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Poder Judicial de la Nación

CAMARA CIVIL - SALA A

71893/2011

“D., L. E. c/ K., S. D. y otros s/ Daños y perjuicios”

EXPTE. n°. 71.893/2011

En la Ciudad de Buenos Aires, capital de la


República Argentina, a los días del mes de
agosto del año dos mil quince, reunidos en acuerdo los señores jueces
de la Sala “A” de la Excma. Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Civil, para conocer en los recursos de apelación interpuestos en los
autos caratulados: “D., L. E. c/K., S. D. y otros s/ Daños y
perjuicios”, respecto de la sentencia de fs. 300/306 el tribunal
estableció la siguiente cuestión a resolver:
¿ES AJUSTADA A DERECHO LA
SENTENCIA APELADA?
Practicado el sorteo resultó que la votación
debía realizarse en el siguiente orden: señores jueces de cámara
doctores: SEBASTIÁN PICASSO - RICARDO LI ROSI – HUGO
MOLTENI.
A LA CUESTIÓN PROPUESTA, EL DR.
SEBASTIÁN PICASSO DIJO:
I. La sentencia de fs. 300/306 admitió la
demanda promovida por L. E. D. contra S. D. K. y la citada en
garantía San Cristóbal Sociedad Mutual de Seguros Generales, y
condenó a estos últimos a abonar a la actora, dentro de los diez días,
la suma de $ 77.000, con más intereses y costas.
Contra dicho pronunciamiento se
alzan las quejas de la demandante a fs. 360/373, que fueron replicadas
por el demandado y la citada en garantía a fs. 376/382. Esta última,

Fecha de firma: 31/08/2015


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por su parte, expresó agravios a fs. 384/389, que fueron contestados
por la contraria a fs. 392/400.
Previo a todo aclaro que, al cumplir
los agravios de los recurrentes la crítica concreta y razonada que
prescribe el art. 265 del Código Procesal, en aras de la amplitud de la
garantía de defensa en juicio, y conforme al criterio restrictivo que
rige en esta materia (Gozaini, Osvaldo A., Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación. Comentado y Anotado, La Ley, Buenos
Aires, 2006, t. II, p. 101/102; Kielmanovich, Jorge L., Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación. Comentado y Anotado,
Lexis Nexis, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 2003, t. I, p. 426), no
propiciaré la sanción de deserción que postulan las partes.
Es pertinente destacar que la cuestión
relativa a la forma en que ocurrieron los hechos y la responsabilidad
de los emplazados se encuentra firme, ya que la decisión en tal sentido
ha sido consentida por todas las partes.
Por último creo menester poner de
resalto que, si bien a partir del 1 de agosto de 2015 ha entrado en
vigor el nuevo Código Civil y Comercial de la Nación, los hechos
ventilados en el sub lite (y por ende, la constitución de la obligación
de reparar) han acaecido durante la vigencia del Código Civil
derogado. Por consiguiente –y con excepción de ciertas normas
puntuales de la nueva legislación que resultan inmediatamente
aplicables, según se expondrá en cada caso-, la cuestión debe juzgarse
a la luz de la legislación derogada, que mantiene ultractividad en este
supuesto (art. 7, Código Civil y Comercial de la Nación; vid. Roubier,
Paul, Le droit transitoire. Conflit des lois dans le temps, Dalloz, Paris,
2008, p. 188/190; Kemelmajer de Carlucci, Aída, La aplicación del
Código Civil y Comercial a las relaciones y situaciones jurídicas
existentes, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2015, p. 158).

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II.- Sentado lo que antecede,


corresponde analizar las quejas sobre las partidas indemnizatorias
cuestionadas por los recurrentes.
a).- Incapacidad sobreviniente
La Sra. juez de la anterior instancia
concedió a la actora, bajo el rubro “daño físico”, la suma de $ 30.000
para reparar las consecuencias de las secuelas físicas del accidente.
Asimismo, reconoció el importe de $ 25.000 para enjugar el “daño
psíquico y gastos por tratamiento psicoterapéutico”.
La demandante afirma que los
importes son insuficientes, pues no guardarían relación con la entidad
de las lesiones ni con los grados de incapacidad determinados por los
peritos. La recurrente entiende que la colega de grado no valoró
adecuadamente las condiciones personales de la víctima, y solicita
que se eleven los montos para alcanzar una reparación plena e
integral. Asimismo, se agravia porque la sentenciante no ha otorgado
en forma independiente una suma resarcitoria por el rubro
tratamiento psicoterapéutico. Por su parte, los emplazados cuestionan
que la anterior magistrada haya tenido en cuenta las pericias sin
considerar las impugnaciones que pondrían en duda el porcentaje de
incapacidad reconocido por los expertos.
Previamente a entrar en el análisis de
los agravios creo oportuno señalar que, si bien la sentencia en crisis
otorgó una única suma para enjugar tanto el “daño psíquico” como los
“gastos por tratamiento psicoterapéutico”, por tratarse de conceptos
netamente diferentes (que corresponden, además, a un lucro cesante y
un daño emergente, respectivamente), es conveniente su
consideración por separado. Por tal razón, me abocaré a tratar en este
acápite exclusivamente lo referido a la incapacidad sobreviniente, y
abordaré el reclamo por gastos de tratamiento psicológico en el punto
siguiente.

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Entiendo que, ante todo, debe dejarse en claro que el daño, en
sentido jurídico, no se identifica con la lesión a un bien (las cosas, el
cuerpo, la salud, etc.), sino, en todo caso, con la lesión a un interés
lícito, patrimonial o extrapatrimonial, que produce consecuencias
patrimoniales o extrapatrimoniales (Calvo Costa, Carlos A., Daño
resarcible, Hammurabi, Buenos Aires, 2005, p. 97). En puridad, son
estas consecuencias las que deben ser objeto de reparación (Pizarro,
Ramón D. – Vallespinos, Carlos G., Obligaciones, Hammurabi,
Buenos Aires, 1999, t. 2, p. 640), lo que lleva a concluir en la falta de
autonomía de todo supuesto perjuicio que pretenda identificarse en
función del bien sobre el que recae la lesión (la psiquis, la estética, la
vida de relación, el cuerpo, la salud, etc.). En todos estos casos, habrá
que atender a las consecuencias que esas lesiones provocan en la
esfera patrimonial o extrapatrimonial de la víctima, que serán, por lo
tanto, subsumibles dentro de alguna de las dos amplias categorías de
perjuicios previstas en nuestro derecho: el daño patrimonial y el
moral.
La lesión de la psiquis de la actora,
entonces, no constituye un perjuicio autónomo y distinto de la
incapacidad sobreviniente. Se trata, en ambos casos, de lesiones –
causadas en la psiquis o el cuerpo de la víctima- que producen una
merma en la capacidad del sujeto para realizar actividades
patrimonialmente mensurables. Es esta merma, que resulta en una
disminución patrimonial (un lucro cesante), lo que en definitiva
constituye el daño resarcible.
En sentido concorde, esta sala ha
sostenido en forma reiterada que los perjuicios físicos y psíquicos
deben ser valorados en forma conjunta, porque los porcentajes de
incapacidad padecidos por el damnificado repercuten unitariamente,
lo cual aconseja que se fije una partida indemnizatoria que abarque
ambos aspectos ya que, en rigor, si bien conformarían dos índoles

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diversas de lesiones, se traducen en el mismo daño, que consiste, en


definitiva, en la merma patrimonial que sufre la víctima por la
disminución de sus aptitudes y para el desempeño de cualquier trabajo
o actividad productora de beneficios materiales (esta sala, 12/3/2013,
“Heredia, Ricardo Alejandro c/ Empresa Ciudad de San Fernando y
otros s/ Daños y Perjuicios”, L. n° 610.399; ídem, 22/8/2012, “Rein,
Flavio Eduardo c/ Bayer S.A. y otros”, L n° 584.026; ídem,
19/6/2012, “García, Josefina c/ Transporte Escalada S.A.T. y otro s/
daños y perjuicios”, L. n° 598.408; ídem, 23/2/2012, “Giménez,
Victoria Yasmin c/ Morales, Pablo y otros s/ daños y perjuicios”, LL
18/06/2012 , 9; ídem, 1/6/2010, “Amaya, Alfredo Edmundo c/
Transporte Metropolitano General San Martín S. A.”, LL Online, cita:
AR/JUR/43022/2010, entre muchos otros).
Por lo expuesto, entiendo que no
corresponde otorgar una suma específica por “daño psíquico”, sin
perjuicio de que sus repercusiones sean tenidas en cuenta al tratar la
incapacidad sobreviniente y el daño moral.
Desde un punto de vista genérico, la
incapacidad puede definirse como “la inhabilidad o impedimento, o
bien, la dificultad apreciable en algún grado para el ejercicio de
funciones vitales” (Zavala de González, Matilde, Resarcimiento de
daños, Hammurabi, Buenos Aires, 1996, t. 2a, p. 343). Ahora bien, es
evidente que esa disminución puede, como todo el resto de los daños
considerados desde el punto de vista “naturalístico” (esto es, desde el
punto de vista del bien sobre el que recae la lesión; vid. Bueres,
Alberto J., "El daño moral y su conexión con las lesiones a la estética,
a la psique, a la vida de relación y a la persona en general", Revista de
Derecho Privado y Comunitario, Daños a la persona, n° 1, Santa Fe,
1992, p. 237 y ss.), tener repercusiones tanto en la esfera patrimonial
como en la extrapatrimonial de la víctima. Este último aspecto no
puede, a mi juicio, subsumirse en la incapacidad sobreviniente, sino

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que se identifica, en todo caso, con el daño moral. No coincido,
entonces, con quienes engloban en el tratamiento de este rubro tanto a
las consecuencias patrimoniales de la incapacidad como otras facetas
relacionadas con lo espiritual (la imposibilidad de realizar ciertas
actividades no lucrativas que llevaba adelante la víctima, tales como
deportes y otras atinentes al esparcimiento y la vida de relación), pues
tal tesitura importa, en puridad, generar un doble resarcimiento por el
mismo perjuicio, que sería valorado, primero, para fijar la
indemnización por incapacidad sobreviniente, y luego para hacer lo
propio con el daño moral.
De modo que el análisis a efectuar en
el presente acápite se circunscribirá a las consecuencias patrimoniales
de la incapacidad sobreviniente, partiendo de la premisa –sostenida
por la enorme mayoría de la doctrina nacional, lo que me exime de
mayores citas- según la cual la integridad física no tiene valor
económico en sí misma, sino en función de lo que la persona produce
o puede producir. Se trata, en última instancia, de un lucro cesante
actual o futuro, derivado de las lesiones sufridas por la víctima
(Pizarro-Vallespinos, Obligaciones, cit., t. 4, p. 305).
Lo hasta aquí dicho en modo alguno
se contrapone con la doctrina que sigue actualmente la Corte Suprema
de Justicia de la Nación, a cuyo tenor “cuando la víctima resulta
disminuida en sus aptitudes físicas o psíquicas de manera
permanente, esta incapacidad debe ser objeto de reparación al
margen de que desempeñe o no una actividad productiva pues la
integridad física tiene en sí misma un valor indemnizable y su lesión
afecta diversos aspectos de la personalidad que hacen al ámbito
doméstico, social, cultural, y deportivo, con la consiguiente
frustración del desarrollo pleno de la vida” (CSJN, 27/11/2012,
“Rodríguez Pereyra, Jorge Luis y otra c/ Ejército Argentino s/ daños y
perjuicios”; ídem, Fallos, 308:1109; 312:752 y 2412; 315:2834;

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327:3753; 329:2688 y 334:376, entre otros). En efecto, entiendo que


el eje de la argumentación del alto tribunal estriba en los siguientes
parámetros: a) por imperio constitucional, la reparación debe ser
integral; b) ello importa que deben resarcirse todas las consecuencias
de la incapacidad, y no únicamente las patrimoniales, y c) a los
efectos de evaluar la indemnización del daño patrimonial es
insuficiente tener en cuenta únicamente los ingresos de la víctima,
pues la lesión de su integridad física afecta también sus posibilidades
de realizar otras actividades que, aunque no resulten remuneradas, son
económicamente mensurables. Es en este último sentido, a mi juicio,
que cabe interpretar la referencia de la corte a que la integridad física
“tiene en sí misma valor indemnizable”, pues la alternativa (esto es,
afirmar que debe asignarse a la integridad física un valor en sí,
independientemente de lo que produzca o pueda producir) conduciría
al sinsentido de patrimonializar un derecho personalísimo, y asignar
artificialmente (¿sobre la base de qué parámetros?) un valor
económico al cuerpo de la persona.
Por otra parte, el criterio que se
propone en este voto respeta el principio de reparación integral de
todas las consecuencias de la incapacidad sobreviniente, aunque
distingue adecuadamente según que ellas se proyecten en la esfera
patrimonial o en la espiritualidad de la víctima. Respecto del primer
punto, y como se verá enseguida, no tomaré en cuenta exclusivamente
el monto del salario que el damnificado eventualmente percibiera,
sino que evaluaré también la incidencia de la incapacidad en la
realización de otras actividades no remuneradas pero
patrimonialmente mensurables, así como sus eventuales posibilidades
de mejorar su situación laboral o patrimonial por medio de su trabajo.
Establecidos de ese modo la
naturaleza y los límites del rubro en estudio, corresponde hacer una
breve referencia al método a utilizar para su valuación.

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Más allá de ello, en reiteradas
oportunidades he dicho que para valorar la incapacidad sobreviniente
resulta aconsejable el empleo de criterios matemáticos que, partiendo
de los ingresos acreditados por la víctima (o de la valuación de las
tareas no remuneradas que ella llevaba a cabo y se vio total o
parcialmente imposibilitada de continuar desarrollando en el futuro), y
computando asimismo sus posibilidades de incrementos futuros,
lleguen a una suma tal que, invertida en alguna actividad productiva,
permita a la víctima obtener mensualmente (entre ese margen de
beneficios y el retiro de una porción del capital) una cantidad
equivalente a aquellos ingresos frustrados por el hecho ilícito, de
modo tal que ese capital se agote al término del período de vida
económicamente activa que restaba al damnificado (vid. mi voto en la
sentencia de esta sala in re “P. C., L. E. c/ ALCLA S.A.C.I.F.I. y A. y
otro s/ Daños y Perjuicios”, L. n° 599.423, del 28/8/2012, LL 2012-
F, 132, al que cabe remitir en honor a la brevedad).
Este es el criterio que ahora sigue
expresamente el art. 1746 del flamante Código Civil y Comercial de
la Nación, cuyo texto reza: “Indemnización por lesiones o
incapacidad física o psíquica. En caso de lesiones o incapacidad
permanente, física o psíquica, total o parcial, la indemnización debe
ser evaluada mediante la determinación de un capital, de tal modo
que sus rentas cubran la disminución de la aptitud del damnificado
para realizar actividades productivas o económicamente valorables, y
que se agote al término del plazo en que razonablemente pudo
continuar realizando tales actividades. Se presumen los gastos
médicos, farmacéuticos y por transporte que resultan razonables en
función de la índole de las lesiones o la incapacidad. En el supuesto
de incapacidad permanente se debe indemnizar el daño aunque el
damnificado continúe ejerciendo una tarea remunerada. Esta

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indemnización procede aun cuando otra persona deba prestar


alimentos al damnificado”.
No cabe ninguna duda de que esa
redacción conduce necesariamente al empleo de fórmulas
matemáticas para evaluar la cuantía del resarcimiento por incapacidad
(y, por analogía, también por muerte), pues únicamente por medio de
ese instrumento puede mensurarse el capital al que alude la norma (en
esa línea interpretativa vid. López Herrera, Edgardo, comentario al
art. 1746 en Rivera, Julio C. (dir.) – Medina, Graciela (dir.) - Esper,
Mariano (coord.), Código Civil y Comercial de la Nación comentado,
La Ley, Buenos Aires, 2014, t. IV, p. 1088/1089).
Al respecto se ha señalado: “Frente a
la claridad de la directiva (del art. 1746 recién citado), parecería
exótico –al menos- sostener que se cumplen las exigencias
constitucionales de fundamentación de las sentencias sin exponer, en
una fórmula estándar, las bases cuantitativas (valores de las
variables previstas por la norma) y las relaciones que se tuvieron en
cuenta para arribar al resultado que se determine. La cuestión no
merece mayor esfuerzo, ni desarrollo” (Acciarri, Hugo A., “Fórmulas
y herramientas para cuantificar indemnizaciones por incapacidad en el
nuevo Código”, LL, 15/7/2015, p. 1).
Por añadidura, destaco que –a
diferencia de lo que sucede con el grueso de las disposiciones
referidas a la responsabilidad civil- el mencionado art. 1746 del nuevo
código sí resulta directamente aplicable al sub lite, en tanto no se
refiere a la constitución de la relación jurídica (obligación de reparar),
sino solo a las consecuencias de ella (art. 7, Código Civil y Comercial
de la Nación). En efecto, la regla no varía la naturaleza ni la extensión
de la indemnización que tiene derecho a percibir la víctima;
únicamente sienta una pauta para su liquidación. Por lo demás, el
empleo de fórmulas matemáticas para cuantificar la reparación era ya

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el método más adecuado bajo la vigencia del Código Civil derogado,
aunque –a diferencia de lo que sucede actualmente- la ley no
estableciese expresamente la necesidad de su empleo.
Sentado que ese es ahora el criterio
legal, emplearé la siguiente expresión de la fórmula:
C = A . (1 + i)ª - 1
i . (1 + i)ª
Donde “C” es el capital a determinar, “A” la ganancia afectada, para
cada período, “i” la tasa de interés a devengarse durante el período de
extracción considerado, decimalizada (emplearé una tasa del 4%), y
“a” el número de períodos restantes hasta el límite de la edad
productiva o la expectativa de vida presunta de la víctima.
Sin embargo, también he sostenido
que estas pautas de cálculo no tienen por qué atar al juzgador, por lo
que no corresponde otorgar a la víctima, sin más, la suma que en cada
caso resulte de la aplicación de la fórmula mencionada, sino que ella
servirá simplemente como pauta orientadora para, a partir de allí,
arribar a un justo resarcimiento según las circunstancias de la causa.
Sobre la base de esas pautas, pasaré a
expedirme respecto de los agravios de las partes.
El Dr. J. A. B. dejó asentado en el
dictamen de fs. 250/252 que la Sra. D. presenta en la columna cervical
rectificación de la lordosis fisiológica, carvicobraquialgia post
traumática y hernias discales fisiológicas que guardan relación causal
con el accidente y que la incapacitan en forma parcial y permanente
en el 23%, de acuerdo al baremo general para el fuero civil de los
Dres. Altube-Rinaldi.
En la faz psíquica, la perito psicóloga
G. F. informó en su dictamen de fs. 153/172 que la actora padece un
trastorno adaptativo con ansiedad. Indicó una incapacidad del 20% en
relación causal con el accidente y ajena a la personalidad previa de la

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actora, según los baremos neuropsiquiátricos para valorar


incapacidades neurológicas y daño psíquico. Si bien la experta afirmó
que las secuelas no son reversibles en su totalidad, lo que haría
suponer que la incapacidad es permanente, lo cierto es que señaló que
la minusvalía es de carácter parcial y transitorio (fs. 170); al momento
de contestar las impugnaciones de los emplazados no rectificó lo
dictaminado en este sentido y añadió: “La suscripta en su pericial no
dijo que debía ser indemnizable la incapacidad hallada en la actora,
ya que el que debe determinar si es indemnizable y es la función de
VS deducirlo” (sic, fs. 195). Concluyo entonces, de acuerdo al
informe pericial, que la actora sólo tuvo una incapacidad transitoria
parcial.
Ahora bien, en el entendimiento de
que la indemnización por incapacidad sobreviniente presupone
secuelas irreversibles o permanentes (esta sala, L. n° 98.145; esta
cámara, Sala E, L. n° 231.845 y 300.731; ídem, Sala C, L. n° 120.942,
entre otros), y atento a lo determinado por la perito, considero que el
cuadro psíquico detallado no debe ser incluido en el rubro en
tratamiento, sin perjuicio de que sea ponderado a la hora de tratar el
daño moral.
No se me escapa que la pericia médica
fue impugnada a fs. 255/258 y la psicológica a fs. 179/180. Sin
embargo, los expertos contestaron satisfactoriamente dichas
presentaciones a fs. 262/263 y fs. 191/197.
Asimismo, los referidos
cuestionamientos no se encuentran avalados por el informe de un
consultor técnico, a lo que se suma que, cuando el peritaje aparece
fundado en principios técnicos y no existe prueba que lo desvirtúe, la
sana crítica aconseja, frente a la imposibilidad de oponer argumentos
científicos de mayor valor, aceptar las conclusiones de aquel. Por eso,
la contundencia y la razonabilidad del dictamen médico y del

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psicológico me llevan a la convicción de que debe otorgárseles la
fuerza probatoria estatuida por el artículo 477 del Código Procesal.
Sentado lo expuesto, y a efectos de
calcular la indemnización correspondiente al rubro en estudio, señalo
que de las constancias del beneficio de litigar sin gastos n.°
71.894/20011 (fs. 21 y 23) y de la denuncia efectuada a fs. 1 en la
causa penal de IPP 09-01-004402-11 surge que la actora trabajaba en
una heladería; sin embargo, este extremo no fue debidamente
acreditado. Por consiguiente, corresponde considerarla ama de casa, y
es preciso justipreciar esa actividad acudiendo a la facultad que otorga
a los magistrados el art. 165 del Código Procesal. Cabe señalar, al
respecto, que esta actividad es patrimonialmente mensurable, para lo
cual puede acudirse al salario que percibiría una persona por realizar
esas tareas en casa ajena. De todos modos, en ausencia de prueba
concreta del monto del perjuicio, y si bien puede acudirse a la
precitada facultad judicial, el importe en cuestión debe fijarse con
parquedad, para evitar que la suma a concederse pueda redundar en un
enriquecimiento indebido de la Sra. D. (esta sala, 10/11/2011, “P., G.
A. c. A., J. L. y otros s/daños y perjuicios”, LL 2011-F, 568; ídem,
25/11/2011, “E., G. O. c. Trenes de Buenos Aires S. A. y otro s/daños
y Perjuicios”, LL 2012-A, 80 y RCyS 2012-II, 156). Por consiguiente,
partiré para efectuar el cálculo de un ingreso mensual de $ 5.000 a la
fecha del accidente.
En base a las pautas que resultan de la
fórmula ya mencionada, y valorando prudencialmente las
posibilidades de progreso económico de la demandante y el hecho de
que la indemnización también debe computar la pérdida de la
capacidad de la víctima para efectuar otras actividades no
remuneradas, pero mensurables económicamente, propongo al
acuerdo reconocer a la Sra. D. la suma de $ 180.000 por el presente
rubro (art. 165 del Código Procesal).

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b) Tratamiento psicoterapéutico
La perito psicóloga recomendó la realización
de un tratamiento de 10 meses de duración, con una frecuencia
mínima de dos sesiones por semana a un costo de $ 70 a $ 150 (vid fs.
169).
Así las cosas, en atención al lapso y la
frecuencia estimadas por la experta para la realización del tratamiento
psicológico aconsejado para la actora, teniendo en cuenta que –según
es notorio- el valor de la sesión en la actualidad es más elevado que el
indicado en la pericia, pero también que es preciso efectuar una quita
sobre el capital a fin de establecer el valor actual de esa renta futura,
habré de fijar esta partida en la suma de $ 11.000 (art. 165 del Código
Procesal).
c).- Daño moral
La anterior magistrada justipreció este rubro
en la suma de $ 20.000.
La actora considera que debe incrementarse
esta partida, en atención a que entiende que la suma reconocida
resultaría insuficiente para reparar los padecimientos sufridos por ella.
Los emplazados, por su parte, solicitan que se reduzca la cuantía a la
medida del daño que resultó probado.
Puede definirse al daño moral como: “una
minoración en la subjetividad de la persona, derivada de la lesión a
un interés no patrimonial. O, con mayor precisión, una modificación
disvaliosa del espíritu, en el desenvolvimiento de su capacidad de
entender, querer o sentir, consecuencia de una lesión a un interés no
patrimonial, que habrá de traducirse en un modo de estar diferente
de aquel al que se hallaba antes del hecho, como consecuencia de
éste y anímicamente perjudicial” (Pizarro, Ramón D., Daño moral.
Prevención. Reparación. Punición. El daño moral en la diversas
ramas del derecho, Hammurabi, Buenos Aires, 2004, p. 31).

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En lo que atañe a su prueba, cabe señalar
que, a tenor del principio que sienta el art. 377 del Código Procesal, se
encuentra en cabeza de los actores la acreditación de su existencia y
magnitud, aunque, en atención a las características de esta especial
clase de perjuicios, sea muy difícil producir prueba directa en ese
sentido, lo que otorga gran valor a las presunciones (Bustamante
Alsina, Jorge, “Equitativa valuación del daño no mensurable”, LL,
1990-A-655).
En el caso, al haber existido lesiones físicas
de importancia, que dejaron secuelas permanentes, la existencia de un
daño moral es fácilmente presumible (art. 163 inc. 5, Código
Procesal).
En cuanto a su valuación, cabe recordar lo
recientemente señalado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación
en el sentido de que: “Aun cuando el dinero sea un factor muy
inadecuado de reparación, puede procurar algunas satisfacciones de
orden moral, susceptibles, en cierto grado, de reemplazar en el
patrimonio moral el valor que del mismo ha desaparecido. Se trata de
compensar, en la medida posible, un daño consumado (…). El dinero
es un medio de obtener satisfacción, goces y distracciones para
reestablecer el equilibrio en los bienes extrapatrimoniales. El dinero
no cumple una función valorativa exacta, el dolor no puede medirse o
tasarse, sino que se trata solamente de dar algunos medios de
satisfacción, lo cual no es igual a la equivalencia. Empero, la
dificultad en calcular los dolores no impide apreciarlos en su
intensidad y grado, por lo que cabe sostener que es posible
justipreciar la satisfacción que procede para resarcir dentro de lo
humanamente posible, las angustias, inquietudes, miedos,
padecimientos y tristeza propios de la situación vivida” (CSJN,
12/4/2011, “Baeza, Silvia Ofelia c/ Provincia de Buenos Aires y

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otros”, RCyS, noviembre de 2011, p. 261, con nota de Jorge Mario


Galdós).
En otras palabras, el daño moral puede
“medirse” en la suma de dinero equivalente para utilizarla y afectarla
a actividades, quehaceres o tareas que proporcionen gozo,
satisfacciones, distracciones y esparcimiento que mitiguen el
padecimiento extrapatrimonial sufrido por la víctima (Galdós, Jorge
M., “Breve apostilla sobre el daño moral (como “precio del
consuelo”) y la Corte Nacional”, RCyS, noviembre de 2011, p. 259).
La misma idea resulta del art. 1741 in fine
del Código Civil y Comercial de la Nación, a cuyo tenor: “El monto
de la indemnización debe fijarse ponderando las satisfacciones
sustitutivas y compensatorias que pueden procurar las sumas
reconocidas”. Si bien –según ya lo expliqué- ese cuerpo normativo no
es –en principio- aplicable al sub lite es indudable que los preceptos
que lo integran deben inspirar la interpretación de las normas del
Código Civil derogado en aquellos casos en que mantienen
ultractividad, en la medida en que reflejan la decisión del legislador
actual acerca de cómo deben regularse los distintos aspectos de la vida
civil de nuestro país.
Por consiguiente, tendré particularmente en
cuenta ese criterio para evaluar la suma que corresponde fijar en el
sub lite en concepto de daño moral, a la luz de las características del
hecho generador, su repercusión espiritual en la víctima, y las demás
circunstancias del caso.
Sentado lo expuesto, y considerando
las lesiones sufridas por la víctima, su atención en la Clínica Güemes
S.A. (fs.203/224) y en la Clínica Solís (fs. 115), la utilización de
collar de Filadelfia, la incapacidad psíquica transitoria constatada por
la experta -que si bien no fue ponderada a la hora de analizar la
incapacidad sobreviniente debe ser valorada aquí-, y los demás

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padecimientos y angustias que pudo sufrir la actora como
consecuencia de un hecho como el de autos, más sus condiciones
personales, de acuerdo a las constancias obrantes en estos autos y en
el beneficio de litigar sin gastos, expte. n.° 71.894/2011 (33 años al
momento del accidente, convive con su pareja y tres hijos), entiendo
que el importe de la partida reconocida en la instancia de grado es
reducido, por lo que propongo elevarlo a la suma de $ 120.000 (art.
165 del Código Procesal).
III.- Por último, la actora se queja por
la manera en que fueron fijados los intereses en primera instancia.
La anterior sentenciante decidió que
debían aplicarse intereses desde el hecho y hasta el pronunciamiento
apelado a la tasa de 8 % anual, y a partir de ahí, a la tasa activa cartera
general (préstamos) nominal anual vencida a treinta días del Banco de
la Nación Argentina. La recurrente solicita que se aplique la tasa
activa desde el momento del hecho hasta el efectivo pago de la
indemnización.
La cuestión ha sido resuelta por esta
cámara en el fallo plenario dictado en los autos "Samudio de
Martínez, Ladislaa c/ Transportes Doscientos Setenta S. A. s/ daños y
perjuicios", del 20/4/2009, que estableció, en su parte pertinente: “2)
Es conveniente establecer la tasa de interés moratorio. 3)
Corresponde aplicar la tasa activa cartera general (préstamos)
nominal anual vencida a treinta días del Banco de la Nación
Argentina. 4)La tasa de interés fijada debe computarse desde el inicio
de la mora hasta el cumplimiento de la sentencia, salvo que su
aplicación en el período transcurrido hasta el dictado de dicha
sentencia implique una alteración del significado económico del
capital de condena que configure un enriquecimiento indebido”.
No soslayo que la interpretación del
mencionado fallo plenario, y particularmente de la excepción

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contenida en la última parte del texto transcripto, ha suscitado


criterios encontrados. Por mi parte, estimo que una correcta
apreciación de la cuestión requiere de algunas precisiones.
Ante todo, el propio plenario
menciona que lo que está fijando es “la tasa de interés moratorio”, con
lo cual resulta claro que –como por otra parte también lo dice el
plenario- el punto de partida para su aplicación debe ser el momento
de la mora. Ahora bien, es moneda corriente la afirmación según la
cual la mora (en la obligación de pagar la indemnización, se entiende)
se produce desde el momento en que se sufre cada perjuicio objeto de
reparación. Por lo demás, así lo estableció esta cámara –en materia de
responsabilidad extracontractual, pero con un criterio que es
igualmente aplicable a los daños y perjuicios derivados del
incumplimiento de una obligación- en otro fallo plenario, “Gómez,
Esteban c/ Empresa Nacional de Transportes”, del 6/12/1958.
Así sentado el principio general,
corresponde ahora analizar si en el sub lite se configura la excepción
mencionada en la doctrina plenaria, consistente en que la aplicación
de la tasa activa “en el período transcurrido hasta el dictado de dicha
sentencia implique una alteración del significado económico del
capital de condena que configure un enriquecimiento indebido".
En ese derrotero, la primera
observación que se impone es que, por tratarse de una excepción, su
interpretación debe efectuarse con criterio restrictivo. En
consecuencia, la prueba de que se configuran las aludidas
circunstancias debe ser proporcionada por el deudor, sin que baste a
ese respecto con alegaciones generales y meras especulaciones. Será
necesario que el obligado acredite de qué modo, en el caso concreto,
la aplicación de la tasa activa desde el momento del hecho implica una
importante alteración del significado económico del capital de
condena y se traduce en un enriquecimiento indebido del acreedor. En

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palabras de Pizarro: “La alegación y carga de la prueba de las
circunstancias del referido enriquecimiento indebido pesan sobre el
deudor que las alegue” (Pizarro, Ramón D., “Un fallo plenario
sensato y realista”, en La nueva tasa de interés judicial, suplemento
especial, La Ley, Buenos Aires, 2009, p. 55).
Así las cosas, no creo posible afirmar
que la sola fijación en la sentencia de los importes indemnizatorios a
valores actuales basta para tener por configurada esa situación. Ello
por cuanto, en primer lugar, y tal como lo ha señalado un ilustre
colega en esta cámara, el Dr. Zannoni, la prohibición de toda
indexación por la ley 23.928 –mantenida actualmente por el art. 4 de
la ley 25.561- impide considerar que el capital de condena sea
susceptible de esos mecanismos de corrección monetaria. En palabras
del mencionado colega: “La circunstancia de que, cuando se trata de
resarcimientos derivados de hechos ilícitos, el juez en la sentencia
estima ciertos rubros indemnizatorios a valores actuales –como suele
decirse-, a los fines de preservar en equidad el carácter resarcitorio
de la indemnización, no significa que se actualicen los montos
reclamados en la demanda o se apliquen índices de depreciación
monetaria”, pues tales mecanismos de actualización están prohibidos
por las leyes antes citadas (Zannoni, Eduardo A., su voto in re
“Medina, Jorge y otro c/ Terneiro Néstor Fabián y otros”, ésta cámara,
Sala F, 27/10/2009, LL Online, entre otros).
Pero más allá de ello, lo cierto es que,
aun si se considerara que la fijación de ciertos montos a valores
actuales importa una indexación del crédito, no puede afirmarse que la
tasa activa supere holgadamente la inflación que registra la economía
nacional, de forma tal de configurar un verdadero enriquecimiento del
acreedor. La fijación de tasas menores, en las actuales circunstancias
del mercado, puede favorecer al deudor incumplidor, quien
nuevamente se encontrará tentado de especular con la duración de los

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procesos judiciales, en la esperanza de terminar pagando, a la postre,


una reparación menguada –a valores reales- respecto de la que habría
abonado si lo hubiera hecho inmediatamente luego de la producción
del daño.
Por las razones expuestas, no
encuentro que se configure, en la especie, una alteración del
significado económico del capital de condena que importe un
enriquecimiento indebido de la actora.
Finalmente, no desconozco que el art.
303 del Código Procesal fue derogado por el art. 12 de la ley 26.853.
Sin embargo, en virtud del art. 15 de aquella norma, tal disposición
recién entrará en vigor a partir de la efectiva integración y puesta en
funcionamiento de los tribunales que allí se crean, razón por la cual
hasta ese momento continúa vigente la doctrina plenaria. Ello, a su
vez, es coherente con lo decidido por el máximo tribunal nacional en
la acordada n° 23/2013.
Por consiguiente, considero que
debería aplicarse la tasa activa fijada en la jurisprudencia plenaria
desde la fecha del accidente debatido en las presentes actuaciones y
hasta el efectivo pago de los importes adeudados, y en este sentido
mociono que se modifique la sentencia.
IV.- En atención al éxito obtenido en
esta instancia por los recurrentes, juzgo que las costas de alzada
deberían imponerse a la citada en garantía (art. 68 del Código
Procesal).
V.- Por todo lo expuesto, y si mi voto
fuere compartido, propongo hacer lugar parcialmente a los recursos de
las partes y, en consecuencia: 1) Modificar la sentencia apelada en el
sentido de: a) Desestimar la fijación de una reparación separada por
“daño físico” y “daño psíquico y tratamiento”, y conferir por
“incapacidad sobreviniente” la suma única de $ 180.000, y por

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“tratamiento psicoterapéutico”, la de $ 11.000, y b) Elevar el monto
de condena de la partida “daño moral” a la cantidad de $ 120.000; 2)
Disponer que los intereses se liquiden de conformidad con lo
establecido en el considerando III, y 3) Imponer las costas de alzada a
la citada en garantía.
A la misma cuestión, el Dr. Li Rosi dijo:
Por razones análogas a las expuestas en el
muy fundado voto del Sr. Juez Preopinante, adhiero a la decisión
propuesta con una aclaración y una excepción.
La aclaración está referida al mecanismo de
cálculo del resarcimiento por la incapacidad sobreviniente pues, en
tanto el voto que antecede propicia el empleo de criterios de cálculos
matemáticos, el suscripto ha reiteradamente sostenido que la
reparación, cualquiera sea su naturaleza y entidad, debe seguir un
criterio flexible, apropiado a las circunstancias singulares de cada
caso, y no ceñirse a cálculos basados en relaciones actuariales, fórmu-
las matemáticas o porcentajes rígidos, desde que el juzgador goza en
esta materia de un margen de valoración amplio (conf. esta Sala,
libres n° 509.931 del 7/10/08, n° 502.041 y 502.043 del 25/11/03,
514.530 del 9/12/09, 585.830 del 30/03/12, Expte. n° 90.282/2008 del
20/03/14, entre muchos otros).
Ello, por cierto, concuerda con las pautas de
valoración establecidas en el art. 1746 del Código Civil y Comercial
de la Nación, sancionado por la ley 26.994, que comenzó a regir el 1°
de agosto de 2015 (según la ley 27.077), en tanto que “para evaluar
el resarcimiento no es necesario recurrir a criterios matemáticos ni
tampoco son aplicables los porcentajes fijados por la Ley de
Accidentes de Trabajo, aunque puedan resultar útiles para pautas de
referencia, sino que deben tenerse en cuentas las circunstancias
personales del damnificado, la gravedad de las secuelas, los efectos
que éstas puedan tener en su vida laboral y de relación” (conf.

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Lorenzetti, Ricardo Luis “Código Procesal Civil y Comercial de la


Nación, anotado, concordado y comentado", T VIII pág. 528,
comentario del Dr. Jorge Mario Galdós al art. 1746).
Sin embargo, dado que finalmente la suma
que propone resulta a mi juicio ajustada a las particularidades del
caso, es que, más allá del criterio a través del cual se haya arribado a
tal monto, adhiero al resultado finalmente obtenido.
Con esta aclaración, repito, adhiero al voto
del Dr. Sebastián Picasso.
La disidencia queda ceñida, entonces, en
punto a la tasa de interés aplicable. En efecto, y de acuerdo a lo
establecido por la doctrina plenaria sentada por esta Cámara Civil en
los autos “Samudio de Martínez, Ladislaa c/ Transportes Doscientos
Setenta S.A. s/ daños y perjuicios” del 20/04/09, sobre el capital
reconocido corresponde aplicar la tasa activa cartera general
(préstamos) nominal anual vencida a treinta días del Banco de la
Nación Argentina.
Al respecto, la Sra. Magistrada de la anterior
instancia dispuso que desde el momento de la mora y hasta el
pronunciamiento apelado, se calculen los intereses a la tasa de interés
del 8% anual, que representan los réditos puros y, desde entonces y
hasta el efectivo pago, a la tasa activa cartera general (préstamos)
nominal anual vencida a treinta días del Banco de la Nación
Argentina.
En este sentido, comparto el criterio que de
imponerse esos intereses desde el origen de la mora, se consagraría
una alteración del capital establecido en la sentencia, configurando un
enriquecimiento indebido. Es que, en la especie, se fijaron los montos
indemnizatorios a valores actuales, habiéndose ya ponderado la
paulatina pérdida de valor de la moneda, siendo ello uno de los

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factores que consagran la entidad de la tasa aplicada en la referida
doctrina plenaria.
En consecuencia, con la salvedad expresada
y la disidencia sostenida, adhiero al voto del Sr. Juez preopinante,
inclusive a lo decidido en cuanto a las costas de alzada, en tanto la
citada en garantía resultó sustancialmente vencida (art. 68 C.P.C.C.).
A la misma cuestión el Dr. Molteni dijo:
Con la misma salvedad y discrepancia que
formula el Dr. Li Rosi, en punto al modo de valorar la incapacidad
sobreviniente y la tasa de interés que deba aplicarse sobre el capital
resarcitorio advertido, sumo mi adhesión a los restantes aspectos del
voto del Dr. Picasso.
Con lo que terminó el acto.

Es copia fiel de su original que obra a fs.


del Libro de Acuerdos de la Sala “A” de la Excma. Cámara Nacional
de Apelaciones en lo Civil.

Buenos Aires, agosto de 2015.


Y VISTOS:
Por lo que resulta del acuerdo que informa el
acta que antecede, el tribunal resuelve: 1) Modificar la sentencia
apelada en el sentido de: a) Desestimar la fijación de una reparación
separada por “daño físico” y “daño psíquico y tratamiento”, y conferir
por “incapacidad sobreviniente” la suma única de Pesos Ciento
Ochenta Mil ($ 180.000.-), y por “tratamiento psicoterapéutico”, la
de Pesos Once Mil ($ 11.000.-), y b) Elevar el monto de condena de
la partida “daño moral” a la cantidad de Pesos Ciento Veinte Mil ($
120.000.-); 2) Confirmar la sentencia apelada en todo lo demás que

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decide y fue objeto de apelación y agravios y 3) Imponer las costas de


Alzada a la citada en garantía.
Atento el modo como se decidiera
precedentemente, corresponde adecuar las regulaciones de honorarios
practicadas a fs. 306 a tenor de lo preceptuado por el artículo 279 del
Código Procesal.
Ello así, valorando la extensión e
importancia de los trabajos realizados dentro de las tres etapas en las
que se dividen este tipo de juicio, monto por el cual prosperó la acción
incluidos los intereses conforme el actual criterio de la Sala, lo
dispuesto por el decreto 1465/2007, lo establecido por los arts.1, 6, 7,
19, 37 y 38 de la ley 21.839 y concordantes de la ley 24.432, como así
lo resuelto por este Tribunal en forma reiterada con relación a la
forma de retribuir los trabajos de los peritos médicos y psicólogos
quienes carecen de arancel propio (conf. H. 473.038 del 5/2/07 y sus
citas, entre muchas otras), fíjanse los honorarios del letrado apoderado
de la parte actora, Dr. L. F. N. M., en PESOS CIEN MIL ($
100.000.-); los del letrado apoderado de la demandada y citada en
garantía, Dr. A. E. T., en PESOS SESENTA Y NUEVE MIL ($
69.000.-); los del letrado de la misma parte, Dr. J. P. T., en PESOS
QUINIENTOS ($ 500.-); los del perito médico legista, Dr. J. A. B.,
en PESOS VEINTINUEVE MIL ($29.000.-); los de la perito
psicóloga, Lic. G. F., en PESOS VEINTINUEVE MIL ($ 29.000.-) y
los del mediador, Dr. F. M. M., en PESOS MIL DOSCIENTOS ($
1.200.-).
Por último y por su labor en la Alzada
que diera lugar al presente fallo, fíjanse los emolumentos del Dr. L. F.
N. M., en PESOS TREINTA MIL ($ 30.000.-) y los del Dr. A. E. T.,
en PESOS DIECISIETE MIL ($ 17.000.-) (arts. l, 6, 7, y 14 de la
ley 21.839 y concordantes de la ley 24.432), importes éstos que

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deberán ser abonados en la forma establecida en la sentencia y en el
plazo de diez días.-
Notifíquese en los términos de las
Acordadas 31/11, 38/13 y concordantes, comuníquese a la
Dirección de Comunicación Pública de la C.S.J.N. en la forma de
práctica y devuélvase.-

SEBASTIÁN PICASSO
3
(EN DISIDENCIA PARCIAL)

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1

HUGO MOLTENI
2

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