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Capítulo 32

CÓMO TRATAR LA ENVIDIA,1


LA PREOCUPACIÓN, LA ANSIEDAD
Y LA CONMISERACIÓN DE UNO MISMO

La envidia
Joan tenía un problema: la envidia. Tenía envidia de todos: su
hermana, su madre, otras chicas y su novio. Era un pecado, y como
cristiana lo sabía. Deseaba el dinero, los vestidos, amigos, habilida-
des y gracias que los demás tenían. En consecuencia, se pasaba
las horas preguntándose por qué ella no había sido bendecida con
lo que los otros tenían. El compadecerse de uno mismo no sirve
para mucho. Se encontraba que siempre estaba dando vueltas a lo
mismo, como un disco, que da siempre la misma canción. Nadaba
en autocompasión, los problemas le parecían mayores, se sentía aba-
tida, y la envidia seguía escalando mayores alturas. ¿Qué podía
hacer?
Joan, al principio tuvo que reconocerlo y, luego, arrepentirse del
deseo de tener lo de otros. Pero, como había desarrollado pautas pe-
caminosas y un modo de vida que implicaba envidia, no había nada,
de no ser la gracia de Dios, que le permitiera «quitarse» estas viejas
maneras y «ponerse» las pautas de vida de Dios. Su hábito invete-
rado la llevaba por una espiral descendente de depresión, cada vez
que se enteraba de algo bueno que le había ocurrido a una amiga, o
notaba los dones y talentos de los demás.
Joan, como muchas personas envidiosas, tenía potencial para
apreciar las cosas buenas. Necesitaba aprender a discriminar, sin
embargo, entre apreciar y envidiar, a fin de transformar lo último
en lo primero. Tal como hay una línea delgada entre la perseveran-
cia y la obstinación, hay una capacidad para apreciar lo bueno que
puede deformarse hasta lo pecaminoso en forma de codicia o en-
vidia.2
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Joan recibió ayuda para establecer nuevas pautas (después del
arrepentimiento). Hizo tres cosas:

1. En conformidad con Filipenses 2:3, 4, empezó a orar p o r el


bienestar de otros; no de modo general, sino específico. Por ejem-
plo, oró por el buen resultado de la relación que había entre June,
su compañera de cuarto y su novio, Tom. Previamente Joan sólo les
había tenido envidia y se preguntaba por qué su relación h a s t a en-
tonces parecía tanto mejor que la suya. En vez de esto empezó a
orar por June, cada vez que salía con su novio. Le prestó su collar.
Antes de poco, se estableció una relación íntima entre las dos chi-
cas, y pronto Joan ¡deseaba que June y Tom le anunciaran su com-
promiso formal!
2. Empezó a apreciar lo que veía en los otros, viendo lo bueno,
en cualquier forma que pudiera descubrirlo. 3 De modo particular
recibió instrucciones en la doctrina bíblica de los varios dones p a r a
el bien común del cuerpo de Cristo. Empezó a buscar los dones de
Dios en los otros cristianos. En vez de cavilar sobre su propia situa-
ción, empezó a dar gracias a Dios p o r lo que Él había hecho en las
vidas de otros. De esta manera empezó a entender el significado de
Filipenses 2:3, 4; Romanos 15:2, 3, y Efesios 4:7, 16 en su propia ex-
periencia.
3. En conjunción con estas dos actividades se la estimuló a ha-
blar a otras personas sobre sus talentos. Cuando expresaba aprecio
por sus esfuerzos y preguntaba a otros cómo habían adquirido sus
habilidades, descubrió que más que nada las había aprendido por
medio de mucha práctica, la clase de esfuerzo disciplinado que ella
no había ejercido. Antes, siempre contrastaba su triste estado, y se
quejaba de que los demás tenían «suerte». Ahora empezó a ver que
ellos, casi siempre, p o r medio de la oración, llegaban a sus logros
merced a la obediencia a la Palabra de Dios. Llegó a la conclu-
sión de que en vez de n a d a r en autocompasión (como hacía antes),
tenía que concentrar sus energías y atención en fines más producti-
vos. Por medio de esfuerzos provechosos, con la ayuda de Dios, de-
cidió descubrir y desarrollar sus dones y talentos de lleno p a r a la
gloria de Dios. En el proceso, Joan sufrió una transformación. El
Espíritu de Dios usó las energías y capacidades que antes eran de-
dicadas a las obras de la carne, en la producción de fruto p a r a su
propio honor. Esta transformación es lo que indicaba Pablo al es-
cribir:

El que hurtaba, ya no hurte más, sino que trabaje, haciendo con


sus manos lo que es bueno, para que tenga que compartir con el
que padece necesidad, 4

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y cuando instaba:
Que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros como
siervos a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación
presentad vuestros miembros como siervos a la justicia.5
De esta manera, Dios, en el proceso de santificación, así como por
su providencia, hace que la ira del hombre le alabe.

La cavilación y la autoconmiseración6
Nótese que parte del problema de Joan se hallaba en su conti-
nuo cavilar y compadecerse a sí misma. El compadecerse a uno mis-
mo siempre es contraproducente. Consiste en una concentración so-
bre el yo y los supuestos «derechos» de uno y, generalmente, implica
una protesta contra la providencia de Dios. Es claramente un peca-
do autodestructivo. No es extraño que el salmista escribiera: «En
cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis
pasos, porque tuve envidia de los arrogantes» (Salmo 73:2, 3). La
envidia mezclada con la cavilación y la autocompasión, casi le habían
llevado a una desesperanza profunda y a la rebelión contra Dios.
Explica: «Cuando medité para entender esto, fue un duro trabajo
para mí» (se refiere a la prosperidad de los malos) (v. 16). Dice tam-
bién: «Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía pun-
zadas. Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia de-
lante de ti» (vv. 21, 22).7 Queda claro que el escritor se acarreó su-
frimiento y dolor como resultado de sus dos pecados, autocompa-
sión y envidia.
El alivio vino con el arrepentimiento, cuando se le instruyó so-
bre el fin de los malvados en el santuario de Dios (w. 17-21). Las
personas arrastradas por el remolino de la envidia y la autocompa-
sión, también necesitan oír el mismo mensaje. Los consejeros ha-
rán bien leyendo el Salmo 73 y explicándoselo cuidadosamente.
En casos en que ha sido concedido el perdón, pero la depresión
y la desesperanza del individuo que perdona todavía persisten, el con-
sejero debe siempre investigar la posibilidad de cavilación y auto-
compasión. Recordando que el perdón, esencialmente, consiste en
la promesa de no volver a suscitar más la cuestión (no sólo a la per-
sona perdonada, 8 sino también a otros o a uno mismo), el consejero
puede descubrir que la promesa ha sido rota, quebrantada. En es-
tos casos, el individuo que perdonó debe procurar obtener perdón
él mismo, y el consejero debe enseñarle a guardar la promesa.
Algunas veces los aconsejados confunden el cavilar y el autocom-
padecerse con el pensar productivo. Al llamar a los dos «pensar»,
procuran justificar su pecado. Hay que distinguirlos. Los consejeros

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deben distinguir entre los dos. Pueden conseguirlo haciendo pre-
guntas como: «¿Qué soluciones salieron de estos períodos de pen-
sar?» o «¿Encuentra que estos períodos de pensar le hacen un cris-
tiano mejor, capaz y radiante?»
La compasión de uno mismo es el material de que se forman la
depresión, la desesperanza, el homicidio, el suicidio y otros pecados.
La historia de Elias, en 1.° Reyes 19, ilustra lo destructivo del com-
padecerse a uno mismo. Elias se mostró decidido en tanto que su
mente estaba centrada en Dios, pero no cuando empezó a enfocar la
atención sobre sí mismo (ver 1.° Reyes 19:4, 10, 14). Por haber rehu-
sado apartarse de esta orientación hacia sí mismo, su ministerio
profético le fue quitado y entregado a Elíseo. La compasión de uno
mismo, la envidia y la cavilación pueden llevar a otros resultados
serios, como advierte David (Salmo 37:8). El caso de Amnón mues-
tra bien esta cavilación: «estaba angustiado hasta enfermarse» (2.°
Samuel 13:2-4). Este continuo cavilar, a la larga, le llevó a conse-
cuencias desastrosas.
El cavilar es pensar sin acción. Es hablar con uno mismo que
no se centra en las soluciones de Dios. Sólo puede producir efectos
perniciosos.9 Cuando uno cavila sobre problemas pasados, por ejem-
plo, permite que lo que ya no tiene existencia (excepto en la mente)
le haga desgraciado. Los problemas pasados no tienen este poder.
Lo que uno hace sobre ellos es lo que determina el estado presente.
Cuando lo que uno hace es cavilar compadeciéndose, está haciéndo-
se a sí mismo un desgraciado, creando su propio malestar.

Cómo cambiar la situación


¿Qué puede sugerir un consejero al aconsejado que cavila, se
compadece a sí mismo, se angustia y tiene envidia? En breve, se le
ha de ofrecer la ayuda en coordinación con las instrucciones previas
sobre la alteración de hábitos y en las direcciones específicas para
aliviar los malos efectos de las pautas de hablar sin acción.
Primero, el consejero puede dar una vista general bíblica del pro-
blema, usando los Salmos 73 y 37. Luego, puede dirigir al aconse-
jado a romper la cadena de autocompasión > ira > amar-
gura > depresión en el primero de los eslabones. Más bien que
permitir que empiece el cavilar y la autocompasión, el aconsejado
ha de recibir instrucciones de orar sobre el problema, poniendo el
asunto en las manos de Dios.11 También puede orar pidiendo fuerza
para romper las pautas destructivas de la envidia y la autocompa-
sión.12 Luego debe levantarse y, finalmente, dirigirse a las responsabi-
lidades presentes, que de otro modo serían descuidadas.
Una chica que había prácticamente perdido a su padre como re-
sultado de un divorcio, se pasaba las horas sumergida en tristeza y
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autocompasión. Recibió ayuda cuando el consejero diseñó el si-
guiente procedimiento p a r a ella:
1. Siempre que empieces a pensar sobre este triste suceso, dedí-
cale dos minutos (con el reloj en la mano), piensa en ello. El he-
cho es triste y la pérdida es real. Pero esto no ha de inmovili-
zarte ni amargarte.
2. A los dos minutos haces una oración a Dios, poniendo tus cui-
dados en sus manos, luego:
3. Levántate y empieza a hacer el trabajo o deber que tengas entre
manos, y pon toda tu energía en ello.

Descubriendo la presencia del problema


Los consejeros pueden descubrir la presencia de la autocompa-
sión, etc., destructivas en el aconsejado, principalmente de estas
formas:
1. Preguntándoselo directamente. Algunos consejeros con demasia-
da frecuencia se olvidan de que la simple pregunta directa es el
método más básico, y en vez de ello tienden a fiarse de métodos
secundarios y oblicuos.
2. Usando la hoja DPP para ayudar al aconsejado a descubrir con
qué frecuencia pasa períodos sentado y pensando (estos factores
de alimentación han de ser eliminados, reemplazados por activi-
dad bíblica apropiada).
3. Inquiriendo qué piensa el aconsejado cuando está deprimido,
de mal humor, etc.
4. Anotando el lenguaje que usa en la sesión. Buscar, por ejemplo,
el lenguaje autodestructivo de la derrota («No hay manera; no
se puede hacer nada»); el lenguaje del problema único («Nadie
ha hecho frente a un problema como el mío; si usted tuviera
que vivir con mi marido...»); el lenguaje de la exageración trá-
gica («Esto es una calamidad; ¿no podría ser peor?», especial-
mente cuando contratiempos mínimos se ven como tragedias); el
lenguaje de la queja («¿Por qué permitió Dios que me sucedie-
ra esto a mí?; ¿qué hice para merecerlo?»).
5. Notando el foco indebido por parte del aconsejado sobre sí
mismo. Las personas que se compadecen están absortas en sí
mismas, necesitan que se les muestre que el mundo no fue crea-
do para ellas personalmente, y que es orgullo y egocentrismo
lo que hay en la raíz de sus problemas. El enfoque centrado
en sí mismas ha de proyectarse a Dios y a otros. Aparte de un
arrepentimiento sincero (un cambio en su mente) no hay solu-
ción para su problema.

La compasión de uno mismo es destructiva; autodestructiva. Si


continúa, va a llevar a la depresión, la cual a su vez es la r u t a direc-
ta a la desesperanza y, finalmente, a la autodestrucción: el suicidio.
Vamos a ocuparnos a continuación de la depresión.

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NOTAS DEL CAPITULO 32

1. Phthonos se traduce por «envidia» y denota un fuerte desagrado de las ven-


tajas o prosperidad de otros (ver Mateo 27:18; Marcos 15:10; Romanos 1:29; Gálatas
5:21; Filipenses 1:15; 1.a Timoteo 6:4; Tito 3:3; 1.a Pedro 2:1; Santiago 4:5). Ver
también Salmos 37, 73. El compadecerse a uno mismo lleva sólo a obrar mal (ver
Salmos 37:8).
2. En las discusiones sobre el temperamento es importante notar que la natura-
leza básica (fisis, o dotación genética de un hombre) puede diferir de la de otro
con respecto a estas cosas. La' persistencia, por ejemplo, puede desarrollarse más
fácilmente en unos que en otros. Cuando es así, es el resultado del uso propio de un
rasgo del temperamento. La fisis fuerte en cualidades de persistencia tiene potencial
para desarrollarla, sea en el rasgo de la mala personalidad que llamamos obstinación
o tozudez. Los hombres, pecadores, en virtud de su corrupción (inclinación hacia el
pecado en toda área de la vida) desarrollan su capacidad en la dirección falsa hasta
que se vuelven de ella (se convierten) por el Espíritu de Dios. Los consejeros deben
buscar posibilidades buenas y positivas que puedan ser desarrolladas en los cristianos
en lugar de las pautas pecaminosas que han aprendido. Con frecuencia, éstas se ha-
llan paralelas las unas a las otras a uno y otro lado de una «línea delgada», como
por ejemplo la apreciación y la envidia.
3. Ver 1.» Corintios 13:4-7.
4. Efesios 4:28.
5. Romanos 6:19.
6. Las personas que se compadecen a sí mismas lloran con frecuencia en las se-
siones. Cuando las mujeres sacan el Kleenex de la bolsa, el consejero casi puede tener
la seguridad de que está tratando con una aconsejada de tipo manipulativo (las que
acostumbran a llorar). Naturalmente, las lágrimas con frecuencia son reales. ¿Cómo
se pueden manejar las lágrimas? No haciendo caso de ellas y siguiendo adelante en la
discusión. Si se llama la atención sobre el lloro y se entrega un Kleenex, diciendo:
«Llore, llore, se sentirá mejor», o bien si se interrumpe la discusión, el resultado es
que la cosa se intensifica. El seguir adelante (y éste es un buen prurito para el con-
sejero, a fin de hacer indagaciones y observaciones respecto a contenido) muestra
que las lágrimas no van a producir efecto alguno en el sentido de desviar el tema.
Esto es bueno para aquellos cuyas lágrimas son genuinas (la verdadera simpatía se
muestra de preferencia en el aconsejar insistiendo en hallar y aplicar las soluciones
de Dios a los problemas) y también provee la mejor respuesta a las lágrimas de
la variedad cocodrilo. El consejero —por encima de todo— no puede permitir que
se le manipule (por medio de lágrimas o como sea) para participar en una celebra-
ción de compasión en común.
7. En el Salmo 37:8, David escribe: «Deja la ira y depón el enojo; no te excites
en manera alguna a hacer lo malo.» Asaf, el escritor del Salmo 73, experimentaba
esto. La destructividad de la envidia es puesta en evidencia en Mateo 27:18; Hechos 5:
17; 1.a Juan 3:12; 1° Samuel 18:7 y ss.; Génesis 37:3, 4 y ss.; en todos estos pasajes
la envidia lleva a homicidio o al intento del mismo.
8. La autocompasión no siempre es cosa individual. Con frecuencia, la gente mur-
mura en grupos, y hay autocompasión en grupos. De modo temporal, cuando uno ex-
presa los sentimientos propios, se siente aliviado, pero al final toda esta conmisera-
ción y murmuración alimentan un mayor malestar. El hablar sobre otros cuando no
están presentes es calumnia y actividades maliciosas que suelen ser el resultado de
la envidia y la autocompasión (ver Salmo 37:8). Un aconsejado dijo de su esposa (que
estuvo de acuerdo): «Pasa horas hablando con cualquiera que quiera escucharla sobre
sus problemas y sus quejas.» Evidentemente, una persona así no enfoca en las solu-
ciones. Los grupos de sensibilidad y los psiquiatras que hacen énfasis en la «ventila-
ción» tientan a los aconsejados a moverse por la pauta demasiado familiar de la auto-
compasión —»• ira —>. amargura —> depresión (ver Proverbios 25:23). Los consejeros pru-
dentes procuran romper la cadena en el primer eslabón.
9. Hay una discusión más bien humorística del problema, pero que pinta muy
bien todas estas debilidades pecaminosas en Dan Greenburg, How to Make Yourself
Miserable (Nueva York: The New American Library, 1966).
11. Estas oraciones han de ser cortas y al punto. Estas personas pueden trans-
formar la oración en una sesión de autocompasión.
12. La envidia debe ser reemplazada por su contrario. Ver, por ejemplo, Romanos
12:15.

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