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Esta medida fue incentivada durante el pontificado del papa Gregorio III (731-741)
cuando decidió consagrar una capilla de la basílica de San Pedro en honor a todos
los santos el día 1 de noviembre.
Años más tarde, el papa Gregorio IV (827-844) extendió dicha celebración a todas
las iglesias católicas y a todos los santos en un mismo día, canonizados o no,
que gozan de la vida eterna, en paz y cuyos actos de fe y vida han sido ejemplos de los
valores religiosos.
En su momento fue la mejor decisión para determinar una fecha de veneración especial
para todos los santos, en especial para aquellos a los que todavía no se les había
asignado una fecha en el calendario litúrgico.
También resultó ser una invitación para que todos los católicos fortalezcan su fe y
asistan al templo para participar en la Santa Misa, confesar sus pecados y comulgar.
Hay quienes creen que el Papa Gregorio III escogió el día 1 de noviembre para
conmemorar esta fecha solemne a fin de reemplazar las antiguas festividades o ritos
paganos, según las políticas y normas que conducían a la Iglesia durante esa época.
Cabe destacar que no se debe confundir el Día de Todos los Santos con el Día de
Todos los Muertos o Día de los Difuntos, que se celebra cada 2 de noviembre, según la
doctrina católica, y es muy popular en México por sus tradiciones culturales.