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rinoceronte Ole Lund Kirkegaard Ilustraciones dal autor - Capitulo 1 1 EI nifio se llamaba Topper, y no puede decirse que fuera muy hermoso. Su pelo era entre colorado y casta- fio, casi como el hierro oxidado; era tan grueso y duro que, para que estuviera un poco presentable, su madre tenia que pei- narselo con un rastrillo. Tenfa la cara toda lena de pecas y los dientes de arriba casi se le escapaban de la boca. Topper vivia en una casa de color rojo a la orilla del mar. La casa roja era grande y vieja, y estaba llena de puertas torcidas y escale- ras que crujfan. En el invierno habja ratones en el sétano y cuervos en la chimenea. El resto del afio la casa estaba Ile- na de gente, nifios y gatitos que corrian de un lado para otro. 9 A Topper le gustaba mucho aque- Ila casa grande y roja, y cuando volvia de la escuela siempre le decia: —jHola, casal, hace buen dia, zeh? Y entonces le parecia que la casa se alegraba, todo lo que se puede alegrar una casa sin que se abran grietas en las paredes. En el tiltimo piso, debajo del teja- do, vivia el portero, Sr. Holm. EI Sr. Holm cuidaba de la casa y trataba que la gente lo pasara bien ¢ hi- ciera cosas raras. Fumaba en una pipa pequefia, re- torcida como un gancho, y sabia contar historias de miedo, de fantasmas, de bru- jas y de canibales hasta hacer temblar. El Sr. Holm era bajito, gordo y muy amable y tenia el bigote blanco. El Sr. Holm no era canibal y comfa cosas tan normales como carne, sardinas fritas, pan y algunas veces flan de chocolate. A la pipa la lamaba calientanariz y solamente la sacaba de la boca para contar historias de miedo y para comer. 10 —Seguro que por las noches duer- me con la pipa puesta —le dijo una vez Topper a Viggo. Viggo era el amigo de Topper. —No —dijo Viggo—. Mi padre dice que no se puede dormir con la pipa, porque entonces se cae todo el tabaco en la cama y mi padre es muy inteligente y lo sabe todo. Pero Topper pensaba que el Sr. Holm sabia mucho mis y decidié que le preguntarfa eso de la pipa sin que se enteraran Viggo ni su padre que era tan inteligente. El padre inteligente de Viggo se llamaba Leén y tenia un café en el primer piso de la casa roja; se llamaba CAFE LA PESCADILLA AZUL, y todas las tardes estaba Ileno de pescadores y mariners que iban alli a comer guiso de carne, a fu- mar y a beber vino. ‘Topper vivia en el piso intermedio de la casa roja. ‘Topper vivia con su madre, que era pescadora y vendia pescado en el mercado, ny al otro lado del puerto. La madre de Top- per cantaba tan fuerte que hacia temblar todas las ventanas, y los peces saltaban asustados. EI padre de Topper era marinero, navegaba por los siete mares y solamente venfa a casa una vez al aio, En la escuela, Topper le contaba a la profesora y a los otros nifios cosas de su padre. —Mi padre —dijo Topper un dia— es un marinero auténtico, navega en alta mar y tiene dentadura postiza, —2Qué es dentadura postiza? —preguntaron los otros nifios —Bueno —dijo la maestra po- niéndose las gafas—. Una dentadura es postiza cuando se pueden quitar y poner los dientes de la boca. —{Caray! —dijeron los otros ni- fios—. ;Puede tu padre quitarse los dien- tes de la boca? —Claro que si —dijo Topper po- niéndose muy orgulloso—. Una vez que habia tormenta en el mar, se los sacé para 12 mirarlos un ratito y PLOP, se le cayeron en medio de las olas y desaparecieron. —jOh! —dijeron los otros ni- fios—. :Hicieron PLOP? —S{ —dijo Topper—. Un autén- tico PLOP y entonces ya no tuvo més dientes y durante mucho tiempo se tuvo que conformar comiendo sdlo sopas y papillas. —Aggg —dijeron algunos—. Eso no podia ser muy agradable para él. 13 —No —dijo Topper—. Fue terri- bley al final, del disgusto, agarré la fiebre amarilla. —Jestis! —dijo la maestra—. :Agarré la fiebre amarilla? —Si que la agarré, y ademds una muy gorda; pero ahora ya esté bien y en vez de fiebre amarilla agarré una mujer en cada puerto —dijo Topper. ‘A la maestra casi se le cayeron los anteojos. —Bien —dijo—. Ahora vamos a escribir y ya oiremos més cosas del padre de Topper otro dia. Los nifios tomaron sus cuadernos y se pusieron a escribir todo lo bien que podian. Pero pensaban mucho en el padre de Topper y en sus extrafios dientes que se podian quitar de la boca. Todos deseaban poderlo ver bien cuando volviera a casa desde alta mar. ‘También vivia en la gran casa roja una sefiora mayor. Se Ilamaba Sra. Flora y tenia una 4 trompeta de oft, dorada y larga, porque era muy sorda. Su balcén estaba Ileno de enormes macetas con flores y jaulas con pajaritos verdes. —Las flores son lo més bonito que existe —le dijo un dfa al Sr. Holm cuando bajaba por la escalera para barrer la calle. —Si, es cierto —dijo el Sr. Holm tomando su calientanariz—. No hay na- da mejor que las flores, solamente una ta- za de café, —;Cémo dice? —pregunté la Sra. Flora metiéndose la trompetilla en la ore- ja y volviéndola hacia el Sr. Holm. —CAFE —grité el Sr. Holm. —jAh!, si, el café también esta muy bueno —dijo la Sra. Flora—. ;Quie- re tomar usted una taza de café, Sr. Holm? EI Sr. Holm acept6. —Si, muchas gracias —dijo—. Si no es abusar demasiado. —;Demasiado? —dijo la Sra. Flo- ra sonriendo—, No, no tenga miedo que no le daré demasiado. 15 Asi hablaban el Sr. Holm y la Sra. Flora, de cuando en cuando, de flores y de café; en el fondo al Sr. Holm eso le gustaba. Casi todos los dias se sentaban el St. Holm y la Sra. Flora en el baleén, en- tre flores y pajaritos, felices, mientras to- maban café. —Un hombre atractivo como us- ted, St. Holm —dijo la Sra, Flora—. Un hombre atractivo como usted debfa bus- carse una mujer. —S{ —dijo el Sr. Holm—. Usted y yo casados, no estariamos mal. —MAL —dijo la Sra. Flora olien- do la cafetera—. :Cree usted que mi café tiene mal sabor?, no es posible, mi queri- do portero, es café de Java. —Mmm —dijo el Sr, Holm un poco avergonzado. Bien, salud, Sra. Flora. Pero estaba pensando: Un dia le escribiré una carta y en esa carta le voy a decir asi: CASESE CONMIGO, DULCTI. SIMA SENORA FLORA. Una carta asi tiene que entenderla esa dulce sefiora. 16 Asi era la vida en la gran casa roja de la orilla del mar y asi era la gente que vivia en ella. Y ahora ya es hora de contar una cosa muy rara que pas6 precisamente alli. an Capitulo 2 i Topper era coleccionista. Coleccionaba de todo, pero prin- cipalmente coleccionaba cosas pequefias, de esas que se pueden meter en el bolsi- Ilo, para darselas a sus amigos. En invierno no se encontraban muchas, pero el verano era la mejor épo- ca para los coleccionistas. En el verano Topper encontraba pajaritos, tapas de botellas y piedras blancas, También encontraba escarabajos de alas azules, gusanos verdes... y una vez encontré un cochecito de nifio, de tres ruedas, todo oxidado. El carticoche fue una de las mejo- res cosas que encontré aquel verano. Topper y Viggo le llamaban TEM- BLEQUE y se turnaban para llevarse el uno al otro hasta la escuela. Pero un dia que Topper llevaba a Viggo en el carticoche, vio a su novia, porque, todo hay que decirlo, Topper te- nia una novia. Se llamaba Sille y era muy bonita. —Hola, Sille —grité Topper ha- ciendo sefias con las manos para que se fi- jara en él—, ;Has visto el TEMBLEQUE? —Qué TEMBLEQUE? —pre- gunté Sille, acercéndose rapidamente en su pequefia bicicleta amarilla. EMBLEQUE es nuestro carri- coche —dijo Topper sefialindolo con el dedo. 19 —Tonto —dijo Sille al alejarse—. Yo no veo ningtin carricoche TEM- BLEQUE. —Bueno —dijo Topper muy sorprendido—. Es posible que no. Y se dio la vuelta para seguir empujando a TEMBLEQUE, pero del ca- rricoche no habia ni rastro. «Qué raro», pensé Topper miran- do para todas partes. «Seguro que se marché solo a la escuela con Viggo». Eché a andar, y no habia andado mucho cuando oyé una voz muy enojada que gritaba detras de un zarzal. —2Qué es esto? —decfa la vor enojada—. Un carricoche en medio de las flores, en mi vida vi cosa igual y ademas con un nifio dentro. Sti —murmuraba la voz de Viggo desde detris de las zarzas. —{Cémo demonios viniste a pa- rar en medio de las flores? —grité la voz enojada. —jOh! —dijo Viggo—. Pasando a través del zarzal. a —Es0 es lo mas descarado que of —grité la voz enojada—. Voy a decirte algo, esto no es un sitio para jugar. —No —murmuré Viggo—. Ya lo sé. —Esto —grité la voz enojada— es un jardin muy bien cuidado y muy bonito. —Si —dijo Viggo—. Y me gusta- ria salir de aqui corriendo. —Corriendo —grité la voz—. Di- jiste corriendo, entonces acércate, amiguito. «Qué raro», pensé Topper. «Ahora le llama amiguito, y uno no debe gritarle a sus amigos...» Pero Topper no pudo seguir pen- sando mucho en eso de los amigos, porque de repente aparecié Viggo volando sobre el zarzal y detras de él TEMBLEQUE. —iUf| —dijo Viggo. —Te lastimaste —dijo Topper y le ayudé a ponerse en pie. —jUR —dijo Viggo—. :Por qué soltaste el carricoche? ‘Topper se rascé su pelo oxidado. —Pues —dijo Viggo—. Verds, pa- lc venia por alli y entonces cref sa que 22 que tenfa que saludarla, y asi... —jClaro! —dijo Viggo quitandose las espinas del pantalén—. Eso es lo que pasa con esas tonterias del amor, pero de ahora en adelante seré yo solamente el que empuje a TEMBLEQUE. —Bueno —dijo Topper—. Esté bien. ‘A Topper le parecia muy bien ese arreglo y pensé que, después de todo, eso del amor en el fondo no era tanta tonteria. {Sabes una cosa, Viggo? —dijo Topper—. Tui también tienes que encon- trar una novia. —;Bah! —dijo Viggo tragando sa- liva—, Ti estas loco. —Si —dijo Topper—. ;Quizas! Y se senté todo cémodo en TEM- BLEQUE, el carricoche, soltando un par de pitidos fuertes. —;Queé haces? —pregunté Viggo, un poco asustado, parando el carricoche. —Silbo —dijo Topper sonriendo muy complacido—. Estoy silbando, ami- guito. aa Capitulo 3 7 El carricoche TEMBLEQUE fue un buen hallazgo. Por lo menos para Topper. No tenia nada en contra de que Viggo prefiriera empujar a TEMBLEQUE, y todos los dias Topper se sentaba en el carricoche y silbaba, Y algunas veces, si tenfa suerte, sa~ ludaba a su novia Sille cuando pasaba en su bicicleta amarilla. Y entonces llegaron las vacaciones de verano. La profesora cerré la puerta de la escuela y puso un letrero. El letrero decfa: LA ESCUELA ESTA 24 —Bueno —dijo Topper rascéndose su pelo oxidado—. ;Qué pena! —iQué va! —dijo Viggo muy con- tento—. Creo que tenemos suerte. Y se fueron a su casa a pasar las va- caciones de verano. Pero dos dias més tarde, Topper encontré algo que era atin mejor que el carricoche. Era un lapiz. Topper lo encontré a la orilla del mar, por la mafiana temprano, cuando iba acompajiando a su madre al mercado donde cantaba y vendia pescado. Era solamente un trozo de lépiz pequefio, de esos que usan los carpinteros cuando tienen que marcar la madera. —;Caray! —dijo Topper metiendo el trozo de lapiz en el bolsillo—. Por lo visto soy un tipo con suerte. Un Kipiz ast es lo que estuve deseando siempre —afia- dié a continua Topper siguié andando, con la mano metida en el bolsillo donde tenfa el lapiz y cuando llegé a la pared de atrés 25 del almacén de pescado, se pard. Je, jen, pens6, mirando a todas partes. «Seguro que un lapiz. ast escribe bien, Creo que voy a escribir algo en la pared, algo bonito y delicado». Estuvo pensando un rato algo que fuera, a la vez, bonito y delicado para es- cribir en una pared. Y escribié Sible te Ano «Hum», pens6, «Quedé bonito de verdad. Ahora sélo falta que Sille pase por aqui y lo vea». En ese momento oyé un ruido un poco mas arriba. Era el ruido de una bicicleta que bajaba disparada por el camino, A Topper le parecié que sonaba como una pequefia bicicleta amarilla, a toda velocidad. {Oh!», pensé con un sobresalto. Es ella, sucedi6» 26 Se dio la vuelta y se puso de espaldas contra la pared tapando el escrito. —jCaramba! —dijo Sille y frené haciendo saltar los guijarros del cami- no—. Topper, :qué estas escribiendo? —iFjem! —dijo Topper sobresal- tado—. Nada de particular, Sille. Sola- mente dos letras de nada. —Topper —dijo Sille apoyando la bicicleta contra la pared—. ;Sabes lo que me parece ? —NNOO —murmuré Topper—. No lo sé. —Creo que es algo peor, me pare- ce que escribiste una frescura —dijo Si- Ie—. Porque estas todo colorado. —Si? —dijo Topper asustado, tratando de que se le quitaran los colores. —Si —dijo Sille—. Me gustaria ver lo que escribiste. No importa que sea una frescura. —Bueno —murmuré Topper tra- gando saliva—. Es que... Yo... Yo no es- cribo muy bien, Sille, casi son garabatos. —;Si? —dijo Sille acercindose. 7 —;Puf! —dijo’ Topper moviendo los brazos. —Escribo muy mal, horriblemen- te, s6lo son garabatos, casi te dolerian los ojos de verlo. —No importa —dijo Sille—. Dé- jamelo ver de todas formas. Y aparté a Topper de un empujén, «Ahora», pensé Topper y respiré fuerte, «Ahora lo va a ver y a lo mejor se enoja conmigo. Espero que por lo menos no arafe». Sille se quedé mirando la pared un rato. —Topper —dijo—. Tui estas loco. —Si —dijo Topper—. Ya lo sé. Pero a mi me parece que es muy bonito. —,Qué es lo que es muy bonito? —pregunté Sille. —Eso de la pared —dijo Topper sefialando la pared, por encima del hom- bro. —Pero, Topper —dijo Sille, rién- dose—. Si en la pared no hay nada. Topper volvié la cabeza despacio y 29 miré hacia la pared. TODAS LAS PALA- BRAS HABIAN DESAPARECIDO, Aquello tan bonito que le habia escri- toa Sille, habia desaparecido sin dejar rastro. Solamente quedaba la pared blan- cay la sombra de Sille. —Me engafiaste —dijo Sille—. Yo crei que habias escrito alguna frescura so- bre nosotros dos. Se monté en la bicicleta y se fue hacia el puerto. Topper se quedé mirandola, bajo el sol de la mafiana, hasta que la vio desa- parecer, a toda velocidad por detrés de unas casas negras de madera. «Demonios», pensé Topper co- Jo el pedazo de Lipiz. «Es muy extrafio. Debe haber algo erioso en este lépiz. Voy a probarlo vez, voy a escribir otra cosa». Y esta vez escribid: 30 «Porque eso es lo que es», pensd Topper. «PRAM, CHAS», se oyé de repente. Y casi sin que Topper tuviera tiem- po de volverse, Sille ya se habia pasado de largo. Lo tinico que pudo ver fueron sus trenzas moviéndose con el viento y el pol- vo que levantaba la bicicleta amarilla. Y cuando se dio la vuelta para ver lo que habia escrito de ella en la pared, se qued6 paralizado por la sorpresa. NO HABIA NI UNA RAYA EN LA PARED. Ni una palabra. La pared estaba toda blanca y soleada y olfa a hierba, a brea y a lanchas recién pintadas. —Este lapiz —dijo Topper, mi- randolo bien— es el lipiz més extraiio que vi en mi vida. Tengo que mostrarselo a Viggo. Y se fue corriendo a la ciudad pa- ra buscar a Viggo. = Capitulo 4 a Viggo estaba delante del CAPE LA PESCADILLA AZUL pintando el carrico- che de rojo. —Mira —grité Topper desde lejos haciendo sefias con los brazos—. Mira lo que encontré. Viggo pegé un salto sorprendido y se salpicé el pantalén con la pintura roja. — Mira, mira! —grité Topper to- do excitado, poniendo el lapiz casi en la nariz de Viggo—. {Qué te parece, has vis- to alguna vez un lapiz asi? —Uf —dijo Viggo tratando de quitarse la pintura del pantalén—. Buena se va a poner mi madre. —No, qué va —dijo Topper apre- tando el lapiz muy fuerte—, Nunca sabré nada de este super-lépiz. —Ya —dijo Viggo—. Pero si que sabré lo de la pintura en el pantaldn. temos el pantalén todo de rojo, hay bas- tante pintura. —Si, claro, y asi, atin se enojard mas —gimotes Viggo. —No, hombre —dijo Topper—. Seguro que ni se preocupa por la pintura. De todas formas, ahora ya no tiene arre- glo. Pero, oye, zhas visto bien lo que ten- go aqui? —iAh!, ese esttipido lapiz —dijo Viggo de mal humor—. ;No tienes otra cosa que hacer que andar por ahi moles- tando a la gente con tu lapiz? Y se puso a pintar de nuevo. —Pero, oye, Viggo —dijo Topper—. Este no es un lapiz corriente. —Todos los lapices son corrientes —dijo Viggo—. Lo dice mi padre, Mi padre dice: Todos los lipices son igual de corrientes. —Ya, ya —dijo Topper, riéndo- se—. Entonces no ¢s tan listo como yo creia, porque, zsabes qué tipo de lapiz es &te, Viggo? Este lapiz. esté embrujado. 33 —Me importa un bledo —dijo Viggo. —Cuando se escribe con él —dijo ‘Topper—, desaparece todo lo que se ha- bia escrito, casi de repente. —Si —dijo Viggo, atin enojado—. Con una goma de borrar. —No —dijo Topper, levantando la voz—. NO, idiota. SIN goma ni nada. Viggo dejé de pintar. —;Desaparece sin goma? —pre- gunté y miré a Topper con desconfian- za—. Tengo que contarselo a mi padre. —No, espera —dijo Topper aga- rrando a Viggo por el hombro—. Nadie ha de saber nada de este lapiz, sélo ti y yo. —Nunea en mi vida of hablar de un lépiz asi —dijo Viggo—. :Estés segu- ro de que desaparece todo lo que se escri- be con él? —Desde luego —dijo Topper—. Ya lo probé. Todo desaparece sin dejar rastro. Vamos a mi casa a probarlo, Y se fue, llevandose a Viggo con él. Por la escalera se encontraron al 34 portero, Sr. Holm, que bajaba, —Buenos dias, nifios —dijo el Sr. Holm—. ;Quieren ofr un cuento de miedo, bueno de verdad? —NO —dijeron los nifios y siguie- ron escaleras arriba. —;Cémo? —dijo el Sr, Holm sor- prendido—. Pero si andan siempre como locos para que les cuente alguno. —Hoy no —grité Topper—. Te- nemos que escribir. —jEscribir! —dijo el Sr. Holm— Escribir, nunca of nada tan raro, los nifios son cada ver, mas raros. Cuando yo era n fio solamente escribiamos después de que el profesor nos tiraba de las orejas. Si, es posible —dijeron los ni- ios entrando en la casa de Topper. La habiracién de Topper estaba ena de cosas raras que colgaban del te- cho y de las paredes. Todas eran cosas que el padre habia traido a casa, de alta mar. Habfa cocodrilos disecados y pie- les de serpiente, que parecian hechas de papel. Habia sables ondulados, cocos 35 vactos y figuras talladas en madera. Viggo miré nervioso hacia el co- codrilo y pregunté: —,Dénde podemos escribir algo? —Bueno, vamos a ver —dijo Top- per—. Quizés podriamos hacerlo en la pared. —jEn la pared! —dijo Viggo asus- tandose todavia mas—. Tu madre se va a poner furiosa. —;Furiosa? —dijo Topper—. No, mi madre nunca se pone furiosa. Y des- de todo, va a desaparecer. —Si. Ojalé! —dijo Viggo—. vamos a escribir? —No vamos a escribir—dijo Topper. —,Quée? —dijo Viggo—. Pero ti dijiste que ibamos a escribir en la pared. (—dijo Topper—. Pero me acabo de arrepentir. No vamos a escribir, vamos a dibujar. Vamos a dibujar un enorme rinoceronte. Y empez6 a dibujar un rinoceronte. —No me gusta mucho esto —dijo Viggo netvioso—. A lo mejor no desaparece. pu Qué 36 —Bah, no te preocupes —dijo ‘Topper—. No importa, porque yo dibujo muy bien los rinocerontes y creo que mi madre se pondria muy contenta de tener un dibujo asf. Topper siguié dibujando y, des- pués de todo, Viggo tuvo que reconocer que le habia salido un rinoceronte muy bonito. 37 —Bueno —dijo Topper al termi- nar—. Ahora nos vamos a la cocina y to- mamos cuatro 0 cinco bebidas. Cuando volvamos, vers algo estupendo. Se fueron para la cocina y cogieron bebidas y pan. Pero sdlo habian tomado un trago de bebida cuando oyeron un rui- do muy raro que salfa de la habitacién. —Escucha —dijo Viggo bajito—. Un ruido. —Anda a ver lo que es —dijo Top- per con la boca lena de pan. —A lo mejor es algo peligroso —di- jo Viggo—. A mi no me gustan las cosas peligrosas, Pero de todas formas se puso a es- piar, con mucho cuidado. Y cerré la puer- ta de golpe. —Topper —susurré—. Atin esté alli. —Bueno —dijo Topper tomando bebida—. Entonces tenemos que esperar un poquito mis. —Si, pero... —siguié Viggo muy bajito—. También hay algo mis. —,Qué més? —pregunté Topper. 38 guifd el ojo —dijo Viggo. —Ja—rié Topper—. Guifié el ojo. Eso tengo que verlo. Se bajé de la mesa y abrié la puerta. —zYooooss! —grité Topper—. Tie- nes razén, Viggo, guitié el ojo. Nunca ha- bia dibujado un rinoceronte que guifiara el ojo. Es estupendo. —A mi no me parece estupendo —dijo Viggo. Y en ese momento, el rinoceronte lanz6é un terrible gruiido y movid la cabeza. — Socorro! —grité Viggo dando un salto. —Chist, calla —dijo Topper—. Lo vas a asustar como sigas gritando asi. Hola, rinoceronte. —GRUMP, JORK, JORK —dijo el rinoceronte. Y DE PRONTO, SE PLANTO EN MEDIO DE LA HABITACION. Viggo tragé saliva y cerré la puerta. —2Qué... qué vamos a hacer? —dijo muy bajito. 39 —Mirarlo, claro —dijo Topper abriendo otra vez la puerta. El rinoceronte se acercé a la venta- na y empezé a comer la cortina. Era un rinoceronte precioso y enorme, y tenfa el mismo color amarillo que la pared. —Oy! Oy! —dijo Topper—. Ya tiene hambre. Vamos a darle pan. Y se acercé con cuidado al rinoce- ronte con un pedazo de pan en la mano. El rinoceronte volvié la cabeza despacio, lo miré amistoso y se comié el pan de un bocado. —GRUMP, JORK, JORK —dijo. —iUy!, se lo come —dijo Top- per—. Viggo, trae mas pan y una bebida. —jAy! —dijo Viggo—. Creo que no me attevo. —Viggo —dijo Topper—. :Quie- res que nuestro rinoceronte se muera de hambre? —NO, NO —dijo Viggo, y fue a buscar pan y bebida. Poco después el rinoceronte se habia a2 comido todo el pan que habia en la coci- na. Dio un gruftido de satisfaccién y em- pez6 a comerse las plantas que habia en la habitacién. —jAnda, ti! —dijo Topper—. Qué tipo, como come. ¢Cémo vamos a lamarle? —Umm —dijo Viggo poniéndose a pensar. —Viggo, tienes que buscarle un nombre —dijo Topper. —Umm —dijo Viggo y se puso a pensar atin ma —;Cémo se llama tu padre? —pre- gunt6 Topper. —Se llama St. Leén —dijo Viggo. —Otto —grité Topper dandole palmadas en el lomo al rinoceronte—. ‘Amigo, te vas a llamar Otto. —GRUMP —dijo el rinoceronte. Y siguié comiendo la funda del sofa —Tenemos que conseguir més co- mida —dijo Topper—. Voy a pedirle dine- ro a mi madre para comprar diez panes. —Aayy —dijo Viggo muy nervioso 43 agarrindose a la puerta—. ;Puedo hacer- lo yo, Topper? Tengo miedo de quedarme aqui solo, con Oto. —Si, si que puedes —dijo Top- per—. Pero apresiirate, antes de que se coma todos los mucbles. Viggo no esperé a oirlo dos veces, se eché a correr escaleras abajo y no sélo casi se rompe una pierna, sino que tam- bign casi se rompe un brazo, y al salir por la entrada fue a tropezar con la barriga de su padre, th! —grufié el Sr. Leén diri- giéndose a su hijo—. zAdénde vas con esa prisa, muchacho? —Voy a buscar pan para el rinoce- ronte —dijo Viggo desapareciendo calle abajo. —Pan para el rinoceronte —dijo el Sr. Len de mal humor—. Dios sabe lo que estos dos locos acaban de inventar. Creo que voy a tener que echar un vistazo. as Capitulo 5 . Viggo desaparecié corriendo, tanto como podia, en direccién a la pescaderia de la madre de Topper, y entré tan depri- sa que tiré de espaldas a una sefiora con su pescado y todo. 45 La sefiora fue a parar a un rincén de la tienda, donde se quedé protestando. —Los nifios ahora tienen mucha prisa —dijo levantindose—. Cuando yo era nifia éramos mas formales. —Si —dijo Viggo—. Pero es que yo vengo a buscar dinero para comprar diez panes. La madre de Topper se puso a reir. —Parece que tienen hambre —dijo. —Bueno, es que... —dijo Vig- go—. No es para nosotros, es para Otto. —dijo la madre de Top- per—. ;Quién es Otto, un amigo nuevo? —NO —dijo Viggo—. Otto es un rinoceronte. — OOH, entonces diez panes no son demasiados —dijo la madre de Top- per—. ¢Cémo encontraron a Otto? —Lo dibujé Topper —dijo Vig- go—. ¥ ahora se est comiendo todos los muebles. —Jestis! —dijo la sefiora que se habfa caido de espaldas—. jJestis!, qué manera de mentir, la de los nifios de 46 ahora—. Y se marché enojada. —Si, y también hay que ver el mal humor de alguna gente —dijo la madre de Topper y se eché a refr tan fuerte que se le notaba todo el pecho saltando deba- jo de la camisa azul—. Denle algo de co- mer a Otto, pero tengan cuidado de que no haga ningtin estropicio. —Si, si podemos controlarlo —di- jo Viggo y se marché deprisa a comprar los panes. Pero cuando uno es nifio no es tan facil comprar diez panes. EL primer sitio al que fue Viggo, era una panaderia pequefia con una panadera muy grande que estaba detrs del mostrador limpidndose las uftas cuando Viggo entrd. —Diez panes —pidis Viggo. La panadera se limpié las manos con el delantal y miraba a Viggo con sus ojos pequefios y observadores. —;Diez panes? —dijo y siguié mirando a Viggo con desconfianza. —Si —dijo Viggo, que estaba so- focado por la carrera—. Diez panes. —Mira, ;quieres hacer el favor de marcharte? —dijo la panadera—. No se pue- de ir a los sitios a hacerle burla a la gente. —St, pero... —dijo Viggo triste—. Yo QUERIA comprar diez panes. La panadera se volvié despacio y abrié una puerta, sin perder de vista a Viggo. —jFolmer! —grité por la puerta—. Ven un momento; sme oyes, Folmer? Folmer era el panadero. Era un hombre pequefiito que sélo le Hegaba a su mujer a la cintura, — Qué pasa? —pregunté enojado. 48, —Este nifio, que necesita un tirén de orejas —dijo la panadera poniendo los brazos en la cintura—. Se esta burlando de mi. —Se esta burlando de ti, Alman- da? —pregunté el panadero mirando a su enorme mujer. —Si —dijo la panadera—. Entré aqui gritando que queria diez panes, y yo sé que ninguna persona normal se come diez panes. —No, tienes razén, Almanda —di- jo el panadero—. En todo el tiempo que Ilevo de panadero nunca of que nadie com- prara tantos panes, —;Puede saberse para quién es tanto pan? —pregunté la panadera —Para Otto —dijo Viggo. —Orto —refunfuié la panade- ra—,. Eso puede decirlo cualquiera, y aquién es Oro? —Es nuestro rinoceronte —dijo Viggo timidamente. JN RINOCERONTE! —grité la . jLargate de aqui! Nunca of a 49 ningtin nifio decir una mentira tan grande. Salpicaba tanto al hablar que pare- cia una ballena resfriada. —Andas diciendo mentiras y bur- lindote de personas serias como Folmer y yo —farfullé—. Haz algo, Folmer, tt eres mi marido. ‘uera! —grité el panadero muy . Fuera de aqui o llamo a la enojado: policia, Viggo no pudo oir lo tiltimo, porque ya habia salido en busca de otra panaderfa. Todo lo que Viggo pudo conseguir fueron cuatro panes. Cansado y triste se fue hacia la ca- sa roja cargado con los pesados panes. Pero en la ventana del CAFE LA PESCADILLA AZUL, espiando por detras de la cortina, estaba su padre. —Umm —pensé rascindose la barba—. Estos dos picaros estén traman- do algo, tengo que vigilarlos. Se puso a escuchar detrés de la puer- tay oy6 cémo Viggo subia las escaleras. 50 —jAh! —murmuré—, Estén arti- ba, no van a hacer travesuras, de eso me encargo yo. Pero Viggo no sabia que su padre lo estaba vigilando, Iba subiendo las escaleras todo fa- tigado y encontré al St. Holm hablando con la Sra. Flora. —,Sabe usted una cosa, Sr. Holm? —dijo la Sra. Flora—. Hace como una hora que la cal del techo se cae, ;no es ra- ro? Y créame, ademés la Kimpara se mue- ve, parece como si se paseara un elefante por el piso de arriba —dijo sefialando con el dedo hacia el techo. El Sr. Holm se rié al ver a Viggo que subia, aplastado por el peso de tanto pan. —Hola —dijo el Sr. Holm—. iQué es lo que tienen ustedes dos ahi arriba?, jun elefante? Viggo movié la cabeza, todo agotado. —No —dijo—. Es un rinoceronte. El Sr. Holm se volvié hacia la Sra. Flora. 51 —No es ningiin elefante —grité en la trompetilla, que estaba limpia y bri- llante—. Solamente es un rinoceronte. —Caramba! —dijo la Sra. Flo- ra—, Cudnto pan come este nifi —No —dijo Viggo—. Es para Oto. —Oohh! —dijo la Sra. Flora—. Te llamas Otto, claro, claro. Me debo estar ha- ciendo vieja, yo cref que te llamabas Viggo. Y en ese mismo momento la kim- para de la Sra. Flora se vino al suelo. —iOiga! —dijo el Sr. Holm sor- prendido—. Voy arriba un momento a ver ese rinoceronte. Y se marché detrés de Viggo, esca- leras arriba, La casa de Topper era una auténti- ca revolucién. Otto, el enorme animal amarillo, se habia comido la tapiceria de dos sillo- nes, todas las cortinas de la sala, dos cen- tros de mesa y un papagayo disecado. Y estaba acabando de comerse la alfombra. 52 EI Sr, Holm se quedé parado en la puerta y sacé su CALIENTANARIZ de la boca. —Por todos los afios de mi vida! —dijo rascindose el bigote cuando vio a Otto—. Como han conseguido traer aqui arriba un animal tan grande? —Vino solo —dijo Topper son- riendo. Le quité el pan a Viggo, que estaba agotado, y se lo metié en la boca a Orto. z Capitulo 6 + —JORK —dijo Otro comiéndose el pan. Entretanto, Viggo se senté en un sofa al que le faltaba la tapicerfa y alli se quedé dormido entre los muelles sueltos. Holm se acercé al rinoceronte amarillo. —Es bonito —dijo acariciando a Otto en el lomo—. Me parece que es el ri- noceronte més bonito que vi en mi vida. —jA que si! —dijo Topper orgu- lloso—. Pero —dijo el Sr. Holm— aqui no pueden tenerlo, porque el techo puede terminar cayéndose encima de la pobre Sra. Flora, una sefiora tan buena y dulce. —Pues no va a quedar més reme- dio —dijo Topper—. Es demasiado gor- do y no cabe por la puerta. EI Sr, Holm se rascé la cabeza. —Lo peor es —dijo— que aqui 54 esta prohibido tener animales en cas —Lo tendremos escondido —dijo ‘Topper—. Nadie se va a enterar de que lo tenemos. —Si —dijo el Sr. Holm—. Pero pisa tan fuerte al andar que se oiré en to- da la casa. —Es porque todavia tiene hambre dijo Topper—. Asi andan los rinoce- rontes cuando tienen hambre, cuanta mas hambre tienen, més fuerte pisan. {Si —dijo el Sr. Holm—. Eso no lo sabfa. Pero entonces tenemos que hacer algo pronto, Creo que un cajén de hierba y un cajén de remolachas serd su- ficiente por hoy. Si —dijo Topper—. Y un poco mas de pan. —Voy a encargar un cajén de hierba —dijo el St. Holm saliendo y tro- pezando con las tablas del suelo que cru- jfan y se levantaban con el peso del gigan- tesco animal. Mientras el Sr. Holm estaba fuera, Topper abrié la ventana y alli abajo, 55 enfrente de la casa roja, vio a Sille que ve- nia montada en su bicicleta amarilla. —jEh!, Sille —grité Topper. —Hola, Topper —grité Sille—. {Qué estén haciendo? —Nada importante —dijo Top- per—. Pero sube a ver a Otto. Sille frend. —,Quign es Orto? —pregunté curiosa. —Otto es un rinoceronte —dijo Topper gritando. —Ti estés loco —dijo Sille mo- viendo la cabeza—. Loco de remate, Topper. —Si —dijo Topper—. Pero Oro es un verdadero y auténtico rinoceronte amarillo, lavable y todo. Sille se eché a reir, —Bah! —dijo ella moviendo la cabeza—. No hay rinocerontes amarillos. —Sille, site quedas ahi un mo- mento —dijo Topper— es posible que lo pueda acercar hasta la ventana, —Bueno —dijo Sille—. Esperaré. 56 Topper traté de empujar a Orto hasta la ventana, empujé con todas sus fuerzas, pero Otto no queria moverse ni un poco. Acababa de encontrar un par de libros en la estanteria y parecia que los li bros eran su comida favorita, porque de- cia un JORK después de otro. 57 Entonces, Topper probs a arras- trarlo tiréndolo del rabo, pero ni asi. —JORK, JORK —decia Otto y se- guia comiendo. —No hay manera —dijo Topper y se asomé otra vez a la ventana—. No quiere asomarse, esta comiendo libros. — Bahl, estés loco —dijo Sille—. Un rinoceronte amarillo que come libros, vaya una tonteria. —Si, es un poco raro —dijo Topper. 58 —Topper —dijo Sille montando- se en la bicicleta—. Eres la persona més loca que vi en mi vida. Y desaparecié a toda velocidad por la esquina de la calle. Topper suspird. —Desde luego, no es tan facil te- ner novia —dijo. —Novia —dijo Viggo bostezan- Qué novia? —Oh! —dijo Topper—. Era Sille, —jBah! —dijo Viggo y se durmié otra vez. do: Abajo, en el teléfono, el Sr. Holm tenia problema Estaba llamando a Amador, el gran- jero que vivia en las afueras de la ciudad. —Buenos dias —dijo el Sr. Holm—. ;Puede mandarme un cajén grande de hierba? —Naturalmente —dijo el granje- dénde se lo mando? 59 —A la gran casa roja que est a la orilla del mar —dijo el Sr. Holm—. Lo mete directamente por la ventana del se- gundo piso. —Como dice? —pregunté el granjero—. ;Que quiere un cajén de hierba en la ventana del segundo piso? —Si, si es usted tan amable —con- test6 el St. Holm. —Qué cosa més rara —dijo el granjero—. ;Para qué quieren la hierba dentro de la casa? —Bueno —dijo el Sr. Holm—. Nosotros..., ejem... tenemos un animal y hay que darle de comer. —zQué animal? —pregunté el granjero desconfiado. —Bueno —dijo el St. Holm—. Es un rinoceronte. —Ja, ja —dijo el granjero—. Ya sabia yo que la gente de la ciudad no es- taba muy bien de la cabeza. Pero tan mal no crefa yo que estuviera, Comida para el rinoceronte del segundo piso, ésta si que es buena. 60 —Entonces, ;no quiere vendernos la hierba? —pregunté el St. Holm. si que quiero —dijo el granje- ro muerto de risa—, Pero tienen que venir ustedes a buscar la hierba para el rinoce- ronte. Yo no voy a ir a la ciudad para que se rian de mi por culpa de unos locos. Y colgé el teléfono. El Sr. Holm volvié al lado de los Tenemos que ir a buscar la hier- ba —dijo—. La hierba de los rinoceron- tes hay que ir a buscarla uno mismo. —Tambign tenemos que conse- guir mds pan —dijo Topper—. Otto est muerto de hambre. —JORK, JORK —gruiié Otto pi- sando con todo su peso. —Bien —dijo el Sr. Holm—. Voy a buscar un cajén de hierba con la bici- cleta, y mientras tanto ustedes tomen el carricoche y vayan a buscar mds pan. En ese momento Ilamaron a la puerta. Topper miré al Sr. Holm y el Sr. Holm miré a Topper. 61 —A lo mejor es la policfa —dijo el Sr. Holm muy bajito—. Tenemos que es- conder a Otto. —,Dénde? —pregunté Topper. —Debajo de la alfombra —dijo el St. Holm—. Le echamos por encima lo que queda de la alfombra. Llamaron otra vez. —Répido —susurré el Sr, Holm—. Tapalo. Cuando Otto estaba tapado con la alfombra, Topper abrid la puerta con cuidado. 2 Alli estaba la Sra. Flora y parecfa muy preocupada. —Sr. Holm —dijo—. ;Sabe que todas mis limparas se caen del techo? EI Sr. Holm le quité la alfombra a Otto, y la Sra. Flora miré al animal con curiosidad. Oohh! —dijo, cruzdndose las manos—. Un rinoceronte. Ahora ya en- tiendo todo mejor. Es tan raro que haya un rinoceronte en casa. Yo no creo que hayamos tenido ninguno antes. —No —dijo el Sr. Holm—. Es la primera vez que tenemos un rinoceronte. 63 — Qué? —dijo la Sra. Flora—. Dijo usted café. Muy bien, ahora mismo. voy a prepararle a usted y a los nifios un café bien calentito. Y asi se marché la Sra. Flora a pre- parar el café. —Antes de tomar café —dijo el Sr. Holm—tenemos que conseguir hierba y pan. Topper desperté a Viggo. —Viggo —le grité—. Vamos a bus- car pan. —No —dijo Viggo con voz dolo- rida—. Yo acabo de comprar pan. Pero Topper le cogié de un brazo y, junto con el Sr. Holm, los tres bajaron la escalera y salieron de la casa. Pero detrés de la puerta del CAFE LA PESCADILLA AZUL estaba el padre ‘0, el Sr. Leén, escuchando. —:Qué pasaré? —pensé—. Ahora baja el St. Holm con ellos como si fuera otro nifio mas. Aqui pasa algo que no es Jo que debiera pasar en una casa normal y decente. 64 Abrié la puerta des todos lados. Entonces, se escurrié como una ra- ta por las escaleras crujientes y apoyé la oreja en la puerta del piso en donde estaba Otto esperando a que le trajeran comida. —Raro —murmuré el padre de Viggo—. Muy raro. Y se puso a escuchar otra vez. —Qué ruidos més raros —se dijo asi mismo—. Es como si hubiera un cer- do dentro. Y se puso otra vez a escuchar. «Sin embargo», pens6, «los cerdos no dicen JORK ni GRUMP. Los cerdos dicen SNOF y OINK. ;Qué podré ser?” Miré a todos lados, otra vez. Entonces se agaché para mirar por el ojo de la cerradura, —jAjal —dijo—. Asi que tienen un rinoceronte escondido ahi dentro. Qué descaro, y ademés tun rinoceronte amarillo. Y bajé corriendo las escaleras. —Oye —le dijo a su mujer— {Quieres creer que el portero y los nifios racito y miré a tienen escondido un rinoceronte arriba? —No me digas —dijo la madre de Viggo—. Aqui en esta casa donde siem- pre estuvo todo tan limpio y ordenado. Un rinoceronte, con lo que manchan, —Si —grité el Sr. Leon—. Yo me encargaré de que desaparezca. i Capitulo 7 i Pero el St. Ledn iba a descubrir muy pronto que es muy dificil deshacer- se de un rinoceronte que vive en un se~ gundo piso. Primero llamé al director del Par- que Zoolégico. —Buenas —dijo el Sr. Ledn. —Buenas —dijo el director del zoolégico. —Buenas, buenas —dijo otra vez el St. Leén, mientras pensaba cémo iba a explicarle al director eso del rinoceronte. —;Digame? —pregunté el direc tor molesto—. {Tiene usted pensado se- guir diciendo buenas todo el dia? Ooh, noo! —dijo el Sr. Ledn asustado, —Eso espero —dijo el director—. Soy un hombre muy ocupado y siempre tengo prisa, usted lo sabe muy bien. Los 67 directores siempre estén ocupados. No puedo gastar mi tiempo en decir buenas. —No, lo comprendo bien —dijo el Sr. Leén. —Llamo para venderle un rinoce- ronte. | —dijo el director, y ahora su voz parecia mas amable—. Llama para venderme un rinoceronte, eso ya es otra cosa, ;Cémo es? ;Es un rinoceronte de Africa o de Sumatra? —No lo sé —dijo el Sr. Leén—. Es amarillo. El director carraspeé sorprendido. —Asi que amarillo —dijo—. Un rinoceronte amarillo, muy extrafio, tini- co. zCudl es su nombre?, sefior... —Leén —dijo el Sr. Leén. El director tosié con fuerza, al otto lado del teléfono. Tosié un rato, un rato tan largo que el Sr. Ledn se puso ner- vioso, temiendo que el director se hubie~ ra puesto seriamente enfermo. —Quiere usted decir? —dijo por fin el director carraspeando—, que usted es 68 un le6n que quiere vender un rinoceronte. —Si —dijo el Sr. Le6n un tanto preocupado—. Mas 0 menos. —Nunea of nada tan raro —dijo el director—. Los animales vendiéndose unos a otros. Eso no me lo creo yo. Lo que yo creo es que usted es un bromista que quiere jugar conmigo por teléfono. Pero sepa usted, buen hombre, que noso- tros los directores no tenemos tiempo pa- ra bromas, lo siento pero tengo que colgar el teléfono. —Pero... sefior director —protesté el Sr, Leén—. Yo no soy ningiin bromista. — Ah! —dijo el director—. Enton- ces debe ser que usted esté completamente loco. Y el director colgé el reléfono con un gran golpe. —No quiere comprar un rinoce- jo enfadado el Sr. Le6n, a su ronte mujer. —Entonces llama a la_policia —dijo la madre de Viggo—. Puede que ha- gan algo, la policfa siempre puede hacer algo. 69 EI Sr, Leén Ilamé a la policia. —Buenas — ué_pode- mos hacer? —Buenas —dijo un policfa al otro lado del teléfono—. Por mi puede hacer lo que quiera, sino va contra la ley. —Bien —dijo el Sr. Leén—. Se trata de un rinoceronte. No podemos deshacernos de él y no queremos seguir teniéndolo en casa. —,Desde dénde llama usted? —pregunté el policfa. —Desde el CAFE LA PESCADI- LLA AZUL —dijo el Sr. Leén. —jOOH, ya! Ahora que dice lo del café —dijo el policia riéndose—. Lla- ma desde un café y quiere hablar de un rinoceronte. Ahora ya sé lo que puede ha- cer usted. —jAHH! ;Si? —dijo muy conten- to, el Sr. Leén—. ;Qué puedo hacer? —Yo creo —dijo el policia— que debe dejar de beber vino, Cuando uno se emborracha tanto como usted, se ven tantos rinocerontes como elefantes. +e 70 —Si, pero —dijo el Sr. Leén de- sesperado—. No he bebido vino, sélo quiero deshacerme del rinoceronte. a —Escuche —dijo el policta enoja- do—. Si no deja de molestar a la policia con esas tonterias del rinoceronte, ten- dremos que ir a detenerlo. ;Le gustaria pasar dos dias en la cércel? —No, no —dijo el St. Leén. —Muy bien —dijo el policia—. Ahora acuéstese y ya verd cémo mafiana habra olvidado todo eso del rinoceronte. Buenas tardes. EI Sr. Leén se quedé un rato con el teléfono en la mano, mirdndolo. Luego, muy despacio, colgé. —Me parece que me voy a acostar —dijo bajito—, si no, vendran a buscarme. op Capitulo 8 x Mientras el St. Leén, el padre inte- ligente de Viggo, estaba trabajando para deshacerse de un rinoceronte que ni tan siquiera le pertenecfa, los nifios también tenfan problemas para conseguir pan. Cuando llegaron a la panaderia de la panadera amargada, dijo Topper: —Compraremos los diez panes aqui, Viggo. —jOh!, no —dijo Viggo—. Nos echarin, no quieren vender pan a los nifios. —No quieren vender pan? —dijo Topper—. Qué tienda més rara. Y se puso a pensar un momento. —Tengo una idea —dijo—. Segu- ro que los de ahi dentro son como los cer- dos, que siempre hacen lo contrario de lo que se les dice Abrié la puerta de la tienda, mien- 3 tras Viggo se escondia detrés de TEM- BLEQUE. —Buenos dias —dijo la panade- ra—, Qué quieres? —Nada —dijo Topper. —,Cémo? —dijo la panadera—. iQuieres tomarme el pelo? —No —dijo Topper riéndose—. Vengo aqui porque no quiero comprar nada. —jNooo! —chillé la panadera—. Es increible lo descarados que son los nifios ahora. Folmer, FOLMEEER, ven corriendo. El panadero bajito entré en la tienda, —Mira —dijo la panadera—, Es- te chico no quiere comprar nada.

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