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El rompecabezas de la conducta electoral. Enfoques alternativos y debates


actuales1
The puzzle of the electoral behavior. Alternative approaches and discussions

Por María Laura Tagina

Resumen
Durante las últimas cuatro décadas el campo del comportamiento electoral se ha visto
beneficiado por renovados desarrollos teóricos que fueron acompañados por una
tupida investigación empírica: 1) la hipótesis del voto económico, surgida a partir de la
teoría de la elección racional; 2) el desalineamiento partido-clase, que cuestionó el
“congelamiento” de los clivajes sociales; y 3) los desarrollos referidos a la
mediatización de la política, que desplazaron la atención desde las predisposiciones
de largo plazo hacia los candidatos, las campañas electorales y los issues. El artículo
presenta las principales líneas argumentales de tres de estos enfoques y reflexiona
acerca de sus implicaciones concretas para el análisis de la conducta electoral.

Palabras clave: comportamiento electoral - voto económico – voto de clase – medios


de comunicación – campañas electorales

Abstract
Over the last four decades the field of electoral behavior has been benefited by
renewed theoretical developments which were accompanied by a bushy empirical
research: 1) hypothesis of economic voting, arising from the theory of rational choice;
2) class-party dealignment, which questioned the "freezing" of social cleavages; and 3)
developments about the mediatization of politics, which moved the attention from the
predispositions long-term towards candidates, election campaigns and the issues. The
article presents the main plot of three of these approaches and thinks of their specific
implications for the electoral behaviour analysis.

Key words: electoral behavior - economic voting – class voting – mass media -
political campaigns

1
El presente trabajo es una versión revisada del informe preliminar del proyecto de investigación CYTMA
DER 08/2006, en el que se vuelca la recopilación bibliográfica realizada para la investigación. Agradezco
a Marina Acosta y Franco Delle Donne por su entusiasta colaboración en esta etapa del proyecto y a
Miguel Ángel López Varas por sus valiosos comentarios y sugerencias.
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Introducción

Los debates de la Ciencia Política que tuvieron lugar durante las tres últimas décadas
del siglo XX hasta nuestros días, han tenido un particular impacto en el campo del
comportamiento electoral. Algunos de ellos dieron origen a nuevas explicaciones
derivadas de teorías preexistentes, como es el caso de la hipótesis del voto económico
surgida a partir de la teoría de la elección racional (Downs 1957). Otros cuestionaron
la vigencia de enfoques hasta entonces ampliamente respaldados, a partir de
renovadas investigaciones empíricas. Tal es el caso del “congelamiento” de los
clivajes sociales previsto por Lipset y Rokkan (1967), y cuestionado a partir del
debilitamiento del voto de clase, especialmente en los países donde más fuerte había
sido ese vínculo. Finalmente, de la mano de lo que los sociólogos analizan como el
tránsito a la era de la información (Castells 1997) surgieron los desarrollos referidos a
la mediatización de la política, desplazando la atención desde las predisposiciones de
largo plazo hacia los candidatos, las campañas electorales y los issues. El propósito
de este trabajo consiste entonces en presentar las principales líneas argumentales de
cada uno de estos enfoques de la conducta electoral -el voto económico, el des
alineamiento partido-clase y la mediatización de la política- y analizar sus
implicaciones concretas para el análisis de la conducta electoral.

1. Una mirada desde la elección racional: la hipótesis del voto económico

Esta hipótesis postula el desempeño económico del gobierno como un factor de alto
impacto en la decisión de los votantes, y ha sido puesta a prueba en elecciones
celebradas en contextos geográficos e institucionales diversos. La percepción sobre
los cambios en el propio bienestar económico y el del país, así como las expectativas
futuras sobre su evolución, permitirían explicar tanto las movilidades de los electores
en sociedades con fuerte estabilidad electoral y alineamientos partidarios, como los
resultados de elecciones en países con sistemas partidarios débiles, y por tanto,
electoralmente inestables. Investigaciones realizadas en Europa, América y Oceanía,
en sistemas parlamentarios y presidencialistas, para elecciones legislativas y de la
primera magistratura, han corroborado con éxito el impacto de la performance
económica del partido oficialista en la decisión de voto, y han mostrado que en
algunos casos constituye uno de los factores de mayor peso a la hora de confirmar a
un gobierno o desplazarlo del poder (Kinder et al 1979- Fiorina 1981-Lewis Beck
1985, 1986).
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En el intento de precisar esta hipótesis algunas investigaciones se han


centrado en identificar los indicadores que evidencian con más fuerza el peso de la
economía en la decisión de voto, concluyendo que los ciudadanos se muestran
especialmente sensibles a los índices de inflación y desocupación (Paldam –
Nannestad 2000), en tanto que autores como Leithner proponen focalizar la atención
en la relación entre ingreso y voto (Leithner 1993). En general estos análisis estudian
la evolución de estas variables a lo largo del año inmediatamente anterior a la
elección, bajo el supuesto de que los efectos de la economía en el voto son
mayormente atribuibles a cambios ocurridos en ese período de tiempo. Cercanas a
estas inquietudes, se encuentran las investigaciones que, dejando de lado el análisis
del desempeño de las variables macroeconómicas, se centran en las percepciones
subjetivas del elector (Kinder- Kiewiet 1979, 1981– Fiorina 1981- Kramer 1983). Estos
estudios comparan el peso relativo de las consideraciones prospectivas y
retrospectivas sobre la marcha de la economía, en la popularidad y/o el apoyo
electoral al gobierno. Dichos factores aparecen de la mano de las primeras
consideraciones acerca del votante egoísta o sociotrópico que hiciera la literatura. Al
respecto no hay consenso acerca de la forma específica en que estas percepciones
afectan el resultado electoral y la decisión individual de voto. Trabajos como el de
Erikson-Mackuen postulan a las evaluaciones prospectivas de largo plazo como los
mejores predictores de la aprobación del gobierno (Erikson-Mackuen 2000). Otros en
cambio señalan un impacto mayor de las percepciones retrospectivas sobre la
decisión de voto (Alvarez –Nagler 1995). Este tipo de influencias se verifica también
para Latinoamérica a través de los análisis comparados de Etchegaray (1996 a-1996
b) y Gramacho (2006), y en el caso argentino, Canton-Jorrat (2002); y Tagina (1998-
2003-2006 a y b).
Por su parte De Miguel (1998) vincula las evaluaciones sobre la economía a la
condición de empleo del votante y de su entorno cercano. En este sentido, sostiene
que el ambiente familiar de paro (desempleo) condiciona la percepción que se tiene
sobre la variación del nivel de vida personal durante el último año, así como el
pesimismo / optimismo respecto de las posibilidades de mejorar esa coyuntura en el
futuro. Asimismo, sostiene que la percepción de la coyuntura económica está teñida
de política, dependiendo mucho de cuál sea la opinión que tenga el observador
respecto de quién está en el gobierno.
Otro conjunto de investigaciones se refieren a los factores que determinan la
variación del peso de la economía en los resultados de las elecciones, e introducen la
necesidad de contemplar los aspectos contextuales como el diseño institucional o el
contexto político en general. Trabajos como el de Anderson (2000) prueban que en los
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regímenes parlamentarios gobernados por coaliciones partidarias, resulta más difícil


para los votantes identificar quién está a cargo de la toma de decisiones y por lo tanto,
asignar crédito o culpa a través del voto. En estos casos, los votantes suelen modificar
sus apoyos al interior de las coaliciones y no necesariamente desde de los partidos del
gobierno a los de la oposición, por lo que los efectos del voto económico quedan
atemperados. En el mismo sentido, en su análisis de las elecciones francesas Lewis-
Beck (2000) concluye que el voto económico es más débil cuando la elección tiene
lugar bajo la “cohabitación”, es decir cuando el presidente no tiene mayoría en el
parlamento y su capacidad para conducir la economía está en gran medida en manos
del Primer Ministro, que controla la agenda de la Asamblea Nacional. Sostiene
asimismo que el voto económico es más fuerte en las elecciones presidenciales que
en las legislativas. En la misma línea Samuels (2004) plantea que el presidencialismo
genera formas particulares de accountability o responsabilización de los gobiernos; así
en elecciones concurrentes, es decir cuando se eligen en forma simultánea al
ejecutivo y al legislativo, la sanción electoral al partido de gobierno a partir de la
marcha de la economía es más fuerte, dado que resulta más claro para el electorado
identificar y atribuir responsabilidad por los resultados de la gestión de gobierno. En
elecciones no concurrentes, en cambio, la sanción electoral es más débil. Otras
variables relacionadas que median en este proceso de asignación de responsabilidad
por medio del voto a partir de la evolución de los indicadores económicos, es la
existencia de gobiernos de coalición y el control del partido o la coalición del gobierno
de la mayoría de las bancas en el Congreso.
Junto con estos autores, Alvarez et al (2000) evalúan el impacto en los
resultados electorales de los posicionamientos que asumen los partidos ante
diferentes issues no específicamente económicos y lo comparan con el peso de las
evaluaciones económicas en dichos resultados. Vinculados al mismo propósito de
identificar aquellos factores que determinan la variación del peso de la economía en el
voto, autores como Weatherford (1978) sostuvieron en investigaciones tempranas, que
las diferencias objetivas de clase conllevan consigo visiones diferenciadas de las
condiciones y los sucesos de la economía, y que actúan por lo tanto mediando en las
respuestas políticas de la ciudadanía a la recesión económica. En la misma sintonía
Leithner (1993) concluye que diferentes estratos del electorado reaccionan en forma
desigual y hasta opuesta a un mismo cambio en las condiciones económicas y que el
impacto de las mismas varía de país en país, de elección en elección y de acuerdo a
qué tipo de partido se tenga en cuenta en el análisis. En este sentido, afirma que la
naturaleza contingente de la influencia de las condiciones económicas sugiere que las
mismas no necesariamente deciden los resultados electorales y que los contextos
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políticos y los eventos dan forma al impacto de las condiciones económicas sobre la
popularidad de un partido; en otras palabras, el grado y la forma en la cual los partidos
politizan las condiciones económicas mitigarían el impacto de estas condiciones sobre
su popularidad.

1.1. Tipologías del voto económico

Al menos dos tipologías sobre el voto económico han trascendido por su replicabilidad
en distintos contextos nacionales. La más antigua surge de la combinación de de la
dimensión temporal de estas percepciones económicas, con la dimensión
personal/social. En tanto las percepciones retrospectivas evalúan la situación
económica actual en comparación con el pasado, las percepciones económicas que
miran hacia el futuro ofrecen una pauta de qué y cuánto cree la gente que es capaz de
garantizar hacia adelante el partido o el candidato en cuestión. Al respecto Erikson et
al (2000) sostienen que esas especulaciones sobre el futuro toman necesariamente en
consideración la experiencia pasada reciente percibida por el votante, es decir, cuán
buena o mala ha sido la gestión del partido que está en el gobierno. Por lo tanto aún
cuando se comporten como votantes prospectivos, los electores responderían a la vez
a los indicios recogidos en el pasado.
En cuanto a las percepciones que miran el propio bolsillo (ego trópicas o
egoístas) vs. las que miran la economía del país (socio trópicas o altruistas), las
mismas hacen referencia a la esfera o dominio económico al que dirigen su atención
los electores al momento de evaluar los resultados de la gestión del gobierno 2. La
literatura sobre el tema ha conjugado estas dos dimensiones dando origen a lo que se
conoce como el “voto campesino” (peasants) y el “voto banquero” (bankers) (Erikson,
Mackuen-Stimson 2000). El voto campesino tipifica a aquellos electores que hacen
primar las evaluaciones personales–retrospectivas en su decisión de voto, en tanto
que el voto banquero corresponde a aquellos que priorizan las evaluaciones
prospectivas acerca de la economía del país.
Asimismo, la vinculación entre economía y voto en los estudios sobre el
comportamiento electoral refiere a la dimensión de accountability de la representación

2
En una temprana investigación Kinder y Kiewiet (1979) rechazan la idea de vincular una motivación
altruista al voto socio trópico, puesto que los ciudadanos podrían creer que la mejora de las condiciones
macroeconómicas los beneficiarán a ellos personalmente en el largo plazo. Es decir que el uso del
adjetivo “socio trópico”, que refiere a una orientación hacia fines o necesidades societales, en oposición a
fines puramente individualistas o egoístas, podría inducir a argumentaciones erróneas. Investigaciones
más recientes, en cambio, descreen que exista una vinculación directa entre tales evaluaciones
personales y las socio trópicas (Kinder-Adams-Gronke 1989).
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política, ya mencionada en el apartado anterior. En realidad, las elecciones son sólo


uno de los instrumentos de control político en manos de la ciudadanía y por lo tanto no
agotan en sí mismas las instancias de rendición de cuentas de los gobiernos. Sin
embargo, dan una pauta importante de cuán bien funcionan las democracias en su
faceta representativa. Desde esta perspectiva un voto a favor o en contra del
oficialismo supone que el ciudadano responsabiliza a quienes gobiernan por los
resultados de su gestión, en particular por el comportamiento de variables como el
desempleo, la inflación y el crecimiento del producto interno.
De la mano de este concepto Stokes (2001:12-18) propone una nueva
tipología: a) el voto económico normal; b) el voto económico inter temporal; c) el voto
económico exonerativo; d) el voto de oposición ; y e) el voto económico indeciso. En el
primer caso los votantes apoyan con su voto al gobierno o a la posición de forma
consecuente con la evaluación que hacen del pasado y del futuro. Los votantes inter
temporales en cambio, son los que deciden apoyar al oficialismo a pesar de evaluar
negativamente las condiciones pasadas, guiados por una apreciación optimista sobre
el futuro. En cuanto al voto económico exonerativo, corresponde a aquellos
ciudadanos que a pesar de ser pesimistas sobre el futuro y aún, de evaluar
negativamente el pasado, no responsabilizan por ello al gobierno y lo apoyan en las
urnas; para ellos la oposición no ofrece mejores opciones. El voto de oposición por su
parte, refiere al apoyo que se brinda a la oposición independientemente de las
evaluaciones pasadas y futuras sobre la economía. Finalmente el voto económico
indeciso refiere a aquellos ciudadanos que no definen su apoyo y dudan respecto de
que opción mejorará las condiciones de la economía; esta opción resulta compatible
con cualquier tipo de evaluación retrospectiva o prospectiva (Maravall 2003: 99-102).

2. ¿Están “congelados” los clivajes sociales? El debate sobre el des-


alineamiento partido-clase

El debate sobre la persistencia de la clase social como factor explicativo del voto se
enmarca en una discusión más amplia que refiere a las transformaciones en la
sociedad moderna acaecidas en los últimos cuarenta años. Ello implica discutir los
cambios en la acción colectiva en estas sociedades, las transformaciones en los
actores sociales tradicionales y el surgimiento de otros nuevos. También, identificar las
características propias de este proceso y sus consecuencias, para el caso
latinoamericano.
El renovado interés que cobró en los noventa la polémica en torno de la
problemática clase social-voto, queda reflejado en la tupida literatura que desde
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entonces ha poblado las publicaciones de la disciplina, a punto de constituirse en un


sub-campo de investigación con desarrollos específicos en torno de cuestiones
metodológicas y semánticas tales como las disquisiciones sobre el concepto mismo de
clase social (Pakulski 2002), la elección de los indicadores adecuados para medirlo y
las distintas tipologías construidas al efecto (Goldthorpe 1980 y 1997 - Goldthorpe y
Heath 1992 – Evans 1992- Crompton 1998), las relaciones entre clase social individual
y clase contextual (Andersen y Heath 2000) y entre voto de clase y política de clase
(Mair 1999).
Resulta indispensable por ello, presentar al menos en forma abreviada las
distintas miradas sobre el proceso de transformación de la sociedad moderna que ha
tenido lugar a partir de los años setenta del siglo pasado, como marco del debate más
específico en torno del proceso de des-alineamiento partido-clase, para desarrollar
luego las principales líneas de ese debate, procurando identificar las especificidades
del caso latinoamericano.

2.1. Distintas miradas sobre el fin de la modernidad

Si bien los estudiosos de lo social coinciden en la existencia de un proceso de


desestructuración de la sociedad moderna, explicitado a través de varios hitos que
desde fines de los sesenta fueron creando las bases de un nuevo tipo societal,
persisten los desacuerdos sobre el alcance de esta transformación. Castells (1997),
uno de los sociólogos de la “posmodernidad”, refiere a la “génesis de un nuevo
mundo” apoyada en la coincidencia histórica de tres procesos independientes: la
revolución de la tecnología de la información, la crisis económica del capitalismo y del
estatismo y el florecimiento de movimientos sociales y culturales como –el anti-
autoritarismo, la defensa de los derechos humanos, el feminismo y el ecologismo- que
en su recíproca interacción crearon una nueva estructura social dominante o sociedad
red, una nueva economía informacional o global y una nueva cultura, la de la
virtualidad real.
Desde la reflexión filosófica se debate también en torno de la “sociedad
transparente” o de la comunicación, en la que la televisión y los periódicos se han
convertido en componentes de una explosión y multiplicación generalizada de visiones
del mundo, y en cuya complejidad y caos relativo residirían las esperanzas de
emancipación de la humanidad; la oscilación, la pluralidad y la erosión del propio
principio de realidad estarían en la base misma de este ideal de emancipación
(Váttimo 1990: 78-82). Desde una visión pesimista en cambio, se pone énfasis en el
creciente individualismo al que han dado lugar estas transformaciones, que en el
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campo de lo político se traduce en la personalización de la imagen de los líderes, la


“humanización-psicologización del poder” y en la “indiferencia pura” o despolitización
(deserción) de las masas” (Lipovetsky 1993).
Volviendo a la sociología, otros autores prefieren referirse a estas
transformaciones en términos de hibridación o amalgama entre el tipo societal
predominante en los últimos siglos – la sociedad industrial de estado nación- y uno
nuevo -la sociedad post industrial globalizada-. En tanto que el tipo societal de
referencia tenía dos ejes fundamentales, el trabajo y la producción (o la economía) y
el Estado Nacional (o la política), en torno de los cuales se articulaban sus principales
actores sociales (clases sociales y partidos políticos) el nuevo tipo societal tiene como
ejes centrales el consumo y la información- comunicación, dando origen a nuevos
tipos de actores con variada densidad organizacional, y definidos en torno de lo social
y lo cultural, que coexisten entremezclados con los actores provenientes del modelo
industrial-estatal, aunque transformados (Garretón 2002:12).3
En este contexto, y en pos de la comprensión del caso latinoamericano en el
que ambos tipos societales se hallarían mal enraizados, surge la idea de “matriz
sociopolítica” entendida como la particular configuración de las relaciones entre
Estado, régimen político y partidos políticos, y sociedad civil o base social, propia de
cada modelo societal. Las transformaciones mencionadas párrafos atrás, se
traducirían en América Latina en una desarticulación de la clásica matriz nacional
popular vigente desde los años ‘30 hasta los ‘80 del siglo XX, dada por el agotamiento
del modelo de desarrollo hacia adentro (industrialización dirigida desde el Estado), la
sustitución de dictaduras, guerras civiles y revoluciones por regímenes democráticos
relativamente consolidados, y el aumento de la marginalidad, la pobreza, las
desigualdades sociales y la precarización laboral. En su lugar tres grandes tendencias
intentarían ganar lugar: a) el neoliberalismo, b) una visión también critica del Estado y
la política, pero desde la sociedad civil, que trata de ganar empoderamiento; c) y una
visión más el institucionalista que pone el acento en el refuerzo del papel del Estado y
la democracia representativa (Garretón 2002:13-14).

2.2. El des-alineamiento partido-clase

En este marco de transformaciones sociales y surgimiento de nuevos actores, se


plantea el des-alineamiento partido-clase, entendido como “una declinación del voto de
clase y del compromiso de clase con los partidos políticos, una declinación de la base

3
Ver también Cavarozzi 1992 y 1996.
9

de clase de las organizaciones y una declinación en el uso de un imaginario y


conciencia de clase en política” (Pakulsky-Waters 1996: 133). Al respecto, y desde una
postura fundada en la sociología clásica weberiana, Pakulski (2002) sostiene que si
bien las relaciones de clase tienden a convertirse en el principal mecanismo bajo el
moderno capitalismo industrial occidental, esto no es necesariamente así en su fase
postindustrial, bajo el impacto de las tendencias postmodernas. En este sentido, los
procesos de diferenciación ocupacional y “credencialismo”4, la absorción gradual de
las minorías raciales y de género en la fuerza laboral y la extensión de los derechos
ciudadanos, habría continuado erosionando la formación de clase durante el segundo
cuarto del siglo XX.

Este autor describe un proceso de formación histórica y descomposición de la


sociedad de clases en tres etapas: a) sociedades industrializadas modernas
tempranas (capitalismo liberal), en las que las divisiones de clase se forman sobre la
matriz de las relaciones de mercado y propiedad y se combinan y superponen con las
divisiones de status, reforzando la formación de clase; la clase trabajadora manual y la
burguesía industrial aparecen como las clases más consolidadas; la ideología liberal
(enfatizando la igualdad de oportunidades) y la política de ciudadanía erosiona las
divisiones entre órdenes (estates); b) sociedades industriales modernas (capitalismo
organizado) con divisiones de clase organizadas social y políticamente; las jerarquías
burocráticas y profesionales se combinan y superponen con las divisiones de clase; el
desarrollo industrial y la urbanización facilitan la articulación social de la clase media;
la diferenciación ocupacional progresiva, el credencialismo y la segmentación del
mercado llevan a la fragmentación de las principales clases; esto marca la transición
desde la estratificación de clase hacia la hibridación. c) sociedades post-industriales /
post-modernas / tardías (capitalismo desorganizado) con descomposición de las
clases: declinación de la organización de clase, la identidad y la cohesión social; el
colapso de los acuerdos corporativos, la globalización, la diferenciación social intensa
(en la ocupación, estilos de vida y gustos) y la extensión de la ciudadanía propician las
descomposición de clase y la des-estratificación; esto promueve una transición desde
una estratificación híbrida hacia una desigualdad compleja (classless) (Pakuslki
2002:241-242).
Para Pakulski, esta perspectiva resulta útil para explicar los diagnósticos de
descomposición de clase de Dahrendorf (1959), de fragmentación de Lipset (1960) y
4
El término en inglés es credentialism. El diccionario Merriam Webster lo traduce como “undue emphasis
on credentials (as college degrees) as prerequisites to employment. http://www.merriam-
webster.com/dictionary/credentialism
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la declinación de las políticas de clase de Clark y Lipset (2001). En el mismo sentido,


los efectos de la diferenciación social serían amplificados por la centralidad del
consumo y el nivel creciente de prosperidad implicaría una reducción en el tiempo de
trabajo y un incremento en el tiempo gastado en consumo. Mientras que la
modernización avanzada es acompañada por la hibridación de las desigualdades
sociales, las tendencias postmodernas, especialmente la diferenciación social y la
globalización, promueven la des-estratificación, debilitan la formación social jerárquica
y la emergencia de una compleja red de desigualdades muy marcadas aunque
variables. En la medida en que tal configuración predomina, la clase estaría muerta
(Pakulski 2002: 241).
En la misma línea Clark y Lipset (1991,1993, 2001) sostienen que la
emergencia de nuevas formas de estratificación social, de la mano de la declinación
de las jerarquías tradicionales en el campo familiar, económico, ideológico-partidario y
de la movilidad social, ha provocado una declinación substancial en la significación
política de las clases sociales que justifica un vuelco desde el análisis centrado en este
concepto hacia explicaciones multi-causales del comportamiento político y de otros
fenómenos sociales relacionados. Dichos autores identifican como posibles causas de
la declinación de la significación política de este concepto en occidente, el surgimiento
del estado del bienestar y la diversificación de la estructura ocupacional. También
señalan algunas tendencias que favorecen este proceso, tales como el crecimiento del
bienestar económico a nivel macro (medido en tanto crecimiento del producto
nacional) y micro (referido a la prosperidad individual de las personas), el cambio en la
dinámica política de los partidos, la aparición de mercados laborales duales y el
surgimiento de otras divisiones de clase basadas en las instituciones. Como
evidencias de este proceso señalan la declinación del voto clasista y el surgimiento de
la clase media, junto con la transformación de los programas de los partidos de
izquierda.
Desde el neo marxismo, en cambio, si bien algunos autores relajan la
presunción de la inevitabilidad y centralidad de los conflictos de clase, continúan
viendo las relaciones (productivas) y divisiones de clase como centrales en las
sociedades avanzadas, aunque reconocen su creciente complejidad. Eric O. Wright
(2002) sugiere que la estructura de clase capitalista genera división social y conflicto,
pero no necesariamente solidaridad o agrupaciones con conciencia de clase; sin
embargo la clase seguiría siendo en el capitalismo avanzado, el principal mecanismo
generativo de estructuración de la desigualdad, de división y de conflicto. En sintonía
con estos argumentos, Hout, Brooks y Manza (1993: 259) sostienen que si bien las
estructuras de clase han sufrido importantes cambios en las décadas recientes con el
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surgimiento de las sociedades post-industriales, la estratificación basada en el


concepto de clase continúa siendo un factor central de la estratificación social y que
por lo tanto el efecto de clase persiste..
Otra arista de este debate la presentan Andersen y Heath (2000) cuando
sostienen que la mayoría de los estudios han optado por un abordaje individualista de
la pregunta acerca de las tendencias en el voto de clase, mirando exclusivamente la
relación entre la pertenencia individual a una clase y su voto. Sin embargo, la teorías
sociológicas sobre las cuales descansa la teoría básica de los clivajes sociales
enfatiza el rol de los procesos sociales, en particular de las comunidades basadas en
la clase, las cuales generan presiones en los individuos para apoyar un partido en
particular. Estas teorías asumen que la decisión individual de voto es no sólo una
consecuencia de las características de la propia clase individual, sino que también
depende de las posiciones de clase de la gente con la que el individuo se asocia
(Berelson, et al, 1954; Lipset y Rokkan, 1967; entre otros)5. Esto significa que los
individuos tenderán a ser influenciados y a acordar políticamente con sus contactos
sociales; así, mientras más la gente interactúa con miembros de otras clase sociales,
más débil se espera que sea el voto de clase. Del lado opuesto, las teorías de
individualismo explican que ha habido una declinación en la influencia de la situación
contextual (la clase contextual) sobre la acción individual. Más aún, en muchos de los
planteos sobre el desalineamiento de clase está implícita la idea de que la influencia
del contexto social se ha debilitado a lo largo del tiempo y que las decisiones de voto
se han vuelto crecientemente determinadas por las características individuales
(Pakulski y Waters 1996; Pakulski 1993; Inglehart 1990).
Una amplia variedad de procesos han sido señalados como contribuyendo al
creciente individualismo en las sociedades contemporáneas: a) la declinación de las
tradicionales industrias pesadas y la declinación asociada de las comunidades
centradas en una industria (minera, de construcción naval o acero); b) el incremento
de las tasas de movilidad social; c) la declinación de las asociaciones locales y las
crecientes oportunidades para las elecciones individuales de estilos de vida y
actividades de ocio; d) el crecimiento de nuevas formas de comunicación conducentes
al debilitamiento de patrones más difusos de comunicación personal y una reducida
confianza en las redes de apoyo locales. Sin embargo los resultados del trabajo de
Andersen y Heath muestran poca evidencia en este sentido; por el contrario, proveen

5
El planteo remite a la idea de los efectos contextuales. Siguiendo a Hauser (1974), un efecto contextual
es cualquier efecto sobre el comportamiento individual que aparece debido a la interacción social con el
entorno.
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evidencia significativa sobre la continuidad del rol del contexto social en el voto de
clase en Gran Bretaña.

2.3. Comportamiento electoral y partidos en América Latina

En cuanto a América Latina, abordar la problemática del des-alineamiento partido-


clase exige reparar –al menos brevemente- en las particularidades de las
configuraciones partidarias de la región6. Aquí, los partidos políticos modernos nacidos
en medio de la particular coyuntura del tránsito de los regímenes oligárquicos hacia
regímenes de participación ampliada durante el período entre guerras, y en la que se
plasman regímenes políticos autóctonos o “híbridos” que combinan rasgos autoritarios
y democráticos, dieron origen a sistemas o configuraciones partidarias que tuvieron
también características propias. Siguiendo a Garretón (2004), durante la vigencia de la
matriz nacional-popular-estatal –predominante desde los 40’ y radicalizada en los
proyectos revolucionarios de los 60’, los partidos en América Latina fusionaron Estado
y sociedad con ellos mismos y sus paradigmas fueron: a) el partido populista y el
clasista, más cercanos de la sociedad que del Estado; b) el ideológico de vanguardia y
la máquina electoral, más estrictamente políticos; y c) el clientelista y el partido-
Estado, si bien muchos de ellos habrían combinado varias de estas dimensiones.
El panorama actual latinoamericano es diverso en lo que hace a la presencia y
el nivel de estructuración de los partidos y sistema de partidos, con un problema
común que es la crisis en su relación con la sociedad y en general, la falta de la
capacidad de los partidos para gobernar y hacer frente a la crisis de la política y
pérdida del rol referencial del Estado. Efectivamente, el cambio de la matriz
sociopolítica se habría traducido en una pérdida de la política de sus dimensiones de
representación o reivindicativa, entendida como satisfacción de intereses de los
ciudadanos o acceso al Estado para bienes y servicios, y de proyecto o ideológica, es
decir fuente de sentido para la acción colectiva y generación de identidades. Esto
implica que en la época actual la política quede reducida sobre todo a la actividad
política profesional o técnica, y que la gente no vea en la ella una respuesta a sus
intereses (Garretón 2004).
Parafraseando a Garretón (2004:33) “… los partidos latinoamericanos de corte
populista o estatal intentaron una representación o cooptación amalgamada de
intereses variados, y muchas veces contradictorios, lo que parece muy difícil en el

6
Cavarozzi y Abal Medina (2001) proponen el uso del término “configuraciones partidarias” porque esta
noción permite incluir relaciones partidarias de diferentes niveles de estructuración, legitimación y
continuidad. Así, distinguen entre: sistemas de partido; b) partidos sin sistema; c) políticos sin partidos.
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nuevo modelo de desarrollo… los actores nuevos ligados principalmente a temas


culturales o a cuestiones de medio ambiente, derechos humanos, género y defensa de
identidades son sin duda capaces de poner temas en la escena y agenda públicas,
incluso de hacerlos hegemónicos en la sociedad, pero muy difícilmente aseguran
establemente su representación política en partidos propios, como ha ocurrido con los
movimientos ecologistas y de mujeres, siendo una excepción probable a ellos los
partidos que asumen la representación étnica...Por otro lado primó en el mundo la
ideología de que habiendo colapsado los socialismos reales, el capitalismo globalizado
realmente existente y la democracia política eran los únicos proyectos no solo
deseables sino posibles. Los partidos de izquierda intentaron definir una tercera vía
que nunca se logró implementar como alternativa real, los populistas fueron
avasallados al debilitarse el papel del Estado como referente principal del desarrollo y
la acción colectiva, y el mundo de la tecnocracia económica y de los publicistas y
expertos comunicacionales pasó a dominar las elites partidarias”.
Si bien escapa al propósito de este trabajo presentar una caracterización
pormenorizada de los casos nacionales, conviene hacer sin embargo alguna
referencia inicial al caso argentino, específicamente el alineamiento del voto obrero
con el peronismo, sobre el cual se desarrollará un análisis empírico en el futuro7. El
peronismo es presentado por algunos autores con un ejemplo de partido sin sistema,
es decir, un tipo de configuración partidaria en la que existe un partido político eje o
relativamente dominante, con gran capacidad de movilización y cuya presencia
alimenta la debilidad congénita de los demás componentes del espacio partidario. Este
tipo de partidos surgió en sistemas políticos que sufrieron largos períodos de
desequilibrio después del derrumbe del sistema oligárquico (entre 1916 y 1945 para el
caso de Argentina) y se engendraron en el marco de grandes conmociones políticas,
como lo fue la insurrección obrero popular del 17 de octubre (Cavarozzi-Abal Medina
2003).
En un estudio que analiza los resultados electorales de la ciudad de Buenos
Aires desde 1904 hasta 1999, Jorrat y Acosta (2003) concluyen que ha existido un
alineamiento electoral del voto obrero con el Partido Socialista (al que se suman el
Partido Comunista y otros de izquierda en diversas elecciones) hasta el surgimiento
del peronismo, y con el peronismo -o canales alternativos cuando estuvo proscripto-
desde su advenimiento electoral en 1946. Sobre la evolución de este alineamiento
expresan que “a lo largo del siglo XX, el voto de clase exhibe una tendencia lineal
creciente en todo el período (que) tendió a disminuir y estabilizarse en un nivel todavía

7
Este análisis está previsto para la segunda etapa del proyecto (CYTMA DER 008/2006).
14

importante en el último quinquenio de los '90 ... (si bien) en la última década del siglo
disminuye la fuerza del apoyo obrero al peronismo, (ello) no implica que la vinculación
clase-voto haya desaparecido: en el momento más bajo de esta vinculación (de 1991 a
1999), el peronismo obtenía en promedio el 70 % de apoyo de los trabajadores
manuales votantes…(por lo tanto, y)… más allá de los avatares de la política en la
ciudad de Buenos Aires a lo largo del siglo XX, el voto de clase exhibe una tendencia
lineal creciente en todo el período, que se distingue de las "fluctuaciones sin
tendencias" encontradas en las investigaciones sobre el tema en los países
industriales avanzados” (Jorrat y Acosta 2003: 637)8.

3. El tránsito a la era de la información: la mediatización de la política

En cuanto a los enfoques surgidos más recientemente, y según se señaló en el


apartado anterior, sociólogos de la posmodernidad como Castells (1997) teorizan
acerca de la génesis de un nuevo mundo apoyada en la coincidencia histórica de tres
procesos independientes: la revolución de la tecnología de la información, la crisis
económica del capitalismo y del estatismo y el florecimiento de movimientos sociales y
culturales, como el anti autoritarismo, la defensa de los derechos humanos, el
feminismo y el ecologismo, que en su interacción crearon una nueva estructura social
dominante o sociedad red, una nueva economía, informacional o global y nueva
cultura, la de la virtualidad real. El régimen democrático no ha permanecido ajeno a
estas transformaciones, prueba de lo cual es el cambio que ha experimentado el
concepto mismo de representación. La identidad de clase que defendían los
representantes ha dado paso en las últimas décadas a una responsabilidad funcional o
técnica, en la que el voto aparece como un acto de confianza en la capacidad del
candidato para enfrentar y resolver con idoneidad los desafíos que le impone la
complejidad de la agenda pública, en un marco de creciente interdependencia entre
las naciones (Sartori, 1992). Y aún la difusión de conceptos como “democracia
mediática” o “democracia de lo público”, dan cuenta de estos cambios (Manin 1992,
1998). Se observa desde hace cuatro décadas una fortísima presencia de los medios
en la escena pública, que ha dado lugar a un proceso de personalización de la política
en detrimento del voto por partidos, y al crecimiento de un electorado flotante que no
vota en función de una identificación partidaria estable y heredada, sino que cambia su
voto según la oferta electoral y los issues de cada elección.

8
Para un análisis del caso chileno ver López Varas 2004 y 2006.
15

Si bien la reflexión sobre la influencia de los medios de comunicación en la vida


política data de las primeras décadas del siglo XX, desde los años setenta ha cobrado
nuevo relieve la tesis de una política cooptada y dominada por los medios, en
particular la televisión, no solo en el ámbito intelectual sino también a nivel del discurso
colectivo. En sus distintas versiones, esta tesis sostiene que los medios imponen sus
elecciones políticas a la opinión pública y deciden el resultado de las elecciones, y que
la opinión pública es fácilmente manipulable a través de mensajes diseñados para tal
fin. Así, autores como Sartori (1992) atribuyen una serie de efectos concretos a la
comunicación de masas, específicamente a la televisión. Para el autor la TV: a)
empobrece la capacidad de entender; b) fabrica una opinión pública hétero– dirigida
desde los medios; c) refleja los cambios que promueve e inspira a largo plazo; d)
produce sub información y desinformación; e) personaliza las elecciones; f) tiende a
destruir a los partidos políticos; f) contribuye al aumento del localismo en la política; g)
favorece la emotivización de la política; h) erosiona los vínculos de vecindario,
promueve la pérdida del sentido de comunidad y reduce las interacciones domésticas.
Otra autora que también participa de la tesis de los efectos fuertes de la televisión es
Noelle-Neumann (1995ª, 1995b). A partir de investigaciones realizadas en Alemania
elabora la teoría conocida como “la espiral del silencio” que atribuye a la TV la
capacidad de neutralizar la selectividad de las audiencias, producto de la acumulación
a lo largo del tiempo de mensajes coincidentes. La falta de pluralidad de los medios de
información que la autora denuncia en su obra compromete lo que otros autores
consideran un atributo cognitivo de todo tele espectador: su capacidad de seleccionar
los contenidos mediáticos que consume.
Enrolado en otra visión, Castells ofrece una lectura alternativa de la influencia
de los medios en la política, interpretándola como una relación de dos vías que plantea
una nueva configuración de la escena pública: “Hay un proceso de interacción de
doble sentido entre los medios y su audiencia; sus mensajes son deformados,
apropiados y ocasionalmente subvertidos por los espectadores” (1997: 343). Para este
autor, la imposibilidad de hablar en términos de cooptación de la política y
manipulación de la audiencia reside en que los medios son muy diversos en su
organización, estructura y propiedad y sus vínculos con la política y la ideología, muy
complejos. En tal sentido sostiene que la política de los medios es un ámbito
contradictorio, donde actúan diversos actores y estrategias con diferentes habilidades
y resultados varios, y por lo tanto lo que pasa en el espacio político dominado por los
medios no está determinado por ellos, sino que es un proceso social y político abierto.
Sin embargo, esto no significa desconocer la gran influencia que despliegan hoy los
mass media sobre los partidos, los políticos, y el electorado. Para Castells, los medios
16

de comunicación se han convertido en el espacio privilegiado de la política. Así


expresa: “…la política no puede reducirse a imágenes, sonidos o manipulación
simbólica, pero sin los medios no hay posibilidades de obtener o ejercer el poder… La
política de los medios no es toda la política, pero toda política debe pasar a través de
los medios para influir en la toma de decisiones” (1997:343 y 1997:349).
Concretamente, la lógica y la organización de los medios encuadra y estructura la
política, y este encuadre repercute no sólo en las elecciones, sino también en la
organización política, en la toma de decisiones y en el gobierno, modificando la
naturaleza de la relación entre el Estado y la sociedad. ¿Cómo se dan cotidianamente
estos procesos de encuadre y estructuración, y qué implican? Los medios encuadran
la política: 1) transfiriendo los principios generales que gobiernan las noticias (la
competencia por los índices de audiencia con los espectáculos de entretenimiento y
los acontecimientos deportivos y la adopción de su lógica, ritmo y lenguaje: drama,
suspenso, rivalidades, codicia, engaño, ganadores y perdedores; sexo; violencia; 2)
personalizando los acontecimientos (los políticos, no la política, son los actores del
drama; el mensajero se convierte en el mensaje); 3) a través de la restricción de
tiempo de exposición del contenido de las propuestas políticas, que lleva a una
simplificación extrema de los mensajes políticos.

3.1. Las campañas electorales y su influencia en la decisión de voto

El relieve que han cobrado en las últimas décadas las campañas electorales, tanto en
términos de impacto en la performance electoral de los partidos y candidatos, de
profesionalización y consiguiente incremento de los gastos que generan, como del
espacio que ocupan en la discusión académica, merecen una mención especial dentro
de la descripción de este proceso de mediatización de la política. Junto con los
estudios sobre los efectos de los candidatos y los líderes en el voto, las campañas
electorales son consideradas entre los factores de corto plazo que inciden en el
comportamiento electoral. Como ya se apuntó en trabajos anteriores (Espíndola y
Tagina, 2003; Espíndola 2002a), a partir de los noventa Europa y América Latina
asiste a un proceso creciente de americanización de las campañas electorales,
entendido como la adopción de ciertos elementos específicos de las campañas
norteamericanas y de las actividades profesionales conectadas con ellas, como parte
de un proceso más amplio de modernización y que se manifiesta en cinco áreas: la
personalización de la política; la “cientifización” de la política; la desvinculación de los
ciudadanos con respecto a los partidos; el desarrollo de estructuras autónomas de
comunicación; y el desarrollo de una ciudadanía pasiva (Swanson y Mancini 1996). Si
17

bien muchos de estos rasgos resultan fácilmente identificables en el escenario de las


democracias latinoamericanas, investigaciones que han analizado los procesos
electorales de Argentina y Chile de 1999, demuestran que la profesionalización no es
un proceso unilineal, ya que si bien todos los partidos la adoptaron en medidas
distintas, algunas de las campañas más profesionalizadas se vieron obligadas a
adoptar técnicas que privilegiaban el uso de recursos humanos, o a buscar una
alternativa comercial a éstas; en este sentido, las experiencias del Cono Sur sugieren
que los principales partidos políticos han logrado adoptar y absorber avanzadas
técnicas de campaña, combinándolas con técnicas tradicionales (Espíndola 2002a).
Por su parte Norris (2000) confirma que los desarrollos en técnicas de campaña
pueden ser entendidos como parte de un proceso de modernización, pero va más allá
y postula que las campañas habrían evolucionado a través de estadios pre modernos,
modernos y post-modernos, en los que al modo de las capas de una cebolla, las
nuevas formas de hacer campaña complementan a las antiguas antes que
desplazarlas. Esos estadios, sin embargo, no significan que proponga una evolución
inexorable o un modelo único de validez universal. La autora reconoce que se debería
esperar que las características esenciales del modelo varíen de un contexto a otro y
en vez de pretender que todas las campañas vayan inevitablemente hacia la categoría
postmoderna, su perspectiva enfatiza que las contiendas electorales continuarán
ubicándose entre lo pre moderno y lo postmoderno, debido a la influencia de
condiciones intermediarias, tales como el sistema electoral, las regulaciones de
campañas y los recursos organizacionales (Norris 2002:135). La forma en que esos
indicadores se combinan explicaría las diferencias entre países en la incorporación de
nuevas herramientas de campaña, y la persistencia de las formas más tradicionales.
El tránsito de las campañas pre-modernas a las modernas estaría dado
básicamente por la existencia de una organización partidaria altamente centralizada a
nivel nacional, cuyos líderes son asesorados por consultores profesionales externos,
junto a los cuales organizan y conducen la campaña, en las que los noticieros
nacionales de televisión se convierten en el principal foro y fuente de información de la
campaña y por lo tanto en el canal de mediación entre los candidatos y el electorado
(en lugar de la comunicación directa persona-a-persona apoyada en el trabajo de
activistas y voluntarios) y en las que el electorado asume un rol más pasivo, pasando a
ser espectadores del proceso. Estas características son en gran medida una
contraparte, en términos de campaña, de la tipificación que Panebianco (1988) hace
del partido electoral profesional. Pero también identifican aspectos de la pasividad que
caracteriza a las sociedades postindustriales de más alto nivel de consumo, y que se
18

manifiesta frecuentemente en apatía electoral o en la ausencia de los activistas y


voluntarios.
Siguiendo con el planteo de Norris, la diferencia entre campañas modernas y
postmodernas estaría dada por la irrupción de nuevas tecnologías (antes la TV abierta,
ahora el contacto con el elector a través del cable e internet), acompañada por un uso
intensivo de instrumentos de investigación social tales como la encuesta, los grupos
de discusión y los cabildos electrónicos. Estos nuevos factores han llevado a la
campaña permanente, en la cual esos instrumentos son utilizados constantemente
para la toma de decisiones rutinaria, o la adopción de políticas, favoreciendo un tipo de
marketing basado en el mercado más que en el producto.
En el caso específico de las elecciones en sistemas presidenciales,
enmarcadas en un sistema electoral mayoritario en las que el ganador se lleva todo,
las mismas reciben una alta cobertura mediática dada su significación política. En
general, estas campañas tienen como actores principales a partidos con poca carga
ideológica y en los que la membresía de militantes o activistas ha declinado o es
escasa, en un contexto en el que rige la libertad de mercado para la compra de
espacios publicitarios en los medios de comunicación masiva, y con un mercado
altamente desarrollado en el plano de las consultoras electorales; todos esos factores
contribuyen al desarrollo de campañas profesionales. Por otro lado, la restricción en la
disponibilidad de fondos para la campaña, regulaciones que restrinjan el
financiamiento de los partidos y la publicación de encuestas de opinión, la existencia
de fuertes lealtades partidarias y una escasa volatilidad electoral, favorecerían la
persistencia en la utilización de medios tradicionales de campaña.
Específicamente en lo que hace a la evolución de las posturas sobre el influjo
de las campañas en la decisión de voto, la misma va de la mano de la evolución de las
teorías sobre los efectos de la comunicación de masas (Crespo 2004). Entre éstas, la
más validada empíricamente es la que atribuye a los media la función de fijar la
agenda pública o agenda setting function (Mc Combs y Shaw 1984). Según esta teoría
los medios orientan la atención del público en torno de determinados issues y a la vez
jerarquizan la información a partir del énfasis que otorgan a cada noticia. De esta
teoría se derivan dos efectos: el de priming y el de framing. La hipótesis del priming
sostiene que las noticias más destacadas y por tanto, con mayor cobertura mediática,
serán las que el votante tendrá en cuenta a la hora de decidir su voto.
Simultáneamente, los medios asignan un contexto o marco a la información que
jerarquizan, es decir, definen sus aspectos más relevantes, sus causas y
consecuencias, elaboran juicios sobre estos acontecimientos e incluso
recomendaciones. A esta función se la conoce como framing o encuadre de las
19

noticias. El efecto de framing supone una correspondencia entre la explicación causal


que los medios realizan de los acontecimientos que presentan y el encuadre que las
audiencias efectúan de esos mismos acontecimientos (D’Adamo, Beaudoux,
Freidenberg 2007:135-137). Asimismo, hacia fines de los noventa Charron (1998)
rescató el rol que cumplen las fuentes en la configuración de la agenda pública, en
particular los políticos, y propuso el concepto de agenda building para reflejar mejor el
proceso de negociación que tiene lugar entre medios, políticos y ciudadanos.

4. Reflexiones finales

Durante las últimas cuatro décadas el campo del comportamiento electoral se ha visto
beneficiado por renovados desarrollos teóricos que fueron acompañados por una
tupida investigación empírica. Si bien no son los únicos, los enfoques sobre el voto
económico, el des-alineamiento partido-clase y la mediatización de la política, han
recibido una importante atención entre los estudiosos de este campo de la disciplina,
compitiendo por su poder y alcance explicativo del comportamiento de los electores.
En cuanto a la hipótesis del voto económico, la accesibilidad de sus
indicadores ha operado a favor de la difusión de este enfoque. Todos los barómetros
de opinión pública que miden el comportamiento electoral han incorporado en las
últimas décadas preguntas referidas a la evolución de las percepciones sobre la
economía y por otro lado, los datos a nivel agregado sobre al menos algunas de las
variables macroeconómica consideradas relevantes, están disponibles en archivos y
páginas web de organismos oficiales en todo el mundo. Ello ha permitido el desarrollo
de estudios comparados de amplio alcance en lo que hace a la cantidad de elecciones
consideradas, los países incorporados a estos análisis y la variabilidad de las
características institucionales asociadas a los mismos, otorgando amplia apoyatura
empírica y por tanto robustez a las conclusiones que estos estudios arrojan.
El enfoque del voto de clase, utilizado sobre todo para el análisis de los casos
europeos requiere partidos representativos de clases, con una fuerte identidad
ideológica y fácilmente ubicables en el espectro izquierda derecha; sin embargo,
aunque América Latina es heterogénea en términos de tipos y estructuración de sus
partidos y sistemas de partidos, el mismo constituye hoy todavía una referencia
obligada para los estudios electorales de la región.
Finalmente, los estudios sobre comunicación política, referidos a campañas
electorales, agenda setting y en general, a la influencia de los medios de comunicación
en la vida pública constituyen en la actualidad un sub-campo de investigación con
amplio desarrollo, muy vinculado -aunque no exclusivamente ligado- al del
20

comportamiento electoral, cuya expansión da una pauta de la dimensión de las


transformaciones en la forma en que se expresa la política y que se construye el poder
en las nuevas democracias mediáticas. El impacto de la campaña electoral y asociado
a ello, las características personales del candidato junto con la evaluación de los
issues relevantes en cada elección, constituyen los llamados factores de corto plazo
que impactan en el comportamiento electoral, erosionando el peso de las lealtades
partidarias y las identidades ideológicas y de clase.
Sin embargo, aunque compitan entre sí en términos teóricos, cada vez más
estos enfoques se combinan en el marco de análisis multi variados, con la pretensión
de lograr una comprensión más acabada de la complejidad que encierra la decisión de
los electores ante las urnas. En tal caso, y en pos de esa mejor comprensión, el
desafío continúa siendo lograr estudios comparados de amplia cobertura geográfica y
temporal que permitan dar cuenta a la vez de las regularidades y las especificidades
locales de estos procesos decisorios.

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