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ÉTICA Y CORRUPCIÓN POLÍTICA

La cuestión de la corrupción política ha estado presente siempre en


la democracia desde Grecia y Rom a Clásicas, aunque no tanto en
los tratadistas políticos com o en la práctica política — vigilancia
ciudadana, rendición de cuentas de gobernadores, pretores, etc...—
Una variante muy llamativa fue la práctica ateniense de la condena
al ostracismo, esto es, al destierro temporal — diez años— o defini­
tivo, que solía conllevar la confiscación de bienes. Aunque en este
caso la corrupción no era tanto económica como propiamente polí­
tica; en efecto, la acusación era por abuso del cargo, con riesgo de
tiranía y consiguiente peligro global del sistema democrático.
Una versión diferente es la ejercida por los «m o n arcó m aco s»
— o, más exactamente, « tir a n ic id a s » — de los siglos XVI y XVII,
entre los que ocuparon un lugar destacado Buchanan, M ariana y
A lthusio, a partir del C on stitu cion alism o m edieval y tom ar en
serio el concepto de soberanía popular, según el cual el monarca
recibe el poder de forma reglada, esto es, a condición de que res­
pete las leyes fundam entales del reino: si el m onarca incum ple
aquella condición se convierte automáticamente en tirano y enton­
ces la soberanía p op u lar recupera el poder, ju zga al tirano y lo
depone, lo destierra o lo condena a muerte. Tales fueron históri­
camente los casos de C arlos I de Inglaterra y de Luis XVI, entre
otros menos conspicuos.
Pero no voy a referirme aquí a la corrupción histórica, sino a la
actual, y además lo haré desde el punto de vista predominante de la
ética pública. En principio, resulta manifiesto que estamos bien ser­
vidos de corrupción política, aunque tam bién entre nosotros la
corrupción más notoria sea la económica y sus derivados. Pero pon­
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dré especial énfasis en la corrupción «in v isib le », esto es, la que, a


diferencia de la corrupción urbanística, pasa desapercibida a la mayor
parte de los ciudadanos, porque se trata de una corrupción institu­
cional, que afecta a las estructuras y a la misma legislación. Es sobre
esta base donde gravita la corrupción más visible y cotidiana de las
imputaciones y los juzgados de guardia.

LA CORRUPCIÓN POLITICA, EL «REY DESNUDO» DE LAS DEMOCRACIAS

Resulta llamativo el menosprecio de las cuestiones de corrupción


política en las democracias modernas. Se daba por consabido que
la corrupción multiforme era propia de los regímenes dictatoriales
y del Tercer Mundo. Las democracias occidentales, en cambio, esta­
ban a salvo de semejantes problemas, siendo ésta una de sus señas
más distintivas. Y eso que el sistema de representación indirecta sig­
nificaba por sí mismo una puerta abierta a todo tipo de corrupte­
las. Pero sucedía como en la fábula del «re y d e sn u d o »: la desnu­
dez era patente, pero simulaban que, simplemente, el rey usaba ves­
tidos muy transparentes. Fue en Estados Unidos donde se adoptó
la primera medida anticorrupción al establecer la C o rru p t Practices
A c t en 1925, vinculada a los gastos de campaña electoral — capaci­
dad exigida al partido y al candidato de autofinanciarse en la pro­
porción 60/40%— , pero no en Europa, donde debido al efecto oli­
gárquico de los partidos políticos, la corrupción política siguió
siendo el «re y d esn ud o» de las democracias modernas.
Estados Unidos, pues, ha sido pionero en medidas anticorrup­
ción política, hasta que en el último tercio del siglo X X se incorpo­
ran las democracias europeas. Pero incluso en Estados U nidos se
evitaba el término «c o rru p ció n », que era remplazado por el eufe­
mismo «prácticas abusivas», tanto en la legislación como el perio­
dism o — todavía en 1971, se evitará en la « E le c to ra l L a w R e fo rm
A c t Congress» — . Pero es que tam poco era objeto de estudio ni de
investigación; de hecho, hasta 1965 la International Political Science
Association (IPSA) no estableció un sección denom inada F in a n ­
ciación de los partidos y corrupción política. Pero, aun así, se estudiaba
una cuestión o la otra, pero no las dos a la vez.
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Propiamente, sólo a partir de los años sesenta del pasado siglo


se comienza a estudiar en Estados Unidos y Europa, pero siempre
con el enfoque predominante de que la corrupción política era pro­
pia de los países tercermundistas en vías de modernización, mien­
tras que era insignificante en las democracias. Incluso se hizo pre­
dom inante la tesis de H untington (1968): en el Tercer M undo la
corrupción política es un fenómeno normal y hasta resulta benefi­
cioso en tales países, porque estimula la modernización («en grasa
los engranajes del siste m a»). Tesis hoy totalmente olvidada, pero
que estuvo vigente durante un decenio, al menos.
Es a partir de los años setenta del pasado siglo cuando se da un
salto cualitativo: la corrupción se hace más presente y perceptible
en los países en vías de Modernización, pero cada vez está más pre­
sente también en las democracias consolidadas. La compilación de
A. Heidenheimer (1970), y sus sucesivas reediciones, jugó un papel
clave en la consolidación de los estudios sobre la corrupción polí­
tica (análisis de casos, conceptos y contextos...). Es a partir de enton­
ces cuando la prensa se ocupa cada vez más de airear escándalos con­
cretos, y cuando toman especial relieve los mecanismos institucio­
nales creados para atajarla. A partir de los años ochenta del pasado
siglo son dos las cuestiones que acaparan la mayor atención de perio­
distas e investgadores: la financiación irregular de los partidos polí­
ticos y la relación gobierno-empresas en las economías emergentes,
especialmente en Asia y Europa del Este — estudios de casos— .
Pero hay que esperar hasta la década de los años noventa para que
se acentúe la visión negativa de la corrupción y se haga máxima la pre­
ocupación por teorizar sobre la misma, ya que se considera muy per­
judicial para la economía, la sociedad y la política de las democracias,
y un gran freno para la modernización. Comienzan entonces:
1. : La lucha legal contra la corrupción.
2. : El desarrollo de nueva legislación al respecto.
3. : Convenciones y Declaraciones internacionales (ONU, OCDE)
4. : Creación de « Transparencia Internacional» (1993): ONG inter­
nacional de origen alemán, formada por numerosos investiga­
dores independientes, que consigue pronto un gran prestigio y
presenta informes anuales monográficos — 2004: la corrupción
política; 2005: el soborno; 2006: la construcción pública; 2007:
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la justicia...— . Han sido hasta ahora especialmente influyentes


su In fo rm e G lo b a l de la corrupción y su ín d ice de Percepción de
la corrupción , así como el B aró m etro g lo b a l de la corrupción.
5. : La Convención de N aciones U n id as contra la C orrupción. Fue
creada en diciembre 2003, entró en vigor a finales de 2005 —
España la ratificó en junio de 2006— . Tipifica los delitos legal­
mente perseguibles: soborno y cohecho por funcionarios públi­
cos, nacionales e internacionales; malversación; apropiación
indebida o desviación de bienes por funcionario público; trá­
fico de influencias; abuso de funciones; enriquecimiento ilí­
cito; el soborno y la malversación de bienes en el sector privado;
y blanqueo del producto del delito. Tipificación indudable­
mente corta, aunque con notable contenido si no fuera tan
escasa la voluntad política de los gobiernos para implementarla.
6. : La Convención contra e l soborno de la OCDE, que ha presentado
su informe en 2006, y en el que el índice de corrupción detec­
tado resulta ser preocupante también en las grandes potencias.

Puede decirse, y así se ha confirmado repetidamente, que el grado


de corrupción objetivamente evaluado no coincide por lo general,
e incluso se aprecian notables diferencias, con el índice de percep­
ción subjetiva de los ciudadanos del mismo país.

DEFINICIONES DE LA CORRUPCIÓN POLÍTICA

D ada su naturaleza multiforme y polivalente, no sido fácil llegar a


consensuar una definición de la corrupción política. D e hecho, las
prim eras definiciones han sido más bien idiosincráticas. A sí por
ejem plo, H eidenheim er se lim itó a d istin guir la corrupción
« n e g r a » , que es la que todos reconocen, de la corrupción « g r is »
— que sólo percibe una m inoría— y de la corrupción « blanca »
— que resulta prácticamente invisible— .
Otros, como Nye, ofrecen sólo una definición genérica: « e s el
abuso de un cargo o de una posición pública para beneficio p ri­
v a d o », lo que supone la violación de un contrato por un servidor
público respecto del Estado y del ciudadano (Nye, 1989).
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Es frecuente limitarse a una tipificación jurídica: es el quebranta­


miento de una ley para obtener beneficio privado. Pero resulta impres-
i mdible que para definir la corrupción política se apele a criterios pre-
lerentemente democráticos por lo que, además del criterio legal, implica
el quebrantamiento del criterio ético-democrático, legitimador de la
democracia, con su correspondiente sanción: « e s un corru pto», lo
que conlleva ya la obligación moral de dimitir del cargo público, aun­
que sea frecuente también la apelación a la condena judicial.
Ahora bien, es preciso no olvidar que para que exista corrup­
ción se precisan dos: el corruptor y el corrupto. Ello implica que,
l uera de casos excepcionales, el fenómeno de la corrupción política
supone el marco de to d a una cultura de la corrupción. Lo que
supone que, en definitiva, la ciudadanía lamentablemente tolera, y
hasta considera inevitables, los frecuentes casos de corrupción polí­
tica, en los diferentes niveles.
Se ha planteado actualm ente un debate de diverso signo: ¿ha
aumentado la corrupción en los últimos diez años, o ha aumentado
tan sólo la percepción de la m ism a, por efecto de los m edios de
comunicación, que han aumentado la sensibilidad —visibilidad—
del fenóm eno? A mi parecer se trata de una cuestión secundaria
mientras no se logre el objetivo central: investigar la cultura de la
corrupción institucional y de cuantas — urbanística, cleptocracia,
etc.— se derivan de la misma.

LA CORRUPCIÓN INVISIBLE -INSTITUCIONAL, ESTRUCTURAL­

ES la gran descuidada en los estudios actuales sobre corrupción polí­


tica. N o coincide exactamente con la que Heidenheimer denom i­
naba «b la n c a », que no era percibida por casi nadie, pero podía afec­
tar a cualquier área o nivel. El tipo de corrupción política al que me
refiero afecta exclusivamente al nivel institucional y afecta a la estruc­
tura misma de la democracia, dando lugar a un modelo defectivo o
degenerado de la misma que llamamos partidocracia. Por lo demás,
es « b la n c a » porque no es visible, esto es, no es percibida ni sentida
como tal por la inmensa mayoría dado el contexto de las democra­
cias contemporáneas, en particular el m odelo latino. Y cuando se
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percibe, se considera normal, inevitable, asumible, etc. Y es que el


defecto es estructural y su origen está ya en el diseño institucional.
En efecto, la corrupción estructural e invisible comenzó ya con el
diseño deficiente de la democracia liberal. Com o he expuesto en varios
trabajos (Rubio Carracedo, 1990; 2005) y, como han estudiado un
buen número de autores (Macpherson, Manin), las causas fueron muy
complejas, pero la más importante fue la intensa lucha — más que
debate— entre liberales y republicanos en los periodos preconstitu­
cionales que siguieron a las Revoluciones Liberales — americana y
francesa, básicamente— . En efecto, en lugar de cooperar en el alum­
bramiento del modelo liberal-republicano de democracia, los princi­
pales representantes de ambas sensibilidades se enzarzaron en un com­
bate de exterminio, con el triunfo final del modelo liberal, completo
en el caso francés y hegemónico en el caso americano, como quedó
reflejado en sus respectivas Constituciones.
i Ello produjo varios defectos estructurales:
" 1.: El defectofu n d a m e n ta l radicó en elegir un modelo de represen­
tación «in d irec ta» para cumplir el lema ilustrado: todo para
el pueblo, pero sin el pueblo. Una clase profesional se apodera
entonces de la política, formando una nueva oligarquía. M ás
tarde, los partidos políticos perpetúan la estructura oligárquica.
2. : En lugar de intentar una síntesis lib eral-rep u b lican a, se tendió
a considerar a todo el modelo republicano como impractica­
ble. Pero lo era sólo en una parte, en especial en lo relativo a
la asam blea de ciudadanos. El principio debería haber sido
otro: lo republicano que fuese ya inviable debería ceder tal
espacio al modelo liberal. Aun así, hay que dintinguir dos tipos
de liberalismo: el conservador —y triunfante en la práctica—
y el evolutivo-afirmativo, según la tipología de Held.
3. : Además, el liberalismo conservador adoptó un enfoque prag­
mático según el naturalismo político; ello conlleva la b a n a li-
zación de la democracia, que deviene mera política instrumen­
tal; esto es: mera forma de organización social en beneficio
de un grupo corporativo o de individuos concretos. Se suele
decir: « e n p o lític a ...» en lugar de « e n d e m o crac ia ...» . N o es
lo m ismo; es decir, cambia todo.
ÉTICA Y CORRUPCIÓN POLITICA 14 3

En definitiva, la política supuestamente democrática, se puso al


servicio de la conquista y el mantenimiento del p o d e r mediante la
lucha competitiva,por todos medios , excepto la violencia física, entre
grupos políticamente organizados; es decir, hemos llegado a la par-
tidocracia, o nueva forma de oligarquía con los partidos políticos.
Son los partidos políticos quienes « v e n d e n » a los electores sus lis­
tas electorales — previam ente elegidas por la oligarquía de cada
grupo— y su programa mediante las promesas electorales para con­
seguir más votos, sin sentirse obligados a cumplirlas, o cumpliendo
sólo algunas de ellas.
El poder entonces es el único objetivo real, y para conseguirlo
« to d o va le» — tales son las reglas del n a tu ra lis m o p o lític o — . ¿Por
qué ? P orque con e l p o d e r viene todo lo demás: prestigio social, fama,
riqueza, influjos, etc. Sólo hay que recordar las principales reglas
del citado naturalism o político para com probar hasta qué punto
están presentes en nuestra democracia defectiva:
1. : S ifecisti, nega — « s i lo hiciste, n ié g alo »— .
2. : Fac et excusa — «h azlo y pide d iscu lpas» — .
3. : D iv id e et im pera — «d ivid e y m a n d a » — .

A éstas, la práctica de las democracias contemporáneas han apor­


tado otra más: «m entiras repetidas, verdades p ú b licas».
Resulta obvio que la democracia, clásica o liberal, ha implicado
siempre u n ethos de ciu d ad a n o en u n a c o m u n id a d p o lític a , fruto de
un contrato social im plícito, pero bien real, que subordinaba los
intereses particulares al interés público o «b ie n co m ú n » — con­
cepto que ha perdido todo su sentido en el liberalismo conserva­
dor— y que mantenía unas reglas ético-políticas para la actuación
de ciudadanos y de representantes/dirigentes.

PARTIDOCRACIA -ESTADO DE PARTIDOS- EN LUGAR DE DEMOCRACIA

La tesis general de la partidocracia es la siguiente: la democracia


representativa sustituye a la democracia participativa en todos los
puntos y niveles que resulte posible. M i tesis, en cambio, propugna
que la dem ocracia representativa ha de aplicarse allí donde no es
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posible aplicar la democracia participativa, porque sólo entonces


está justificada. Y en todo caso, habrá de ser «representación
d ire c ta»: con listas abiertas o, al menos, cerradas no bloqueadas,
programa vinculante, rendición de cuentas — Parlamento y opinión
pública— y responsabilidad política — revocabilidad del diputado—
(Rubio Carracedo, 2005).
Centrándonos ya en el caso español, resulta claro que la C o n s­
titución de 1978 fue un acuerdo de mínimos. Dadas las dificultades
que hubo que superar, consiguió el equilibrio posible, pero con
clara vocación provisional. Su pretensión de ofrecer «u n a dem o­
cracia a v an zad a» — en su Preám bulo— quedó com o una mera
declaración de intenciones. La realidad es que, desde sus mismos
planteam ientos, los partidos políticos amarraron firmemente la
« partidocracia » .
Sin embargo, su definición en la Constitución española no pare­
cía propiciar una posición tan dominante en la práctica: « L o s par­
tidos políticos expresan el pluralism o político, concurren a la for­
mación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento
fundamental para la participación política. Su creación y el ejerci­
cio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución
y a la Ley. Su estructura interna y su funcionam iento deberán ser
dem ocráticos» (art. 6).
La partidocracia se establece más bien a través de la Ley de Par­
tidos Políticos y la Ley Electoral falseando la Constitución, ya que
la traducen como si dijera « e l organo privilegiado y único para la
participación p o lític a » . La partidocracia se confirm a con el sis­
tema electoral de listas cerradas y bloqueadas: los electores no eli­
gen, sino que refrendan la eleción de las cúpulas burocráticas de
los partidos. C o n ello cometen una más que probable inconstitu-
cionalidad, ya que el art. 23.1 exige representantes « libremente ele­
g id o s», mientras que el art. 68.1 es mucho más explícito: diputa­
dos «elegidos por sufragio universal, libre, igual, directo y secreto».
¿D ónde queda la elección libre y directa, que exige un sistema de
listas abiertas — o, al menos cerradas no bloqueadas— ? Por último,
su estructura está muy lejos de ser democrática, siendo claramente
oligárquica.
La partidocracia española se construyó siguiendo el m odelo
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latino de representación indirecta. D e ahí la flagrante estructura


oligárquica: una cúpula burocrática detenta todo el poder y los
demás diputados y militantes han de seguir el lema disciplinario:
«quien se mueva no sale en la fo to ». Y en lugar de ser partidos inte­
grados en la sociedad civil, son simples partidos de cuadros alta­
mente dependientes.
La financiación de los partidos es otra fuente generadora de
múltiples corruptelas. D e hecho, en teoría dependen del informe
del Tribunal de Cuentas. Pero en la realidad es un Tribunal sin ape­
nas m edios y sin capacidad judicial, por lo que ha de lim itarse a
elevar al Congreso un Informe sobre las cuentas de los partidos, en
tanto en cuanto pueda conocerlas; Informe, por otra parte, que los
diputados de todos los partidos se encargan de diluir o silenciar.
C om o remedio a las deficiencias siempre se esgrime el m ismo: la
insuficiencia de subvención estatal. Y, acto seguido, los propios
partidos se suben la asignación. El siguiente cuadro lo muestra con
rotundidad:

Financiación de los partidos políticos: cifras del Tribunal de Cuentas: 1993-2002

Cuotas (% ) Subv. (% ) Donac. (%) Otros (%) Total m. €

PP 14 7 9 ,3 4 ,9 1 ,7 62

PSOE 17 6 2 ,1 1 ,1 19,8 55

PNV 6 45,5 2 3 ,7 24,9 11

PSC 16 7 9 ,8 2,2 2 ,1 9 ,4

COC 44 26,0 2 3 ,1 6 ,7 8 ,4

IU 10 5 1 ,7 0,05 3 7 ,9 5,4

UDC (no espec.) 4 1 ,2 5 1 ,1 7 ,7 4 ,1

ERC 21 7 7 ,7 0 ,1 1 ,4 2 ,1

Condonaciones (1993-2002).: PP: 3 m. €; PSOE: 18 m. €.


Donaciones (1993-2002).: PP: 17,5 m. €; PSOE: 2 m. €.
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En 2008 la financiación pública estimada asciende a 78 millones


de euros — un 20% de aumento en relación con el año anterior— ,
además de otros 4 millones para autodefensa contraterrorista. Se
modifican, además, algunas de las condiciones para la financiación
privada de los mismos; en concreto:
1 Se aceptarán donaciones privadas, hasta un máximo de 100.000€
por año y elector, que se ingresarán en una cuenta bancaria al
efecto y se acreditarán; pero a las Fundaciones de los partidos
podrá donarse también hasta un máximo de 120.000€ por per­
sona y año.
2. : Las donaciones an ón im as irán a un fon do com ún de los
partidos.
3. : El partido que incumpla tales preceptos será multado por el
Tribunal de C uentas p or un im porte del doble correspon­
diente a la donación opaca.

N ada impedirá, no obstante, que prosiga la cleptocracia de las


com isiones p o r obras, tanto en porcentaje — 3%, 10%, 20%...—
como en imposiciones únicas. Ya se sabe: las exacciones comienzan
en nombre del partido — lo que también es ilegal e inmoral— , para
continuar rápidamente después con comisiones crecientes privadas.
Todo ello, cuasiblindado por gabinetes de expertos en no dejar hue­
llas y en el blanqueo del dinero.

PARTIDOCRACIA Y PARTIDISMO

Pero la corrupción económica es sólo uno de los perfiles más visibles


de la partidocracia. Existen otros perfiles mucho menos visibles, pero
de la mayor trascendencia. Uno de ellos es el hecho tan llamativo de
que desde la últim a década se prescinda casi sin excepción de los
expertos y técnicos independientes, tanto para las listas electorales
como para los puestos de gobierno. En efecto, los partidos constitu­
yen el vivero único para todo tipo de cargos. Parece seguirse la sen­
tencia del diputado perpetuo: « s i no sabemos, ya aprenderem os».
Es todavía más grave el hecho de que la partidocracia contamine
también los tres poderes del Estado, en este caso por un efecto —inte­
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resado— de diseño: se persigue la colaboración de poderes, no su sepa­


ración ni su control m utuo, como exige el modelo liberal — el modelo
puro y duro de Montesquieu, más que el diseño estadounidense del
«checks a n d b a la n c e s » — . Porque con la «c o la b o ra c ió n » vienen
inevitablemente las componendas y los clientelismos. En efecto, de
la partidocracia se sigue la legislación partidista al uso, que se traduce
por el cam bio legislativo que acom paña al cam bio de color del
Gobierno, como ejemplifican bien las leyes de educación. Y, lo que
es más grave, la partidocracia conlleva la politización de la Justicia, con
la realidad flagrante de jueces « alineados», que afecta a los máximos
exponentes del denominado «tercer p o d er» — Consejo General del
Poder Judicial, Tribunal Supremo y Tribunal Constitucional— . Todos
ellos son elegidos mayoritariamente por el Congreso y el Senado, de
acuerdo con la correlación de fuerzas existente en la ocasión. D e ahí
su manifiesto diseño partidista. De ahí también la judicialización gene­
ral y escandalosa de la política que padecemos. Cuando lo lógico es
que los tres altos tribunales sean elegidos por el cuerpo de jueces y
magistrados, en cuanto poder autónomo. Pero está claro que la par­
tidocracia no se conforma con dominar el legislativo y el ejecutivo.
Junto a tal grado de desgobierno apenas parecen tener ya importan­
cia otras corruptelas patentes:
1. : Que el Fiscal General sea nombrado por el Gobierno, en lugar
de serlo por el cuerpo de fiscales. Además es el Gobierno quien
« d ir ig e » la política fiscal, que el Fiscal General « d i c t a » , a
su vez, a los fiscales, jerárquicamente sometidos.
2. : Que el Defensor del Pueblo sea nombrado por el Parlamento
mediante consenso de tres quintos, pero carece de poder pro­
pio; es un simple delegado del Parlamento, a quien eleva sus
informes.
3. ; Q ue las com isiones de investigación en todas las cámaras
hayan sido suprimidas en la práctica — ¡porque son una fuente
de desprestigio para los partidos!— .
4. : Que las sesiones de control al Gobierno se hayan desnatura­
lizado en simple propaganda de grueso calibre. Por lo que,
obviamente, no controlan n a d a .
5. : Por último, que se confundan interesadamente responsabili­
dad política y responsabilidad penal, invocando la presunción
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de inocencia com o justificación. Adem ás, esta presunción


tiene distinto contenido en ambos casos, siendo la responsa­
bilidad política mucho más sensible. En definitiva, cuando un
representante o cargo político ha perdido la confianza de los
electores debe dimitir de inmediato para mejor poder defen­
derse penalmente.

Pero es que, además, algunas corruptelas proceden ya del mismo


texto constitucional. Baste citar tres casos flagrantes:
• 1.: La iniciativa legislativa popular (art. 87) es un ejemplo claro
de cómo quitar con una mano lo que parece concederse por
la otra, ya que las condiciones para la m ism a la hacen casi
impracticable.
2. : El referéndum «con su ltivo » resulta todo un oxímoron pues,
por definición, toda apelación directa a la soberanía popular
es decisoria, incluso cuando tomase la forma de consejo.
3. : El referéndum de «reform a de la Constitución» concerniente
a la reforma general o de la parte protegida está tan blindado
que resulta igualmente casi impracticable.

Y ¿qué decir de los program as electorales? Se trata, sin duda, de


un fraude sistemático al espíritu democrático porque en los m is­
mos reina el naturalismo político más descarnado. El único obje­
tivo es ganar las elecciones com o sea porque la tom a o el manteni­
miento del poder se justifica por sí mismo. Se trata, pues, de atraer
— de engañar— a los electores prometiéndoles lo que quieren oir
— supuestamente, el «in terés p ú b lic o » — ; y las promesas electo­
rales sólo se realizarán si éstas convienen para los objetivos del par­
tido. T odo ello, facilitado por una ley Electoral planteada com o
receta partidocrática en favor de los grandes partidos, ya que con
su exigencia del 3% com o m ínim o y la fórm ula D ’H o n t im pide
consolidarse a nuevos partidos.
¿C óm o extrañarse, pues, de la política partidista según el
Gobierno de turno? Porque cada partido mira a sus intereses y a los
de sus socios y electores, con lo que la corrupción política se genera­
liza a partir de la partidocracia. En efecto, el llamado «cuarto poder»,
los medios de comunicación, se alinean cada vez con mayor descaro
ÉTICA Y CORRUPCIÓN POLITICA 149

junto a uno u otro de los grandes partidos. Las grandes empresas pres­
tan su patrocinio a unos grupos u otros y los mismos electores se com­
portan cada vez más como «h in ch as» deportivos que vitorean a sus
equipos sin la menor pizca de sentido crítico. En efecto, aproxima­
damente el 60% de los electores vota fijamente por « s u » partido. Y
si dejamos de lado al 20-25% de los que optan por la abstención, resta
sólo un margen de un 15-20% de voto independiente, que decide al
ganador, junto con el porcentaje de la abstención.
¿A quién representan,pues, nuestros representantes? A sus « h in ­
ch as» políticos. Pero de esta ventaja se desprende también una ser­
vidumbre, porque los partidos tienen que plegarse también a lo que
piden sus «a b o n a d o s». De ahí la intoxicación sistemática de la opi­
nión pública, la deslealtad con los adversarios y las tergiversaciones
constantes. En el Parlamento y en los medios de comunicación, en
lugar de debate asistimos a un concurso de insultos y descalificacio­
nes que causan vergüenza ajena. Igualmente por lo que respecta al
uso sistemático de la doble moral. Y cuando no se entiende algún
gesto o frase existe una regla hermenéutica casi infalible: toda pala­
bra, gesto o acto están calculados para ganar, o evitar perder, un
puñado de votos.
Lamentablemente, esta situación no se da solamente en España
y en los países latinos, sino que se extiende por doquier. Así lo refleja
la opinión pública y lo muestra el Barómetro de la Corrupción en
el mundo de 2005:

Barómetro de la corrupción en el mundo y en España: (encuesta cientí


fica de opinión pública). 2007

Mundial (69 estados)


España (escala de 5 a 0)
Instituciones más corruptas (%)

Partidos políticos 70 3,9

Parlamento 57 3 ,1

Policía 55 2,8

Sector privado 48 3,6

Justicia 47 3,0

Hacienda-Tributación 45 3 ,4
15 0 ÉTICA DEL SIGLO XXI

Mundial (69 estados)


España (escala de 5 a 0)
Instituciones más corruptas (%)

Medios de comunicación 42 2 ,2

Servicios de salud 40 2 ,2

Servidos públicos 35 3 ,1

Sistema educativo 34 2,3

Registro y permisos 33 2,9

Ejército 30 2,5

Organismos religiosos 29 2,8

ONGs 28 2,8

C om o he reclamado en otro escrito (2005), se hace absolutamente


necesaria la creación de un Consejo de Control de los partidos poli-
ticos, al m odo del actual Consejo de Estado, formado por expertos
independientes, pero con poderes ejecutivos sobre los partidos. Su
ám bito sería el del control de las prom esas electorales, tanto del
Gobierno como de la oposición, vigilar las cuentas de los partidos,
y tam bién su grado de no-dem ocracia interna. Pero ¿cóm opuede
rom pérsela partido cracial C om o más adelante indicaré, solamente
una opinión pública vigilante y activa, reflexiva y crítica, con ver­
dadera educación cívico-política, podrá conseguirlo; tras dura y
larga batalla, desde luego.

CAUSAS Y REMEDIOS DE LA CORRUPCIÓN INSTITUCIONAL

Es cierto que la política, incluso la democrática, pone a prueba espe­


cialmente la catadura moral de los hombres y los pueblos. La natu­
raleza humana en política ha de vérselas con un mundo siempre en
conflicto; pone a prueba la am bición en estado puro, sea oculta,
astuta o manifiesta. En verdad la «política partidista» saca lo peor
de cada cual: megalomanía, paranoia, egocentrismo...
En dos trabajos recientes (R ubio Carracedo, 2005; 2008) he
explicitado con detenimiento la que denom ino « L e y Rousseau de
entropía de las instituciones dem ocráticas», así como la teoría del
flICA Y CORRUPCIÓN POLÍTICA 15 1

ginebrino sobre las tres voluntades del ciudadano. Baste aquí un


apunte somero, centrado en la democracia.
Tradicionalmente, desde Polibio, se estudiaba el surgimiento
y la consolidación del régimen democrático conforme a un modelo
biológico: los regím enes nacen, crecen, m aduran, degeneran y
finalmente mueren. Ello perm itía, al menos en teoría, diagnosti­
car la fase en la que se encontraban un régimen político. Pero Poli­
bio entendía que el proceso podía dilatarse mucho en el tiem po
si se adoptaba el m odelo « m ix t o » aristotélico, com o era el caso,
a su juicio, de la República Rom ana. R ousseau se sirve tam bién
de este m odelo organicista, pero inaugura un nuevo m odelo: el
físico o mecánico, con su ley de entropía, que aplica a las institu­
ciones dem ocráticas: desorden, degradación, rozam ientos, ch o­
ques... Tam bién Rousseau piensa que, aunque com o tal la entro­
pía política es inevitable, un adecuado diseño del régimen dem o­
crático puede disminuirla hasta límites tolerables, adoptando una
versión de la división de poderes, aunque más tenue que la de sepa­
ración de poderes de M ontesquieu. Y esta tarea de diseño tendrá
su com plem ento más eficaz en la educación cívico-dem ocrática,
cuyo fruto será una ciudadanía activa, vigilante y exigente, que no
perm itirá las «u su rp a c io n e s» de cualquiera de los poderes del
Estado.
La importancia crucial de esta educación cívico-democrática se
perfila con nitidez mediante su teoría, aparentemente muy simple,
de las tres voluntades del ciudadano. En efecto, cada ciudadano, de
cualquier rango o nivel, está dotado estructural y dialécticamente
por:
1. : U na voluntad general, como sujeto democrático, por la que
tiende a dar, en todas sus acciones, la primacía al bien común,
según el contrato social.
2. : U na voluntad p articu lar, com o individuo concreto, por la
que tiende a dar, en todas sus acciones, la primacía a su bien
particular.
3. : U na voluntad corporativa — o voluntad de cuerpo, com o
miembro de partidos políticos, m agistrados del ejecutivo, u
otras corporaciones— , por la que estos sujetos persiguen su
bien corporativo; en realidad, su tendencia estructural le lleva
15 2 ÉTICA DEL SIGLO XXI

a camuflar su interés propio como si fuera el bien público. Por


lo mismo, ésta es la voluntad más fuerte y peligrosa, porque
se camufla más fácilmente con el interés público. Sólo una
insistente pregunta ciudadana sobre ¿a quién beneficia ta l
m edida?, puede evitar, en muchas ocasiones al menos, aque­
lla confusión interesada del bien del partido con el bien
público o bien común.

| La estrategia democrática ha de tener, pues, dos polos comple­


mentarios: el primero se ocupa del diseño institucional y legislativo
de la democracia, evitando o dificultando por todos los medios la
desviación partidocrática; y el segundo se ocupa de la educación y
la movilización ciudadana frente a todos los abusos y usurpaciones.
Para ello ha de fortalecer — instruir y motivar— la voluntad gene­
ral, así como desenmascarar los intentos hegemónicos de la volun­
tad particular. Por último, se hace imprescindible una actitud vigi­
lante de la ciudadanía para evitar también otra confusión frecuente:
la voluntad « g e n e r a l» no es casi nunca la voluntad « d e to d o s» ;
esto es, cuando la voluntad general no ha sido fruto del debate y la
deliberación libre que constituye la opinión pública, sino que ha
sido fruto de las negociaciones y chalaneos de los diferentes grupos
xo partidos.
Esta muy extendida, no obstante, la creencia de que la corrup­
ción política, incluso en dem ocracias, resulta inevitable. Y hasta
cierto punto es así. Pero la cuestión está entonces en el grado de
corrupción tolerable por una democracia digna de tal nombre, sin
resignarse de antemano a ser una democracia deficitaria, degradada,
degenerada... Hay que conceder, por tanto, que:
1. : Siem pre habrá un grado de corrupción, dada la condición
humana. La cuestión es que sea sólo un grado y no se tolere
más, o incluso que sea excepcional.
2. : Siempre habrá igualmente remedios contra la corrupción: el
primordial será el diseño institucional de la democracia con
la separación de los tres poderes del Estado, no sólo plena­
mente autónom os, sino mutuamente vigilantes; otro reme­
dio igualmente prim ordial es la educación cívico-democrá­
tica, no sólo en el aspecto individual, sino como creadora de
ÉTICA Y CORRUPCIÓN POLÍTICA 15 3

una sólida cultura dem ocrática. Esta cultura dem ocrática


incluye el sentido cívico, la responsabilidad y la solidaridad
ciudadana. La capacidad de manifestación y de protesta, esce­
nificada tam bién con acierto m ediante el voto en blanco
cuando al ciudadano le resulta im posible dar su voto a nin­
gún partido: «yo p ro testo ,yo voto en b la n c o » .

Por últim o, no hay que olvidar los tres instrum entos clásicos
frente a la corrupción de los partidos:
1. : D e n u n c ia p o r los medios de comunicación : el que antes se deno­
minaba con naturalidad el «cu arto p o d e r» de las democra­
cias, dada su incesante e «in soborn able» vigilancia y denun­
cia de la corrupción, ha perdido hace tiempo tal carácter —con
pocas, aunque destacadas excepciones— para pasar a alinearse,
con parcialidad manifiesta, con su partido protector/prote­
gido, tanto en el Gobierno como en la oposición. Carácter de
alineados que, como antes dejé apuntado, alcanza a muchas de
las grandes empresas privadas.
2. : Persecución fis c a l-ju d ic ia l-, resta sólo el tercer poder de la
democracia, el que desempeña el papel crucial de denunciar
y perseguir los delitos conform e al ordenam iento legal
vigente. Pero ya he indicado que, debido a la impresentable
forma de elección por parte de los partidos según el sistema
de cupos, los altos Tribunales (Constitucional, Consejo del
Poder Judicial y Tribunal Supremo) también están en buena
parte alineados, no porque sean m ilitantes de los partidos,
sino porque los partidos eligen a sus sim patizantes entre el
elevado grupo de magistrados que cumplen la condición de
elegibles. ¿C óm o extrañarse, pues, de que se haya llegado a la
actual situación de anom alía e inoperancia? ¿Y qué esperar
de un Fiscal G eneral, que recibe las instrucciones del
Gobierno que lo nom bró? N o sólo es que la política esté fis­
calizada y judicializada; lo más grave es que la justicia — y la
fiscalía— está politizada.
3. : La cultura democrática y su «estructura de oportunidad polí­
tica para la corrupción » . La c u ltu ra p ú b lic a dem ocrática se
manifiesta en la percepción que tiene la o p in ió n p ú b lic a res­
154 ÉTICA DEL SIGLO XXI

pecto de la corrupción política, según sea tolerante y compren­


siva o, por el contrario, vigilante e intransigente. El problema
se agrava al máximo en la situación actual con electores fijos
(un 60% del total), que adoptan ante los « s u y o s » una acti­
tud de «fo ro fo s» deportivos, que padecen una verdadera alie­
nación política, que reeligen a sus dirigentes aunque estén
imputados-condenados, mientras se comportan ante los riva­
les como si fueran enemigos a quienes hay que negarles el pan
y la sal.

¿Algún día se tocará fondo y provocará una reacción democrá­


tica? Puede ser, pero también puede surgir la solución populista,
como en tantos casos, y no sólo en Latinoamérica.
Sin embargo, com o quedó patente en el cuadro antes presen­
tado, se da la aparente paradoja de que los políticos prefesionales,
también en las democracias, constituyen la profesión considerada
más corrupta de todas, nada menos que por dos tercios de la pobla­
ción mundial.
Aunque es obvio que la corrupción es cosa de dos, parece claro
que sólo las grandes empresas pueden pagar la corrupción mediante
una inversión que luego recuperan con creces, enteramente a costa
de los consumidores de bienes y servicios, es decir, de la sociedad
civil. Ello tiene una derivación también preocupante: las pequeñas
empresas no pueden pagar la corrupción y, por tanto, en medio de
una estructura político-económ ica trufada de corrupción tienden
a desaparecer por no poder conseguir apenas oportunidades de
negocio en términos de mercado.
Por lo demás, es obvio que el trasfondo de responsabilidad recae
sobre una sociedad civil carente de objetivos y valores, así com o
sobre una ciudadanía « f o r o fa » , ignorante y sin ideales. D e hecho,
resulta muy reveladora la correlación inversa, por lo general, entre
el índice de desarrollo humano — ID H — y el índice de corrupción
— IC — . Ello implica que, por lo general, a mayor índice de desarro­
llo humano corresponde un menor grado de corrupción.
Pero se dan excepciones. Por la probable razón de que los tipos
y formas de corrupción son muy variados, y porque la percepción
de la misma (PC) cambia mucho de país a país:
l lltA Y CORRUPCIÓN POLÍTICA 15 5

IDH PC (sobre 10)

i spaña 21* 3,6

Grecia 2 4* 5,3

Italia 25* 5,5

R.Checa 2 7* 5 ,1

México 34* 6,8

Argentina 37* 7 ,1

Venezuela 40 * 7 ,6

Colombia 4 1» 7 ,5

En cambio, Zam bia, Senegal, C osta de Marfin o Uganda ocu­


pan los últimos puestos en IDH y, en cambio, su PC va de 6,5 a 7,50
—sobre 10— . También puede decirse, como regla general, pero con
excepciones, que « u n alto nivel de co rru p ció n » se vincula con
«dificultades para la m odernización».
Si nos fijamos ahora en el índice de «Transparencia Internacio­
n a l» correspondiente al año 2007, los resultados — en una escala
de 10 a 0— en los mismos países son:

28 España 6,5

45 R.Checa 5,2

55 Italia 4,8

57 Grecia 4 ,7

70 Colombia 3,8

72 México 3,6

109 Argentina 2,9

La lista com prende 180 países y está encabezada p or N ueva


Zelanda, Dinamarca y Finlandia (9,4), y la cierra Som alia (l,0).
Conclusión: el panorama de corrupción institucional y derivada
que afecta a las democracias contem poráneas hace rememorar la
conocida expresión atribuida a Churchill: la democracia es « e l peor
de los regímenes políticos, exceptuados todos los demás que han
156 ÉTICA DEL SU,HUI

sido p ro b a d o s». Pero no tanto p or la parte positiva como por h


negativa: en definitiva, porque la democracia realmente existnil#
tam bién es un régimen político deficiente, m enos m alo que l,,i
demás, pero que puede llegar a ser muy deficiente mientras persistí
la partidocracia; es decir, mientras persista el absentismo de la elu
dadanía o su alienación partidista. En definitiva, siempre se cuín
pie el dicho: «ten em os la democracia que m erecem os»; esto es, l>i
que se corresponde con nuestro subdesarrollo cívico-político. 1 luy
se habla de «d em ocracia de c a lid a d » (Vargas-M achuca, 2007)l |
parece el mínimo exigible.

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