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Giglia, Angela (coord.), 2017, Renovación urbana, modos de habitar y desigualdad en la Ciudad de
México. México: Universidad Autónoma Metropolitana / Juan Pablos Editor. Pp. 145-181
INTRODUCCIÓN
Imagino a Ruth Glass entreabriendo apenas los labios con una sonrisa
burlona, cuando decidió definir con el término de “gentrificación” el proceso
de transformación urbana que vivía Londres a inicios de los años sesenta, a
través del cual los habitantes obreros de los distritos centrales londinenses
iban siendo desplazados por clases medias que, junto a la transformación pag. 149
residencial, cambiaban el carácter urbano del lugar. Chris Hamnett (2003)
destaca un aspecto que suele pasarse por alto en muchas discusiones
concernientes a la gentrificación. La acuñación del término “gentrificación”
por Glass fue “deliberadamente irónico”; hay en su formulación un sentido
humorístico, una burla (Hamnett, 2003:2401). Podemos leer en él un juicio
sarcástico sobre la posición y las pretensiones de la clase media inglesa de la
época, que llegaba a los barrios centrales deteriorados y remodelaban
ostentosamente casas antiguas, sustituyendo y desplazando a los habitantes
de las clases trabajadoras. Glass crea la imagen de una “gentry urbana”
apropiándose del espacio y despojando a los trabajadores, lo cual remite a la
compleja estructura de clases “tradicional” de la Inglaterra rural y traza una
analogía “con la gentry rural de los siglos XVIII y XIX familiar a los lectores de
Jane Austen, que implicaba al estrato de clase por debajo de la aristocracia
terrateniente, pero por encima de los granjeros propietarios y de los
campesinos” (Hamnett, 2003:2401). Este sector, la gentry, se benefició de los
procesos históricos de cercamiento de tierras (antiguamente del común) en
Inglaterra, que antecedieron a la era industrial (Allen, 2002:21). Así, el
concepto de Glass no consiste en una descripción propiamente, el contenido
semántico del término se encuentra desbordado por una inadecuación
inminente entre el vocablo y el referente empírico, pero este “desajuste” con
la literalidad (la distancia dada entre lo que se alude o sugiere y lo que se
nombra), que remite más bien a una analogía mordaz, constituye la
inscripción de un posicionamiento crítico en la enunciación del término.
Gentrificación, como era la intención de Glass, “de una forma muy simple,
pero a la vez poderosa captura las desigualdades de clase y las injusticias
creadas por los mercados de tierra y las políticas capitalistas urbanas”, afirma
Tom Slater (2011:571).
Desde la formulación de Ruth Glass, los debates sobre la gentrificación se
extendieron con profusión en los análisis sobre las transformaciones vividas
en distintas ciudades del mundo anglosajón; después, en años recientes, se
fue extendiendo al análisis de los procesos de “renovación” urbana en
ciudades radicalmente distintas, como pueden ser las latinoamericanas
(sobre la internacionalización del término más allá del mundo anglosajón,
véase Atkinson y Bridge, 2005; Janoschka, Sequera y Salinas, 2014; Lees, pag. 150
2012; Smith, 2002). Esta expansión no ocurrió en forma sencilla, por el
contrario, la pertinencia del concepto para analizar realidades tan disímiles
se ha visto con ojos críticos y desconfiados. No obstante, la gentrificación no
se bautizó en el debate en el contexto latinoamericano; se trata de un
concepto polémico desde su origen que ha enfrentado no pocos embates.
Estas disputas conceptuales son sumamente amplias, en muchos casos
complejas y, sin duda, las más serias son muy fructíferas para el
conocimiento (para una excelente exposición del desarrollo de los estudios
sobre gentrificación véase Lees, Slater y Wyly, 2008). Estamos ante una
biografía conceptual, la de la gentrificación, que si bien suma desarrollos
teóricos y análisis empíricos, al mismo tiempo vive en constante
confrontación, escindiéndose en desarrollos y posturas divergentes, algunas
veces simplemente disímiles, otras con posicionamientos teóricos e
interpretaciones empíricas antagónicas.
Dentro del abanico de posiciones, una pléyade de autores defiende la
necesidad de mantener una perspectiva crítica sobre la gentrificación que,
en concordancia con la preocupación original de Glass, inquiera por los
desplazamientos sociales en un contexto de transformación espacial
marcado por la desigualdad de clase y el poder político del capital (Casgrain
y Janoschka, 2013; Clark, 2005; Delgadillo, 2016; Hackworth, 2002; Slater,
2006 y 2009; Smith, 2012; Wacquant, 2008; Watt, 2008 y muchos otros más).
Aunque estos autores buscan preservar y continuar el enfoque crítico
inaugurado por Glass, también reconocen que la definición original ofrecida
por dicha autora resulta sumamente constrictiva. De hecho, las
investigaciones sobre los procesos de gentrificación han desbordado
fecundamente el esquematismo de la formulación original, mostrando al
mismo tiempo la amplitud del potencial analítico del concepto.6 De modo
que se ha formulado alguna definición más “elástica pero dirigida” que sirva
para arropar los distintos y nuevos procesos de gentrificación analizados, sin
disolver la precisión conceptual del término: pag. 151
La gentrificación es un proceso que implica un cambio en la población de usuarios del suelo de tal
manera que los nuevos usuarios son de un nivel socioeconómico más alto que los anteriores
usuarios, junto con un cambio asociado en el entorno construido a través de una reinversión en
capital fijo (Clark, 2005:263).
EL DESVANECIMIENTO DE LA PRESENCIA
POPULAR EN LA ALAMEDA CENTRAL
Tal vez uno venga de comer del barrio chino, deseoso de estirar las piernas, o de alguna de las
librerías sobre avenida Juárez, en busca de una banca tranquila para leer, o incluso se dirija
expresamente a pasear por allí, una de esas mañanas luminosas y claras —cada vez más escasas a
pesar de que todo esto alguna vez se llamó “el alto valle metafísico”— en que el cemento nos agobia
y vuelve la nostalgia de los árboles (Amara, 2010:128).
Así comienza el cuento breve escrito por Luigi Amara titulado “La
Alameda”, y de inmediato el autor nos ha situado en un horizonte vivencial
de deseos, en una expectativa de disfrute que tiene como objeto este
arbolado parque de la Ciudad de México. La Alameda Central queda
vinculada con la dicha que sucede al almuerzo y el reposo de la digestión, o
al placer que depara la literatura y la emoción de quien comienza a leer un
nuevo libro, o simplemente al goce del recreo y de la suspensión de la rutina
brumosa y oscura de nuestra vida urbana. La ficción de Amara conforma
una de las viñetas literarias de la Nueva guía del Centro Histórico de México
(2010), a través de las cuales se profundiza tanto en la historia y la vida
cotidiana como en las sensaciones y emociones que pueden evocar,
construir o generar los lugares y los espacios catalogados y reseñados. La
Guía no es un compendio de calles, plazas, parques, edificios, museos,
templos, restaurantes, bares, cantinas, hoteles, mercados, etc. y su ubicación
geográfica, pues no sólo presenta los sitios y lugares del Centro Histórico,
sino también discrimina, jerarquiza y selecciona entre los mismos. Pero
sobre todo contribuye a la construcción de disposiciones subjetivas sobre los
lugares y los espacios, en dimensiones prácticas, sensibles y significativas. pag. 154
Ello es incluso expresado por Guillermo Tovar de Teresa, autor del prólogo
del documento, pues a su juicio, como “las guías más atractivas”, la que aquí
tratamos comparte la característica de producir emociones frente al espacio
que descubre (Tovar de Teresa, 2010:5). En términos generales, la Nueva
guía pretende orientar y dirigir la forma de significar el espacio que expone;
propone una manera de entender los lugares catalogados que presenta y
darles sentido; nos predispone en lo más íntimo a conmovernos,
enorgullecernos o indignarnos con su historia y con lo que ocurre en ellos en
la actualidad. En este sentido, frente a este documento, es relevante retomar
las preguntas planteadas por William Roseberry como indispensables ante
cualquier texto cultural: “[…] quién habla, a quién se dirige, de qué se habla y
qué tipo de acción se está demandando […]” (2014:36-37).7
El relato de Amara (2010:128) es una sátira escrita en primera persona. En
ella el personaje principal (tal vez el mismo autor, pues parece abocado a los
libros y la literatura), tras visitar el callejón de Condesa, donde se ubica,
protegido del sol y la lluvia bajo lonas sujetas con tubos y mecates, un
mercado callejero de libros, que “lo mismo ofrece hallazgos para el pag. 155
bibliómano que buenas novedades a mitad de precio; vaya uno a saber
sacadas de dónde” (Amara, 2010:128), tiene una incitación del deseo a
“caminar por un jardín y no por edificios, a escuchar el ruido de las fuentes y
a olvidarse un rato de los libros” (Amara, 2010:128):
[…] di unas cuantas zancadas y empecé a deambular por los corredores de la Alameda. Yo esperaba
una paz vagamente bucólica, escuchar el canto de las aves o al menos el chillido de las ardillas,
quizá encontrarme con una multitud pintoresca, en la que todavía convivieran el “peladaje” y la
alcurnia; lo que me esperaba era la algarabía de los merolicos, su graznido hipnótico de pájaros
fariseos compitiendo entre sí, sin cansarse nunca.
Había, es verdad, cierta reminiscencia animal en todo ello, pero era debido a la presencia de los
caballos de la policía, quién sabe por qué disfrazada de charros […]. No había un solo rincón para
evocar la “primavera inmortal”; sólo refrescos, baratijas, discos piratas, todo anunciado con la
intención de aturdir el alma.
Di una vuelta: las mercancías habían invadido incluso las fuentes; me senté en una banca y una
paloma lanzó sus sucios auspicios sobre mi cabeza. Expulsado del ruidoso jardín, un sentimiento
fraternal me llevó hacia el único puesto que no armaba tanta bulla. Y así salí de la Alameda muy
orondo, haciendo tronar mi chicharrón con salsa (Amara, 2010:128).
[…] nuestra Alameda Central tenga estas características muchos años, tenga el mantenimiento que
debe tener, no se llene de ambulantes, no tengamos indigentes, aunque por ahí no le guste a alguna
persona que diga yo eso, pero es la verdad. Éste es un espacio público para todos y lo vamos
conservar y mantener así (Macías, 2012, cursivas mías).
Tras la remodelación del parque en 2012, el espacio social que se creó, sin
lugar a dudas, es mucho más cercano a las expectativas del protagonista del
cuento analizado: ahora sin comerciantes (ni indigentes) y con una fuerte
proscripción de diversidad de usos populares del espacio. Dada la
gentrificación del jardín, la sátira que hemos analizado se ha convertido en pag. 160
una ficción arqueológica de nuestro pasado urbano. En esta Alameda
gentrificada muchos de los usuarios tradicionales que conformaban parte de
su diversidad han sido desplazados; sin embargo, al lugar siguen asistiendo
distintos miembros de los sectores populares. No obstante, constituye un
espacio gentrificado porque al tiempo que se dan exclusiones, disoluciones
de las prácticas y apropiaciones populares del espacio, se descubre la
presencia creciente de sectores con mayores recursos económicos que
visitan el parque y habitan las distintas ofertas residenciales, laborales,
turísticas, culturales y de consumo que se han impulsado en las
proximidades de la Alameda, con la renovación del Centro Histórico. De
hecho, en la acera que está frente a la Alameda (hacia el sur), en la manzana
que colinda con la avenida Juárez, se han realizado inmensas inversiones
inmobiliarias que apuntan a atraer usuarios más acaudalados. En esta zona
se construyó con una fuerte inversión el hotel Hilton (2003). Se realizó el
proyecto de la Plaza Juárez (2006), donde se levantaron y renovaron edificios
que albergarían importantes oficinas de gobierno, espacios culturales,
centros de convenciones, locales y plazas comerciales y estacionamientos.
Además, se han construido o remodelado otros hoteles y plazas comerciales,
así como distintos edificios residenciales de lujo, como Puerta Alameda
(2006) y Carso Alameda (2013), que han creado una oferta residencial de
más de 700 de departamentos para sectores de ingresos medios y altos.
La valorización económica del lugar que supone esta producción
inmobiliaria no es efecto indirecto de la intervención estatal sobre el espacio
público, entre ellos la regulación de los usos del espacio y el desplazamiento
de algunos usos populares de la Alameda, por el contrario, conforman su
objetivo. Esto se ilustra, por ejemplo, en un reportaje de la periodista Elena
Michel (2013), donde señala con datos de la Autoridad del Espacio Público
(AEP), un organismo del gobierno de la ciudad, que entre 2011 y 2013 (años
en los que tuvo lugar la remodelación de la Alameda) se invirtieron “313
millones de pesos, de los cuales 269 se destinaron a la remodelación de la
Alameda y 44” a la acera opuesta de la avenida Juárez (Michel, 2013). Pero lo
más significativo es lo que afirma el titular de dicho organismo, entrevistado
por la periodista: pag. 1 1
[…] estas acciones son para incentivar […] más allá de una obra física de espacio público, el tema
de fondo es que sean detonadores del Centro Histórico, háblese de incentivar vivienda, actividades
comerciales e inversiones privadas (titular de la Autoridad del Espacio Público entrevistado por
Michel, 2013).
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
Artículos de prensa
Documentos
NOTAS
*Doctorado en Antropología Social, Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social.
1 Durante el siglo XX el Centro Histórico representó para vastos grupos de
los sectores populares de la ciudad un espacio a través del cual pudieron
hacer frente, aunque en condiciones profundamente adversas, a distintas
necesidades: vivienda, trabajo, consumo, esparcimiento.
2 El centro se concibe como un espacio emblemático, simbólico-
identitario fundamental en la representación del poder del Estado y de la
imaginación de la comunidad nacional (Anderson, 2005), así como un bien
cultural de la humanidad, según la declaración de la UNESCO.
3 Tanto funcionarios de gobierno como algunos empresarios suelen
plantear que la renovación y la conservación patrimonialista no buscan
producir un espacio inerte, detenido en el tiempo, como si las plazas, calles y
edificios fuesen piezas de museo, sino que se afirma la necesidad de
reproducir un espacio habitado, con sus dinámicas urbanas propias, un
espacio “vivo”, de uso cotidiano (vivienda, trabajo, etc.) y extraordinario
(recreación, esparcimiento, etc.) y de disfrute plural.
4 La autoridad pública reconoce en la participación de la iniciativa
privada, con sus intereses económicos singulares, al actor clave para el
desarrollo y sostenimiento con éxito del proyecto. Esto queda sumamente
claro en la siguiente cita tomada del “Plan de manejo del Centro Histórico”,
un documento en el que se definen las estrategias a mediano y largo plazos
en la conservación del Centro: “La rehabilitación integral del Centro
Histórico requiere de la más amplia participación de todos los sectores de la
sociedad; la atracción, conducción y sostenimiento de la inversión privada
refuerza las inversiones públicas, otorga competitividad a la zona en
términos de diversidad, empleo y crecimiento económico, pero sobre todo
permite conservar el interés por sostener y conservar adecuadamente el
corazón de la ciudad” (GDF, 2011:38).
5 Véase Harvey (2007).