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Prólogo:
Recuerdo que las mejores fiestas se dieron en aquel verano del 2018. Empezaba
a sentir las maravillas de la secundaria, fiestas, alcohol, sustancias para alucinar,
sexo, el placer en su máxima expresión. Ya no vivía con las inseguridades del
pasado, todos disfrutábamos nuestro mejor momento, nadie se quedaba atrás,
hasta los más puritanos fueron felices en aquellos días. Recuerdo todo aquello y
quisiera poder borrar un momento, solo ese, cometí un millón de errores, pero
daría lo que fuese por deshacerme de ese.
Un nuevo mundo
Escucho la alarma y extiendo mis brazos para buscar el teléfono, con intenciones
de posponer la, pero no lo consigo, lo que hace más sencillo levantarme. Espero
que este año sea distinto y no la porquería de año que fue el año pasado.
Tercero de secundaria era distinto, el penúltimo año. Los privilegios, las
aventuras, las chicas, todo cambiaba. Aún así me subí al coche sin demasiadas
ilusiones, después de todo la suerte nunca solía estar de mi lado.
-Voy a llegar tarde al trabajo Daniel, tendrás que irte caminando la próxima vez.
-Ay mamá -me quejo.
-Solo intenta dormirte menos tarde y estar en el auto a tiempo.
-Sí mamá, sí -digo con desganas potenciales.
- ¿Cómo te sientes? Es tu primer día de tu penúltimo año.
- Ay mamá, no vamos a hablar de cursilerías.
-Pablo solo te pregunto, intento comunicarme contigo.
-Sí, ajá. -Mamá se estaciona y yo salgo volando del auto.
Son las 8:30, llevo media hora de retraso, para mi fortuna estaban entregando
unos volantes y había revuelo en los pasillos, así que pude entrar sin problemas
al salón de clases. Horas y horas de escuchar sobre las exigencias de cada
maestro y sus métodos de evaluación hasta que por fin tenemos receso. Suena la
campana y todos saltan de sus asientos como niños de primaria hacia el patio. Al
salir observo a donde dirigirme, grupos formados, la gente riendo, comentando,
criticando a las chicas de octavo grado como de costumbre, los chicos de último
año manoteando a los de antepenúltimo año, y sí yo fui víctima de sus burlas y
manotazos el año pasado. Había deseado con todas mis fuerzas que ese año
terminara rápidamente, y cuando terminó desee que este fuese como de
costumbre el inicio de las grandes aventuras.
-Hay fiesta hoy en mi casa para celebrar este año – grita Selena subida en la
mesa. -Todos gritan.
-Bienvenidos capullos -grita el grandulón al lado de Selena. -Siento que me
empujan junto a un grupo.
Estamos ahí, mis compañeros y yo, siendo celebrados al nuevo mundo y los de
cursos inferiores aislados en la cafetería mirando, seguramente envidiando y
deseando que llegue su momento. Asistiría por primera vez a una gran fiesta, las
de Selena eran las mejores. Yo había ido a fiestas, y muy buenas, pero
incomparables con las organizadas por los de último año. Siempre había
asombrosos rumores de todo lo que pasaba y lamentablemente uno no tenía la
suerte de verlo en persona y mucho menos en las fotos tomadas como recuerdo.
Entramos y era una locura, como siempre, Selena se daba el lujo de traer a los
mejores Dj del país, internacionales, como fuese, su padre se encargaba de ello.
Selena no tenía que esperar que su padre no estuviese en casa por viajes de
negocios, como suele pasar en cualquier historia que se parezca al cliché de
nuestras vidas. Vaya que nuestra vida muchas veces se parece a las historias
americanas de la secundaria. A la derecha de la entrada vemos una mesa con
todo tipo de dulces y golosinas, papas fritas, carnes, palomitas, todo un bufé. A la
izquierda un gran refrigerador con solo cervezas, y más adelante un estante con
wisky. La gente amontonada bailaba y brincaba, todo un espectáculo. Me muevo
bailando y pierdo a Jessica de vista. Bailo, brinco, grito al igual que los demás y
siento la adrenalina en mi cuerpo, tomo una cerveza hasta el fondo para sentir el
ambiente, no Wisky, sería demasiado fuerte y terminaría mal en poco tiempo. La
música en vuelve mi cuerpo y dejo que fluya, bailo con cada músculo de mi
cuerpo y de repente siento que me tocan el hombro.
En éxtasis
Abro los ojos y siento que mi cabeza trata de matarme, siento que todo da
vueltas, y observo a mi madre sentada a mi lado con un vaso en la mano. Me
insiste para que tome semejante barbaridad, una mezcla de especias, naranja, y
algunos de sus ingredientes para jugos verdes, toda una asquerosidad. Según mi
madre me ayudaría con la resaca más que una pastilla. Aproveché que salió a
comprar unas cosas y me dirigí a la farmacia. En el mostrador, una linda chica de
ojos café me atendía con mucha amabilidad y me daba su mejor recomendación
acerca de las pastillas contra la resaca. Intento prestar atención a o que dice,
pero su belleza me distrae, el escote poco pronunciado, pero bastante sexy en su
pecho hace que me descubra con los ojos en ellos, no parece sentirse incómoda,
me echa una mirada traviesa y ambos reímos. Hemos quedado esta tarde para
tomar un café. La verdad es que nunca llegamos al café, pasé a recogerla con la
excusa de no dejarla caminar, nos besamos de camino al café y nos desviamos a
su casa. Pensé detenerme, era mi segunda relación sexual en 2 días y sin
protección. Pienso en que debí comprarlos o ella debió tenerlos, trabaja en una
farmacia. Terminé por no detenerme, observo su cuerpo con detenimiento y no
veo nada que me indique que sea una chica descuidada en cuanto a su cuerpo y
su salud.
Al llegar a casa mi madre me pregunta dónde estuve, intento negarle que fui a
comprar una pastilla y le invento la excusa de que fui a visitar a Carlos. Carlos, era
un mujeriego de alto rango, todas suspiraba a sus pies, nunca entendí el motivo.
¿Qué puede ver una mujer en un tipo como él? ¿Qué podría yo ver en mujeres
que se fujan en tipos como él? Las engañaba, andaba con cualquiera, salía y en
cada fiesta, evento o reunión, ligaba con una chica nueva, sin mencionar que
cuando esa chica se marchara, si la fiesta seguía, Carlos conseguiría una nueva
conquista. Ni siquiera lo hacía discretamente, todo el mundo se enteraría al día
siguiente y él no se preocupa en ocultarlo.
Bajo por las escaleras, y veo a Carlos allí sentado, mirando de una forma
indiscreta a mi madre, le doy una palmada en la espalda y lo miro con desprecio.
-Vamos Pablo, vine a visitarte -me dice con una gran sonrisa.
-Sí Carlos, eso veo. -Sabía que Carlos no lo hacía voluntariamente, es como si sus
ojos tuvieran que mirar cualquier dama que le pareciera atractiva, de una forma
no muy discreta.
-Tú mamá hace las mejores pastas -dice Carlos con media libra de espaguetis en
la boca.
-Lo sé Carlos, pero estas las hizo papá. -sonrío por lo que viene después de mi
comentario.
-Descuida Carlos, me alegra que te gusten mis pastas -dice mi padre, observando
de forma extraña la forma en la que acaba Carlos con todo la cacerola de
espaguetis.
Al llegar, vemos a Sabrina acercarse hacia nosotros, lleva un vestido tan corto
que no deja nada a la imaginación, un escote pronunciado en su busto y otro en
su espalda. Sabrina tenía uno de los mejores cuerpos entre las chicas de nuestra
generación, tan esculpido como si de una barbie se tratara. Carlos y ella habían
tenido algo el año pasado, nada serio, como era de esperarse. Carlos sale del
carro junto conmigo y abraza provocativamente a Sabrina, me sorprendía como
podían ser amigos, coquetearse y seguir como si nada, aun cuando Jessica, la
mejor amiga de Sabrina, se había enganchado sentimentalmente de Carlos, pero
ya eso es otra historia. Entramos y había decoraciones neón por todos lados,
pareciese como si celebráramos algo, pero no, según lo que cuentan era una
fiesta simple. Sabrina era la rival de Selena en cuanto a fiestas, era muy difícil
decidir quién de ellas era la anfitriona. Sin mencionar, que, en la fiesta de una, la
otra siempre buscaba la manera de lucirse. Imaginen eso, tu rival de fiestas se las
arregla para lucirse en tu propia fiesta, y lo logra.
Después de bailar un buen rato nos sentamos en la terraza con un grupo que al
parecer también se habían cansado de bailar. Hablamos sobre los chismes y
rumores que circularon en los últimos cuatro años, las bromas a los maestros y
estudiantes, todos los caos que muchos de nosotros dejamos como legado.
Cuando estaba en segundo de secundaria, Tommy, un chico con Autismo, tenía
problemas de incontinencia y algunos problemas con la movilidad de sus manos.
Un día, a unos amigos de Carlos se les ocurrió que sería divertido ponerle un
pañal, y así lo hicieron. El profesor de química nos informó que llegaría unos
minutos más tarde, así que levantaron a la fuerza al chico de su silla, le bajaron
los pantalones delante de todo el salón, mientras Tommy gritaba y lloraba en
descontrol, le colocaron el pañal y le ataron los brazos con una de sus medias.
Tommy duró llorando todo el rato, salió del curso avergonzado y en pañales para
encontrarse con media secundaria en el patio mirándolo y burlándose. Ha sido
una de las bromas más crueles que han hecho en mi opinión, aunque no la única.
-Fernando ¿Recuerdas cuando te desnudaste en casa de la profesora de química
y su esposo le pidió el divorcio porque pensó que eras el cuerno? -Pregunta a
risas Paola.
- ¿Se desnudó en su casa? -Pregunto asombrado.
-Sí y me llevaron a la policía, peor nada que mi edad y las influencias de mi padre
no pudiesen arreglar. -Todos estamos riendo, contando historias, cuando Sabrina
me agarra la mano y empezamos a caminar.
Entramos a clase y las horas fueron más extensas que nunca, sudaba y me sentía
incómodo allí. En un momento dejo de pensar, y luego despierto en la
enfermería. Me preguntan si soy alérgico a algo, me dan algo para la fiebre y me
recomiendan ir al doctor. Mis padres estarían fuera por tres días. Estos días me
los pasé en mi habitación, comiendo, durmiendo y viendo televisión. Quisiera
decir que fueron vacaciones, tres días alegres sin colegio, pero no, los dolores de
cabeza han sido horribles por semanas, la fiebre viene y va, sin mencionar que el
día en que venían mis padres empecé a sentir unos dolores horribles de la
garganta. Oigo a mi mamá entrar en la habitación.
-Mira Pablo, necesito que respires, sé que estás asustado, y esto será muy fuerte.
Pablo, hemos detectado anticuerpos para VIH. -Empiezo a llorar, siento que se
me hace un vacío en el estómago, que me falta el aire, y lloro, lloro como nunca y
no sé qué decir o hacer.
Eres un enfermo.
He estado conociendo una chica, hemos salido unas cuantas veces al cine,
quedamos en tomar un café hoy en la tarde. No he salido con nadie desde que
me diagnosticaron. Estoy sentado en la cama mirando el armario, no sé si pienso
en qué ponerme o en que ya tenemos un buen tiempo hablando y no sé si me
gustaría indicar algo formal, tampoco sé si ella lo había considerado. Pensé en
Gabriela, y en lo mucho que me gustaría sentarme a hablar de estas cosas con
ella, pero me he alejado bastante, incluso cuando ella ha intentado buscarme. No
quiero contarle a nadie más sobre mi enfermedad, y vaya que he logrado
llamarla enfermedad, antes solo la llamábamos ‘’Situación’’. A pesar de que
quería con todo mi corazón a Gabriela, y era mi mejor amiga, prefería mantener
esto conmigo, con el apoyo de mis padres y con que Carlos lo sepa, estoy bien.
Sigo sentado en la cama pesando en todas estas cosas y no tengo idea de cuando
voy a permitirme ponerme de pie. Miro el reloj y me quedan unos veinticinco
minutos para ducharme y reunirme con Briana. Decido poner voluntad en mis
pies, tomo la toalla y me dirijo al baño. Tengo ganas de meterme en la ducha,
pero no, no tendría tiempo de acostarme, zambullirme, mirar mis pies, tener la
mente en blanco, deprimirme, llorar un buen rato, se me hacía tarde. Abrí la
regadera y me entré de cabeza, dejé correr el agua por mi rostro un buen
tiempo, el suficiente para sentirme bien y no demasiado como para llegar muy
tarde. Aunque tenía muchos deseos de ver a Briana y reírnos por un buen rato,
también quería quedarme allí, bajo el agua.
Al salir de la ducha veo una camisa blanca con diseños sutiles y delicados, color
negro. Me asomo a la puerta y llamo a mamá, pero parece no estar. Hoy no era
un día especial, saldríamos como muchas otras veces, y mamá lo sabía. Me visto,
estiro mi pelo hacia atrás, me echo perfume y me pongo los zapatos. Hoy me
siento extraño, además de las sensaciones de tristeza que invaden mi cuerpo de
vez en cuando, siento nervios y no comprendo el porqué, siento que algo se me
olvida, que algo se me escapa. Salgo de prisa por las escaleras, veo una nota -
‘’Maneja con precaución’’-Mamá. Lo repito, este día ha estado más extraño que
de costumbre. Voy manejando hacia el café, pongo algo de música y me siento
en el final de una película, donde presentan a alguien manejando, marchándose
del lugar con una sonrisa en el rostro. Al llegar al café el mesero se me acerca y
me entrega una nota. –‘’¿Por qué no almorzamos en mi casa? -B. Empiezo a
escuchar mi corazón latir con todas sus fuerzas, siento una sensación de pesadez
en el pecho y no sé cómo moverme, respiro y tomo impulso para ponerme de
pie. Doy las gracias al mesero y me dirijo a su casa. Pienso en muchas cosas como
el hecho de que no le he contado sobre mi enfermedad, pero luego recuerdo
que al hablar con compañeros que conocí en el proceso de tratamiento, me
dijeron que era mi decisión contárselo a quién estuviese conmigo, que era parte
de mi privacidad, que todo lo que tenía que hacer era cumplir con mi parte y
cuidarme en todos los sentidos. Pienso en que soy indetectable, en que me
protegeré y no pasará nada, pienso en que aún así quiero contárselo, es mi deber
hacerle saber esto, explicarle que no voy a contagiarla pero que quiero que lo
sepa, es necesario. Llego a su casa, entro rápidamente y no veo a nadie. Una
nota en la puerta de la cocina –‘’Sube a la azotea’’. Sigo con los nervios de punta
y no entiendo absolutamente nada de lo que pasa. Al subir las escaleras, justo
antes de terminar los escalones, alcanzo a ver unos globos. Cuando al fin piso la
azotea, veo a un montón de gente, globos por todos lados, mesas al estilo picnic,
alcohol y bebidas frutales y de pronto suenan Las mañanitas. Estoy confundido, y
algo extrañado. Luego de unos minutos capto. Era mi cumpleaños. Había estado
tan ocupado con el asunto del tratamiento, esperando no morir en el intento
mientras mi organismo se adaptaba a los medicamentos, estudiando como
podía, sintiéndome triste, que había olvidado mi cumpleaños. Supongo que en
casa no me habían dicho nada porque ya sabían de esto. Miro a todos lados y la
gente empieza a acercárseme y a abrazarme. Felicitaciones por todos lados y
logro percatarme de Briana, con una gran sonrisa, en una esquina. Logro
separarme de la gente y dar un gracias generalizado para evitar más abrazos y así
poder llegar a su lado.
Subieron la música, los que estaban sentados en las mesas se pusieron de pie, la
gente empezó a acercarse, a buscar con quién bailar, la risa sacudía los manteles
de forma sutil. La tarde se despedía. Yo bailaba con Briana, pasos lentos y suaves,
empezaba a sentir que ella podría ser con quién me animara a formalizar las
cosas, hablarle de lo que me ha pasado, de mi enfermedad. Mientras bailo con
ella, lo analizo, y pienso en sus posibles reacciones. No tengo idea de qué diré,
pero lo intentaré. Me acerco y ella coloca su cabeza en mi pecho. Estuvimos así
hasta que ya casi nadie bailaba y era de noche. La gente se sentó a descansar,
disfrutar el ambiente, charlas, hacer bromas y anécdotas como siempre. Me
siento con Briana en un sofá que dejaron justo para nosotros. Estamos
abrazados, hablando de que no sabemos absolutamente nada de las estrellas
pero que son hermosas y que de una u otra forma uno las siente mágicas.
Recibo un mensaje de mi mamá, me pedía que baje, que me esperaba afuera.
Me disculpo con Briana y le digo que vuelvo en un momento. Al llegar donde mi
mamá que me esperaba justo en la puerta me hizo algunas preguntas, quería
confirmar que estuviese bien, sabía que llevaba mi tratamiento al pie de la letra,
esto era lo menos preocupada que podía mostrarse. Le agradezco por todo y le
doy un beso en la mejilla.
Al llegar de vuelta a la azotea, observo a Briana en el borde mirando hacia abajo,
me le acerco por detrás y la rodeo con mis brazos. Se da la vuelta y algo en su
mirada ha cambiado. Le pregunto si le sucede algo, pero lo niega y meda un
beso. Me besa suavemente y me siento bien por primera vez en mucho tiempo.
Decidimos bajar a buscar más cervezas en la cocina, de camino, le doy la vuelta,
la beso suavemente y me alejo para ver sus ojos. Me agarra del cuello y nos
besamos mientras caminamos hacia una habitación. Cuando noes estamos
desvistiendo me percato que ha empezado a llorar.
Una semana después su mamá habló conmigo y reveló que Carlos tenía VIH en
etapa SIDA. Cuando me dijo eso lloré, lloré tanto que me tuvo que abrazar con
fuerza, ella perdió a su hijo y sé que su dolor era más fuerte, peor en aquel
momento dejé de pensar. Cuando pensé que podría algún día sobrellevarlo, no
superarlo porque sé que no podría, pero al menos sobrellevarlo, aunque tuviese
que pasar mucho tiempo, escucho a su madre decir que se suicidó al descubrir
que tenía SIDA. Le habían dado los resultados justo ese día. Lloró, lloró y le contó
a Briana que estaba muy preocupado por mí, cuando en realidad se desahogaba
desde dentro. Murió asustado, pensó que ese era su alternativa, y me duele
pensar eso. Había leído por su cuenta cuando supo que tenía VIH, peor
desconocía del tema, entendía que los que teníamos VIH podíamos salvarnos,
que SIDA era la sentencia de muerte.
Cualquiera pensaría que en pleno siglo 21, con tantos descubrimientos, mejoras
en la educación, en la tecnología, la desinformación sería casi inexistente, pero
ha sido todo lo contrario. En todos mis años vi el tema de las ETS de forma
superficial, causas, consecuencias, cómo protegerse, y eso es todo. La mayoría
de las veces esos temas nos los memorizábamos rápidamente para una
exposición, y ni siquiera sabíamos de lo que hablábamos, no oímos charlas, no
vimos un profesional que nos hablara de esto, nunca. Quizá Carlos no era el
mejor chico, ese a quien le confiarías tu hija, porque era un mujeriego. Pero, si
era el chico a quien le confiarías tu vida, tu lealtad. Se ha ido, pensó que no tenía
salida y se ha ido. Desearía poder haberlo si quiera notado. Todo fue muy rápido.
Llego el momento de decirle adiós, estoy en su funeral y nada es más triste que
su cara de 18 años en un ataúd. Encontramos una hoja debajo de su cama.