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1
“Y si solo una vez mis ojos contemplasen, al
amanecer o al ocaso, Tu rostro todo acongojado
y acosado por el temor, mis lágrimas con gusto
mostrarían un amor que ni hombres ni ángeles
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conocen.
Y de la soledad de mi corazón, cuando
a Ti y a mi la eternidad nos separe, mi
llanto como sangre correría.
Como oscuro torrente que se hunde en
mi alma, o cristalino manantial que
borbotea de una cueva en la montaña,
o río que se precipita a su meta,

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Al silencioso océano,
a cuyas olas todo río corre.
las aguas de mi vida fluirían…
Tus ojos como halcones reales
cayeron, sobre el gorrión de mi
trémulo corazón, y el infierno
y el paraíso desgajados fueron,
mientras cielo y tierra en mi
alma batallaron

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¿Quién esa repentina, infinita caída evitaría?
¿Qué alas el arte de volar recordar podrían?
¿Qué ojo, en ese instante, el día de la noche
distinguir podría?
¿O relatar pudiera, cómo la tierra y el firmamento,
el cielo y el infierno al yo caer se unían, como la vida
y la muerte, en un solo hálito en las entrañas moran?5
Ven. Téjeme en tu telar dorado,
con suaves, suaves rayos de luz alborada.
Hilos de oro y plata trae, y rayos de luna
tejidos con el manto de la noche, para
ligar las desgarradas y rotas hebras
que mi corazón, otrora, con dedos
sangrantes tejió sobre el bastidor
del sufrimiento, entre la
urdimbre y la trama
del amor.

6
Aún cuando con dorada y bella verba escrita
sobre las páginas de mi corazón, loe Tus
almibarados labios y fragante pelo, no
obstante, mi arte todo, jamás desgarrar
podría los enceguecedores velos de la
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prolación.
Aún cuando con maravilloso canto
entone alabanzas de ese amante
Amigo, estas páginas verso
alguno mío llevan.
Y ver podrás, si
sólo lo miráis, nada que no
sea la huella de su evanescente
Pluma”
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