por los caminos), y le dije: ''Decid, amiga mía, a vuesa
señora que a mí me pesa en el alma de sus trabajos, y que
quisiera ser un Fúcar para remediarlos; y que le hago saber que
1009
yo no puedo ni debo tener salud careciendo de su agradable
vista y discreta conversación, y que le
-¡Oh santo Dios! -dijo a este tiempo dando una gran voz
Sancho-. ¿Es posible que tal hay en el mundo, y que tengan en
él tanta fuerza los encantadores y encantamentos, que hayan
trocado el buen juicio de mi señor en una tan disparatada
locura? ¡Oh señor, señor, por quien Dios es, que vuestra merced
mire por sí y vuelva por su honra, y no dé crédito a esas
vaciedades que le tienen menguado y descabalado el sentido!
1010
-Como me quieres bien, Sancho, hablas desa manera -dijo don
Quijote-; y, como no estás experimentado en las cosas del
mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen
imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo
te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán
creer las que aquí he contado, cuya verdad ni admite réplica ni
disputa.
1011
para tenerla por verdadera, por ir tan fuera de los términos
razonables. Pues pensar yo que don Quijote mintiese, siendo el
más verdadero hidalgo y el más noble caballero de sus tiempos,
no es posible; que no dijera él una mentira si le asaetearan. Por
otra parte, considero que él la contó y la dijo con todas las
1012
-Yo, señor don Quijote de la Mancha, doy por bien
empleadísima la jornada que con vuestra merced he hecho,
porque en ella he granjeado cuatro cosas.
1013
-Vuestra merced tiene razón -dijo don Quijote-, pero querría yo
saber, ya que Dios le haga merced de que se le dé licencia para
imprimir esos sus libros, que lo dudo, a quién piensa dirigirlos.
1014
desiertos de Egipto, que se vestían de hojas de palma y comían
raíces de la tierra. Y no se entienda que por decir bien de
aquéllos no lo digo de aquéstos, sino que quiero decir que al
rigor y estrecheza de entonces no llegan las penitencias de los
de agora; pero no por esto dejan de ser todos buenos; a lo
menos, yo por buenos los juzgo; y, cuando todo corra turbio,
menos mal hace el hipócrita que se finge bueno que el público
pecador.
1015
fuesen a pasar la noche en la venta, sin tocar en la ermita,
donde quisiera el primo que se quedaran.
1016
raso, y la camisa, de fuera; las medias eran de seda, y los
zapatos cuadrados, a uso de corte; la edad llegaría a diez y
ocho o diez y nueve años; alegre de rostro, y, al parecer, ágil de
su persona. Iba cantando seguidillas, para entretener el trabajo
del camino. Cuando llegaron a él, acababa de cantar una, que
el primo tomó de memoria, que dicen que decía:
1017
donde asentaré mi plaza, y no faltarán bagajes en que caminar
de allí adelante hasta el embarcadero, que dicen ha de ser en
Cartagena. Y más quiero tener por amo y por señor al rey, y
servirle en la guerra, que no a un pelón en la corte.
1018
-Notable espilorchería, como dice el italiano -dijo don Quijote-;
pero, con todo eso, tenga a felice ventura el haber salido de la
corte con tan buena intención como lleva; porque no hay otra
cosa en la tierra más honrada ni de más provecho que servir a
Dios, primeramente, y luego, a su rey y señor natural,
especialmente en el ejercicio de las armas, por las cuales se
alcanzan, si no más riquezas, a lo menos, más honra que por las
letras, como yo tengo dicho muchas veces; que, puesto que han
fundado más mayorazgos las letras que las armas, todavía
llevan un no sé qué los de las armas a los de las letras, con un sí
sé qué de esplendor que se halla en ellos, que los aventaja a
todos. Y esto que ahora le quiero decir llévelo en la memoria,
que le será de mucho provecho y alivio en sus trabajos; y es
que, aparte la imaginación de los sucesos adversos que le
podrán venir, que el peor de todos es la muerte, y como ésta
sea buena, el mejor de todos es el morir. Preguntáronle a Julio
César, aquel valeroso emperador romano, cuál era la mejor
muerte; respondió que la impensada, la de repente y no
prevista; y, aunque respondió como gentil y ajeno del
conocimiento del verdadero Dios, con todo eso, dijo bien, para
ahorrarse del sentimiento humano; que, puesto caso que os
maten en la primera facción y refriega, o ya de un tiro de
artillería, o volado de una mina, ¿qué importa? Todo es morir, y
acabóse la obra; y, según Terencio, más bien parece el soldado
muerto en la batalla que vivo y salvo en la huida; y tanto
alcanza de
1019
fama el buen soldado cuanto tiene de obediencia a sus
capitanes y a los que mandarle pueden. Y advertid, hijo, que al
soldado mejor le está el oler a ólvora que algalia, y que si la
vejez os coge en este honroso ejercicio, aunque sea lleno de
heridas y estropeado o cojo, a lo menos no os podrá coger sin
honra, y tal, que no os la podrá menoscabar la pobreza; cuanto
más, que ya se va dando orden cómo se entretengan y
remedien los soldados viejos y estropeados, porque no es bien
que se haga con ellos lo que suelen hacer los que ahorran y dan
libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y,
echándolos de casa con título de libres, los hacen esclavos de la
hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte. Y
por ahora no os quiero decir más, sino que subáis a las ancas
deste mi caballo hasta la venta, y allí cenaréis conmigo, y por la
mañana seguiréis el camino, que os le dé Dios tan bueno como
vuestros deseos merecen.
-¡Válate Dios por señor! Y ¿es posible que hombre que sabe
decir tales, tantas y tan buenas cosas como aquí ha dicho, diga
que ha visto los disparates imposibles que cuenta de la cueva
de Montesinos? Ahora bien, ello dirá.
1020
Y en esto, llegaron a la venta, a tiempo que anochecía, y no sin
gusto de Sancho, por ver que su señor la juzgó por verdadera
venta, y no por castillo, como solía. No hubieron bien entrado,
cuando don Quijote preguntó al ventero por el hombre de las
lanzas y alabardas; el cual le respondió que en la caballeriza
estaba acomodando el macho. Lo mismo hicieron de sus
jumentos el primo y Sancho, dando a Rocinante el mejor
pesebre y el mejor lugar de la caballeriza.
1021
-No quede por eso -respondió don Quijote-, que yo os ayudaré
a todo.
1022
mesma moneda''. Con estas circunstancias todas, y de la
mesma manera que yo lo voy contando, lo cuentan todos
aquellos que están enterados en la verdad deste caso. En
resolución, los dos regidores, a pie y mano a mano, se fueron al
monte, y, llegando al lugar y sitio donde pensaron hallar el
asno, no le hallaron, ni pareció por todos aquellos contornos,
aunque más le buscaron. Viendo, pues, que no parecía, dijo el
regidor que le había visto al otro: ''Mirad, compadre: una traza
me ha venido al pensamiento, con la cual sin duda alguna
podremos descubrir este animal, aunque esté metido en las
entrañas de la tierra, no que del monte; y es que yo sé rebuznar
maravillosamente; y si vos sabéis algún tanto, dad el hecho por
concluido''. ''¿Algún tanto decís, compadre? -dijo el otro-; por
Dios, que no dé la ventaja a nadie, ni aun a los mesmos asnos''.
1023
''No fue, sino yo'', respondió el otro. ''Ahora digo -dijo el dueño-,
que de vos a un asno, compadre, no hay alguna diferencia, en
cuanto toca al rebuznar, porque en mi vida he visto ni oído cosa
más propia''. ''Esas alabanzas y encarecimiento -respondió el de
la traza-, mejor os atañen y tocan a vos que a mí, compadre;
que por el Dios que me crió que podéis dar dos rebuznos de
ventaja al mayor y más perito rebuznador del mundo; porque el
sonido que tenéis es alto; lo sostenido de la voz, a su tiempo y
compás; los dejos, muchos y apresurados, y, en resolución, yo
me doy por vencido y os rindo la palma y doy la bandera desta
rara habilidad''. ''Ahora digo -respondió el dueño-, que me
tendré y estimaré en más de aquí adelante, y pensaré que sé
alguna cosa, pues tengo alguna gracia; que, puesto que
pensara que rebuznaba bien, nunca entendí que llegaba el
estremo que decís''. ''También diré yo ahora -respondió el
segundo- que hay raras habilidades perdidas en el mundo, y
que son mal empleadas en aquellos que no saben aprovecharse
dellas''. ''Las nuestras - respondió el dueño-, si no es en casos
semejantes como el que traemos entre manos, no nos pueden
servir en otros, y aun en éste plega a Dios que nos sean de
provecho''.
1024
a cada paso los rebuznos, rodearon todo el monte sin que el
perdido jumento respondiese, ni aun por señas. Mas, ¿cómo
había de responder el pobre y mal logrado, si le hallaron en lo
más escondido del bosque, comido de lobos? Y, en viéndole,
dijo su dueño: ''Ya me maravillaba yo de que él no respondía,
pues a no estar muerto, él rebuznara si nos oyera, o no fuera
asno; pero, a trueco de haberos oído rebuznar con tanta gracia,
compadre, doy por bien empleado el trabajo que he tenido en
buscarle, aunque le he hallado muerto''. ''En buena mano está,
compadre -respondió el otro-, pues si bien canta el abad, no le
va en zaga el monacillo''. Con esto, desconsolados y roncos, se
volvieron a su aldea, adonde contaron a sus amigos, vecinos y
conocidos cuanto les había acontecido en la busca del asno,
exagerando el uno la gracia del otro en el rebuznar; todo lo cual
se supo y se estendió por los lugares circunvecinos.
1025
llegado a tanto la desgracia desta burla, que muchas veces con
mano armada y formado escuadrón han salido contra los
burladores los burlados a darse la batalla, sin poderlo remediar
rey ni roque, ni temor ni vergüenza. Yo creo que mañana o
esotro día han de salir en campaña los de mi pueblo, que son
los del rebuzno, contra otro lugar que está a dos leguas del
nuestro, que es uno de los que más nos persiguen: y, por salir
bien apercebidos, llevo compradas estas lanzas y alabardas
que habéis visto.» Y éstas son las maravillas que dije que os
había de contar, y si no os lo han parecido, no sé otras.
1026
-Ya llegan cerca -respondió el todo camuza-, sino que yo me he
adelantado, a saber si hay posada.
1027
llegándosele al oído, le dice la respuesta de lo que le preguntan,
y maese Pedro la declara luego; y de las cosas pasadas dice
mucho más que de las que están por venir; y, aunque no todas
veces acierta en todas, en las más no yerra, de modo que nos
hace creer que tiene el diablo en el cuerpo. Dos reales lleva por
cada pregunta, si es que el mono responde; quiero decir, si
responde el amo por él, después de haberle hablado al oído; y
así, se cree que el tal maese Pedro esta riquísimo; y es hombre
galante, como dicen en Italia y bon compaño, y dase la mejor
vida del mundo; habla más que seis y bebe más que doce, todo
a costa de su lengua y de su mono y de su retablo.
1028
mis dos reales, y dígame el señor monísimo qué hace ahora mi
mujer Teresa Panza, y en qué se entretiene.
1029
-Y tú, ¡oh buen Sancho Panza!, el mejor escudero y del mejor
caballero del mundo, alégrate, que tu buena mujer Teresa está
buena, y ésta es la hora en que ella está rastrillando una libra
de lino, y, por más señas, tiene a su lado izquierdo un jarro
desbocado que cabe un buen porqué de vino, con que se
entretiene en su trabajo.
-Ahora digo -dijo a esta sazón don Quijote-, que el que lee
mucho y anda mucho, vee mucho y sabe mucho. Digo esto
porque, ¿qué persuasión fuera bastante para persuadirme que
hay monos en el mundo que adivinen, como lo he visto ahora
por mis propios ojos? Porque yo soy el mesmo don Quijote de la
Mancha que este buen animal ha dicho, puesto que se ha
estendido algún tanto en mis alabanzas; pero comoquiera que
yo me sea, doy gracias al cielo, que me dotó de un ánimo
blando y compasivo, inclinado siempre a hacer bien a todos, y
mal a ninguno.
1030
-Ya he dicho que esta bestezuela no responde a lo por venir;
que si respondiera, no importara no haber dineros; que, por
servicio del señor don Quijote, que está presente, dejara yo
todos los intereses del mundo. Y agora, porque se lo debo, y por
darle gusto, quiero armar mi retablo y dar placer a cuantos
están en la venta, sin paga alguna.
nadie, le dijo:
1031
habilidad en el mono, con que gane de comer, y después que
esté rico le dará su alma, que es lo que este universal enemigo
pretende. Y háceme creer esto el ver que el mono no responde
sino a las cosas pasadas o presentes, y la sabiduría del diablo
no se puede estender a más, que las por venir no las sabe si no
es por conjeturas, y no todas veces; que a solo Dios está
reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no
hay pasado ni porvenir, que todo es presente. Y, siendo esto así,
como lo es, está claro que este mono habla con el estilo del
diablo; y estoy maravillado cómo no le han acusado al Santo
Oficio, y examinádole y sacádole de cuajo en virtud de quién
adivina; porque cierto está que este mono no es astrólogo, ni su
amo ni él alzan, ni saben alzar, estas figuras que llaman
judiciarias, que tanto ahora se usan en España, que no hay
mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo que no presuma de alzar
una figura, como si fuera una sota de naipes del suelo, echando
a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa
de la ciencia. De una señora sé yo que preguntó a uno destos
figureros que si una perrilla de falda pequeña, que tenía, si se
empreñaría y pariría, y cuántos y de qué color serían los perros
que pariese. A lo que el señor judiciario, después de haber
alzado la figura, respondió que la perrica se empreñaría, y
pariría tres perricos, el uno verde, el otro encarnado y el otro de
mezcla, con tal condición que la tal perra se cubriese entre las
once y doce del día, o de la noche, y que fuese en lunes o en
sábado; y lo que sucedió fue que de allí a dos días se moría la
perra de ahíta, y el señor levantador quedó acreditado en el
1032
lugar por acertadísimo judiciario, como lo quedan todos o los
más levantadores.
-Con todo eso, querría -dijo Sancho- que vuestra merced dijese
a maese Pedro preguntase a su mono si es verdad lo que a
vuestra merced le pasó en la cueva de Montesinos; que yo para
mí tengo, con perdón de vuestra merced, que todo fue
embeleco y mentira, o por lo menos, cosas soñadas.
1033
Y, haciéndole la acostumbrada señal, el mono se le subió en el
hombro izquierdo, y, hablándole, al parecer, en el oído, dijo
luego maese Pedro:
-El mono dice que parte de las cosas que vuesa merced vio, o
pasó, en la dicha cueva son falsas, y parte verisímiles; y que
esto es lo que sabe, y no otra cosa, en cuanto a esta pregunta;
y que si vuesa merced quisiere saber más, que el viernes
venidero responderá a todo lo que se le preguntare, que por
ahora se le ha acabado la virtud, que no le vendrá hasta el
viernes, como dicho tiene.
1034
Obedeciéronle don Quijote y Sancho, y vinieron donde ya
estaba el retablo puesto y descubierto, lleno por todas partes
de candelillas de cera encendidas, que le hacían vistoso y
resplandeciente. En llegando, se metió maese Pedro dentro dél,
que era el que había de manejar las figuras del artificio, y fuera
se puso un muchacho, criado del maese Pedro, para servir de
intérprete y declarador de los misterios del tal retablo: tenía una
varilla en la mano, con que señalaba las figuras que salían.
1035
-Esta verdadera historia que aquí a vuesas mercedes se
representa es sacada al pie de la letra de las corónicas
francesas y de los romances españoles que andan en boca de
las gentes, y de los muchachos, por esas calles. Trata de la
libertad que dio el señor don Gaiferos a su esposa Melisendra,
que estaba cautiva en España, en poder de moros, en la ciudad
de Sansueña, que así se llamaba entonces la que hoy se llama
Zaragoza; y vean vuesas mercedes allí cómo está jugando a las
tablas don Gaiferos, según aquello que se canta:
1036
tablas, y pide apriesa las armas, y a don Roldán, su primo, pide
prestada su espada Durindana, y cómo don Roldán no se la
quiere prestar, ofreciéndole su compañía en la difícil empresa
en que se pone; pero el valeroso enojado no lo quiere aceptar;
antes, dice que él solo es bastante para sacar a su esposa, si
bien estuviese metida en el más hondo centro de la tierra; y,
con esto, se entra a armar, para ponerse luego en camino.
Vuelvan vuestras mercedes los ojos a aquella torre que allí
parece, que se presupone que es una de las torres del alcázar
de Zaragoza, que ahora llaman
1037
azotes, llevándole por las calles acostumbradas de la ciudad,
con chilladores delante y envaramiento detrás; y veis aquí
donde salen a ejecutar la sentencia, aun bien apenas no
habiendo sido puesta en ejecución la culpa; porque entre moros
no hay "traslado a la parte", ni "a prueba y estése", como entre
nosotros.
-Niño, niño -dijo con voz alta a esta sazón don Quijote-, seguid
vuestra historia línea recta, y no os metáis en las curvas o
transversales; que, para sacar una verdad en limpio, menester
son muchas pruebas y repruebas.
1038
y que por los ademanes alegres que Melisendra hace se nos da
a entender que ella le ha conocido, y más ahora que veemos se
descuelga del balcón, para ponerse en las ancas del caballo de
su buen esposo. Mas, ¡ay, sin ventura!, que se le ha asido una
punta del faldellín de uno de los hierros del balcón, y está
pendiente en el aire, sin poder llegar al suelo. Pero veis cómo el
piadoso cielo socorre en las mayores
1039
-Llaneza, muchacho; no te encumbres, que toda afectación es
mala. No respondió nada el intérprete; antes, prosiguió,
diciendo:
-No faltaron algunos ociosos ojos, que lo suelen ver todo, que
no viesen la bajada y la subida de Melisendra, de quien dieron
noticia al rey Marsilio, el cual mandó luego tocar al arma; y
miren con qué priesa, que ya la ciudad se hunde con el son de
las campanas que en todas las torres de las mezquitas suenan.
1040
que suenan, cuántas dulzainas que tocan y cuántos atabales y
atambores que retumban. Témome que los han de
1041
sino unas figurillas de pasta. ¡Mire, pecador de mí, que me
destruye y echa a perder toda mi hacienda!
1042
Ayer fui señor de España... y hoy no tengo una almena que
pueda decir que es mía!
1043
aseguraría su conciencia, porque no se puede salvar quien tiene
lo ajeno contra la voluntad de su dueño y no lo restituye.
1044
Pedro lo que quiere por las figuras deshechas, que yo me
ofrezco a pagárselo luego, en buena y corriente moneda
castellana.
1045
-Dénsele todos cinco y cuartillo -dijo don Quijote-, que no está
en un cuartillo más a menos la monta desta notable desgracia;
y acabe presto maese Pedro, que se hace hora de cenar, y yo
tengo ciertos barruntos de hambre.
-Por esta figura -dijo maese Pedro- que está sin narices y un ojo
menos, que es de la hermosa Melisendra, quiero, y me pongo en
lo justo, dos reales y doce maravedís.
Maese Pedro, que vio que don Quijote izquierdeaba y que volvía
a su primer
1046
Desta manera fue poniendo precio a otras muchas destrozadas
figuras, que después los moderaron los dos jueces árbitros, con
satisfación de las partes, que llegaron a cuarenta reales y tres
cuartillos; y, además desto, que luego lo desembolsó Sancho,
pidió maese Pedro dos reales por el trabajo de tomar el mono.
1047
El ventero, que no conocía a don Quijote, tan admirado le tenían
sus locuras como su liberalidad. Finalmente, Sancho le pagó
muy bien, por orden de su señor, y, despidiéndose dél, casi a las
ocho del día dejaron la venta y se pusieron en camino, donde
los dejaremos ir; que así conviene para dar lugar a contar otras
cosas pertenecientes a la declaración desta famosa historia.
1048
Dice, pues, que bien se acordará, el que hubiere leído la primera
parte desta historia, de aquel Ginés de Pasamonte, a quien,
entre otros galeotes, dio libertad don Quijote en Sierra Morena,
beneficio que después le fue mal agradecido y peor pagado de
aquella gente maligna y mal acostumbrada. Este Ginés de
Pasamonte, a quien don Quijote llamaba Ginesillo de Parapilla,
fue el que hurtó a Sancho Panza el rucio; que, por no haberse
puesto el cómo ni el cuándo en la primera parte, por culpa de
los impresores, ha dado en qué entender a muchos, que
atribuían a poca memoria del autor la falta de emprenta. Pero,
en resolución, Ginés le hurtó, estando sobre él durmiendo
Sancho Panza, usando de la traza y modo que usó Brunelo
cuando, estando Sacripante sobre Albraca, le sacó el caballo de
entre las piernas, y después le cobró Sancho, como se ha
contado. Este Ginés, pues, temeroso de no ser hallado de la
justicia, que le buscaba para castigarle de sus infinitas
bellaquerías y delitos, que fueron tantos y tales, que él mismo
compuso un gran volumen contándolos, determinó pasarse al
reino de Aragón y cubrirse el ojo izquierdo, acomodándose al
oficio de titerero; que esto y el jugar de manos lo sabía hacer
por estremo.
1049
informaba en el lugar más cercano, o de quien él mejor podía,
qué cosas particulares hubiesen sucedido en el tal lugar, y a
qué personas; y, llevándolas bien en la memoria, lo primero que
hacía era mostrar su retablo, el cual unas veces era de una
historia, y otras de otra; pero todas alegres y regocijadas y
conocidas. Acabada la muestra, proponía las habilidades de su
mono, diciendo al pueblo que adivinaba todo lo pasado y lo
presente; pero que en lo de por venir no se daba maña. Por la
respuesta de cada pregunta pedía dos reales, y de algunas
hacía barato, según tomaba el pulso a los preguntantes; y
como tal vez llegaba a las casas de quien él sabía los sucesos
de los que en ella moraban, aunque no le preguntasen nada por
no pagarle, él hacía la seña al mono, y luego decía que le había
dicho tal y tal cosa, que venía de molde con lo sucedido. Con
esto cobraba crédito inefable, y andábanse todos tras él. Otras
veces, como era tan discreto, respondía de manera que las
respuestas venían bien con las preguntas; y, como
1050
toda su caballería, como queda dicho en el antecedente
capítulo.
1051
Por esta insignia sacó don Quijote que aquella gente debía de
ser del pueblo del rebuzno, y así se lo dijo a Sancho,
declarándole lo que en el estandarte venía escrito. Díjole
también que el que les había dado noticia de aquel caso se
había errado en decir que dos regidores habían sido los que
rebuznaron; pero que, según los versos del estandarte, no
habían sido sino alcaldes. A lo que respondió Sancho Panza:
-Señor, en eso no hay que reparar, que bien puede ser que los
regidores que entonces rebuznaron viniesen con el tiempo a ser
alcaldes de su pueblo, y así, se pueden llamar con entrambos
títulos; cuanto más, que no hace al caso a la verdad de la
historia ser los rebuznadores alcaldes o regidores, como ellos
una por una hayan rebuznado; porque tan a pique está de
rebuznar un alcalde como
un regidor.
1052
del ejército, por verle, admirados con la admiración
acostumbrada en que caían todos aquellos que la vez primera
le miraban. Don Quijote, que los vio tan atentos a mirarle, sin
que ninguno le hablase ni le preguntase nada, quiso
aprovecharse de aquel silencio, y, rompiendo el suyo, alzó la voz
y dijo:
1053
ignoraba que solo Vellido Dolfos había cometido la traición de
matar a su rey; y así, retó a todos, y a todos tocaba la
venganza y la respuesta; aunque bien es verdad que el señor
don Diego anduvo algo demasiado, y aun pasó muy adelante
de los límites del reto, porque no tenía para qué retar a los
muertos, a las aguas, ni a los panes, ni a los que estaban por
nacer, ni a las otras menudencias que allí se declaran; pero,
¡vaya!, pues cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua
padre, ayo ni freno que la corrija. Siendo , pues, esto así, que
uno solo no puede afrentar a reino, provincia, ciudad, república
ni pueblo entero, queda en limpio que no hay para qué salir a la
venganza del reto de la tal afrenta, pues no lo es; porque,
¡bueno sería que se matasen a cada paso los del pueblo de la
Reloja con quien se lo llama, ni los cazoleros, berenjeneros,
ballenatos, jaboneros, ni los de otros nombres y apellidos que
andan por ahí en boca de los muchachos
1054
y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y
hacienda; la cuarta, en servicio de su rey, en la guerra justa; y si
le quisiéremos añadir la quinta, que se puede contar por
segunda, es en defensa de su patria. A estas cinco causas,
como capitales, se pueden agregar algunas otras que sean
justas y razonables, y que obliguen a tomar las armas; pero
tomarlas por niñerías y por cosas que antes son de risa y
pasatiempo que de afrenta, parece que quien las toma carece
de todo razonable discurso; cuanto más, que el tomar venganza
injusta, que justa no puede haber alguna que lo sea, va
derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se
nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que
amemos a los que nos aborrecen; mandamiento que, aunque
parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos
que tienen menos de Dios que del mundo, y más de carne que
de espíritu; porque Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que
nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador
nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana; y así, no
nos había de mandar cosa que fuese imposible el cumplirla. Así
que, mis señores, vuesas mercedes están obligados por leyes
divinas y humanas a sosegarse.
-El diablo me lleve -dijo a esta sazón Sancho entre sí- si este mi
amo no es tólogo; y si no lo es, que lo parece como un güevo a
otro.
1055
pasara ni no se pusiere en medio la agudeza de Sancho, el cual,
viendo que su amo se detenía, tomó la mano por él, diciendo:
1056
alzó un varapalo que en la mano tenía, y diole tal golpe con él,
que, sin ser poderoso a otra cosa, dio con Sancho Panza en el
suelo. Don Quijote, que vio tan malparado a Sancho, arremetió
al que le había dado, con la lanza sobre mano, pero fueron
tantos los que se pusieron en medio, que no fue posible
vengarle; antes, viendo que llovía sobre él un nublado de
piedras, y que le amenazaban mil encaradas ballestas y no
menos cantidad de arcabuces, volvió las riendas a Rocinante, y
a todo lo que su galope pudo, se salió de entre ellos,
encomendándose de todo corazón a Dios, que de aquel peligro
le librase, temiendo a cada paso no le entrase alguna bala por
las espaldas y le saliese al pecho; y a cada punto recogía el
aliento, por ver si le faltaba.
Pero los del escuadrón se contentaron con verle huir, sin tirarle.
A Sancho le pusieron sobre su jumento, apenas vuelto en sí, y le
dejaron ir tras su amo, no porque él tuviese sentido para regirle;
pero el rucio siguió las huellas de Rocinante, sin el cual no se
hallaba un punto. Alongado, pues, don Quijote buen trecho,
volvió la cabeza y vio que Sancho venía, y atendióle, viendo que
ninguno le seguía.
1057
Capítulo XXVIII: De cosas que dice Benengeli que las sabrá
quien le leyere, si las lee con atención
1058
aquí, que yo pondré silencio en mis rebuznos, pero no en dejar
de decir que los caballeros andantes huyen, y dejan a sus
buenos escuderos molidos como alheña, o como cibera, en
poder de sus enemigos.
-La causa dese dolor debe de ser, sin duda -dijo don Quijote-,
que, como era el palo con que te dieron largo y tendido, te
cogió todas las espaldas, donde entran todas esas partes que
te duelen; y si más te cogiera, más te doliera.
1059
-¡Por Dios -dijo Sancho-, que vuesa merced me ha sacado de
una gran duda, y que me la ha declarado por lindos términos!
¡Cuerpo de mí! ¿Tan encubierta estaba la causa de mi dolor que
ha sido menester decirme que me duele todo todo aquello que
alcanzó el palo? Si me dolieran los tobillos, aún pudiera ser que
se anduviera adivinando el porqué me dolían, pero dolerme lo
que me molieron no es mucho adivinar. A la fe, señor nuestro
amo, el mal ajeno de pelo cuelga, y cada día voy descubriendo
tierra de lo poco que puedo esperar de la compañía que con
vuestra merced tengo; porque si esta vez me ha dejado
apalear, otra y otras ciento volveremos a los manteamientos de
marras y a otras muchacherías, que si ahora me han salido a
las espaldas, después me
saldrán a los ojos. Harto mejor haría yo, sino que soy un
bárbaro, y no haré nada que bueno sea en toda mi vida; harto
mejor haría yo, vuelvo a decir, en volverme a mi casa, y a mi
mujer, y a mis hijos, y sustentarla y criarlos con lo que Dios fue
servido de darme, y no andarme tras vuesa merced por
caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tienen,
bebiendo mal y comiendo peor. Pues, ¡tomadme el dormir!
Contad, hermano escudero, siete pies de tierra, y si quisiéredes
más, tomad otros tantos, que en vuestra mano está escudillar, y
tendeos a todo vuestro buen talante; que quemado vea yo y
hecho polvos al primero que dio puntada en la andante
caballería, o, a lo menos, al primero que quiso ser escudero de
1060
tales tontos como debieron ser todos los caballeros andantes
pasados. De los presentes no digo nada, que, por ser vuestra
merced uno dellos, los tengo respeto, y porque sé que sabe
vuesa merced un punto más que el diablo en cuanto habla y en
cuanto piensa.
-Haría yo una buena apuesta con vos, Sancho -dijo don Quijote-
: que ahora que vais hablando sin que nadie os vaya a la mano,
que no os duele nada en todo vuestro cuerpo. Hablad, hijo mío,
todo aquello que os viniere al pensamiento y a la boca; que, a
trueco de que a vos no os duela nada, tendré yo por gusto el
enfado que me dan vuestras impertinencias. Y si tanto deseáis
volveros a vuestra casa con vuestra mujer y hijos, no permita
Dios que yo os lo impida; dineros tenéis míos: mirad cuánto ha
que esta tercera vez salimos de nuestro pueblo, y mirad lo que
podéis y debéis ganar cada mes, y pagaos de vuestra mano.
1061
de las ollas de Camacho, y lo que comí y bebí y dormí en casa
de Basilio, todo el otro tiempo he dormido en la dura tierra, al
cielo abierto, sujeto a lo que dicen inclemencias del cielo,
sustentándome con rajas de queso y mendrugos de pan, y
bebiendo aguas, ya de arroyos, ya de fuentes, de las que
encontramos por esos andurriales donde andamos.
-Confieso -dijo don Quijote- que todo lo que dices, Sancho, sea
verdad.
1062
se ha de contar desde el día que vuestra merced me la
prometió hasta la presente hora en que estamos.
1063
porque un solo paso desde aquí no has de pasar más adelante
conmigo.
-Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta
más de la cola; si vuestra merced quiere ponérmela, yo la daré
por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días que
me quedan de mi vida. Vuestra merced me perdone y se duela
de mi mocedad, y advierta que sé poco, y que si hablo mucho,
más procede de enfermedad que de malicia; mas, quien yerra y
se enmienda, a Dios se encomienda.
1064
-Maravillárame yo, Sancho, si no mezclaras algún refrancico en
tu coloquio.
Por sus pasos contados y por contar, dos días después que
salieron de la alameda, llegaron don Quijote y Sancho al río
Ebro, y el verle fue de gran gusto a don Quijote, porque
1065
contempló y miró en él la amenidad de sus riberas, la claridad
de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus
líquidos cristales, cuya alegre vista renovó en su memoria mil
amorosos pensamientos. Especialmente fue y vino en lo que
había visto en la cueva de Montesinos; que, puesto que el mono
de maese Pedro le había dicho que parte de aquellas cosas
eran verdad y parte mentira, él se atenía más a las verdaderas
que a las mentirosas, bien al revés de Sancho, que todas las
tenía por la mesma mentira.
1066
porque éste es estilo de los libros de las historias caballerescas
y de los encantadores que en ellas se entremeten y platican:
cuando algún caballero está puesto en algún trabajo, que no
puede ser librado dél sino por la mano de otro caballero, puesto
que estén distantes el uno del otro dos o tres mil leguas, y aun
más, o le arrebatan en una nube o le deparan un barco donde
se entre, y en menos de un abrir y cerrar de ojos le llevan, o por
los aires, o por la mar, donde quieren y adonde es menester su
ayuda; así que, ¡oh Sancho!, este barco está puesto aquí para el
mesmo efecto; y esto es tan verdad como es ahora de día; y
antes que éste se pase, ata juntos al rucio y a Rocinante, y a la
mano de Dios, que nos guíe, que no dejaré de embarcarme si
me lo pidiesen frailes descalzos.
1067
ellos por tan longincuos caminos y regiones tendría cuenta de
sustentarlos.
1068
de vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva a vuestra
presencia!
1069
sabe, la mitad habremos caminado, llegando a la línea que he
dicho.
-Por Dios -dijo Sancho-, que vuesa merced me trae por testigo
de lo que dice a una gentil persona, puto y gafo, con la
añadidura de meón, o meo, o no sé cómo.
-Yo no creo nada deso -respondió Sancho-, pero, con todo, haré
lo que vuesa merced me manda, aunque no sé para qué hay
necesidad de hacer esas experiencias, pues yo veo con mis
mismos ojos que no nos habemos apartado de la ribera cinco
varas, ni hemos decantado de donde están las alemañas dos
varas, porque allí están Rocinante y el rucio en el propio lugar
1070
do los dejamos; y tomada la mira, como yo la tomo ahora, voto
a tal que no nos movemos ni andamos al paso de una hormiga.
1071
En esto, descubrieron unas grandes aceñas que en la mitad del
río estaban; y apenas las hubo visto don Quijote, cuando con
voz alta dijo a Sancho:
1072
-¡Demonios de hombres! ¿Dónde vais? ¿Venís desesperados?
¿Qué queréis, ahogaros y haceros pedazos en estas ruedas?
-¿No te dije yo, Sancho -dijo a esta sazón don Quijote-, que
habíamos llegado donde he de mostrar a dó llega el valor de mi
brazo? Mira qué de malandrines y follones me salen al
encuentro, mira cuántos vestiglos se me oponen, mira cuántas
feas cataduras nos hacen cocos... Pues ¡ahora lo veréis,
bellacos!
1073
trastornar el barco y dar con don Quijote y con Sancho al través
en el agua; pero vínole bien a don Quijote, que sabía nadar
como un ganso, aunque el peso de las armas le llevó al fondo
dos veces; y si no fuera por los molineros, que se arrojaron al
agua y los sacaron como en peso a entrambos, allí había sido
Troya para los dos.
1074
virtud alguna. Y en esta aventura se deben de haber
encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que
el otro intenta: el uno me deparó el barco, y el otro dio conmigo
al través. Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y
trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más.
1075
Capítulo XXX: De lo que le avino a don Quijote con una bella
cazadora
Sucedió, pues, que otro día, al poner del sol y al salir de una
selva, tendió don Quijote la vista por un verde prado, y en lo
último dél vio gente, y, llegándose cerca, conoció que eran
cazadores de altanería.
1076
Llegóse más, y entre ellos vio una gallarda señora sobre un
palafrén o hacanea blanquísima, adornada de guarniciones
verdes y con un sillón de plata. Venía la señora asimismo
vestida de verde, tan bizarra y ricamente que la misma bizarría
venía transformada en ella. En la mano izquierda traía un azor,
señal que dio a entender a don Quijote ser aquélla alguna gran
señora, que debía serlo de todos aquellos cazadores, como era
la verdad; y así, dijo a Sancho:
1077
-Yo lo creo, Sancho -dijo don Quijote-; ve en buena hora, y Dios
te guíe.
1078
mucho en hora buena a servirse de mí y del duque mi marido,
en una casa de placer que aquí tenemos.
1079
visera, arremetió a Rocinante, y con gentil denuedo fue a besar
las manos a la duquesa; la cual, haciendo llamar al duque, su
marido, le contó, en tanto que don Quijote llegaba, toda la
embajada suya; y los dos, por haber leído la primera parte
desta historia y haber entendido por ella el disparatado humor
de don Quijote, con grandísimo gusto y con deseo de conocerle
le atendían, con prosupuesto de seguirle el humor y conceder
con él en cuanto les
1080
El duque mandó a sus cazadores que acudiesen al caballero y
al escudero, los cuales levantaron a don Quijote maltrecho de la
caída, y, renqueando y como pudo, fue a hincar las rodillas ante
los dos señores; pero el duque no lo consintió en ninguna
manera, antes, apeándose de su caballo, fue a abrazar a don
Quijote, diciéndole:
1081
-No se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi
señora Dulcinea del Toboso, pero donde menos se piensa se
levanta la liebre; que yo he oído decir que esto que llaman
naturaleza es como un alcaller que hace vasos de barro, y el
que hace un vaso hermoso también puede hacer dos, y tres y
ciento; dígolo
1082
-De los Leones ha de decir vuestra alteza -dijo Sancho-, que ya
no hay Triste Figura, ni figuro.
1083
en la de Basilio, siempre aficionado a la buena vida; y así,
tomaba la ocasión por la melena en esto del regalarse cada
1084
Y todos, o los más, derramaban pomos de aguas olorosas
sobre don Quijote y sobre los duques, de todo lo cual se
admiraba don Quijote; y aquél fue el primer día que de todo en
todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no
fantástico, viéndose tratar del mesmo modo que él había leído
se trataban los tales caballeros en los pasados siglos.
1085
trujo, y tened cuenta con vuestro jumento, que las dueñas desta
casa no estamos acostumbradas a semejantes haciendas.
1086
unas damas curaron a un tal Lanzarote, y unas dueñas a su
rocino, y, sobre todo, por buen término me ha llamado vieja.
1087
-Sancho está muy en lo cierto, y no hay que culparle en nada; al
rucio se le dará recado a pedir de boca, y descuide Sancho, que
se le tratará como a su mesma persona.
1088
¿Tiempos eran aquéllos para acordarte del rucio, o señores son
éstos para dejar mal pasar a las bestias, tratando tan
elegantemente a sus dueños? Por quien Dios es, Sancho, que te
reportes, y que no descubras la hilaza de manera que caigan en
la cuenta de que eres de villana y grosera tela tejido. Mira,
pecador de ti, que en tanto más es tenido el señor cuanto tiene
más honrados y bien nacidos criados, y que una de las ventajas
mayores que llevan los príncipes a los demás hombres es que se
sirven de criados tan buenos como ellos. ¿No adviertes,
angustiado de ti, y malaventurado de mí, que si veen que tú
eres un grosero villano, o un mentecato gracioso, pensarán que
yo soy algún echacuervos, o algún caballero de mohatra? No,
no, Sancho amigo, huye, huye destos inconvinientes, que quien
tropieza en hablador y en gracioso, al primer puntapié cae y da
en truhán desgraciado. Enfrena la lengua, considera y rumia las
palabras antes que te salgan de la boca, y advierte que hemos
llegado a parte donde, con el favor de Dios y valor de mi brazo,
hemos de salir mejorados en tercio y quinto en fama y en
hacienda.
1089
Vistióse don Quijote, púsose su tahalí con su espada, echóse el
mantón de escarlata a cuestas, púsose una montera de raso
verde que las doncellas le dieron, y con este adorno salió a la
gran sala, adonde halló a las doncellas puestas en ala, tantas a
una parte como a otra, y todas con aderezo de darle
aguamanos, la cual le dieron con muchas reverencias y
ceremonias.
1090
El eclesiástico se sentó frontero, y el duque y la duquesa a los
dos lados.
1091
-Tan mirado y remirado lo tengo, que a buen salvo está el que
repica, como se verá por la obra.
1092
acorta el cuento, porque llevas camino de no acabar en dos
días.
1093
-«Es, pues, el caso -replicó Sancho- que, estando los dos para
asentarse a la mesa, que parece que ahora los veo más que
nunca...»
-«Digo, así -dijo Sancho-, que, estando, como he dicho, los dos
para sentarse a la mesa, el labrador porfiaba con el hidalgo que
tomase la cabecera de la mesa, y el hidalgo porfiaba también
que el labrador la tomase, porque en su casa se había de hacer
lo que él mandase; pero el labrador, que presumía de cortés y
bien criado, jamás quiso, hasta que el hidalgo, mohíno,
poniéndole ambas manos sobre los hombros, le hizo sentar por
fuerza, diciéndole: ''Sentaos, majagranzas, que adondequiera
que yo me siente será vuestra cabecera''.» Y éste es el cuento, y
en verdad que creo que no ha sido aquí traído fuera de
propósito.
1094
presentes de gigantes o malandrines, pues no podía dejar de
haber vencido muchos. A lo que don Quijote respondió:
1095
-Vuestra Excelencia, señor mío, tiene que dar cuenta a Nuestro
Señor de lo que hace este buen hombre. Este don Quijote, o don
Tonto, o como se llama, imagino yo que no debe de ser tan
mentecato como Vuestra Excelencia quiere que sea, dándole
ocasiones a la mano para que lleve adelante sus sandeces y
vaciedades.
¿En dónde, nora tal, habéis vos hallado que hubo ni hay ahora
caballeros andantes? ¿Dónde hay gigantes en España, o
malandrines en la Mancha, ni Dulcineas encantadas, ni toda la
caterva de las simplicidades que de vos se cuentan?
1096
Capítulo XXXII: De la respuesta que dio don Quijote a su
reprehensor, con otros graves y graciosos sucesos
1097
por las casas ajenas a gobernar sus dueños, y, habiéndose
criado algunos en la estrecheza de algún pupilaje, sin haber
visto más mundo que el que puede contenerse en veinte o
treinta leguas de distrito, meterse de rondón a dar leyes a la
caballería y a juzgar de los caballeros andantes? ¿Por ventura
es asumpto vano o es tiempo mal gastado el que se gasta en
vagar por el mundo, no buscando los regalos dél, sino las
asperezas por donde los buenos suben al asiento de la
inmortalidad? Si me tuvieran por tonto los caballeros, los
magníficos, los generosos, los altamente nacidos, tuviéralo por
afrenta inreparable; pero de que me tengan por sandio los
estudiantes, que nunca entraron ni pisaron las sendas de la
caballería, no se me da un ardite: caballero soy y caballero he
de morir si place al Altísimo. Unos van por el ancho campo de la
ambición soberbia; otros, por el de la adulación servil y baja;
otros, por el de la hipocresía engañosa, y algunos, por el de la
verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la
angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio
desprecio la hacienda, pero no la honra. Yo he satisfecho
agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias, vencido
gigantes y atropellado vestiglos; yo soy enamorado, no más de
porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean; y,
siéndolo, no soy de los enamorados viciosos, sino de los
platónicos continentes. Mis intenciones siempre las enderezo a
buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno; si
el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto trata
1098
merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas, duque y
duquesa excelentes.
-No, por cierto, Sancho amigo -dijo a esta sazón el duque-, que
yo, en nombre del señor don Quijote, os mando el gobierno de
una que tengo de nones, de no pequeña calidad.
1099
-Híncate de rodillas, Sancho -dijo don Quijote-, y besa los pies a
Su Excelencia por la merced que te ha hecho.
-Por el hábito que tengo, que estoy por decir que es tan sandio
Vuestra Excelencia como estos pecadores. ¡Mirad si no han de
ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan sus locuras! Quédese
Vuestra Excelencia con ellos; que, en tanto que estuvieren en
casa, me estaré yo en la mía, y me escusaré de reprehender lo
que no puedo remediar.
Y, sin decir más ni comer más, se fue, sin que fuesen parte a
detenerle los ruegos de los duques; aunque el duque no le dijo
mucho, impedido de la risa que su impertinente cólera le había
causado. Acabó de reír y dijo a don Quijote:
1100
hacer, y la hace y la sustenta; el agravio puede venir de
cualquier parte, sin que afrente. Sea ejemplo: está uno en la
calle descuidado, llegan diez con mano armada, y, dándole de
palos, pone mano a la espada y hace su deber, pero la
muchedumbre de los contrarios se le opone, y no le deja salir
con su intención, que es de vengarse; este tal queda agraviado,
pero no afrentado. Y lo mesmo confirmará otro ejemplo: está
uno vuelto de espaldas, llega otro y dale de palos, y en
dándoselos huye y no espera, y el otro le sigue y no alcanza;
este que recibió los palos, recibió agravio, mas no afrenta,
porque la afrenta ha de
1101
afrenta, menos la puede dar; por las cuales razones yo no debo
sentir, ni siento, las que aquel buen hombre me ha dicho; sólo
quisiera que esperara algún poco, para darle a entender en el
error en que está en pensar y decir que no ha habido, ni los hay,
caballeros andantes en el mundo; que si lo tal oyera Amadís, o
uno de los infinitos de su linaje, yo sé que no le fuera bien a su
merced.
1102
barba de don Quijote; el cual, sin hablar palabra, admirado de
semejante ceremonia, creyendo que debía ser usanza de
aquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas, y así
tendió la suya todo cuanto pudo, y al mismo punto comenzó a
llover el aguamanil, y la doncella del jabón le manoseó las
barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve, que no
eran menos blancas las jabonaduras, no sólo por las barbas,
mas por todo el rostro y por los ojos del obediente caballero,
tanto, que se los hicieron cerrar por fuerza.
1103
de las muchachas, o darles premio por el gusto que recibían de
ver a don Quijote de aquella suerte.
-¡Válame Dios! ¿Si será también usanza en esta tierra lavar las
barbas a los escuderos como a los caballeros? Porque, en Dios
y en mi ánima que lo he bien menester, y aun que si me las
rapasen a navaja, lo tendría a más beneficio.
1104
-Digo, señora -respondió él-, que en las cortes de los otros
príncipes siempre he oído decir que en levantando los manteles
dan agua a las manos, pero no lejía a las barbas; y que por eso
es bueno vivir mucho, por ver mucho; aunque también dicen
que el que larga vida vive mucho mal ha de pasar, puesto que
pasar por un lavatorio de éstos antes es gusto que trabajo.
1105
-Si yo pudiera sacar mi corazón y ponerle ante los ojos de
vuestra grandeza, aquí, sobre esta mesa y en un plato, quitara
el trabajo a mi lengua de decir lo que apenas se puede pensar,
porque Vuestra Excelencia la viera en él toda retratada; pero,
¿para qué es ponerme yo ahora a delinear y describir punto por
punto y parte por parte la hermosura de la sin par Dulcinea,
siendo carga digna de otros hombros que de los míos, empresa
en quien se debían ocupar los pinceles de Parrasio, de Timantes
y de Apeles, y los buriles de Lisipo, para pintarla y grabarla en
tablas, en mármoles y en bronces, y la retórica ciceroniana y
demostina para alabarla?
Pero, con todo eso, nos daría gran gusto el señor don Quijote si
nos la pintase; que a buen seguro que, aunque sea en rasguño y
bosquejo, que ella salga tal, que la tengan invidia las más
hermosas.
1106
sucedió, que es tal, que más estoy para llorarla que para
describirla; porque habrán de saber vuestras grandezas que,
yendo los días pasados a besarle las manos, y a recebir su
bendición, beneplácito y licencia para esta tercera salida, hallé
otra de la que buscaba: halléla encantada y convertida de
princesa en labradora, de hermosa en fea, de
1107
Otras muchas veces lo he dicho, y ahora lo vuelvo a decir: que
el caballero andante sin dama es como el árbol sin hojas, el
edificio sin cimiento y la sombra sin cuerpo de quien se cause.
-No hay más que decir -dijo la duquesa-; pero si, con todo eso,
hemos de dar crédito a la historia que del señor don Quijote de
pocos días a esta parte ha salido a la luz del mundo, con
general aplauso de las gentes, della se colige, si mal no me
acuerdo, que nunca vuesa merced ha visto a la señora Dulcinea
, y que esta tal señora no es en el mundo, sino que es dama
fantástica, que vuesa merced la engendró y parió en su
entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y
perfeciones que quiso.
-En eso hay mucho que decir -respondió don Quijote-. Dios sabe
si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es
fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha
de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré ni parí a mi señora,
puesto que la contemplo como conviene que sea una dama que
contenga en sí las partes que puedan hacerla famosa en todas
las del mundo, como son: hermosa, sin tacha, grave sin
soberbia, amorosa con honestidad, agradecida por cortés,
cortés por bien criada, y, finalmente, alta por linaje, a causa que
sobre la buena sangre resplandece y campea la hermosura con
más grados de perfeción que en las hermosas humildemente
nacidas.
1108
de sus hazañas he leído, de donde se infiere que, puesto que se
conceda que hay Dulcinea, en el Toboso o fuera dél, y que sea
hermosa en el sumo grado que vuesa merced nos la pinta, en lo
de la alteza del linaje no corre parejas con las Orianas, con las
1109
Sancho Panza halló a la tal señora Dulcinea, cuando de parte
de vuestra merced le llevó una epístola, ahechando un costal de
trigo, y, por más señas, dice que era rubión: cosa que me hace
dudar en la alteza de su linaje.
1110
donde todo el mundo no fuera poderoso a encerrarme, si no
fuera a fuerzas de encantamentos; pero, pues de aquél me
libré, quiero creer que no ha de haber otro alguno que me
empezca; y así, viendo estos encantadores que con mi
1111
antiguos y muy buenos, a buen seguro que no le cabe poca
parte a la sin par Dulcinea, por quien su lugar será famoso y
nombrado en los venideros siglos, como lo ha sido Troya por
Elena, y España por la Cava, aunque con mejor título y fama.
Por otra parte, quiero que entiendan vuestras señorías que
Sancho Panza es uno de los más graciosos escuderos que
jamás sirvió a caballero andante; tiene a veces unas
simplicidades tan agudas, que el pensar si es simple o agudo
causa no pequeño contento; tiene malicias que le condenan por
bellaco, y descuidos que le confirman por bobo; duda de todo y
créelo todo; cuando pienso que se va a despeñar de tonto, sale
con unas discreciones, que le levantan al cielo. Finalmente, yo
no le trocaría con otro escudero, aunque me diesen de
añadidura una ciudad; y así, estoy en duda si será bien enviarle
al gobierno de quien vuestra grandeza le ha hecho merced;
aunque veo en él una cierta aptitud para esto de gobernar, que
atusándole tantico el entendimiento, se saldría con cualquiera
gobierno, como el rey con sus alcabalas; y más, que ya por
muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha
habilidad ni muchas letras para ser uno gobernador, pues hay
por ahí ciento que apenas saber leer, y gobiernan como unos
girifaltes; el toque está en que tengan buena intención y deseen
acertar en todo; que nunca les faltará quien les aconseje y
encamine en lo que han de hacer, como los gobernadores
caballeros y no letrados, que sentencian con asesor.
Aconsejaríale yo que ni tome cohecho, ni pierda derecho, y
otras cosillas que me quedan en el estómago, que saldrán a su
1112
tiempo, para utilidad de Sancho y provecho de la ínsula que
gobernare.
1113
príncipes tanto son buenas cuanto no dan pesadumbre, pero la
costumbre del lavatorio que aquí se usa peor es que de
diciplinantes. Yo estoy limpio de barbas y no tengo necesidad
de semejantes refrigerios; y el que se llegare a lavarme ni a
tocarme a un pelo de la cabeza, digo, de mi barba, hablando
con el debido acatamiento, le daré tal puñada que le deje el
puño engastado en los cascos; que estas tales ceremonias y
jabonaduras más parecen burlas que gasajos de huéspedes.
1114
A esta sazón, sin dejar la risa, dijo la duquesa:
1115
vuestra grandeza, menos tardaré yo en obedecer que vuestra
señoría en mandar.
1116
Capítulo XXXIII: De la sabrosa plática que la duquesa y sus
doncellas pasaron con Sancho Panza, digna de que se lea y de
que se note
-Ahora que estamos solos, y que aquí no nos oye nadie, querría
yo que el señor gobernador me asolviese ciertas dudas que
tengo, nacidas de la historia que del gran don Quijote anda ya
impresa; una de las cuales dudas es que, pues el buen Sancho
nunca vio a Dulcinea, digo, a la señora Dulcinea del Toboso, ni
le llevó la carta del señor don Quijote, porque se quedó en el
libro de memoria en Sierra Morena, cómo se atrevió a fingir la
respuesta, y aquello de que la halló ahechando trigo, siendo
1117
todo burla y mentira, y tan en daño de la buena opinión de la
sin par Dulcinea, y todas que no vienen bien con la calidad y
fidelidad de los buenos escuderos.
1118
Rogóle la duquesa que le contase aquel encantamento o burla,
y Sancho se lo contó todo del mesmo modo que había pasado,
de que no poco gusto recibieron los oyentes; y, prosiguiendo en
su plática, dijo la duquesa:
-Par Dios, señora -dijo Sancho-, que ese escrúpulo viene con
parto derecho; pero dígale vuesa merced que hable claro, o
como quisiere, que yo conozco que dice verdad: que si yo fuera
discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo. Pero
ésta fue mi suerte, y ésta mi malandanza; no puedo más,
seguirle tengo: somos de un mismo lugar, he comido su pan,
quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos, y, sobre todo,
yo soy fiel; y así, es imposible que nos pueda apartar otro
suceso que el de la pala y azadón.
1119
dármele redundase en pro de mi conciencia; que, maguera
tonto, se me entiende aquel refrán de ''por su mal le nacieron
alas a la hormiga''; y aun podría ser que se fuese más aína
Sancho escudero al cielo, que no Sancho gobernador. Tan buen
pan hacen aquí como en Francia; y de noche todos los gatos
son pardos, y asaz de desdichada es la persona que a las dos
de la tarde no se ha desayunado; y no hay estómago que sea
un palmo mayor que otro, el cual se puede llenar, como suele
decirse, de paja y de heno; y las avecitas del campo tienen a
Dios por su proveedor y despensero; y más calientan cuatro
varas de paño de Cuenca que otras cuatro de límiste de
Segovia; y al dejar este mundo y meternos la tierra adentro, por
tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa
más pies de tierra el cuerpo del Papa que el del sacristán,
aunque sea más alto el uno que el otro; que al entrar en el hoyo
todos nos ajustamos y encogemos, o nos hacen ajustar y
encoger, mal que nos pese y a buenas noches. Y torno a decir
que si vuestra señoría no me quisiere dar la ínsula por tonto, yo
sabré no dárseme nada por discreto; y yo he oído decir que
detrás de la cruz está el diablo, y que no es oro todo lo que
reluce, y que de entre los bueyes, arados y coyundas sacaron al
labrador Wamba para ser rey de España, y de entre los
brocados, pasatiempos y riquezas sacaron a Rodrigo para ser
comido de culebras, si es que las trovas de los romances
antiguos no mienten.
1120
-Y ¡cómo que no mienten! -dijo a esta sazón doña Rodríguez la
dueña, que era una de las escuchantes-: que un romance hay
que dice que metieron al rey Rodrigo , vivo vivo, en una tumba
llena de sapos, culebras y lagartos, y que de allí a dos días dijo
el rey desde dentro de la tumba, con voz doliente y baja:
y, según esto, mucha razón tiene este señor en decir que quiere
más ser más labrador que rey, si le han de comer sabandijas.
1121
falso; soy perro viejo, y entiendo todo tus, tus, y sé
despabilarme a sus tiempos, y no consiento que me anden
musarañas ante los ojos, porque sé dónde me aprieta el zapato:
dígolo porque los buenos tendrán conmigo mano y concavidad,
y los malos, ni pie ni entrada. Y paréceme a mí que en esto de
los gobiernos todo es comenzar, y podría ser que a quince días
de gobernador me comiese las manos tras el oficio y supiese
más dél que de la labor del campo, en que me he criado.
1122
créame Sancho que la villana brincadora era y es Dulcinea del
Toboso, que está encantada como la madre que la parió; y
cuando menos nos pensemos, la habemos de ver en su propia
figura, y entonces saldrá Sancho del engaño en que vive.
-Bien puede ser todo eso -dijo Sancho Panza-; y agora quiero
creer lo que mi amo cuenta de lo que vio en la cueva de
Montesinos, donde dice que vio a la señora Dulcinea del Toboso
en el mesmo traje y hábito que yo dije que la había visto
cuando la encanté por solo mi gusto; y todo debió de ser al
revés, como vuesa merced, señora mía, dice, porque de mi ruin
ingenio no se puede ni debe presumir que fabricase en un
instante tan agudo embuste, ni creo yo que mi amo es tan loco
que con tan flaca y magra persuasión como la mía creyese una
cosa tan fuera de todo término. Pero, señora, no por esto será
bien que vuestra bondad me tenga por malévolo, pues no está
obligado un porro como yo a taladrar los pensamientos y
malicias de los pésimos encantadores: yo fingí aquello por
escaparme de las riñas de mi señor don Quijote, y no con
intención de ofenderle; y si ha salido al revés, Dios está en el
cielo, que juzga los corazones.
1123
-Deste suceso se puede inferir que, pues el gran don Quijote
dice que vio allí a la mesma labradora que Sancho vio a la
salida del Toboso, sin duda es Dulcinea, y que andan por aquí
los encantadores muy listos y demasiadamente curiosos.
1124
mesmas entrañas del mismo Micael Verino, florentibus occidit
annis. En fin, en fin, hablando a su modo, debajo de mala capa
suele haber buen bebedor.
1125
debiendo ser más propio y natural de las dueñas pensar
jumentos que autorizar las salas. ¡Oh, válame Dios, y cuán mal
estaba con estas señoras un hidalgo de mi lugar!
1126
Las razones de Sancho renovaron en la duquesa la risa y el
contento; y, enviándole a reposar, ella fue a dar cuenta al
duque de lo que con él había pasado, y entre los dos dieron
traza y orden de hacer una burla a don Quijote que fuese
famosa y viniese bien con el estilo caballeresco, en el cual le
hicieron muchas, tan propias y discretas, que son las mejores
aventuras que en esta grande historia se contienen.
1127
criados de todo lo que habían de hacer, de allí a seis días le
llevaron a caza de montería, con tanto aparato de monteros y
cazadores como pudiera llevar un rey coronado.
1128
a sus lados; Sancho se puso detrás de todos, sin apearse del
rucio, a quien no osara desamparar, porque no le sucediese
algún desmán. Y, apenas habían sentado el pie y puesto en ala
con otros muchos criados suyos, cuando, acosado de los perros
y seguido de los cazadores, vieron que hacia ellos venía un
desmesurado jabalí, crujiendo dientes y colmillos y arrojando
espuma por la boca; y en viéndole, embrazando su escudo y
puesta mano a su espada, se adelantó a recebirle don Quijote.
Lo mesmo hizo el duque con su venablo; pero a todos se
adelantara la duquesa, si el duque no se lo estorbara. Sólo
Sancho, en viendo al valiente animal, desamparó al rucio y dio
a correr cuanto pudo, y, procurando subirse sobre una alta
encina, no fue posible; antes, estando ya a la mitad dél, asido
de una rama, pugnando subir a la cima, fue tan corto de
ventura y tan desgraciado, que se desgajó la rama, y, al venir al
suelo, se quedó en el aire, asido de un gancho de la encina, sin
poder llegar al suelo. Y, viéndose así, y que el sayo verde se le
rasgaba, y pareciéndole que si aquel fiero animal allí allegaba
le podía alcanzar, comenzó a dar tantos gritos y a pedir socorro
con tanto ahínco, que todos los que le oían y no le veían
creyeron que estaba entre los dientes de alguna fiera.
1129
calamidad; y dice Cide Hamete que pocas veces vio a Sancho
Panza sin ver al rucio, ni al rucio sin ver a Sancho: tal era la
amistad y buena fe que entre los dos se guardaban.
-Ése fue un rey godo -dijo don Quijote-, que, yendo a caza de
montería, le comió un oso.
1130
-Eso es lo que yo digo -respondió Sancho-: que no querría yo
que los príncipes y los reyes se pusiesen en semejantes peligros,
a trueco de un gusto que parece que no le había de ser, pues
consiste en matar a un animal que no ha cometido delito
alguno.
1131
pascuas, y a los bolos los domingos y fiestas; que esas cazas ni
cazos no dicen con mi condición ni hacen con mi conciencia.
-Plega a Dios, Sancho, que así sea, porque del dicho al hecho
hay gran trecho.
1132
Con estos y otros entretenidos razonamientos, salieron de la
tienda al bosque, y en requerir algunas paranzas, y presto, se
les pasó el día y se les vino la noche, y no tan clara ni tan sesga
como la sazón del tiempo pedía, que era en la mitad del verano;
pero un cierto claroescuro que trujo consigo ayudó mucho a la
intención de los duques; y, así como comenzó a anochecer, un
poco más adelante del crepúsculo, a deshora pareció que todo
el bosque por todas cuatro partes se ardía, y luego se oyeron
por aquí y por allí, y por acá y por acullá, infinitas cornetas y
otros instrumentos de guerra, como de muchas tropas de
caballería que por el bosque pasaba. La luz del fuego, el son de
los bélicos instrumentos, casi cegaron y atronaron los ojos y los
oídos de los circunstantes, y aun de todos los que en el bosque
estaban. Luego se oyeron infinitos lelilíes, al uso de moros
cuando entran en las batallas, sonaron trompetas y clarines,
retumbaron tambores, resonaron pífaros, casi todos a un
tiempo, tan contino y tan apriesa, que no tuviera sentido el que
no quedara sin él al son confuso de tantos intrumentos.
Pasmóse el duque, suspendióse la duquesa, admiróse don
Quijote, tembló Sancho Panza, y, finalmente, aun hasta los
mesmos sabidores de la causa se espantaron. Con el temor les
cogió el silencio, y un postillón que en traje de demonio les pasó
por delante, tocando en voz de corneta un hueco y
desmesurado cuerno, que un ronco y espantoso son despedía.
1133
-¡Hola, hermano correo! -dijo el duque-, ¿quién sois, adónde
vais, y qué gente de guerra es la que por este bosque parece
que atraviesa?
-Sin duda -dijo Sancho- que este demonio debe de ser hombre
de bien y buen cristiano, porque, a no serlo, no jurara en Dios y
en mi conciencia. Ahora yo tengo para mí que aun en el mesmo
infierno debe de haber buena gente.
1134
-A ti, el Caballero de los Leones (que entre las garras dellos te
vea yo), me envía el desgraciado pero valiente caballero
Montesinos, mandándome que de su parte te diga que le
esperes en el mismo lugar que te topare, a causa que trae
consigo a la que llaman Dulcinea del Toboso, con orden de
darte la que es menester para desencantarla. Y, por no ser para
más mi venida, no ha de ser más mi estada: los demonios como
yo queden contigo, y los ángeles buenos con estos señores.
1135
las exhalaciones secas de la tierra, que parecen a nuestra vista
estrellas que corren. Oyóse asimismo un espantoso ruido, al
modo de aquel que se causa de las ruedas macizas que suelen
traer los carros de bueyes, de cuyo chirrío áspero y continuado
se dice que huyen los lobos y los osos, si los hay por donde
pasan. Añadióse a toda esta tempestad otra que las aumentó
todas, que fue que parecía verdaderamente que a las
1136
una grande hacha de cera, y encima del carro venía hecho un
asiento alto, sobre el cual venía sentado un venerable viejo, con
una barba más blanca que la mesma nieve, y tan luenga que le
pasaba de la cintura; su vestidura era una ropa larga de negro
bocací, que, por venir el carro lleno de infinitas luces, se podía
bien divisar y discernir todo lo que en él venía. Guiábanle dos
feos demonios vestidos del mesmo bocací, con tan feos rostros,
que Sancho, habiéndolos visto una vez, cerró los ojos por no
verlos otra. Llegando, pues, el carro a igualar al puesto, se
levantó de su alto asiento el viejo venerable, y, puesto en pie,
dando una gran voz, dijo:
Y pasó el carro adelante, sin hablar más palabra. Tras éste pasó
otro carro de la misma manera, con otro viejo entronizado; el
cual, haciendo que el carro se detuviese, con voz no menos
grave que el otro, dijo:
1137
Y pasó adelante. Poco desviados de allí hicieron alto estos tres
carros, y cesó el enfadoso ruido de sus ruedas, y luego se oyó
otro, no ruido, sino un son de una suave y concertada música
formado, con que Sancho se alegró, y lo tuvo a buena señal; y
así, dijo a la duquesa, de quien un punto ni un paso se
apartaba:
-Ello dirá -dijo don Quijote, que todo lo escuchaba. Y dijo bien,
como se muestra en el capítulo siguiente.
1138
pardas, encubertadas, empero, de lienzo blanco, y sobre cada
una venía un diciplinante de luz, asimesmo vestido de blanco,
con una hacha de cera grande encendida en la mano. Era el
carro dos veces, y aun tres, mayor que los pasados, y los lados,
y encima dél, ocupaban doce otros diciplinantes albos como la
nieve, todos con sus hachas encendidas, vista que admiraba y
espantaba juntamente; y en un levantado trono venía sentada
una ninfa, vestida de mil velos de tela de plata, brillando por
todos ellos infinitas hojas de argentería de oro, que la hacían, si
no rica, a lo menos vistosamente vestida. Traía el rostro
cubierto con un transparente y delicado cendal, de modo que,
sin impedirlo sus lizos, por entre ellos se descubría un
hermosísimo rostro de doncella, y las muchas luces daban lugar
para distinguir la belleza y los años, que, al parecer, no llegaban
a veinte ni bajaban de diez y siete.
Junto a ella venía una figura vestida de una ropa de las que
llaman rozagantes, hasta los pies, cubierta la cabeza con un
velo negro; pero, al punto que llegó el carro a estar frente a
frente de los duques y de don Quijote, cesó la música de las
chirimías, y luego la de las arpas y laúdes que en el carro
sonaban; y, levantándose en pie la figura de la ropa, la apartó a
entrambos lados, y, quitándose el velo del rostro, descubrió
patentemente ser la mesma figura de la muerte, descarnada y
fea, de que don Quijote recibió pesadumbre y Sancho miedo, y
los duques hicieron algún sentimiento temeroso. Alzada y
1139
puesta en pie esta muerte viva, con voz algo dormida y con
lengua no muy despierta, comenzó a decir desta manera:
-Yo soy Merlín, aquel que las historias dicen que tuve por mi
padre al diablo (mentira autorizada de los tiempos), príncipe de
la Mágica y monarca
1140
después de haber revuelto cien mil libros desta mi ciencia
endemoniada y torpe, vengo a dar el remedio que conviene
1141
-¡Voto a tal! -dijo a esta sazón Sancho-. No digo yo tres mil
azotes, pero así me daré yo tres como tres puñaladas. ¡Válate el
diablo por modo de desencantar! ¡Yo no sé qué tienen que ver
mis posas con los encantos! ¡Par Dios que si el señor Merlín no
ha hallado otra manera como desencantar a la señora Dulcinea
del Toboso, encantada se podrá ir a la sepultura!
1142
puede y debe azotar por ella y hacer todas las diligencias
necesarias para su desencanto; pero, ¿azotarme yo...?
¡Abernuncio!
1143
Muévate, socarrón y malintencionado monstro, que la edad tan
florida mía, que aún se está todavía en el diez y... de los años,
pues tengo diez y nueve y no llego a veinte, se consume y
marchita debajo de la corteza de una rústica labradora; y si
ahora no lo parezco, es merced particular que me ha hecho el
señor Merlín, que está presente, sólo porque te enternezca mi
belleza; que las
1144
-Digo, señora -respondió Sancho-, lo que tengo dicho: que de
los azotes, abernuncio.
1145
un escudero, sino un gobernador; como quien dice: "bebe con
guindas".
1146
llevada a los Elíseos Campos, donde estará esperando se
cumpla el número del vápulo.
1147
dar el sí desta diciplina, y creedme que os será de mucho
provecho, así para el alma como para el cuerpo: para el alma,
por la caridad con que la haréis; para el cuerpo, porque yo sé
que sois de complexión sanguínea, y no os podrá hacer daño
sacaros un poco de sangre.
1148
por la buena obra. Así que no hay de qué tener escrúpulo de las
sobras ni de las faltas, ni el cielo permita que yo engañe a
nadie, aunque sea en un pelo de la cabeza.
1149
Capítulo XXXVI: Donde se cuenta la estraña y jamás imaginada
aventura de la dueña Dolorida, alias de la condesa Trifaldi , con
una carta que Sancho
1150
caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni
valen nada.
1151
-Ni por pienso -respondió Sancho-, porque yo no sé leer ni
escribir, puesto que sé firmar.
1152
que es blanco y otros que es negro. De aquí a pocos días me
partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer
dineros, porque me han dicho que todos los gobernadores
nuevos van con este mesmo deseo; tomaréle el pulso, y
avisaréte si has de venir a estar conmigo o no. El rucio está
bueno, y se te encomienda mucho; y no le pienso dejar, aunque
me llevaran a ser Gran Turco. La duquesa mi señora te besa mil
veces las manos; vuélvele el retorno con dos mil, que no hay
cosa que menos cueste ni valga más barata, según dice mi
amo, que los buenos comedimientos. No ha sido Dios servido
de depararme otra maleta con otros cien escudos, como la de
marras, pero no te dé pena, Teresa mía, que en salvo está el
que repica, y todo saldrá en la colada del gobierno; sino que me
ha dado gran pena que me dicen que si una vez le pruebo, que
me tengo de comer las manos tras él; y si así fuese, no me
costaría muy barato, aunque los estropeados y mancos ya se
tienen su calonjía en la limosna que piden; así que, por una vía o
por otra, tú has de ser rica, de buena ventura. Dios te la dé,
como puede, y a mí me guarde para servirte. Deste castillo, a
veinte de julio de 1614.
1153
dado por los azotes que se ha de dar, sabiendo él, que no lo
puede negar, que cuando el duque, mi señor, se le prometió, no
se soñaba haber azotes en el mundo; la otra es que se muestra
en ella muy codicioso, y no querría que orégano fuese, porque
la codicia rompe el saco, y el gobernador codicioso hace la
justicia desgobernada.
1154
Y, estando todos así suspensos, vieron entrar por el jardín
adelante dos hombres vestidos de luto, tan luego y tendido que
les arrastraba por el suelo; éstos venían tocando dos grandes
tambores, asimismo cubiertos de negro. A su lado venía el
pífaro, negro y pizmiento como los demás. Seguía a los tres un
personaje de cuerpo agigantado, amantado, no que vestido,
con una negrísima loba, cuya falda era asimismo desaforada
de grande. Por encima de la loba le ceñía y atravesaba un
ancho tahelí, también negro, de quien pendía un desmesurado
alfanje de guarniciones y vaina negra. Venía cubierto el rostro
con un trasparente velo negro, por quien se entreparecía una
longísima barba, blanca como la nieve. Movía el paso al son de
los tambores con mucha gravedad y reposo. En fin, su
grandeza, su contoneo, su negrura y su acompañamiento
pudiera y pudo suspender a todos aquellos que sin conocerle le
miraron.
1155
visto, y luego desencajó y arrancó del ancho y dilatado pecho
una voz grave y sonora, y, poniendo los ojos en el duque, dijo:
1156
decir de mi parte que si mi favor le fuere necesario, no le ha de
faltar, pues ya me tiene obligado a dársele el ser caballero, a
quien es anejo y concerniente favorecer a toda suerte de
mujeres, en especial a las dueñas viudas, menoscabadas y
doloridas, cual lo debe estar su señoría.
1157
menos, con la mano que los extraordinariamente afligidos y
desconsolados, en casos grandes y en desdichas enormes no
van a buscar su remedio a las casas de los letrados, ni a la de
los sacristanes de las aldeas, ni al caballero que nunca ha
acertado a salir de los términos de su lugar, ni al perezoso
cortesano que antes busca nuevas para referirlas y contarlas,
que procura hacer obras y hazañas para que otros las cuenten
y las escriban; el remedio de las cuitas, el socorro de las
necesidades, el amparo de las doncellas, el consuelo de las
viudas, en ninguna suerte de personas se halla mejor que en los
caballeros andantes, y de serlo yo doy infinitas gracias al cielo,
y doy por muy bien empleado cualquier desmán y trabajo que
en este tan honroso ejercicio pueda sucederme. Venga esta
dueña y pida lo que quisiere, que yo le libraré su remedio en la
fuerza de mi brazo y en la intrépida resolución de mi animoso
espíritu.
1158
-No querría yo que esta señora dueña pusiese algún tropiezo a
la promesa de mi gobierno, porque yo he oído decir a un
boticario toledano que hablaba como un silguero que donde
interviniesen dueñas no podía suceder cosa buena. ¡Válame
Dios, y qué mal estaba con ellas el tal boticario! De lo que yo
saco que, pues todas las dueñas son enfadosas e impertinentes,
de cualquiera calidad y condición que sean, ¿qué serán las que
son doloridas, como han dicho que es esta condesa Tres Faldas,
o Tres Colas?; que en mi tierra faldas y colas, colas y faldas,
todo es uno.
-Calla, Sancho amigo -dijo don Quijote-, que, pues esta señora
dueña de tan lueñes tierras viene a buscarme, no debe ser de
aquellas que el boticario tenía en su número, cuanto más que
ésta es condesa, y cuando las condesas sirven de dueñas, será
sirviendo a reinas y a emperatrices, que en sus casas son
señorísimas que se sirven de otras dueñas.
1159
viuda; y quien a nosotras trasquiló, las tijeras le quedaron en la
mano.
-Con todo eso -replicó Sancho-, hay tanto que trasquilar en las
dueñas, según mi barbero, cuanto será mejor no menear el
arroz, aunque se pegue.
1160
-Después que tengo humos de gobernador se me han quitado
los váguidos de escudero, y no se me da por cuantas dueñas
hay un cabrahígo.
1161
Y aquí, con este breve capítulo, dio fin el autor, y comenzó el
otro, siguiendo la mesma aventura, que es una de las más
notables de la historia.
1162
verdad, y que de su propio apellido se llama la condesa Lobuna
, a causa que se criaban en su condado muchos lobos, y que si
como eran lobos fueran zorras, la llamaran la condesa Zorruna ,
por ser costumbre en aquellas partes tomar los señores la
denominación de sus nombres de la cosa o cosas en que más
sus estados abundan; empero esta condesa, por favorecer la
novedad de su falda, dejó el Lobuna y tomó el Trifaldi.
dijo:
1163
entendimiento no sé adónde, y debe de ser muy lejos, pues
cuanto más le busco menos le hallo.
1164
-El Panza -antes que otro respondiese, dijo Sancho- aquí esta, y
el don Quijotísimo asimismo; y así, podréis, dolorosísima
dueñísima, decir lo que quisieridísimis, que todos estamos
prontos y aparejadísimos a ser vuestros servidorísimos.
dellos.
1165
verdaderas fazañas dejan atrás y escurecen las fabulosas de
los Amadises, Esplandianes y Belianises!
-De que sea mi bondad, señoría mía, tan larga y grande como
la barba de vuestro escudero, a mí me hace muy poco al caso;
barbada y con bigotes tenga yo mi alma cuando desta vida
vaya, que es lo que importa, que de las barbas de acá poco o
nada me curo; pero, sin esas socaliñas ni plegarias, yo rogaré a
mi amo, que sé que me quiere bien, y más agora que me ha
menester para cierto negocio, que favorezca y ayude a vuesa
merced en todo lo que pudiere. Vuesa merced desembaúle su
cuita y cuéntenosla, y deje hacer, que todos nos entenderemos.
1166
-«Del famoso reino de Candaya, que cae entre la gran
Trapobana y el mar del Sur, dos leguas más allá del cabo
Comorín, fue señora la reina doña Maguncia, viuda del rey
Archipiela, su señor y marido, de cuyo matrimonio tuvieron y
procrearon a la infanta Antonomasia, heredera del reino, la cual
dicha infanta Antonomasia se crió y creció debajo de mi tutela
y doctrina, por ser yo la más antigua y la más principal dueña
de su madre. Sucedió, pues, que, yendo días y viniendo días, la
niña Antonomasia llegó a edad de catorce años, con tan gran
perfeción de hermosura, que no la pudo subir más de punto la
naturaleza.
Así era discreta como bella, y era la más bella del mundo, y lo
es, si ya los hados invidiosos y las parcas endurecidas no la han
cortado la estambre de la vida. Pero no habrán, que no han de
permitir los cielos que se haga tanto mal a
1167
vuestras grandezas, si no lo tienen por enojo, que tocaba una
guitarra que la hacía hablar, y más que era poeta y gran
bailarín, y sabía hacer una jaula de pájaros, que solamente a
hacerlas pudiera ganar la vida cuando se viera en estrema
necesidad, que todas estas partes y gracias son bastantes a
derribar una montaña, no que una delicada doncella. Pero toda
su gentileza y buen donaire y todas sus gracias y habilidades
fueran poca o ninguna parte para rendir la fortaleza de mi niña,
si el ladrón desuellacaras no usara del remedio de rendirme a
mí primero. Primero quiso el malandrín y desalmado
vagamundo granjearme la voluntad y cohecharme el gusto,
para que yo, mal alcaide, le entregase las llaves de la fortaleza
que guardaba. En resolución: él me aduló el entendimiento y me
rindió la voluntad con no sé qué dijes y brincos que me dio, pero
lo que más me hizo postrar y dar conmigo por el suelo fueron
unas coplas que le oí cantar una noche desde una reja que caía
a una callejuela donde él estaba, que, si mal no me acuerdo,
decían:
De la dulce mi enemiga
nace un mal que al alma hiere, y, por más tormento, quiere que
se sienta y no se diga.
1168
unas coplas, no como las del marqués de Mantua, que
entretienen y hacen llorar los niños y a las mujeres, sino unas
agudezas que, a modo de blandas espinas, os atraviesan el
alma, y como rayos os hieren en ella, dejando sano el vestido. Y
otra vez cantó:
1169
bálsamo? Aquí es donde ellos alargan más la pluma, como les
cuesta poco prometer lo que jamás piensan ni pueden cumplir.
Pero, ¿dónde me divierto? ¡Ay de mí, desdichada!
1170
notada por mi ingenio, con tanta fuerza, que las de Sansón no
pudieran romperla.
puedo jurar que imagino que todo el mundo es uno. Pero dése
vuesa merced priesa, señora Trifaldi, que es tarde y ya me
muero por saber el fin desta tan larga historia.
1171
-«En fin, al cabo de muchas demandas y respuestas, como la
infanta se estaba siempre en sus trece, sin salir ni variar de la
primera declaración, el vicario sentenció en favor de don
Clavijo, y se la entregó por su legítima esposa, de lo que recibió
tanto enojo la reina doña Maguncia, madre de la infanta
Antonomasia, que dentro de tres días la enterramos.»
1172
-Razón tienes, Sancho -dijo don Quijote-, porque un caballero
andante, como tenga dos dedos de ventura, está en potencia
propincua de ser el mayor señor del mundo. Pero, pase
adelante la señora Dolorida, que a mí se me trasluce que le
falta por contar lo amargo desta hasta aquí dulce historia.
1173
nunca vista aventura". Hecho esto, sacó de la vaina un ancho y
desmesurado alfanje, y, asiéndome a mí por los cabellos, hizo
finta de querer segarme la gola y cortarme cercen la cabeza.
Y la Trifaldi prosiguió:
1174
-«Desta manera nos castigó aquel follón y malintencionado de
Malambruno, cubriendo la blandura y morbidez de nuestros
rostros con la aspereza destas cerdas, que pluguiera al cielo
que antes con su desmesurado alfanje nos hubiera derribado
las testas, que no que nos asombrara la luz de nuestras caras
con esta borra que nos cubre; porque si entramos en cuenta,
señores míos (y
esto que voy a decir agora lo quisiera decir hechos mis ojos
fuentes, pero la consideración de nuestra desgracia, y los mares
que hasta aquí han llovido, los tienen sin humor y secos como
aristas, y así, lo diré sin lágrimas), digo, pues, que ¿adónde
podrá ir una dueña con barbas? ¿Qué padre o qué madre se
dolerá della? ¿Quién la dará ayuda? Pues, aun cuando tiene la
tez lisa y el rostro martirizado con mil suertes de menjurjes y
mudas, apenas halla quien bien la quiera, ¿qué hará cuando
descubra hecho un bosque su rostro? ¡Oh dueñas y compañeras
mías, en desdichado punto nacimos, en hora menguada
nuestros padres nos engendraron!»
1175
Capítulo XL: De cosas que atañen y tocan a esta aventura y a
esta memorable historia
1176
aunque hablaran gangoso, que no ponerles barbas? Apostaré
yo que no tienen hacienda para pagar a quien las rape.
1177
-Por mí no quedará -respondió don Quijote-: ved, señora, qué es
lo que tengo de hacer, que el ánimo está muy pronto para
serviros.
1178
y lleva un portante por los aires, sin tener alas, que el que lleva
encima puede llevar una taza llena de agua en la mano sin que
se le derrame gota, según camina llano y reposado; por lo cual
la linda Magalona se holgaba mucho de andar caballera en él.
1179
-El nombre -respondió la Dolorida- no es como el caballo de
Belorofonte, que se llamaba Pegaso, ni como el del Magno
Alejandro, llamado Bucéfalo, ni como el del furioso Orlando,
cuyo nombre fue Brilladoro, ni menos Bayarte, que fue el de
Reinaldos de Montalbán, ni Frontino, como el de Rugero, ni
Bootes ni Peritoa, como dicen que se llaman los del Sol, ni
tampoco se llama Orelia, como el caballo en que el desdichado
Rodrigo, último rey de los godos, entró en la batalla donde
perdió la vida y el reino.
1180
-Ya lo querría ver -respondió Sancho-, pero pensar que tengo
de subir en él, ni en la silla ni en las ancas, es pedir peras al
olmo. ¡Bueno es que apenas puedo tenerme en mi rucio, y sobre
un albarda más blanda que la mesma seda, y
-¡Aquí del rey! -dijo Sancho-: ¿qué tienen que ver los escuderos
con las aventuras de sus señores? ¿Hanse de llevar ellos la
fama de las que acaban, y hemos de llevar nosotros el trabajo?
¡Cuerpo de mí! Aun si dijesen los historiadores: "El tal caballero
acabó la tal y tal aventura, pero con ayuda de fulano, su
escudero, sin el cual fuera imposible el acabarla".
1181
Ahora, señores, vuelvo a decir que mi señor se puede ir solo, y
buen provecho le haga, que yo me quedaré aquí, en compañía
de la duquesa mi señora, y podría ser que cuando volviese
hallase mejorada la causa de la señora Dulcinea en tercio y
quinto; porque pienso, en los ratos ociosos y desocupados,
darme una tanda de azotes que no me la cubra pelo.
-¡Aquí del rey otra vez! -replicó Sancho-. Cuando esta caridad se
hiciera por algunas doncellas recogidas, o por algunas niñas de
la doctrina, pudiera el hombre aventurarse a cualquier trabajo,
pero que lo sufra por quitar las barbas a dueñas, ¡mal año! Mas
que las viese yo a todas con barbas, desde la mayor hasta la
menor, y de la más melindrosa hasta la más repulgada.
1182
para qué, y a su misericordia me atengo, y no a las barbas de
nadie.
1183
el calor y estas nuestras barbas duran, ¡guay de nuestra
ventura!
Dijo esto con tanto sentimiento la Trifaldi, que sacó las lágrimas
de los ojos de todos los circunstantes, y aun arrasó los de
Sancho, y propuso en su corazón de acompañar a su señor
hasta las últimas partes del mundo, si es que en ello consistiese
quitar la lana de aquellos venerables rostros.
1184
-Aquí -dijo Sancho- yo no subo, porque ni tengo ánimo ni soy
caballero. Y el salvaje prosiguió diciendo:
1185
sin que yo suba a las ancas, bien puede buscar mi señor otro
escudero que le acompañe, y estas señoras otro modo de
alisarse los rostros; que yo no soy brujo, para gustar de andar
por los aires. Y ¿qué dirán mis insulanos cuando sepan que su
gobernador se anda paseando por los vientos? Y otra cosa
más: que habiendo tres mil y tantas leguas de aquí a Candaya,
si el caballo se cansa o el gigante se enoja, tardaremos en dar
la vuelta media docena de años, y ya ni habrá ínsula ni ínsulos
en el mundo que me conozan; y, pues se dice comúnmente que
en la tardanza va el peligro, y que cuando te dieren la vaquilla
acudas con la soguilla, perdónenme las barbas destas señoras,
que bien se está San Pedro en Roma; quiero decir que bien me
estoy en esta casa, donde tanta merced se me hace y de cuyo
dueño tan gran bien espero como es verme gobernador.
1186
pie, hecho romero, de mesón en mesón y de venta en venta,
siempre que volviéredes hallaréis vuestra ínsula donde la dejáis,
y a vuestros insulanos con el mesmo deseo de recebiros por su
gobernador que siempre han tenido, y mi voluntad será la
mesma; y no pongáis duda en esta verdad, señor Sancho, que
sería hacer notorio agravio al deseo que de serviros tengo.
1187
Y, apartando a Sancho entre unos árboles del jardín y asiéndole
ambas las manos, le dijo:
-Ya vees, Sancho hermano, el largo viaje que nos espera, y que
sabe Dios cuándo volveremos dél, ni la comodidad y espacio
que nos darán los negocios; así, querría que ahora te retirases
en tu aposento, como que vas a buscar alguna cosa necesaria
para el camino, y, en un daca las pajas, te dieses, a buena
cuenta de los tres mil y trecientos azotes a que estás obligado,
siquiera quinientos, que dados te los tendrás, que el comenzar
las cosas es tenerlas medio acabadas.
1188
-No soy verde, sino moreno -dijo Sancho-, pero aunque fuera de
mezcla, cumpliera mi palabra.
1189
-No hay para qué -dijo la Dolorida-, que yo le fío y sé que
Malambruno no tiene nada de malicioso ni de traidor; vuesa
merced, señor don Quijote, suba sin pavor alguno, y a mi daño
si alguno le sucediere.
1190
dijese cuando en semejantes trances se viesen. A lo que dijo
don Quijote:
1191
-¡Ya comenzáis a suspender y admirar a cuantos desde la tierra
os están mirando!
-Señor, ¿cómo dicen éstos que vamos tan altos, si alcanzan acá
sus voces, y no parecen sino que están aquí hablando junto a
nosotros?
1192
duquesa y su mayordomo, que no le faltó requisito que la
dejase de hacer perfecta.
1193
parecer, del cuerpo de la luna, que la pudiera asir con la mano,
y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse. Así que,
Sancho, no hay para qué descubrirnos; que, el que nos lleva a
cargo, él dará cuenta de nosotros, y quizá vamos tomando
puntas y subiendo en alto para dejarnos caer de una sobre el
reino de Candaya, como hace el sacre o neblí sobre la garza
para cogerla, por más que se remonte; y, aunque nos parece
que no ha media hora que nos partimos del jardín, creéme que
debemos de haber hecho gran camino.
voló por los aires, con estraño ruido, y dio con don Quijote y con
Sancho Panza en el suelo, medio chamuscados.
1194
partes, quedaron atónitos de verse en el mesmo jardín de
donde habían partido y de ver tendido por tierra tanto número
de gente; y creció más su admiración cuando a un lado del
jardín vieron hincada una gran lanza en el suelo y pendiente
della y de dos cordones de seda verde un pergamino liso y
blanco, en el cual, con grandes letras de oro, estaba escrito lo
siguiente:
1195
-¡Ea, buen señor, buen ánimo; buen ánimo, que todo es nada! La
aventura es ya acabada sin daño de barras, como lo muestra
claro el escrito que en aquel padrón está puesto.
1196
desear saber lo que se me estorba y impide, bonitamente y sin
que nadie lo viese, por junto a las narices aparté tanto cuanto el
pañizuelo que me tapaba los ojos, y por allí miré hacia la tierra,
y parecióme que toda ella no era mayor que un grano de
mostaza, y los hombres que andaban sobre ella, poco mayores
que avellanas; porque se vea cuán altos debíamos de ir
entonces.
1197
íbamos por parte donde están las siete cabrillas; y en Dios y en
mi ánima que, como yo en mi niñez fui en mi tierra cabrerizo,
que así como las vi, ¡me dio una gana de entretenerme con ellas
un rato...! Y si no le cumpliera me parece que reventara. Vengo,
pues, y tomo, y ¿qué hago? Sin decir nada a nadie, ni a mi
señor tampoco, bonita y pasitamente me apeé de Clavileño, y
me entretuve con las cabrillas, que son como unos alhelíes y
como unas flores, casi tres cuartos de hora, y Clavileño no se
movió de un lugar, ni pasó adelante.
-Como todas estas cosas y estos tales sucesos van fuera del
orden natural, no es mucho que Sancho diga lo que dice. De mí
sé decir que ni me descubrí por alto ni por bajo, ni vi el cielo ni
la tierra, ni la mar ni las arenas.
Bien es verdad que sentí que pasaba por la región del aire, y
aun que tocaba a la del fuego; pero que pasásemos de allí no lo
puedo creer, pues, estando la región del fuego entre el cielo de
la luna y la última región del aire, no podíamos llegar al cielo
donde están las siete cabrillas que Sancho dice, sin abrasarnos;
y, pues no nos asuramos, o Sancho miente o Sancho sueña.
1198
-Dígalas, pues, Sancho -dijo la duquesa.
-Son -respondió Sancho- las dos verdes, las dos encarnadas, las
dos azules, y la una de mezcla.
1199
Capítulo XLII: De los consejos que dio don Quijote a Sancho
Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas
bien consideradas
1200
Si vuestra señoría fuese servido de darme una tantica parte del
cielo, aunque no fuese más de media legua, la tomaría de mejor
gana que la mayor ínsula del mundo.
-Si una vez lo probáis, Sancho -dijo el duque-, comeros heis las
manos tras el gobierno, por ser dulcísima cosa el mandar y ser
obedecido. A buen seguro que cuando vuestro dueño llegue a
ser emperador, que lo será sin duda, según van encaminadas
sus cosas, que no se lo arranquen comoquiera, y que le duela y
le pese en la mitad del alma del tiempo que hubiere dejado de
serlo.
1201
-Con vos me entierren, Sancho, que sabéis de todo -respondió
el duque-, y yo espero que seréis tal gobernador como vuestro
juicio promete, y quédese esto aquí y advertid que mañana en
ese mesmo día habéis de ir al gobierno de la
1202
licencia del duque le tomó por la mano y se fue con él a su
estancia, con intención de aconsejarle cómo se había de haber
en su oficio.
1203
tu Catón, que quiere aconsejarte y ser norte y guía que te
encamine y saque a seguro puerto deste mar proceloso donde
vas a engolfarte; que los oficios y grandes cargos no son otra
cosa sino un golfo profundo de confusiones.
1204
préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio.
Inumerables son aquellos que, de baja estirpe nacidos, han
subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y desta
verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran. Mira,
Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer
hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los
tienen de príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la
virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no
vale. Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte
cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no le
deseches ni le afrentes; antes le has de acoger, agasajar y
regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se
desprecie de lo que él hizo, y corresponderás a lo que debes a
la naturaleza bien concertada. Si trujeres a tu mujer contigo
(porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho
tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala y desbástala
de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un
gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica
y tonta. Si acaso enviudares, cosa que puede suceder, y con el
cargo mejorares de consorte, no la tomes tal, que te sirva de
anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla,
porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del
juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la residencia
universal, donde pagará con el cuatro tanto en la muerte las
partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida. Nunca te
guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con
los ignorantes que presumen de agudos. Hallen en ti más
1205
compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las
informaciones del rico.
1206
parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y
clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son
iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la
misericordia que el de la justicia. Si estos preceptos y estas
reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será
eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus
hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en
paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la
vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura, y
cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros
netezuelos.
1207
los demás discursos mostraba tener claro y desenfadado
entendimiento, de manera que a cada paso desacreditaban sus
obras su juicio, y su juicio sus obras; pero en ésta destos
segundos documentos que dio a Sancho, mostró tener gran
donaire, y puso su discreción y su locura en un levantado punto.
1208
modo de dar librea no la alcanzan los vanagloriosos. No comas
ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería. Anda
despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca
que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala. Come
poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua
en la oficina del estómago. Sé templado en el beber,
considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni
cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos
carrillos, ni de erutar delante de nadie.
1209
-También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la
muchedumbre de refranes que sueles; que, puesto que los
refranes son sentencias breves,
muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen
disparates que sentencias.
1210
que el andar a caballo a unos hace caballeros; a otros,
caballerizos. Sea moderado tu sueño, que el que no madruga
con el sol, no goza del día; y advierte, ¡oh Sancho!, que la
diligencia es madre de la buena ventura, y la pereza, su
contraria, jamás llegó al término que pide un buen deseo. Este
último consejo que ahora darte quiero, puesto que no sirva
para adorno del cuerpo, quiero que le lleves muy en la memoria,
que creo que no te será de menos provecho que los que hasta
aquí te he dado; y es que jamás te pongas a disputar de linajes,
a lo menos, comparándolos entre sí, pues, por fuerza, en los que
se comparan uno ha de ser el mejor, y del que abatieres serás
aborrecido, y del que levantares en ninguna manera premiado.
Tu vestido será calza entera, ropilla larga, herreruelo un poco
más largo; greguescos, ni por pienso, que no les están bien ni a
los caballeros ni a los gobernadores. Por ahora, esto se me ha
ofrecido, Sancho, que aconsejarte; andará el tiempo, y, según
las ocasiones, así serán mis documentos, como tú tengas
cuidado de avisarme el estado en que te hallares.
1211
ni escribir, yo se los daré a mi confesor para que me los encaje
y recapacite cuando fuere menester.
1212
vales cuanto tienes, decía una mi agüela, y del hombre
arraigado no te verás vengado.
1213
-¿Qué mejores -dijo Sancho- que "entre dos muelas cordales
nunca pongas tus pulgares", y "a idos de mi casa y qué queréis
con mi mujer, no hay responder", y "si da el cántaro en la piedra
o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro", todos los cuales
vienen a pelo? Que nadie se tome con su gobernador ni con el
que le manda, porque saldrá lastimado, como el que pone el
dedo entre dos
1214
duque quién eres, diciéndole que toda esa gordura y esa
personilla que tienes no es otra cosa que un costal lleno de
refranes y de malicias.
-Por Dios, Sancho -dijo don Quijote-, que, por solas estas
últimas razones que has dicho, juzgo que mereces ser
gobernador de mil ínsulas: buen natural tienes, sin el cual no
hay ciencia que valga; encomiéndate a Dios, y procura no errar
en la primera intención; quiero decir que siempre tengas intento
y firme propósito de acertar en cuantos negocios te ocurrieren,
porque siempre favorece el cielo los buenos deseos. Y vámonos
a comer, que creo que ya estos señores nos aguardan.
1215
Capítulo XLIV: Cómo Sancho Panza fue llevado al gobierno, y
de la estraña aventura que en el castillo sucedió a don Quijote
1216
mostrara bien al descubierto cuando, por sí solas, sin arrimarse
a las locuras de don Quijote ni a las sandeces de Sancho,
salieran a luz. Y así, en esta segunda parte no quiso ingerir
novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo
pareciesen, nacidos de los mesmos sucesos que la verdad
ofrece; y aun éstos, limitadamente y con solas las palabras que
bastan a declararlos; y, pues se contiene y cierra en los
estrechos límites de la narración, teniendo habilidad, suficiencia
y entendimiento para tratar del universo todo, pide no se
desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que
escribe, sino por lo que ha dejado de escribir.
1217
pues, que acaeció que, así como Sancho vio al tal mayordomo,
se le figuró en su rostro el mesmo de la Trifaldi, y, volviéndose a
su señor, le dijo:
1218
-Así lo has de hacer, Sancho -dijo don Quijote-, y darásme aviso
de todo lo que en este caso descubrieres y de todo aquello que
en el gobierno te sucediere.
1219
por la ausencia de Sancho, que escuderos, dueñas y doncellas
había en su casa que le servirían muy a satisfación de su deseo.
1220
no que una doncella; no soy yo persona, que por mí se ha de
descabalar la decencia del señor don Quijote; que, según se me
ha traslucido, la que más campea entre sus muchas virtudes es
la de la honestidad. Desnúdese vuesa merced y vístase a sus
solas y a su modo, como y cuando quisiere, que no habrá quien
lo impida, pues dentro de su aposento hallará los vasos
necesarios al menester del que duerme a puerta cerrada,
porque ninguna natural necesidad le obligue a que la abra. Viva
mil siglos la gran Dulcinea del Toboso, y sea su nombre
estendido por toda la redondez de la tierra, pues mereció ser
amada de tan valiente y tan honesto caballero, y los benignos
cielos infundan en el corazón de Sancho Panza, nuestro
gobernador, un deseo de acabar presto sus diciplinas, para que
vuelva a gozar el mundo de la belleza de tan gran señora.
1221
-No siento ninguno, señora -respondió don Quijote-, porque
osaré jurar a Vuestra Excelencia que en mi vida he subido sobre
bestia más reposada ni de mejor paso que Clavileño; y no sé yo
qué le pudo mover a Malambruno para deshacerse de tan
ligera y tan gentil cabalgadura, y abrasarla así, sin más ni más.
1222
adarme de seda verde una onza de plata; digo seda verde
porque las medias eran verdes.
¿Por qué sus cuellos, por la mayor parte, han de ser siempre
escarolados, y no abiertos con molde?'' Y en esto se echará de
ver que es antiguo el uso del almidón y de los cuellos abiertos. Y
prosiguió: ''¡Miserable del bien nacido que va dando pistos a su
honra, comiendo mal y a puerta cerrada, haciendo hipócrita al
palillo de dientes con que sale a la calle después de no haber
comido cosa que le obligue a limpiárselos! ¡Miserable de aquel,
digo, que tiene la honra espantadiza, y piensa que desde una
1223
legua se le descubre el remiendo del zapato, el trasudor del
sombrero, la hilaza del herreruelo y la hambre de su estómago!''
1224
-No des en eso, Altisidora amiga -respondieron-, que sin duda
la duquesa y cuantos hay en esa casa duermen, si no es el
señor de tu corazón y el despertador de tu alma, porque ahora
sentí que abría la ventana de la reja de su estancia, y sin duda
debe de estar despierto; canta, lastimada mía, en tono bajo y
suave al son de tu arpa, y, cuando la duquesa nos sienta, le
echaremos la culpa al calor que hace.
1225
deseaban sino que don Quijote las oyese. Recorrida, pues, y
afinada la arpa, Altisidora dio principio a este romance:
a una tigre y fiera brava. Por esto será famosa desde Henares a
Jarama,
1226
y diera encima una saya de las más gayadas mías,
No mires de tu Tarpeya
1227
que, en pie, por el suelo arrastran.
y Altisidora me llaman.
1228
y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las livianas y
las de peor linaje; para ser yo suyo, y no de otra alguna, me
arrojó la naturaleza al mundo. Llore o cante Altisidora;
desespérese Madama, por quien me aporrearon en el castillo
del moro encantado, que yo tengo de ser de Dulcinea, cocido o
asado, limpio, bien criado y honesto, a pesar de todas las
potestades hechiceras de la tierra.
1229
puntos en la narración del gobierno del gran Sancho Panza; que
sin ti, yo me siento tibio, desmazalado y confuso.
1230
el pulso del ingenio de su nuevo gobernador; y así, o se alegra o
se entristece con su venida.
1231
responderé lo mejor que supiere, ora se entristezca o no se
entristezca el pueblo.
1232
-De buena gana -respondió el sastre.
-He aquí las cinco caperuzas que este buen hombre me pide, y
en Dios y en mi conciencia que no me ha quedado nada del
paño, y yo daré la obra a vista de veedores del oficio.
1233
una y muchas veces, y no solamente no me los vuelve, pero me
los niega y dice que nunca tales diez escudos le presté, y que si
se los presté, que ya me los ha vuelto. Yo no tengo testigos ni
del prestado ni de la vuelta, porque no me los ha vuelto; querría
que vuestra merced le tomase juramento, y si jurare que me los
ha vuelto, yo se los perdono para aquí y para delante de Dios.
-¿Qué decís vos a esto, buen viejo del báculo? -dijo Sancho. A lo
que dijo el viejo:
1234
juzgado. Visto lo cual Sancho, y que sin más ni más se iba, y
viendo también la paciencia del demandante, inclinó la cabeza
sobre el pecho, y, poniéndose el índice de la mano derecha
sobre las cejas y las narices, estuvo como pensativo un
pequeño espacio, y luego alzó la cabeza y mandó que le
llamasen al viejo del báculo, que ya se había ido. Trujéronsele, y,
en viéndole Sancho, le dijo:
1235
báculo, en tanto que hacía el juramento, y jurar que se los había
dado real y verdaderamente, y que, en acabando de jurar, le
tornó a pedir el báculo, le vino a la imaginación que dentro dél
estaba la paga de lo que pedían. De donde se podía colegir que
los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los
encamina Dios en sus juicios; y más, que él había oído contar
otro caso como aquél al cura de su lugar, y que él tenía tan
gran memoria, que, a no olvidársele todo aquello de que quería
acordarse, no hubiera tal memoria en toda la ínsula.
1236
en el fuego, o como la lana entre las zarzas, para que este buen
hombre llegase ahora con sus manos limpias a manosearme.
1237
llevando la bolsa asida con entrambas manos, aunque primero
miró si era de plata la moneda que llevaba dentro.
1238
bastantes a sacármela de las uñas, ni aun garras de leones:
antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes!
1239
quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencias de su
nuevo gobernador. Todo lo cual, notado de su coronista, fue
luego escrito al duque, que con gran deseo lo estaba
esperando. Y quédese aquí el buen Sancho, que es mucha la
priesa que nos da su amo, alborozado con la música de
Altisidora.
1240
tahelí de sus hombros con su buena y tajadora espada, asió un
gran rosario que consigo contino traía, y con gran prosopopeya
y contoneo salió a la antesala, donde el duque y la duquesa
estaban ya vestidos y como esperándole; y, al pasar por una
galería, estaban aposta esperándole Altisidora y la otra
doncella su amiga, y, así como Altisidora vio a don Quijote,
fingió desmayarse, y su amiga la recogió en sus faldas, y con
gran presteza la iba a desabrochar el pecho. Don Quijote, que lo
vio, llegándose a ellas, dijo:
1241
bien apartado, cuando, volviendo en sí la desmayada Altisidora,
dijo a su compañera:
1242
Suele el coser y el labrar,
y los que en la corte andan, requiébranse con las libres, con las
honestas se casan. Hay amores de levante,
1243
corredor que sobre la reja de don Quijote a plomo caía,
descolgaron un cordel donde venían más de cien cencerros
asidos, y luego, tras ellos, derramaron un gran saco de gatos,
que asimismo traían cencerros menores atados a las colas. Fue
tan grande el ruido de los cencerros y el mayar de los gatos,
que, aunque los duques habían sido inventores de la burla,
1244
los mayores gritos que pudo. Oyendo lo cual el duque y la
duquesa, y considerando lo que podía ser, con mucha presteza
acudieron a su estancia, y, abriendo con llave maestra, vieron al
pobre caballero pugnando con todas sus fuerzas por arrancar
el gato de su rostro. Entraron con luces y vieron la desigual
pelea; acudió el duque a despartirla, y don Quijote dijo a voces:
1245
A todo esto no respondió don Quijote otra palabra si no fue dar
un profundo suspiro, y luego se tendió en su lecho,
agradeciendo a los duques la merced,
1246
Cesó la música, sentóse Sancho a la cabecera de la mesa,
porque no había más de aquel asiento, y no otro servicio en
toda ella. Púsose a su lado en pie un personaje, que después
mostró ser médico, con una varilla de ballena en la mano.
Levantaron una riquísima y blanca toalla con que estaban
cubiertas las frutas y mucha diversidad de platos de diversos
manjares; uno que parecía estudiante echó la bendición, y un
paje puso un babador randado a Sancho; otro que hacía el
oficio de maestresala, llegó un plato de fruta delante; pero,
apenas hubo comido un bocado, cuando el de la varilla tocando
con ella en el plato, se le quitaron de delante con grandísima
celeridad; pero el maestresala le llegó otro de otro manjar. Iba
a probarle Sancho; pero, antes que llegase a él ni le gustase, ya
la varilla había tocado en él, y un paje alzádole con tanta
presteza como el de la fruta.
1247
y cenas, y a dejarle comer de lo que me parece que le conviene,
y a quitarle lo que imagino que le ha de hacer daño
1248
señor doctor y él más me diga, antes será quitarme la vida que
aumentármela.
Y Sancho dijo:
1249
ciento de cañutillos de suplicaciones y unas tajadicas subtiles
de carne de membrillo, que le asienten el estómago y le ayuden
a la digestión.
1250
denme de comer, o si no, tómense su gobierno, que oficio que
no da de comer a su dueño no vale dos habas.
-Con esa añadidura -dijo Sancho-, bien podéis ser secretario del
mismo
1251
despejar la sala, y que no quedasen en ella sino el mayordomo
y el maestresala, y los demás y el médico se fueron; y luego el
secretario leyó la carta, que así decía:
1252
-No lo niego -respondió Sancho-, y por ahora denme un pedazo
de pan y obra de cuatro libras de uvas, que en ellas no podrá
venir veneno; porque, en efecto, no puedo pasar sin comer, y si
es que hemos de estar prontos para estas batallas que nos
amenazan, menester será estar bien mantenidos, porque tripas
llevan corazón, que no corazón tripas. Y vos, secretario,
responded al duque mi señor y decidle que se cumplirá lo que
manda como lo manda, sin faltar punto; y daréis de mi parte un
besamanos a mi señora la duquesa, y que le suplico no se le
olvide de enviar con un propio mi carta y mi lío a mi mujer
Teresa Panza, que en ello recibiré mucha merced, y tendré
cuidado de servirla con todo lo que mis fuerzas alcanzaren; y de
camino podéis encajar un besamanos a mi señor don Quijote de
la Mancha, porque vea que soy pan agradecido; y vos, como
buen secretario y como buen vizcaíno, podéis añadir todo lo
que quisiéredes y más viniere a cuento. Y álcense estos
manteles, y denme a mí de comer, que yo me avendré con
cuantas espías y matadores y
1253
semejantes horas como éstas no son en las que han de venir a
negociar? ¿Por ventura los que gobernamos, los que somos
jueces, no somos hombres de carne y de hueso, y que es
menester que nos dejen descansar el tiempo que la necesidad
pide, sino que quieren que seamos hechos de piedra mármol?
Por Dios y en mi conciencia que si me dura el gobierno (que no
durará, según se me trasluce), que yo ponga en pretina a más
de un negociante. Agora decid a ese buen hombre que entre;
pero adviértase primero no sea alguno de los espías, o matador
mío.
1254
-¿Quién es aquí el señor gobernador?
pueblo.
1255
-De modo -dijo Sancho- que si vuestra mujer no se hubiera
muerto, o la hubieran muerto, vos no fuérades agora viudo.
1256
milagrosos, porque son jaspeados de azul y verde y
aberenjenado; y perdóneme el señor gobernador si por tan
menudo voy pintando las partes de la que al fin al fin ha de ser
mi hija, que la quiero bien y no me parece mal.
1257
haga, pues no somos desiguales en los bienes de fortuna, ni en
los de la naturaleza; porque, para decir la verdad, señor
gobernador, mi hijo es endemoniado, y no hay día que tres o
cuatro veces no le atormenten los malignos espíritus; y de haber
caído una vez en el fuego, tiene el rostro arrugado como
pergamino, y los ojos algo llorosos y manantiales; pero tiene
una condición de un ángel, y si no es que se aporrea y se da de
puñadas él mesmo a sí mesmo, fuera un bendito.
1258
ducados?; y ¿dónde los tengo yo, hediondo?; y ¿por qué te los
había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato?; y ¿qué
se me da a mí de Miguel Turra, ni de todo el linaje de los
Perlerines? ¡Va de mí, digo; si no, por vida del duque mi señor,
que haga lo que tengo dicho! Tú no debes de ser de Miguel
Turra, sino algún socarrón que, para tentarme, te ha enviado
aquí el infierno. Dime, desalmado, aún no ha día y medio que
tengo el gobierno, y ¿ya quieres que tenga seiscientos
ducados?
1259
Además estaba mohíno y malencólico el mal ferido don Quijote,
vendado el rostro y señalado, no por la mano de Dios, sino por
las uñas de un gato, desdichas anejas a la andante caballería.
Seis días estuvo sin salir en público, en una noche de las cuales,
estando despierto y desvelado, pensando en sus desgracias y
en el perseguimiento de Altisidora, sintió que con una llave
abrían la puerta de su aposento, y luego imaginó que la
enamorada doncella venía para sobresaltar su honestidad y
ponerle en condición de faltar a la fee que guardar debía a su
señora Dulcinea del Toboso.
1260
Clavó los ojos en la puerta, y, cuando esperaba ver entrar por
ella a la rendida y lastimada Altisidora, vio entrar a una
reverendísima dueña con unas tocas blancas repulgadas y
luengas, tanto, que la cubrían y enmantaban desde los pies a la
cabeza. Entre los dedos de la mano izquierda traía una media
vela
1261
-Conjúrote, fantasma, o lo que eres, que me digas quién eres, y
que me digas qué es lo que de mí quieres. Si eres alma en pena,
dímelo, que yo haré por ti todo cuanto mis fuerzas alcanzaren,
porque soy católico cristiano y amigo de hacer bien a todo el
mundo; que para esto tomé la orden de la caballería andante
que profeso, cuyo ejercicio aun hasta hacer bien a las ánimas
de purgatorio se estiende.
1262
-¿Yo recado de nadie, señor mío? -respondió la dueña-. Mal me
conoce vuestra merced; sí, que aún no estoy en edad tan
prolongada que me acoja a semejantes niñerías, pues, Dios
loado, mi alma me tengo en las carnes, y todos
1263
caer donde nunca he tropezado? Y, en casos semejantes, mejor
es huir que esperar la batalla.
1264
-Eso mesmo es bien que yo pregunte, señora -respondió don
Quijote-; y así, pregunto si estaré yo seguro de ser acometido y
forzado.
1265
-Puede vuesa merced ahora, mi señora doña Rodríguez,
descoserse y desbuchar todo aquello que tiene dentro de su
cuitado corazón y lastimadas entrañas, que será de mí
escuchada con castos oídos, y socorrida con piadosas obras.
«Es, pues, el caso, señor don Quijote, que, aunque vuesa merced
me vee sentada en esta silla y en la mitad del reino de Aragón,
y en hábito de dueña aniquilada y asendereada, soy natural de
las Asturias de Oviedo, y de linaje que atraviesan por él muchos
de los mejores de aquella provincia; pero mi corta suerte y el
descuido de mis padres, que empobrecieron antes de tiempo,
sin saber cómo ni cómo no, me trujeron a la corte, a Madrid,
donde por bien de paz y por escusar mayores desventuras, mis
padres me acomodaron a servir de doncella de labor a una
principal señora; y quiero hacer sabidor a vuesa merced que en
hacer vainillas y labor blanca ninguna me ha echado el pie
adelante en toda la vida. Mis padres me dejaron sirviendo y se
volvieron a su tierra, y de allí a pocos años se debieron de ir al
cielo, porque eran además buenos y católicos cristianos. Quedé
huérfana, y atenida al miserable salario y a las angustiadas
mercedes que a las tales criadas se suele dar en palacio; y, en
este tiempo, sin que diese yo ocasión a ello, se enamoró de mi
un escudero de casa, hombre ya en días, barbudo y
apersonado, y, sobre todo, hidalgo como el
1266
rey, porque era montañés. No tratamos tan secretamente
nuestros amores que no viniesen a noticia de mi señora, la cual,
por escusar dimes y diretes, nos casó en paz y en haz de la
Santa Madre Iglesia Católica Romana, de cuyo matrimonio
nació una hija para rematar con mi ventura, si alguna tenía; no
porque yo muriese del parto, que le tuve derecho y en sazón,
sino porque desde allí a poco murió mi esposo de un cierto
espanto que tuvo, que, a tener ahora lugar para contarle, yo sé
que vuestra merced se admirara.»
1267
díjole: ''-Seguid, señor, vuestro camino, que yo soy el que debo
acompañar a mi señora doña Casilda'', que así era el nombre
de mi ama. Todavía porfiaba mi marido, con la gorra en la
mano, a querer ir acompañando al alcalde, viendo lo cual mi
señora, llena de cólera y enojo, sacó un alfiler gordo, o creo que
un punzón, del estuche, y clavósele por los lomos, de manera
que mi marido dio una gran voz y torció el cuerpo, de suerte
que dio con su señora en el suelo. Acudieron dos lacayos suyos
a levantarla, y lo mismo hizo el alcalde y los alguaciles;
alborotóse la Puerta de Guadalajara, digo, la gente baldía que
en ella estaba; vínose a pie mi ama, y mi marido acudió en casa
de un barbero diciendo que llevaba pasadas de parte a parte
las entrañas.
1268
calandria, danza como el pensamiento, baila como una perdida,
lee y escribe como un maestro de escuela, y cuenta como un
avariento. De su limpieza no digo nada: que el agua que corre
no es más limpia, y debe de tener agora, si mal no me acuerdo,
diez y seis años, cinco meses y tres días, uno más a menos. En
resolución: de esta mi muchacha se enamoró un hijo de un
labrador riquísimo que está en una aldea del duque mi señor,
no muy lejos de aquí. En efecto, no sé cómo ni cómo no, ellos se
juntaron, y, debajo de la palabra de ser su esposo, burló a mi
hija, y no se la quiere cumplir; y, aunque el duque mi señor lo
sabe, porque yo me he quejado a él, no una, sino muchas veces,
y pedídole mande que el tal labrador se case con mi hija, hace
orejas de mercader y apenas quiere oírme; y es la causa que,
como el padre del burlador es tan rico y le presta dineros, y le
sale por fiador de sus trampas por momentos, no le quiere
descontentar ni dar pesadumbre en ningún modo.» Querría,
pues, señor mío, que vuesa merced tomase a cargo el deshacer
este agravio, o ya por ruegos, o ya por armas, pues, según todo
el mundo dice, vuesa merced nació en él para deshacerlos y
para enderezar los tuertos y amparar los miserables; y
póngasele a vuesa merced por delante la orfandad de mi hija,
su gentileza, su mocedad, con todas las buenas partes que he
dicho que tiene; que en Dios y en mi conciencia que de cuantas
doncellas tiene mi señora, que no hay ninguna que llegue a la
suela de su zapato, y que una que llaman Altisidora, que es la
que tienen por más desenvuelta y gallarda, puesta en
comparación de mi hija, no la llega con dos leguas. Porque
1269
quiero que sepa vuesa merced, señor mío, que no es todo oro lo
que reluce; porque esta Altisidorilla tiene más de presunción
que de hermosura, y más de desenvuelta que de recogida,
además que no está muy sana: que tiene un cierto allento
cansado, que no hay sufrir el estar junto a ella un momento. Y
aun mi señora la duquesa... Quiero callar, que se suele decir que
las paredes tienen oídos.
1270
fuentes, y en tales lugares, no deben de manar humor, sino
ámbar líquido.
1271
donde le dejaremos deseoso de saber quién había sido el
perverso encantador que tal le había puesto. Pero ello se dirá a
su tiempo, que Sancho Panza nos llama, y el buen concierto de
la historia lo pide.
1272
Negociante necio, negociante mentecato, no te apresures;
espera sazón y coyuntura para negociar: no vengas a la hora
del comer ni a la del dormir, que los jueces son de carne y de
hueso y han de dar a la naturaleza lo que naturalmente les pide,
si no es yo, que no le doy de comer a la mía, merced al señor
doctor Pedro Recio Tirteafuera, que está delante, que quiere
que muera de hambre, y afirma que esta muerte es vida, que
así se la dé Dios a él y a todos los de su ralea: digo, a la de los
malos médicos, que la de los buenos, palmas y lauros merecen.
1273
-Mirad, señor doctor: de aquí adelante no os curéis de darme a
comer cosas regaladas ni manjares esquisitos, porque será
sacar a mi estómago de sus quicios, el cual está acostumbrado
a cabra, a vaca, a tocino, a cecina, a nabos y a cebollas; y, si
acaso le dan otros manjares de palacio, los recibe con melindre,
y algunas veces con asco. Lo que el maestresala puede hacer
es traerme estas que llaman ollas podridas, que mientras más
podridas son, mejor huelen, y en ellas puede embaular y
encerrar todo lo que él quisiere, como sea de comer, que yo se
lo agradeceré y se lo pagaré algún día; y no se burle nadie
conmigo, porque o somos o no somos: vivamos todos y
comamos en buena paz compaña, pues, cuando Dios amanece,
para todos amanece. Yo gobernaré esta ínsula sin perdonar
derecho ni llevar cohecho, y todo el mundo traiga el ojo alerta y
mire por el virote, porque les hago saber que el diablo está en
Cantillana, y que, si me dan ocasión, han de ver maravillas. No,
sino haceos miel, y comeros han moscas.
1274
-Yo lo creo -respondió Sancho-, y serían ellos unos necios si otra
cosa hiciesen o pensasen. Y vuelvo a decir que se tenga cuenta
con mi sustento y con el de mi rucio, que es lo que en este
negocio importa y hace más al caso; y, en siendo hora, vamos a
rondar, que es mi intención limpiar esta ínsula de todo género
de inmundicia y de gente vagamunda, holgazanes, y mal
entretenida; porque quiero que sepáis, amigos, que la gente
baldía y perezosa es en la república lo mesmo que los zánganos
en las colmenas, que se comen la miel que las trabajadoras
abejas hacen. Pienso favorecer a los labradores, guardar sus
preeminencias a los hidalgos, premiar los virtuosos y, sobre
todo, tener respeto a la religión y a la honra de los religiosos.
1275
Aderezáronse de ronda; salió con el mayordomo, secretario y
maestresala, y el coronista que tenía cuidado de poner en
memoria sus hechos, y alguaciles y escribanos, tantos que
podían formar un mediano escuadrón. Iba Sancho en medio,
con su vara, que no había más que ver, y pocas calles andadas
del lugar, sintieron ruido de cuchilladas; acudieron allá, y
hallaron que eran dos solos hombres los que reñían, los cuales,
viendo venir a la justicia, se estuvieron quedos; y el uno dellos
dijo:
1276
salió de la casa. Yo vine despechado tras él, y con buenas y
corteses palabras le he pedido que me diese siquiera ocho
reales, pues sabe que yo soy hombre honrado y que no tengo
oficio ni beneficio, porque mis padres no me le enseñaron ni me
le dejaron, y el socarrón, que no es más ladrón que Caco, ni más
fullero que Andradilla, no quería darme más de cuatro reales;
¡porque vea vuestra merced, señor gobernador, qué poca
vergüenza y qué poca conciencia! Pero a fee que, si vuesa
merced no llegara, que yo le hiciera vomitar la ganancia, y que
había de saber con cuántas entraba la romana.
1277
vuestro acuchillador cien reales, y más, habéis de desembolsar
treinta para los pobres de la cárcel; y vos, que no tenéis oficio ni
beneficio y andáis de nones en esta ínsula, tomad luego esos
cien reales, y mañana en todo el día salid desta ínsula
desterrado por diez años, so pena, si lo quebrantáredes, los
cumpláis en la otra vida, colgándoos yo de una picota, o, a lo
menos, el verdugo por mi mandado; y ninguno me replique, que
le asentaré la mano.
1278
-Agora, escribano -dijo Sancho-, yo sé que hay mucho que decir
en eso. Y, en esto, llegó un corchete que traía asido a un mozo,
y dijo:
-Tejedor.
-Adonde sopla.
1279
-¡Bueno: respondéis muy a propósito! Discreto sois, mancebo;
pero haced cuenta que yo soy el aire, y que os soplo en popa, y
os encamino a la cárcel.
¡Asilde, hola, y llevadle, que yo haré que duerma allí sin aire esta
noche!
de la cárcel.
1280
-Ahora, señor gobernador -respondió el mozo con muy buen
donaire-, estemos a razón y vengamos al punto. Prosuponga
vuestra merced que me manda llevar a la cárcel, y que en ella
me echan grillos y cadenas, y que me meten en un calabozo, y
se le ponen al alcaide graves penas si me deja salir, y que él lo
cumple como se le manda; con todo esto, si yo no quiero
dormir, y estarme despierto toda la noche, sin pegar pestaña,
¿será vuestra merced bastante con todo su poder para
hacerme dormir, si yo no quiero?
-De modo -dijo Sancho- que no dejaréis de dormir por otra cosa
que por vuestra voluntad, y no por contravenir a la mía.
1281
Llegáronle a los ojos dos o tres lanternas, a cuyas luces
descubrieron un rostro de una mujer, al parecer, de diez y seis o
pocos más años, recogidos los cabellos con una redecilla de oro
y seda verde, hermosa como mil perlas. Miráronla de arriba
abajo, y vieron que venía con unas medias de seda encarnada,
con ligas de tafetán blanco y rapacejos de oro y aljófar; los
greguescos eran verdes, de tela de oro, y una saltaembarca o
ropilla de lo mesmo, suelta, debajo de la cual traía un jubón de
tela finísima de oro y blanco, y los zapatos eran blancos y de
hombre. No traía espada ceñida, sino una riquísima daga, y en
los dedos, muchos y muy buenos anillos.
1282
-No puedo, señor, decir tan en público lo que tanto me
importaba fuera secreto; una cosa quiero que se entienda: que
no soy ladrón ni persona facinorosa, sino una doncella
desdichada a quien la fuerza de unos celos ha hecho romper el
decoro que a la honestidad se debe.
1283
-Aún eso lleva camino -respondió el mayordomo-, que yo
conozco a Diego de la Llana, y sé que es un hidalgo principal y
rico, y que tiene un hijo y una hija, y que después que enviudó
no ha habido nadie en todo este lugar que pueda decir que ha
visto el rostro de su hija; que la tiene tan encerrada que no da
lugar al sol que la vea; y, con todo esto, la fama dice que es en
estremo hermosa.
1284
-«Es el caso, señores -respondió ella-, que mi padre me ha
tenido encerrada diez años ha, que son los mismos que a mi
madre come la tierra. En casa dicen misa en un rico oratorio, y
yo en todo este tiempo no he visto que el sol del cielo de día, y
la luna y las estrellas de noche, ni sé qué son calles, plazas, ni
templos, ni aun hombres, fuera de mi padre y de un hermano
mío, y de Pedro Pérez el arrendador, que, por entrar de
ordinario en mi casa, se me antojó decir que era mi padre, por
no declarar el mío.
1285
-Pocas me quedan por decir -respondió la doncella-, aunque
muchas lágrimas sí que llorar, porque los mal colocados deseos
no pueden traer consigo otros descuentos que los semejantes.
1286
desbaratado discurso, hemos rodeado todo el pueblo, y cuando
queríamos volver a casa, vimos venir un gran tropel de gente, y
mi hermano me dijo: ''Hermana, ésta debe de ser la ronda:
aligera los pies y pon alas en ellos, y vente tras mí corriendo,
porque no nos conozcan, que nos será mal contado''. Y,
diciendo esto, volvió las espaldas y comenzó, no digo a correr,
sino a volar; yo, a menos de seis pasos, caí, con el sobresalto, y
entonces llegó el ministro de la justicia que me trujo ante
vuestras mercedes, adonde, por mala y antojadiza, me veo
avergonzada ante tanta gente.»
1287
que recibió gran gusto el enamorado maestresala. Pero el
gobernador les dijo:
1288
los estaba esperando, y les abrió la puerta, y ellos se entraron,
dejando a todos admirados, así de su gentileza y hermosura
como del deseo que tenían de ver mundo, de noche y sin salir
del lugar; pero todo lo atribuyeron a su poca edad.
1289
con tanto silencio, que la buena Rodríguez no lo echó de ver; y,
así como la dueña la vio entrar en la estancia de don Quijote,
porque no faltase en ella la general costumbre que todas las
dueñas tienen de ser chismosas, al momento lo fue a poner en
pico a su señora la duquesa, de cómo doña Rodríguez quedaba
en el
1290
desencanto -que tenía bien olvidado Sancho Panza con la
ocupación de su gobierno- a Teresa Panza, su mujer, con la
carta de su marido, y con otra suya, y con una gran sarta de
corales ricos presentados.
1291
-Venga vuesa merced, que a la entrada del pueblo está nuestra
casa, y mi madre en ella, con harta pena por no haber sabido
muchos días ha de mi señor padre.
-Pues yo se las llevo tan buenas -dijo el paje- que tiene que dar
bien gracias a Dios por ellas.
-Salga, madre Teresa, salga, salga, que viene aquí un señor que
trae cartas y otras cosas de mi buen padre.
1292
-Déme vuestra merced sus manos, mi señora doña Teresa, bien
así como mujer legítima y particular del señor don Sancho
Panza, gobernador propio de la ínsula Barataria.
1293
-Léamela vuesa merced, señor gentilhombre -dijo Teresa-,
porque, aunque yo
Amiga Teresa:
1294
Ahí le envío, querida mía, una sarta de corales con estremos de
oro; yo me holgara que fuera de perlas orientales, pero quien te
da el hueso, no te querría ver muerta: tiempo vendrá en que nos
conozcamos y nos comuniquemos, y Dios sabe lo que será.
Encomiéndeme a Sanchica, su hija, y dígale de mi parte que se
apareje, que la tengo de casar altamente cuando menos lo
piense.
1295
maravilla. Y por ahora, Sanchica, atiende a que se regale este
señor: pon en orden este
1296
pandero; y, encontrándose acaso con el cura y Sansón
Carrasco, comenzó a bailar y a decir:
Y dioles las cartas. Leyólas el cura de modo que las oyó Sansón
Carrasco, y Sansón y el cura se miraron el uno al otro, como
admirados de lo que habían leído; y preguntó el bachiller quién
había traído aquellas cartas.
1297
-Por el hábito que tengo, que no sé qué me diga ni qué me
piense de estas cartas y destos presentes: por una parte, veo y
toco la fineza de estos corales, y
por otra, leo que una duquesa envía a pedir dos docenas de
bellotas.
1298
pedir bellotas a una labradora, pero que le acontecía enviar a
pedir un peine prestado a una vecina suya. Porque quiero que
sepan vuestras mercedes que las señoras de Aragón, aunque
son tan principales, no son tan puntuosas y levantadas como
las señoras castellanas; con más llaneza tratan con las gentes.
¿No es bueno sino que desde que nací tengo deseo de ver a mi
padre con calzas atacadas?
-Señor cura, eche cata por ahí si hay alguien que vaya a
Madrid, o a Toledo,
1299
para que me compre un verdugado redondo, hecho y derecho,
y sea al uso y de los mejores que hubiere; que en verdad en
verdad que tengo de honrar el gobierno de mi marido en
cuanto yo pudiere, y aun que si me enojo, me tengo de ir a esa
corte, y echar un coche, como todas; que la que tiene marido
gobernador muy bien le puede traer y sustentar.
1300
-Y ¿qué se me da a mí -añadió Sanchica- que diga el que
quisiere cuando me vea entonada y fantasiosa: "Viose el perro
en bragas de cerro...", y lo demás?
-Yo no puedo creer sino que todos los deste linaje de los Panzas
nacieron cada uno con un costal de refranes en el cuerpo:
ninguno dellos he visto que no los derrame a todas horas y en
todas las pláticas que tienen.
1301
verdadero, y que el señor Sancho Panza es gobernador
efectivo, y que mis señores duque y duquesa pueden dar, y han
dado, el tal gobierno; y que he oído decir que en él se porta
valentísimamente el tal Sancho Panza; si en esto hay
encantamento o no, vuestras mercedes lo disputen allá entre
ellos, que yo no sé otra cosa, para el juramento que hago, que
es por vida de mis padres, que los tengo vivos y los amo y los
quiero mucho.
1302
cuando Sancho, Sancha, y cuando gobernador, señora, y no sé
si diga algo.
1303
Amaneció el día que se siguió a la noche de la ronda del
gobernador, la cual el maestresala pasó sin dormir, ocupado el
pensamiento en el rostro, brío y belleza de la disfrazada
doncella; y el mayordomo ocupó lo que della faltaba en escribir
a sus señores lo que Sancho Panza hacía y decía, tan admirado
de sus hechos como de sus dichos: porque andaban mezcladas
sus palabras y sus acciones, con asomos discretos y tontos.
1304
estaba una puente, y al cabo della, una horca y una como casa
de audiencia, en la cual de ordinario había cuatro jueces que
juzgaban la ley que puso el dueño del río, de la puente y del
señorío, que era en esta forma: "Si alguno pasare por esta
puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué
va; y si jurare verdad, déjenle pasar; y si dijere mentira, muera
por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión
alguna". Sabida esta ley y la rigurosa condición della, pasaban
muchos, y luego en lo que juraban se echaba de ver que decían
verdad, y los jueces los dejaban pasar libremente. Sucedió,
pues, que, tomando juramento a un hombre, juró y dijo que
para el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca
que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el
juramento y dijeron:
1305
A lo que respondió Sancho:
1306
-Venid acá, señor buen hombre -respondió Sancho-; este
pasajero que decís, o yo soy un porro, o él tiene la misma razón
para morir que para vivir y pasar la puente; porque si la verdad
le salva, la mentira le condena igualmente; y, siendo esto así,
como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a mí
os enviaron que, pues están en un fil las razones de condenarle
o asolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es
alabado más el hacer bien que mal, y esto lo diera firmado de
mi nombre, si supiera firmar; y yo en este caso no he hablado
de mío, sino que se me vino a la memoria un precepto, entre
otros muchos que me dio mi amo don Quijote la noche antes
que viniese a ser gobernador desta ínsula: que fue que, cuando
la justicia estuviese en duda, me decantase y acogiese a la
misericordia; y ha querido Dios que agora se me acordase, por
venir en este caso como de molde.
1307
Cumplió su palabra el mayordomo, pareciéndole ser cargo de
conciencia matar de hambre a tan discreto gobernador; y más,
que pensaba concluir con él aquella misma noche haciéndole la
burla última que traía en comisión de hacerle.
Sucedió, pues, que, habiendo comido aquel día contra las reglas
y aforismos del doctor Tirteafuera, al levantar de los manteles,
entró un correo con una carta de don Quijote para el
gobernador. Mandó Sancho al secretario que la leyese para sí, y
que si no viniese en ella alguna cosa digna de secreto, la leyese
en voz alta. Hízolo así el secretario, y, repasándola primero, dijo:
-Bien se puede leer en voz alta, que lo que el señor don Quijote
escribe a vuestra merced merece estar estampado y escrito con
letras de oro, y dice así:
1308
a la medida de lo que su humilde condición le inclina. Vístete
bien, que un palo compuesto no parece palo. No digo que
traigas dijes ni galas, ni que siendo juez te vistas como soldado,
sino que te adornes con el hábito que tu oficio requiere, con tal
que sea limpio y bien compuesto.
1309
consuela a los presos, que esperan la brevedad de su despacho;
es coco a los carniceros, que por entonces igualan los pesos, y
es espantajo a las placeras, por la misma razón. No te
muestres, aunque por ventura lo seas -lo cual yo no creo-,
codicioso, mujeriego ni glotón; porque, en sabiendo el pueblo y
los que te tratan tu inclinación determinada, por allí te darán
batería, hasta derribarte en el profundo de la perdición.
1310
Avísame si el mayordomo que está contigo tuvo que ver en las
acciones de la Trifaldi, como tú sospechaste, y de todo lo que te
sucediere me irás dando aviso, pues es tan corto el camino;
cuanto más, que yo pienso dejar presto esta vida ociosa en que
estoy, pues no nací para ella.
1311
así, las traigo tan crecidas cual Dios lo remedie. Digo esto,
señor mío de mi alma, porque vuesa merced no se espante si
hasta agora no he dado aviso de mi bien o mal estar en este
gobierno, en el cual tengo más hambre que cuando andábamos
los dos por las selvas y por los despoblados.
1312
gobernadores que a esta ínsula suelen venir, antes de entrar en
ella, o les han dado o les han prestado los del pueblo muchos
dineros, y que ésta es ordinaria usanza en los demás que van a
gobiernos, no solamente en éste.
1313
muy satisfecho, y procuraré de mostrarme agradecido a su
tiempo: bésele vuestra merced las manos de mi parte, diciendo
que digo yo que no lo ha echado en saco roto, como lo verá por
la obra.
1314
Criado de vuestra merced, Sancho Panza, el Gobernador.
1315
ladrones y la salud borracha. En resolución: él ordenó cosas tan
buenas que hasta hoy se guardan en aquel lugar, y se nombran
Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza.
1316
miraban; y, aunque los duques pensaron que sería alguna burla
que sus criados querían hacer a don Quijote, todavía, viendo
con el ahínco que la mujer suspiraba, gemía y lloraba, los tuvo
dudosos y suspensos, hasta que don Quijote, compasivo, la
levantó del suelo y hizo que se descubriese y quitase el manto
de sobre la faz llorosa.
1317
querida y amada fija, que es esta desdichada que aquí está
presente, y vos me habedes prometido de volver por ella,
enderezándole el tuerto que le tienen fecho, y agora ha llegado
a mi noticia que os queredes partir deste castillo, en busca de
las buenas venturas que Dios os depare; y así, querría que,
antes que os escurriésedes por esos caminos, desafiásedes a
este rústico indómito, y le hiciésedes que se casase con mi hija,
en cumplimiento de la palabra que le dio de ser su esposo,
antes y primero que yogase con ella; porque pensar que el
duque mi señor me ha de hacer justicia es pedir peras al olmo,
por la ocasión que ya a vuesa merced en puridad tengo
declarada. Y con esto, Nuestro Señor dé a vuesa merced mucha
salud, y a nosotras no nos desampare.
1318
castigar a los soberbios; quiero decir: acorrer a los miserables y
destruir a los rigurosos.
1319
plazo de allí a seis días; y el campo, en la plaza de aquel castillo;
y las armas, las acostumbradas de los caballeros: lanza y
escudo, y arnés tranzado, con todas las demás piezas, sin
engaño, superchería o superstición alguna, examinadas y vistas
por los jueces del campo.
1320
sucedido en su viaje; y, preguntándoselo, respondió el paje que
no lo podía decir tan en público ni con breves palabras: que sus
excelencias fuesen servidos de dejarlo para a solas, y que
entretanto se entretuviesen con aquellas cartas. Y, sacando dos
cartas, las puso en manos de la duquesa. La una decía en el
sobreescrito: Carta para mi señora la duquesa tal, de no sé
dónde, y la otra: A mi marido Sancho Panza, gobernador de la
ínsula Barataria, que Dios prospere más años que a mí. No se le
cocía el pan, como suele decirse, a la duquesa hasta leer su
carta, y abriéndola y leído para sí, y viendo que la podía leer en
voz alta para
1321
pueden imaginar para qué gobierno pueda ser bueno. Dios lo
haga, y lo encamine como vee que lo han menester sus hijos.
1322
lo que hubiere que avisar deste lugar, donde quedo rogando a
Nuestro Señor guarde a vuestra grandeza, y a mí no olvide.
Sancha, mi hija, y mi hijo besan a vuestra merced las manos.
1323
pastor de cabras había de venir a ser gobernador de ínsulas?
Ya sabes tú, amigo, que decía mi madre que era menester vivir
mucho para ver mucho: dígolo porque pienso ver más si vivo
más; porque no pienso parar hasta verte arrendador o
alcabalero, que son oficios que, aunque lleva el diablo a quien
mal los usa, en fin en fin, siempre tienen y manejan dineros. Mi
señora la duquesa te dirá el deseo que tengo de ir a la corte;
mírate en ello, y avísame de tu gusto, que yo procuraré honrarte
en ella andando en coche.
Las nuevas deste lugar son que la Berrueca casó a su hija con
un pintor de mala mano, que llegó a este pueblo a pintar lo que
saliese; mandóle el Concejo pintar las armas de Su Majestad
sobre las puertas del Ayuntamiento, pidió dos ducados,
diéronselos adelantados, trabajó ocho días, al cabo de los
cuales no pintó nada, y dijo que no acertaba a pintar tantas
baratijas; volvió el dinero, y, con todo eso, se casó a título de
1324
buen oficial; verdad es que ya ha dejado el pincel y tomado el
azada, y va al campo como gentilhombre. El hijo de Pedro de
Lobo se ha ordenado de grados y corona, con intención de
hacerse clérigo; súpolo Minguilla, la nieta de Mingo Silvato, y
hale puesto demanda de que la tiene dada palabra de
casamiento; malas lenguas quieren decir que ha estado encinta
dél, pero él lo niega a pies juntillas.
1325
que Sancho enviaba a don Quijote, que asimesmo se leyó
públicamente, la cual puso en duda la sandez del gobernador.
''Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre
en un estado es pensar en lo escusado; antes parece que ella
anda todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al
verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al
invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el
tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a su
fin ligera más que el tiempo, sin esperar renovarse si no es en la
otra, que no tiene términos que la limiten''. Esto dice Cide
1326
Hamete, filósofo mahomético; porque esto de entender la
ligereza e instabilidad de la vida presente, y de la duración de la
eterna que se espera, muchos sin lumbre de fe, sino con la luz
natural, lo han entendido; pero aquí, nuestro autor lo dice por la
presteza con que se acabó, se
1327
-¡Arma, arma, señor gobernador, arma!; que han entrado
infinitos enemigos en la ínsula, y somos perdidos si vuestra
industria y valor no nos socorre.
1328
doblar las rodillas ni menearse un solo paso. Pusiéronle en las
manos una lanza, a la cual se arrimó para poder tenerse en pie.
Cuando así le tuvieron, le dijeron que caminase, y los guiase y
animase a todos; que, siendo él su norte, su lanterna y su lucero,
tendrían buen fin sus negocios.
-Ande, señor gobernador -dijo otro-, que más el miedo que las
tablas le impiden el paso; acabe y menéese, que es tarde, y los
enemigos crecen, y las voces se aumentan y el peligro carga.
1329
encogiera, metiendo la cabeza entre los paveses, lo pasara muy
mal el pobre gobernador, el cual, en aquella estrecheza
recogido, sudaba y trasudaba, y de todo corazón se
encomendaba a Dios que de aquel peligro le sacase.
-¡Aquí de los nuestros, que por esta parte cargan más los
enemigos! ¡Aquel portillo se guarde, aquella puerta se cierre,
aquellas escalas se tranquen!
1330
vencimiento y a repartir los despojos que se han tomado a los
enemigos, por el valor dese invencible brazo!
1331
otros pensamientos que los que me daban los cuidados de
remendar vuestros aparejos y de sustentar vuestro corpezuelo,
dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero, después que
os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la
soberbia, se me han entrado por el alma adentro mil miserias,
mil trabajos y cuatro mil desasosiegos.
1332
invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del
gobierno entre sábanas de holanda y vestirme de martas
cebollinas. Vuestras mercedes se queden con Dios, y digan al
duque mi señor que, desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo
ni gano; quiero decir, que sin blanca entré en este gobierno y
sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los
gobernadores de otras ínsulas. Y apártense: déjenme ir, que me
voy a bizmar; que creo que tengo brumadas todas las costillas,
merced a los enemigos que esta noche se han paseado sobre
mí.
No son estas burlas para dos veces. Por Dios que así me quede
en éste, ni admita otro gobierno, aunque me le diesen entre dos
platos, como volar al cielo sin alas. Yo soy del linaje de los
Panzas, que todos son testarudos, y si una vez dicen nones,
nones han de ser, aunque sean pares, a pesar de todo el
mundo. Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga,
que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos y
otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano,
1333
que, si no le adornaren zapatos picados de cordobán, no le
faltarán alpargatas toscas de cuerda.
-Par Dios que tiene razón el gran Sancho -dijo el doctor Recio-,
y que soy de parecer que le dejemos ir, porque el duque ha de
gustar infinito de verle.
1334
persona y para la comodidad de su viaje. Sancho dijo que no
quería más de un poco de cebada para el rucio y medio queso y
medio pan para él; que, pues el camino era tan corto, no había
menester mayor ni mejor repostería. Abrazáronle todos, y él,
llorando, abrazó a todos, y los dejó admirados, así de sus
razones como de su determinación tan resoluta y tan discreta.
De allí a dos días dijo el duque a don Quijote como desde allí a
cuatro vendría su contrario, y se presentaría en el campo,
armado como caballero, y sustentaría como la doncella mentía
por mitad de la barba, y aun por toda la barba entera, si se
afirmaba que él le hubiese dado palabra de casamiento. Don
1335
Quijote recibió mucho gusto con las tales nuevas, y se prometió
a sí mismo de hacer maravillas en el caso, y tuvo a gran ventura
habérsele ofrecido ocasión donde aquellos señores pudiesen
ver hasta dónde se estendía el valor de su poderoso brazo; y
así, con alborozo y contento, esperaba los cuatro días, que se le
iban haciendo, a la cuenta de su deseo, cuatrocientos siglos.
1336
medio queso, de que venía proveído, y dióselo, diciéndoles por
señas que no tenía otra cosa que darles. Ellos lo recibieron de
muy buena gana, y dijeron:
-¡Guelte! ¡Guelte!
1337
Entonces Sancho le miró con más atención y comenzó a
rafigurarle, y , finalmente, le vino a conocer de todo punto, y, sin
apearse del jumento, le echó los brazos al cuello, y le dijo:
1338
proveídas, a lo menos, de cosas incitativas y que llaman a la
sed de dos leguas.
1339
Roma fueres, haz como vieres", pidió a Ricote la bota, y tomó
su puntería como los demás, y no con menos gusto que ellos.
Cuatro veces dieron lugar las botas para ser empinadas; pero la
quinta no fue posible, porque ya estaban más enjutas y secas
que un esparto, cosa que puso mustia la alegría que hasta allí
habían mostrado. De cuando en cuando, juntaba alguno su
mano derecha con la de Sancho, y decía:
Y disparaba con una risa que le duraba una hora, sin acordarse
entonces de nada de lo que le había sucedido en su gobierno;
porque sobre el rato y tiempo cuando se come y bebe, poca
jurisdición suelen tener los cuidados.
1340
-«Bien sabes, ¡oh Sancho Panza, vecino y amigo mío!, como el
pregón y bando que Su Majestad mandó publicar contra los de
mi nación puso terror y espanto en todos nosotros; a lo menos,
en mí le puso de suerte que me parece que antes del tiempo
que se nos concedía para que hiciésemos ausencia de España,
ya tenía el rigor de la pena ejecutado en mi persona y en la de
mis hijos. Ordené, pues, a mi parecer como prudente, bien así
como el que sabe que para tal tiempo le han de quitar la casa
donde vive y se provee de otra donde mudarse; ordené, digo,
de salir yo solo, sin mi familia, de mi pueblo, y ir a buscar donde
llevarla con comodidad y sin la priesa con que los demás
salieron; porque bien vi, y vieron todos nuestros ancianos, que
aquellos pregones no eran sólo amenazas, como algunos
decían, sino verdaderas leyes, que se habían de poner en
ejecución a su determinado tiempo; y forzábame a creer esta
verdad saber yo los ruines y disparatados intentos que los
nuestros tenían, y tales, que me parece que fue inspiración
divina la que movió a Su Majestad a poner en efecto tan
gallarda resolución, no porque todos fuésemos culpados, que
algunos había cristianos firmes y verdaderos; pero eran tan
pocos que no se podían oponer a los que no lo eran, y no era
bien criar la sierpe en el seno, teniendo los enemigos dentro de
casa. Finalmente, con justa razón fuimos castigados con la
pena del destierro, blanda y suave al parecer de algunos, pero
al nuestro, la más terrible que se nos podía dar. Doquiera que
estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es
nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el
1341
acogimiento que nuestra desventura desea, y en Berbería, y en
todas las partes de África, donde esperábamos ser recebidos,
acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y
maltratan. No hemos conocido el bien hasta que le hemos
perdido; y es el deseo tan grande, que casi todos tenemos de
volver a España, que los más de aquellos, y son muchos, que
saben la lengua como yo, se vuelven a ella, y dejan allá sus
mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la
tienen; y agora conozco y experimento lo que suele decirse: que
es dulce el amor de la patria. Salí , como digo, de nuestro
pueblo, entré en Francia, y, aunque allí nos hacían buen
acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania,
y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus
habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive
como quiere, porque en la mayor parte della se vive con
libertad de conciencia.
1342
o con la industria que ellos pueden, los sacan del reino y los
pasan
1343
mujer muchas perlas y mucho dinero en oro que llevaban por
registrar.
-Bien puede ser eso -replicó Ricote-, pero yo sé, Sancho, que no
tocaron a mi encierro, porque yo no les descubrí dónde estaba,
temeroso de algún desmán; y así, si tú, Sancho, quieres venir
conmigo y ayudarme a sacarlo y a encubrirlo, yo te daré
docientos escudos, con que podrás remediar tus necesidades,
que ya sabes que sé yo que las tienes muchas.
-Calla, Sancho -dijo Ricote-, que las ínsulas están allá dentro de
la mar; que no hay ínsulas en la tierra firme.
1344
-¿Cómo no? -replicó Sancho-. Dígote, Ricote amigo, que esta
mañana me partí della, y ayer estuve en ella gobernando a mi
placer, como un sagitario; pero, con todo eso, la he dejado, por
parecerme oficio peligroso el de los gobernadores.
1345
-No quiero porfiar, Sancho -dijo Ricote-, pero dime: ¿hallástete
en nuestro lugar, cuando se partió dél mi mujer, mi hija y mi
cuñado?
-Sí hallé -respondió Sancho-, y séte decir que salió tu hija tan
hermosa que salieron a verla cuantos había en el pueblo, y
todos decían que era la más bella criatura del mundo. Iba
llorando y abrazaba a todas sus amigas y conocidas, y a
cuantos llegaban a verla, y a todos pedía la encomendasen a
Dios y a Nuestra Señora su madre; y esto, con tanto
sentimiento, que a mí me hizo llorar, que no suelo ser muy
llorón. Y a fee que muchos tuvieron deseo de esconderla y salir
a quitársela en el camino; pero el miedo de ir contra el
mandado del rey los detuvo. Principalmente se mostró más
apasionado don Pedro Gregorio, aquel mancebo mayorazgo
rico que tú conoces, que dicen que la quería mucho, y después
que ella se partió, nunca más él ha parecido en nuestro lugar, y
todos pensamos que iba tras ella para robarla; pero hasta
ahora no se ha sabido nada.
1346
-Dios lo haga -replicó Sancho-, que a entrambos les estaría mal.
Y déjame partir de aquí, Ricote amigo, que quiero llegar esta
noche adonde está mi señor don Quijote.
1347
así, porque a poco más de tres estados dio fondo el rucio, y él
se halló encima dél, sin haber recebido lisión ni daño alguno.
1348
Montesinos, donde halló quien le regalase mejor que en su casa,
que no parece sino que se fue a mesa puesta y a cama hecha.
Allí vio él visiones hermosas y apacibles, y yo veré aquí, a lo que
creo, sapos y culebras. ¡Desdichado de mí, y en qué han parado
mis locuras y fantasías! De aquí sacarán mis huesos, cuando el
cielo sea servido que me descubran, mondos, blancos y raídos,
y los de mi buen rucio con ellos, por donde quizá se echará de
ver quién somos, a lo menos de los que tuvieren noticia que
nunca Sancho Panza se apartó de su asno, ni su asno de
Sancho Panza. Otra vez digo: ¡miserables de nosotros, que no
ha querido nuestra corta suerte que muriésemos en nuestra
patria y entre los nuestros, donde ya que no hallara remedio
nuestra desgracia, no faltara quien dello se doliera, y en la hora
última de nuestro pasamiento nos cerrara los ojos! ¡Oh
compañero y amigo mío, qué mal pago te he dado de tus
buenos servicios! Perdóname y pide a la fortuna, en el mejor
modo que supieres, que nos saque deste miserable trabajo en
que estamos puestos los dos; que yo prometo de ponerte una
corona de laurel en la cabeza, que no parezcas sino un laureado
poeta, y de darte los piensos doblados.
1349
pozo sin ser ayudado, y comenzó a lamentarse y dar voces, por
ver si alguno le oía; pero todas sus voces eran dadas en
desierto, pues por todos aquellos contornos no había persona
que pudiese escucharle, y entonces se acabó de dar por
muerto.
1350
ver si hallaba alguna salida por otra parte. A veces iba a
escuras, y a veces sin luz, pero ninguna vez sin miedo.
1351
fuertemente las riendas, fuera imposible no caer en ella. En fin,
le detuvo y no cayó, y, llegándose algo más cerca, sin apearse,
miró aquella hondura; y, estándola mirando, oyó grandes voces
dentro; y, escuchando atentamente, pudo percebir y entender
que el que las daba decía:
1352
pena, dime qué quieres que haga por ti; que, pues es mi
profesión favorecer y acorrer a los necesitados deste mundo,
también lo seré para acorrer y ayudar a los menesterosos del
otro mundo, que no pueden ayudarse por sí propios.
1353
Y hay más: que no parece sino que el jumento entendió lo que
Sancho dijo, porque al momento comenzó a rebuznar, tan recio,
que toda la cueva retumbaba.
1354
Oyólo Sancho, y dijo:
1355
pasado muy mala noche en la posada; y luego subió a ver a sus
señores, ante los cuales, puesto de rodillas, dijo:
1356
caí en una sima, víneme por ella adelante, hasta que, esta
mañana, con la luz del sol, vi la salida, pero no tan fácil que, a
no depararme el cielo a mi señor don Quijote, allí me quedara
hasta la fin del mundo. Así que, mis señores duque y duquesa,
aquí está vuestro gobernador Sancho Panza, que ha granjeado
en solos diez días que ha tenido el gobierno a conocer que no
se le ha de dar nada por ser gobernador, no que de una ínsula,
sino de todo el mundo; y, con este presupuesto, besando a
vuestras mercedes los pies, imitando al juego de los
muchachos, que dicen "Salta tú, y dámela tú", doy un salto del
gobierno, y me paso al servicio de mi señor don Quijote; que, en
fin, en él, aunque como el pan con sobresalto, hártome, a lo
menos, y para mí, como yo esté harto, eso me hace que sea de
zanahorias que de perdices.
1357
Capítulo LVI: De la descomunal y nunca vista batalla que pasó
entre don Quijote de la Mancha y el lacayo Tosilos, en la
defensa de la hija de la dueña doña Rodríguez
1358
todo. Llegado, pues, el temeroso día, y habiendo mandado el
duque que delante de la plaza del castillo se hiciese un
espacioso cadahalso, donde estuviesen los jueces del campo y
las dueñas, madre y hija, demandantes, había acudido de todos
los lugares y aldeas circunvecinas infinita gente, a ver la
novedad de aquella batalla; que nunca otra tal no habían visto,
ni oído decir en aquella tierra los que vivían ni los que habían
muerto.
1359
Paseó la plaza, y, llegando donde las dueñas estaban, se puso
algún tanto a mirar a la que por esposo le pedía. Llamó el
maese de campo a don Quijote, que ya se había presentado en
la plaza, y junto con Tosilos habló a las dueñas, preguntándoles
si consentían que volviese por su derecho don Quijote de la
Mancha. Ellas dijeron que sí, y que todo lo que en aquel caso
hiciese lo daban por bien hecho, por firme y por valedero.
1360
tenía diferentes pensamientos: no pensaba él sino en lo que
agora diré:
1361
-Señor, ¿esta batalla no se hace porque yo me case, o no me
case, con aquella señora?
1362
-Pues esto así es, yo quedo libre y suelto de mi promesa:
cásense en hora buena, y, pues Dios Nuestro Señor se la dio,
San Pedro se la bendiga.
-Él hace muy bien -dijo a esta sazón Sancho Panza-, porque lo
que has de dar al mur, dalo al gato, y sacarte ha de cuidado.
1363
cuales, invidiosos de que yo alcanzase la gloria deste
vencimiento, han convertido el rostro de vuestro esposo en el de
este que decís que es lacayo del duque. Tomad mi consejo, y, a
pesar de la malicia de mis enemigos, casaos con él, que sin
duda es el mismo que vos deseáis alcanzar por esposo.
personaje que nos tiene dudosos, en los cuales podría ser que
volviese a su prístina figura; que no ha de durar tanto el rancor
que los encantadores tienen al señor don Quijote, y más,
yéndoles tan poco en usar estos embelecos y transformaciones.
1364
-Séase quien fuere este que me pide por esposa, que yo se lo
agradezco; que más quiero ser mujer legítima de un lacayo que
no amiga y burlada de un caballero, puesto que el que a mí me
burló no lo es.
1365
como a caballero andante aquellos señores le hacían, y
parecíale que había de dar cuenta estrecha al cielo de aquella
ociosidad y encerramiento; y así, pidió un día licencia a los
duques para partirse.
1366
Mirábanle de los corredores toda la gente del castillo, y
asimismo los duques salieron a verle. Estaba Sancho sobre su
rucio, con sus alforjas, maleta y repuesto, contentísimo, porque
el mayordomo del duque, el que fue la Trifaldi, le había dado un
bolsico con docientos escudos de oro, para suplir los
menesteres del camino, y esto aún no lo sabía don Quijote.
que Dïana vio en sus montes, que Venus miró en sus selvas.
1367
y unas ligas, de unas piernas que al mármol puro se igualan en
lisas, blancas y negras.
1368
Barrabás te acompañe; allá te avengas.
-Los tres tocadores sí llevo; pero las ligas, como por los cerros
de Úbeda.
1369
han hecho en el de Tosilos mi lacayo, el que entró con vos en
batalla.
1370
-¿No lo dije yo? -dijo Sancho-. ¡Bonico soy yo para encubrir
hurtos! Pues, a quererlos hacer, de paleta me había venido la
ocasión en mi gobierno.
1371
el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los
hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la
abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido;
pues en metad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas
bebidas de nieve, me parecía a mí que estaba metido entre las
estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad
que lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las
recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son
ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso
aquél a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede
obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!
1372
cortésmente, les preguntó que qué era lo que aquellos lienzos
cubrían. Uno dellos le respondió:
1373
Descubrióla el hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a
caballo, que partía la capa con el pobre; y, apenas la hubo visto
don Quijote, cuando dijo:
-No debió de ser eso -dijo Sancho-, sino que se debió de atener
al refrán que dicen: que para dar y tener, seso es menester.
Rióse don Quijote y pidió que quitasen otro lienzo, debajo del
cual se descubrió la imagen del Patrón de las Españas a
caballo, la espada ensangrentada, atropellando moros y
pisando cabezas; y, en viéndola, dijo don Quijote:
1374
y santo a pie quedo por la muerte, trabajador incansable en la
viña del Señor, doctor de las gentes, a quien sirvieron de
escuelas los cielos y de catedrático y maestro que le enseñase
el mismo Jesucristo.
1375
Quedó Sancho de nuevo como si jamás hubiera conocido a su
señor, admirado de lo que sabía, pareciéndole que no debía de
haber historia en el mundo ni suceso que no lo tuviese cifrado
en la uña y clavado en la memoria, y díjole:
-Tú dices bien, Sancho -dijo don Quijote-, pero has de advertir
que no todos los tiempos son unos, ni corren de una misma
suerte, y esto que el vulgo suele llamar comúnmente agüeros,
que no se fundan sobre natural razón alguna, del que es
discreto han de ser tenidos y juzgar por buenos
acontecimientos. Levántase uno destos agoreros por la
mañana, sale de su casa, encuéntrase con un fraile de la orden
del bienaventurado San Francisco, y, como si hubiera
encontrado con un grifo, vuelve las espaldas y vuélvese a su
casa. Derrámasele al otro Mendoza la sal encima de la mesa, y
derrámasele a él la melancolía por el corazón, como si estuviese
obligada la naturaleza a dar señales de las venideras
desgracias con cosas tan de poco momento como las referidas.
El discreto y cristiano no ha de andar en puntillos con lo que
quiere hacer el cielo. Llega Cipión a África, tropieza en saltando
1376
en tierra, tiénenlo por mal agüero sus soldados; pero él,
abrazándose con el suelo, dijo: ''No te me podrás huir, África,
porque te tengo asida y entre mis brazos''. Así que, Sancho, el
haber encontrado con estas imágines ha sido para mí felicísimo
acontecimiento.
ceremonia es ésta?
1377
traspasada aquel que llaman Amor, que dicen que es un rapaz
ceguezuelo que, con estar lagañoso, o, por mejor decir, sin
vista, si toma por blanco un corazón, por pequeño que sea, le
acierta y traspasa de parte a parte con sus flechas. He oído
decir también que en la vergüenza y recato de las doncellas se
despuntan y embotan las amorosas saetas, pero en esta
Altisidora más parece que se aguzan que despuntan.
1378
enamorar; y, habiendo yo también oído decir que la hermosura
es la primera y principal parte que enamora, no teniendo
vuestra merced ninguna, no sé yo de qué se enamoró la pobre.
amor con ímpetu y con ventajas. Yo, Sancho, bien veo que no
soy hermoso, pero también conozco que no soy disforme; y
bástale a un hombre de bien no ser monstruo para ser bien
querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho.
1379
estas redes, si como son hechas de hilo verde fueran de
durísimos diamantes, o más fuertes que aquélla con que el
celoso dios de los herreros enredó a Venus y a Marte, así la
rompiera como si fuera de juncos marinos o de hilachas de
algodón.
1380
entre muchos amigos y parientes se concertó que con sus hijos,
mujeres y hijas, vecinos, amigos y parientes, nos viniésemos a
holgar a este sitio, que es uno de los más agradables de todos
estos contornos, formando entre todos una nueva y pastoril
Arcadia, vistiéndonos las doncellas de zagalas y los mancebos
de pastores. Traemos estudiadas dos églogas, una del famoso
poeta Garcilaso, y otra del excelentísimo Camoes, en su misma
lengua portuguesa, las cuales hasta agora no hemos
representado. Ayer fue el primero día que aquí llegamos;
1381
no es ésta la profesión mía, sino de mostrarme agradecido y
bienhechor con todo género de gente, en especial con la
principal que vuestras personas representa; y, si como estas
redes, que deben de ocupar algún pequeño espacio, ocuparan
toda la redondez de la tierra, buscara yo nuevos mundos por do
pasar sin romperlas; y porque deis algún crédito a esta mi
exageración, ved que os lo promete, por lo menos, don Quijote
de la Mancha, si es que ha llegado a vuestros oídos este
nombre.
1382
una tal Dulcinea del Toboso, a quien en toda España la dan la
palma de la hermosura.
1383
Acudieron a las tiendas, hallaron las mesas puestas, ricas,
abundantes y limpias; honraron a don Quijote dándole el primer
lugar en ellas; mirábanle todos, y admirábanse de verle.
1384
más corteses que hay en el mundo, excetado sólo a la sin par
Dulcinea del Toboso, única señora de mis pensamientos, con
paz sea dicho de cuantos y cuantas me escuchan.
1385
Y, con gran furia y muestras de enojo, se levantó de la silla,
dejando admirados a los circunstantes, haciéndoles dudar si le
podían tener por loco o por cuerdo. Finalmente, habiéndole
persuadido que no se pusiese en tal demanda, que ellos daban
por bien conocida su agradecida voluntad y que no eran
menester nuevas demostraciones para conocer su ánimo
valeroso, pues bastaban las que en la historia de sus hechos se
referían, con todo esto, salió don Quijote con su intención; y,
puesto sobre Rocinante, embrazando su escudo y tomando su
lanza, se puso en la mitad de un real camino que no lejos del
verde prado estaba. Siguióle Sancho sobre su rucio, con toda la
gente del pastoral rebaño, deseosos de ver en qué paraba su
arrogante y nunca visto ofrecimiento.
1386
Dos veces repitió estas mismas razones, y dos veces no fueron
oídas de ningún aventurero; pero la suerte, que sus cosas iba
encaminando de mejor en mejor, ordenó que de allí a poco se
descubriese por el camino muchedumbre de hombres de a
caballo, y muchos dellos con lanzas en las manos, caminando
todos apiñados, de tropel y a gran priesa. No los hubieron bien
visto los que con don Quijote estaban, cuando, volviendo las
espaldas, se apartaron bien lejos del camino, porque
conocieron que si esperaban les podía suceder algún peligro;
sólo don Quijote, con intrépido corazón, se estuvo quedo, y
Sancho
1387
otras gentes que a encerrar los llevaban a un lugar donde otro
día habían de correrse, pasaron sobre don Quijote, y sobre
Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos en tierra,
echándole a rodar por el suelo. Quedó molido Sancho,
espantado don Quijote, aporreado el rucio y no muy católico
Rocinante; pero, en fin, se levantaron todos, y don Quijote, a
gran priesa, tropezando aquí y cayendo allí, comenzó a correr
tras la vacada, diciendo a voces:
1388
Al polvo y al cansancio que don Quijote y Sancho sacaron del
descomedimiento de los toros, socorrió una fuente clara y
limpia que entre una fresca arboleda hallaron, en el margen de
la cual, dejando libres, sin jáquima y freno, al rucio y a
Rocinante, los dos asendereados amo y mozo se sentaron.
Acudió Sancho a la repostería de su alforjas, y dellas sacó de lo
que él solía llamar condumio; enjuagóse la boca, lavóse don
Quijote el rostro, con cuyo
1389
acoceado y molido de los pies de animales inmundos y soeces.
Esta consideración me embota los dientes, entorpece las
muelas, y entomece las manos, y quita de todo en todo la gana
del comer, de manera que pienso dejarme morir de hambre:
muerte la más cruel de las muertes.
1390
no pequeña que aquella pobre señora esté encantada por tu
descuido y negligencia.
1391
llevó las bestias a la caballeriza, echóles sus piensos, salió a ver
lo que don Quijote, que estaba sentado sobre un poyo, le
mandaba, dando particulares gracias al cielo de que a su amo
no le hubiese parecido castillo aquella venta.
-Pues mande el señor huésped -dijo Sancho- asar una polla que
sea tierna.
1392
-¡Medrados estamos con eso! -respondió Sancho-. Yo pondré
que se vienen a resumirse todas estas faltas en las sobras que
debe de haber de tocino y huevos.
Dijo el ventero:
-Lo que real y verdaderamente tengo son dos uñas de vaca que
parecen manos de ternera, o dos manos de ternera que
parecen uñas de vaca; están cocidas con sus garbanzos,
cebollas y tocino, y la hora de ahora están diciendo:
‘ ¡Coméme! ¡Coméme!''
-Por mías las marco desde aquí -dijo Sancho-; y nadie las toque,
que yo las pagaré mejor que otro, porque para mí ninguna otra
cosa pudiera esperar de más gusto, y no se me daría nada que
fuesen manos, como fuesen uñas.
1393
-Si por principales va -dijo Sancho-, ninguno más que mi amo;
pero el oficio que él trae no permite despensas ni botillerías: ahí
nos tendemos en mitad de un prado y nos hartamos de bellotas
o de nísperos.
Esta fue la plática que Sancho tuvo con el ventero, sin querer
Sancho pasar adelante en responderle; que ya le había
preguntado qué oficio o qué ejercicio era el de su amo.
-¿Para qué quiere vuestra merced, señor don Juan, que leamos
estos disparates? Y el que hubiere leído la primera parte de la
historia de don Quijote de la Mancha no es posible que pueda
tener gusto en leer esta segunda.
-Con todo eso -dijo el don Juan-, será bien leerla, pues no hay
libro tan malo que no tenga alguna cosa buena. Lo que a mí en
éste más desplace es que pinta
1394
a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso.
1395
Y, poniéndole un libro en las manos, que traía su compañero, le
tomó don Quijote, y, sin responder palabra, comenzó a hojearle,
y de allí a un poco se le volvió, diciendo:
-En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor
dignas de reprehensión. La primera es algunas palabras que he
leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque
tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma
por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más
principal de la historia; porque aquí dice que la mujer de Sancho
Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino
Teresa Panza; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se
podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.
-Por lo que he oído hablar, amigo -dijo don Jerónimo-, sin duda
debéis de ser
1396
-Pues a fe -dijo el caballero- que no os trata este autor
moderno con la limpieza que en vuestra persona se muestra:
píntaos comedor, y simple, y no nada gracioso, y muy otro del
Sancho que en la primera parte de la historia de vuestro amo se
describe.
1397
Y luego les fue contando punto por punto el encanto de la
señora Dulcinea , y lo que le había sucedido en la cueva de
Montesinos, con la orden que el sabio Merlín le había dado para
desencantarla, que fue la de los azotes de Sancho.
1398
en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos
nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado; y yo, simple
gracioso, y no comedor ni borracho.
1399
Juan que aquella nueva historia contaba como don Quijote, sea
quien se quisiere, se había hallado en ella en una sortija, falta
de invención, pobre de letras, pobrísima de libreas, aunque rica
de simplicidades.
1400
ventero magníficamente, y aconsejóle que alabase menos la
provisión de su venta, o la tuviese más
1401
tener en el desencanto de Dulcinea. Desesperábase de ver la
flojedad y caridad poca de Sancho su escudero, pues, a lo que
creía, solos cinco azotes se había dado, número desigual y
pequeño para los infinitos que le faltaban; y desto recibió tanta
pesadumbre y enojo, que hizo este discurso:
-Yo soy -respondió don Quijote-, que vengo a suplir tus faltas y
a remediar mis trabajos: véngote a azotar, Sancho, y a
descargar, en parte, la deuda a que te obligaste. Dulcinea
1402
perece; tú vives en descuido; yo muero deseando; y así,
desatácate por tu voluntad, que la mía es de darte en esta
soledad, por lo menos, dos mil azotes.
1403
Prometióselo don Quijote, y juró por vida de sus pensamientos
no tocarle en el pelo de la ropa, y que dejaría en toda su
voluntad y albedrío el azotarse cuando quisiese.
-No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que
tientas y no vees, sin duda son de algunos forajidos y
bandoleros que en estos árboles están ahorcados; que por aquí
los suele ahorcar la justicia cuando los coge, de veinte en veinte
y de treinta en treinta; por donde me doy a entender que debo
de estar cerca de Barcelona. Y así era la verdad como él lo
había imaginado.
1404
les rodearon, diciéndoles en lengua catalana que estuviesen
quedos, y se detuviesen, hasta que llegase su capitán.
1405
-No estéis tan triste, buen hombre, porque no habéis caído en
las manos de algún cruel Osiris, sino en las de Roque Guinart,
que tienen más de compasivas que de rigurosas.
1406
estraños y nunca vistos rodeos, de los hombres no imaginados,
suele levantar los caídos y enriquecer los pobres.
1407
Supe ayer que, olvidado de lo que me debía, se casaba con
otra, y que esta mañana iba a desposarse, nueva que me turbó
el sentido y acabó la paciencia; y, por no estar mi padre en el
lugar, le tuve yo de ponerme en el traje que vees, y apresurando
el paso a este caballo, alcancé a don Vicente obra de una legua
de aquí; y, sin ponerme a dar quejas ni a oír disculpas, le
disparé estas escopetas, y, por añadidura, estas dos pistolas; y,
a lo que creo, le debí de encerrar más de dos balas en el cuerpo,
abriéndole puertas por donde envuelta en su sangre saliese mi
honra. Allí le dejo entre sus criados, que no osaron ni pudieron
ponerse en su defensa. Vengo a buscarte
1408
muerto o vivo, le haré cumplir la palabra prometida a tanta
belleza.
1409
Arrojáronse de los caballos Claudia y Roque, llegáronse a él,
temieron los criados la presencia de Roque, y Claudia se turbó
en ver la de don Vicente; y así, entre enternecida y rigurosa, se
llegó a él, y asiéndole de las manos, le
dijo:
1410
desmayada, y a él le tomó un mortal parasismo. Confuso
estaba Roque, y no sabía qué hacerse.
Tales y tan tristes eran las quejas de Claudia, que sacaron las
lágrimas de los ojos de Roque, no acostumbrados a verterlas en
ninguna ocasión.
1411
querría irse a un monasterio donde era abadesa una tía suya,
en el cual
1412
-¿Qué es lo que dices, hombre? -dijo uno de los presentes-, que
yo los tengo, y no valen tres reales.
1413
centinelas por los caminos para ver la gente que por ellos venía
y dar aviso a su mayor de lo que pasaba, y éste dijo:
-¿Has echado de ver si son de los que nos buscan, o de los que
nosotros buscamos?
1414
a otro y un pecado a otro pecado, hanse eslabonado las
venganzas de manera que no sólo las mías, pero las ajenas
tomo a mi cargo; pero Dios es servido de que, aunque me veo
en la mitad del laberinto de mis confusiones, no pierdo la
esperanza de salir dél a puerto seguro.
1415
Rióse Roque del consejo de don Quijote, a quien, mudando
plática, contó el trágico suceso de Claudia Jerónima, de que le
pesó en estremo a Sancho, que no le había parecido mal la
belleza, desenvoltura y brío de la moza.
1416
-Mi señora doña Guiomar de Quiñones, mujer del regente de la
Vicaría de Nápoles, con una hija pequeña, una doncella y una
dueña, son las que van en el coche; acompañámosla seis
criados, y los dineros son seiscientos escudos.
1417
daño; que no es mi intención de agraviar a soldados ni a mujer
alguna, especialmente a las que son principales.
Infinitas y bien dichas fueron las razones con que los capitanes
agradecieron a Roque su cortesía y liberalidad, que, por tal la
tuvieron, en dejarles su mismo dinero. La señora doña Guiomar
de Quiñones se quiso arrojar del coche para besar los pies y las
manos del gran Roque, pero él no lo consintió en ninguna
manera; antes le pidió perdón del agravio que le hacía, forzado
de cumplir con las obligaciones precisas de su mal oficio.
-Destos escudos dos tocan a cada uno, y sobran veinte: los diez
se den a estos peregrinos, y los otros diez a este buen escudero,
porque pueda decir bien de esta aventura.
1418
-Este nuestro capitán más es para frade que para bandolero: si
de aquí adelante quisiere mostrarse liberal séalo con su
hacienda y no con la nuestra.
1419
escuderos, que, mudando el traje de bandolero en el de un
labrador, entró en Barcelona y la dio a quien iba.
1420
noche, y, abrazando Roque a don Quijote y a Sancho, a quien
dio los diez escudos prometidos, que hasta entonces no se los
había dado, los dejó, con mil ofrecimientos que de la una a la
otra parte se hicieron.
1421
infinitos caballeros que de la ciudad sobre hermosos caballos y
con vistosas libreas salían. Los soldados de las galeras
disparaban infinita artillería, a quien respondían los que
estaban en las murallas y fuertes de la ciudad, y la artillería
gruesa con espantoso estruendo rompía los vientos, a quien
respondían los cañones de crujía de las galeras. El mar alegre, la
tierra jocunda, el aire claro, sólo tal vez turbio del humo de la
artillería, parece que iba infundiendo y engendrando gusto
súbito en todas las gentes.
1422
-Éstos bien nos han conocido: yo apostaré que han leído
nuestra historia y aun la del aragonés recién impresa.
1423
afrentado, acudió a quitar el plumaje de la cola de su matalote,
y Sancho, el de su rucio. Quisieran los que guiaban a don
Quijote castigar el atrevimiento de los muchachos, y no fue
posible, porque se encerraron entre más de otros mil que los
seguían.
1424
calle de las más principales de la ciudad, a vista de las gentes y
de los muchachos, que como a mona le miraban. Corrieron de
nuevo delante dél los de las libreas, como si para él solo, no
para alegrar aquel festivo día, se las hubieran puesto; y Sancho
estaba contentísimo, por parecerle que se había hallado, sin
saber cómo ni cómo no, otras bodas de Camacho, otra casa
como la de don Diego de Miranda y otro castillo como el del
duque.
1425
hallo; y quienquiera que hubiere dicho que yo soy comedor
aventajado y no limpio, téngase por dicho que no acierta; y de
otra manera dijera esto si no mirara a las barbas honradas que
están a la mesa.
1426
romanos, de los pechos arriba, una que semejaba ser de
bronce.
-Agora, señor don Quijote, que estoy enterado que no nos oye y
escucha alguno, y está cerrada la puerta, quiero contar a
vuestra merced una de las más raras aventuras, o, por mejor
decir, novedades que imaginarse pueden, con
1427
Antonio, se la paseó por la cabeza de bronce y por toda la
mesa, y por el pie de jaspe sobre que se sostenía, y luego dijo:
1428
criados que entretuviesen a Sancho de modo que no le dejasen
salir de casa. Iba don Quijote, no sobre Rocinante, sino sobre
un gran macho de paso llano, y muy bien aderezado.
-Así es, señor don Quijote -respondió don Antonio-, que, así
como el fuego no puede estar escondido y encerrado, la virtud
no puede dejar de ser conocida, y la que se alcanza por la
profesión de las armas resplandece y campea sobre todas las
otras.
1429
-¡Válgate el diablo por don Quijote de la Mancha! ¿Cómo que
hasta aquí has llegado, sin haberte muerto los infinitos palos
que tienes a cuestas? Tu eres loco, y si lo fueras a solas y dentro
de las puertas de tu locura, fuera menos mal; pero tienes
propiedad de volver locos y mentecatos a cuantos te tratan y
comunican; si no, mírenlo por estos señores que te acompañan.
Vuélvete, mentecato, a tu casa, y mira por tu hacienda, por tu
mujer y tus hijos, y déjate destas vaciedades que te carcomen
el seso y te desnatan el entendimiento.
1430
rétulo, que se le hubo de quitar don Antonio, como que le
quitaba otra cosa.
1431
Y, diciendo esto, se sentó en mitad de la sala, en el suelo,
molido y quebrantado de tan bailador ejercicio. Hizo don
Antonio que le llevasen en peso a su lecho, y el primero que asió
dél fue Sancho, diciéndole:
Con estas y otras razones dio que reír Sancho a los del sarao, y
dio con su amo en la cama, arropándole para que sudase la
frialdad de su baile.
1432
en que los demás cayeron, sin ser posible otra cosa: con tal
traza y tal orden estaba fabricada.
1433
-Esto me basta para darme a entender que no fui engañado del
que te me vendió, ¡cabeza sabia, cabeza habladora, cabeza
respondona y admirable cabeza! Llegue otro y pregúntele lo
que quisiere.
1434
Y fuele respondido:
-Tú lo sabes.
-No quiero saber más, pues esto basta para entender, ¡oh
cabeza!, que lo sabes todo.
-Eso es -dijo el caballero-: lo que veo por los ojos, con el dedo lo
señalo. Y no preguntó más. Llegóse la mujer de don Antonio, y
dijo:
Y respondiéronle:
1435
-Dime tú, el que respondes: ¿fue verdad o fue sueño lo que yo
cuento que me pasó en la cueva de Montesinos? ¿Serán ciertos
los azotes de Sancho mi escudero? ¿Tendrá efeto el desencanto
de Dulcinea?
-No quiero saber más -dijo don Quijote-; que como yo vea a
Dulcinea desencantada, haré cuenta que vienen de golpe todas
las venturas que acertare a desear.
A lo que le respondieron:
1436
-Sí basta -respondió Sancho-, pero quisiera yo que se declarara
más y me dijera más.
1437
a modo de cerbatana, iba la voz de arriba abajo y de abajo
arriba, en palabras articuladas y claras; y de esta manera no
era posible conocer el embuste. Un sobrino de don Antonio,
estudiante agudo y discreto, fue el respondiente; el cual,
estando avisado de su señor tío de los que habían de entrar con
él en aquel día en el aposento de la cabeza, le fue fácil
responder con presteza y puntualidad a la primera pregunta; a
las demás respondió por conjeturas, y, como discreto,
discretamente. Y dice más Cide Hamete: que hasta diez o doce
días duró esta maravillosa máquina; pero que, divulgándose
por la ciudad que don Antonio tenía en su casa una cabeza
encantada, que a cuantos le preguntaban
1438
así, él y Sancho, con otros dos criados que don Antonio le dio,
salieron a pasearse.
Sucedió, pues, que, yendo por una calle, alzó los ojos don
Quijote, y vio escrito sobre una puerta, con letras muy grandes:
Aquí se imprimen libros; de lo que se contentó mucho, porque
hasta entonces no había visto emprenta alguna, y deseaba
saber cómo fuese. Entró dentro, con todo su acompañamiento,
y vio tirar en una parte, corregir en otra, componer en ésta,
enmendar en aquélla, y, finalmente, toda aquella máquina que
en las emprentas grandes se muestra. Llegábase don Quijote a
un cajón y preguntaba qué era aquéllo que allí se hacía;
dábanle cuenta los oficiales, admirábase y pasaba adelante.
Llegó en otras a uno, y preguntóle qué era lo que hacía.
El oficial le respondió:
1439
-Le bagatele -dijo el autor- es como si en castellano dijésemos
los juguetes; y, aunque este libro es en el nombre humilde,
contiene y encierra en sí cosas muy buenas y sustanciales.
-Sí declaro, por cierto -dijo el autor-, porque ésas son sus
propias correspondencias.
1440
perdidas por ahí! ¡Qué de ingenios arrinconados! ¡Qué de
virtudes menospreciadas! Pero, con todo esto, me parece que el
traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las
lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices
flamencos por el revés, que, aunque se veen las figuras, son
llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez
de la haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni
elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un
papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea
loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores
se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen.
1441
libros, vea tan molido su cuerpo, que se espante, y más si el
libro es un poco avieso y no nada picante.
-Estos tales libros, aunque hay muchos deste género, son los
que se deben imprimir, porque son muchos los pecadores que
se usan, y son menester infinitas luces para tantos
desalumbrados.
1442
-Ya yo tengo noticia deste libro -dijo don Quijote-, y en verdad y
en mi conciencia que pensé que ya estaba quemado y hecho
polvos, por impertinente; pero su San Martín se le llegará, como
a cada puerco, que las historias fingidas tanto tienen de buenas
y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza
della, y las verdaderas tanto son mejores cuanto son más
verdaderas.
1443
Grandes eran los discursos que don Quijote hacía sobre la
respuesta de la encantada cabeza, sin que ninguno dellos diese
en el embuste, y todos paraban con la promesa, que él tuvo por
cierto, del desencanto de Dulcinea.
1444
que era un principal caballero valenciano; abrazó a don Quijote,
diciéndole:
-Este día señalaré yo con piedra blanca, por ser uno de los
mejores que pienso llevar en mi vida, habiendo visto al señor
don Quijote de la Mancha: tiempo y señal que nos muestra que
en él se encierra y cifra todo el valor del andante caballería.
1445
Don Quijote, que vio el vuelo sin alas de Sancho, preguntó al
general si eran ceremonias aquéllas que se usaban con los
primeros que entraban en las galeras; porque si acaso lo fuese,
él, que no tenía intención de profesar en ellas, no quería hacer
semejantes ejercicios, y que votaba a Dios que, si alguno
llegaba a asirle para voltearle, que le había de sacar el alma a
puntillazos; y, diciendo esto, se levantó en pie y empuñó la
espada.
1446
¿Qué han hecho estos desdichados, que ansí los azotan, y cómo
este hombre solo, que anda por aquí silbando, tiene
atrevimiento para azotar a tanta gente? Ahora yo digo que éste
es infierno, o, por lo menos, el purgatorio.
Don Quijote, que vio la atención con que Sancho miraba lo que
pasaba, le dijo:
1447
galeras con tanta furia, que parecía que volaban. Las que
salieron a la mar, a obra de dos millas descubrieron un bajel,
que con la vista le marcaron por de hasta catorce o quince
bancos, y así era la verdad; el cual bajel, cuando descubrió las
galeras, se puso en caza, con intención y
1448
capitana a poco más de media milla, les echó la palamenta
encima y los cogió vivos a todos.
Preguntóle el general:
1449
entraba en la galera, con el cual entraron algunos de sus
criados y algunas personas del pueblo.
1450
-¿Mujer y cristiana, y en tal traje y en tales pasos? Más es cosa
para admirarla que para creerla.
1451
jamás, a mi parecer, di señales de ser morisca. Al par y al paso
destas virtudes, que yo creo que lo son, creció mi hermosura, si
es que tengo alguna; y, aunque mi recato y mi encerramiento
fue mucho, no debió de ser tanto que no tuviese lugar de verme
un mancebo caballero, llamado don Gaspar Gregorio, hijo
mayorazgo de un caballero que junto a nuestro lugar otro suyo
tiene.
1452
hermosura, y la fama se la dio de mis riquezas, que, en parte,
fue ventura mía. Llamóme ante sí, preguntóme de qué parte de
España era y qué dineros y qué joyas traía. Díjele el lugar, y que
las joyas y dineros quedaban en él enterrados, pero que con
facilidad se podrían cobrar si yo misma volviese por ellos. Todo
esto le dije, temerosa de que no le cegase mi hermosura, sino su
codicia. Estando conmigo en estas pláticas, le llegaron a decir
cómo venía conmigo uno de los más gallardos y hermosos
mancebos que se podía imaginar. Luego entendí que lo decían
por don Gaspar Gregorio, cuya belleza se deja atrás las
mayores que encarecer se pueden. Turbéme, considerando el
peligro que don Gregorio corría, porque entre aquellos bárbaros
turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo
hermoso que una mujer, por bellísima que sea. Mandó luego el
rey que se le trujesen allí delante para verle, y preguntóme si
era verdad lo que de aquel mozo le decían. Entonces yo, casi
como prevenida del cielo, le dije que sí era; pero que le hacía
saber que no era varón, sino mujer como yo, y que le suplicaba
me la dejase ir a vestir en su natural traje, para que de todo en
todo mostrase su belleza y con menos empacho pareciese ante
su presencia.
1453
Hablé con don Gaspar, contéle el peligro que corría el mostrar
ser hombre; vestíle de mora, y aquella mesma tarde le truje a la
presencia del rey, el cual, en viéndole, quedó admirado y hizo
disignio de guardarla para hacer presente della al Gran Señor;
y, por huir del peligro que en el serrallo de sus mujeres podía
tener y temer de sí mismo, la mandó poner en casa de unas
principales moras que la guardasen y la sirviesen, adonde le
llevaron luego. Lo que los dos sentimos (que no puedo negar
que no le quiero) se deje a la consideración de los que se
apartan si bien se quieren. Dio luego traza el rey de que yo
volviese a España en este bergantín y que me acompañasen
dos turcos de nación, que fueron los que mataron vuestros
soldados. Vino también conmigo este renegado español -
señalando al que había hablado primero-, del cual sé yo bien
que es cristiano encubierto y que viene con más deseo de
quedarse en España que de volver a Berbería; la demás chusma
del bergantín son moros y turcos, que no sirven de más que de
bogar al remo. Los dos turcos, codiciosos e insolentes, sin
guardar el orden que traíamos de que a mí y a este renegado
en la primer parte de España, en hábito de cristianos, de que
venimos proveídos, nos echasen en tierra, primero quisieron
barrer esta costa y hacer alguna presa, si pudiesen, temiendo
que si primero nos echaban en tierra, por algún acidente que a
los dos nos sucediese, podríamos descubrir que quedaba el
bergantín en la mar, y si acaso hubiese galeras por esta costa,
los tomasen. Anoche descubrimos esta playa, y, sin tener
noticia destas cuatro galeras, fuimos descubiertos, y nos ha
1454
sucedido lo que habéis visto. En resolución: don Gregorio queda
en hábito de mujer entre mujeres, con manifiesto peligro de
perderse, y yo me veo atadas las manos, esperando, o, por
mejor decir, temiendo perder la vida, que ya me cansa.» Éste es,
señores, el fin de mi lamentable historia, tan verdadera como
desdichada; lo que os ruego es que me dejéis morir como
cristiana, pues, como ya he dicho, en ninguna cosa he sido
culpante de la culpa en que los de mi nación han caído.
-¡Oh Ana Félix, desdichada hija mía! Yo soy tu padre Ricote, que
volvía a buscarte por no poder vivir sin ti, que eres mi alma.
1455
día que salió de su gobierno, y confirmóse que aquélla era su
hija, la cual, ya desatada, abrazó a su padre, mezclando sus
lágrimas con las suyas; el cual dijo al general y al virrey:
1456
-Una por una vuestras lágrimas no me dejarán cumplir mi
juramento: vivid, hermosa Ana Félix, los años de vida que os
tiene determinados el cielo, y lleven la pena de su culpa los
insolentes y atrevidos que la cometieron.
1457
encargándole el virrey que los regalase y acariciase cuanto le
fuese posible; que de su parte le ofrecía lo que en su casa
hubiese para su regalo. Tanta fue la benevolencia y caridad que
la hermosura de Ana Félix infundió en su pecho.
1458
Francia por tierra firme; pero aquí, si acaso sacamos a don
Gregorio, no tenemos por dónde traerle a España, pues está la
mar en medio.
1459
de punta en blanco, que en el escudo traía pintada una luna
resplandeciente; el cual, llegándose a trecho que podía ser oído,
en altas voces, encaminando sus razones a don Quijote, dijo:
1460
a la ilustre Dulcinea ; que si visto la hubiérades, yo sé que
procurárades no poneros en esta demanda, porque su vista os
desengañara de que no ha habido ni puede haber belleza que
con la suya comparar se pueda; y así, no diciéndoos que mentís,
sino que no acertáis en lo propuesto, con las condiciones que
habéis referido, aceto vuestro desafío, y luego, porque no se
pase el día que traéis determinado; y sólo exceto de las
condiciones la de que se pase a mí la fama de vuestras
hazañas, porque no sé cuáles ni qué tales sean: con las mías me
contento, tales cuales ellas son. Tomad, pues, la parte del
campo que quisiéredes, que yo haré lo mesmo, y a quien Dios
se la diere, San Pedro se la bendiga.
1461
en breves razones le dijo las mismas que había dicho a don
Quijote, con la acetación de las condiciones del desafío hechas
por entrambas partes. Llegóse el visorrey a don Antonio, y
preguntóle paso si sabía quién era el tal Caballero de la Blanca
Luna, o si era alguna burla que querían hacer a don Quijote.
Don Antonio le respondió que ni sabía quién era, ni si era de
burlas ni de veras el tal desafío.
1462
con don Quijote por el suelo una peligrosa caída. Fue luego
sobre él, y, poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo:
-Eso no haré yo, por cierto -dijo el de la Blanca Luna-: viva, viva
en su
1463
Hecha esta confesión, volvió las riendas el de la Blanca Luna, y,
haciendo mesura con la cabeza al visorrey, a medio galope se
entró en la ciudad.
1464
Siguió don Antonio Moreno al Caballero de la Blanca Luna, y
siguiéronle también, y aun persiguiéronle, muchos muchachos,
hasta que le cerraron en un mesón dentro de la ciudad. Entró el
don Antonio con deseo de conocerle; salió un escudero a
recebirle y a desarmarle; encerróse en una sala baja, y con él
don Antonio, que no se le cocía el pan hasta saber quién fuese.
1465
curado; pero la suerte lo ordenó de otra manera, porque él me
venció a mí y me derribó del caballo, y así, no tuvo efecto mi
pensamiento: él prosiguió su camino, y yo me volví, vencido,
corrido y molido de la caída, que fue además peligrosa; pero no
por esto se me quitó el deseo de volver a buscarle y a vencerle,
como hoy se ha visto. Y como él es tan puntual en guardar las
órdenes de la andante caballería, sin duda alguna guardará la
que le he dado, en cumplimiento de su palabra. Esto es, señor,
lo que pasa, sin que tenga que deciros otra cosa alguna;
suplícoos no me descubráis ni le digáis a don Quijote quién soy,
porque tengan efecto los buenos pensamientos míos y vuelva a
cobrar su juicio un hombre que le tiene bonísimo, como le dejen
las sandeces de la caballería.
1466
salgo verdadero en sospechar que no ha de tener efecto la
diligencia hecha por el señor Carrasco.
tuviesen noticia.
1467
esta enfermedad: volvámonos a nuestra casa y dejémonos de
andar buscando aventuras por tierras y lugares que no
sabemos; y, si bien se considera, yo soy aquí el más perdidoso,
aunque es vuestra merced el más mal parado. Yo, que dejé con
el gobierno los deseos de ser más gobernador, no dejé la gana
de ser conde, que jamás tendrá efecto si vuesa merced deja de
ser rey, dejando el ejercicio de su caballería; y así, vienen a
volverse en humo mis esperanzas.
-En verdad que estoy por decir que me holgara que hubiera
sucedido todo al revés, porque me obligara a pasar en
Berbería, donde con la fuerza de mi brazo diera libertad no sólo
a don Gregorio, sino a cuantos cristianos cautivos hay en
Berbería. Pero, ¿qué digo, miserable? ¿No soy yo el vencido?
1468
¿No soy yo el derribado? ¿No soy yo el que no puede tomar
arma en un año? Pues,
1469
demasiada desenvoltura. Las dos bellezas juntas de don
Gregorio y Ana Félix admiraron en particular a todos juntos los
que presentes estaban. El silencio fue allí el que habló por los
dos amantes, y los ojos fueron las lenguas que descubrieron sus
alegres y honestos pensamientos.
De allí a dos días trató el visorrey con don Antonio qué modo
tendrían para que Ana Félix y su padre quedasen en España,
pareciéndoles no ser de inconveniente alguno que quedasen en
ella hija tan cristiana y padre, al parecer, tan bien intencionado.
Don Antonio se ofreció venir a la corte a negociarlo, donde
había de venir forzosamente a otros negocios, dando a
entender que en ella, por medio del favor y de las dádivas,
muchas cosas dificultosas se acaban.
-No -dijo Ricote, que se halló presente a esta plática- hay que
esperar en favores ni en dádivas, porque con el gran don
Bernardino de Velasco, conde de Salazar, a quien dio Su
1470
Majestad cargo de nuestra expulsión, no valen ruegos, no
promesas, no dádivas, no lástimas; porque, aunque es verdad
que él mezcla la misericordia con la justicia, como él vee que
todo el cuerpo de nuestra nación está contaminado y podrido,
usa con él antes del cauterio que abrasa que del ungüento que
molifica; y así, con prudencia, con sagacidad, con diligencia y
con miedos que pone, ha llevado sobre sus fuertes hombros a
debida ejecución el peso desta gran máquina, sin que nuestras
industrias, estratagemas, solicitudes y fraudes hayan podido
deslumbrar sus ojos de
1471
El visorrey consintió en todo lo propuesto, pero don Gregorio,
sabiendo lo que pasaba, dijo que en ninguna manera podía ni
quería dejar a doña Ana Félix; pero, teniendo intención de ver a
sus padres, y de dar traza de volver por ella, vino en el
decretado concierto. Quedóse Ana Félix con la mujer de don
Antonio, y Ricote en casa del visorrey.
1472
-¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó
mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus
vueltas y revueltas; aquí se escurecieron mis hazañas; aquí,
finalmente, cayó mi ventura para jamás levantarse!
1473
Cuando era caballero andante, atrevido y valiente, con mis
obras y con mis manos acreditaba mis hechos; y agora, cuando
soy escudero pedestre, acreditaré mis palabras cumpliendo la
que di de mi promesa. Camina, pues, amigo Sancho, y vamos a
tener en nuestra tierra el año del noviciado, con cuyo
encerramiento cobraremos virtud nueva para volver al nunca
de mí olvidado ejercicio de las armas.
1474
-Muy bien dice vuestra merced -respondió Sancho-, porque,
según opinión de discretos, la culpa del asno no se ha de echar
a la albarda; y, pues deste suceso vuestra merced tiene la
culpa, castíguese a sí mesmo, y no revienten sus iras por las ya
rotas y sangrientas armas, ni por las mansedumbres de
Rocinante, ni por la blandura de mis pies, queriendo que
caminen más de lo justo.
-Alguno destos dos señores que aquí vienen, que no conocen las
partes, dirá lo que se ha de hacer en nuestra apuesta.
-Sí diré, por cierto -respondió don Quijote-, con toda rectitud, si
es que alcanzo a entenderla.
1475
-Eso no -dijo a esta sazón Sancho, antes que don Quijote
respondiese-. Y a mí, que ha pocos días que salí de ser
gobernador y juez, como todo el mundo sabe, toca averiguar
estas dudas y dar parecer en todo pleito.
1476
señor ha hablado como un bendito y sentenciado como un
canónigo! Pero a buen seguro que no ha de querer quitarse el
gordo una onza de sus carnes, cuanto más seis arrobas.
1477
paso, y medio corriendo llegó a él, y, abrazándole por el muslo
derecho, que no alcanzaba a más, le dijo, con muestras de
mucha alegría:
-¡Válame Dios! -dijo don Quijote-. ¿Es posible que sois vos el que
los encantadores mis enemigos transformaron en ese lacayo
que decís, por defraudarme de la honra de aquella batalla?
1478
de entrar en la batalla, y todo ha parado en que la muchacha es
ya monja, y doña Rodríguez se ha vuelto a Castilla, y yo voy
ahora a Barcelona, a llevar un pliego de cartas al virrey, que le
envía mi amo. Si vuestra merced quiere un traguito, aunque
caliente, puro, aquí llevo una calabaza llena de lo caro, con no
sé cuántas rajitas de queso de Tronchón, que servirán de
llamativo y despertador de la sed, si acaso está durmiendo.
-En fin -dijo don Quijote-, tú eres, Sancho, el mayor glotón del
mundo y el mayor ignorante de la tierra, pues no te persuades
que este correo es encantado, y este Tosilos contrahecho.
Quédate con él y hártate, que yo me iré adelante poco a poco,
esperándote a que vengas.
1479
¿qué aprovecha? Y más agora que va rematado, porque va
vencido del Caballero de la Blanca Luna.
1480
-¿Es posible -le dijo don Quijote- que todavía, ¡oh Sancho!,
pienses que aquél sea verdadero lacayo? Parece que se te ha
ido de las mientes haber visto a Dulcinea convertida y
transformada en labradora, y al Caballero de los Espejos en el
bachiller Carrasco, obras todas de los encantadores que me
persiguen. Pero dime agora: ¿preguntaste a ese Tosilos que
dices qué ha hecho Dios de Altisidora: si ha llorado mi ausencia,
o si ha dejado ya en las manos del olvido los enamorados
pensamientos que en mi presencia la fatigaban?
1481
pero, de los que tengo de Dulcinea, a quien tú agravias con la
remisión que tienes en azotarte y en castigar esas carnes, que
vea yo comidas de lobos, que quieren guardarse antes para los
gusanos que para el remedio de aquella pobre señora.
1482
¡oh Sancho!, que nos convirtiésemos en pastores, siquiera el
tiempo que tengo de estar recogido. Yo compraré algunas
ovejas, y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son
necesarias, y llamándome yo el pastor Quijotiz, y tú el pastor
Pancino, nos andaremos por los montes, por las selvas y por los
prados, cantando aquí, endechando allí, bebiendo de los
líquidos cristales de las fuentes, o ya de los limpios arroyuelos, o
de los caudalosos ríos. Daránnos con abundantísima mano de
su dulcísimo fruto las encinas, asiento los troncos de los
durísimos alcornoques, sombra los sauces, olor las rosas,
alfombras de mil colores matizadas los estendidos prados,
aliento el aire claro y puro, luz la luna y las estrellas, a pesar de
la escuridad de la noche, gusto el canto, alegría el lloro, Apolo
versos, el amor conceptos, con que podremos hacernos eternos
y famosos, no sólo en los presentes, sino en los venideros siglos.
-Tú has dicho muy bien -dijo don Quijote-; y podrá llamarse el
bachiller Sansón Carrasco, si entra en el pastoral gremio, como
entrará sin duda, el pastor Sansonino, o ya el pastor Carrascón;
el barbero Nicolás se podrá llamar Miculoso, como ya el antiguo
1483
Boscán se llamó Nemoroso; al cura no sé qué nombre le
pongamos, si no es algún derivativo de su nombre, llamándole
el pastor Curiambro. Las pastoras de quien hemos de ser
amantes, como entre peras podremos escoger sus nombres; y,
pues el de mi señora cuadra así al de pastora como al de
princesa, no hay para qué cansarme en buscar otro que mejor
le venga; tú, Sancho, pondrás a la tuya el que quisieres.
El cura no será bien que tenga pastora, por dar buen ejemplo; y
si quisiere el bachiller tenerla, su alma en su palma.
-¡Válame Dios -dijo don Quijote-, y qué vida nos hemos de dar,
Sancho
1484
-Albogues son -respondió don Quijote- unas chapas a modo de
candeleros de azófar, que, dando una con otra por lo vacío y
hueco, hace un son, si no muy agradable ni armónico, no
descontenta, y viene bien con la rusticidad de la gaita y del
tamborín; y este nombre albogues es morisco, como lo son
todos aquellos que en nuestra lengua castellana comienzan en
al, conviene a saber: almohaza, almorzar, alhombra, alguacil,
alhucema, almacén, alcancía, y otros semejantes, que deben ser
pocos más; y solos tres tiene nuestra lengua que son moriscos y
acaban en i, y son: borceguí, zaquizamí y maravedí. Alhelí y
alfaquí, tanto por el al primero como por el i en que acaban, son
conocidos por arábigos. Esto te he dicho, de paso, por
habérmelo reducido a la memoria la ocasión de haber
nombrado albogues; y hanos de ayudar mucho al parecer en
perfeción este ejercicio el ser yo algún tanto poeta, como tú
sabes, y el serlo también en estremo el bachiller Sansón
Carrasco. Del cura no digo nada; pero yo apostaré que debe de
tener sus puntas y collares de poeta; y que las tenga también
maese Nicolás, no dudo en ello, porque todos, o los más, son
guitarristas y copleros. Yo me quejaré de ausencia; tú te
alabarás de firme enamorado; el pastor Carrascón, de
desdeñado; y el cura Curiambro, de lo que él más puede
servirse, y así, andará la cosa que no haya más que desear.
1485
de hacer cuando pastor me vea! ¡Qué de migas, qué de natas,
qué de guirnaldas y qué de zarandajas pastoriles, que, puesto
que no me granjeen fama de discreto, no dejarán de
granjearme la de ingenioso! Sanchica mi hija nos llevará la
comida al hato. Pero, ¡guarda!, que es de buen parecer, y hay
pastores más maliciosos que simples, y no querría que fuese
por lana y volviese trasquilada; y también suelen andar los
amores y los no buenos deseos por los campos como por las
ciudades, y por las pastorales chozas como por los reales
palacios, y, quitada la causa se quita el pecado; y ojos que no
veen, corazón que no quiebra; y más vale salto de mata que
ruego de hombres buenos.
yo trómpogelas".
1486
pero tráeslos tan por los cabellos, que los arrastras, y no los
guías; y si no me acuerdo mal, otra vez te he dicho que los
refranes son sentencias breves, sacadas de la experiencia y
especulación de nuestros antiguos sabios; y el refrán que no
viene a propósito, antes es disparate que sentencia. Pero
dejémonos desto, y, pues ya viene la noche, retirémonos del
camino real algún trecho, donde pasaremos esta noche, y Dios
sabe lo que será mañana.
1487
Diana se va a pasear a los antípodas, y deja los montes negros
y los valles escuros. Cumplió don Quijote con la naturaleza
durmiendo el primer sueño, sin dar lugar al segundo; bien al
revés de Sancho, que nunca tuvo segundo, porque le duraba el
sueño desde la noche hasta la mañana, en que se mostraba su
buena complexión y pocos cuidados. Los de don Quijote le
desvelaron de manera que despertó a Sancho y le dijo:
1488
desde agora principio al ejercicio pastoral que hemos de tener
en nuestra aldea.
-¡Oh alma endurecida! ¡Oh escudero sin piedad! ¡Oh pan mal
empleado y mercedes mal consideradas las que te he hecho y
pienso de hacerte! Por mí te has visto gobernador, y por mí te
vees con esperanzas propincuas de ser conde, o tener otro
título equivalente, y no tardará el cumplimiento de ellas más de
cuanto tarde en pasar este año; que yo post tenebras spero
lucem.
1489
-Nunca te he oído hablar, Sancho -dijo don Quijote-, tan
elegantemente como ahora, por donde vengo a conocer ser
verdad el refrán que tú algunas veces sueles decir: "No con
quien naces, sino con quien paces".
1490
Quijote, ni a la de Sancho, pasaron por cima de los dos,
deshaciendo las trincheas de Sancho, y derribando no sólo a
don Quijote, sino llevando por añadidura a Rocinante. El tropel,
el gruñir, la presteza con que llegaron los animales inmundos,
puso en confusión y por el suelo a la albarda, a las armas, al
rucio, a Rocinante, a Sancho y a don Quijote.
1491
un madrigalete, que, sin que tú lo sepas, anoche compuse en la
memoria.
1492
Cada verso déstos acompañaba con muchos suspiros y no
pocas lágrimas, bien como aquél cuyo corazón tenía
traspasado con el dolor del vencimiento y con la ausencia de
Dulcinea.
Llegóse en esto el día, dio el sol con sus rayos en los ojos a
Sancho, despertó y esperezóse, sacudiéndose y estirándose los
perezosos miembros; miró el destrozo que habían hecho los
puercos en su repostería, y maldijo la piara y aun más adelante.
Finalmente, volvieron los dos a su comenzado camino, y al
declinar de la tarde vieron que hacia ellos venían hasta diez
hombres de a caballo y cuatro o cinco de a pie. Sobresaltóse el
corazón de don Quijote y azoróse el de Sancho, porque la gente
que se les llegaba traía lanzas y adargas y venía muy a punto
de guerra. Volvióse don Quijote a Sancho, y díjole:
1493
llevaban o qué querían; pero, apenas comenzaba a mover los
labios, cuando se los iban a cerrar con los hierros de las lanzas;
y a Sancho le acontecía lo mismo, porque, apenas daba
muestras de hablar, cuando uno de los de a pie, con un aguijón,
le punzaba, y
-¡Caminad, trogloditas!
-¡Callad, bárbaros!
-¡Pagad, antropófagos!
1494
Iba don Quijote embelesado, sin poder atinar con cuantos
discursos hacía qué serían aquellos nombres llenos de vituperios
que les ponían, de los cuales sacaba en limpio no esperar
ningún bien y temer mucho mal. Llegaron, en esto, un hora casi
de la noche, a un castillo, que bien conoció don Quijote que era
el del duque, donde había poco que habían estado.
Capítulo LXIX: Del más raro y más nuevo suceso que en todo el
discurso desta grande historia avino a don Quijote
1495
que se mostraba algo escura, no se echaba de ver la falta del
día. En
1496
Quijote ser el duque y la duquesa, sus huéspedes, los cuales se
sentaron en dos riquísimas sillas, junto a los dos que parecían
reyes. ¿Quién no se había de admirar con esto, añadiéndose a
ello haber conocido don Quijote que el cuerpo muerto que
estaba sobre el túmulo era el de la hermosa Altisidora?
1497
Luego hizo de sí improvisa muestra, junto a la almohada del, al
parecer, cadáver, un hermoso mancebo vestido a lo romano,
que, al son de una arpa, que él mismo tocaba, cantó con
suavísima y clara voz estas dos estancias:
-No más -dijo a esta sazón uno de los dos que parecían reyes-:
no más, cantor divino; que sería proceder en infinito
representarnos ahora la muerte y las gracias de la sin par
Altisidora, no muerta, como el mundo ignorante piensa, sino
viva en las lenguas de la Fama, y en la pena que para volverla a
la perdida luz ha de pasar Sancho Panza, que está presente; y
así, ¡oh tú, Radamanto, que conmigo juzgas en las cavernas
lóbregas de Lite!, pues sabes todo aquello que en los
inescrutables hados está determinado acerca de volver en sí
1498
esta doncella, dilo y decláralo luego, porque no se nos dilate el
bien que con su nueva vuelta esperamos.
1499
pellizcado has de gemir. ¡Ea, digo, ministros, cumplid mi
mandamiento; si no, por la fe de hombre de bien, que habéis de
ver para lo que nacistes!
1500
-¡Menos cortesía; menos mudas, señora dueña -dijo Sancho-;
que por Dios que traéis las manos oliendo a vinagrillo!
1501
A lo que respondió Sancho:
1502
Dispón desde hoy más, amigo Sancho, de seis camisas mías
que te mando para que hagas otras seis para ti; y, si no son
todas sanas, a lo menos son todas limpias.
1503
martirios pasados los tenía presentes, y no le dejaban libre la
lengua, y viniérale más a cuento dormir en una choza solo, que
no en aquella rica estancia acompañado. Salióle su temor tan
verdadero y su sospecha tan cierta, que, apenas hubo entrado
su señor en el lecho, cuando dijo:
abajo.
1504
-Duerme, Sancho amigo -respondió don Quijote-, si es que te
dan lugar los alfilerazos y pellizcos recebidos, y las mamonas
hechas.
1505
Díjole asimismo las burlas que le había hecho con la traza del
desencanto de Dulcinea, que había de ser a costa de las
posaderas de Sancho. En fin, dio cuenta de la burla que Sancho
había hecho a su amo, dándole a entender que Dulcinea estaba
encantada y transformada en labradora, y cómo la duquesa su
mujer había dado a entender a Sancho que él era el que se
engañaba, porque verdaderamente estaba encantada
Dulcinea; de que no poco se rió y admiró el bachiller,
considerando la agudeza y simplicidad de Sancho, como del
estremo de la locura de don Quijote.
1506
De aquí tomó ocasión el duque de hacerle aquella burla: tanto
era lo que gustaba de las cosas de Sancho y de don Quijote; y
haciendo tomar los caminos cerca y lejos del castillo por todas
las partes que imaginó que podría volver don Quijote, con
muchos criados suyos de a pie y de a caballo, para que por
fuerza o de grado le trujesen al castillo, si le hallasen. Halláronle,
dieron aviso al duque, el cual, ya prevenido de todo lo que
había de hacer, así como tuvo noticia de su llegada, mandó
encender las hachas y las luminarias del patio y poner a
Altisidora sobre el túmulo, con todos los aparatos que se han
contado, tan al vivo, y tan bien hechos, que de la verdad a ellos
había bien poca diferencia.
Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los
burladores como los burlados, y que no estaban los duques dos
dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse
de dos tontos.
1507
presencia turbado y confuso, se encogió y cubrió casi todo con
las sábanas y colchas de la cama, muda la lengua, sin que
acertase a hacerle cortesía ninguna. Sentóse Altisidora en una
silla, junto a su cabecera, y, después de haber dado un gran
suspiro, con voz tierna y debilitada le dijo:
1508
otro mundo? ¿Qué hay en el infierno? Porque quien muere
desesperado, por fuerza ha de tener aquel paradero.
-Así debe de ser -respondió Altisidora-; mas hay otra cosa que
también me admira, quiero decir me admiró entonces, y fue
que al primer voleo no quedaba pelota en pie, ni de provecho
para servir otra vez; y así, menudeaban libros nuevos y viejos,
que era una maravilla. A uno dellos, nuevo, flamante y bien
encuadernado, le dieron un papirotazo que le sacaron las tripas
1509
y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro: ''Mirad qué libro
es ése''. Y el diablo le respondió: ''Ésta es la Segunda parte de la
historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide
Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser
natural de Tordesillas''. ''Quitádmele de ahí - respondió el otro
diablo-, y metedle en los abismos del infierno: no le vean más
mis ojos''. ‘ ¿Tan malo es?'', respondió el otro. ''Tan malo -replicó
el primero-, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle
peor, no acertara''. Prosiguieron su juego, peloteando otros
libros, y yo, por haber oído nombrar a don Quijote, a quien
tanto adamo y quiero, procuré que se me quedase en la
memoria esta visión.
-Visión debió de ser, sin duda -dijo don Quijote-, porque no hay
otro yo en el mundo, y ya esa historia anda por acá de mano en
mano, pero no para en ninguna, porque todos la dan del pie. Yo
no me he alterado en oír que ando como cuerpo fantástico por
las tinieblas del abismo, ni por la claridad de la tierra, porque no
soy aquel de quien esa historia trata. Si ella fuere buena, fiel y
verdadera, tendrá siglos de vida; pero si fuere mala, de su parto
a la sepultura no será muy largo el camino.
1510
antes pueden ser agradecidos que remediados; yo nací para ser
de Dulcinea del Toboso, y los hados, si los hubiera, me
dedicaron para ella; y pensar que otra alguna hermosura ha de
ocupar el lugar que en mi alma tiene es pensar lo imposible.
Suficiente desengaño es éste para que os retiréis en los límites
de vuestra honestidad, pues nadie se puede obligar a lo
imposible.
-Eso creo yo muy bien -dijo Sancho-, que esto del morirse los
enamorados es cosa de risa: bien lo pueden ellos decir, pero
hacer, créalo Judas.
1511
-Vuestra merced, señor caballero, me cuente y tenga en el
número de sus mayores servidores, porque ha muchos días que
le soy muy aficionado, así por su fama como por sus hazañas.
1512
Don Quijote les suplicó le diesen licencia para partirse aquel
mismo día, pues a los vencidos caballeros, como él, más les
convenía habitar una zahúrda que no reales palacios.
Diéronsela de muy buena gana, y la duquesa le preguntó si
quedaba en su gracia Altisidora. Él le respondió:
1513
memoria sin otro artificio alguno. Y, con licencia de vuestra
grandeza, me quiero quitar de aquí, por no ver delante de mis
ojos ya no su triste figura, sino su fea y abominable catadura.
1514
con algún escrúpulo se persuadía a que la enamorada doncella
fuese muerta de veras. No iba nada Sancho alegre, porque le
entristecía ver que Altisidora no le había cumplido la palabra de
darle las camisas; y, yendo y viniendo en esto, dijo a su amo:
1515
que quieres, y azótate luego, y págate de contado y de tu
propia mano, pues tienes dineros míos.
1516
de los que tengo de vuestra merced, y entraré en mi casa rico y
contento, aunque bien azotado; porque no se toman truchas..., y
no digo más.
1517
-Mira, amigo, que no te hagas pedazos; da lugar que unos
azotes aguarden a otros; no quieras apresurarte tanto en la
carrera, que en la mitad della te falte el aliento; quiero decir que
no te des tan recio que te falte la vida antes de llegar al número
deseado. Y, porque no pierdas por carta de más ni de menos,
yo estaré desde aparte contando por este mi rosario los azotes
que te dieres. Favorézcate el cielo conforme tu buena intención
merece.
1518
Pero el socarrón dejó de dárselos en las espaldas, y daba en los
árboles, con unos suspiros de cuando en cuando, que parecía
que con cada uno dellos se le arrancaba el alma. Tierna la de
don Quijote, temeroso de que no se le acabase la vida, y no
consiguiese su deseo por la imprudencia de Sancho, le dijo:
1519
Acudió don Quijote luego al son de la lastimada voz y del golpe
del riguroso azote, y, asiendo del torcido cabestro que le servía
de corbacho a Sancho, le dijo:
de todos.
1520
malísima mano el robo de Elena, cuando el atrevido huésped se
la llevó a Menalao, y en otra estaba la historia de Dido y de
Eneas, ella sobre una alta torre, como que hacía señas con una
media sábana al fugitivo huésped, que por el mar, sobre una
fragata o bergantín, se iba huyendo.
Notó en las dos historias que Elena no iba de muy mala gana,
porque se reía a socapa y a lo socarrón; pero la hermosa Dido
mostraba verter lágrimas del tamaño de nueces por los ojos.
Viendo lo cual don Quijote, dijo:
1521
uno, que sacó a luz la historia deste nuevo don Quijote que ha
salido: que pintó o escribió lo que saliere; o habrá sido como un
poeta que andaba los años pasados en la corte, llamado
Mauleón, el cual respondía de repente a cuanto le preguntaban;
y, preguntándole uno que qué quería decir Deum de Deo,
respondió: ''Dé donde diere''. Pero, dejando esto aparte, dime si
piensas, Sancho, darte otra tanda esta noche, y si quieres que
sea debajo de techado, o al cielo abierto.
-No más refranes, Sancho, por un solo Dios -dijo don Quijote-,
que parece que te vuelves al sicut erat; habla a lo llano, a lo liso,
1522
a lo no intricado, como muchas veces te he dicho, y verás como
te vale un pan por ciento.
-Aquí puede vuestra merced, señor don Álvaro Tarfe, pasar hoy
la siesta: la posada parece limpia y fresca.
1523
-Mira, Sancho: cuando yo hojeé aquel libro de la segunda parte
de mi historia, me parece que de pasada topé allí este nombre
de don Álvaro Tarfe.
¿dónde camina?
1524
-Sin duda alguna pienso que vuestra merced debe de ser aquel
don Álvaro Tarfe que anda impreso en la Segunda parte de la
historia de don Quijote de la Mancha, recién impresa y dada a
la luz del mundo por un autor moderno.
1525
vuestra merced la experiencia, y ándese tras de mí, por los
menos un año, y verá que se me caen a cada paso, y tales y
tantas que, sin saber yo las más veces lo que me digo, hago reír
a cuantos me escuchan; y el verdadero don Quijote de la
Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el enamorado, el
desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfanos, el
amparo de las viudas, el matador de las doncellas, el que tiene
por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor
que está presente, que es mi amo; todo cualquier otro don
Quijote y cualquier otro Sancho Panza es burlería y cosa de
sueño.
1526
ciudad, no quise yo entrar en ella, por sacar a las barbas del
mundo su mentira; y así, me pasé de claro a Barcelona, archivo
de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los
pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y
correspondencia grata de firmes amistades, y, en sitio y en
belleza, única. Y, aunque los sucesos que en ella me han
sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre,
los llevo sin ella, sólo por haberla visto. Finalmente, señor don
Álvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo que
dice la fama, y no ese desventurado que ha querido usurpar mi
nombre y honrarse con mis pensamientos. A vuestra merced
suplico, por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer
una declaración ante el alcalde deste lugar, de que vuestra
merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta
agora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda
parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquél que vuestra
merced conoció.
1527
señora Dulcinea del Toboso, y pluguiera al cielo que estuviera
su desencanto de vuestra merced en darme otros tres mil y
tantos azotes como me doy por ella, que yo me los diera sin
interés alguno.
1528
estar encantado, pues tocaba con la mano dos tan contrarios
don Quijotes.
1529
no fue que en ella acabó Sancho su tarea, de que quedó don
Quijote contento sobremodo, y esperaba el día, por ver si en el
camino topaba ya desencantada a Dulcinea su señora; y,
siguiendo su camino, no topaba mujer ninguna que no iba a
reconocer si era Dulcinea del Toboso, teniendo por infalible no
poder mentir las promesas de Merlín.
1530
A la entrada del cual, según dice Cide Hamete, vio don Quijote
que en las eras del lugar estaban riñendo dos mochachos, y el
uno dijo al otro:
1531
Dulcinea del Toboso y estos galgos que la persiguen son los
malandrines encantadores que la transformaron en labradora:
ella huye, yo la cojo y la pongo en poder de vuesa merced, que
la tiene en sus brazos y la regala: ¿qué mala señal es ésta, ni
qué mal agüero se puede tomar de aquí? Los dos mochachos
de la pendencia se llegaron a ver la liebre, y al uno dellos
preguntó Sancho que por qué reñían. Y fuele respondido por el
que había dicho ''no la verás más en toda tu vida'', que él había
tomado al otro mochacho una jaula de grillos, la cual no
pensaba volvérsela en toda su vida. Sacó Sancho cuatro
cuartos de la faltriquera y dióselos al mochacho por la jaula, y
púsosela en las manos a don Quijote, diciendo:
1532
las armas, para que sirviese de repostero, la túnica de bocací,
pintada de llamas de fuego que le vistieron en el castillo del
duque la noche que volvió en sí Altisidora. Acomodóle también
la coroza en la cabeza, que fue la más nueva transformación y
adorno con que se vio jamás jumento en el mundo.
Fueron luego conocidos los dos del cura y del bachiller, que se
vinieron a ellos con los brazos abiertos. Apeóse don Quijote y
abrazólos estrechamente; y los mochachos, que son linces no
escusados, divisaron la coroza del jumento y acudieron a verle,
y decían unos a otros:
1533
-¿Cómo venís así, marido mío, que me parece que venís a pie y
despeado, y más traéis semejanza de desgobernado que de
gobernador?
1534
suplicaba, si no tenían mucho que hacer y no estaban
impedidos en negocios más importantes, quisiesen ser sus
compañeros; que él compraría ovejas y ganado suficiente que
les diese nombre de pastores; y que les hacía saber que lo más
principal de aquel negocio estaba hecho, porque les tenía
puestos los nombres, que les vendrían como de molde. Díjole el
cura que los dijese. Respondió don Quijote que él se había de
llamar el pastor Quijotiz; y el bachiller, el pastor Carrascón; y el
cura, el pastor Curambro; y Sancho Panza, el pastor Pancino.
1535
-Eso está de molde -respondió don Quijote-, puesto que yo
estoy libre de buscar nombre de pastora fingida, pues está ahí
la sin par Dulcinea del Toboso, gloria de estas riberas, adorno
de estos prados, sustento de la hermosura, nata de los
donaires, y, finalmente, sujeto sobre quien puede asentar bien
toda alabanza, por hipérbole que sea.
1536
Quiso la suerte que su sobrina y el ama oyeron la plática de los
tres; y, así como se fueron, se entraron entrambas con don
Quijote, y la sobrina le dijo:
1537
o pastor por andar, no dejaré siempre de acudir a lo que
hubiéredes menester, como lo veréis por la obra.
1538
le tenía de aquella suerte, por todas las vías posibles
procuraban alegrarle, diciéndole el bachiller que se animase y
levantase, para comenzar su pastoral ejercicio, para el cual
tenía ya compuesta una écloga, que mal año para cuantas
Sanazaro había compuesto, y que ya tenía comprados de su
propio dinero dos famosos perros para guardar el ganado: el
uno llamado Barcino, y el otro Butrón, que se los había vendido
un ganadero del Quintanar. Pero no por esto dejaba don
Quijote sus tristezas.
1539
Estuvo atenta la sobrina a las razones del tío, y pareciéronle
más concertadas que él solía decirlas, a lo menos, en aquella
enfermedad, y preguntóle:
1540
costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de
Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje, ya
me son odiosas todas las historias profanas del andante
caballería, ya conozco mi necedad y el peligro en que me
pusieron haberlas leído, ya, por misericordia de Dios,
escarmentando en cabeza propia, las abomino.
Cuando esto le oyeron decir los tres, creyeron, sin duda, que
alguna nueva locura le había tomado. Y Sansón le dijo:
1541
señales por donde conjeturaron se moría fue el haber vuelto con
tanta facilidad de loco a cuerdo, porque a las ya dichas razones
añadió otras muchas tan bien dichas, tan cristianas y con tanto
concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y a creer que
estaba cuerdo.
1542
todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren,
llegando a las mandas, dijo:
1543
alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea
desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de
pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por
haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más,
que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser
cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, y el que es
vencido hoy ser vencedor mañana.
1544
»Ítem, es mi voluntad que si Antonia Quijana, mi sobrina,
quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se haya
hecho información que no sabe qué
1545
En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos
todos los sacramentos, y después de haber abominado con
muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallóse
el escribano presente, y dijo que nunca había leído en ningún
libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto
en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don
Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se
hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió.
1546
que la muerte no triunfó de su vida con su muerte.
1547
no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a
Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y
verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado
de hacer tercera jornada y salida nueva; que, para hacer burla
de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las
dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya
noticia llegaron, así en éstos como en los estraños reinos''. Y con
esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a
quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber
sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente,
como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en
aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas
historias de los libros de caballerías, que, por las de mi
verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del
todo, sin duda alguna. Vale.
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