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La huella del

orfanato en los
niños adoptados
La falta de apego en los primeros años
es uno de los principales problemas
de los menores. Unidades médicas
especializadas abordan estos
trastornos

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JAIME PRATS

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Valencia 15 MAY 2015 - 19:32 CEST
Las doctoras Carmen Otero (derecha) y Gemma Ochando
en la Unidad del Niño Internacional del Hospital de La Fe,
en Valencia. MONICA_TORRES
Carla, de 10 años, apenas tenía año y medio
cuando fue adoptada en China. Desde el
principio, sus padres se dieron cuenta de que
todo le costaba más de lo normal. “Acudimos
a neurólogos, a logopedas, a centros de
estimulación temprana, no sabíamos qué
hacer…”, relata su madre. No empezó a
hablar hasta los seis años. Tenía dificultades
en hacer amigas, sufría falta de atención, era
muy insegura. Y no había forma de saber qué
le sucedía. Hasta que, hace unos meses, la
respuesta llegó a través de la Unidad del
Niño Internacional del hospital La Fe de
Valencia: su hija sufría trastorno del vínculo,
un problema afectivo que hunde sus raíces
en su estancia en el orfanato. “Era de los que
peor fama tenían”, rememora la madre.
Este tipo de unidades hospitalarias —
también asisten a niños en acogimiento o
inmigrantes— se han ido consolidando en
paralelo al boom de la adopción internacional
durante la década pasada. Entre 2004 y
2007, España fue el segundo país que más
niños recibió del mundo (19.084), solo por
detrás de Estados Unidos. Además de La Fe,
hospitales como Sant Joan de Déu de
Barcelona o La Paz-Carlos III de Madrid
ofrecen también estas atenciones.
ESPAÑA, UN PAÍS DE ACOGIDA
Entre los años 2004 y 2007 España fue, tras
Estados Unidos, el segundo país que más niños
adoptó de otros países con 19.084 menores.
2004 fue el año con el mayor número de niños
llegados del exterior (5.423).
Por detrás de España estaban Francia, Italia,
Canadá, Alemania, Suecia, Países Bajos,
Dinamarca, Suiza y Australia.
Debido a la crisis y las restricciones introducidas
por algunos países las adopciones han bajado
hasta las 1.188 en 2013, lo que sitúa a España en
quinta posición. Por delante están Estados Unidos,
Italia, Francia y Canadá.
Los principales países de origen fueron en 2013
Rusia, China y Etiopía (fuente: Coordinadora de
Asociaciones en Defensa de la Adopción y el
Acogimiento).
En ellos cubren desde consultas
preadoptivas —para orientar sobre el informe
médico que las familias reciben del niño—
hasta los 18 años, ya sea por cuestiones
ligadas al menor (institucionalización,
fracaso en acogimientos previos) o a los
padres (falta de preparación, expectativas
incumplidas).
La principal preocupación de las familias son
los problemas físicos. En función de su
procedencia, los pequeños pueden presentar
rasgos de desnutrición o sufrir enfermedades
infecciosas (parasitosis intestinal,
tuberculosis, hepatitis). Pero, aunque menos
evidentes, las patologías más graves suelen
ser trastornos psicológicos asociados a la
estancia en instituciones como orfanatos o
residencias. Uno de cada tres niños que han
permanecido en este tipo de centros hasta
los tres años sufre trastornos cognitivos
(relacionados con la inteligencia). La misma
proporción padece alteraciones afectivas
(del vínculo), frente al 2% y 4%,
respectivamente, de la población general o
de los menores que han estado en orfanatos
menos de seis meses, que apenas presentan
secuelas, de acuerdo con un estudio
británico con niños procedentes de Rumanía
publicado en 2003 en Development and
Psychopathology.
Problemas de atención
El trastorno del vínculo es especialmente
relevante: suele estar en el origen de otros
comportamientos, ya sean problemas de
atención, de autocontrol, del aprendizaje,
dificultades al manejar las emociones o
problemas de identidad en la adolescencia.
“La mitad de los niños que vemos en la
consulta tiene este tipo de alteración del
afecto”, destaca Gemma Ochando, experta
en psiquiatría infantil que dirige la Unidad del
Niño Internacional en La Fe junto a la
especialista en enfermedades infecciosas
pediátricas Carmen Otero. “Cuando el niño
llora, la madre o el cuidador atiende sus
necesidades: le da de comer, le duerme, le
abriga... Esto no sucede en un orfanato. No
se atienden individualmente las necesidades
fisiológicas o afectivas, sino de forma
colectiva. No se aprende a establecer
relaciones emocionales”, indica la pediatra.
El resultado es una adaptación a este medio
hostil “en el que prima la desconfianza, la
agresión, el rechazo y la evitación”, unos
comportamientos que se pueden enquistar al
llegar al nuevo entorno y que provocan
incomprensión en la familia o el colegio.
Una fase clave en la vida de los niños
adoptados es la adolescencia, que en ellos
se suele adelantar a los 9 o 10 años, dos o
tres antes de lo que suele ser habitual. Es la
etapa en la que se presentan los problemas
relacionados con la definición de la identidad
y el momento en el que se encuentran buena
parte de los chavales adoptados durante los
últimos años en España. Si no se han
encauzado por entonces los trastornos más
graves, la situación puede desembocar en
situaciones de fuerte tensión familiar o el
fracaso de la adopción en los casos límite.
Ochando pone el ejemplo extremo de una
paciente de origen indio de 13 años que se
escapaba de casa para prostituirse y
comprar sus caprichos. Al investigar su
historia comprobaron que durante su
estancia en el orfanato era la mayor y
asumió un papel protector respecto al resto
de niños. Allí ya se fugaba de la institución,
se prostituía y con el dinero que obtenía
compraba comida para sus compañeros. “Era
la heroína del grupo, y consideraba este
comportamiento como una conducta
positiva”, señala la pediatra. Finalmente, la
adopción se truncó. El objetivo es prevenir
estas situaciones. Aprovechar la primera
consulta, centrada en la revisión vacunal o
las pruebas de enfermedades infecciosas,
para establecer una valoración inicial de los
problemas de salud mental que puedan
presentar los menores y atajarlos de forma
temprana. “Si la situación se degrada
podemos hacer muy poco”, plantea Ochando.
MÁS HIPERACTIVIDAD ENTRE LOS
MENORES PROCEDENTES DEL
ESTE
María, una niña adoptada de India llegó a su nueva
casa con 18 meses y serias alteraciones afectivas.
“No entendía ni de peluches, ni de caricias, ni de
cuentos, ni de cariños”, rememora Carmen, su
madre, cuyo nombre se ha cambiado, como el de
las niñas que aparecen en este reportaje, para
preservar su identidad. “Era como un cachorro
salvaje; hasta los dos años no pudo tocarla mi
marido”. Poco a poco fue superando estos
comportamientos, aunque sus padres advirtieron
que le costaba seguir el ritmo de las clases. “Tiene
déficit de atención con hiperactividad (TDAH), en
su caso no es impulsiva ni hiperactiva, tiene
problemas de concentración”, apunta Carmen.
“Está tratada y es una niña muy normal”.
Además del trastorno del vínculo, los problemas de
conducta relacionados con el TDAH son comunes
entre los niños adoptados, sobre todo los
procedentes de los países del Este de Europa.
Algunos estudios elevan la tasa hasta el 50% de
los menores llegados de Rusia. Este
comportamiento se relaciona con el síndrome
alcohólico fetal, vinculado al abuso de la gestante
con la bebida o el tabaco, y con los partos
prematuros.
El TDAH se puede confundir al principio con el
estado de excitación en el que se encuentran los
niños durante las primeras semanas de estancia en
su nuevo hogar. Cambian la rutina a la que están
acostumbrados por una situación de
hiperestimulación, visitas de familiares, regalos…
Todo ello que puede dar lugar a diagnósticos
precoces y erróneos. Los expertos recomiendan
mantener un seguimiento para comprobar la
evolución de los síntomas.

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