Axo II BuENos Arres, SEPTIEMBRE 9 DE 1918 N.° 43
LAMOVEL SEMANA
} EL HAMBRE
POR
A. PEDRO SONDEREGUERINTERESANTE SUR-
TIDO DE ALHAJE-
ROS, ALFILETEROS,
RELOJES. MARCOS
PARA RETRATOS,
TODOS DE METAL
DORADO 0 PLATEA-
DO Y CINCELADG
ESTILO RENACI-
MIENTO,
PEDRO BIGNO
CARLOS PELLEGRINI esq. SARMIENTO, B. Aires.
Ctirele el resfriado a su hijo, déndole a tomar el Jarabe
de Higos “California”
BAZAR
Y MENAJE
SOMBRILLAS,
ABANICOS.
aato § 4,00
PRECIOS
EXCEPCIO-
NALES.
Limpia el higado y Ios intestinos delicados, y el nifio
Cuando su hijo tenga un fue:
te resfriado, no aguarde més
tiempo; dele a su pequefio esté-
mago, ‘higado e intestinos, un
Jaxante suave, pero eficaz, $i
nifio esté intranquilo, naihumo
rado, indiferente, palide, no co-
me, no duerme ni se porta bien
si tiene el aliento fétido y el
estémago fcido, dele una cucha-
radita del Jarabe de Higos “Ca-
lifornia’, y en pocas horas des-
‘parecer’ de sus intestinos ese
estrefiimiento venenoso, _bilis
fcidas y comida no digerida,
€l nifio volvera a estar sano y
contento,
Sisu hijo tose, yhacogido un
resfriado, o esta febril o tiene
mal la garganta, dele una buena
dosis del Jarabe de Higos “Ch
lifornia”, para limpiar los intes-
se cura instant
‘Aneamente.
tinos, no importa que se le esté
dando otro tratamiento.
No hay que instar al n
fermo para que tome
xante de fruta” inofensivo. Millo-
nes de madres lo tienen siempre
a la mano, porque conocen su
accién en el estomago, higado y
los intestinos y saben que es ra
pida y eficaz, También saben las
madres que un poco de este ja-
rabe que se le dé hoy, salvaré
al nifio enfermo manana,
Pidale al boticario una bote-
Ma del Jarabe de Higos “Cali-
fornia”, que contiene las direc:
ciones ‘completas impresas en
cada botella, para nifos de to-
das edades y para adultos. Cut-
dese bien de otros jarabes fal-
sificeados de higos. Compre el
genuino, fabricado por “Califor:
nia Fig Syrup Company".“LA NOVELA SEMANAL”
Administracién: FLORIDA 248—Buenos Aires—U. T. 946, Avenida
Unico Concesionario para In venta en la Capital Federal:
LUIS B, GALVAN, Sarmiento 730
Agente en Montevideo: C. CHECHI, Canelones 990.
Agente en Rosario: GELEDONIO ECHAVE, San Lorenzo 1250.
Agente en La Pinta: AGENCIA CARBONELL, calle 48, nim. 633
Agencia en Mar del Plata: Diario “La Capital’, San Martin 2451.
Agente en Cérdoba y Rio 4.0: NICOLAS GULFO.
Importante para el lector
Dada la crisis de papel por que atraviesan todas las empresas editoriales del
pais, hemes resuelto en lo sucesivo no volver a reeditar ningtin ejemplar de tos
nuestros agotados. Pero en beneficio del pablico interesado por nuestras coleccio-
nes, en lugar de aumentar, como habiamos anunciado, el precio del ejemplar atra-
sado, éste valdré en lo sucesivo y como siempre ro centavos.
Actualmente casi todas nuestras obras (la mayoria reeditadas) pueden adqui
rirse en los kioskos, estaciones del subterrineo y ferrocarriles, vendedores de dia-
Tios 0 a nuestros agentes del interior.
Vean, al final, la lista de las obras publicadas,
Antes del desayuno un vaso de agua caliente
‘Un vaso de agua caliente con fosfato impide las enfermedades
¥ nos conserva bien.
De la misma manera que el
carb6n al consumirse deja tras
si cierta cantidad de material
incombustible en forma de ce-
niza, asi el alimento y las be-
bidas tomados dia tras dia de:
jan en el canal digestivo cierta
cantidad de material no dige-
rible, el cual, si no se elim
na de! sistema cada dia, se
hage alimento de los millones
de bacterias que infestan los
intestinos. De esta masa de
desechos dejados atrés se for-
man venenos, como las pto-
mafnas, que son absorbidos por
la sangre.
Los hombres y las mujeres
que no pueden sentirse bien
deben empezar a tomar el bafio
interno. Tomar todas las mafia-
nas antes del desayuno un vaso
de agua realmente caliente con
una cucharadita de fosfato li
méestone, para eliminar de lo
treinta ‘pies de intestinos 1a
acumulacion de venenos del dia
anterior y las toxinas y man-
tener todo el canal digestivo
limpio, puro y fresco,
A las personas sujetas a ja-
Para informes: LUIS F. MILANTA, Rivadavia 1265
quecas, resfriados, bilis y es-
trefiimiento, asi como a otras
que despiertan con mal gusto
en la boca, aliento fétido, do-
lores de cabeza, rigidez’ reu-
mética, 0 con acedia o eructa-
ciones después de las comidas,
se les recomienda encarecida-
mente proyeerse de un cuarto
de libra de fosfato limestone
en la botica, y comenzar asf a
practicar el’ aseo interno, Les
costaré poco, pero es lo sufi:
cliente pata hacer de cada per-
sona un entusiasta de este
asunto.
Reouérdese que el bafio in-
terno es mucho m4s importante
que el externo, porque los po-
ros de la pie] no absorben im-
purezas para Ia sangre, lo cual
arruina la saludjemientras que
los poros del intestino sf. De
la misma manera que el jabén
y ol agua caliente limpian,
Suavizan y refrescan la piel,
asf también el agua caliente ¥
el fosfato limestone obran so-
bre el est6mago, el higado, los
rifiones y los intestinos.Or. GUILLERMO VILLAFANE
CLINICA MEDICA MEDICO DIRECTOR
CIRUJIA DE URGENCIA oe us
ere. ASISTENCIA PUBLICA
En mi clientela privada, como en el
servicio oficial de la Asiptencia Publica
Ge esta Ciudad que tengo a mi cargo, he usa-
@o con éxito los productos distéticos "Avo-
nol" "Seminol® etc., tanto en las onfermeda-
des gastro intestinales de la infencia y en
Gietética de la convalescencia onfermos
adultos. <2 *
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CEREALES MALTEADOS ‘|
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‘ARo Il BUENOS Aires, LUNES 9 DE SEPTIEMBRE DE 1918 NV.° 43
DIRECCION
MIGUEL SANS — ARMANDO“DEL CASTILLO
EL LUNES PROXIMO PUBLICAREMOS
Pt erie
Por el célebre escritor RICARDO ROJAS “
En esta maravillosa novela inédita el autor describe vigorosamente los he-
chos de un monstruo legendario que establece un dominio terrible en una selva
del interior y en sus poblados vecinos.
PROXIMAMENTE PUBLICAREMOS
PSICOLOGIA DE LOS CELOS
por el doctor JOSE INGENIEROS
que en breve publicar4 su gran obra en tres voldmenes titulada
LA EVOLUCION DE LAS IDEAS ARGENTINAS
Vol. I. La Revolucién.—Vol. II. La Restauracién.—
Vol. III. La Organizacién.
EL HAMBRE
PEDRO SONDEREGUER
La iglesia estaba magnificamente iluminada. El altar mayor
resplandecia. Las columnas estaban adornadas en tal forma que
conocfase a primera vista que los protagonistas del acto que iba a
realizarse pertenecfan a la clase mas acaudalada de Buenos Aires.
Una multitud sonriente, gozosa y elegante, llenaba las amplias y
(*) NOTA Recomendamos la lectura de Ia
«HISTORIA DE LA LITERATURA ARGENTINA»
Por’ Ricardo Rojas
‘Tomo I Los Gauchescos En venta en las principaies librerfas.
» II Los ColonialesEx Hampre
Sonoras naves. Escuch4base el murmullo de las conversaciones te.
nidas a media voz, De cuando en cuando una risa de mujer ponia
su gracia vibrante sobre aquel rumor de voces con sordina, rom.
piendo su ingrata monotonfa.
Los novios tardaban y en algunos rostros advertfanse gestos de
impaciencia. La curlosidad de la mayoria, tanto tiempo despierta,
comenzaba a ceder ante la prolongada espera. La murmuracién,
fruto natural de tal estado de Animo, emperaba a mostrarse. Mis
de un impaciente de facil palabra y aficién al epigrama, habia dado
ya pruebas de su ingenio en alguna observaci6n venenosa 0 pi.
cante. Todas las observaciones se referian invariablemente al no.
vio, polftico eminente, de un atrevimiento inaudito, que desempe.
fiaba a la saz6n el ministerio del interior. De fa novia nadie decia
nada. Es que aquella mujer, joven y extraordinariamente her.
mosa, gozaba de una reputacién sin tacha, Inteligente, culta, ri.
quisima, la heroina de la funcién que iba a cumplirse era uno de
esos seres de excepcién que pasan por la vida aureolados de felici_
dad y disfrutando del respeto de la envidia misma. Tenfa la gra-
cla de la naturaleza en primavera y el respeto que ‘ante ella se sen_
tfa era una. a manera de gratitud por el bienestar moral que su
sola presencia, procuraba. Decir que era virtuosa habria sido una
majaderia, No se dice que la nieve es blanca ni que el fuego que-
ma, porque ello implica aludir a sus cualidades esenciales, necesarias
@ su definicién misma.
En una de las naves laterales, al pie de un altar, habiase for.
mado un grupo de hombres, ninguno de los cuales legaba a los
cuarenta afios. Eran todas personas de cultura superior a la
mediana, de ademanes reposados, de modales exquisitos, y en las
que habia atin algo de la despreocupada juventud y mucho ya de
la grave y pensativa madurez. Comentaban, como es de suponerse,
el suceso que iba a realizarse.
ee oteK
La NoveLta SEMANAL
—Un matrimonio: — decia Rodrigo Clever, con su voz dspera
de baritono en decadencia, vanamente dulcificada por un continuo
esfuerzo — es una fiesta eminentemente femenina. Los hombres
no somos mds que la indispensable sombra que acenttia los matices
claros del cuadro.. El matrimonio, en nuestro actual grado de cil
vilizacién, es el triunfo de la mujer. Es el filtimo acto de una
comedia habilisima representada con un talento endemoniado. En
€1 desarrollo de esta. comedia la mujer pone en. juego todas las
cualidades con que la ha dotado la voluntad divina. _Asegura Ber_
nard Shaw, con muchfsima, raz6n, que los tenorios son hombres per.
seguidos por las mujeres y que sus multiples conquistas amorosas
soh la consectencia. fatal de los desbordados anlielos de sus incon.
tables cazadoras. La caza él hombre es el tinico deporte feme-
nino. El tenorio es un ¢lectroim4n alimentado pot una corriente
poderosa. Todo hombre posee una determinada fuerza de atrac-
cién; s6lo que no puede ejercerla sino sébre un lmitado numero
de mujeres. Los muy expertos o los muy intelfgentes, los que
hacen del amor su ocupacién favorita, tienen el raro don de cono.
cer a las que pertenecen a ese mimero, Cuando una mujer ha
resuelto casarse (y jcuél es la que a cierta edad no toma esa re-
soluci6n?) hace un detenido examen de todos los hombres con
quienes esté relacionada. Estudia concienzudamente toda nueva
amistad masculina. Lego, cuando est4 satisfecha de su estudio,
adopta répidamente una decisién. Entoncés emprende la obra.
Es un trabajo lento, metédico, sabio. No descuida nada, ni nada
olvida. Amolda sus trajes, adornos, gestos y palabras a la volun.
tad de la victima, cuyos gustos adivina. Para el elegido son sus
miradas més provocantes y mas puras (extrafia paradoja que 8610
€l genio de una mujer puede hacer practica). Sus sonrisas son tf-
midas y élocuentes. Los Jabios se entreabren con modestia, ganosos
de ocultar 1a dentadura que en ocasiones por su conformacién
suelo denunciar al animal de presa, En el noventa y nueve porE, HAMBRE
ciento de los casos, el perseguido cae en la red admirable. Y¥
cae engrefdo y felfz, porque se imagina que el vencedor es él. Hste
curioso fenémeno es la parte m4s sorprendente de la diabélica
ciencia femenina.
Callé Rodrigo Clever. Era éste un escritor de algo mas. de
treinta afios, que contaba con una envidiable celebridad. Autor
de pocos libros, se habfa impuesto al piiblico por la audacia de sus
concepciones y por la originalidad de sus pensamientos. Buen
psicélogo, experimentaba un hondo placer en hacer la autopsia de
las almas. Curioso de todas las clencias, no le era extrafia nin-
guna de las manifestaciones de 1a actividad espiritual humana.
Era lo que Nietsche llamarfa un espiritu distinguido. Su alma,
que habia pasado por todos los inflernos del dolor, salié siempre
de cada nueva ‘prucha mds enéreica, més tenaz, ms decidida. Su
tono y sus palabras reflejaban aquella su constante resolucién de
vencer. Esto causaba la-desesperacién de sus enemigos, que eran
numerosos. Como todo el que ha trabajado mucho en el mode-
lado de su estatua interior, tenfa en el rostro un ‘marcado gesto
de cansancio y una expresién de dureza que despertaba recelos.
Sus amigos le querfan y le temfan. Nunca habia hecho mal; pero
los que le trataban, presentian que era capaz de hacerlo, y éste
en forma extraordinaria. a potencia de un alma se halla siempre
en raz6n directa dé su capacidad para el mal.
Hay hombres cuya personalidad es tan fuerte, que por su sola
presencia influyen poderosamente en el Gnimo de los demés. La
palabra, hablada o escrita, es para ellos un instrumento casi in.
Util. La fuerza de su espiritu se deja sentir sin violencia y sin
esfuerzo y se les obedece y respeta, como si ello se debiera a una
inmanente voluntad superior, Rodrigo Clever era un hombre de
esa especie. La adversidad habia dafiado un poco su tempera-
mento otrora, altanero. El que una vez ha tenido que tolerar una
humillacién a causa de la miseria, no vuelve a recuperar la inte.La Novera ‘SEMANAL
gridad de su cardcter. Esto no significa ciertamente que su ener-
gia no sea susceptible de aumentar. La energia de aquel escritor
se acrecentaba dia por dia.
Era Rodrigo Clever un ser ‘itil asus semejantes. Los hom.
‘bres que ponen una gran inteligencia y una gran voluntad al ser-
vicio de sus ambiciones, trabajan siempre en beneficio de la hu_
manidad. A pesar de su entoreza, aquel pugil de la pluma habia
tenido sus claudicaciones, lo que explica que fuera en ocasiones
inconsecuente. Las claudicaciones nos preparan para las inconse-
cuencias. El que defiende por hambre lo que no cree, se hace
apto para defender después lo que no cree por ambicién. Y¥ Ro.
drigo Clever conocia el hambre. Verdad es que, tltimamente,
se habfa iniciado para él una era de prosperidad; pero ésto le des-
agradaba un tanto, porque sabia que el éxito continuado disminuye
el temple del espfritu.
—tTiene usted razén en parte — dijo uno de los del grupo. —
Wl matrimonio es el acto final de una comedia representada con
talento: mas también suele ser el acto inaugural de una tragedia.
—Todo depende de las cireunstancias — expresé~el escritor.—
La existencia conyugal tiene sus compensacioues. 1] hombre que
se casa con una nifia de quince afios, puede afirmar que en el
curso de su vida, si
sta es larga, cuenta por lo menos cuatro es.
posas distintas. La primera es la muchacha todavia casi asexual,
la segunda la joven ya formada, la tercera la mujer apasionada
y entendida y la cuarta la dama medura, jugosa y sabia en toda
suerte de placeres. Queda atin una quinta, que es la vieja, pero
ésta no agrada.a nadie.
—Todo eso es verdad — apunté Carlos del Pozo, el médico
lustre, — siempre que la mujer dure enamorada de su tmarido,
porque, si no, el infeliz apenas conoce a ja primera, Las demés,
quien las conoce es el amante.
—Tiene el matrimonio — volvié a manifestar Rodrigo CleverEv Hampre
— otras compensaciones: los hijos, a los que yo no encuentro mis
que un inconveniente, y es que nos obligan a pensar demasiado en |
ellos. al
En ese momento se acerc6 al grupo Hugo Silverfield, hijo del
célebre banquero, quien, dicho sea de paso, habia sido reclufdo
€n un manicomio. Wn efecto, Anthony Silverfield se habia vuelto
loco a raiz del ruidoso fracaso de su m4&s importante combinacién *
financiera.
—Por lo aque he ofdo — dijo el recién Negado, — juzgo que
estdis hablando del amor, porque el matrimonio y el amor son 1
correlativos. A
—No en el caso que aqui nos congrega — murmuré un impru- 1
dente. — Juvenal Reyser, el ministro todopoderoso, no ama més
que el dinero de Marta Rigau. La pobre joven sera una victima
mis de la ambicién de ese hombre.
—Yo aseguro a ustedes que seré dichosa — corrigié un adu-
lador de profesién. — Blla lo ama y es bastante.
—No olvide usted — observ6 Carlos del Pozo -
que, si el
\ amor profundo idiotiza al hombre, a la mujer la hace inteligente
Pronto sabré ella que no es amada, con lo que tendraé motivo su.
ficiente para no ser feliz.
—No hablemos del amor — manifests Hugo Silverfield, com
displicencia. — Ese sentimiento es una debilidad.
—El amor no es una debilidad; es, por el contrario, la fuerza
de los hombres débiles.
Esta frase sentenciosa fué pronunciada por Rodrigo Clever,
quien, al pronunciarla, miraba fijamente al joven millonario.
—Supongo que no se ha disgustado usted por mi observacién, — |
manifest6 Hugo Silverfield. — Los hombres individualmente, no
- eben refiir por ideas o principios. Eso se deja para los pueblos.
~—Sélo los ingenuos creen que los pueblos van a Ja guerra por
-principios. Los principios no son més que disfraces que ocultanLA NovELA SEMANAL
necesidades y ambiciones positivas. Una guerra se hace para de-
fender el tefFitorio 0 para ampliarlo, para defender el comercio o
para extenderlo Es un error creer que la fuerza puede emplearse
exclusivamente en la defensa de ideales ajenos a su naturaleza
intrinseea, como si Ja fuerza no tuviera también sus ideales.
Elisa de Campo Verbel, que, del brazo de su marido, el presti-
als gloso diplomético, iba hacia el alta’ mayor, se detuvo frente a
Rodrigo Clever para decirle:
—Me han afirmado que Juvenal Reyser ha invitado a Horacio
Garza. Como usted recordar4, ese periodista estuvo enamorado.
de Marta Rigau: :Ser4 cierto Jo de Ia invitacion? ;Ha visto usted
a Horacio Garza? :
—No lo he visto, sefiora, ni lo veré aqui, seguramente. Hse
Pobre amigo mio sufre en estos momentos demasiado y no ami-
poraré con sus tristezas esta fiesta jubilosa. Juvenal Reyser y
Horacio Garza son antfpodas: el uno es un vencedor constante ¥
el otro un perpetuo derrotado.
Al oir el nombre del periodista, Carlos del Pozo se alejé del
grupo.
| —2Qué Ie sucede a Horacio Garza? — pregunté un curioso.
—Todo Jo que le acontece, que es mucho y muy variado, puede
resumirse en una sola expresién: hambre. Y no el hambre meta.
forica de los literatos cursis. No hambre de felicidad, ni hambre
de quietud, sino la verdadera, 1a que no. se sacia mfs que con una
mesa bien servida.
—Razén sobrada para venir al acto de esta noche — dijo un
einico. — Tendremos un espléndido buffet.
—iEs posible que alguien sufra hambre en Buenos Aires? —
murmur6 Elisa de Campo Verbel.
i —En estos tiempos, sefiora, — sentencié Rodrigo Clever, —
e] hambre es una necesidad social. Gracias a ella, se realizan
} muchos de los hechos gloriosos y se lucha con ahinco por la civi-
duitEL HAMBRE
lizaci6n. El progreso, en una enorme cantidad‘de casos, es el
producto inmediato del deseo de alimentarse.
—Ese deseo suele también ser la causa de numerosos erfme-
nes — comenté Augusto Campo Verbel.
—Sin duda, — repuso ej escritor. —- Hl ser humano tiene et
deber de alimentarse y para cumplir ese deber ejercita todas sus
facultades, Negando en_ocasiones, pocas, por desgracia, a producir
obras de ingente beneficio para la sociedad en general. De ahf
‘que algunos estudiosos opinen que la necesidad de alimentarse ha
engendrado la inteligencia en la especie animal a que pertenece.
mos. Pero, si el hambre crea deberes, tiene también sus derechos.
Desconocerlos es el primer paso de la tirania de la sociedad sobre
cl individuo. Los criminales son por lo comtin sujetos deficiente-
mente dotados que rechazan osa tirania y ejercen sus derechos en
forma, violenta. Todo criminal es un rebelde.
—De modo que el que.no paga... — comenz6 a decir uno de
los presentes.
—Contraer deudas es uno de los derechos del hambre — in.
terrumpié Rodrigo Clever, riendo.
Su risa contagié a los dem4s y por un instante los componen-”
tes del grupo se olvidaron del lugar donde se hallaban, Cuando
se restablecié el silencio, Hugo Silverfield interrog6:
—z¥ e6mo ha Uegado Horacio Garza a tan lamentable estado?
—Hs muy sencillo —-contesté el escritor, — Hace algo més
de un afio...
La frase qued6é sin terminar.
—iANi vienen los novios! — exclamé alguien.
En efecto, por 1a nave central avanzaba Marta Rigau, que
daba el brazo a su padre. Su figura se destacaba como una cosa
irreal. La palidez lunar de su rostro, su alto cuerpo, delgado y
flexible como una rama de nardos, el vestide y el velo blancos,
“Jas azules pupilas que miraban sin ver hacia el altar, como si ésteLa NoverA SEMANAL
ejerciera sobre ella una atraccién irresistible, todo contribufa @
aumentar la impresién de ser sobrenatural que daba la mujer
pellisima.
Detriés marchaban Amalia de Vegairene, madrina del matri.
monio, y Juvenal Reyser. A pesar de su aire altivo, casi altanero,
y de la seguridad de su andar, se advertia que el astuto politico
estaba emocionado. ‘Los admiradores de su frialdad proverbial
experimentaron una ligera decepcién.
Después que los novios se detuvieron frente al altar mayor
y comenz6 la sagrada, ceremonia, Hugo Silverfleld dijo, dirigién-
dose a Rodrigo Clever:
—Cuente usted.
—Hace algo m4s de un afio Horacio Garza se marché a Mon_
tevideo, acompafiado por Rosa de Marbi, esposa de uno de los re-
dactores principales de La Noticid. La aventura un tanto folleti.
nesca (Ja vida es un foletin) produjo un escéndalo en el mundo
periodistico. Ernesto Marbi es demasiado conocido para que 1a
hufda de su mujer no provocara jos mis variados comentarios.
Horacio Garza, encanecido en el periodismo, Mevaba el propésito
de variar sus medios de subsistencia, propésito absurdo, porque &
su edad es muy dificil cambiar de profesién. Con €xito, se en
tiende.
Basta el grupo legaba en gutural rezongo la voz del sacerdote.
—En Montevideo e] infortunado periodista hizo esfuerzos inau.
ditos. Apenas ganaba para no perecer de hambre. Sin amigos,
sin protectores, con escasas relaciones, lo tinico que lo sostenfa en
su tremenda desolacién era el amor potente, heroico, inagotable,
de la preciosa mujer que compartfa su pan y su miseria. Bn
aquella ilegal unién, la mujer era el hombre. Su inmensa alma
enamorada infund{a al compafiero desdichado, voluntad y esperanza,
en un derroche generoso de energia, Fuerte como up resorte de
acero, ella reaccionaba con nuevo impetu a cada puntapié del dEL HAMBRE
tino. Concluyé por dominar a Horacio Garza enteramente. Tanto
Jo dominaba, que si ella hubiera querido, 61 habria aceptado esa
transaccién repugnante, ofensiva a la dignidad y al decoro, que
consiste en la vil explotacién de un cuerpo hermoso. Rosa do
Marbi’ estnvo insuperable en aquellos dias. Le sobraba espfritu
para los dos. Nada tan grande como una mujer grande en Ja
desgracia.
Se detuvo un minuto el narrador. La ceremonia nupcial pro.
seguia.
—Para agravar la espantosa situacién — continué Rodrigo
Clever, — algunos meses después del arribo a In capital uruguaya,
Rosa de Marbi comprobé que estaba en cinta. Era una compli-
cacién desesperante. Jamas el préximo nacimiento de un nifio ha
sido acogido con menos entusiasmo. [Fué-entonces, cuando los dos
infortunados resolvieron rogresar a Bucnos Aires. Trafan un poco
de dinero ganado por Horacio Garzia con unas traducciones a
duras penas conseguidas. Se instalaron en una casita de tres
piezas, en el barrio de Flores, a diez cuaras de la calle Rivadavia.
ANI visité a mi pobre amigo el dia en que me conté esta historia
trégica. Semanas después de instalados, la situacién se hizo mas
horrible que nunca. El dinero se acab6 pronto y el parto se acer-
ecaba. Horacio Garza ofrecié sus servicios en todos los diarios
donde antes habia trabajado y en ninguna parte le fueron acep_
tados. Los jefes de las empresas comerciales son gentes, por lo ge-
neral, que desconocen la miseria y carecen de 1a imaginacién nece-
saria para comprender la desesperacién de un hogar donde comienza,
a faltar el alimento. La bondad para con el desvalido es un sim-
ple problema de imaginacién. El periodista vid a casl todas las
personas con quienes tenfa relaciones e imploré su proteccién y
ayuda. Entr6 en ese porfodo tristisimo en que se vive del pequetio
préstamo, que es la forma m4s humillante de la limosna. Se oo.
ap
tLa Noveta SEMANAL
mienza por solicitar cinco pesos y se concluye por aceptar veinte
centavos. Hay quien hace de esto un medio ordinario de vida:
pero, para Horacio Garza, hombre dignisimo, si tos hay, aquello era
€l peor de Jos suplictos.
Sobrevino una pausa. El sacerdote juntaba las manos de los
novios, que se encontraban de rodillas ante él, al mismo. tlempo
«ue pronunciaba inaudibles latines.
El] hambre era lo Gnico que sostenia a aquel hombre en pie.
La dolorosa necesidad lo impulsaba; era la fuerza esencial de su
organismo. Si se me permite la paradoja, diré que vivia por no
tener de qué vivir. Horacio Garza y Rosa de Marbi ya no eran
amantes; eran algo mAs: °eran hermanos en el hambre. Nada
liga tan estrechamente a dos seres humanos como haber sufride
juntos la falta de alimentos. Este es uno de los beneficios del
hambre: crea amistades perdurables. Mientras tanto, Rosa de Mar-
bi se multiplicaba en e| modesto hogar. La valerosa mujer tuvo
momentos verdaderamente sublimes. Jamés hubo mayor heroismo
ni mayor grandeza en pecho femenino, Una maviana, halléndose sin
un Centavo, presa de extraordinaria angustia, se dirigié a pie al
centro de la ciudad. Habia tomado la resolucién desesperada de
visitar a Ernesto Marbi, su legitimo esposo, y rogatile le prestara
auxilio. Lo encontré en el mismo departamento en donde habfan
vivido juntos. Aun no habia abandonado el lecho. Sin hacerse
anunciar, ella entré hasta el dormitorio. Ernesto Marbi sintié una
sorpresa indescriptible, pero reaccioné en seguida. Comprimiende
jos sollozos, hizo ella el amargo relato de su desgracia. Escuché
#1 atentamente, con la vida mirada fija en el precioso rostro de la
desolada. Parecié conmovido. La tendié con expresién de amor
jas manos temblérosas.
Nueva pausa. El gacerdote acababa de bendecir a los desposa-
dos y se disponia a leer ta profunda epfstola del comvertide en ef
camino de Damasco.Ex. HAMBRE
—Ustedes se suponen lo que ocurrié entre los esposos. Yo no
lo diré. Por otra parte, ignoro los detalles. S6lo sé que al se_
pararse, Ernesto Marbi quiso entregar a su mujer un par de bi-
Netes de diez pesos. Ella, comprendiendo entonces, toda Ia bajeza
det aima de aquel hombre, se irguié ante e] insoportable insulto.
Mir6 con odio inexpresable al que tan villanamente la ofendia y
ealié de aquella casa. Iba con mis tristeza y con mAs... hambre,
Ya en Ia calle, sintié todo el infinito dolor de su humillacién indtil.
No Mor6. 1 orgullo ia mantuvo erecta de espfritu y de cuerpo.
Firmemente, con aire altivo y frfo, como una estatua que hubiese
descendido de su pedestal, recorrié el largo trayecto quo la sepa-
raba de su humilde residencia, En la puerta hallé a Horacio
Garza, que la aguardaba inauieto. Con la frente divina apoyada
en ej hombro de 4l, informéle ella de su de
Se abrazaron con pasién los infelices y su doble
gradacién y su incon.
cebible cafda.
pena inmensa se deshizo en Manto.
En las amplias naves dél templo resonaban las severas palabras
de la epistola, que el ministro de Ja religién lefa con acento mo-
_ nétono.
—Pasaron los meses. Una noche Rosa de Marbi sintié un in-
- tenso dolor en las entrafias. Habfa legado la hora del alumbra.
‘imiento. Horacio Garza, gastando en automévil todo el dinero que
tenfa, Hev6 a la comadrona. Fué un trance angustioso y horrible.
_ Por wn lado, 1a desventurada parturienta, retorciéndose en el lecho
~ ajo el cruel sufrimiento que le ocasionaba la desgarradura de su
carne. Por el otro, el periodista con los ojos desmesuradamente
abiertos fijos en la torturada y con el coraz6n oprimido por el do-
“Jor que presenciaba y por la pena que le producia el hondo des-
precio de Ia comadrona, que miraba hoscamente todos’ los rincones:
de aquella casa sin mucbles. El-parto fué prolongado y dificil.
Finalmente, af amanecer, vino otro varén al mundo. La criatura
‘nacié. viva, desvaneciéndose asi una recéndita esperanza de su
tnt tiLa NoveLa SEMANAL
Se ee er
padre, Un rayo de sol, que entré poco después por una hendija
de la puerta, cay6 sobre la cabeza del recién nacido y ésto parecié
a la madre un buen augurio. Fué la tltima alegria de aquella
desdichada.
—iPsh! — hizo alguien.
Sin preocuparse del que asi lo interrumpia, Rodrigo Clever
continuéd:
W) nacimiento de aquel nifio marcé el principio de la trage.
dia, “Sin trabajo, sin dinero, con dos seres a quiones alimentar y
cuidar, nunca como entonces pudo Horacio Garza darse ouenta de
toda la erueldad del destino. Empezaron para él las inauditas hu-
millaciones y €1 meditar rebelde, Surgié en su corazén un hondo
rencor contra la vida y un inmensurable odio contra la sociedad,
que, en su amarga condicién de derrotado, calificaba de injusta. Bl
hambre lo hizo grande. Su alma se acoraz6 en un profundo des-
precio por los hombres. Adquirié el inaudito orgullo del que lo
desdefia todo. En el derrumbe de sus sentimientos s6lo uno que.
d6 en pie: su amor invencible por su compafiera y su hijo. - ¥ esa
pasién lo empujaba, inexorablemente, En su desesperacién pensaba
‘que el que sufre hambre tiene derecho a todo, hasta el delito. Sola-
inente e] asesinato le parecia impropio, ya que no es justo suprimir
una vida para conservar otra. Aguijoneado por la necesidad em-
plleé6 todos los recursos de su ingenio, Cometié bajezas sin cuente
y realizé esas mil pequefias estafas que manchan Ia existencia de
los holgazanes. Vivid al margen de la ley y en el umbral det
presidio. Mentfa admirablemente y se convirtié en un hébil co.
mediante. Su actividad era miltiple. Cocinero y enfermero en
su casa, actor y embustero elocuente fuera de ella, su vivir sin tra-
bajo era en el fondo un trabajar continuo. Us6 del crédito hasta
agotarlo. Uno a uno, los proveedores se fueron retirando, deses-
perados de no poder cobrar. Se acostumbr6 a los insultos: 10s
recibia sereno, frfo, impasible, como si los dirigieran a otro que 14Bi HAMBRE
fuera totalmente indiferente. Y animado por un extrafio cinismo,
en ocasiones se dedicaba a estudiar el rostro del que le insultaba.
Era éste el finieo espectéculo que distraia la tortura de sus medi-
taciones. Conquisté sin pretenderlo 1a incomprensible grandeza
» del que no espera nada en este mundo. Y nada hay mis desolado
@ue un corazén sin esperanza. Como el que pierde la esperanza,
Pierde la yoluntad, su abandono era mayor cada vez. Se hundia
répidamente en las mAs inmundas capas de la miserla moral y
social. Si no hubiera tenido mujer e hijo, se habria dejado morir
de hambre.
—Ahorre usted consideraciones — dijo Hugo Silverfield, que
habia heredado de su padre el amor a los hechos escuetos.
—Aquel estado de cosas no podia ser eterno. Llegé un dia
en que falt6 todo en aquella casa y el hambre a medias se convir-
tié en hambre completa. Hacfa caurenta y ocho horas que no pro-
_ aban alimento. Los didlogos que sostenian Rosa de Marbi y Ho_
racio Garza eran desgarradores. lla lo recriminaba a menudo,
le reprochaba en términos hirientes su incapacidad y su impoten~
cia, Cuando le hablaba en esa forma, no se sabia qué era mds
_ ofensivo, si el acento o la palabra. Hl callaba siempre, paciente
eomo un asno; pero el dia a que me refiero, su rabia y su dolor se
desbordaron. ‘Rosa de Marbi se sent6 en el lecho para amaman-
a
tar a su hijo. El nifio chupaba en vano el pezon materno. EI
_seno, flécido y magro, daba a duras penas una gota de leche. En-
tonces Rosa de Marbi, enloquecida por el hambre y por la ira
que Ie causaba la inttit succién de la criatura, volvié la cara hacia
Horacio Garza, que se hallaba, cerca, de pie, mirando con ojos hi-
medos y lenos de misericordia aquel cuadro tristisimo, y le grité:
Yen brusco:
“Toma, miserable! {Busca cémo darle de comer!
adem4n irreflexivo le arroj6 el nifip a los brazos. Horacio Garza
agarré a su hijo en el aire. “Al hacerlo, pens6, mejor dicho, sin-
116 el peligro de que acababa de salvar al ser indefenso, y so emo-La Noveta SEMANAL
cioné tanto que se dirfa que lo que apretaba entre sus brazos, pro_
tegiéndolo, era su propio corazén. Repuesto, su célera estallé
como un voledn: “jInfame! ;Odias acaso a tu hijo? ;Qué quieres
significat_con esta accién? ;Puede nadie vencer al destino? Tu
presencia en mi camino sefiala el comienzo de mi decadencia. Has
sido para mf Ja encarnacién de la desgracia y te has conver-
tido en la prueba viviente de mi debilidad. Has olvidado que no
es mfa la culpa de lo que nos pasa, pues ti me buscaste, ti me
seguiste, ti quisiste compartir mi miseria. Te precipitaste en mi
vida como’ un torrente en un charco, que en vez de limpiar el char-
co, lo elimina. Yo vivia en mi soledad, como en un desierto; tu
compafifa ha sido como un atempestad\ en ese desierto, y ha bo-
rrado hasta las huellas del pobre caminante. Ya ni siquiera soy
hombre. Soy una despreciable piltrafa’. La mujer repuso: “Tie-
nes raz6n. Hl que no sabe ganar para comer, no es un hombre,
Ganar su subsistencia es lo filtimo que hay que pedir a un ser
humano. Y,es Jo tiltimo por ser lo primero, ya que comer es
nuestra necesidad esencial. No mereces ser padre, pues no eres
capaz de serlo eficazmente. Si yo no hubiera refiido con Carlos
del Pozo, no me veria én esta situacién deplorable (*). Ese debié
ser el padre de mi hijo
La ceremonia nupceial habia concluido y los nuevos esposos
habfan pasado @ la sacristfa a esperar que sus amigos alli presen-
tes, fueran a felicitarlos.
—Aquellas palabras hicieron en el alma de Horacio Garza um
efecto desastroso. Fué como si le hubieran grabado a fuego en
las entrafias toda ja bajeza de su existencia inttil. Sus ojos eran
(*) sso La Voluptuosidad det Poder.Ev HAMBRE
dos pufiales. Miré a Rosa de Marbi y luego a la criatura que Ilo.
taba en sus brazos temblorosos. Por virtud de no sé qué extrafia
transformacién de sus sentimientos, en lo més hondo de su espfritu
broté un repentino odio contra aquel producto de su sangre. Todo
su desdén y aborrecimiento por los hombres se concentré stibita-
“mente en aquel scr inocente. Y para no oprimirlo entre sus ma-
nos, para no realizar un pensamiento criminal y perverso, tiré al
nifio sobre la cama, al lado de la madre, y se dirigié a la puerta.
Pudo antes de salir ver que Rosa de Marbi, impulsada por la célera,
tomé a la criatura con el propésito evidente de lenzdrselo a la cara
como un proyectil; pero se dontuvo al advertir que el hombre se
marchaba. La madre vencié a la flera, que el hambre habia des.
pertado, Los gritos del nifio y de la mujer se confundieron en
un solo alarido.
Las personas que rodeaban a Rodrigo Clever estaban horrori-
wadas. Habian olvidado que se haillaban en una iglesia y que ha-
bian ido alli para asistir a un matrimonio. Todos esperaban con
‘ansiedad inocultable el final del trdgico relato.
—Ningin novelista ha imaginado una escona mas horrible —
coment6 Augusto Campo Verbel.
—He dicho antes — contest6 Rodrigo Clever — que la vida
es un folletin y he de afiadir que en ocasioned es un folletin horri.
pilante. Los que escribimos solemos pintarla mejor de lo que es, ¥
esto por una falsa nocién de buen gusto. En lugar de deseribir
Ja vida tal como es, hacemos literatura. Yo he sostenido que el
arte no es lo real, sino lo posible, con el objeto de justificar 10
excepcional de algunas de mis narraciones. Pero en este caso,
Jo real es insuperable y por serlo parece inverosimil.
—Siga usted. No haga literatura — dijo Elisa de Campo
YVerbel, al mismo tiempo que su boca se contrafa en placida y
bondadosa_ sonrisa.of fsa
La Novera SEMANAL
—s diffcil concebir e1 estado de 4nimo de Horacio Garza al
salir desu casa, pues pocos han atravesado por una situacién se-
mojante. Decir que estaba loco es no decir nada. Ya en la calle,
camin6 sin rumbo un largo rato. Su primer pensamiento fué no
regresar més al desventurado hogar que habia fundado. Que pe-
recieran los que en 61 quedaban, no le importaba; asf volveria a
poseer su preciada libertad. Su espfritu se fué calmando de ins_
tante en instante. Hizo un examen de su vivir angustiado. Esa
libertad que tanto ansiaba, :hab{ala posefdo alguna vez? Se di6
una respuesta negativa. En sus decisiones siempre habia influido
una voluntad extrafia. Jamas habfa obrado por propia voluntad
y, a] convencerse de ello, el desprecio que sentfa por los demas
hombres, se’ convirtié en un infinito desprecio de s{ mismo. Sj-
despreciar a los demas es una fuerza, despreciarse a si mismo no
lo es menos. S6lo que estas fuerzas requieren, para su empleo
eficaz, que el que las poses, tenga, ademfs, otras determinadas con-
diciones. No entro en detalles porque el tema pertenece a un ilbro
que est4 atin por escribirse: el cédigo de la ambicién. El hombre
de yoluntad escasa, si desprecia a los demas, se hace misdntropo, ~
si a sf mismo se desprecia, se hace mendigo.
Los novios se iran en breve; {no van ustedes a saludarlos?
— pregunt6 un curioso que buscaba un pretexto para acercarse al
grupo.
Nadie respondié.
—La ira de Horacio Garza — siguié diciendo el que narraba —
se desvanecié al fin, Su alma fué inundada por una tristeza inau-
dita y un abatimiento que parecia definitivo. Durante un momento —
idea. Hl que piensa seriamente en matarse durante upa hora, s¢—
suicida. Esto no es una afirmacién errénea, aunque, lo parece. LoEx HamMBre
malo es que los que pudieran darme la razon, se han suicidado.
Empujado por su terrible destino, Horacio Garza caminaba sin
detenerse. Se tambateaba como un ebrio, mas por su debilidad
_ fisica que por el estado de su espfritu. El hambre volvia a tor.
| turarlo. Por explicable asociacién, recordaba que los dos seres
que de é1 dependian, tampoco habian comido. En aquella situa-
| in, aquel infortunado habria sido revolucionaril, verdugo, ase-
f _wino, si Ia oportunidad se hubiera preseritado. ‘Desde que saliera
de su casa, un nombre se le habia grabado en la mente, quem4n_
dole como una brasa: el de Carlos del Pozo. Fn medio de su
-martirio inenarrable, se le ocurrié una idea, a su juicio, festiva.
Ya que, segin Rosa de Marbi, e1 eélebre facultativo, debié ser el
padre de su hijo, por qué no solicitar de € que lo amparara? Si
el médico accedfa, 61 podria marcharse tranquilo a cualquier parte.
_Al pensar esto, una sonrisa espantosa le contrajo el- rostro. Vacilé
aigunos minutos; pero, al cabo, pudo més Ja necesidad que su de-
_ Coro: después de todo, 6] también comerfa. Resuelto, encaminé
sus pasos hacia el hospicio que Carlos del Pozo dirigia. Tras de
~vencer algunas difioultades, logré entrar al despacho del faculta-
tivo. Carlos del Pozo no lo reconocié (tan andrajoso y escudlido
estaba) y creyd que era uno de los locos asilados en el estableci_
miento. Tuvo Hotacio Garza que decir su nombre. Conté luego
' su historia, suprimiendo, como se comprende, la escena de aquel
fa. No sé con exactitud lo que pas6 en el alma de Carlos del
Pozo; lo cierto es que él, a quien seguramente fla noticia del parto
de Rosa de Marbi quit6 toda ilusién, si es que alguna de aqua
amor aun le quedaba, regal6 al antiguo periodista un poco de di-
mero. Horacio Garza salié de alli Meno de gozo. Entré al primer
restaurante que encontré y comié, segin 1a frase popular, nunca
“ymejor aplicada, como un desesperado. Ya satisfecho, renacié en
"su coraz6n el avasallador carifio a su hijo. Y et deseo de verlo
4La Novera SEMANAL
lo dominé por entero. Compré unas cuantas provisiones, subié
@ un automévil y dié orden al chauffeur de Mevarlo 1o mAs veloz-
mente posible hasta su casa. Lleg6. Entr6 sonriente y dispuesto
@ perdonarlo y olvidarlo tod). Gustaba de antemano el intenso
placer que iba a procurarle mirar la avidez con que Rosa de Marbi
devorarfa, los alimentos.
Un agregado de la sacristia. empez6 a apagar las luces;. pero
se detuvo al ver aquel grupo donde se platicaba tan animadamente.
Horacio Garza andaba en puntillas: queria gozar de toda la
emocién de la sorpresa, Reinaba en la humilde residencia un si-
lencio absoluto. “Se habrén dormido”, pens6 61. Aumenté sus
precauciones para no despertar al nifio. Liegé a la puerta de la
aleoba. i cuadro que presencié le \causé una-impresién grata,
dentro de lo doloroso de Ja situacién: Rosa de Marbi estaba acos-
tada sobre el lado derecho; el brazo esquelético descansaba sobre
la almohada, y sobre e1 brazo, ia cabeza, aun hermosa. El nifio,
Prendido a un seno, chupaba fuertemente. De cuando en cuando
se escuchaba el ruido de su boquita al intensificar 1a intitil succién.
Horacio Garza se acerc6 al Jecho y entonces una espantosa sospecha
pasé por su mente. Los ojos de la mujer no estaban completa-
mente cerrados y su respiracién era tan leve, tan’ leve, que no se
advertia. Al tocarla, comprobé la realidad horribl
: jestaba muer_
ta! Y del pecho de aquel caddver queria extraer vida la criatura.
Nunca fuera tan cruelmente irénico el destino. Horacio Garza
desprendié a su hijo del pezén inerte, y, cayendo de rodillas, lanz6
un grito que semejé un rugido.
El horror de la escena invadié los corazones. Augusto Cam-
po Verbel y su esposa, Hugo Silverfield y los restantes individuos
del auditorio, estaban como petrificados. Nadie se atrevia a des-
truir la emoci6n que a todos embargaba.Ex. Hampre
Rodrigo Clever prosiguié:
—Hse mismo dfa, al caer la tarde, encontré a mi desventurado
amigo. Parado en una esquina, con su hijo envuelto en una fra_
vada en los brazos, imploraba 1a caridad pdiblica. Habia tanta
amargura en su rostro descarnadé y barbudo que me acerqué lleno
de léstima. Fué entonces cuando lo reconocf. Fuf con él hasta
sti domicilio y ailf, en presencia de la muerta, me hizo Morando,
el relato de su vida. Le di todo el dinero que Nevaba y le ofrect
sinceramente ayudarle en cuanto fuérame posible. Hace dos o tres
semanas de esto y no he vuelto a verle. Abrigo el propésito de
pedir a Juvenal Reyser un empleo para él.
_ Dirigiéndose a Elisa de Campo Verbel, el eseritor afadi6:
- —Espero, sefiora, que usted coopere en este empefio.
—Con gusto — fué la respuesta de la dama. — Ahora vamos a
saludar a los novios.
Se dispersaron los del grupo.
El diplomatico, su esposa y Rodrigo Clever, marcharon hacia
la sacristia. Cuando entraron, Juvenal Reyser y Marta Rigau se
disponfan a partir. Hubo un cambio de cordiales saludos,
Al despedirse, mientras estrechaba la pellisima mano de la
recién casada, el escritor expres6:
—Deseo, sefiora, que en el matrimonio reciba una felicidad
fgual a la que es capaz de dar. De ese modo, seria usted 1a mujer
mas feliz del universo.
Comprendié 1a joven el alcance de la frase cortés y premié
Ja galanterfa con su sonrisa mds graciosa.
Détras de los desposados, salié Rodrigo Clever, a cuyo lado iba
Augusto Campo Verbel.
Bn el atrio de la iglesia un pordliosero pretendié acercarse a
Juvenal Reyser: pero un agente de policia lo apart6 brutalmente.
Marta Rigau reconocié a aque] mendigo, y se puso ligeramente
iin si sl tia ci Bin
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i
pélida. S6lo Amalia de Vegairene, que se hallaba a muy poca
distancia, not6 aquella palidez, pero no supo explicarsela.
3 Rodrigo Clever, sefialando al pordiosero, murmuré al ofdo de?
; diplomético:
—Ahi tiene usted a Horacio Garza. El miserable ha adqui-
rido la costumbre de pedir limosna. Sera initil cuanto hagamos
- para regenerarlo. La vagancia es un vicio irremediable. z
i
jCuide su cabello! Duplique su belleza en pocos minutos.
Un frasco de ‘‘Danderine” pone el cabello espeso, Iustroso, ondeado
y lo embeliece. *
Usted no encontrara.una par. Jo deslustrado, descolorido, que-
tieula de caspa ni que se le bradizo o fspero que esté; s0-
eae el cabello y que no Je pica lamente hun.edezca un pafio en
el craneo despues de pasados Danderine y paseselo cuidado-
10 minutos de la aplicacion de samente por el cabello, toman-
Danderine, sino por el contra- do un pequefio ramall cada v
rio, lo que le agradaré sera HI efecto es asombrosa; el ca-
ver que después de usarlo por ello se le pondra sedoso,
algunas semanas, el cabello se ondeado y espeso, y le daré
le pone fino, espeso y sulave, y ~un lustre incomparable, suavi-
cabello nuevo le creceré por dez y abundancia.
todo el craneo.
Danderiné. es para. el cabe-’ Compre un frasco de Dande-
Mo Jo. que la Muvia y el sol ine de Knowlton en: cualquier
para las plantas. Va directa. botica o almacén, y demuestre
mente a las raices, fortale- @ los demas que su cabello
ciéndolas y d@andoles vigor. Sus tan bonito y suave como cual-
propiedades estimulantes y vi. quier otro, que solamente ha
vifleantes hacen que el cabello sido abandonado o estropeado
erezca largo, firme y bonito. por falta de tratamiento; esto
Un poco de Danderine inme- eS todo, Usted tendré un ca-
diatamente duplicaré la belle- bello bonito y abundante si
za de su cabello. No importa prueba un poco de Danderine.
SSL panei sine. Zaoae Aparece todos los lunes con una obra com-
a | ove a mana pleta e interesante de los mejores esoritores
: i argentinos.
PUBLICADAS
Una hora millonario, de B. Garcta Velloso, 5.* edicion.
La Huelga, de Hugo’ Wast (G. Martinez Zuvirfa), 6.* edicion.
Artemis, de Enrique Larreta, 4.* edicién.
Una madre en Francia, de Bolisario Roldan, 5.* edicién. 3
Luna de miel, de Manuel Gélvez, 3. edici6n.
+ La Psiquina, de Ricardo Rojas.
‘Werther y Don Juan, de J, Ingenieros, 5.* edicion.
El cofre de ébano, de Alejandro Sux, 4:* edicion.
‘Un pedn, de Horacio Quiroga.
El instinto, de Pedro Sonderéguer, 5.* edicién.
La evasion, de Benito Lynch, 3.* edicion.
La ciudad del amor y de Ia muerte, de Julian de Charras, 3.4 edic. ~
Bl BabG de Naranyana, de Carlos Muzzio Saenz Pefia, 2.* édicién.
Expiacién, de J. L. Fernandez de la Puente, 2.* edicién. j
Un casamiento en el gran mundo, de Hlsa Norton, 4.* edicion.
Plutén, de Julio Navarro Monz6, (agotado).
Bobs, de Miguel R. Roquendo, (agotado).
. La esfinge, de Julio del Romero Leyva.
de Oscar Tarloy (Antonio Julia Tolrd).
Jdad del poder, de P. Sonderéguer, en 3 partes, 3." ed.
: EL tur violeta, de la Sra. d. R. de Orlandiz, (agotado).
a depollacién de los Inocentes, de Atilio Chiappori.
El ap6stol del Ayu, de Juan José de Soiza Reilly
+ Holocausto, de César Carrizo, 3.* edicion.
El pozo de Ins murenas, de Pedro Angelici, 2.* edicién
Ln diva, del Marqués de Atela. on
Hipédromo, de Mario Bravo, (agotado). *
La revelacién, de José Leén Pagano.
EI caballo de Carcela, de José de Maturana.
+ Dorios, de Cyro de Azevedo, 2.* edicién.
La expulsién de los doctores, de B. Richard Lavalle.
Del Parnaso al chiquero, de Hustaguio Pellicer.
! Cristina, de Alfredo Duhau (ndmeto extraordinario), 2.* edicién,
El ataja-camino, de Juan Carlos Divalos *
Im conversiGn, de Claudio de Souza.
El ditimo brindis, de César Carrizo.
El hombre de Ia barba en punta, de Miguel R. Roquendo. ,
} La Casa de los Cuervos, de Hugo Wast (G. Martinez Zivirfa), en 3 Pp.
: El Alma de Buenos Aires, por Enrique Gomez Carrillo.
Una “girl”, por Agustin Remon (nimero extraordinario).
Cérdoha Triste, por Luis Rodriguez Amhil.
42. rinldad Guevara, por Enrique Garcia Velloso
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