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control y que tienen todo vigilado las veinticuatro horas al día.

¿Y si sucedió algo malo?


No, Dios, no es momento para estar de negativo. Todo está bien.
Vuelvo a tocar el timbre y no sé si Dios está viendo que estoy muriendo
de los nervios y de la preocupación, pero esta vez escucho que alguien ha
respondido.
—Buenas tardes —me apresuro a decir—, perdón por insistir tanto, soy
Andy, el amigo de Edward, vine el otro día, ¿está en casa?
El silencio vuelve a reinar y mi desesperación crece con cada segundo
que pasa. ¿Qué le cuesta decir «no, no está, vuelva pronto, siga
participando» o «sí está, pero no quiere verlo, lárguese»? No es tan difícil.
—¿Hola? —pregunto al notar que la persona no va a responder.
—¿Qué haces aquí?
La respiración se me entrecorta cuando escucho su voz. La voz que
incontables veces me puso nervioso y que hasta la fecha sigue alterando los
latidos de mi corazón.
Edward está del otro lado, viéndome por la cámara que tienen aquí
afuera. Tal vez debí arreglarme mejor o tal vez debí haberle traído algún
regalo, pero solo quería salir de casa lo más rápido posible. Cada minuto
que pasaba era un minuto en el que él creía que yo no sentía lo mismo, y no
iba a permitir que él siguiese creyendo eso cuando es todo lo contrario.
—Necesitaba hablar contigo.
—No creo que sea un bue...
—Por favor, serán solo cinco minutos —lo interrumpo antes de que
termine la tan famosa frase que yo suelo usar cuando quiero huir.
Edward quiere evitarme, y no voy a decir que me duele, porque yo nos
traje a este punto. Claro que va a querer evitarme, yo lo hubiera hecho en su
lugar. Él parece pensarlo, escucho un par de ruidos que se ven interferidos
por otro aún más extraño. Supongo que tapó el altavoz con su mano o algo
así. No sé por qué siento que dirá que está perdiendo la señal o algo así.
Me gustaría que bromee con eso, pero en su lugar dice:
—Sé breve.
La forma en la que me habla va directo hacia mi pecho, pero respiro
fuerte mientras me digo que debo comprenderlo, que es normal. Además,
no tengo tiempo que perder. Debo decirle lo que siento.
—Perdón por haberme comportado como un idiota estos días, no tenía
que arrastrarte a mis cosas —me disculpo muy apenado—. Perdón por
cerrar la puerta en tu cara, yo...
—Lo entiendo —interrumpe—, no necesitas disculparte por no sentir lo
mismo.
—Edward, escucha...
—En serio que no hay problema, Andy —no me deja hablar otra vez—,
no dolió, no pasó. Y te entiendo.
—¿Podrías solo dejarme hablar? —me quejo en un gruñido que es
pasado de largo porque él ni siquiera responde mi pregunta, solo lanza algo
que me deja temblando por unos segundos.
—Terminemos con esto.
¿Terminar con qué? ¿Por qué? ¿De qué demonios está hablando?
Estoy tan desconcertado que ni siquiera soy capaz de decir algo. Todo
parece darme vueltas, y no sé si es por el repentino miedo que comenzó a
crecer en mi interior o si es porque estoy siendo arrastrado de nuevo. Mi
corazón late con muchísima más fuerza y la mente se me queda en blanco,
como si no pudiera procesar lo que ha soltado.
—¿Cómo? —es lo único que sale de mi boca.
—Sé cómo te sientes, no quiero que estés incómodo...
—No, Dios, escucha, no estaba seguro de lo que siento...
Ambos hablamos al mismo tiempo, pero él termina su frase antes que
yo.
—... Y la verdad es que yo tampoco estoy seguro de lo que dije
«...pero ahora lo estoy», se queda en mi boca.
Entreabro los labios sin poder decir nada. Estoy anonadado. Él no dijo
lo que creo que dijo. Él no lo dijo. Escuché mal, solo fue una confusión,
solo eso. Si le pregunto de nuevo va a decirme otra cosa y podré confesarle
lo que siento y luego estaremos riéndonos de esto.
Mi pulso está a todo lo que da y por un instante el suelo parece
tambalearse, por lo que tengo que sostenerme de la pared para no caer.
—¿Qué dijiste? —pregunto en un hilo de voz.
—No estoy seguro de sentir lo que dije —repite, destrozándome.
El corazón se me estruja y la marea de emociones trata de ahogarme tal
como hizo hace un par de días.
«No es cierto lo que está diciendo, él me dijo que le gustaba. Me lo
dijo».
«Le gusto», me digo, «le gusto, él me lo dijo».
—No entiendo, dijiste... dijiste que te gustaba.

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