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oO www.loqueleo.com loqueleo MATEO Y LA TIERRA DE LAS ALMAS © 2018, Maria Angélica "Micky" Bolafios Yaiiez © De esta edicién: 2018, Santillana S. A. Av. Primavera 2160, Lima 33 - Peri Loqueleo es un sello editorial de Santillana S. A. Edicion: Ana Loli Diagramacién: Juan José Kanashiro Ilustraciones: Kike Riesco ISBN: 978-612-321-173-8 Hecho el Depésito Legal en la Biblioteca Nacional del Perti N.° 2018-13585 Registro de Proyecto Editorial N.° 31501401800885 Primera edicién: septiembre 2018 Impreso en septiembre del 2018 Tiraje: 2800 ejemplares Impreso en el Perti- Printed in Pert Aza Graphic Pert $.A.C, Av, José Leal 257, Lince, Lima 14 - Pert Publicado en octubre de 2018 ‘Todos los derechos reservados. Esta publicacién no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, fo transmitida por, un sistema de recuperacion de informacion, en ninguna forma y por ningin medio, sea mecinico, fotoguiimico, electrénico, magnético, electrodptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la Béitorial SFeanruana Micky Bolafios Mateo y la tierra de las almas llustraciones Kike Riesco loqueleo Para ti, que caminas a mi lado sin importar cual sea el temporal. Para ti, que me impulsas en mis luchas, en mis bisquedas y en mis suenos. Para ti, mi amor, mi amigo, mi esposo... Oscar. Ez él, Maharf, es Sinchi. Le vi la marca de Huari: las dos varas tras la oreja, por eso lo dejé. Mateo no es un nifio cual- quiera, lo sé. Yo he llevado muchos conmigo y dl... es diferen- te. No pude llevarlo. Est4 protegido». Zapam Zucum estaba segura de lo que decfa. Sus ojos negros almendrados se encen- dian al recordar su lucha contra el ave Indi, que se transformé en un ave colosal para defender al muchachito. «Igual debi le- varmelo. Estaba trabajando y durmiendo en la calle, enfermo». La bruja Maharf solo habia ido a comprobar lo que sos- peché tras el fracaso de Supay de intentar raptar al bebé gigante por intervencién precisamente de Mateo. —;Por qué no me lo dijiste antes? —le reclamé Maha- ti—. Sabias que andaba buscdndolo desde hace mucho. —No es asunto mfo. Yo quise llevarmelo, porque no me gusta que los nifios estén desamparados. Tu, en cambio, quie- res robarle el alma... —jCémo te atreves a criticarme! ;Es que acaso te crees mejor que yo? —No, qué osadfa —le contesté6 Zapam Zucum con sar- casmo—. Digamos que somos diferentes. No tengo interés es- pecial en ese nifio, ni en su alma. Es toda tuya... — Crees que necesito que me lo digas? Siempre ha sido mia. —Bueno, explicaselo a Quilla. Ella to protege. Yo no me voy a enfrentar a una diosa, no estoy loca. Era una madrugada frfa y htimeda en la gris Lima. Apenas co- menzaba a amanecer y Mateo ya cargaba su canasta de pan caliente. «;Cuatro por un soll», gritaba parado sobre el puente peatonal de la carretera al sur. «Pan calientito!». Y la gente se acercaba atraida por el delicioso olor y los pregones del nifio. — Hola, Mateo! ;Dame diez! —jHola, Marfa! ;Solo diez hoy? —Solo diez! Ni uno deberfamos comer en casa. Pero no podemos con la tentacién. jNifio, tus panes son muy ricos! —Ja, ja, jal —se rio Mateo divertido. El sabia que ese era el mejor pan de la zona, y la gente se levantaba muy temprano para comprarselo antes de que se acabara. Por eso, Mateo salia de su casa aun de noche para llegar a la panaderfa justo cuando saliera del horno. De ahi caminaba con un costalillo leno a la espalda, y se iba en autobtis hasta el puente peatonal donde, por lo general, ya habfa gente esperdndolo con sus bolsitas de tela. De diez en diez, de quince en quince se los llevaban, y terminaba apenas en media hora. Luego, regresaba a su casa a hacer sus tareas, comer algo e irse al colegio por la tarde. Asi pasaba sus dias. Pero esa mafiana, mientras vendia a sus compradores de siempre, un extrafio anciano, de voz vieja y andina, caminé ha- cia él sin el minimo interés por el pan, le metié algo al bolsillo y le dijo al ofdo: «Recupera lo que es tuyo». Mateo volted de inmediato para verle la cara, pero ya no estaba. Metid la mano en su bolsillo y encontré una pequefia piedra blanca. En ella, un diagrama. «;Valle de almas?», pensé en voz alta. Cuando se terminé el pan, volvid a concentrarse en la pequefia roca. Trazos en bajo relieve se dibujaban de maneras que Mateo no entendia. La analizé un rato, sentado en una de las gradas del puente. De pronto, nubes oscuras cubrieron el cielo y comenzé a llover como jamds llovfa en Lima. No pa- recfa una Iluvia tropical, no. Ni una lluvia invernal traida por algtin viento del norte, tampoco. Parecfa més bien una lluvia de mal augurio, un aguacero portador de malas noticias. La gente corria asustada, una vieja ciega chillaba pronosticando un diluvio. Mateo se metié debajo del puente y se dio cuenta de que un nifio més pequefio lo segufa y se cobijé de la lluvia asu lado. —jHola! —le dijo amistoso como si lo conociera. Estaba todo cochino de pies a cabeza. Llevaba pantalones cortos y una camiseta. Tenfa una carita simpatica y, con toda seguridad, pecas debajo de esa mugre sobre su piel clara—. ;Ya no tienes pan? Mateo le sonrié. —No, ya se acabé. Si vienes mafiana mds temprano... —Yo queria hoy. {Tienes frio? —E] pequefio tenia una vocecita aguda y melosa, y una mirada muy vivaz. —Un poco. 10 —Yo no tengo frfo. Siempre tengo calor. Aunque llueva mucho, como ahora. —No paraba de hablar. Arrimado muy junto a Mateo, ignoraba todo el caos que la inesperada tem- pestad producia en una ciudad acostumbrada a largas sequias. El viento empezé a soplar més fuerte y Mateo comenzé a tiri- ‘Ahora tienes mucho frio! —Si. El nifio de cara sucia se quedé observando la piedra blanca tar—., que Mateo tenfa entre las manos. Este la guardé en su bolsillo. — Qué es eso? —wNo es nada, solo una piedra que me encontré. —Enséfiame qué tienes! Mateo no queria enseiidrsela, pero no supo qué contestar. Se limité a negar con la cabeza y metié la mano con disimulo al bolsillo. —;Por qué? —le pregunté insistente—. ;Te la encontras- te? ;Qué es? ;Puedo verla? ;Qué dice? —No es nada —respondié Mateo—. Ya tengo que irme. Adiés—. Mateo se puso de pie y comenzé a caminar hacia el paradero tratando de cubrirse de la lJuvia con su costalillo. El impertinente lo seguia. —No, espera, te la compro... —Mateo ni siquiera vol- ted para contestarle—. ;Te la cambio por una chompa...! Mateo apreté el paso y lo perdié. En cuanto vio que se aproximaba el autobus, sacé la mano para detenerlo y subid. Para su gran sorpresa, al sentarse se dio con que el nifio estaba asu lado. lola! —lo saludé entusiasta—. ;Te pasé el frio? i Mateo se asusté al verlo: «;Cémo habra hecho ese nifio para subir antes que yo?», pensd. Ademds, tanto su rostro como su ropa estaban secos a pesar de la lluvia. —Si, ya me pasé —le contesté, aunque era mentira. — Estas yendo a tu casa? Parecia una m4quina de preguntas sin relacién entre ellas. —No. — Adénde vas? Este carro va al norte. Tti vives al nor- te, gno? —wNo voy a mi casa. —Deberias ir a cambiarte esa ropa mojada... ;Me mues- tras eso que tienes en el bolsillo? Mateo metié la mano al bolsillo solo para asegurarse de que la tenia consigo. El autobtis avanzaba ya sin recoger pasa- jeros, aunque habfa mucho espacio. Una mujer iba dandole de lactar a un bebé, dos hombres con anteojos oscuros cargaban maletines de oficina, se dormian con el paso tonto del vehfculo. Una viejecita de larga trenza y sombrero de pafio llevaba una bolsa azul de mercado. De pronto, Mateo sintié mucho frfo y percibié un olor asqueroso como de excremento humano. El cobrador, un joven negro, iba silbando una cancién de la radio. El chofer parecfa concentrado en la carretera resbalosa. Mateo sintié mucha desconfianza y pensé en bajarse; el nifio extrafio esperaba que le mostrara la piedra. Los automéviles iban muy lento debido a la lluvia. Enton- ces, oyé unos golpecitos en la ventana, ;toc, toc, toc! Se levanté de su asiento para asomarse y se encontré con una muchachita que lo llamaba desde afuera. 12 —jMateo, sal pronto! le gritd. Fl jamds la habfa visto en su vida: de piel cobriza y ojos pardos. Largo cabello negro sujeto en dos trenzas, con una tuinica de colores y una manta con disefios andinos sobre los hombros. Nada de eso, sin embargo, era tan peculiar como el hecho de que viniera cabalgando en un caballo blanco en plena lluvia y avan- zara junto al autobus. Mateo observé un instante a los demds y nadie parecia percatarse de la jovencita. Se asomé por la ventana. —jCorre, Mateo! Ven conmigo! —le volvié a gritar. Y cuando volteé a mirar al nifio a su lado, le sostuvo la mirada. La sangre se le held: ese nifio tenfa los ojos amarillos y pupilas de vibora, y le crecian largos colmillos; la piel se le estaba oscureciendo y asomaban algunas escamas debajo de la suciedad de su rostro, mientras su célera se hacia mds y mds evidente. Mateo estaba muy asustado y quiso saltar por la ventana sobre el caballo blanco. Pero el nifio lo agarré de las piernas y, con una voz muy grave y aterradora, le exigid: — (Dame esa piedra ahora! —Lo jalé y cerré la ventana. Mateo trataba de alejarlo con patadas y gritos: — Déjame! —vociferaba. Ningtin pasajero prestaba atencién. Fue cuando el bebé que lactaba en los asientos de adelante, que aparentaba apenas unos meses de edad, salté de pronto y resulté ser una criatura demonjaca, todo cubierto de sangre, y con una larga lengua verde, Se arrastraba hacia Mateo usando las manitas y emitien- do agudos sonidos ininteligibles. Y¥ la madre lo amaba con una naturalidad escalofriante: «Ven, mi bebé, deja al jovencito que le dé la piedra a su amiguito». Mateo alcanzé a abrir la ventana 13, otra vez y empezé a pedir auxilio. «Ayuda!», gritaba. Y sus gri- tos se mezclaban con los de tanta gente que andaba de acd para all4 espantada con tanta agua, y nadie le prestaba la minima atencién. La madre volteé a llamar al bebé diabdlico de nuevo. Sus ojos desorbitados y totalmente negros estaban fijos en su criatura infernal: «Ven, mi pequefio, no molestes al jovencito que no tiene mamé, pobrecito». Mateo sintié un pufial en el corazén. Pensé en su mamé. Habfa hablado con ella cada domingo desde que se fue a cui- dar a su tfa enferma a la sierra, hace ya tres meses. Pero el ulti- mo domingo no lo habfa llamado a la bodeguita de la esquina. Mateo se extrafié, pero pensdé que, tal vez, no habia podido ir al centro comunal a usar el teléfono. El lunes comenzé pronto y no quiso pensar en nada malo, asi llegé el viernes. j¥ ahora esa mujer horrible decfa que él no tenia mama! ;Quién era ella? ;Por qué decia eso? El nifio, que segufa transformandose cada vez més en un pequefio demonio escamado, lo sujetaba de los pies y no le permitia saltar. El autobus segufa avanzando. Mientras, los rostros de los dos hombres de maletin empezaron a derretirse, a escurrirse como cera al calor. Cuando la nariz se les desaparecid, dos hoyos negros quedaron en el centro de sus caras, se les cayeron los an- teojos oscuros: sus ojos eran completamente blancos. También perdieron la boca jy los dedos de sus manos estaban creciendo! Los larguisimos dedos se acercaban también, junto con el bebé, hacia el asiento trasero donde Mateo luchaba por librarse del nifio demonjaco y saltar. La Iluvia se colaba por la ventana y la muchacha cabalgaba muy cerca: «Salta, Mateo, saltal», insistia. 15 Como si aquello fuera tan sencillo para el pobre Mateo. El cho- fer, que lo miré por el espejo, comenzé a refrse sin sentido y empezé a ir mds r4pido, haciendo maniobras imprudentes. El cobrador negro se volvid més negro y los ojos se le pusieron rojos, sacé un [4tigo que primero azoté amenazante en el aire, yzas!; después lo lanzé directamente al cuello de Mateo, lo en- red6 en su garganta y lo asfixiaba sin compasién. Por instinto, se Ilevé la mano al pecho y sintié la cruz de plata que le col- gaba, aquella que le diera el padre Alfonso para protegerlo de los demonios: la empufié contra todas aquellas criaturas. Oyé chillidos ensordecedores. El ldtigo le solté el pescuezo, el bebé sangriento y los largos dedos se detuvieron espantados. Mateo empujé al nifio endemoniado y corrié hasta la puerta, tiré del cordén para bajar y el carro se detuvo toscamente. Nadie se atrevié a acercarse mientras Mateo sostenia la cruz de plata, pero el nifio diabélico de ojos amarillos lanzé un enérgico escupitajo que cayé justo donde Mateo acababa de poner su mano y en seguida le quemé la piel. «Ay!», grité y solté el crucifijo. La puerta se abrié y Mateo se lanzé sobre el caballo blanco, pero resbalé y el nifio-diablo, que ya salfa tras dl, salté para retenerlo justo cuando la nifia jinete arreé al ca- ballo y levanté de un tirén a Mateo. Y el pequefio demonio se queds sentado en medio de la calle sin poder alcanzarlo. La chiquilla aceleré el paso. Cabalgaba entre los autos de la carretera como una amazona. Mateo estaba aferrado a su cintura con miedo de caerse, la mano le ardfa. Temfa voltear y ver al nifio alcanzdndolos. —;Tienes la piedra? —le pregunté ella. 16 EI se metié la mano al bolsillo y confirmé que la tenfa, pero no quiso contestarle. No estaba seguro de nada. Segufa aterrado. No sabfa qué estaba pasando, por qué esa piedra blan- ca era tan importante, no sabfa qué decfa, ni sabia quién era esa muchachita, ni todas esas criaturas horribles del autobtis. Necesitaba respuestas. —Puedes confiar en mi, Mateo. He venido a ayudarte. Pero él no confiaba en nadie. —Quién eres? ;Por qué me persiguen ahora? ;Adénde me llevas? ‘Tengo que regresar a mi casa, mi mama me espera. Era una mentira que siempre decfa a los extrafios. —Yo sé que en tu casa solo te esperan tu gato Cuy y tu perro Tofee. Vamos a volver solo porque necesitamos a Cuy. No deberfas andar sin él. Tui ya sabes eso. sY tu cruz? —La tengo aqui. Mateo le mostré la cruz a la muchacha, en caso de que quisiera atacarlo. Era cierto que él sabia que no debfa salir sin Cuy después de lo ocurrido con Supay hace dos afios. Pero la noche anterior habia estado muy enfermo y prefirid no sacarlo. No obstante la peculiar situacién; nadie se percataba de que dos muchachitos iban cabalgando un caballo blanco en medio del trdfico de la carretera sur. —,Por qué nadie parece vernos? —Porque en cuanto te subiste, desapareciste para los ojos de los dems... incluyendo a los malignos —le explicé ella. —,Los malignos? ;Te refieres a todos esos mons- truos? —Ellos no son los verdaderos monstruos, Mateo. Son simples enviados a quitarte la piedra. —,;Tampoco ven el caballo? —Tampoco. —Y cémo yo lo veo? —Es una criatura del mundo de las deidades. Solo reservada para los ojos divi- nos. La ves por la misma raz6n por la que los dioses te protegen: porque llevas el alma de Sinchi. Con toda destreza, la jovencita manejaba las riendas del animal y parecia saber muy bien dénde estaba Ja casa de Mateo. Doblé exactamente donde debfa doblar y comenzé a trepar por los empinados caminos que llevaban a la rustica vivienda en el cerro San Cristébal. Antes de bajar, Ma- teo le pidié a la nifia que le explicara quién era y por qué estaba ahi. Ella le contesté: —No hay tiempo para conversar, Mateo. Mi nombre es Chaska, soy hija de Quilla. Sé que la recuerdas bien. Vamos, apurate. Confia en mi. Mateo confiaba en Quilla, pero no conocia a esa jovenci- ta, Chaska. Habian pasado dos afios desde los sucesos de Mi- raflores, en que Quilla, la diosa Luna, lo ayudé a encontrar al bebé gigante y luego a liberar a la mamd de su encierro de piedra, para que luego se refugiaran del otro lado del mar. El se habfa propuesto alcanzarla después, pero las constantes pe- sadillas que tenia con Supay persiguiéndolo lo hicieron decidir olvidar todo aquello. Sin embargo, siempre pensaba en esas criaturas horribles y en el dia en que volvieran por él. Ese dia habia llegado. En cuanto Mateo se bajé del caballo, aparecié el vecino, que estaba barriendo. Lo saludé amable: —jHola, Mateo! Llegas mds temprano hoy. — Hola, Julian! Vengo a llevarme a Cuy. La nifia observaba, invisible, desde su caballo. Mateo en- tré a su casa y salid unos minutos después. El vecino seguia barriendo. —No encuentro a Cuy —le dijo a la nifia con disimulo, ya que nadie podfa verla. Movia la cabeza de lado a lado buscando a su gato—. Nunca sale sin m{, no entiendo dénde... —Mateo se 19; dio cuenta de que ella no estaba oyéndolo. Tenia la mirada fija en Julién, que seguia barriendo y silbando—. {Qué ocurre? —Tu amigo no me gusta... —,Julién? —exclamé Mateo sin dar importancia. Ella lo hizo callar, molesta. —Hace rato que barre el mismo lugar... te mira de reojo. Disimula —le dijo—, muévete muy lento, que no se dé cuenta de que hablas con alguien... —Mateo obedecia. Julién llevaba un delantal blanco, unos pantalones os- curos de algodén, una gorra gris, y fumaba. A pesar de estar barriendo, no se movia de lugar: pasaba la escoba de mane- ra compulsiva en el mismo sitio. De repente, una combi que iba a toda velocidad le salpicé el agua empozada en un hueco de la calle. Julian hizo un gesto de desagrado y levanté su delantal para secarse la cara en- lodada. Fue cuando dejé al descubierto lo que escondfa debajo: una cola larga de pelo Ambar caia de una bolsa atada a su cintura. —jCuy! —Mateo lanzé un grito de angustia al ver la colita de su gato colgando inerte del costalillo que llevaba su vecino. Y waté de cruzar para rescatarlo—. {Qué le has hecho! —le grité al vecino—. jMaldito! ;Qué le hiciste a Cuy! Quiso lanzarse encima de 4 para rescatar a su gato. De inmedia- to, Chaska le impidié enfrentarlo, lo tomé del brazo y lo alzé con fuerza 20 sobre el caballo, mientras el tal Julién tiré el cigartillo y em- puiid la escoba para atacar a Mateo, con la mirada poseida y diabdlica. Afiladas puntas de acero surgieron del palo que traté de clavarle en la pierna. Pero el muchacho desaparecié ante sus ojos en el caballo blanco que partié raudo conducido por Chaska. —(Mateo, tranquilizate! —le exigié la muchacha. —jQué haces! ;Tenemos que volver por Cuy! —No tiene caso. —jNo! :Por qué? {No lo entiendo! jJulidn es mi vecino, era mi amigo! —;Desde cuando? Mateo trataba de tranquilizarse y pensar. Fue entonces que se dio cuenta de que Julidn haba llegado al vecindario jus- to al dfa siguiente de que Cuy apareciera en su casa. Mateo records la batalla final contra Supay: habia sido intensa. Supay querfa vencer a Mateo para llevarse al bebé gi- gante y recuperar el alma de Sinchi. Su gatito lo salvé en aque- lla oportunidad con el poder de sus orines que derriten la piel de demonios y criaturas diabdlicas. Pero después del triunfo habia desaparecido. Mateo lo buscé sin éxito y supuso que ha- bfa vuelto con los suyos a la colonia de gatos del parque, frente ala iglesia. Lo que el muchacho no sabfa era que Cuy habfa re- sultado herido después de enfrentar a Supay. El demonio, antes de irse derrotado, clavé una de sus mortfferas y venenosas ufias en el lomo del pequefio felino y lo hizo salir corriendo tras el anciano «loco» y su novia, la de los muchos nombres. Estos, al darse cuenta de lo sucedido, acudieron en seguida para intentar 21 curar a Cuy. Pero el felino habfa dejado la dimensién de los vivos. El anciano y su novia, preocupados por la seguridad de Mateo, buscaron la manera de contactarse con Quilla y fue la diosa quien hizo posible que Cuy volviera para proteger a Mateo. El dia de su cumpleafios nimero doce, el muchacho en- contré al gatito parado en la puerta de su sencilla vivienda en el cerro San Cristébal. Trafa una nota: «Llévalo siempre contigo», y debajo, el simbolo de la Luna. Mateo miré al cielo y sonrid. Cuando entré a su casa, hallé una torta de chocolate con fudge (su favorita) obsequio de su vecina, dofia Calixta. Apagé las doce velitas solo con Toffee y Cuy, ya que su mamé no habfa vuelto de la sierra. A la mafiana siguiente, fue a agradecerle a dofia Calixta, pero Julian abrié la puerta; ella no estaba. El ex- trafio le dijo que «su tfa Calixta» habia tenido que salir de viaje aatender algunos asuntos y que le habfa pedido a él, su sobrino, que se quedara a cuidar su casa. Mateo tenfa a Cuy cargado, y Julidn mostré repulsidn; dijo que era alérgico a los gatos. A Cuy tampoco le gusté Julian: se erizé todito cuando lo tuvo en frente. Desde entonces, siempre que se encontraban, Mateo estaba con Cuy, y Julian evitaba al animalito, se saludaban de lejitos. Pero esa mafiana, Mateo dejé a Cuy en casa. Y ahora ya no estaba. Chaska y Mateo cabalgaban velozmente calle abajo, entre la gente que caminaba sin poder verlos, ignorante de lo que estaba sucediendo. «Sostente fuerte, Mateo!», le indicé ella. Y al llegar a un precipicio, tird con violencia de las riendas y el ca- ballo se lanzé a los aires. «Ahhhhhhhhhh!», gritaba Mateo, que 22 le tenfa mucho miedo a las alturas. Cerré los ojos con aprehen- sién. Pensé que aquel era su fin, que Chaska le habia mentido y que en verdad queria matarlo, Se aferré tan fuerte como pudo a la delicada cintura de la muchachita. El estémago se le subié a la garganta y el corazén le iba a reventar. La piel se le erizd, solo esperaba el choque contra el suelo y ya se imaginaba a s{ mis- mo hecho pedazos en un terral, pero unos segundos después se dio cuenta de que ya no cafan. Abrié los ojos y descubrié que estaban volando: el caballo habia desplegado dos hermosas y extensas alas cubiertas de plumas tan blancas como los picos de los nevados. Subieron, subieron y subieron hasta que la gran cruz del cerro, junto a su casa, se vio pequefiita. — Adénde vamos? —quiso saber Mateo. —A la tierra de las almas —contesté Chaska. El no enten- did, pero prefirié no volver a preguntar. No podfa quitar de su mente las palabras de aquella mujer horrible sobre su mamd. Y el caballo siguié su camino cabalgando por los cielos hacia los Andes. ‘Tras unas montafias, avizoraron un valle y comenzaron a descender. Un lugar hermoso, de prados verdes y cientos de arbustos de flores amarillas. Un tiachuelo corria serpenteante ae desde la cima de un cerro y cafa hasta cortar el campo. Hacfa frfo a pesar del cielo claro y el sol radiante. El delicioso olor a hierba tranquilizé un poco a Mateo, que habia estado muy ansioso durante todo el camino. En medio de tantas ideas y preguntas, las palabras de aquella mujer horrible le retumbaban en la mente: «No molestes al jovencito que no tiene mamé, pobrecito». Hace tres meses que no vefa a su madre ni a sus hermanos pequefios. Tenia varios dias sin saber de ella. Recor- daba a los nifios desamparados cuya madre murié sin que ellos se enteraran nunca y siguieron esperdndola por siempre. Estaba juntando dinero para ir a verla, pero nunca se le ocurrié que podrfa haber sido victima de alguien. Se lanzé del caballo detrds de Chaska. Una humilde casita de barro y techo de paja se asomaba entre algunos drboles. — Ya me puedes decir qué pasa? ;Dénde estamos? ;Qué hacemos aqui? —Ten paciencia. Hemos venido hasta acd para buscar al chamén Iraya. El nos va a explicar qué sucede... —;Quiere decir que tt...? —Si, yo tampoco sé bien. —Y por qué me has trafdo, entonces? —Traya es quien te dio la piedra que tienes en el bolsillo. Se acercaron hasta la puerta. Ninguno querfa tocar. Chaska decidié palmear: jclap, clap, clap!, como llamando a alguien. —)Shbhh! —le solté Mateo—. jNos pueden oft! — Pues esa es la idea! ;No? Que nos oiga y que nos abra la puerta. 24 Pero nadie atendia. Se acercaron y golpearon suave al principio, mds fuerte después. Nadie abria. Mateo levanté la mirada y en ese cielo maravilloso juré ver dos ojos rojos entre nubes grises. — Mira, Chaska! —le grité sefialando al cielo. Pero la joven no vio nada raro, salvo que era évidente que se avecinaba una tormenta—. jMira otra vez! —le insistié Mateo. Entonces, ella también creyé ver dos ojos rojos que los miraban desde una nube oscura. Se inquietd. — Hueles eso, Mateo? Mateo arrugé la nariz y la movié graciosamente olfatean- do el ambiente. —Parece que algo se quema. Los dos jévenes miraron sobre el techo de paja de la choza de Iraya. Salia humo por la chimenea. Chaska empezé a tocar la puerta con fuerza. Como no obtuvieron respuesta, decidieron abrir pronto. La puerta no tenja Ilave. La rustica cocina de lefia estaba ardiendo por completo a riesgo de incendiar el lugar y, a un lado, dos diablillos pequefios de color azul y barbas blancas danzaban con saltos demoniacos y risas maquiavélicas. Al ver a los jévenes parados en medio de la vivienda, quisieron saltarles encima. Mateo tomé a Chaska del brazo y de un jalén la sacé corriendo. El caballo alado no estaba en‘la puerta. Siguieron corriendo y los diablillos azules los segufan de cerca. Emitian agudisimos chillidos que casi reventaban los timpanos de am- bos chicos. Los perseguian dando saltos cual pulgas gigantes, de orejas y mentén en punta y nariz aguilefia. — Dénde se metié tu caballo? —jNo lo sé! —respondié Chaska—. Y no es un caballo —teplicé muy agitada por la carrera. — {Qué es entonces? —quiso saber Mateo sin mucho in- terés dada la situacién. —Es una yegua. —;Bah! ;Lo mismo es! —respondis él. Y seguian corrien- do con los diablillos azules detrds. De pronto, Mateo se detuvo. —;Por qué corremos tanto? Son apenas unos enanos fla- cuchos. ;Qué nos pueden hacer? —Eres muy valiente, Mateo, pero mejor sigue corriendo. Esos diablitos se te meten al cuerpo y se apoderan de tu cere- bro. Te obligan a hacer cosas horribles. No quieres eso, sno? Mateo retomé la carrera con celeridad, entre la espesa ve- getacién que rodeaba la chocita del chamén Iraya. Chaska tro- pezé y casi cae en un hoyo profundo, parecfa una trampa para animales grandes. Mateo la sujeté justo a tiempo. Los diablillos aprovecharon para acercarse mds, estaban a punto de atrapar a 26 sus victimas, cuando al fin estas encontraron a la yegua bebien- do de las aguas del riachuelo. Treparon de inmediato sobre ella, en el momento en que los diablillos les rozaron los talones. —jArre, Nina! —exclamé Chaska y tuvo que lanzar una fuerte patada contra uno de los demonios que ya la tenfa asida de un pie. El infame termins estrellado contra un 4rbol y eso les dio suficiente tiempo para partir. —Y ahora qué? —quiso saber Mateo. —Tenemos que encontrar a Iraya. —Y desde los cielos vieron cémo la humilde morada del chaman iba consumiéndo- se con el fuego—. Nina, llévanos con Iraya. La yegua de extensas alas cabalgé entre las nubes grises. Su aleteo producfa sonidos metdlicos, como si rayara puntas de fierro contra latas. Y al mover sus cascos, el viento roncaba como un gigante ebrio. Mateo comenzé a sentir un ardor en toda la piel y presién en los ofdos. —TU también sientes eso, Chaska? —No, Mateo. Pero sé a qué te refieres. Intenta relajarte. Alguien trata de impedir que lleguemos hasta Iraya. Nina fue descendiendo y aterrizé en una explanada de una montafia muy alta. Ahi, rodeado de rocas junto a una tosca cruz hecha de ramas, vieron a un hombrecito en cuclillas, tenia una manta multicolor extendida en el suelo, con hojas diversas y botellas encima. Mantenja los brazos abiertos y la cabeza ga- cha. Los jévenes se bajaron de la yegua. —Iraya? —lo llamé Chaska. El hombrecito volted. Era éL, el mismo que le llevé a Mateo la roca que conservaba celoso en el bolsillo de su pantalén. 27 — Mi nifia Chaska! —exclamé y corrié a postrarse a los pies de la muchacha—. ;Qué haces aqui? —He venido con Mateo porque queremos saber qué es esto que le has dado. —Si, y qué significa: «Recupera lo que es tuyo». No en- tend{ nada —le dijo Mateo. El hombrecito se puso de pie. Delgaducho y arrugado, de cabello entrecano que se le escapaba por debajo del sombrero negro de fieltro. Piel tostada y ojos cafdos, pero de mirada enér- gica, sabia y paciente. ‘Ttafa chompa y pantalén de pafio oscuro. Era tal como lo recordaba Mateo. —Chaska, no han debido venir a buscarme. Es peligroso. Yo he venido aqui a hablar con los dioses, huyendo de unos demonios azules de barbas blancas que me seguian y que se apoderaron de mi casa, al otro lado de la montafia. —Si, los vimos —acoté Mateo—. Y ya no queda nada de tu casa. —El comentario no sorprendié a Iraya. —Sabja bien a qué me enfrentaba cuando decid{ ayudar. Son fuerzas malignas muy poderosas, por eso he tenido que refugiarme entre los apus y con esta cruz que tanto los espanta, aqui, lejos de la ciudad. —3Eso tiene que ver con la piedra? No entiendo qué... —Tienes que interpretar la piedra, Mateo, no sé de- cirte mds. Mateo no tenfa ni idea de qué hacer con ella. —;Dénde estamos? —pregunté Mateo. —En tierra de los waris. —iTierra de los waris? 29 —Estdn en tierras ayacuchanas. — Ayacucho? ;Mi mami estd aqui! Claro, «tierra de las almas». —Iraya lanzé una mirada de interrogacién a Chaska. La muchacha lo miré con desaprobacién—. ;Qué pasa? ;Por qué se miran as{? ;La conoces? ;Ella tiene que ver con esto? jEstd bien? No, no me digas que... —a Mateo le temblé la voz de solo imaginar que a su mamé le haya pasado algo malo. Iraya se conmovisé al ver la angustia del muchachito. —Tu mamé estd viva —le contesté Iraya a la vez que le pasaba el brazo por la espalda, como prepardndolo para lo que debia decirle luego. —TU la has visto. ;Le ha pasado algo? ;Por qué se miran asi y no me dicen nada? —Matco se enfurecié y enfrenté a Chaska y a Iraya. Era obvio que ellos sabfan mds de su mamé que él—. ;Quiénes son ustedes? Qué le han hecho? jElla no tiene nada que ver! ;Y mis hermanos? ;Dénde estan? Chaska se acercé para tratar de tranquilizarlo. —Mateo, esctichanos, por favor, somos tus amigos... —;Por qué tendria que confiar en ustedes? jNo los co- nozco! ;Y no me contestan qué pasa con mi mama! —La voz se le quebré. Cayé de rodillas tratando de contener el llanto—. Querfa juntar dinero para venir a verla... —Temblaba y mira- baa Iraya y a Chaska como pidiendo auxilio, se sentfa perdido y desprotegido—. Si saben dénde estd, por favor, diganmelo. ‘Tenia un gesto de derrota, agaché la cabeza. — Pobre Mateo! —Chaska se acercé a él, le tomé la mano para animarlo y ponerlo de pie—. Por favor, confia en nosotros. 30 —Haces bien en no confiar en nadie, muchacho —le dijo Iraya mientras doblaba su manta y guardaba sus brebajes y hierbas—. Hay demasiados demonios por todas partes... pero nosotros estamos contigo... — :Cémo puedo saberlo? —Porque esa piedra que te di te la envia tu mamd —dijo al fin el chamén. Mateo no esperaba una respuesta como esa. Su mamd? {Qué tenia que ver ella con lo que estaba pasando? ;Su mama? —;Mi mamé? —Miraba la piedra mientras procesaba la informacién que acababa de recibir. ;:Le decian la verdad? —Entonces, ti sabes dénde esta. |Dimelo! ;Esta bien? ;Qué le han hecho? —CaAlmate. Nosotros no tenemos a tu mama. Chaska no encontraba las palabras para convencerlo. El segufa ofuscado, confundido, Entonces, ella le pidié ayuda a Quilla, sabia que Mateo confiaba en ella. Y la diosa intervino. —Mateo, sé que me reconoces. —Mateo ofa la voz de Quilla en su mente—. He enviado a una de mis hijas, Chaska, para que cuide de ti. Fue una promesa que le hice a tu madre después del ataque de Supay, cuando querfa llevarse al bebé y tt lo salvaste. Tu madre se preocupé mucho y me pidié que te protegiera contra Maharf. Esa bruja ya sabe que llevas el alma de Sinchi y quiere recuperarla. Solo queremos cuidarte. Mateo reconocia esa voz y confiaba en Quilla. Pero nece- sitaba saber qué pasaba con su mamé. —:Mi mamé hablé contigo? ;Cémo supo ella todo eso? ¢Por qué no me dijo nada? Quiero saber dénde esta... —Ella quiere protegerte. Tienes que confiar en nosotros. Las fuerzas malignas son muy poderosas y necesitamos que seas paciente. Cosas terribles podrian suceder. Por favor, confia... —Y la voz se callé. —Quilla! ;Dénde esté mi mamd? 3Est4 bien? {Quiero verla! ;Por qué me ha mandado esta piedra? —insistia Mateo, pero la diosa Luna ya no estaba con él. Entonces, Mateo mird a Chaska y a Iraya con més confianza. —Yo no puedo decirte por qué te envia esa piedra —le contesté el chamdn mientras se tiraba la manta a la espalda, hecha un bulto con sus menjunjes. En ese momento, las nubes que ya eran grises se volvieron negras y tenebrosos ronquidos se apoderaban del cielo, como estertores del diablo. Dos luces rojas brillaron ente la niebla espesa... —Es la mirada del ma- ligno, pero yo estoy con los dioses, no le temo. —Al menos sabes para qué es? Mateo sacé la piedra y los tres la analizaron. —A mi me parece un mapa —dijo Iraya. — Un mapa? ;Cémo ves un mapa aqui? {Ni siquiera aparecen nombres! —tepitiéd Mateo. —Es que me parece que son rios y montafias. Y dice: «Aya Pampa», —Es cierto, ahora que lo mencionas ya lo veo —dijo Chaska—. ;Y para qué? 32, —Y dénde queda Aya Pampa? —pregunté el joven. —Solo me dijo que se lo entregara a su hijo Mateo y le dijera que busque lo que le pertenece. No sé més. —Entonces dime dénde esté ella para que me lo diga. No es justo, no puedo entender su mensaje... y si esos demonios la tienen... —La angustia y desesperacién del joven eran eviden- tes. Al verlo tan abatido, el chamén se sintié culpable. —Tu mami est4 viva, Mateo... —;Dé6nde est4? —Mateo miraba a Iraya con reproche. El chaman sentia que el chico tenfa razén. —Tu mama... —comenzé a decir Iraya. —Iraya, no... —lo interrumpié Chaska. — Basta! ;Por qué no quieres que me diga dénde esté mi mama? —Es por tu bien, Mateo —contesté Chaska. — Pues no! jYo quiero saber dénde estén mi mamé y mis hermanos! ;Estdn vivos, no? —No sé nada de tus hermanos —dijo Iraya. —Tus hermanos estén en la granja de tu tfa, siempre han estado ahf. No tenfas cémo saberlo, porque no tienen cémo comunicarse —le dijo Chaska. —Y tu mami esté viva. Es prisionera de Mahari —agregd Traya. —sLa bruja? La que estaba enamorada de Sinchi? —pre- gunté Mateo. —Si—contesté Chaska. —La bruja la tiene en el fondo de una laguna, en Huan- ta —continué Iraya—. Yo fui a pescar y of un canto hermoso 33 pero muy triste que venfa del fondo de las aguas. Entonces, me transformé en pez y nadé hasta lo mds profundo. La bella voz me guio hasta una cueva protegida por un enorme toro negro que no dejaba pasar a nadie. Una larga cadena de oro estaba sujeta a una de sus patas traseras. Logré pasar y segui la cadena. No sospeché de mf por ser un pequefio pez. Entonces, entré en la cueva y hallé a Yoriana, con la cadena dorada sujeta a su tobillo, sentada en una roca. Cantaba triste: Intillay, killallay ama sagiwaychu, karuragmi rinay tutayallaymanmi. éD6nde estds, hijo mio? Intillay, killallay ama sagiwaychu. La muerte es solo un sueno. Dile a todos que pronto volveré. »Y yo le pregunté: «;Queé te pasa? ;Por qué estas presa aqui? 3Cémo puedo ayudarte?». ¥ ella me miré entusiasmada y me dijo: «Bendito chamdn de los Andes, estoy presa y hechizada, no puedes liberarme. Pero puedes Ilevarle esto a mi hijo Mateo». Entonces, puso su mano contra su pecho y extrajo esa piedra de debajo de su piel. «No debes permitir que nadie descubra lo que llevas. Dile a él que vaya a buscar lo que le pertenece. ¥ que los dioses te acompafien». Supe en ese momento que me estaba metiendo en problemas, pero también que tenfa que hacerlo. Me pidié que te buscara y que no te dijera dénde estaba. — Mi mami te pidid que no me dijeras dénde estaba? Por qué? —Tu mamé no quiere que se te ocurra ir a buscarla, no quiere ponerte en peligro. Por eso no debes ir —agregé Chaska y le lanzé una mirada de reclamo al chamén. —Lo siento, pequefia. No me parece justo que un hijo no sepa qué le pasa a su madre. —Gracias —dijo Mateo. —Bueno, me tragué la piedra para poder salir de ahi sin que el toro sospechara. Cuando nadaba de regreso, el toro se dio cuenta de que me llevaba algo y quiso detenerme. Yo nadé tan rapido como pude y hui con la piedra en Ia panza, y cref salir del asunto. Sin embargo, desde entonces me siguen los demonios azules para averiguar qué me llevé. En seguida, fui al templo de Pachacdmac para preguntarle si sabfa algo. Y él me conté la historia de Sinchi y Maharf. Me aconsejé que no me metiera, pero que, si decidia Ilevarte la piedra, él y los apus me protegerian de Supay y sus demonios. Entonces, te busqué, te entregué la piedra y me fui con todo a refugiarme entre los apus, en la cueva Pikimachay. Los demonios no han dejado de acosarme. Ustedes me encontraron aquf, en el cerro de la diosa Quilla, pidiéndole que me enviara ayuda. Pero no esperaba que tu vinieras aqui, Mateo. —Entonces, si ya conoces la historia, explicame gpor qué Maharf se llevé a mi maméd? ;Qué quiere ahora? —Mateo los mi- raba esperando una respuesta, pero ninguno decfa nada—. ;Qué quiere de mi mama? Traya se habfa involucrado casi sin querer, aunque él crefa que era la voluntad de los dioses que asf fuera. Y, aunque enten- dia que Mateo debfa mantenerse alejado de Mahari, también se 35 sentfa conmovido por el sufrimiento del muchacho y conside- raba que él tenia el derecho de conocer la verdad. —Mejor averigualo ti mismo. Ven conmigo. Debemos irnos. —wNina puede ayudarnos a bajar del cerro, pero solo mientras haya luz de dia. De noche no ve.nada —dijo Chaska. —;Nina? ;Hablas de la yegua de Quilla? —pregunté sor- prendido Iraya. El tampoco la veia. —Si. Esté con nosotros —confirmé Chaska. —Pues qué esperamos. Al menos que nos lleve hasta abajo. Cargaron con la cruz de lefios y montaron la yegua has- ta que anochecié. Después anduvieron deprisa por el campo. Iraya encendié una antorcha. Chaska guiaba a Nina de las rien- das. Comenzaron a ofr ecos extrafios, susurros apenas, que se repetfan una y otra vez. Parecian gritos graves de agonfa. «Son las voces de las almas que salen de noche», les dijo Iraya. Mateo sintié escalofrfos, pero estaba dispuesto a todo por encontrar a su madre. Empezé la tormenta. El cielo parecfa deshidratarse por completo. La antorcha se apag, pero salié la luna, inmensa y brillante, tratando de colar sus rayos de plata entre las nubes oscuras para ayudar a los caminantes. EI suelo se volvié lodo y el sendero se hacia muy dificil. Mateo no paraba a pesar del cansancio. Iraya iba cargando su cruz de lefios y su manta a la espalda. Los susurros de ultratumba seguian. De pronto, oyeron agudos chillidos acercarse por detras. Voltearon y vieron a lo lejos a los demonios azules que venfan siguiéndolos deprisa. En medio de la oscuridad, avistaron al menos seis que corrfan por el campo siguiendo sus pasos. Sus ojos emitian una intensa luz verde. —Mateo, saca tu cruz —le ordené Chaska. —Tenemos que apurarnos en llegar hasta el cerro All- qowillca les indicé Iraya. Entretanto, los chillidos de los demonios se hacian inso- portables. Se acercaban cada vez mds. Mateo comenzé a sentir que su pie derecho le pesaba demasiado. No podfa ver, pero sentia que arrastraba algo, aunque al tocar no hallaba nada. Hasta que Chaska le dijo al ofdo: —Tienes un alma con cadenas prendida de tu pierna. Mateo dio un salto y comenzé a sacudir el pie como para desprenderse del peso. —Asi no. Tienes que gritarle, insultarla, botarla —le dijo Chaska. —No hay tiempo, tenemos que avanzar lo mds rdpido posible —insistié Iraya—. Los demonios estén muy cerca. Podfan ofr los agudisimos gritos de aquellas espantosas criaturas azules. — Pero no puedo apurarme con este peso! —exclamé Mateo. Estaba agi- tado. Trataba de correr, pero le costaba demasiado. Empezé a sudar a pesar del frio. Iraya sacé un frasco del bolsillo de su panta- lén, se llené la boca de un lquido oscuro y lo escupié con energfa sobre la pierna afectada de Mateo. Luego exclamé: —Supayniykita aparachisayki! ;Aka uma! ;Asna siki! Y el espfritu se revelé molesto: una imagen aterradora, de rostro dectépito y agénico, arrastrando largas cadenas como en una eterna condena; se puso cara a cara con Mateo y le tiré el aliento negro mirdndolo a los ojos, antes de fundirse en la noche con un chillido de alma en pena. El olor a putrefaccién y muerte fue insoportable para el pobre Mateo, de inmediato comenzé a arrojar un vémito verde y estaba a punto de desvanecerse. Pero la imagen de su madre no le permitié perder la conciencia. Los pasos de los demonios al borde de alcanzarlos le recordaron que debfa apurarse. Y siguié avanzando, aunque con mucho esfuerzo. —Serd mejor arrastrarnos —sugirié Iraya—, pronto po- drén vernos. —Nina no puede rampar —dijo Chaska con preocupa- cién—. Y no puede cabalgar sola porque no ve en la oscuridad, menos con tormenta. —No estd del todo oscuro, hay luz de luna... —observé Traya. —No es suficiente para ella. —Pero a ella no pueden verla. No corre peligro. El comentario de Iraya disgusté a Nina y le lanzé una patada. —jAchachau! ;Qué fue eso? —exclamé el Chamén al re- cibir el golpe. —Aundque no la vean, no puedo dejarla sola en medio de la oscuridad —insistié Chaska. —Entonces, estamos perdidos. Necesitamos al menos cinco minutos més para llegar y los demonios azules no tar- darn mds de un minuto en vernos si seguimos avanzando de pie. Las luces verdes ya podfan tocarles el cuerpo. Tuvieron que evadirlas y tirarse al suelo mientras tomaban una decisién. —7Ya s¢! —dijo Mateo—. Volemos sobre Nina. No po- dran vernos. —Te digo que Nina no puede ver... —... Pero puede ofr, sno? Podemos guiarla para llegar a Allgowillca. Volando seria unos segundos. —Eis demasiado peso para volar en la Iluvia, tendrfa que cabalgar —contesté Chaska. —Cabalguemos entonces. Al menos, no podrdn vernos. —Podrian ofrnos... —objeté Chaska. —Y olernos —agregé Iraya. —Tenemos que correr el riesgo. Es nuestra unica alterna- tiva en este momento. Chaska ¢ Iraya estuvieron de acuerdo con Mateo. Sin em- bargo, Nina no estuyo muy feliz: subieron los jovencitos, pero cuando Iraya intenté subir, relinché molesta y lo tiré. No era solo que la potranca se rehusara a llevarlo, a Iraya le costaba mds trepar porque no podfa verla, sin contar con que cargaba su manta a la espalda y la cruz de lefios. Los demonios estaban apenas a unos pasos y oyeron las protestas de Nina. Acelera- ron y lograron ver a Iraya. Lanzaron un gemido de mil fieras y corrieron a toda velocidad, cuando Nina, al fin, le permitid montar al chamdn. 40 —Déjenme aqui y avancen —les dijo Chaska. Iraya y Mateo pensaron que habfan ofdo mal—. ;Avanza, Nina, y no miren para atr4s! —volvié a decir Chaska y se lanzé de la yegua. Nina comenzé a caminar lento, ya que no vefa, y los dos amigos se congelaron de pavor al mirar a la pequefia parada ahi, dispuesta a enfrentar a los maléficos. Una luminiscencia blanca comenzé a asomar por todo su cuerpo; los demonios, cada vez mds cerca. —{jQué hace? —pregunté Mateo casi petrificado al ver el peligro en el que estaba la muchachita. —Creo que intenta brillar, pero no le est4 yendo bien. —No podemos dejarla ahi —dijo Mateo. Y vio cémo Chaska, empapada, volteé a bus- carlos con la mirada, sin poder brillar més—. Nina, regresa por Chaska. —Y Nina dio media vuelta. Los demonios estaban a unos pa- sos, y ella segufa irradiando una te- nue luz con expresién de angustia. Nina llegé justo cuando Chaska estaba a punto de ser alcanzada. Mateo jalé a su amiga, y los demo- nios la vieron desaparecer, devorada por la nada. —Qué intentabas hacer? ;Es- tds loca? —le reclamé Mateo. —La lluvia no me deja brillar... —jCasi te alcanzan! —Ni siquiera respiren —les rogé Iraya. Los demonios bufaban a unos pasos, intuian que sus presas estaban ah{, invisibles, y agudizaron sus ofdos y narices. Husmea- ban en la oscuridad como sabuesos. Mateo sentia cémo se le con- gelaba la sangre. Iraya pugnaba por sostenerse y sostener la cruz, Unica arma que tenia para no ser posefdo por esas criaturas del averno. Chaska acariciaba a Nina para que fuera buena y no hi- ciera ningtin ruido. Y los demonios los atravesaban con las luces verdes de sus ojos, y no podian verlos, pero sabfan que, en algdin lugar cercano, estaban escondidos. As{ que, desconfiados, deci- dieron dar zarpazos tratando de desgarrar lo que no podfan ver. Y su olfato animal los llevé a acorralarlos. Ahi estaban Mateo, Iraya y Chaska sobre Nina, confiando en su poder de invisibilidad, rodeados de seis demonios azules de brillantes y luminosos ojos verdes y barbas blancas, a punto de clavarles las diabdlicas ufias, cuando la tierra comenzé a temblar, timida en un principio, pero pronto se sacudié con tal fuerza que las maléficas criaturas se ca- yeron. Fue en ese instante que Mateo le susurré a Nina: «Ahora, jcorre!... yo seré tus ojos». Y Nina partié imparable mientras la tierra segufa temblando. Mateo la dirigié hasta llegar a las faldas del Allgowillca y fue cuando la tierra dejé de temblar. —Yusulpayki, Pachacdmac! —exclamé Iraya al apearse de la yegua y ponerse de rodillas para besar el suelo—. jGracias, Pachacdmac! —volvié a decir. Desde la falda del cero, oyeron los alaridos de los demo- nios azules llorando su derrota. Mateo y los demas comenzaron a subir. 42 —Pikimachay, estamos a salvo —dijo Iraya frente a un boquerén abierto a unos metros—. Vengan por acd. La entrada de la cueva era extrafia. Parecia como si una inmensa ave hubiera atravesado la montafia con las alas exten- didas. Iraya entrd, y Chaska y Mateo iban detrds. Llegaron a un descanso bien acondicionado, con fogata, agua y viveres. Daba la impresién de que Iraya estaba viviendo ahi. —;Hace cudnto que mi mama te dio esta piedra? —Hace una semana. — Una semana! —Me costé dar contigo, Mateo. Y, ademds, debfa zafar- me de los diablillos azules... Fue por eso que decid{ entregarte la piedra en un viaje astral. — Viaje astral? —Si. {No crefste que fui en persona, no? —E5o cref. —No, Mateo, solo fue mi espfritu. Hace tiempo que no lo practicaba, pero al menos logré entregarte la piedra sin ser visto. —Yo te vi —dijo Chaska—. Y Supay también. 43 — Vaya; qué ingenuidad la mia! Iraya invité a los muchachos a sentarse junto a la fogata. Metié la mano en un costalillo y sacé una botella que contenia un liquido verde. Sirvid un vaso y le dijo a Mateo que bebiera. «Ya que hay tanto que no podemos decirte, Mateo, miralo por ti mismon. Y él bebid el brebaje con asco, porque no acostum- braba tomar algo que no conociera; sin embargo, por esta causa lo hizo y bebié hasta el final. Pronto sintié cémo su cuerpo se desdoblaba y se hacfa tan ligero como una pluma. Se elevé y vio a Chaska, a Iraya y a él mismo en torno a la fogata. Comenzé a elevarse y pronto se transporté hacia una dimensién distinta, absorbido por una fuerza extrafia. La luna se convirtié en sol y la noche se hizo dfa. Y aparecié en una morada de piedra y techo de paja. Era muy rustica. No habia nadie. Entonces, oyd unas voces que se acercaban. Quiso esconderse, pero no le dio tiempo. Una cortina tejida, que hacia las veces de puerta, se abrid y aparecié su madre, vestida con una ttinica de colores. Mateo corrié a abrazarla, pero ni siquiera la pudo tocar. — Mami, estoy aqui, mirame! —le gritd, pero ella no lo ofa. Se dio cuenta de que estaba ahi solo para ver, no para ser visto; y pata ofr, no para ser ofdo. Yoriana habia entrado acom- pafiada de un hombre joven que llevaba un escudo dorado en el brazo, un hacha y una honda colgando del cinturén, también doradas; vestia como un guerrero quechua. Parecfan discutir. —Pero, hijo, te das cuenta de lo que vas a hacer? jEstés desafiando el poder del inca y del dios Inti! Nunca podrés vivir tranquilo con Hirka, por muy lejos que se vayan. Hay muchas otras mujeres que quisicran ser tu esposa, Sinchi, piensa! 45 —Mama, no espero que me comprendas. Solo te pido que me perdones por dejarte asf. Quiero que le entregues a mi tata las armas que me dio una vez para defender a mi pueblo. No las merezco més. Sinchi le entregé el escudo, el hacha y la honda de oro. —Al menos habla con él y pidele que te acompaiie. —No, mama. No creo que lo apruebe. Hirka es un aclla de Inti, él no lo va a aprobar jamds. Solo dile que me perdone. La madre recibé el escudo, el hacha y la honda. —No estoy de acuerdo con lo que hacen, pero de corazén deseo que sean felices. —Queremos llegar a la costa. Te mandaré a avisar para que vengas con nosotros cuando el peligro haya pasado. —No, hijo. Yo soy aclla de Huari. Tui decides tu destino, pero yo no puedo ser tu cémplice. Yo permaneceré cerca de Huati. —Mi tata seguird siendo un dios y ti solo una mujer mortal. —Pero soy la madre de su hijo. —;Qué gano siendo el hijo de un dios si ni siquiera pue- do escoger esposa? —Claro que puedes, mientras no sea aclla de otro dios. —Para mi no hay otra mujer que Hirka, mama. —Tii no quieres hablar con dl, pero no podrds impedir- me que yo lo haga. El te ha ayudado en todas tus batallas y te ha protegido de los peores enemigos. Eres su hijo, seguro que te ayudard. Mateo sintié que una fuerza lo succionaba y desaparecié del lugar para aparecer en un salén apenas iluminado por algunas 46 antorchas, de paredes de piedras muy grandes y un altar con una gran figura de roca tallada: la imagen de un hombre sujetando dos varas, ambas tenfan en un extremo cabezas de ave. Mateo se acercé y analizé con curiosidad la figura. Se dio cuenta de que esas varas ctan muy parecidas a la marca de nacimiento que tenia tras la oreja derecha. La madre de Mateo estaba de pie en el cen- wo, cubierta por un manto tejido, largo hasta el suelo. ~jNo quisiste protegerlo y ahora lo he perdido para siempre! Maharf lo convirtié en piedra y se robé su alma. Se llevé el alma de mi hijo —hablaba con tono de reproche, casi llorando. No parecfa haber nadie mds ahi. De repente, se oyé una voz gtuesa ¢ imponente: —Mahari no puede quedarse con su alma, porque no esté completa: Hirka estaba embarazada, y el nifio, como hijo, tiene parte del alma de Sinchi. Mahari debe conseguir primero el} alma del bebé de Hirka y después buscar el alma reencarnada si quiere tenerlo. Pero para entonces, ya perteneceré a otra persona. —Huari, si el alma de Sinchi va a renacer en otro cuerpo, te pido que me envies a ser su madre en sus prdximas vidas y as{ poder cuidarlo. —Kusi, no creas que no sé que has ocultado las armas que le di a pesar de que debiste devolvérmelas. —E] va a necesitarlas cuando Maharf regrese. Estén bien escondidas. Si quieres, guarda la llave. —Kusi dejé la piedra, que ahora tenia Mateo, junto al fdolo. — Ahora me pides enviarte a ser su madre otra vez? Ya es un hombre. Tomé una decisién equivocada. Sabia a qué se exponia. 47 —Pero era tu hijo! Crees que darle algunas armas con poderes cuando cumplié doce afios fue suficiente? ;Fue el rega- lo de un padre o de un dios? —Amaba a mi hijo tanto como tt y siempre cuidé de él. Hizo algo incorrecto y por eso no lo apoyé. Kusi, no quiero que te vayas. —Més que un pedido, parecia ina orden. —Si no me envias con el alma de Sinchi ahora, no quiero estar cerca de ti nunca mds. El grito de ira del dios retumbé en las paredes y el lugar temblé. Kusi se puso de rodillas y agaché la cabeza y, de inmedia- to, del fdolo tallado en la roca, surgié un gigante con dos enormes varas de piedra. Y en el instante preciso en que parecfa golpear a Kusi en Ja nuca con una de las varas: «; Noooooo! ;Maméaaaa!», grité horrorizado Mateo. Y se lanzé a detener lo que parecia ser un asesinato, pero una fuerza lo absorbié y lo llevé por el tiem- po y el espacio hasta una huaca en medio de ruinas. Era de dia. Yoriana yacfa de cuclillas, otra vez frente a una imagen del dios Huari. Mateo, al verla viva, intenté abrazarla, sin lograr tocarla. —jMamé, soy Mateo! —gritaba desesperado. Ella alzé la mirada hacia la litografia y comenzé: —Sé que estds ahf y que puedes oirme. A mi no me en- gafian estas ruinas. Sé que por siglos has permanecido callado, pero ahora tienes que hablar conmigo, Huari. Ha llegado la hora. —Hubo unos minutos de total silencio. Ella insistié—: Vamos, Huari, necesito que me hables. —Yanay Kusi —respondié una voz. Aunque ya no era esa potente que daba miedo, era mds bien débil y anciana. —Ya no soy Kusi, Huari, soy Yoriana. 48 —Yoriana, me gusta: yanay Yoriana. —Ya sabes por qué estoy aqui, Huari. —Ha pasado tanto tiempo y han pasado tantas cosas... solo quedan ruinas de lo que una vez fuimos. Nuestra civiliza- cién desaparecié. —Méas bien se ha transformado, Huari. El alma de nues- tro hijo todavia vive. Y necesita de nuestra ayuda. —:Cémo es él ahora? Habia nostalgia en esa pregunta. Yoriana sonrid. —Es el mejor hijo que cualquier madre de cualquier vida pudiera desear, Es valiente, noble, trabajador, audaz, guerre- ro... se nota que lleva un alma wari. —Sabes que ese nifio ya no es mi hijo. —De cierta manera lo es. —Tiene la marca? —Y tiene el espfritu. Huari hizo una pausa. —Entonces, ;lleg6 el momento? —Si. Maharf estd cerca. —Pero es muy joven. —No. Cumplié los doce afios hace unos meses. Le he pe- dido a Quilla que lo proteja, pero sabemos que no es suficiente. —Debemos prepararnos, aunque no tenemos mucha fuerza. La maldad de los hombres ha fortalecido a Supay y a sus demonios, y a los dioses nos ha debilitado. Quilla es una de las que permanece més fuerte. —Tenemos que actuar pronto. Necesito saber en dénde ocultaste la llave con el mapa. —Ya lo imaginards: en la cueva del céndor. Yoriana se levanto y salié a paso ligero. Mateo fue tras su madre y comprobé que alguien mds la seguia. Yoriana entré a una cueva en un cerro mientras su acosador la esperaba afuera. Mateo corrié para verle la cara y no soporté aquella visién. Era el mismisimo rostro de la maldad: con todas las arrugas del tiempo, con dos bolas blancas por ojos, la nariz era un amasi- jo de carne que colgaba tembloroso en medio de la cara y dos dientes negros saliendo del otificio que debfa ser la boca. Caminaba rengueando, cubier- to por un manto negro de cabeza a pies. Mateo quiso alertar a su mam de que la esperaba ese 50 monstruo, pero cuando intenté gritar, no le salié la voz. Lo inten- t6 varias veces, pero fue inutil, tampoco podfa entrar en la cueva. Se desvanecié poco a poco y aparecié junto a Iraya y a Chaska frente a la fogata. — Cuidado con la bruja! —grité Mateo en cuanto pudo hablar. i Chaska se sobresalté. —Tranquilo. Estés aqui. A Mateo le costé unos segundos darse cuenta de que ha- bfa regresado. Temblaba. —iQué fue todo eso, Iraya? ;Un suefio? {Una alucina- cién? {Qué me diste de beber? —Te di la oportunidad de que vieras lo que le pasé a tu mama. —Entonces ya sé qué tengo que hacer. —Mateo se metié la mano al bolsillo y sacé la piedra—. sSaben para qué es esto? —Para que busques ahj lo que es tuyo, pero ;qué? —dijo Chaska. —Es el mapa para llegar al escondite donde mi mama, o més bien, Kusi, escondié las armas sagradas de Sinchi, son armas con poderes. Mi mamd quiere que las recupere. — Tu mamé escondié unas armas todos estos afios? —Ms bien, Kusi. Y yo que pensé que no me creyé cuan- do le hablé de Zapam Zucum y de Supay... jy de Quilla! Y ella los conoce mejor que yo. —Si, Mateo. Ella queria... —Protegerme, eso me quedé muy claro. Pero ahora ella est4 secuestrada y todavia no entiendo por qué... qué quiere Maharf. 51 —Pretende que Huari le entregue el alma del bebé y la tuya juntas para recuperar el alma de Sinchi. Pero las necesita juntas; si no, no se puede —le explicé Chaska. —Y Huari cémo haria...? —pregunté Mateo. —Tu sabes cémo se recupera un alma. —Chaska no qui- so entrar en detalles obvios—. Por eso Huari se ha negado. —Quiere mi vida. Al menos mis hermanos tendrfan a mi mama, —No, Mateo, nadie espera eso. Ademés, no servirfa de nada sin el alma del bebé —lo interrumpié Chaska. —Yo no dejaria que le hicieran dafio —terminé de decir Mateo. —Si nadie te dijo nada, fue precisamente porque entre- garle las almas no es una opcién —le aclaré Chaska. —Y entonces, jqué estén haciendo? ;Cudl es el plan? ;O quieren dejar que Maharf tenga a mi mamd secuestrada por siempre? —Ella y Supay. Ambos tienen secuestrada a Yoriana. Su- pay es un diablo muy poderoso porque se alimenta de la mal- dad. Nuestros dioses han sido olvidados por la mayor parte de los hombres. Mateo, debes tener paciencia. Los dioses se estén preparando... —insistid Chaska. —Paciencia? ;Pero si ya he tenido bastante! jHace casi tres meses que no veo a mi mamé! Ni siquiera sé cémo estarén mis hermanos sin ella. —Ellos estén bien, estén con tus tios. Tienes que confiar... —;Confiar? ;En quién? En tus dioses imitiles? ;Quieren ue espere a que esa bruja loca la mate? jlgual me va a matar q i 52, tarde o temprano! —Mateo levanté la voz con furia, aunque el sentimiento que lo embargaba era la tristeza. —Mateo, entiendo cémo te sientes, pero escucha lo que te dicen —le sugirié Iraya. —Esos nifios... esos ocho nifios bajo las catacumbas..... —;De qué hablas? —pregunts Iraya. —Hazce dos afios conocf a ocho nifios que buscaban a su mamé. Llevaban mucho tiempo buscdndola y ella estaba muer- ta. —Respiré profundo—. Ahora sé qué es lo que voy a hacer: recuperaré las armas y después iré a rescatarla. — (Tu? ;Te volviste loco! —exclamé Chaska. —Crteo que no sabes lo que dices, muchacho —le dijo con pesimismo Iraya. —Primero, habria que ver si esas armas estan atin ahi. Se- gundo, eran armas de Sinchi, aunque, bueno, tt eres Sinchi... —dijo Chaska. —jNo! —grit6 Mateo—. ;Basta con eso! Puede que sea la reencarnacién de Sinchi, pero no soy Sinchi, soy Mateo. ‘Tengo mi propio cuerpo y mi propio cerebro con ideas y sen- timientos. Yoriana es mi madre, no de Sinchi, es mia. Ella no es Kusi, es Yoriana. Yo quiero ir por ella... —Estaba muy exaltado—. Mi padre, Terencio Gamboa, antes de morirse me dijo que siempre recordara que soy su hijo, y como su hijo tengo también parte de su alma. Fl fue un buen padre. Esta puede haber sido el alma de Sinchi hace cientos de afios, pero ahora es el alma de Mateo Gamboa Callafaupa, hijo de Terencio Gamboa y Yoriana Callafiaupa. Yo no conozco a Huari. —Las palabras de Mateo no daban pie a ningun 53 contraargumento—. No tienen que venir conmigo. Solo quicro que me expliquen cémo Ilegar a la laguna donde tie- nen a mi mama. —As{ quisiera dejarte ir solo, no podria. Mi deber es protegerte. No debes ir, pero si vas, voy contigo —le contesté Chaska—. Ademas, si fuera mi mamé, yo también irfa a resca- tarla, asf la tuvieran diez mil demonios. —Y yo te acompafiaria —agregé Mateo. —Lo siento, pero Yoriana me pidié que no te dijera dénde estaba —dijo Iraya. Las facciones del pobre Mateo se descompu- sieron. Tivo la sensacién de que nada convencfa al chaman. —Estd bien, no me lo digas. Buscaré en cada laguna de Huanta. No creo que haya muchas. —Cuatro. —De todas maneras, si ya me entregaste la piedra, no veo por qué sigues con nosotros. Ya cumpliste. Mateo le sostuvo la mirada con reproche. A Iraya le dolié el dolor de su joven amigo. Le conmovia ver con qué arrojo es- taba dispuesto a enfrentar los peligros. Se sintié cobarde e imitil y agaché la cabeza. —Pero no dije que no te ayudaria. —La carita de Mateo se iluminé—. Cuando tenfa ocho afios, mi mamé estaba en el campo, pastando a las vacas, cuando un puma aparecié entre los drboles y la atacé. No hay dia en que no me reproche a mf mismo no haber estado ahf para defenderla. No pude salvar a mi mami, pero quiero ayudarte a salvar a la tuya. Mateo se acereé a él y lo abrazé. —Gracias, Iraya. —Empecemos por prepararte para recuperar ¢sas armas que vas a necesitar para el rescate. Extendié su manta, preparé sus pécimas y hierbas, y sacé a su mascota: un gracioso cuy que tenfa guardado en una jaulita. Mateo sontié por primera vez en muchas horas al ver al animalito. —;Cémo se llama? —pregunté contento. —Michi —respondié el chaman. —;Michi? ;Eso no significa ‘gato’? —Asi es. Mateo recordé a Cuy. La preocupacién por su mama no lc habfa permitido vivir su tristeza por lo ocurrido a su gato. Se dijo a s{ mismo que cuando todo terminara iba a llorarlo. —Muchacho, yo sé que cuentas con la bendicién de los dioses, pero tienes una gran carga que debes dejar antes de em- prender la lucha. —; Carga? —Si. Llevas el espfritu pesado. Mateo miré a Chaska, desconcertado. —jEspera, Iraya! —lo interrumpié la muchacha—. {Qué le vas a hacer? —Nada que duela. De todas maneras, no podemos salir durante la noche. El chamdn encendié un par de antorchas y dispuso su trabajo. Amarré hierbas de aqui y de alld, se hizo la sefial de la cruz y comenzé a pasarlas por el cuerpo de Mateo, que estaba echado sobre el suelo. Era una ceremonia en la que Iraya dan- zaba con pasitos cortos y entonaba cantos andinos ininteligi- bles. Enrollé otras hojas y las encendié como cigarro, fumaba 55 y lanzaba el humo sobre la cabeza de Mateo y le posaba ambas manos mientras seguia con los cantos quechuas. La cueva se lend de humo con olor a eucalipto. Asi por largo rato hasta que el chico se quedé dormido. Abrié los ojos de pronto cuando Iraya lo rociaba de un liquido rosado directo de su boca. —jAj, Iraya, no hagas eso! —le pidié Mateo en una clara expresin de asco. —Tranquilo, mds cochino de lo que estabas no vas a que- dar —le contesté el chamén. —,Cudnto tiempo he dormido? —Creo que unas tres horas —respondié Chaska. —jTanto! —jQuieto! le ordené Iraya—, todavia no termino. Luego del bafio indeseado, el chaman toms al cuy y se lo pasé por la cabeza y el pecho. El pequefio animalito color caramelo y blanco parecia disfrutar la actividad. —Oye, Iraya, no irds a matar al cuy, gno? —pregunté Chaska. — Matar a Michi! ;Qué te pasa, nifia? ;Nunca! —Es que a veces... —No, mi nifia. Michi me ayuda a sanar. Para sanar, no hace falta matar. Una hora més tarde, Iraya le dijo a Mateo que habfa terminado. Mateo no sentfa un cambio especial, pero noté que ya no tenia el dolor constante en la pierna que le habia quedado después del ataque del pishtaco, hace dos afios. Tam- poco le dolfa la mano donde le cayé el escupitajo verde en el autobtis, ni sentia la angustia y desolacién que se habfan ins- talado en su pecho desde que se dio cuenta de que algo pasaba con su mamé. En efecto, pudo notar que tenfa mejor 4nimo y energfas para comenzar la batalla que se habia propuesto comenzar. —Gracias, Iraya. Me siento mucho mejor —le dijo Ma- teo, con un abrazo. —Por nada, muchacho. Eso también te har4 més fuerte en caso de que nos ataquen los demonios azules. Mateo sacé la piedra blanca de su bolsillo: —Primero, tengo que descifrar este mapa para ver dénde estan las armas. —Recuerda que no podemos alejarnos de los apus, ellos nos protegen —le recordé Iraya. —Deberfamos buscar el apoyo de otros dioses... —sugi- rid Chaska. —No lo tomes a mal, pero los dioses... —Mateo no con- fiaba mucho en ellos. —No todos son iguales. Para comenzar, olvidas que con- tamos con mi madre, Quilla... —Ella sf, claro, pero los otros... —Y ya viste cémo los apus y Pachacdmac nos ayudaron ayer —agregé Iraya—. Sin ellos, jamds lo habriamos logrado. —Es cierto, pero... —Y Huari... esta viejo, pero él quiere protegerte como sea... —le dijo Chaska. —jEl no me quiere en esto! ;No quiere que busque a mi mama! —No quiere sacrificarte como a un animalito —le aclaré Chaska. —Entre ellos no hay acuerdos, ;no? —quiso saber Mateo. —No. Todos quieren ser poderosos —dijo Chaska. —Entonces, llegamos a lo mismo. —Mateo no querfa apoyarse en los dioses. —Bueno, bueno. Comencemos por tratar de entender el mapa. Luego vemos qué dioses podrian ayudarnos —propuso Iraya. Mateo colocé la piedra blanca de alabastro debajo de una de las antorchas. Los tres la observaron unos segundos antes de decir nada. Intentaban descifrar las lineas y los dibujos tallados. Debajo, algo escrito en quechua: Aya Pampa. —A qué se refiere con «valle de almas»? ;Sera el pueblo en el que estén? —pregunté Mateo. 58 —No conozco en esta zona ningtin pueblo con ese nom- bre. Pero si es una roca de hace cientos de afios, todo debe haber cambiado, incluso los nombres... —Lraya analizé sus pa- labras unos segundos—. ;Hablas quechua, Mateo? —Entiendo bastante. Més si lo leo. —Interesante. Sobre todo, porque el quechua no tenia escritura conocida, mucho menos en alfabeto latino. —Quiere decir que... —... esa inscripcién es reciente —completé la idea Chas- ka. Los tres analizaron el trazo de las letras. —Si, miren la diferencia entre el relieve del mapa y el de las letras! —Yoriana debe de haberlo hecho durante su cautiverio —dijo Chaska. —Tiene mds sentido para mi —dijo Mateo. Iraya y Chas- ka esperaban una aclaracién—. Comienzo a recordar por qué sabia bien la traduccién de Aya Pampa. Hace dos afios, después del ataque del pishtaco y de Zapam Zucum, mi mam me trajo a Ayacucho. Fue un viaje muy largo, no puedo recordar el nom- bre, pero Llegamos hasta un sitio muy bello, con muchas piscinas. Ella me dijo que era donde las almas iban a purgar sus faltas y que ella lo amaba Aya Pampa, que significa ‘valle de almas’. —;Piscinas? ;Cémo las de los hoteles? —pregunté Iraya. —jNo! Eran naturales, como cascadas de agua turquesa. Me dijo que habfa una leyenda que contaba cémo una mujer cayé en profunda tristeza después de la muerte de su esposo durante una guerra. Ella deseaba irse con él para fundirse en un alma—como dictaba la tradicién wari— al Haqay Pacha, algo asi como el 59 cielo, y le pedia a Wiracocha que la llevara. Mas el dios no queria Ilevarla; le dijo que tuviera paciencia, que no era su momento y que ya le Ilegaria la resignacidn. Pero la pena era cada vez més honda. Entonces, la mujer decidié bajar a las profundidades del Uku Pacha, algo asf como el infierno, y ahf lord ldgrimas oscuras, dia y noche por un afio, hasta hacer un pozo marrén de l4grimas amargas. Cuando ella vio el pozo lleno, se acomodé a un lado y siguié llorando por otro afio, y otra vez sus légrimas hicieron otro pozo, un escalén més alto que el anterior. Y cuando lo vio lleno, hizo otro y luego otro, formando una escalera de treinta y dos pozos de turbias l4grimas oscuras en treinta y dos afios a través de los pasajes del Uku Pacha. Hasta que un dia, finalmente, alcanzé el Hagay Pacha con sus pozos. Wiracocha, convencido de que la mujer nunca se recuperarfa de la pena, la dejé pasar para estar al lado de su esposo. Y ella comenzé a llorar de felicidad, aunque esta vez su llanto, que bajaba del Haqay Pacha, tenfa el hermoso color turquesa que tiene ahora. Es por eso que las almas viajan de todas partes, atravesando los campos, para purificarse y curarse ahf antes de presentarse ante Wiracocha. Alld me llevé para «pu- rificarme». Durante un afio, le ped{ que me contara ese cuento cada noche. No porque me gustara tanto, sino porque a ella le brillaban los ojos cuando lo hacfa. Se vefa més linda. —Es que no es un cuento, es la historia de su abuela —respondié Chaska. —iDe qué abuela? ;Qué hablas? —La abuela de Kusi, es su historia. Ella vio a su abuelita llorar cada dfa por la muerte de su abuelo hasta que se fue al Uku Pacha, por eso le gusta ir a ese lugar —aclaré la hija de Quilla. —Y ya sé dénde queda: las aguas de la garganta del dia- blo: Millpu. Es un lugar perfecto para esconder las armas. Hay cuevas y escondites —dijo Iraya. —;Qué esperamos? ;Vamos! —Mateo queria partir de inmediato. —No tan rdpido. Primero tenemos que dedicar unos mi- nutos a los dioses que nos tienen que acompafiar —le reclamé Iraya. Mateo frend su prisa, miré a Chaska como esperando indicaciones. —Huari ha estado tratando de reunir a varios de ellos. Sabemos que Maharf también esté buscando mds apoyo —le explicé Chaska—. Necesitamos a Inti, pero, como dije, Inti no quiere intervenir porque... —... Sinchi le robé una aclla, ya lo sabemos. :Nadie le ha explicado que eso fue hace cientos de afios y que Sinchi ya no existe? —Para los dioses, el tiempo no tiene significado le ex- plicé Iraya. 61 —Muchas cosas no tienen significado para mf. Sé que todavia soy un nifio, pero stodo esto porque una bruja se ena- moré de un guerrero?... no encuentro el sentido. —No, no lo tiene. Mi mamé sospecha que hay algo més. Pero no tenemos cémo averiguarlo. Al menos, todavia... Partieron con los primeros rayos del amanecer. Hacia mucho fifo, as{ que debfan ir muy abrigados. Iraya cargé en su manta hierbas, brebajes y ofrendas para los dioses; Mateo abrazé a Michi, y Nina los llevé a todos. Tenfan temor de de- jar la cueva porque los demonios andaban por todas partes. Al menos, estando con Nina, no podfan verlos. A dos horas de camino, por el exceso de peso, debieron bajar para que Nina bebiera un poco de agua. Y, en cuanto tocaron tierra, Michi salté y empezé a correr a toda velocidad. Mateo se bajé tras él para no perderlo. —jMichi, espera, no te vayas! —le gritaba. —jMateo, déalo! jSeguro que quiere ir al bafio! —le grité Iraya, pero Mateo no le presté atencién. Corrid tras Michi, que se trepé a un drbol, y Mateo trepé tras él. El animalito se detu- vo en una rama delgada. Mateo lo llamaba para que regresara. Michi se paré en dos patas, movia su nariz nerviosamente y se frotaba los dedos de las patitas delanteras. —Vamos, Michi, tenemos que irnos —insistia el joven. De pronto, Michi miré detrds de Mateo y sus ojos crecie- ron como si hubiera visto al diablo... a un diablo azul. Michi se bajé deprisa de un solo salto y Mateo giré a mirar qué habia espantado tanto al cuy, temiendo encontrarse con lo que se encontré: uno de los demonios azules. Ni siquiera tuvo tiempo 62 de sacar la cruz: la repulsiva criatura de afilados dientes y bri- llantes pupilas verdes le salté encima y se metié en su cuerpo. Mateo grité y peled unos segundos, pero no hubo mucho que hacer. Luego, el cuerpo poseido se bajé del drbol y caminé sin poder mirar hacia donde estaban los demés. Mientras, Iraya y Chaska, desde el lomo de Nina, sin saber lo ocurrido, lo vieron bajar del arbol. Michi ya estaba en manos del chamdn y, al ver a Mateo, comenzé a chillar como loquito y se escondié bajo el sombrero de Iraya. El chamén sospeché y alerté a Chaska, que ya observaba desconfiada la actitud extrafia de Mateo. —iCrees que...? —Lo encontré un demonio azul, si, sin duda. Obsérvalo, no tiene idea de qué hace ahf —comenté Iraya. Hablaban muy bajito para no ser descubiertos. —Y ahora, :qué hacemos? 63 —Tenemos que recuperar a Mateo, no podemos dejarlo. —Por supuesto... ;Cémo? Seré mejor que venga mi mama. —No hay tiempo, tenemos que impedir que se lleven el mapa. Yo puedo ayudar. —jNo! jQué tal si te ataca! —Mejor a mi que a él, sno? No te bajes, pero estate muy atenta para partir rdpido. El chamén se lanzé de la yegua y aparecié ante Mateo. —Mateo, vamos —le dijo. El joven lo miré a los ojos sorprendido. Su mirada era la de un loco, sus pupilas estaban dilatadas y verdes, y no lograba articular palabra. Le mostré los dientes a Iraya como una fiera salvaje. Iraya intenté mantenerse calmado. Se acercé hasta el jo- ven y le arrancé la cruz de plata que colgaba en su pecho para sostenerla ante los ojos del intruso. —jLucha, Mateo! —grité el chamdn y comenzé a decir una serie de plegarias quechuas con improperios contra los de- monios—: ;Kanalla, wagrasapa, hamp ‘atu uya, rishpa siri! ;Rish- pa siri! ;Rishpa siri! Y mientras repetia las mismas palabras, sacé unas ramas de su manta y las sacudié contra el cuerpo posefdo de Mateo. Sacé un brebaje, se metié un poco a la boca y se lo escupid en- cima. El joven posefdo se tiré sobre el chamdn mientras este se- guia repitiendo las mismas palabras. Forcejeaban. El demonio intentaba quitarle la cruz que lo debilitaba. Colocé sus manos alrededor del cuello de Iraya y comenzé a ahorcarlo. Chaska observaba y, al notar que Iraya estaba siendo vencido, convocéd a su madre. Iraya estaba perdiendo la voz, pero no dejaba de sostener la cruz. —jMateo, lucha! jHazlo ahora! No te dejes ganar por el mal, tu mamé te necesita... La voz de Iraya se estaba apagando, ya el chamdn habfa dejado de lado la cruz y perdia la consciencia a manos de Mateo poseido por el demonio. De repente, un potente ¢ inesperado rayo de luna surcé el cielo diurno para clavarse en las pupilas verdes del invasor. La fuerza de la criatura fue debilitandose. El cuerpo de Mateo comenzé a suftir convulsiones, sus ojos se blanquearon, le salié espuma verde encendido de la boca. Daba gritos aterradores con la voz del mismisimo Lucifer. Solté el cuello de Iraya y se dejé caer sobre la tierra, se retorcia como una vibora adolorida. Levanté una roca con Ja mano derecha y estaba a punto de golpearse la cabeza, cuando la mano izquier- da lo detuvo. Solté la roca y pronto se levanté y recogié la cruz de plata que Iraya habia dejado caer antes de desmayarse, la empuiié de manera que la criatura del mal la viera y asi logré echar al demonio de su cuerpo. Entretanto, Chaska vio a la espantosa fiera azul ahf parada, ordené a Nina que la atacara, y la yegua corrié, invisible, y la embistid. El demonio, vencido y aturdido, desaparecid. Mareado atin, el joven corrié a auxiliar a Iraya, pensé que estaba muerto. Comprobé que respiraba. Lo sacudié con la esperanza de hacerlo reaccionar. Cuando al fin el chamén abrié los ojos, Mateo lo abrazé emocionado. —La préxima vez, deja que Michi vaya solo al bafio —le dijo el chaman mds hicido. Mateo respiré aliviado y sonrié ante el comentario de Iraya. 65 —;Qué esperan? ;Suban, que ese demonio ha ido a traer a sus amiguitos azules! —les grité Chaska. Partieron deprisa. Decidieron avanzar bordeando los ce- rros, cerca de los apus. Era un camino mucho mis largo, pero mis seguro. —Ese rayo fue de tu mamé, ;no? —pregunté Mateo. —Si. Pero le cuesta mucho hacer algo asf de dia. Sobre todo, si Inti no colabora. Su luz es muy brillante de noche; pero cuando hay sol, no se ve. —Gracias, Quilla —murmuré Mateo. Atardecia cuando por fin pudieron ver la grieta profunda de Millpu, que en verdad parecia la garganta del diablo. El turquesa de las aguas que corrfan por las piscinas, 0 pozos naturales, destacaba en el hermoso paisaje. Entonces, Mateo sacé la piedra con el mapa. —Creo que debemos esperar a mafiana —opiné Iraya—. Al anochecer salen las almas y vienen a purificarse aqui. No les va a gustar verte merodeando por sus aguas. —wNo me importa... —Mateo, creo que debes escuchar a Iraya —le aconsejé Chaska. —No quiero esperar —resolvié Mateo. —Bueno, serd mejor que intente buscar a los dioses para que nos ayuden —propuso el chamén y se bajé de la yegua con Michi y sus aparejos. Extendié su manta y se quedé de rodillas a los pies de una montafia de piedra. —Intenta con Urpay Huachac —le dijo Chaska. —Chaska, volemos con Nina para tratar de identificar cual es la parte que est4 en el mapa. 66 Asf lo hicieron. Nina, a pesar de estar cansada, extendié sus hermosas alas blancas y sobrevold el angosto cafidn. Mateo iba con la piedra de alabastro en la mano, tratando de definir dénde podrfa haber ocultado Kusi las armas. —Alla! ;Mira, Chaska, es alld! —exclamé emocionado Mateo, sefialando una parte que se asemejaba a los trazos he- chos en la piedra. El sol se ocultaba deprisa, como queriendo entorpecer la btisqueda. El cielo se cubrié de colores intensos: anaranjados, violetas, morados, magentas. Del otro lado, ya salfa la luna. Aunque no le tocaba, aparecié completa, brillante, y tan grande y cercana que iluminaba por doquier. Mateo, Chaska y Nina descendieron hasta las profundidades de la grieta de Millpu. Llegaron tan profundo que la luz de la luna los iluminaba ape- nas. El frfo era més intenso y las aguas estaban heladas. Parecia el lugar indicado en la piedra. Los detalles del paisaje coincidfan. —Son muchos pozos, Mateo. Con el frio y la oscuridad del fondo, no vas a poder encontrar nada. Ademés, estamos en terreno cnemigo. Si las armas estén escondidas debajo de las aguas, no las vas a ver. Mateo miré a Chaska y pensé que tenia razén. Pero no deseaba esperar. Se senté a analizar qué hacer. Cerré los ojos y pensé en su mamé, en qué le dirfa ella si la tuviera al lado. Y de repente, las aguas comenzaron a iluminarse desde adentro. — (Mira! jHay luz en el agua! —exclamé Chaska. — Es cierto! ;Cémo...? —Unrpay Huachac —respondidé Chaska. La diosa preinca habja acudido al llamado de Iraya y habfa enviado un banco de peces fosforescentes a la buisqueda. El rostro de Mateo brillaba de alegria. Se quité la ropa, que- dandose solo en pantaldn, y se lanz6 a las aguas frias. Los peces eran como una gran l4mpara subacudtica. Mateo se sumergié en una, dos, tres, cuatro, ocho pozos. Revisé hoyos, levanté piedras, cavé posibles escondites, pero no encontraba nada. El fro lo esta- ba descalabrando, ya casi no sentia las manos y los ojos le ardfan demasiado. Salié a la superficie. Chaska continuaba cuidando que no llegaran los demonios o ningtin enviado de Supay. Y quie- nes comenzaron a llegar fueron las almas: un grupo de espectros que rodearon los pozos donde Matco realizaba la busqueda. La vision era dantesca: imagenes decadentes de hombres y mujeres sufriendo la miseria de no poder descansar ni siquiera después de muertos. Su aspecto correspondia al de las almas en deuda con los dioses: opacas, feas, pesadas. Un olor desagtadable, como a huevo podrido, inundé el aire. Mateo sintié un escalofrio al encontrarse 68 con el grupo. Pero lo curioso de esto fue que no tuvo miedo. Tam- poco pensé en esconderse. De alguna manera, sintié compasién por aquellos fantasmas miserables. —;Qué hace un vivo en estas aguas? —le pregunté uno con voz nada amistosa. —Estoy buscando algo que me pertenece —contestd Mateo. —;Que te pertenece? Todo lo que hay aqui le pertenece al amo de las profundidades —dijo otro—. ;Qué puede ser tan importante que te atreves a perturbar el mundo de los muertos? —Estas aguas provienen del Haqay Pacha. Desde alli, el alma de mi ancestro llora de alegria y por eso son tan puras. Mi madre, que es prisionera de Maharf, me ha enviado a buscar unas armas que escondié aqui hace cientos de afios, y las quiero para poder liberarla. Solo les pido que me dejen seguir buscdn- dolas. Si yo no voy por mi mamé, nadie lo hard. Prometo que en cuanto encuentre lo que busco, no los molestaré mds. Las almas lo oyeron conmovidas. No solo le dijeron que siguiera buscando, sino que se metieron a buscar con él. Algunos pozos més abajo, donde ya en definitiva no llegaba la luz de luna, en lo profundo de un gran pozo, encontraron una cueva muy escondida. Los peces fosforescentes temfan entrar. Hasta las almas temfan entrar por lo profunda que estaba. Igual, todos entraron. Y cuando los peces se encendieron, un destello dorado broté tras una roca. Mateo y las almas trataban de moverla, pero no podfan. —jLa piedra! —se dijo de pronto Mateo. La roca tenia un orificio que correspondia perfectamente a la forma de la piedra: era una Ilave. El jovencito la colocé y la 69 roca comenzé a rajarse. En segundos, se convirtié en miles de piezas que fueron cayendo un tras otra hasta develar el tesoro que protegfa: el escudo, el hacha y la honda de oro, Mateo se emocioné al verlos, eran reales. Incluso las almas se deslum- braron con su brillo y belleza. Se colocé el escudo, colgé de su pantalén la honda y empuiié el hacha para salir al fin de las aguas del «valle de las almas». Chaska festejé el hallazgo. Al despedirse, Mateo agradecié la ayuda a sus amigos del més allé y noté que ya no tenjan ese gesto de pena que trafan cuando Ilegaron. Mas que fantasmas tristes, lucfan como espf- ritus festivos. «Es que ahora estn limpias y, ademas, estén con- tentas por ti», le explicé Chaska mientras regresaban a buscar a Iraya, montados en Nina, que volaba guiada por la voz de Mateo. Al pie de la montafia de piedra, segufa el chamdn convo- cando a los dioses. Desde el cielo, Chaska y Mateo observaron que se hab{a rodeado de grandes rocas y habfa construido una cruz con maderos, Cuatro demonios azules andaban buscando la manera de atacarlo. —Ya saben que él te ayuda y que es poderoso —comentd Chaska—. Aunque su poder sea solamente humano, tiene con- tacto con los dioses y con las divinidades del Hanan Pacha. Van a tratar de destruirlo y alejarlo de ti. —,Crees que puedan? —No sé. Nina aterrizé junto a Iraya y los chicos le avisaron al cha- mdn que tenian compafifa. No sabfan qué hacer, ya que Nina no podfa ir muy lejos en la oscuridad, aun cuando Mateo la 71 guiara. Los maléficos estaban muy préximos, pero no se atre- vian a pasar el cerco de piedras. —Tenemos que encontrar la manera de salir, Quiero par- tir pronto. —Pues no creo que pueda ser esta noche —opiné Iraya. —Ni siquiera has descubierto el poder divino de tus ar- mas. Necesitas conocerlas bien antes de usarlas —le aconse- j6 Chaska. Y tenfa razén—. Deberiamos pasar la noche aqui. Después de todo, mi mamé nos estd cuidando atenta y también estdn los apus. Mafiana podemos volver con Nina. Mateo pensé unos segundos. —Esta bien. Pero saldremos a primera hora. ‘Todos estuvieron de acuerdo. Encendieron una fogata y esperaron a que llegue el dia siguiente. Mateo se levanté muy temprano para analizar las armas. Ademds de ser hermosas piezas de orfebreria, el muchacho no podia encontrarles nada mas. Iraya lo observé un buen rato intentando hallar botones secretos o piezas magicas, sin éxito. —Chaska, ti deberfas saber de qué se trata todo esto —le reproché Mateo. — Yo? ;Por qué? —Porque tii tienes mds experiencia con dioses —le con- test6 ¢l—. No entiendo qué tienen de especial, ademas de ser muy livianas a pesar de ser de oro. —;Por qué no le preguntas a Huari? —le sugirié Chaska. —;Huari? No tengo idea de cémo hacer eso. Ademés... no sé... — No quieres ir por tu mamé? jHabla con él! El conoce la situaci6n mejor que nadie. Después de meditarlo, Mateo acepté ir a buscarlo. Asf, se encaminaron los tres montados en Nina hacia las tuinas wari, donde estaba el templo del anciano dios. Al salir, vieron a los demonios pululando alrededor. Fueron varias ho- ras de camino a través de valles y péramos, en muchos de los cuales apenas habia algunos ichus, y en otros, muchos arbustos de retama, Pararon un par de veces para que Nina descansara y bebiera agua, pero nadie se bajd. Llegaron a las ruinas hacia el mediodia. El sol alumbraba, pero no calentaba. Chaska llevé a Mateo ante el altar de Huari. —Solo trata de hablarle. —2Y si no quiere ofrme? —Insiste. En algtin momento te oird. Y asi fue. Mateo primero se quedé observando el inti- midante {dolo de piedra, supuesta imagen de Huari. Después, comenzé a mascullar palabras como: «Hola, necesito hablar contigo». Y nada pasaba. «Soy Mateo. Se supone que llevo el 73 alma de tu hijo», dijo en otro momento. La tierra tembl6é un poquito, casi imperceptible. Mateo se puso de rodillas y colocé las armas en el suelo. —Por favor, necesito que me ayudes. Fue entonces cuando escuché con claridad una voz: —Te esperaba. —E] muchacho sintié que alguien le toca- ba la oreja derecha y se la volteaba—. Tienes mi marca. —Escucha, a pesar de esta marca, no soy tu hijo. —Lo sé. Sinchi era un valiente guerrero, nacié para com- batir. —Si, bueno, yo no soy ese... Soy apenas un chico pobre, sin papd. Lo tinico que en verdad importa en mi vida es mi mama y mis hermanos. —Kusi —No, ella no es Kusi; es Yoriana. Ya que ti no puedes ayudarla... —jNo es que no pueda! ;Maharf me pidié entregar tu alma! —La voz de Huari se habfa hecho mds potente y se exalté. Mateo se asusté con el cambio. Luego, Huari moderé el tono, se tranquilizé—. Escucha, Mateo, he estado reuniendo fuerzas para atacar a Supay y a Maharf y recuperar a Kusi... Yoriana. Pero toma tiempo. Hay dioses que no quieren participar, otros, como yo, que ya no tienen mucha fuerza. Supay es poderoso y también est4 reuniendo aliados. Esto es mds que una disputa por el alma de Sinchi... pero todavia no descubrimos qué hay detrds. Hace siglos que no hablamos entre nosotros. Y ahora, no sé qué hacer para ayudar a tu madre sino esperar a reunir més fuerzas. Yo estoy muy débil para enfrentarme solo a Supay. 74 —Huari, yo no soy un fuerte guerrero como Sinchi, lo sé, pero es mi alma la que quieren. Asi que voy a recuperar a mi mamé, aunque tenga que quedarme a cambio. Solo necesito que me ayudes un poco. —Y por qué vienes a buscar mi ayuda? No eres mi hijo y tampoco soy tu dios. Mateo medité unos segundos. Sentfa que Huari tenfa ra- z6n. 3Por qué debia ayudarlo? Hurgé en su corazén y dijo: —Tienes razén, Huari. Hace unos segundos te dije que era un pobre chico, sin nada mds que una madre y dos hermanos. Pero esta marca tras la oreja que cref casual y que nadie ve es la marca de otra vida, una que no conocfa y que fue importante para muchos... Tal vez no sea Sinchi, pero tengo parte de su alma y, aunque mi padre fue Terencio Gamboa, también siento que ten- go el alma de un wari. Si ti me ayudas, te juro que serds mi dios. Huari se sintié revigorizado. Las palabras de Mateo lo habjan recargado de poder y orgullo. —Esas armas tienen la capacidad de protegerte de todo, de acuerdo con el momento. Tienes que usarlas y aprender a conectarte con ellas, como si fueran parte de tu cuerpo. Y son indestructibles. Yo mismo las fabriqué para ti... para Sinchi. Huari se hizo visible: un gigante de rostro marchito y voz ajada. Mateo se impresioné al comprobar cudn diferente lucia del dios que vio cuando Kusi hablé con él. Sin embargo, no habia perdido su talla impresionante ni la fuerza de su presencia. —Tu madre tenfa razén: eres un wari. No estds solo, Ma- teo. Aunque no seamos muchos, estamos unidos y te vamos a acompafiar para rescatar a yanay Yoriana. Poco a poco, tenemos 75

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