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Pérez-Reverte, Arturo ''Un Asunto de Honor''.p65
Pérez-Reverte, Arturo ''Un Asunto de Honor''.p65
de
Arturo Pérez-Reverte
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—Y te llevará un príncipe
azul en su yate —se le choteaba se burlaba
la Nati, que tenía muymala leche—. mala uva, mal carácter
No te jode. fastidia
E l p r í n c i p e a z u l e r a y o,
pero ninguno de nosotros lo
sabía, aún. Y el yate era el Volvo barco de lujo
800 Magnum de cuarenta tone-
ladas que a esas horas conducía
el que suscribe por la nacional está escribiendo esto
435, a la altura de Jerez de los cerca, en las inmediaciones,
Caballeros.
—Hola.
—¿Cómo te llamas?
—¿A dónde?
De noche no duermo
de día no vivooo...
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Hice diez kilómetros en di-
rección a Fregenal de la Sierra
antes de oír el r uido mientras
cambiaba de cassette. Sonaba
como si un ratón se moviera en
el pequeño compartimento con espacio
litera que hay para dor mir,
detrás de la cabina. Las dos
p r i m e r a s ve c e s n o l e d i i m -
p o r t a n c i a , pe r o a l a t e r c e r a
e m p e c é a m o sq u e a r m e . picarme, darme por aludido, preocuparme
Así que puse las intermitencias luces de posición intermitentes
y aparqué en el arcén. orilla o margen a ambos lados de la carretera
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iluminab an a l p a s a r, y en los
i n t e r va l o s s ó l o r e l u c í a n s u s intermedios, lapsos
ojos en la cabina. Yo la miraba
d e s c o n c e r t a d o, a l u c i n a n d o. impresionado, sorprendido
Con car a de gilipollas. bobo, necio
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Si las miradas pudieran ser
lentas, diría que me miró muy des-
pacio. Mucho.
Pa s ó u n c o ch e e n d i r e c -
ción contraria con la larga luces de largo alcance
p u e s t a , e l m u y c ab r ó n . Los gilipollas, desgraciado
faros deslumbraron la cabina, ilu- dejar sin visión momentáneamente por el exceso de luz
minando el libro que ella tenía en
las manos, la pequeña mochila col-
gada a la espalda. Noté algo raro Observé
en la garganta; una sensación ex-
traña, de soledad y tristeza, como
cuando era crío y llegaba tarde a la es- pequeño
cuela y corría arrastrando la cartera. bolsa rectangular para llevar libros o documentos
A s í q u e t r a g u é s a liva y moví soporté en silencio sin protestar
la cabeza.
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Así que era eso. Lo digerí
despacio, sin agobios, tomándo- opresiones, pesares, molestias
me mi tiempo. Entre otras mu-
chas casualidades, ocurría que
don Máximo Larreta, propietario
de Construcciones Larreta y de
la funeraria Hasta Luego, era due- empresa que se encarga de entierros
ño de medio Jerez de los Caba-
lleros y tenía amigos en todas
p a r t e s. E n c u a n t o a M a n o l o
Jarales Campos, el Volvo no era
mío, se trataba del primer curro trabajo
desde que me dieron bola del dieron libertad, soltaron
talego, y bastaba un informe desfavo- cárcel
rable para que Instituciones Peniten-
ciarias me fornicase la marrana. molestase, fastidiase, incordiase
—Que te bajes.
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—Lo siento —dije por fin,
en voz baja.
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suspendido a un lado de la barbilla. detenido
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Porky dio un paso adelante,
los brazos —parecían jamones— muy gordos
algo separados del cuerpo
como en las películas, por si
s u j e f e encajaba mal mis co- no le gustaban
mentarios. Pero el por tugués
Almeida se limitó a mirarme en
silencio antes de ensanchar la ampliar
sonrisa.
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3. Fuga hacia el sur
Ta r d a b a e n r e s p o n d e r y
me volví a mirarla, su perfil en silueta
pe n u m b r a f i j o a l f r e n t e , e n oscuridad
la carretera.
Adelanté a un compañero
que reconoció el camión y me
saludó con una ráfaga de luces. destello
Después volví a mirar por el re-
trovisor. Nadie venía detrás,
aún. Me acordé de la correa del cinto
portugués Almeida y alargué la
mano hacia el rostro de la niña,
para verle la cara, pero ella se
apartó.
—¿Te duele?
—No.
—Cumpliré diecisiete en
ag osto. Así que no me llames
niña.
— ¿ L l e va s d o c u m e n t o d e
identidad? Quizá te lo pidan en
la frontera.
—Ella.
—Sí.
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Removió su refresco con una
pajita.
—Guapa.
No contestó. Hacía un
nudo con la pajita del refresco.
Por fin se encogió de hombros. se mostró o permaneció indiferente ante lo que pasaba
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Unos hombros morenos, pre-
ciosos bajo la tela ligera del ves-
tido oscuro estampado con con dibujos y colores
florecitas.
Me removí, ofendido.
—¿El talego?
—Y a mí qué —dijo.
4. El Pato Alegre
—¿Hablan de nosotros?
—D e b e s d e c r e e r t e m u y
gracioso. tronchante, chistoso
—¿Y Solitario?
—¿Lees mucho?
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apartamento con dos camas, le
dije a ella que descansara en una,
y estuve diez minutos bajo el agua
caliente, procurando no pensar en
nada. Después, más relajado, me calmado
puse a pensar en la niña y tuve chica
que pasar otros tres minutos bajo
el agua —esta vez fría— hasta
que estuve en condiciones de sa-
lir de allí. Aunque seguía húme-
do, me puse los tejanos directa-
mente sobre la piel y volví al dor-
mitorio. Estaba sentada en la
cama y me miraba.
—¿Quieres ducharte?
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L a erección desapareció de rigidez del pene
g olpe.
Me miraba a la claridad de la
ventana, estudiándome el careto. cara
Tenía los ojos brillantes y muy
serios.
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La niña movió la cabeza.
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mano encima del pecho desnudo,
y yo no osaba moverme. atrevía
—Si dejo de ser virgen, el virginidad, estado de no haber tenido relaciones sexuales
portugués Almeida tendrá que
deshacer el trato.
—Quiero decir que, ejem. Sí. expresión para llamar la atención o dejar en
Mejor para ti. suspenso el discurso.
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Entonces cruzó los brazos y
se sacó el vestido por la cabeza,
así, por las buenas. Llevaba unas
braguitas blancas, de algodón, y
estaba preciosa allí, desnuda,
como un trocito de carne mara-
villosa, cálida, perfecta.
— ¿ D e ve d a d e r e s a s í d e
gilipollas? —respondió. bobo, necio
—En la tele.
Me desperté en el sue-
l o, t a n d e s n u d o c o m o c u a n -
d o me dur mieron, las sienes dejaron fuera de combate
zumbándome en estéreo. Lo sonándome
hice con la cara pegada al suelo
mientras abría un ojo despacio y
prudente, y lo primero que vi fue
la minifalda de la Nati, que por
cierto llevaba bragas rojas. Esta-
ba en una silla fumándose un ci-
garrillo. A su lado, de pie, el por-
tugués Almeida tenía las manos
en los bolsillos, como los malos
de las películas, y el diente de
oro le brillaba al torcer la boca mover
c o n m a l h u m o r a d a chulería. jactancia, presunción
En la cama, con una rodilla en-
cima de las sábanas, Porky vigi-
laba de cerca a la niña, cuyos pe-
chos temblaban y tenía en los
ojos todo el miedo del mundo.
Tal era el cuadro, e ignoro lo desconozco
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que allí se había dicho mientras
yo sobaba; pero lo que oí al des- dormía
pertar me no era tranquilizador
en absoluto. de ningún modo
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—Yo soy un hombre de ho-
nor —repitió el portugués
Almeida, tan abatido que casi me derrotado
dio gana de levantarme e ir a dar-
le una palmadita en el hombro—
. ¿Qué voy a hacer ahora?
—¿Marcarla? —preguntó.
E l o t r o alargó l a m a n o extendió
a m e d i a s, p e r o n o c o n s u m ó llevó a cabo totalmente, ejecutó,
e l g e s t o . L a chuli pa- navaja
r e c í a u n bicho negro y let a l mortífero, que puede ocasionar la muerte
q u e acechase entre las sábanas espiase, estuviese agazapado
blancas.
Po r k y s e p a s a b a u n a d e
sus manazas por la cara torpes manos
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l l e n a d e g r a n o s . Observó de
nuevo la navaja y luego a la niña,
que había retrocedido hasta apo-
yar la espalda en el cabezal de tablero superior de la cama
la cama y lo miraba, espantada. horrorizada
Entonces movió la cabeza.
— To d o l o q u e t i e n e s d e
grande —le espetó la Nati desde soltó, dijo
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su silla— lo tienes de maricón. [voz utilizada como insulto] desgraciado, homosexual
Entonces el portugués
Almeida dio un paso hacia la
cama y la navaja. Y yo suspi-
ré hondo, muy hondo, ap reté
los dientes y me dije que
aquella era una noche tan
buena como otra cualquiera
para que me rompieran el alma. desgraciaran
Porq ue hay momentos en
q u e u n h o m b r e d e b e ir a que
lo maten como dios mand a . como debe ser o hacerse
Así que, resignado y desnu-
do como estaba, me in-
terpuse entre el portugués
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A l m e i d a y l a c a m a y le calcé metí, endilgué, di
una hostia de esas que te salen golpe
con suerte, capaz de tirar abajo derribar
una pared. Entonces, mientras el
chulo retrocedía dando traspiés, proxeneta: persona que obtiene beneficios de la prostitución
la Nati se puso a gritar, Porky se
revolvió desconcertado, yo le trastornado, alterado, aturdido, turbado, azorado
eché mano a la navaja, y en la cogí
habitación se lió una pajarraca jaleo, bronca, lío
de cojón de pato. estupendo, bueno, grande
—¡Matarlo! ¡Matarlo! —
aullaba la Nati. gritaba como un perro
—¡Hijoputa!... ¡Hijoputa!
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Yo seguía en pelotas, con desnudo
todo bailándome, y no saben lo los genitales
vulnerable que se siente uno de
esa manera. Vi que la niña, con
el vestido puesto y su mochila
en la mano, salía zumbando muy deprisa
hacia la puer ta, así que salté
por encima de la pareja, y
c o m o Po r k y r e b u l l í a e n e l movía
suelo ag ar ré la silla donde ha-
bía estado sentada la Nati y se
la rompí en la cabeza. Des-
pués, puesto que aún me que-
daban en las manos el respal-
do, el asiento y una pata, le sacudí
con ellos otro sartenazo a l a golpe
Nati, que a pesar de la mojada agresión con arma blanca
e n e l careto parecía la cara
m á s entera de los tres. Des- íntegra, resistente
pués, sin detener me a mirar el
p a i s a j e , m e p u s e l o s t e j a n o s,
agarré las zapatillas y la ca-
miseta y salí hacia el ca-
mión, cagando leches. muy deprisa
A b r í l a s puertas y la niña sal-
tó a mi lado, a la ca b i n a , con el
pecho que le subía y b a j a b a p o r
l a r e s p i ra c i ó n e n t r e c o r t a d a . intermitente
Puse el contacto y la miré. Sus Arranqué el motor
ojos resplandecían.
—Trocito —dije.
De noche no duermooo...
Amanecía, y yo estaba
enamorado hasta las cachas. De hasta lo más hondo
vez en cuando, un destello de fa-
ros o el VHF nos traían, de nue-
vo, saludos de los colegas. compañeros
—Ya lo sé.
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tú y yo en la carretera. O mejor
—rectifiqué, girando el volante
para tomar una curva cerrada— pronunciada
como en esas películas america-
nas.
—¿Roud qué?
—¿ T i e n e s n o v i a ? — p r e -
g u n t ó d e p r o n t o. L a m i r é ,
desconcertado. aturdido
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—¿Novia? No. ¿Por qué?
Después se tumbó en el
asiento, apoyó la cabeza sobre mi
muslo derecho y se quedó dormi-
d a . Y yo m i r a b a l o s h i t o s mojones o postes de piedra, por lo común labrada, que
kilométricos de la car reter a y sirve para indicar la dirección o la distancia en los
caminos o para delimitar terrenos
pensaba: lástima. Habría dado mi
salud, y mi libertad, por seguir
conduciendo aquel camión has-
ta una isla desierta en el fin del inhabitada, despoblada
mundo.
7. La última playa
Pe ro n o e r a e l m a r, s i n o
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el Tinto y el Odiel cuando
circunvalamos Huelva, y otra rodeamos
vez falsa alarma con el Guadiana
en Ayamonte, así que para cuan-
do nos acercamos realmente al
mar la niña ya empezaba a pasar
mucho del tema. Y es que eso es asunto
la vida; estás dieciséis tacos años
soñando con algo, y cuando por
fin ocurre no es como creías, y
vas y te mosqueas. ofendes, picas, enfadas, recelas
—Ahí lo tienes.
—Ven.
para siempre.
—¿Iremos?
—Sí. Tú y yo.
El libro de R. L. Stevenson
estaba en el suelo, a sus pies. La
besé entre los ojos oscuros y
grandes que ya no miraban al mar,
sino a mí.
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—Trocito —dije.
—Venga ya.
—Te lo juro.
—Nada.
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cabina, junto al volante. Y
entonces dije para mis
adentros: os brindo este toro, dedico
colegas. compañeros
Y era el momento, y er a
toda mi vida la que estaba allí a
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orillas del mar en aquella playa.
Y de pronto supe que habían
transcur rido todos mis años, pasado
con lo bueno y con lo malo, para
que yo terminase viviendo ese
instante. Y supe por qué los
h o m b r e s n a c e n y mu e r e n , y
siempre son lo que son y nunca
lo que desearían ser. Y mientras
miraba los ojos del portug u é s
Almeida y la pistola neg r a y
r e l u c i e n t e que tr aía en una brillante
mano, supe también que toda
mujer, cualquier mujer con lo
que de ti mismo encierra en su
carne tibia y en la miel de su ni fría ni caliente
boca y entre sus caderas, que es
tu pasado y tu memoria, cual-
quier hermoso trocito de carne
y sangre capaz de hacerte sen- que puede
tir como cuando eras pequeño
y consolabas la angustia de la
vida entre los pechos de tu ma-
dre, es la única patria que de lugar real o imaginado al que uno pertenece
verdad merece matar y morir
por ella.
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