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Datos técnicos:
Título: El ruiseñor
Título original: The Nightingale
Autora: Kristin Hannah
Traducción: Laura Vidal
Editorial: Suma de Letras (GPRH)
2ª edición: marzo/2016
Encuadernación: tapa blanda con solapas
ISBN: 9788483658284
Nº pág.: 592
Sinopsis:
Opinión personal:
Cuando nos disponemos a leer una novela ambientada en las guerras mundiales, o en la
civil española, nos encontramos con que el autor de turno nos ofrece en ella algunos
episodios prácticamente desconocidos por la mayoría de los lectores. En esta ocasión,
Kristin Hannah nos habla de las rutas de escape de la Francia ocupada por los
nazis y, más concretamente, de la que se estableció para repatriar, ya desde España, a los
pilotos que eran derribados cuando se desplazaban desde sus puntos de origen para
bombardear objetivos enemigos. En esta ocasión, la autora se centró en el itinerario que
seguían a través de los Pirineos. Pero también seremos testigos del comportamiento
de los mandos intermedios nazis cuando decidían instalarse en la casa de los
vecinos de las poblaciones que ocupaban. La autora también nos mostrará la
persecución de comunistas, masones o partisanos, y el destino que les
esperaba una vez capturados. Aunque tampoco se olvidará de las vejaciones
sufridas por los judíos franceses, sin olvidarme del papel realizado por los
llamados colaboracionistas. Pese al conflicto bélico, el lector comprobará también
cómo el amor estará presente en la novela. En este sentido, el lector comprobará cómo esa
relación entre la rebelde Isabelle y el partisano Gaëtan tendrá un cierto paralelismo con el
devenir del conflicto. En mi modesta opinión, me pareció un tanto forzada esa relación, tal
y como se iban desarrollando los episodios, y por el papel que desempeñaban uno y otro
personaje a lo largo de la trama. Quizás me atrajo más la relación que se iba estableciendo
entre Vianne y el capitán Beck, y me preguntaba hasta dónde podría llegar. Aunque Vianne
tendría un “inquilino” más en su casa: el despiadado Von Ritchter.
Todo esto que acabo de comentar está perfectamente reflejado a través de los dos
personajes principales: las hermanas Vianne e Isabelle Rosignol. Son dos personajes
magníficamente construidos, quienes se verán acompañados por un amplio
abanico de personajes secundarios representativos de quienes más sufrieron
la barbarie de los nazis. Ambas hermanas acapararán la atención del lector, que
comprobará a lo largo de los capítulos la evolución de una y otra y será testigo
de cómo, pese a ser dos personajes muy distintos que ven el conflicto bélico
desde un punto de vista diferente, esa distancia que las separaba al principio
terminará por desaparecer.
Como ya comenté en el tercer párrafo de esta reseña, El ruiseñor es una novela que,
en mi modesta opinión, va de menos a más. Sobre todo cuando los caminos de
las dos hermanas se separan, y seguimos las vicisitudes de una y otra a lo
largo de los capítulos, alternando su presencia en cada uno de ellos, para que
de esta forma no perdamos contacto con el papel que desempeñan en el
conflicto, plantando cara al enemigo, hasta que en las últimas páginas sus vidas
vuelven a cruzarse. Sobre todo, será Vianne quien, sin casi darse cuenta, se implicará cada
vez más en la labor de evitar que los nazis deporten a niños judíos a los campos de
concentración. Pese a que Isabelle se jugaba día a día la vida trasladando trasladando a
través de los Pirineos pilotos de los aliados caídos en combate, el lector comprobará cómo
Vianne se la jugaba con más peligro quizás, porque actuaba sabiendo que tenía al enemigo
en su propia casa, por lo que podía ser descubierta en cualquier momento, con las fatales
consecuencias que podría acarrearle.
Pese a que El ruiseñor es una novela de lectura más bien pausada, diría que es
muy dinámica, sobre todo en lo que a situaciones de riesgo se refiere para los
personajes, y en las diversas localizaciones que nos muestra la autora:
Carriveau, París, Urruña, los Pirineos, o el campo de Ravensbrück. Kristin
Hannah envuelve a los personajes en unas localizaciones magníficamente ambientadas, en
las que se nota que detrás de ellas hay una ardua labor de documentación, para que el
lector se sienta realmente trasladado a uno de los períodos más tristes de la Historia.
Biografía:
Aparte de una portada y un formato bastante best-selleriano (etiqueta de prestigioso premio incluida),
La luz que no puedes ver dispone de muchos de los elementos que hacen que una novela no me
interese demasiado a priori. Por ejemplo, pronto uno se da cuenta de que está protagonizada en su
inicio por dos niños en extremos opuestos. Niños que casi no dejan de serlo en toda la novela. Niños,
cómo van a ser la mayoría de los niños en la literatura (excepto alguno), inocentes en medio de un
caldo de cultivo tan poco nutritivo como la Alemania de la eclosión del nazismo y la Francia en los
días cercanos a la ocupación. Niños que, encima, no han contado con suerte en la vida para nada.
Aquí ya los vamos presentando: Marie Laure Leblanc, francesa, ciega a los seis años, que convive
con su padre, humilde fiel custodio de las llaves de un importante Museo de Historia en París, y
Werner Pfenning, alemán, interno, junto a su hermana Jutta en un orfanato, después de que su padre
haya perecido en un accidente en la mina en la que trabajaba, y a la que Werner parece estar destinado
a trabajar, justo cuando cumpla quince años, si nada lo remedia.
Más detalles que suelen repelerme: los ancianos entrañables que cuidan a esos niños (les una o no
vínculo sanguíneo). Aquí Marie Laure tiene a Etienne, parece, enajenado tras la primera guerra
mundial, y confinado en uno de los pisos de la casa de Saint-Malo donde Marie Laure y su padre
acaban viviendo en una estéril huida, para la cual se han hecho acompañar del Mar de Llamas, enorme
diamante cuya puesta a salvo de la avaricia nazi le ha sido encomendada. Y Werner tiene a la frau de
turno en el orfanato, que le ha enseñado francés y que se da cuenta de que la habilidad de Werner con
los aparatos de radio puede procurarle un salvoconducto para eludir el futuro. En el telón de fondo,
la Segunda Guerra Mundial, las Juventudes Hitlerianas, la Francia ocupada, el gobierno títere, la
organización de la Resistencia.
A pesar de esas reticencias, desafío a cualquiera a leer las 50 o 60 páginas iniciales de esta novela y
no tener ganas de leer hasta el final.
Porque Doerr, hasta ahora desconocido para mí, aunque la solapa le atribuye una nutrida obra no
exenta de galardones de menor entidad, tiene la cualidad de narrar de una forma efectiva. Sin tomar
partido, sin azucarar, sin pretender, aunque sea imposible no tomar partido de alguna manera, definir
un mundo de malos contra buenos. Aunque en las historias sobre nazis esto está bastante complicado.
Ya sabemos. Pero la de Doerr no sobra: quizás porque La luz que no puedes ver podría ser despojada
de esos detalles y sería en su chasis una pura historia de cómo el mundo adulto y la intemperie
coyuntural acaban devastando la inocencia y la pureza de las personas. Pero las circunstancias que la
aderezan la enriquecen, y quien la lee se solaza de los tímidos avances de organización de la población
ocupada, de las perversas decisiones de los ocupadores, de la propaganda del régimen para que los
cachorros corran contentos a inmolarse, y aunque todo esté escrito otras veces y desde distintas
perspectivas (esta, por ejemplo, no presta atención más que puntualmente a toda la cuestión de la
shoah), y a pesar del poderoso aroma a best-seller, se convierte en una lectura fascinadora y
enormemente dinámica (capítulos de cinco o seis páginas como mucho), que solo acusa un final no
exactamente feliz pero sí algo a medio camino entre lo rimbombante y lo acomodaticio. Que queda
justificado y encaja, pero que encuentro algo forzado. Y ya que hablamos de un territorio literario
cercano a grandes masas, de una historia con cierta vocación de universalidad, pues ahí creo que, para
aceptarle otro nivel, y otorgarle (disculpad cierta prepotencia) un ascenso, aquí la historia es buena y
la intriga generada, notable, pero, por poner un ejemplo, no he sentido la necesidad de transcribir
ningún párrafo. O sea, que la excelencia es, definitivamente, otra cosa.