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188 Historia de los Patriarcas y Profetas

la prisión, la integridad de su vida diaria, y su simpatía hacia los


que estaban en dificultad y congoja, lo que le abrió paso hacia la
prosperidad y los honores futuros. Cada rayo de luz que derramamos
sobre los demás se refleja sobre nosotros mismos. Toda palabra
bondadosa y compasiva que se diga a los angustiados, todo acto
que tienda a aliviar a los oprimidos, y toda dádiva que se otorgue a
los necesitados, si son impulsados por motivos sanos, resultarán en
[219] bendiciones para el dador.
El panadero principal y el primer copero del rey habían sido
encerrados en la prisión por alguna ofensa que habían cometido, y
fueron puestos bajo el cuidado de José. Una mañana, observando
que parecían muy tristes, bondadosamente les preguntó el motivo y
le dijeron que cada uno había tenido un sueño extraordinario, cuyo
significado anhelaban conocer. “¿No son de Dios las declaraciones?
Contádmelo ahora,” dijo José. Cuando cada uno relató su sueño,
José les hizo saber su significado: Dentro de tres días el jefe de
los coperos había de ser reintegrado a su puesto, y había de poner
la copa en las manos de Faraón como antes, pero el principal de
los panaderos sería muerto por orden del rey. En ambos casos, el
acontecimiento ocurrió tal como lo predijo.
El copero del rey había expresado la más profunda gratitud a
José, tanto por la feliz interpretación de su sueño como por otros
muchos actos de bondadosa atención; y José, refiriéndose en forma
muy conmovedora a su propio encarcelamiento injusto, le imploró
que en compensación presentara su caso ante el rey. “Acuérdate,
pues, de mí para contigo—dijo—cuando tuvieres ese bien, y ruégote
que uses conmigo de misericordia, y hagas mención de mí a Faraón,
y me saques de esta casa: porque hurtado he sido de la tierra de los
Hebreos; y tampoco he hecho aquí porqué me hubiesen de poner en
la cárcel.” El principal de los coperos vió su sueño cumplido en todo
detalle; pero cuando fué reintegrado al favor real, ya no se acordó
de su benefactor. Durante dos años más, José permaneció preso. La
esperanza que se había encendido en su corazón se desvaneció poco
a poco, y a todas las otras tribulaciones se agregó el amargo aguijón
de la ingratitud.
Pero una mano divina estaba por abrir las puertas de la prisión.
El rey de Egipto tuvo una noche dos sueños que, por lo visto, in-
dicaban el mismo acontecimiento, y parecían anunciar alguna gran

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