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DINASTÍAS FARAÓNICAS
ÉPOCA PRETINITA
(... HASTA 3.100 A.C.)
Escorpión ?, Ka? y Narmer? (Hay dudas respecto a lo que puede ser
mitología o historia).
ÉPOCA TINITA
IMPERIO ANTIGUO
IMPERIO MEDIO
IMPERIO NUEVO
BAJA ÉPOCA
ÉPOCA GRECORROMANA
PREHISTORIA
Hace unos 60.000 años, el río Nilo comenzó las inundaciones anuales de los
terrenos de su cuenca, dejando tras de sí un fértil suelo aluvial. Las áreas cercanas a
la llanura de inundación permitieron garantizar los recursos alimentarios y el agua.
Con el tiempo, los cambios climáticos, que comprendían periodos de aridez,
permitieron afianzar el asentamiento humano en el valle del Nilo. Desde el periodo
calcolítico (edad del cobre, que comienza hacia el 4000 a.C.), hasta comienzos del
Imperio Antiguo, la población se extendió por una gran área. En el séptimo milenio
a.C., Egipto contaba con unas condiciones medioambientales apropiadas para la
ocupación humana. Se han encontrado evidencias de asentamientos desde ese
tiempo en las áreas del sur o Alto Egipto; restos de ocupación similares se han
descubierto en los emplazamientos nubios (actualmente Sudán). Se han
encontrado bastantes fragmentos de cerámica en las tumbas del Alto Egipto desde
el cuarto milenio a.C. (en el periodo predinástico) que permiten establecer una
secuencia de datación relativa. El periodo predinástico, que finaliza con la
unificación de Egipto en un único reino, se subdivide por lo general en tres fases,
cada una de ellas se refiere a los yacimientos en los cuales se encontraron sus
materiales arqueológicos: badariense, amratiense (Nayada I) y geerziense (Nayada
II y III). Los yacimientos del norte (desde el 5500 a.C.) han proporcionado material
para establecer una datación arqueológica de cierta continuidad pero no ofrece una
cronología larga como las encontradas en el sur.
PALEOLITICO EGIPCIO
NEOLITICO
- Desecar los terrenos cenagosos del borde del río, allanando el suelo para que el
agua para que el agua no pudiera permanecer allí una vez retirada la crecida.
- Irrigar los campos, pues Egipto está situado en una zona con clima desértico
donde las precipitaciones son prácticamente nulas y los cultivos solo son posibles
gracias a la crecida anual del Nilo. Esta si se deja sin control, tan solo nutre a una
pequeña parte del Valle, por ello los egipcios elaboraron todo un sistema de diques,
de barreras de retención y de canales, transformando Egipto en un gran Oasis.
- Cultura Fayun A
- Cultura Merimde
- Cultura El-Omari
- Cultura Deir-Tasa
Teniendo en cuenta este método, se diría que el Neolítico egipcio abarca del 4500
al 3500 a.C.. Los grupos más antiguos son Fayun A y Merimde, y estos conocen la
agricultura y la ganadería. Se han encontrado en estos yacimientos hoces de silex y
silos que aún contenían algunos granos. Esto nos a permitido saber que los egipcios
de esta época cultivaban el trigo, la cebada, el alforfón y el lino. Se practicaba la
ganadería, se conocía el tejido, en trabajo sobre el cuero y la alfarería, aunque esta
última aún es muy tosca. Los hombres de estos yacimientos viven en poblados
formados por chozas de base circular ó ovalada. Entierran a los muertos en los
mismos poblados y alrededor de la cabeza de los difuntos se han encontrado
dispuestos, granos de cereal, esto hace pensar en la existencia de una creencia en la
vida de ultratumba. De las culturas del final del Neolítico, tenemos noticias
principalmente por el yacimiento de Deir-Tasa, que da nombre a la cultura
Tasiense, y por el yacimiento aislado de El-Omari. Las sociedades de estos
yacimientos están bastante más avanzadas que las culturas de la primera parte del
Neolítico.
Predinástico Primitivo:
En la cultura del Fayum B al igual que la Badariense se utiliza mucho más el silex
que el metal. Su cerámica es inferior pero tiene una técnica de talla en vasos de
piedra desconocida para el sur.
Predinástico Antiguo:
Está constituido por la cultura Amratiense, la cual deriva del yacimiento de El-
Amrah, que es el más característico y conocido. Esta cultura, desde hace poco
tiempo, también recibe el nombre de Nagada I. El Amratiense sigue sin introducir
la tradición Badariense. Utilizan vasos rojos con el borde negro, destacando sobre
el periodo anterior la aparición de nuevas formas. La decoración de su cerámica es
naturalista, con temas tomados de la caza siendo característica la aparición de
hipopótamos. Sobre la paletas de Afeites aparecen los primeros signos de escritura
jeroglífica tendiéndose a pensar que es durante este periodo cuando se comienza a
elaborar el sistema jeroglífico. Sobre el yacimiento del bajo Egipto tenemos una
total falta de información pero sin embargo sabemos que se produjo contacto entre
el Delta y el sur ya que se han encontrado en yacimientos de cultura Amratiense,
vasos de piedra que son propios del norte.
Predinástico Medio:
Predinástico Reciente:
A partir del momento en el que se difunde el Geerzense por el norte, se va a
extender también hacia el sur, dando lugar a una cultura mixta que combina
elementos amratienses con geerzenses. No podemos hablar de sustitución brusca,
sino más bien de penetración y mezcla. Llegamos a un punto donde las fuentes
escritas a las arqueológicas. Estas fuentes están compuestas en una época
posterior, pero nos dan una idea dela organización política del Geerzense, aunque
no debemos olvidar que se trata de una reconstrucción hipotética. Atendiendo a
textos , parece ser que la ciudad más poderosa del sur durante este periodo, era
Ombos, situada en pleno corazón del Cultura Amratiense, con Set como dios
principal. Estos mismos textos dejan suponer que una lucha enfrento a Set con
Horus, que era el dios principal de Beheret, la cual debía estar situada en el Delta.
El enfrentamiento entre Set y Horus y, por lo tanto, entre la ciudad de Ombos y
Deheret concluiría con la victoria del norte, creándose un primer reino unificado
con capital en Heliopolis. Esta primera unificación se traducirá arqueológicamente
por la extensión de material geerzense, pero políticamente gozará de muy corta
duración, ya que el sur, una vez asimila la cultura del norte, se rebela contra este (el
enfrentamiento va a ocupar la mayor parte del Predinástico Reciente). Se produce
un cambio en la dirección política y la capital del norte pasa a Buto,y la del sur a El-
Quab.
No es fácil establecer con precisión cuando termina la lucha entre el norte y el sur,
y la victoria del sur solo se conoce gracias a algunos monumentos encontrados en
esta zona. De la interpretación de estos, se llegó a deducir que las nomos del sur
habían vencido a una coalición de egipcios y extranjeros. Esta victoria, encabezada
por el rey Escorpión, esta confirmada por un segundo monumento, la Paleta de
Esquisto, donde un rey llamado Narmer, esta representado en actitud de herir a los
enemigos del norte. Parece que el rey Escorpión habría comenzado la conquista del
reino del norte pero no llegó a finalizarla, fue su sucesor, el rey Narmer, quién
concluyó la tarea ciñéndose la corona del Alto y el Bajo Egipto, señalando el final de
la Prehistoria egipcia.
EGIPTO ARCAICO
I Y II DINASTIAS TINITA.
Es a partir de esta época, cuando las fuentes son más abundantes, y aunque la
arqueología continua administrando datos, contamos ya con otras fuentes más
extensas. Concretamente encontramos con tres tipos de fuentes:
- Otra fuente, es la obra de MANETON, sacerdote egipcio del S.III a.C., que a
petición de Tolomeo II escribió una historia de Egipto. De su obra solo nos queda
una serie de extractos que sacaron de ella algunos autores cristianos. Al menos se
conservan los nombres de faraones de treinta y una dinastías.
LAS DINASTIAS
La I Dinastía cuenta con nueve faraones, según Maneton reino durante dos siglos y
medio, desconociéndose las razones que la hicieron desaparecer.
De la segunda Dinastía sabemos que tenía su capital en Menfis y creemos saber que
se produjo durante esta Dinastía una revuelta del norte contra el sur, aunque la
unificación se recuperó rápidamente. Con esta segunda Dinastía termina el periodo
Tinita.
Sabemos que los faraones Tinitas consolidaron la unidad del país empleando,
principalmente, dos medios:
Otro medio, este de carácter estratégico, fue establecer la capital del reino en
Menfis, corazón del Bajo Egipto, respondiendo a ese deseo de reforzar la unidad.
POLITICA EXTERIOR.
Las relaciones del exterior solían ser amistosas, pues solía haber intercambios con
Palestina. Los faraones se ayudaban de una administración que se fue organizando
poco a poco. Dentro de esta administración, uno de los cargos más importantes era
el de aquellos que vigilaban los trabajos públicos, especialmente el Adj-Mer (el
cavador de canales), que llegaría a ser el jefe de la provincia. No es seguro que en
esta época hubiera un Visir, otro de los cargos importantes el Canciller, que se
ocupaba del censo, el cual se realizaba cada dos años. La administración Tinita
reposaba sobre el valor agrícola del país, el cual dependía de la buena marcha del
sistema de irrigación.
TECNICAS.
CREENCIAS.
Son pocos los datos que tenemos, solo se conoce un santuario en Abidos, pero
gracias a la Piedra de Palermo y a las excavaciones sabemos que ya se rendía culto a
los grandes dioses egipcios, Horus (dios Halcón), Ra o Re(dios creador y
personificación del Sol, Osiris (dios de la muerte), Isis (diosa madre, fertilidad) y
Anubis (dios de los muertos y los embalsamamientos). El culto a los animales
desempeña ya un papel importante.
IMPERIO ANTIGUO
Unidad territorial y religión
Sea por tanto cierta o no, la idea de la unificación adquiere una fisonomía
jerarquizada: primero el triunfo de unos nomos sobre otros que selecciona a la
ciudad hegemónica de cada área -con sus dioses- y, después, la confrontación de los
dos reinos que habría de resolverse en un estado único, que elabora su propia
trama ideológica integrando en un sistema explicativo funcional a los dioses de los
distintos nomos. El proceso hubo de ser muy rápido, pues en la conmemoración del
triunfo del sur, sus monarcas no hacen referencia exclusivamente a la victoria sobre
un reino septentrional unificado, sino que aluden a cada una de las antiguas
unidades políticas que habían quedado integradas en la corona roja.
Probablemente en la celeridad del proceso de unificación pueda hallarse una de las
claves que explican las diferencias en la concepción de la monarquía egipcia y las
mesopotámicas.
A partir de los datos con los que contamos parece fuera de duda que bajo Narmer el
valle del Nilo está políticamente unido. Ignoramos si el proceso es tan lineal como
surge de los testimonios o si, por el contrario, hubo muchos más enfrentamientos
de los que no nos ha quedado recuerdo. La duda es legítima desde el momento en
que la tradición literaria atribuye la unificación, entendida como fundación de la I
dinastía, a un rey llamado Menes. En efecto, según Manetón, un sacerdote que a
comienzos del siglo III a.C. redactó una historia de Egipto quizá por encargo del
faraón Ptolomeo II en la que se estableció el orden de las dinastías y los monarcas
que las componían, el fundador del imperio sería Menes, que también aparece con
la misma posición en la lista de nombres de predecesores de Seti I que hizo grabar
en su templo de Abidos poco antes del 1300. Pero la Piedra de Palermo, una placa
fragmentada de procedencia desconocida, da como nombre del primer faraón el de
Aha, cuya histórica existencia está confirmada por documentos arqueológicos.
Mucho han discutido los especialistas a propósito de quién fue el primer faraón de
Egipto y en el estado actual del conocimiento podemos afirmar que las
contradicciones no son insalvables, pero que ninguna solución es completamente
satisfactoria. Cabe la posibilidad de que Escorpión, Narmer y Aha sean los nombres
de Horus de tres monarcas diferentes, uno de los cuales sería el propio Menes. En
tal caso, Menes correspondería al nombre nebty, es decir, el nombre de las dos
Damas, Nekhbet, la diosa buitre protectora del Alto Egipto, y Uadjet, la diosa cobra
que tutela el norte. Algunos autores han llevado el proceso de identificación más
lejos y han supuesto que Narmer-Menes habría tomado el nombre de Aha tras la
unificación de los dos reinos. En cualquier caso, la opinión más generalizada es que
Escorpión sería uno de los últimos representantes de la lucha por la unidad del
Egipto predinástico, que Narmer-Menes sería el fundador del Imperio y que Aha
sería su primer sucesor. Sin embargo, un extremo no destacado habitualmente es
que Narmer no aparece representado con la doble corona, sino alternativamente
con una corona u otra, como ocurre en los fragmentos del Cairo de la Piedra de
Palermo con algunos de los reyes mencionados. Esto podría significar que la
unificación territorial se produciría después de que se realizaran diversos ensayos
de un solo monarca sobre dos reinos diferentes, hasta que un rey -quizá Aha-
lograra ceñir la doble corona como representación de un reino definitivamente
unido hacia el año 3100.
III DINASTIA.
Este complejo es lo único que nos permite juzgar la obra de esta Dinastía. Durante
esta, se va preparando el periodo que algunos historiadores consideran el más
importante de la civilización egipcia, la IV Dinastía.
IV DINASTIA.
No se conoce el número total de sus monarcas y el orden de sucesión no es seguro.
Maneton da para los cuatro primeros faraones, los siguientes nombres: Snefru,
Keops, Kefren y Micerinos; pero fuentes más antiguas intercalan algunos faraones
entre estos. La cronología y duración del reinado tampoco esta establecida. Las
fuentes arqueológicas tampoco esclarecen la historia. Se conocen algunos
monumentos privados que nos informan sobre la vida cotidiana de Egipto en esta
época, pero los monumentos reales y en especial las pirámides no nos han
suministrado datos concisos.
La pirámide no es más que una parte de un gran conjunto, compuesto por cuatro
secciones:
- En primer lugar, un pequeño templo unido al río a través de un canal. Aquí debe
llegar el barco funerario cuando llegue la hora del enterramiento. Es el llamado,
TEMPLO DEL VALLE.
- La PIRAMIDE, cuyas caras están orientadas según los puntos cardinales y bajo la
cual se encuentra la cámara sepulcral ( excepto en la de Keops).
Micerinos tuvo un reinado muy corto, inició la construcción de una pirámide más
pequeña pero quedó inacabada.
V DINASTIA.
Userkaf y sus sucesores consagraron una parte mínima de sus riquezas a sus
monumentos funerarios, pero todos ellos construyeron templos al dios Ra. Del
reinado de Userkaf solamente sabemos que quizás como reacción contra la
utocrácia de los faraones de la IV Dinastía comienza a aumentar el poder de las
grandes familias provinciales.
También sabemos que realiza una expedición al país de Punt y que explotó la
cantera de diorita de Abu-Simbel, que implicaba el control de la Baja Nubia. Con
Unas termina la V Dinastía y esta nos ha dejado menos monumentos reales que las
anteriores, pero las particulares se han ido acostumbrando a decorar sus mastabas
de tal manera que si en la IV Dinastía había una gran diferencia entre las tumbas
( reales y funcionarios ), pues, ahora indica un debilitamiento del poder real que se
acelera durante la Dinastía siguiente, alterando las características del Imperio
Antiguo.
VI DINASTIA.
Ya los mismos egipcios van a notar que a partir de esta Dinastía se produce un giro
en su historia. El Papiro de Turín al llegar al reinado de Unas se detiene y da cuenta
de todos los faraones, desde Menes a Unas, como si una época finalizara en ese
momento. A pesar de ello no parece que existiera un corte brusco entre el reinado
de Unas y el de Tetis, primer faraón de la VI Dinastía. Esta permanece en el poder
del 2350 al 2200 a.C.. Durante este periodo, tras el reinado de Pepi II, comienza un
periodo muy confuso al que se le ha dado el nombre de Primer Periodo Intermedio.
En la concepción de los egipcios el faraón se encuentra fuera del orden social pues
en realidad pertenece al ámbito divino, desde el que se encarga del buen
funcionamiento del culto. Los sacerdotes no son más que delegados que actúan en
nombre del faraón, el único que puede construir edificios sagrados. En este sentido
el faraón es una institución ocupada temporalmente por un mortal que adquiere su
rango divino por ejercer la función real. Esto es lo que significa el nombre de
Horus, ya que en realidad el faraón es Horus, temporalmente designado con el
nombre del monarca correspondiente, que suele tener un significado programático,
según hemos constatado en algunas ocasiones anteriormente. El gobierno del
faraón está asistido por Maat, una abstracción divinizada como hija de Ra, que
significa Verdad y Justicia, pero que en realidad es el referente del orden cósmico
surgido tras la aparición del sol; Maat es de este modo la antagonista del líquido
marginal, se trata de una interacción de fuerzas que garantizan el orden universal,
desde el movimiento de los seres celestes a la regularidad de los fenómenos
vinculados a las estaciones o la cadencia de los días y que, en consecuencia, afecta a
la concordia de los vivos, que se logra a través del respeto a las relaciones sociales
establecidas por los dioses en la tierra. Maat conjuga así el orden cósmico y el ético
en la voluntad del faraón, arquetipo antagónico del caos exterior. Éste es pues, el
fundamento de la conservadora ideología egipcia que identifica cualquier acto
contra la voluntad del soberano como aberrante sacrilegio. Y puesto que la posición
del faraón se basa en la explotación del trabajo ajeno, Maat no hace más que
sublimar la explotación y eliminar cualquier posibilidad de reacción. El concepto de
Maat es tan útil para el poder faraónico que nunca será objeto de discusión, ni en
los momentos de mayor debilidad del poder absoluto.
Más allá del grupo de los dependientes se sitúan los atados de por vida, término
con el que se designa a los prisioneros de guerra. Estos empiezan a abundar con
motivo de la generalización de las campañas exteriores, especialmente a partir de
Snefru. La obtención de mano de obra al servicio del estado constituye, pues, uno
de los objetivos de las empresas militares, que en principio son organizadas por el
faraón, pero que paulatinamente se van descentralizando en beneficio de las
aristocracias locales, como expresión de la disgregación del poder central a finales
del Antiguo Reino. Precisamente a partir de estas apropiaciones comienza la
servidumbre personal que se va haciendo más extensa, ya que integra no sólo al
enemigo exterior, procedente del mundo del caos, sino también a los hijos -
preferiblemente hijas, como declara abiertamente la autobiografía de Henqu en
Deir el-Gabraui- de los dependientes que viven en las aldeas rurales, es decir, en el
ámbito antaño protegido por Maat, cercano ahora al caos, por el abuso de los
funcionarios.
Otra importante actividad agraria es la ganadería, que ocupa una buena cantidad
de mano de obra. Aparentemente el granado vive en un estado de semilibertad en
los márgenes de las tierras cultivables, lo que hace difícil someterlo a cómputo para
los archivos reales. Una parte de la cabaña vive en granjas agrícolas de propiedad
real, que tienen como función abastecer de carne a la corte y sus dependientes. No
obstante, la caza y la pesca aún participan activamente en la dieta alimenticia de los
egipcios, especialmente entre los dependientes.
Las contribuciones tributarias a las que están sometidas todas las unidades de
producción garantizan a la corona la obtención de un extraordinario excedente que
se destina tanto para la alimentación de la clase improductiva y sustento de los
trabajadores dependientes, como para asegurar los intercambios. Las relaciones del
faraón con los príncipes extranjeros se fundamentan en la economía del don-
contradón, procedimiento diferente a la compraventa o al trueque, que caracteriza
el intercambio entre aristócratas y que es el mecanismo habitual en el Próximo
Oriente hasta bien avanzado el I Milenio. Un monarca hace un regalo a un igual
consistente en bienes de los que el homenajeado carece; la contrapartida no será
necesariamente inmediata, pero cada parte espera ser recompensada para que no
se rompa el equilibrio de los regalos. El trueque, por el contrario, es la forma de
intercambio popular. Pero la actividad comercial no es el único procedimiento para
obtener los bienes de los que el país carece. La guerra y las expediciones tienen la
misma finalidad, según se ha adelantado ya, para conseguir, por ejemplo, mano de
obra.
Los tributos y la mano de obra constituyen el elemento básico que permite afrontar
los trabajos más imperecederos y que caracterizan más que ningún otro al Antiguo
Reino: las pirámides.
Parece una idea arraigada en la mentalidad popular que las pirámides surgen
repentinamente en la cultura egipcia; sin embargo, hemos de adelantar que son
producto de un largo proceso de ensayos que se van sistematizando hasta lograr
óptimos resultados. Fue necesario el concurso de múltiples factores para que se
produjera tan espectacular final. Por una parte, hacía falta un sistema político de
carácter teocrático fuertemente anclado en la estructura social y sometido a una
economía de corte férreamente centralizado; ya hemos visto cómo en Egipto se
había fraguado este requisito. Por otra parte, era imprescindible la capacidad de
control sobre un excedente de producción suficientemente grande como para
afrontar las inversiones necesarias en la construcción. Finalmente, se necesitaba
una cantidad de mano de obra apropiada para atender todos los trabajos
relacionados con la construcción del monumento además de la necesaria para
garantizar la producción de alimentos y los servicios relacionados con la
reproducción del sistema. Las condiciones objetivas para responder positivamente
a todos esos imperativos se habían ido estableciendo paulatinamente desde
quinientos años antes, con la unificación del territorio. Ya se ha adelantado cómo
puede ser esa la clave que justifique la diferencia funcional entre la pirámide
egipcia y el zigurat mesopotámico. En cualquier caso, la primera pirámide
introduce una novedad extraordinaria en la arquitectura funeraria egipcia con el
empleo de la piedra, traída desde muy lejos, frente al ladrillo de adobe. La pirámide
escalonada de Sakkara está en un recinto de 545 x 278 metros, protegido por una
gruesa muralla de piedra con torres al exterior. El espacio interior tiene una doble
función: por una parte está al servicio del festival sed y, por otra, está destinado a
servir de morada al ka de Djeser. El ka es una manifestación de las energías vitales
que se libera en el momento de la muerte y que se reconoce en las estatuas del
difunto depositadas en la tumba, constituyendo así un doble espiritual de su
propietario con vida propia desde ese instante, de ahí la importancia de los templos
funerarios.
Este período abarcó del 2200 al 2040 a.C., envolviendo de la VII a X dinastía, y
parte de la XI. En este período podemos distinguir tres fases:
- Del 2130 al 2040 a.C. comenzaron los triunfos de los príncipes de Tebas los
cuales, inauguraron una nueva dinastía. Tras conquistar el sur de Egipto se
hicieron con todo el país. Este último período agotó a los jefes de los nomos y tanto
más que los escenarios de estas luchas, el malestar de la economía y la carencia.
Este agotamiento facilito la toma de poder los príncipes Tebanos.
CULTURA
IMPERIO MEDIO
Es Flavio Josefo, historiador judío del siglo I d.C. e que nos ha trasmitido el pasaje
en el que Manetón hace alusión a la invasión de Egipto por los Hicsos. Esta
invasión no debió tener el carácter brutal que le atribuye Manetón, admitiéndose
en la actualidad, que es conveniente hablar de una filtración progresiva, teniendo
en cuenta que los invasores no pertenecían a una raza única sino a una reunión
heterogénea de habitantes de Asia Occidental.
Una vez conquistado Menfis los Hicsos, se consideraron los dueños de todo Egipto
dando lugar al origen de la Dinastía XV. La dominación de los Hicsos consistió,
principalmente, en un cambio de la dirección política pero adoptando mucho de la
vida cotidiana de los egipcios. Adoptan la escritura jeroglífica, los dioses, las
técnicas de construcción, incluso fomentando la vida intelectual. Aparte de tomar,
ellos también aportaron cosas esenciales, enlazan Egipto con Asia e introducen el
carro tirado por caballos como arma de guerra.
Lejos de ser un desastre sin precedentes, la invasión de los Hicsos fue un fuente de
enriquecimiento para Egipto.
Esta dinastía es la que logra sacudirse el yugo de Hicsos, y los autores de ellos
fueron los príncipes de Tebas (situado al sur del Alto Egipto). Estos reyes lograron
aglutinar a todos los nomos del Alto Egipto y poco a poco irán conquistando hacia
el norte hasta expulsar a los Hicsos. Cuando finalice el II período Intermedio y suba
al trono Amosis, de la dinastía XVII, el territorio de los egipcios no está todavía
liberado de los Hicsos pero la autoridad del faraón ya está restablecido, y empezará
el Imperio Nuevo con la dinastía XVIII.
Cuando Egipto surja reunificado de esta larga crisis, pues, la situación de Egipto ya
no era ni volverá a ser como la de las Imperios Antiguos y Medio. Porque en el sur
(zona de Nubia) se han establecido nuevos pueblos, o bien los antiguos habitantes
se reorganizaron convirtiéndose una amenaza para los egipcios. Por otra parte, en
el sur (por Asia) se crean nuevos imperios y todo el Oriente Medio está en
ebullición, ha aparecido los Hurritas que serán desplazados por los Asirios y Egipto
está demasiado cerca para desinteresarse de lo que pase ahí. A demás, la invasión
de los Hicsos les acaba de enseñar que Egipto no está a salvo de los movimientos
étnicos que se están produciendo y no basta con construir fronteras. Por lo tanto,
por movimientos necesidad al estado autárquico y replegado en sí mismo del
Imperio Antiguo y Medio, le va a suceder el agresivo e imperialista del Imperio
Nuevo.
IMPERIO NUEVO
LOS RAMESIDAS
En la última década del siglo XIV se consolida una nueva línea dinástica, cuyo
primer representante, Ramsés I, no es de sangre real. Procede de una familia de
militares oriunda del Delta oriental cercana al círculo de Horemheb. Cuando
accede al trono es ya un anciano, por lo que se auxilia de su hijo cincuentón, quizá
corregente durante los dos años de reinado de su padre. Durante el reinado de
Sethi I, Egipto recupera su posición prevalente en Asia. El relato de las campañas,
representadas en la sala hipóstila de Karnak, permite intuir el progreso hacia la
Siria septentrional de los ejércitos egipcios, en perjuicio de los amoritas y de los
hititas, con cuyo rey Muwatali firmará un tratado de paz. También los libios
hubieron de soportar el expansionismo del nuevo monarca, cuyo referente y
modelo parece haber sido Tutmosis III. Por lo que respecta a la política interior, su
máxima preocupación es continuar la obra restauradora de Horemheb; destaca, en
este sentido, su amplia actividad constructora de soberbia como se refleja en la sala
hipóstila ya mencionada de Karnak, en el Gran templo de Osiris de Abydos o en su
propia tumba, tal vez la más hermosa de cuantas se han descubierto en el Valle de
los Reyes. Pero la conexión con el pasado preamárnico se expresa sutilmente en el
deseo de vincularse a las dinastías precedentes, y en tal dirección ha de entenderse
la extraordinaria lista real conservada en el templo de Abydos, en la que el propio
monarca con su hijo, el futuro Ramsés II, rinde homenaje a los setenta y seis reyes
precedentes, comenzando por Menes -hermoso ejemplo de la conciencia histórica
del grupo dominante- pero en la que están ausentes Hatshepsut, Amenofis IV y
Tutankhamon. Resulta evidente la conexión deseada por Sethi I, que se convierte
en el verdadero artífice del estado ramésida. Su obra interna fue posible gracias a la
afluencia de riquezas procedente de las campañas asiáticas, ya que el control del
corredor sirio-palestino hará del Delta oriental el verdadero centro de flexión de la
actividad económica egipcia que, hacia el sur, se prolonga por el eje tradicional
nilótico. No sabemos cuál es el año exacto del ascenso de Ramsés II al trono, pues
los especialistas discuten fechas entre finales del siglo XIV y comienzos del XIII
(1304 o 1279 según qué interpretación se confiera al dato sotíaco del Papiro Ebers).
En cualquier caso, sabemos que había sido corregente durante varios años y que su
propio gobierno se extenderá a lo largo de trece lustros. Una de las primeras
medidas, que responde al peso específico de la región del Delta, fue la fundación de
una nueva capital, Pi-Ramsés, junto a la vieja Avaris, cuya localización exacta
parece corresponder a Qantir y Tell el-Daba. No existe ninguna razón que permita
relacionar esta conducta con la de la fundación de Akhenatón. En este caso, se
dejaba en Tebas al frente de los asuntos del Egipto septentrional al gran sacerdote
de Amón, Nebunebef. Por otra parte, la intención no era romper con el pasado del
estado, sino otorgarle una capital administrativa estratégicamente situada para
actuar con la mayor celeridad posible sobre los asuntos que más preocupaban al
faraón en el momento.
En efecto, la política asiática va a ocupar la atención del monarca, ya que desde los
primeros años de su reinado el tratado de su padre con Muwatalli deja de ser
respetado y, en el año cinco, Ramsés organiza una ambiciosa expedición con la
intención de someter a su dominio todo el país de Amurru y situar en el Orontes
medio, a la altura de Qadesh, el límite de sus territorios. El avance se realizó sin
obstáculos, pero el ejército egipcio, dividido en cuatro cuerpos, Amón, Re, Ptah y
Seth, fue víctima de una emboscada en las proximidades de Qadesh, gracias al
engaño del que fue objeto el faraón por unos mensajeros hititas atrapados. El
propio Ramsés corrió peligro, pero el combate debió de quedar en tablas según
intuimos por los resultados. No obstante, la corte faraónica celebró como un gran
triunfo la estéril campaña asiática, que fue objeto de una composición, el "Poema
de Pentaur", reproducido hasta la saciedad en los fastuosos monumentos erigidos
por el megalomaníaco faraón, como por ejemplo el Rameseum o Abu Simbel,
además de ser copiado en otros edificios, como los templos de Abydos, Luxor,
Karnak, etc. Allí los relieves ilustran con tal suerte de detalles la campaña descrita
que no ahorra ocasión de alabar el valor del rey, cuyo arrojo al frente de la columna
de Amón salvó del desastre a la totalidad del ejército egipcio. Las campañas
posteriores no tuvieron tanto alcance ni resonancia, ya que no tenían como misión
más que consolidar la hegemonía egipcia en la zona palestina y en el sur de Siria. Al
mismo tiempo, las tropas egipcias tenían que hacer frente a las continuas
escaramuzas que los libios realizaban en la frontera occidental del país. Ello
distraería parcialmente la atención de Ramsés, que hubo de volver también sus
ojos al sur. Allí el control sobre Nubia, incorporado en gran medida el reino de
Kush al estado egipcio, era una realidad casi incontestada y para eliminar cualquier
sombra de duda el faraón mandó construir uno de los santuarios más altivos de su
reinado: los dos templos de Abu Simbel. El programa iconográfico del templo
grande demuestra, mediante las relajadas figuras sedentes, la seguridad con la que
se controla el territorio que tantas campañas había costado a los reyes anteriores;
por obra parte, en la distribución de las imágenes hay un dramatismo creciente,
pues se exhibe primero el poder del faraón con prisioneros de todos los pueblos
vencidos, por otra parte se narra el gran triunfo militar del reinado: la dudosa
batalla de Qadesh. Posteriormente la sala de las ofrendas, en la que Ramsés hace
entrega de sus botines y tributos a los dioses y, por último, en el espacio más
sagrado del templo, el faraón aparece como un igual entre los dioses, puesto que
Ramsés se presenta ofrendas a sí mismo como dios, sublimación del carácter divino
del monarca, discutido por algunos especialistas.
La muerte del monarca hitita no facilitó las cosas, pero tras el conflicto sucesorio
sube al trono Hattusil III que intenta poner en orden los asuntos internacionales de
Hatti. Es precisamente en esas circunstancias cuando las dos grandes potencias
deciden firmar un tratado de paz, que se lleva a cabo en el año veintiuno del
reinado de Ramsés. Conservamos el texto en dos versiones, circunstancia insólita:
dos copias egipcias (en la cara externa de uno de los muros de la sala hipóstila de
Karnak y en una copia muy deteriorada del Rameseum) y una versión hitita hallada
casualmente en las excavaciones de Bogazkoy inscrita con caracteres cuneiformes
en una tablilla de arcilla. Las dos partes aceptan una paz basada en el respeto
territorial por el que se garantiza a Egipto el control de Palestina, mientras que
Hatti conserva el control de Siria septentrional. Ambos firmantes se comprometen
a defender la legítima línea dinástica del otro reino y se establecen pautas de
cooperación en las que destaca la regulación de las extradiciones. Una década más
tarde Ramsés contrae matrimonio con una princesa hitita: el intercambio de dones
entre las dos cortes se efectúa con gran boato en Damasco. Más tarde otra princesa
de la corte de Hattusa será asimismo esposa de Ramsés y, al parecer tanto Hattusil
como su heredero Tudhaliya visitarán Egipto, prueba todo ello de las inmejorables
relaciones de los dos grandes imperios del momento. Las campañas militares, la
explotación del Sinaí y de Nubia y la producción agrícola en Egipto proporcionaron
abundantes recursos que fueron parcialmente invertidos en la construcción de
abundantes monumentos como testimonio del reinado, coronado con una
descendencia que se cifra en mas de cien hijos. No obstante, a partir de Ramsés II
se aprecia la compartimentación administrativa entre el Alto Egipto, con capital en
Tebas, y el Bajo Egipto, al que hay que añadir las posesiones asiáticas. El
resurgimiento de fuerzas centrífugas hará de esta articulación un punto de
arranque para la debilidad del poder faraónico.
El casi centenario Ramsés había enterrado a sus doce primeros hijos cuando le
llegó a él el turno de pesar su corazón ante Osiris. El heredero fue Merneptah, un
príncipe de avanzada edad, pero que aún tendría un reinado de más de diez años.
Con él comienza la decadencia de la dinastía XIX, según suele afirmarse, por los
problemas a los que tiene que hacer frente. Sin embargo, la situación interna no
aparece especialmente en declive; de hecho, se envía suministro de trigo a Hatti,
donde las malas cosechas obligan a solicitar ayuda del exterior, lo que demuestra la
buena situación de Egipto. Pero lo más destacable del reinado es el rechazo, en el
año quinto, del ataque procedente de Libia en el que intervienen diferentes pueblos
y entre ellos varios que volverán a ser mencionados en el relato de Ramsés III y que
se agrupan bajo el rótulo de Pueblos del Mar. Los invasores habían logrado superar
las defensas establecidas por Ramsés II y sólo tras una encarnizada contienda son
expulsados de Egipto. Merneptah celebra ampliamente su victoria, al igual que los
triunfos obtenidos en sus campañas asiáticas, conmemoradas en una estela en la
que por vez primera aparece el nombre de Israel. Tal vez en su reinado se produjera
el éxodo, que otros sitúan bajo Ramsés II. A la muerte de Merneptah se abre una
crisis sucesoria, que muchos autores atribuyen al prolongado reinado de Ramsés II
(razón para muchos asimismo de la crisis dinástica).
Sin duda son razones de otra índole las causantes de la situación venidera, ya que
no tiene por qué existir relación directa entre reinado longevo y crisis. Sea como
fuere, seguramente tres reyes y la reina Tausret sucedieron a Merneptah en un
relativamente breve espacio de tiempo. Poco sabemos del período en cuestión, que
los monarcas de la dinastía XX, tanto en el Papiro Harris como en la estela de
Elefantina, calificaron intencionadamente de anárquico, para justificar mejor su
advenimiento al poder y subrayar así la legitimidad y calidad de su gobierno. El
restaurador, Setnakht, solamente estuvo al frente del estado durante dos años y
acompañado por su hijo Ramsés III, que será el último de los grandes faraones. Su
largo reinado de más de treinta años se convierte en el referente de la XX dinastía,
compuesta por faraones llamados todos Ramsés, hasta el que lleva el número XI.
Por su parte, Ramsés II parece haber sido el modelo deseado por su primer
homónimo de la vigésima dinastía. Su trascendencia histórica reside en el hecho de
que fue capaz de rechazar en el octavo año una invasión compuesta por
contingentes procedentes del mundo micénico, Anatolia occidental y de la región
costera de Siria que, entremezclados, buscaban un nuevo hogar, ya que la mayor
parte de los estados de la Edad del Bronce había sucumbido como consecuencia de
los improvisados ataques de gentes de diversos orígenes que se habían puesto en
movimiento por circunstancias ignoradas, pero sin duda en relación con la
inestabilidad generalizada de la que la caída de Troya no es más que un episodio
emblemático. Si en última instancia fueron desplazados por otros pueblos que
procedieran del ámbito centroeuropeo es algo que no sabemos, pero resultaría
sorprendente la coincidencia de que poco después se produzca la llegada de los
Campos de Urnas (o sus variantes locales) a la Península Ibérica y a la Itálica, la
hipotética invasión doria en Grecia Continental y la constatación de la presencia de
los futuros medos y persas en el Irán. En cualquier caso, si se trata de un
movimiento de largo o corto alcance es algo que no revelan las fuentes antiguas, en
las que la sinonimia mencionada resulta, por lo general, bastante familiar en el
entorno del Mediterráneo oriental a lo largo de la segunda mitad del II Milenio. El
templo funerario en Medinet Habu recoge con toda suerte de detalles en el texto y
en el relieve la campaña de Ramsés III contra los Pueblos del Mar.
Por lo que respecta a la política interna, la más detallada información procede del
Gran Papiro Harris, redactado presumiblemente el mismo año de la muerte del
faraón. En él se afirma la voluntad real de acabar con los desórdenes y la
inseguridad, además de contener una rica documentación sobre propiedades de los
templos. Sin embargo, las dificultades económicas se ponen de relieve en la insólita
huelga de los trabajadores de Deir el-Medina que no recibían su correspondiente
ración. Quizá relacionado con la mala coyuntura económica se encuentre el
complot, descubierto a tiempo por el monarca, en el que participaban destacadas
personalidades de la corte y del ejército. Entre los acusados, según el relato judicial
del Papiro de Turín, se encontraba la propia reina. Un tribunal compuesto por doce
jueces -entre ellos cuatro extranjeros- dictó sentencia condenatoria contra algunos
de los acusados: unos fueron ejecutados, a otros se les amputó la nariz o las orejas.
Algunos quedaron absueltos, pero ignoramos qué suerte corrió la reina.
Ramsés II
Su padre fue Sethi I, maestro político y militar, siendo su madre la reina Tui,
miembro de una ilustre familia de militares. Ramsés II pasó su infancia en Luxor
en compañía de sus dos hermanos y sus dos hermanas. Desde pequeño fue educado
para heredar la doble corona; un preceptor le enseñaría a escribir e interpretar las
imágenes escritas (leer), a conocer los astros, matemáticas y geometría
rudimentarias así como profundizar en materia religiosa. Hacia los diez años fue
nombrado heredero y comandante en jefe del ejército como primogénito que era;
desde ese momento tuvo un harén a su disposición y acompañó a las tropas en
algunas campañas contra los hititas y los libios. A los 16 años fue asociado al trono
imperial por Sethi, continuando con su educación política. El visir de Sethi, Paser,
posiblemente participó en esta educación, manteniéndose durante veinte años en el
cargo tras el fallecimiento de Sethi. Por estas fechas Ramsés participaría en la
supervisión de las construcciones de Abydos, iniciándose su afición a las
edificaciones. Su primera esposa será una joven de noble familia llamada Nefertari.
Tenía 17 años Ramsés cuando casó por primera vez; fruto de este matrimonio nació
su hijo primogénito llamado Amonherunemef. Paralelamente tomó una segunda
esposa, Isetnefret, quien también le dio un hijo llamado Ramsés. Las dos mujeres
continuaron procreando, asegurándose así el futuro de la dinastía. La tercera
esposa será Hentmire, la propia hermana de Ramsés, siguiendo la tradición
faraónica para conservar la pureza de la sangre. Como cuarta esposa eligió a su
propia hija, Merytamón, fruto de su matrimonio con Nefertari, casándose también
con una de las hijas de Isetnefret, Bentanat. A finales del mes de junio del año 1301
a.C. fallece Seti I y Ramsés II sube al trono como rey del Alto y Bajo Egipto y Sol de
los Nueve Arcos. Tenía 25 años. Sus primeros esfuerzos están encaminados a
mantener la paz interior alcanzada en los reinados anteriores, manifestando a los
sacerdotes de Amón su deseo de ejercer todos los poderes, evitando en la medida
de lo posible influencias del poderoso clero. Para ello elegirá como sumo sacerdote
a Nebumenef, persona de su absoluta confianza. Desde ese momento pondrá en
marcha un faraónico plan para recuperar las fronteras del Imperio en la época de
los Tutmosis y asegurar la paz interior, al tiempo que iniciaba su programa
constructivo, símbolo evidente de poder en la época. Ordenó la construcción de un
gran templo en Luxor consagrado a Amón-Ra, formando un conjunto con el
construido por Amenhotep. También inició la edificación del Ramesseum, en la
colina de Sheij abd el Gurnah, junto al que se levantaría un palacio donde
supervisar las obras. Para llevar a cabo estas empresas arquitectónicas era
necesario un abundante flujo de oro, procedente en su mayoría de la zona sur del
país. Uno de los problemas con los que contaba esta vía aurífera era la escasez de
zonas de avituallamiento, especialmente de agua, dedicándose Ramsés a la
perforación de pozos para solucionar el problema hidráulico. De esta manera pudo
aumentar la llegada de oro para mantener su programa arquitectónico, con el que
se congratulaba con los dioses. La recuperación del antiguo imperio provocaría el
enfrentamiento con Muwattali, rey de Hatti, conflicto que se prolongaría por un
periodo de 17 años. Con el objetivo de concentrar todas sus fuerzas en este frente,
Ramsés se apresuró en instaurar con firmeza su hegemonía en Libia y Nubia. En el
cuarto año de su reinado inició la expedición contra los hititas, llegando hasta
Biblos con el fin de establecer bases marítimas de avituallamiento.
Mientras Muwattali había establecido una alianza con los príncipes del Asia Menor
y Siria para enfrentarse a los egipcios.
Otra de las importantes empresas llevadas a cabo por Ramsés será la construcción
de dos templos excavados en la roca de Abu-Simbel: uno dedicado a Ptah,
Ptahtatenen, Hathor y el propio Ramsés mientras que el otro se dedica a Hathor y
Nefertari. Con el fin de mantener la paz entre Egipto y el reino de Hatti, Ramsés
contraerá matrimonio con una princesa hitita a finales del año 33 de su reinado. Ya
había celebrado sus dos primeros jubileos - fiesta que se realizaba después de 30
años de reinado y posteriormente cada tres - llegando a celebrar hasta 11 jubileos.
La primogénita del rey Hattusil se convertía en la quinta Gran Esposa Real con el
nombre de Mathorneferure, al margen de las numerosas concubinas que tenía el
faraón, hablando algunas fuentes del nacimiento de más cien hijos en el harén de
Ramsés. El matrimonio con la hija de Hattusil sirvió para fortalecer la paz,
impulsando el comercio y las relaciones culturales entre ambos países. Con el fin de
reforzar la amistad entre Hatti y Egipto, Hattusil ofreció otra segunda hija en
matrimonio a Ramsés, convirtiéndose ésta en una concubina. El periodo de paz
será aprovechado por Ramsés para favorecer la prosperidad económica y cultural
de Egipto, al tiempo que estrechaba la vigilancia sobre los instrumentos de
gobierno de su reino. Para ello se rodeó de un amplio grupo de estrechos
colaboradores, miembros de las familias más cercanas a su persona, creando una
élite burocrática. En los últimos años de su reinado, Ramsés pudo apreciar como se
iniciaban las presiones de los pueblos procedentes de Europa, pueblos que llegarán
a tomar Egipto en el año 1200 a. C. Dentro de estos movimientos demográficos
encontramos la huida de la población judía de Egipto, liderada por Aarón y Moisés.
Tras 67 años de reinado y a la edad de 92 años, Ramsés II fallecía, dejando el trono
de Egipto en manos de su hijo Mineptah, fruto del matrimonio con Isetnefret,
nombrado heredero tras el fallecimiento de algunos de sus hermanos mayores.
Sin duda, la experiencia imperial de las dinastías XVIII y XIX había alterado
profundamente la percepción de la realidad, como para permitir la participación de
extranjeros procedentes de los territorios sometidos en las tareas burocráticas del
estado. Qué lejos habían quedado los tiempos de los hicsos. Por consiguiente, la
obra de Ahmosis y sus sucesores es la de recomponer la autoridad centralizada del
faraón en una dimensión completamente nueva, pero dando la impresión de
continuidad perfecta con el pasado. De él destaca sobremanera el carácter guerrero
del monarca que ahora adquiere una nueva dimensión como consecuencia de la
conquista de los territorios asiáticos. Precisamente la administración y control de
este nuevo espacio por el faraón propicia el incremento de poder y autonomía del
visir en los asuntos propiamente internos, frente a la prácticamente desaparecida
nobleza territorial. La importancia del visir ha ido aumentando desde el Reino
Antiguo en virtud de la ampliación de las tareas que le son encomendadas. Un texto
titulado: "Protocolo de la Audiencia del director de la Ciudad, Visir de la Ciudad del
Sur y de la Residencia, en el despacho del Visir", constituye el documento más
completo sobre las funciones del visir en el Imperio Nuevo. A él le corresponde la
gestión de la mano de obra, del patrimonio real y nacional, el ejercicio de la justicia
suprema, percepción de los impuestos, control de los archivos, designación de
magistrados, etc. Es, en realidad, el brazo derecho del monarca, o sus dos brazos,
ya que al menos temporalmente está atestiguada la coexistencia de dos visires, uno
en Tebas, que continúa siendo la capital oficial del estado, y otro en Menfis; no
obstante, el peso administrativo va oscilando hacia el norte, como demuestra
definitivamente el establecimiento de Pi-Ramsés en el Delta. Al mismo tiempo, el
clero se ha convertido en otro puntal básico de la continuidad política. Los grandes
sacerdotes tebanos juegan un papel decisivo en los momentos delicados y no
necesariamente como fuerzas centrífugas, aunque esa sea su caracterización a
finales de la XX dinastía. En realidad, la buena armonía entre el faraón, que
mantiene sus implicaciones sobrenaturales, el visir y el gran sacerdote facilitan el
equilibrio político, garantizado en muchas ocasiones por las relaciones de
parentesco de quienes ocupan tales magistraturas. No obstante, en ocasiones
surgen fricciones, muchas de ellas ni siquiera documentadas, como es el caso del
reinado de Tutmosis IV. Posiblemente la ruptura del equilibrio en ese reinado es el
punto de partida inmediato de la crisis amárnica. La importancia del clero tebano
se debe a la progresiva donación de bienes raíces por parte de los faraones. El
Papiro Wilbour, una especie de catastro para la contribución fiscal de la época de
Ramsés V, señala que un tercio de la tierra productiva de Egipto es dominio de
Amón. El control social que le es permitido realizar en tales condiciones está fuera
de discusión; sin embargo, su situación, como parte integrante de la Casa Real, lo
mantiene en la esfera funcionarial.
Sería erróneo considerar la sociedad egipcia como una sociedad de castas, ya que la
permeabilidad social está lo suficientemente bien atestiguada como para afirmar
que la posición social por nacimiento no es irreversible (lo cual es bien distinto a
creer que cualquiera puede promocionarse).
El verdadero artífice de esta nueva situación había sido el ejército. Desde el punto
de vista estratégico había mejorado con la incorporación, como el resto de los
estados contemporáneos, de los veloces carros, desde los que combate la
aristocracia, a la usanza de los maryannu. El incremento de las unidades militares
conllevaba el problema del abastecimiento, que se convierte en un tópico de la
capacidad logística de los oficiales en las biografías de sus tumbas.
Para comprender el fin del Imperio convendría tener presente que junto a unas
tendencias generales concurren unos factores coyunturales que impidieron a la
estructura estatal salir adelante. Desde una perspectiva global se aprecia un
proceso de desestructuración motivado por la transformación del sistema
productivo hacia un régimen esclavista. El antiguo sistema redistributivo
garantizado por la burocracia se muestra ahora inoperante por diversas
circunstancias, entre las que se puede citar el anquilosamiento ocasionado por la
heredabilidad de los cargos, pero esto es una banalidad frente a otras razones más
profundas. De hecho, se constata un decrecimiento de los ingresos procedentes de
los territorios conquistados, lo que provoca una recesión económica acompañada
de una creciente inflación. El estado es incapaz de resolver el problema del gasto
público imprescindible para mantener al ejército, a los trabajadores dependientes,
el culto y las relaciones comerciales estatalizadas. El colapso económico impide las
tareas redistributivas, por lo que el caos -eufemismo con el que podemos definir la
insolidaridad- se apodera de las relaciones sociales y se manifiesta en la crisis
política. Una vez más Egipto se había quedado sin Maat.
BAJA EPOCA
El tercer periodo intermedio comprende desde la XXI Dinastía hasta la XXIV. Los
faraones que gobernaron desde Tanis, en el norte, rivalizaron con los sumos
sacerdotes de Tebas, con los que parecían estar relacionados. Los soberanos de la
XXI Dinastía puede que hayan tenido antepasados libios, porque fueron jefes libios
quienes dieron origen a la XXII Dinastía. Cuando los gobernadores libios entraron
en un periodo de decadencia, varios rivales se alzaron en armas para conquistar el
poder. De hecho, las XXIII y XXIV Dinastías reinaron al mismo tiempo que la
XXII, al igual que la XXV (cusita), la cual controló de forma efectiva la mayor parte
de Egipto cuando aún gobernaban la XX y XXIV Dinastías, al final de su mandato.
Los faraones incluidos desde la XXV hasta la XXXI Dinastías gobernaron Egipto
durante lo que se conoce como Baja Época. Los cusitas gobernaron desde el 767
a.C. hasta que fueron derrotados por los asirios en el 671 a.C. Se restablecieron los
soberanos egipcios a comienzos de la XXVI Dinastía por Psamético I. El resurgir de
nuevos logros culturales, reminiscencia de épocas anteriores, alcanzó su plenitud
con la XXVI Dinastía. Cuando el último faraón egipcio fue derrotado por Cambises
II en el 525 a.C., el país cayó bajo dominio persa durante la XXVII Dinastía. Egipto
reafirmó su independencia con las XXVIII y XXIX Dinastías, pero la XXX Dinastía
fue la última de soberanos egipcios. La XXXI Dinastía, que no se menciona en la
cronología de Manetón, representó el periodo de la segunda dominación persa.
Periodos helenístico y romano La ocupación de Egipto por las tropas de Alejandro
Magno en el 332 a.C. supuso el fin del dominio persa. Alejandro designó al general
macedonio Tolomeo, conocido después como Tolomeo I Sóter, para gobernar el
país. Aunque se nombraron también dos gobernadores egipcios, el poder estuvo en
manos de Tolomeo, quien en pocos años se hizo con el control absoluto del país. La
dinastía de los Tolomeos
La mayor parte de este periodo estuvo caracterizada por las rivalidades con otros
generales, que se habían adueñado de las distintas partes del imperio de Alejandro
Magno tras su muerte en el 323 a.C. En el 305 a.C. asumió el título real y fundó la
dinastía de los Tolomeos. El Egipto Tolemaico fue una de las mayores potencias del
mundo helenístico, y en varias ocasiones extendió su dominio sobre zonas de Siria,
Asia Menor, Chipre, Libia, Fenicia y otros territorios. Debido en parte a que los
gobernantes egipcios desempeñaron un papel reducido en los asuntos de Estado
durante el periodo de los Tolomeos, con frecuencia estallaron revueltas como
manifestación del desacuerdo de la población, que fueron rápidamente aplastadas.
En el reinado de Tolomeo VI Filométor, Egipto se convirtió en un protectorado
dependiente de Antíoco IV de Siria, que invadió con éxito el país en el 169 a.C.
Los romanos forzaron a Antíoco a entregarles el país, el cual quedó dividido entre
Tolomeo VI Filométor y su hermano menor, Tolomeo VII, que obtuvo el control
completo del país a la muerte de su hermano en el 145 a.C. Los siguientes
representantes de la dinastía preservaron la riqueza y la situación de Egipto, pero
perdiendo continuamente territorio a favor de Roma. Cleopatra VII fue la última
gran soberana de la dinastía de los Tolomeos. En un intento para mantener el
poder de Egipto se alió con Cayo Julio César y, más tarde, con Marco Antonio, pero
estas acciones sólo aplazaron el final del poder egipcio. Después de que sus tropas
fueran derrotadas por las legiones romanas mandadas por Octavio (después
emperador Cayo Julio César Octavio Augusto), Cleopatra se suicidó (año 30 a.C.).
EPOCA TARDIA
El arte de la XXVI Dinastía utilizó muchas formas y modelos del pasado, copiando
a veces literalmente los motivos de los antiguos monumentos. La XXVI Dinastía
acaba con la invasión del Imperio persa, y, salvo breves periodos, Egipto nunca
recuperó su libertad de manos de la dominación extranjera. La conquista del país
por parte de Alejandro III el Magno en el 332 a.C., y por los romanos en el año 30
a.C., introdujo a Egipto dentro de la órbita del mundo clásico, aunque persistieron
sus antiguas tradiciones artísticas. Alejandro (que había fundado la ciudad de
Alejandría, que se convirtió en un importante foco de la cultura helenística) y sus
sucesores aparecen representados en los muros de los templos como si fueran
auténticos faraones en un claro estilo egipcio. Los templos construidos durante el
periodo tolemaico (la dinastía fundada por Alejandro el Magno) repiten los
modelos arquitectónicos tradicionales de Egipto. El arte egipcio ejerció también
una poderosa influencia sobre las culturas de sus invasores. En los primeros
artistas griegos se reconoce una clara deuda con Egipto. Los romanos también
mostraron gran interés por el arte de este país, se llevaron a Roma piezas originales
extraídas de los templos y tumbas, e imitaron su estilo en numerosas esculturas
realizadas por artistas romanos. La influencia de Egipto, su cultura y su arte, así
como la fascinación que despiertan sus antigüedades, ha persistido hasta nuestros
días.
BAJA EPOCA
Los faraones incluidos desde la XXV hasta la XXXI Dinastías gobernaron Egipto
durante lo que se conoce como Baja Época. Los cusitas gobernaron desde el 767
a.C. hasta que fueron derrotados por los asirios en el 671 a.C. Se restablecieron los
soberanos egipcios a comienzos de la XXVI Dinastía por Psamético I. El resurgir de
nuevos logros culturales, reminiscencia de épocas anteriores, alcanzó su plenitud
con la XXVI Dinastía. Cuando el último faraón egipcio fue derrotado por Cambises
II en el 525 a.C., el país cayó bajo dominio persa durante la XXVII Dinastía. Egipto
reafirmó su independencia con las XXVIII y XXIX Dinastías, pero la XXX Dinastía
fue la última de soberanos egipcios. La XXXI Dinastía, que no se menciona en la
cronología de Manetón, representó el periodo de la segunda dominación persa.
La ocupación de Egipto por las tropas de Alejandro Magno en el 332 a.C. supuso el
fin del dominio persa. Alejandro designó al general macedonio Tolomeo, conocido
después como Tolomeo I Sóter, para gobernar el país. Aunque se nombraron
también dos gobernadores egipcios, el poder estuvo en manos de Tolomeo, quien
en pocos años se hizo con el control absoluto del país.
La mayor parte de este periodo estuvo caracterizada por las rivalidades con otros
generales, que se habían adueñado de las distintas partes del imperio de Alejandro
Magno tras su muerte en el 323 a.C. En el 305 a.C. asumió el título real y fundó la
dinastía de los Tolomeos. El Egipto Tolemaico fue una de las mayores potencias del
mundo helenístico, y en varias ocasiones extendió su dominio sobre zonas de Siria,
Asia Menor, Chipre, Libia, Fenicia y otros territorios. Debido en parte a que los
gobernantes egipcios desempeñaron un papel reducido en los asuntos de Estado
durante el periodo de los Tolomeos, con frecuencia estallaron revueltas como
manifestación del desacuerdo de la población, que fueron rápidamente aplastadas.
En el reinado de Tolomeo VI Filométor, Egipto se convirtió en un protectorado
dependiente de Antíoco IV de Siria, que invadió con éxito el país en el 169 a.C. Los
romanos forzaron a Antíoco a entregarles el país, el cual quedó dividido entre
Tolomeo VI Filométor y su hermano menor, Tolomeo VII, que obtuvo el control
completo del país a la muerte de su hermano en el 145 a.C.. Los siguientes
representantes de la dinastía preservaron la riqueza y la situación de Egipto, pero
perdiendo continuamente territorio a favor de Roma. Cleopatra VII fue la última
gran soberana de la dinastía de los Tolomeos. En un intento para mantener el
poder de Egipto se alió con Cayo Julio César y, más tarde, con Marco Antonio, pero
estas acciones sólo aplazaron el final del poder egipcio. Después de que sus tropas
fueran derrotadas por las legiones romanas mandadas por Octavio (después
emperador Cayo Julio César Octavio Augusto), Cleopatra se suicidó (año 30 a.C.).
Convertida en una de las grandes metrópolis del Imperio romano, fue un próspero
centro comercial entre India, la península Arábiga y los países del Mediterráneo.
Fue la sede de la gran Biblioteca y Museo de Alejandría y tuvo una población de
unos 300.000 habitantes (sin contar a los esclavos). Egipto se convirtió en un pilar
económico del Imperio romano, no sólo a causa de su producción de cereales, sino
también por sus vidrios, metales y otros productos manufacturados. Además,
aglutinó el comercio de especias, perfumes, piedras preciosas y metales
procedentes de los puertos del mar Rojo. Con la finalidad de controlar la población
y limitar el poder de los sacerdotes, los emperadores romanos protegieron la
religión tradicional, terminaron o embellecieron los templos comenzados bajo los
Tolomeos e inscribieron sus propios nombres en ellos siguiendo las costumbres
faraónicas en Isna, Kawn Umbu, Dandarah y Philae. Los cultos egipcios a Isis y
Serapis se extendieron por todo el mundo grecorromano. Egipto fue también un
centro importante del primer cristianismo, a través de la vida monástica. La Iglesia
copta, que se adhirió al monofisismo, se separó de la corriente principal del
cristianismo en el siglo V. Durante el siglo VII, el poder del Imperio bizantino fue
desafiado por la dinastía de los sasánidas de Persia, que invadió Egipto en el 616.
Fueron expulsados de nuevo en el 628, pero poco después, en el 642, el país cayó
bajo el dominio de los árabes, que trajeron una nueva religión, el Islam, e
inauguraron un nuevo capítulo de la historia egipcia. Egipto bajo el califato
Irritados por la intolerancia religiosa y los excesivos impuestos a que les sometía el
Imperio bizantino, los egipcios coptos ofrecieron poca resistencia a los
conquistadores árabes. El califato, en cambio, sólo imponía a los pueblos
conquistados el pao de una capitación (jizyah) pero respetaba las prácticas
religiosas, las das y la propiedad de los coptos. Además de este impuesto, la
población masculina (estimada entre seis y ocho millones) pagaba el kharaj, un
impuesto sobre la propiedad agrícola.
GOBIERNO LOCAL
LUCHA INTERNA
A partir del 856, Egipto se concedió como un iqta (una forma de feudo) a la
oligarquía militar turca que dominó el califato de Bagdad. En el 868, Ahmad ibn
Tulun, un turco de 33 años, fue enviado al país como gobernador. Hombre de
talento y educación, Tulun gobernó de forma prudente y adecuada, pero también
transformó a Egipto en una provincia autónoma, vinculada con los Abasíes sólo por
el pago anual de un pequeño tributo. Tulun levantó una nueva ciudad, El-Qatai, al
norte de Fustat. Bajo su gobierno benevolente, Egipto conoció una época de
prosperidad y expansión llegando incluso a anexionarse Siria. La dinastía de Tulun
(los tuluníes) gobernaron durante 37 años un imperio que englobaba Egipto,
Palestina y Siria.
Fundó su capital en Alejandría, lo que hizo a Egipto entrar en una ruta comercial
muy importante.Desde allí dirigió una campaña contra el Imperio Persa, de la que
salió victorioso, y continuó hacia Babilonia, y Persépolis. Llegó a alcanzar la India,
pero su ejército se negó a seguir más allá y tuvo que regresar. A su llegada se dedicó
a reestablecer la ley y el orden en sus territorios. Murió a los 33 años, víctima del
paludismo.
Su hijo Ptolomeo VI también ascendió al trono siendo menor, por lo que su madre
Cleopatra I fue la regente. Durante su reinado, el rey de Macedonia Antíoco IV,
invadió Egipto. Pero Roma, que contaba con un ejército muy poderoso, por medio
de un embajador, ordenó a los macedonios abandonar Egipto, hecho que fue
llevado a cabo pacíficamente.
Cleopatra VII, viendo que era un hombre poderoso, lo sedujo, e hizo quie se
quedara varios meses en Egipto visitando los templos y monumentos. Durante este
tiempo nació un hijo de ambos, Ptolomeo Cesarion.
DIOSES DE EGIPTO
Anubis
Anubis aparece representado con forma
humana y cabeza de chacal, ya que solía
recorrer los cementerios. Es el dios de los
muertos y el supervisor del
embalsamamiento. Era el dios del nomo de
Cinópolis.
Bastis
Bes
Geb
Según la mitología, Geb, el dios de la tierra, y su
esposa Nut, la diosa del cielo, crearon el sol, que
cada día vuelve a renacer. Geb es representado con
un ganso, que es el jeroglífico que corresponde a su
nombre.
Hathor
Horus
Jnum
Maat
Neftys
Ptah
Seth
Sobek
Tríada de Abydos
Tríada de Tebas
Tueris