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Robinson Crusoe, Daniel Defoe (Green Apple)

CAPÍTULO 1: ROBINSON SE HACE A LA MAR

Nací en 1632 en la ciudad de York, Inglaterra. Mi padre era de Alemania. Él se vino a Inglaterra
y entonces se casó. El apellido de mi madre era Robinson. Ellos me llamaron Robinson
Kreutznaer, pero en Inglaterra siempre nos llamaron Crusoe, así que mis amigos me llaman
Robinson Crusoe.

Yo quería hacerme a la mar. Mi madre y mi padre no querían que me fuese y me pidieron que
me quedara, pero no les escuché. Esto es lo que pasó. Un día me fui al puerto de Hull. Mi
amigo iba a Londres por mar en el barco de su padre. Decidí irme con él y no decirles nada ni a
mi madre ni a mi padre. Así, el 1 de septiembre de 1651 fui a bordo de un barco por primera
vez.

Después de irnos, (el tiempo) se volvió muy ventoso. Me sentía muy mareado y con mucho
miedo. Pensé que Dios me estaba castigando porque había dejado la casa de mi padre.
Prometí a Dios volver a la casa de mi padre y no volver al mar otra vez.

El día siguiente el mar estaba en calma y estaba soleado. Mi amigo me preguntó, “Bueno,
Robinson, ¿qué tal estás? ¿estabas asustado?.

“Fue una tormenta terrible”, contesté yo.

“¡Una tormenta!”. Dijo él. Eso no fue nada. Vamos a beber ron y olvidarnos de ello”

Bebimos el ron y olvidé la promesa que le había hecho a Dios. Unos días después hubo una
tormenta terrible. Las olas eran altas como montañas. Yo estaba muy asustado.

Sentí haber olvidado mi promesa a Dios. Todos los demás marineros también estaban
asustados. Finalmente fuimos rescatados por otra barca. Mientras escapábamos en la otra
barca, vi nuestro barco hundirse en el agua.

Cuando llegamos a tierra, la gente fue muy amable. Nos dieron dinero para volver a Hull o a
Londres. Yo no pensé en mi familia y no volví a casa. Me fui a Londres por tierra. Allí conocí al
capitán de un barco. Me habló de un viaje a lo largo de la costa de África y sobre el dinero que
hizo. Dijo que quería ir otra vez y me preguntó si quería ir con él. Yo dije que sí y nos hicimos
amigos. Antes de marchar me gasté unas 40 libras en cosas que podría cambiar por oro en la
costa de África. El viaje fue un gran éxito. En realidad, fue mi único viaje con éxito. Traje a casa
un montón de oro y lo vendí por 300 libras.

Al poco de nuestro regreso a Inglaterra, mi amigo murió. Decidí hacer el mismo viaje con un
barco diferente y un capitán distinto. Mientras navegábamos por la costa de África, un barco
turco nos siguió. Hubo una batalla y fuimos tomados como prisioneros. Los turcos nos llevaron
al puerto de Salle.

El capitán del barco turco me hizo su esclavo. Después de dos años fui capaz de escaparme. Un
día el capitán turco me mandó a pescar con su hermano Ismael y un niño esclavo negro
llamado Xury. La barca de pescar estaba llena de comida, pistolas y agua potable. Mientras
pescábamos, empujé a Ismael al mar. Le apunté con la pistola y le dije, “Nada hasta la orilla y
déjanos en paz. Si no lo haces, te dispararé”. Ismael se alejó de la barca nadando y le dije a
Xury, el niño esclavo, “Si me eres leal, puedes quedarte conmigo”. El chico sonrió y prometió
serme leal.

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Navegamos a lo largo de la costa de África, cerca de la orilla. Algunas veces oíamos leones y
otros animales. Otras veces veíamos a gente en la orilla. Eran negros y no llevaban ropa.
Después de 11 días llegamos a Cabo Verde y vimos un barco Portugués. Navegamos hacia él y
subimos a bordo. Los hombres del barco fueron muy amables y nos llevaron a Brasil. El capitán
compró mi barca y también se quedó con Xury. Dejé el barco con mucho dinero.

Decidí quedarme en Brasil y administrar una granja que producía azúcar. Tenía éxito pero no
era feliz con mi nueva vida. Después de 4 años, vinieron otros tres administradores de granja y
hablaron conmigo. Querían comprar un barco y navegar a África para comprar esclavos. Me
pidieron que fuera en ese viaje y yo estuve de acuerdo en ir.

Subí a bordo del barco el 1 de septiembre de 1659, exactamente 8 años después de mi viaje
desde Hull. 12 días después hubo una gran tormenta y durante 20 días hubo mucho viento.
Entonces el tiempo se volvió más calmado. Pero una mañana un marinero gritó, “¡Tierra!”
Corrimos a mirar pero el barco tocaba la arena y no nos podíamos mover. Así que nos metimos
en una barca y abandonamos el barco. Fuimos hacia la tierra. Entonces vino una ola enorme y
caímos al mar. Una ola me llevo hacia la orilla y llegué a la playa, medio muerto.

CAPÍTULO 2: LA ISLA

Le di gracias a Dios por salvarme la vida. Estaba muy feliz. Estaba vivo; todos los demás
hombres estaban muertos. Entonces empecé a mirar a mi alrededor y no me sentí feliz. Estaba
mojado, no tenía otras ropas; no tenía comida ni bebida y no tenía una pistola para matar
animales para comer o para defenderme. Corrí de un lado para otro gritando. La noche llegó y
me di una vuelta para buscar agua potable. Encontré algo de agua, la bebí y me subí a un árbol
para dormir.

Cuando me desperté el sol brillaba. Las olas estaban acercando el barco a la orilla. Me quité la
ropa y nadé hacia el barco. La comida a bordo no estaba mojada. Cogí algunas piezas grandes
de madera y las até juntas con una cuerda para hacer una balsa. Entonces puse la comida,
ropa, herramientas y pistolas en la balsa y volví a la orilla. Cogí una pistola y subí una colina.
Desde allí vi que me encontraba en una isla. Vi muchos pájaros pero no animales ni personas.

Esa tarde me puse las piezas de madera y las cajas a mi alrededor antes de irme a dormir. Me
sentí más seguro durante la noche. El día siguiente volví al barco. Cogí una hamaca, unas
mantas, un telescopio y unas velas y volví a la isla. Me hice una tienda con las velas. Entonces
me hice una cama y dormí toda la noche porque estaba cansado por el trabajo del día.

Todos los días iba al barco y traía más cosas. Traje pan, ron, azúcar y otras cosas. La última vez
que fui al barco encontré algo de dinero. Sonreí y dije, “¿Para qué sirves? ¡Te dejaré aquí!”.
Pero me lo llevé conmigo. Al final no había nada más que llevarse del barco. Entonces empecé
a coger partes del barco –hierro, clavos, cuerda – Cogí todo lo posible.

Ahora empecé a pensar en protegerme a mí mismo de los nativos y de los animales salvajes.
Quería construirme mi casa en un lugar cerca del agua potable, protegido del sol, seguro ante
los ataques y cerca del mar para que pudiera ver si un barco se acercaba a la isla.

Me construí la tienda contra el acantilado. Luego construí una valla alta alrededor de mi
tienda. Hice una escalera para saltar la valla. Cuando estaba dentro me podía meter la
escalera. Así ningún hombre ni animal podría entrar en mi casa.

Cada día me iba a cazar. Había cabras en la isla y le disparé a una.

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Pensé mucho en mi situación. Pensé que el pasar el resto de mi vida en esta isla terrible era
una decisión de Dios. Entonces un día pensé: “Sí, eres infeliz, pero mira lo que les pasó a los
otros. Tú estás vivo. ¿Es mejor estar en esta isla o en el fondo del mar?”.

Entonces pensé, “Tengo suerte de tener todas las cosas del barco para ayudarme a vivir”.

Tenía miedo de olvidar cuando era domingo. Así que hice una gran cruz de madera en la playa
y escribí con mi cuchillo las palabras “Llegué aquí el 30 de septiembre de 1659”. Luego todos
los días, hacía un corte con mi cuchillo y uno más largo cuando era domingo.

Olvidé decir que también cogí unos libros de oraciones y tres biblias, y dos gatos y un perro del
barco.

Intenté consolarme poniendo en una lista las cosas buenas de mi situación al lado de las cosas
malas.

-Malas -Buenas

Estoy en una isla y nadie me puede salvar. Pero estoy vivo.

Dios quiere que yo viva esta terrible vida. Pero Dios me puede salvar de esta
terrible condición.

Estoy solo. Pero hay comida en la isla.

No tengo ropa. Pero hace calor.

No tengo armas para defenderme contra hombres o Pero no veo animales salvajes en la isla.

animales.

Esto me enseñó que debía darle gracias a Dios por algunas cosas.

DIARIO DE ROBINSON CRUSOE

30 de Septiembre, 1659. Mi barco naufragó cerca de esta terrible isla.

1 de Octubre al 24 de Octubre. Cogí todo lo que pude del barco. Llovió a menudo durante esos
días.

25 de Octubre. Llovió todo el día y toda la noche. Pasé el día protegiendo mis cosas de la lluvia.

26 de Octubre al 30 de Octubre. Encontré un lugar para construir mi casa y llevé todas mis
cosas a ese lugar.

31 de Octubre. Salí con mi pistola para buscar comida. Disparé a una cabra.

1 de Noviembre. Puse mi tienda y mi hamaca.

2 de Noviembre. Puse cajas y piezas de madera para hacer una valla alrededor de mi tienda.

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3 de Noviembre. Maté a dos pájaros; sabían muy bien. Comencé a hacer una mesa por la
tarde.

4 de Noviembre. Comencé a planear mi tiempo. Después de esto, salía todas las mañanas con
mi pistola. Trabajé hasta las 11 en punto, luego comí. Dormí hasta las 2. Por la tarde trabajé
otra vez.

5 de Noviembre. Salí con mi pistola y mi perro. Maté un gato salvaje pero la carne no estaba
buena. Guardaba las pieles de cada animal que mataba.

6 de Noviembre. Terminé la mesa pero no estaba contento con ella.

7 de Noviembre al 12 de Noviembre. Ahora empezó a hacer buen tiempo. Hice una silla
(menos el 11 de Noviembre porque era domingo) pero no estaba contento con la silla.

Pronto olvidé qué días eran domingo.

13 de Noviembre. Llovió e hizo más frío. Hubo una tormenta terrible con rayos y truenos.
Decidí poner la pólvora en varias cajas pequeñas y guardarlas en sitios diferentes.

14, 15 y 16 de Noviembre. Pasé esos días haciendo cajas pequeñas para la pólvora. Maté un
pájaro grande que sabía bien.

17 de Noviembre. Empecé a hacer un agujero en la roca de detrás de mi tienda para hacer una
cueva. Allí podría guardar mis cosas.

Necesitaba dos cosas para hacer este trabajo –un pico y una pala. Hice el pico de piezas de
hierro del barco. No sabía cómo hacer una pala.

18 de Noviembre. Encontré un iron tree (Shihuahuaco – árbol de hierro) en el bosque. Es


llamdo así porque su madera es muy dura. Corté un trozo de madera y la tallé para hacer una
pala. Tardé 4 días en hacer esas herramientas.

23 de Noviembre. Empecé a trabajar en la cueva y trabajé durante 18 días.

10 de Diciembre. Justo antes de acabar mi cueva, se cayó el techo. Estaba asustado. Saqué
toda la tierra y construí soportes para sujetar el techo.

17 de Diciembre. Hice estanterías desde ese día hasta el 27 de Diciembre.

20 de Diciembre. Puse todas mis cosas dentro de la cueva.

24 de Diciembre. Llovió todo el día y toda la noche y no pude salir.

25 de Diciembre. Llovió todo el día.

26 de Diciembre. Sin lluvia. Hizo mucho más frío que antes.

27 de Diciembre. Maté una cabra joven y me llevé a otra a casa. Comió el verde de alrededor
de mi casa y no se escapó. Esto me dio la idea de tener a las cabras para darme comida cuando
la pólvora se me acabase.

3 de Enero a 14 de Abril. Construí una valla alrededor de mi casa. Corté ramas de los árboles y
las puse en el suelo. Después de algún tiempo comenzaron a crecer y mi valla parecía natural.

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CAPÍTULO 3: REY DE LA ISLA

Un día encontré una bolsa pequeña del barco con semillas dentro. Decidí usarla para la pólvora
así que la vacié fuera de mi casa. Llovió mucho y un mes después vi algunas plantas jóvenes
creciendo allí. Cuando las plantas crecieron vi que algunas eran cebada y otras arroz. Estaba
muy sorprendido de ver plantas inglesas creciendo en mi isla.

Hasta ese momento fue difícil para mí comprender por qué ocurrían las cosas. Pero cuando vi
crecer la cebada pensé que era obra de Dios.

Entonces comprendí de dónde venían las semillas y me sorprendí menos.

16 de Abril. Acabé mi escalera. Con ella podía escalar la valla. La valla ahora era grande y la
casa no se podía ver desde fuera. Finalmente estaba seguro de los ataques de hombres o de
animales.

Al día siguiente hubo un terremoto. Escalé la valla. Estaba aterrorizado. Entonces hubo una
gran tormenta. Duró unas tres horas. Estaba aterrorizado pero no pensé en Dios. Después de
la tormenta el aire y el mar estaban en calma.

16 de Junio. Encontré una tortuga grande en la playa del otro lado de la isla.

19 de Junio. Me puse enfermo y tenía fiebre.

20 de Junio. No dormí en toda la noche debido a la fiebre.

21 de Junio. Estaba aterrorizado por la fiebre que tenía. Le pedí a Dios por primera vez
después de la tormenta cerca de Hull. Me quedé en la cama con fiebre durante varios días.

26 de Junio. Me levanté sintiéndome mejor. No tenía comida así que cogí mi pistola y maté
una cabra. Fue difícil llevar a la cabra a casa porque yo no estaba fuerte.

27 de Junio. Me puse malo otra vez y me quedé en la cama todo el día sin comida ni bebida. Le
recé a Dios muchas veces. Entonces me dormí y tuve un sueño terrible.

En mi sueño estaba sentado en el suelo fuera de mi casa. Un hombre vino del cielo. Había
fuego a su alrededor y tenía una lanza en su mano. El suelo se movió cuando llegó. Se acercó
para matarme. Entonces dijo: “Como no te arrepientes de tus pecados, ahora morirás”.

Me desperté aterrorizado. Yo era un hombre malo. Durante todos mis problemas, nunca pensé
que fuera un castigo por mis pecados. Ahora, por primera vez, empecé a sentirme culpable por
mi vida de pecador.

28 de Junio. Me sentí un poco más fuerte y comí algo de carne de tortuga. Por primera vez
recé antes de comer. Fui a mi baúl a buscar tabaco. Allí también encontré las biblias del barco.
Cogí una y empecé a leer. Las primeras palabras que leí fueron: “Llámame cuando tengas
problemas, y yo te salvaré, y tú me darás las gracias”. Antes de irme a la cama, me arrodillé y
recé a Dios. Le pedí que me salvase. Al día siguiente me desperté mejor y feliz.

3 de Julio. Pensé en las palabras de la Biblia. “Te salvaré”, pero me pareció imposible que yo
pudiera escapar de la isla. Entonces pensé “¡Pero estaba enfermo y me puse mejor!” Dios me
había salvado pero yo no le había dado las gracias.

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4 de Julio. Decidí leer un poco de la Biblia cada mañana y cada noche. Mi mente estaba
calmada ahora. Había llegado a la isla hacía 10 meses. Era la única persona en la isla. Era el
señor de mi isla. Me podía llamar a mí mismo rey. Tenía mucha madera y comida. Mi vida era
más fácil que antes. Pensé más en las buenas cosas de mi vida y menos en las malas.

Ya no tenía tinta para escribir. Mi ropa estaba toda vieja. Me hice ropa nueva de la piel de las
cabras. Esto fue lento y difícil porque no tenía una aguja. El tiempo era muy caluroso y no
necesitaba llevar ropa, pero había mucho sol y quemaba mi piel. Así hice ropas, un sobrero y
una sombrilla. Podía ver la tierra del continente desde la isla y traté de hacer una canoa para
escapar pero cuando la terminé no la podía mover: era muy grande. Después hice una más
pequeña y la usé para navegar por mi isla. Era muy pequeña para navegar hasta el continente.

Mi vida continuó así durante varios años. Era una vida llena de trabajo y oración. Yo no era
infeliz. Era el rey de mi isla. Mis súbditos eran las cabras, el perro, los gatos y unos loros.

Un día algo pasó y cambió mi vida en la isla. Encontré en la playa unas pisadas en la arena.
Miré a mi alrededor pero no vi a nadie. Estaba aterrorizado y me fui a casa a esconderme.

Al principio pensé que la pisada era la huella del demonio. Pero entonces empecé a pensar que
los nativos de la tierra continental dejaron la huella. Durante años había deseado compañía
humana. Ahora estaba aterrorizado de que hubiera otro hombre en la isla. Abrí la Biblia y leí+ y
esto me ayudó. Pero todavía tenía miedo.

CAPÍTULO 4: HUELLAS

Llevaba 15 años en la isla. Tenía miedo de los nativos del continente, así que construí otra valla
alrededor de mi casa.

Dos años después de ver la pisada, creí ver una barca en la distancia en la parte oeste de la isla.
Quizás los nativos venían a menudo a esa parte de la isla. Cuando bajé a la playa vi calaveras
humanas, mandos y pies en la arena. Estaba sorprendido e indignado. Había un fuego
encendido. Aquí, los nativos habían tenido un banquete terrible, comiéndose los cuerpos de
otros hombres. Me sentí mareado y vomité. Entonces volví corriendo a casa.

Le di gracias a Dios por haberme hecho un hombre civilizado, diferente de aquellos nativos.

Pensé que estaba a salvo de los nativos. Durante 18 años no me habían encontrado. Podría
vivir aquí sin problemas otros 18 años si tenía cuidado.

Los dos años siguientes a esto me quedé cerca de mi casa. Luego empecé a explorar la isla
como antes, pero más cuidadosamente. No disparé mi pistola porque tenía miedo de que los
nativos me oyesen. Pero tenía mis cabras y podría matarlas para comer sin usar mi pistola.

Empecé a pensar en matar a aquellos nativos.

Pensé en esperarles con mis pistolas. Durante sus fiestas, podría dispararles y matar a muchos.
Después correría hacia ellos con las pistolas y espada. Estaba seguro de que podría matarles a
todos. Me gustó mucho esta idea y empecé a soñar con ello.

Cada día durante dos meses iba hasta la parte oeste de la isla y buscaba en el mar a los
nativos. Estaba preparado para matarles. Nunca pensé en si estaba bien o no.

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Entonces me cansé de esperarles cada día y empecé a pensar en mi plan. Dios no les había
castigado. Estos nativos no me habían hecho nada. No era pecado para ellos el comerse los
cuerpos de otros hombres. Si me atacaban, entonces podría matarles. En aquel momento no
estaba en peligro y no tenía derecho a matarles.

Estas ideas me hicieron olvidarme de mi plan. También era peligroso. Si no mataba a todos los
nativos, algunos podrían volver a casa y volver con otros para matarme.

Durante el siguiente año no volví a la parte oeste.

23 años después de mi llegada a la isla tenía varias maneras placenteras de pasar el tiempo.
Enseñé a mi loro a hablar. Le enseñé a decir “¡Pobre Robinson Crusoe!”. Vivió conmigo durante
26 años. Quizás todavía esté en la isla diciendo “¡Pobre Robinson Crusoe!”.

En diciembre de mi vigésimo tercer año, salí pronto una mañana. Todavía estaba oscuro. De
repente vi un fuego en la playa a dos millas (algo más de tres kilómetros) de distancia. Volví a
mi casa y recé a Dios para que me protegiera.

Después de dos horas, bajé la colina de detrás de mi casa, me eché en la hierba, y miré hacia la
playa con mi telescopio. Vía 9 nativos desnudos sentados alrededor de una pequeña hoguera.
Algunas horas después se metieron en sus canoas y dejaron la isla. Cogí mis pistolas y fui a la
parte oeste de la isla. Vi 5 canoas volviendo al continente. Bajé a la playa y vi sangre, huesos y
partes de cuerpo humano. Estaba muy enfadado y empecé a pensar otra vez en matar a los
próximos nativos que viniesen. Pero pasaron más de 15 meses antes de que volvieran.

El 16 de mayo de mi vigésimo cuarto año en la isla hubo una terrible tormenta. Estaba leyendo
mi Biblia y pensando en mi situación. De repente escuché el ruido de una pistola en el mar.
Pensé que era un barco con problemas. Yo no podía ayudarles, pero pensé que ellos sí podrían
ayudarme a mí. Hice una hoguera en lo alto de la colina y estaba seguro de que la gente del
barco me podría ver.

La mañana siguiente vi que el barco había naufragado. Me puse triste y grité, “¡Oh, quiero un
amigo!”.

Cogí la barca y fui hacia el naufragio. Pero no había nadie vivo. Pero encontré algunos
alimentos y algo de dinero. Me lo llevé todo a la isla.

Durante los dos años siguientes viví teniendo cuidado pero empecé a pensar en maneras de
escapar.

Una noche soñé que veía llegar a 9 nativos a la isla. Tenían un prisionero –otro nativo- e iba a
matarle y a comérsele. De repente el prisionero empezó a correr. Corrió hacia el bosque de en
frente de mi casa para esconderse. Fui hacia él y se arrodilló delante de mí y me pidió que le
ayudara. Le acogí en mi casa y se convirtió en mi criado. Me desperté lleno de gozo pero me
entristecí cuando me di cuenta de que sólo había sido un sueño.

Este sueño me dio la idea de que mi única esperanza era conseguir un nativo. Podía salvar a
uno de los prisioneros que traían para matar y comérselos. Vigilé durante un año y medio.
Entonces una mañana, vi 5 canoas en la playa. Bajé la colina y miré por mi telescopio. Había
unos 40. Bailaban alrededor del fuego. Traían a dos prisioneros en las barcas. Uno de los
prisioneros cayó y los nativos empezaron a cortarle para el banquete. En ese momento el otro
prisionero empezó a correr hacia mi casa.

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¡Era como en mi sueño! Tres nativos le perseguían. El prisionero llegó al río, saltó a él y lo
cruzó nadando. Cuando los otros nativos llegaron al río sólo dos saltaron. El tercero se dio la
vuelta: no sabía nadar.

Cogí mis pistolas y bajé corriendo a la playa. Llamé al prisionero. Al principio él tenía miedo de
mí. Avancé lentamente hacia los otros dos nativos. Golpeé al primero con la pistola. Disparé al
otro porque me quería tirar su lanza.

El pobre nativo estaba muy asustado. Le llamé. Él se acercó a mí, se arrodilló y besó el suelo.
Puso la cabeza en el suelo, cogió mi pie y lo puso sobre su cabeza. El nativo al que yo había
golpeado empezó a moverse. Mi nativo me habló. No entendí nada pero eran las primeras
palabras que un hombre me había dirigido y disfruté escuchándole. Mi nativo tocó la espada
que tenía a mi lado. Se la di y corrió hacia el otro nativo y le cortó la cabeza. Entonces me
devolvió la espada, sonriendo. Luego cubrió los cuerpos con arena.

Llevé a mi nativo a mi cueva y le di comida y agua. Le dije que durmiese. Era un hombre guapo
y fuerte de unos 26 años.

Cuando se despertó empecé a hablarle y a enseñarle cómo debía hablarme. Lo primero que le
dije fue que su nombre era Viernes; elegí este nombre porque el día en el que le salvé la vida
era viernes. Le enseñé a llamarme amo.

A la mañana siguiente salimos. Los nativos y las canoas se habían marchado. Bajamos a la
playa. Vi tres calaveras, cinco manos, y los huesos de tres o cuatro piernas. Yo estaba
indignado pero a Viernes no le molestaba. Hice que Viernes quemara las calaveras y los huesos
en una hoguera.

Volvimos a la casa e hice ropa para Viernes. Entonces le construí una tienda entre la primera y
la segunda valla para que Viernes no me pudiera atacar durante la noche. Pero no era
necesario. Viernes era un criado cariñoso y leal. Me quería como un niño quiere a su padre.

CAPÍTULO 5: VIERNES

Viernes empezó a hablar pronto. Ahora mi vida era fácil. Me llevé a Viernes a cazar una cabra.
Cuando disparé la pistola, Viernes se asustó mucho y se abrió la chaqueta para ver si estaba
herido. Se arrodillo frente a mí. Pensé que me estaba pidiendo que no le matara.

Cogí su mano y le sonreí. Entonces señalé a la cabra muerta. Se sorprendió mucho.

Esa noche cociné algo de carne y se la di a Viernes. Disfrutó mucho de ella. Dijo que nunca más
volvería a comer la carne de un hombre. Me sentí muy contento de oír aquello.

Al día siguiente enseñé a Viernes a hacer pan. Después de poco tiempo él era capaz de hacer
esas cosas por sí mismo. Éste fue el mejor año de mi vida en la isla. Tenía alguien con quien
hablar y éste era un buen hombre.

Un día le pregunté a Viernes por su pueblo. Le pregunté qué hacía su pueblo con los
prisioneros que hacían en la batalla.

“Se los comen”, contestó él

“¿Alguna vez traen prisioneros a la isla?”

“Sí”, dijo y señaló a la parte oeste de la isla.

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“¿Ya conocías esta isla?” pregunté.

Dijo otra vez que sí y señaló a la parte oeste de la isla. Es decir, él era uno de los nativos que
habían venido a la isla.

Viernes me enseñó muchas cosas de su pueblo. Entonces me dijo que muy lejos de su pueblo
vivían hombres blancos como yo y que mataban a mucha gente.

“¿Es posible abandonar esta isla e ir al lugar donde viven los hombres blancos?” le pregunté.

“Lo es”, dijo, “pero se necesita una barca grande”.

Tenía la esperanza de escapar de la isla con la ayuda de Viernes.

Le enseñé a Viernes todo lo que pude sobre Dios y Jesucristo. Una vez le pregunté quién le hizo
a él. No lo entendía. Entonces le pregunté quién hizo la tierra, las colinas y los bosques. Él me
dijo que Benamuckee fue quien los hizo. Benamuckee era muy viejo, mucho más viejo que el
mar o la tierra.

Le pregunté qué pasaba con la gente de su pueblo que moría. Él contestó que se iban con
Benamuckee.

Entonces empecé a enseñarle quién era el Dios real. Le dije que Él podía darnos todo y
quitárnoslo. Viernes escuchaba atentamente. Le gustaba la idea de que Jesucristo había sido
mandado para salvarnos y que Dios podía escuchar nuestras oraciones.

Intentando enseñar a Viernes, también me enseñé a mí mismo muchas cosas sobre Dios que
antes no conocía. No sé si ayudé a Viernes, pero estoy seguro de que Viernes me ayudó a mí.
Yo era mucho más feliz que antes y disfrutaba mucho más de mi hogar. Le di gracias a Dios por
darme la oportunidad de salvar la vida de este pobre nativo.

Viernes y yo vivimos felizmente en la isla durante tres años. Él era ahora un buen cristiano,
mejor que yo. Un día le enseñé los restos del naufragio de la barca que nos trajo a los otros
marineros y a mí del barco. Viernes los miró y dijo “Una vez vino una balsa como ésta a mi
poblado”.

“¿Había hombre blancos en la barca?” pregunté.

“Sí, eran 17. Ahora viven en mi poblado”

A lo mejor esos hombres eran del barco que vi cerca de mi isla, pensé.

“Pero Viernes, ¿por qué la gente de tu pueblo no mató y se comió a los hombres blancos?”

“Sólo nos comemos a los prisioneros que hacemos en la batalla”, dijo él.

Un día le pregunté a Viernes, “¿Quieres volver a tu poblado?”

“Sí, me gustaría mucho”, dijo él.

“Pero si vuelves, comerás carne humana y te convertirás en un nativo otra vez?”

Viernes dijo, “No, les enseñaré a comer pan y la carne de las cabras pero nunca comeré
humanos”.

“Te voy a hacer una canoa para que vuelvas a tu casa”, dije.

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“No me quiero ir sin ti”, replicó él.

“Pero ¿qué voy a hacer allí, Viernes?” dije.

“Puedes hacer bien. Puedes enseñar a mi gente a ser buena. Les puedes hablar de Dios”.

Empezamos a construir una barca. La estación de lluvias llegó antes de que la acabásemos. Así
que la llevamos al río, donde estaba segura hasta que se calmase el tiempo.

CAPÍTULO 6: VUELTA A CASA

Un día mandé a Viernes a por una tortuga. Volvió corriendo hacia mí: “¡Amo, amo! ¡Hay tres
canoas!” estaba muy asustado.

Cogí mis pistolas y mi espada. Bajamos la colina para verles. Eran 21 nativos, tres prisioneros, y
tres canoas. Viernes se cercó para ver a los nativos y volvió a describirme la escena. Estaban
sentados alrededor de la hoguera comiendo la carne de uno de los prisioneros. Otro prisionero
yacía en la arena; sus manos y pies estaban atados y este prisionero era un hombre blanco.
Miré a través de mi telescopio. El hombre blanco llevaba ropa y era claramente europeo.

Me acerqué a la playa, cogí una de mis pistolas y apunté con mi pistola a los nativos. Viernes
hizo lo mismo. Los dos disparamos al mismo tiempo. Matamos a dos y herimos a tres. Luego
disparamos otra vez y matamos a dos más. Los otros echaron a correr gritando. Corrimos hacia
ellos y desatamos al europeo. Dijo que era español. Le di una pistola y una espada. Entonces
luchamos contra los nativos. Al final de la batalla, la mayoría de los nativos estaban muertos;
algunos escaparon en una barca.

Corrí hacia una canoa porque quería seguir a los nativos pero encontré a otro pobre hombre
en el fondo de ella. Estaba atado, le desaté. Cuando Viernes le vio, le besó, luego lloró y
después rió.

“¿Qué significa eso, Viernes?” le pregunté.

“Oh, amo”, dijo Viernes, “¡este prisionero es mi padre!”

Viernes corrió hacia la casa para llevarles pan y agua potable a su padre y al prisionero
español. Ambos estaban muy cansados y no podían andar. Les llevamos a casa.

Ahora había gente en mi isla. Yo era el rey.

Le pregunté al hombre español ¿Crees que a los otros hombres blancos del poblado de Viernes
les gustaría escapar a un país cristiano?.

“Sí”, replicó él.

“¿Y me aceptaría como su rey?”, pregunté.

“Estoy seguro de que serían leales a ti”, contestó.

Decidí mandar al hombre español y al padre de Viernes al poblado para hablar con los otros
hombres blancos.

“Recuerdad”, dije, “los demás deben prometerme lealtad cuando vengan”.

Ocho días después, Viernes me despertó gritando “¡Están aquí, están aquí!”.

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Miré al mar y vi un barco inglés. Un barco inglés debería ser amistoso. Pero luego no estaba
seguro. ¿Qué estaba haciendo un barco inglés aquí? Decidí tener cuidado.

El barco llegó a la playa. Eran 11 hombres. 3 estaban atados. Por la tarde dejaron a los
prisioneros solos debajo de un árbol; los otros hombres se adentraron en el bosque para
dormir. Viernes y yo bajamos a donde estaban los prisioneros.

“¿Quiénes sois, caballeros?” pregunté. “No tengáis miedo. Soy vuestro amigo. ¿Cómo puedo
ayudarles?”.

Uno de ellos replicó, “Soy el capitán de ese barco, pero mis hombres se han rebelado contra
mí. Ellos quisieron matarme, pero les convencí para dejarme en esta isla con mis dos
hombres”.

“¿Tienen armas?”, pregunté.

Él contestó que sólo tenían una pistola.

“Si os salvo, debéis prometer aceptarme como vuestro líder”.

Él y los otros dos hombres lo prometieron.

Le di a cada uno una pistola. Se adentraron en el bosque y mataron a los dos líderes rebeldes.
Los otros pidieron que se les dejase en libertad. Entonces el capitán fue al barco con la barca y
los hombres del barco decidieron aceptarle como capitán otra vez. Entonces el capitán volvió a
la isla y me dijo, “Mi buen amigo, aquí está tu barco”.

Me senté en el suelo con lágrimas en los ojos. Le di gracias a Dios por salvarme.

De este modo, dejé la isla el 19 de diciembre de 1686, después de 28 años, dos meses, y 19
días.

Me llevé el sobrero de piel de cabra, mi sobrilla y uno de mis loros. También cogí el dinero que
fue tan inútil para mí en la isla. Después de un largo viaje, llegué a Inglaterra el 11 en junio de
1687.

Viernes y yo tuvimos muchas aventuras después de todo. Me casé y tuve tres hijos, pero
entonces mi mujer murió. Un amigo regresó con éxito a casa de un viaje y me convenció para
ir en su barco a las Indias Orientales. Podría contar nuestras aventuras de ese viaje en otra
historia.

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