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Floria Jiménez, poesía para la eterna infancia
En la Feria Internacional de la Lectura Infantil y Juvenil de Centroamérica (FILIJC
2019), que se realizará en Guatemala entre el 13 y 16 de marzo, se rendirá un
homenaje a la escritora costarricense
Carlos Rubio. 2 marzo, 2019
Amplia trayectoria
Floria Jiménez publicó su primer libro, Mirrusquita, en 1976. Desde entonces han
aparecido títulos inscritos en diversos géneros, el poético, el cuento o la novela como
Me lo contó un pajarito, El color de los sueños, Detrás de donde nace el sol, Las
canciones del viento, Tortuguita Paz, Galipán y yo, Las piedritas mágicas, El día en que
el sol enfermó de tos, Paulina y el caracol, Érase este monstruo, Tres cocodrilas del
cocodrilar, No te rasques, Pequitas, La tía Poli y su gato fantasma, Gusano Picoreto-
Ratón con dientes de niño o El árbol solito.
Debe anotarse que 40 años después de su primera edición, su ópera prima aún se
reedita y lee. Recitamos así: “Mirrusca, Mirrusca, / linda Mirrusquita, / ¿conoces la
historia / de Luz, la pulguita?”.
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Y es que la autora fue una dedicada profesora que propició el amor por la literatura.
Se graduó en la Universidad de Costa Rica y trabajó en varios colegios. Durante
décadas formó docentes en las áreas del lenguaje, la literatura infantil y la expresión
creadora en el Centro de Investigación y Docencia en Educación (CIDE) de la UNA.
También se le recuerda por producir y escribir los guiones del programa de televisión
Ciudad palabrita, transmitido en la década de los años 80 por Canal 13.
Frente a su casa estaba la Librería Baldizón. La poetisa rememora que los gatos se
paseaban entre cajas abiertas de las que se asomaban torres de obras de editoriales
extranjeras. Allí encontraba cuentos troquelados, y textos en las que se describían
países lejanos como España o Arabia. Aún hoy conserva tesoros bibliográ cos que le
obsequiaron en la infancia, entre los que se encuentran una versión de las rimas
tradicionales inglesas de Mother Goose o la enciclopedia La Colección de Oro de los
Niños con valiosos prólogos de Gabriela Mistral y Juana de Ibarbouru.
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Por eso, a los 10 años, Floria ya había creado e ilustrado, con lápices de colores, sus
primeras composiciones poéticas. Guarda en su casa, con devoción, un álbum
escrito de puño y letra, en el que se leen versos como “Una niña pequeña / hija de una
señora anciana / se llamaba “Almendrita” / y con las mariposas / jugaba por la
mañana”.
La escritora Elsa Bornemann advierte que, para la persona menor, es más importante
el ritmo y la musicalidad del poema que su signi cado. Y Floria Jiménez es una
maestra de la eufonía y de un atrevido y gozoso uso de palabras. Ese juego lo
encontramos, por ejemplo, en el título de uno de sus libros, Tres cocodrilas del
cocodrilar. En el Diccionario de la Lengua Española solo se acepta el masculino
“cocodrilo” y no reconoce la palabra “cocodrilar”, pero eso no impide a la autora crear
un atractivo efecto sonoro que disfruta el público infantil y el adulto.
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Debe reconocerse también, en su obra, el sentido del juego por el que abogaba el
poeta Sáenz en un libro clásico como Mulita mayor. En la poesía que solaza, durante
la primera infancia y la edad escolar, no impera ningún sentido didáctico.
En el 2016, las investigadoras Beatriz Ortiz y Alicia Zaina, a rmaban: “La poesía,
lenguaje divergente, de aperturas, de sugerencias, de exploración de sonidos y
ritmos, permite a los chicos un encuentro diferente con la palabra, un encuentro
estético, enriquecedor de sensaciones y emociones, disparador de sus fantasías y
creatividad”.
Encontramos así textos que nos recuerdan jitanjáforas y trabalenguas como “Dunga,
dunga” / (decirlo tres veces, sin respirar, / saltando en un solo pie) / Dunga, dunga, /
caradunga / diez hilos de estrella / tres granos de azúcar / colibrí de nácar / nidito de
pluma / gusano de fuego / caracol de espuma / para que me quieras / hechizo de luna
/ y una caradunga / ventana encantada / con luz de ternura. // Dunga, / dunga, /
dunga”.
Hoy habita la escritora en un hogar cuyas paredes están tapizadas con medallones
de colores confeccionados con materiales reciclados. Al igual que con su poesía, ella
crea belleza con objetos cotidianos.
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