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Jueves 9 de noviembre-día 1 de mi Rutina

Cuerpo-Casa-Camino

Cada vez que surge un síntoma (dolor de cabeza, de piernas, el ruido que hacen las tripas)
me doy cuenta de la poca atención que le estoy dando a mi cuerpo. No sé si a alguien más
le pasa.

Tengo 35 años, ya debería conocerme a mí mismo. Hay veces en las que cuando la panza
me cruje ya es tarde: la comida ya debería de estar hecha, o al menos encaminada. Si me
pongo a cocinar en ese momento todo mi día se desordena. O tal vez ya estaba
desordenado si no estuve a lo básico: alimentarme.

Soy vago. Me es mucho más fácil, casi que me sale natural quedarme tirado haciendo nada.
Nada es un decir. Porque mis pensamientos van y vienen, un vaivén de pendientes que no
se cumplen. Ítems de listas que no se tachan.

Muchas veces me veo a mí mismo como una persona con mucho potencial desperdiciado.
Muchas actividades que pruebo pero en las que no reincido. Y, entonces, quedo en eso, en
la potencia.

Entonces, la mayor parte del tiempo siento que podría definirme como: soy lo que podría
estar haciendo. Lo fácil, lo cómodo, las infinitas posibilidades. El éxito y el fracaso. Ambos
extremos son placenteros.

El medio, el mientras tanto, la velocidad crucero es lo que me aburre. Y, al aburrimiento,


como a ciertas obligaciones, le escapo.

Tal vez debería intentar quedarme un poco más ahí, esperar que digan mi número.
Aburrirme como el más aburrido de los aburridos. Porque al menos sería un cambio de
rutina, de mi acostumbrada evasión.
Viernes 10 de noviembre - Día 2 de mi Rutina

Dolor/ duelo / despedidas

No recuerdo cuándo fue la última vez que lloré de tristeza. Si menciono esto es porque
ganas u oportunidades no me faltan. Al menos una vez por semana, siento mucha angustia.
Al borde del llanto. Pero me quedo justamente ahí, en el borde, en el límite. No sé saltar, no
me animo a dar el paso que me liberaría y, así, por fin soltaría aunque sea una lágrima. Una
merecida lágrima.

Las últimas veces que vi a niñxs culminar una caída con un llanto pensé en lo siguiente:
cuando somos chicos somos mucho más cuerpo y al mínimo golpe ya estamos llorando en
el piso y pedimos por un abrazo de nuestro ser querido más cercano. En cambio, cuando
vamos creciendo no solemos llorar por los golpes corporales, como si ese tipo de dolor
hubiera sido superado. Ante la angustia, el desamor o la frustración sí lo hacemos.

Hablo en plural pero yo no lo hago. No sé hacerlo, no me sale.

Lo digo y lo repito porque lo siento como una carencia, una incapacidad. Si me tuviera que
presentar por la negativa, diría dos cosas: no sé ni silbar ni llorar.

Acabo de recordar la última vez que lloré: fue mientras leía El niño que cargaba agua en el
colador, de Manoel de Barros y María Wernicke. Un bellísimo libro ilustrado que me regaló
So para mi cumpleaños, hace casi seis meses. Creo que no fue de dolor, de angustia. Fue
más bien de alegría, de emoción. Pero tal vez tengo que llegar a ese sentimiento para llorar
todo lo que no puedo en el extremo opuesto.
E - Día 3 de mi Rutina

Estrés-emoción-Entusiasmo-Escritura

El estrés se me mezcla con la ansiedad, no los sentimientos en sí, sino, a la hora de


percibirlos. Hoy hablábamos con Eva de ver la casa a medio construir no genera un poco de
depresión y eso genera pocas ganas de hacer, de avanzar, lo que crea un círculo de
pensamientos un tanto nocivos.

Últimamente sobrepensar me lleva a la inacción y me molesta mucho, porque siempre me


enorgullecí de mi inteligencia, mi capacidad de razonar coherentemente. Y ahora, no me
está resultando úlil.

No sé bien de qué forma está conectado, pero tener poca plata entra en los disparadores de
pensamientos autodestructivos. No tener-creer que tengo potencial y que si me dedico y
trabajo y me esfuerzo lo suficiente podría tener dinero-pero para hacerlo necesito moverme
y ser constante y nunca fui bueno en eso.

La constancia. Ahora mismo pienso en que hoy es mi tercer día consecutivo de escritura
(quince minutos por día, al menos). Tengo pensamientos contradictorios: por un lado, siento
que es una victoria minúscula, ¿qué escritor solamente escribe quince minutos por día? Y,
por el otro, festejaré porque es lo que me toca festejar ahora, pasé de no escribir ni cinco
minutos un día y al día siguiente recriminarme esa falta, a ver, al menos, una página más de
texto. Quisiera aumentar el ritmo, poder corregir mis cuentos, terminar la novela. ¿sabés
qué me gustaría, también? Poder escribir cuentos nuevos. Adentrarme en personajes
desconocidos.

Una vez leí o escuché que el solo hecho de hacer el gesto de sonreír, por una cuestión
física o química, ya generaba placer. Tal vez hacer antes de las ganas sea un poco eso, ser
la mano que impulsa la hamaca, simular las ganas, el entusiasmo, tarde o temprano llegará.
Fe en el hacer.
F- Felicidad-Facundo- Facilidad

En el último mail del taller El hábito en la escritura a modo de incentivo, Natalia nos
proponía que una vez que hayamos cumplido con la escritura diaria, nos recompensemos
por ello. Nos demos un premio. Cocinar, comer algo rico, pedir delivery fueron algunas
sugerencias. Me costó pensar una recompensa, mucho más pensar en recompensas
diarias. Descarté inmediatamente cualquier recompensa que tuviera que ver con gastar
plata, estos días procuro gastar lo menos posible, en los últimos tres meses me compré tres
libros y de a ratos me arrepiento por ello. Entonces, la idea sería darme un premio que no
involucre dinero.

El problema es que ahora mismo me cuesta pensar en actos que me generen satisfacción.
Todo el tiempo pienso en actividades del orden del deber, cosas que tengo que hacer. Creo
que ya sé, intentaré trabajar lo más posible, no solo este taller, esta escritura diaria (que es
algo placentero mientras sucede y a la vez cuando veo que ha sucedido) y así puedo hacer
el taller de bordado y dedicarle un tiempo por fuera del taller a pensar en eso.

Entonces, durante una semana voy a probar lo siguiente:

Mis recompensas serán: corregir un cuento, leer un libro solo por placer, hornear un pan,
hacer un budín, bocetar dibujo y planificar bordado, asistir al taller de bordado de Ana y
visitar a un amigo.

Usé el tiempo de la escritura para planificar mi rutina de la semana. Me genera un poco de


contradicción, pero no está tan mal.

Y ya voy saboreando mi primera recompensa.


(Lo que escribí es la continuación de algo que empecé antes, dejo las dos primeras partes
por aquí, por si alguien le interesa)

Antes
Ahora miro por la ventana de mi casa y veo árboles y sierras.

Antes, en la casa de mis viejos las ventanas estaban tapadas con alguna enredadera cuyo
nombre no recuerdo. Casi que no entraba luz alguna. Las cortinas estaban como de adorno.

Y sin embargo. No puedo dejar de pensar en el pasado. Más que en el pasado, en las
cosas que no hice. En los textos que no escribí, en los libros que no leí, en los mates que no
compartí. Como si el tiempo se me diluyera.

Me cuesta mucho estar en el presente, estar acá. Incluso ahora, mientras escribo este texto,
estoy pensando en lo que viene y en lo anterior y a su vez me da culpa no estar realmente
acá.

No sé si alguna vez estuve muy presente, atento a lo que pasaba. Tal vez pienso en el
pasado de una forma idílica, porque hablar del pasado es una ficción, es el tiempo del
cuento, ¿no? Se cuenta lo que pasó, entonces, lo puedo moldear.

Pude haber hecho tantas cosas. Pude haber sido tantos Facundo. Pero capaz que no.
Capaz que tengo que aceptar que no, que no pude, que no puedo.

Buenos Aires
Hace 3 años llegamos a Los Molles. Eva, Siesta y yo. Un 26 de noviembre. Recuerdo ese año
ahora y lo siento re lejano: el aislamiento, sacar permiso para usar transporte público, los
permanentes vivos de Instagram, el pan de masa madre.
Decía que en el anteúltimo mes del año, en un solo día, en quince horas, llegamos a nuestro
terreno en este pueblo.
Recorrimos poco más de 800 km en poco más de quince horas. Por la mañana salimos de
nuestra casa en Turdera y por la noche dormimos en carpa en nuestra nueva casa en Los
Molles.
A veces me gustaría volver con más frecuencia durante el año. A Buenos Aires. O quisiera
quedarme un poco más de tiempo cada vez que voy. Ambas opciones significan ausencias más
prolongadas en mi nuevo hogar.
Hago cuentas de los días de visita. También sumo el dinero necesario para estar en otro lugar
que ya no es mi casa.
Buenos Aires para mí es el regreso. Volver a ver amigxs, a mis viejos. Volver a las calles y a las
avenidas en donde crecí (primero escribí creí, la digitación inconsciente tiene algo de sentido).
Volver a los trenes.
Creo que Buenos Aires significa lo central, lo porteño como hegemonía. A su vez, estoy en
contra de esa idea. Entonces, como país, como seres humanos, tal vez sea mejor dejar de
depender de Buenos Aires.
¿Podría dejar de volver sobre mis pasos?

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