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El Sonido de Los Beatles - Geoff Emerick
El Sonido de Los Beatles - Geoff Emerick
El sonido de los
Beatles
Memorias de su ingeniero de
grabación
ePub r1.3
jandepora 25.03.14
Título original: Here There and
Everywhere: My life recording the music
of the Beatles
Geoff Emerick & Howard Massey, 2006
Traducción: Ricard Gil Giner
ELVIS COSTELLO
Octubre de 2005
Prólogo
(1966).
Estaba harto.
Había pasado seis años de altibajos
con los Beatles, compartiendo con ellos
el increíble éxito de los álbumes
Revolver y Sgt. Pepper’s Lonely Hearts
Club Band, y acompañándolos en el
sentimiento cuando enterraron a su joven
representante, Brian Epstein, y sufrieron
los ataques de la crítica tras el proyecto
fallido de Magical Mystery Tour . Pero
ahora el resentimiento, las riñas y las
mezquindades empezaban a pasarme
factura. Me encontraba al borde de un
ataque de nervios, y estaba dispuesto a
decirles que lo quería dejar.
Habían cambiado muchas cosas
desde la última vez que había visto a los
Beatles pocos meses atrás. A su vuelta
del viaje a la India eran personas
totalmente distintas. Si antes eran
exigentes y modernos, ahora iban
desaliñados y descuidados. Si antes eran
ingeniosos y llenos de humor, ahora eran
solemnes e irritables. Les había unido el
lazo de una larga amistad, ahora les
molestaba la mutua compañía. Antes
eran alegres y estar con ellos era
divertido. Ahora estaban enfadados.
Yo no tenía ni idea de qué razones
tenían para estar enfadados, pero sin
duda tenían la mosca detrás de la oreja
cuando regresaron al estudio en la
primavera de 1968 para empezar a
trabajar en un nuevo álbum. Para cuando
las sesiones terminaron aquel otoño, ni
siquiera iban a tener un título adecuado
para el disco: las discusiones eran tan
fuertes que no se pusieron de acuerdo.
Al final, terminaron llamándolo
simplemente The Beatles, aunque la
mayor parte de la gente lo conoce por el
color de la funda sencilla y sin adornos
que lo contenía. Las sesiones del Álbum
blanco fueron con mucha diferencia las
más difíciles y polémicas en las que yo
había trabajado. En años posteriores,
Paul se referiría al disco como el
«álbum tenso», y yo no podría estar más
de acuerdo.
Había seguido las noticias sobre el
viaje de los Beatles a la India con gran
interés, a pesar de que por entonces no
hubo demasiada publicidad sobre el
tema. Sabía que habían partido en busca
de paz interior, y me sorprendió que
todo se viniera abajo apenas un par de
meses más tarde. Las luces de
emergencia se encendieron cuando
empezaron a volver a Inglaterra por
separado: primero Ringo, después Paul.
Era la primera vez que se embarcaban
en una actividad del grupo y luego se
escindían como individuos.
Más allá de sus problemas
personales, los cuatro Beatles estaban
muy presionados por cuestiones de
negocios. Ante el vacío creado por la
muerte de Brian, no sólo habían
decidido representarse a sí mismos, sino
que habían creado una ambiciosa
empresa llamada Apple Corps., que
tendría intereses comerciales y
filantrópicos a la vez. Personalmente,
me parecía que la idea de dar una
oportunidad a artistas desconocidos era
loable, al menos en teoría. Era una
visión utópica, pero probablemente
estaba destinada al fracaso desde el
principio, teniendo en cuenta los
intereses muy diferentes y las
limitadísimas capacidades ejecutivas de
los cuatro propietarios principales. Pese
a los nobles objetivos, todo se llevó a
cabo de una manera caprichosa, sin
nadie que dirigiera, sin nadie que lo
supervisara todo. A Neil Aspinall, que
había trabajado antes como contable, le
encargaron que llevara las cuentas (por
lo que asistió muy poco a las sesiones
de grabación a partir de entonces), pero
en aquel momento no gozaba realmente
de una posición de autoridad. Apple
terminaría engullendo a los Beatles
como conjunto, no sólo distrayéndolos
de su música sino provocando una ristra
de rupturas y desacuerdos
insignificantes que irían
exponencialmente en aumento hasta que
el grupo se rompió en cuatro piezas de
manera pública y desagradable.
E n EMI no sabíamos prácticamente
nada de sus vidas privadas, pero desde
el inicio mismo de las sesiones del
Álbum blanco, los Beatles empezaron a
traer sus problemas al estudio por
primera vez. Si se había celebrado una
rencorosa reunión de trabajo en la sala
de juntas de Apple por la mañana, esto
impregnaba la sesión de overdubs de la
misma noche. Si John había hecho un
comentario sarcástico sobre el
Maharishi que había molestado a
George, se peleaban delante del
micrófono cuando estaban a punto de
grabar unos coros. Si Paul criticaba la
manera de tocar de Ringo, Ringo se
deprimía. Si George se atrevía a
cuestionar alguna de las sugerencias de
Paul, Paul se cabreaba. Y si alguno de
los miembros del grupo hacía algo que
un John exageradamente a la defensiva
consideraba un desaire potencial hacia
su nueva novia (que permaneció
impasiblemente sentada a su lado
durante todo el tiempo en que grabamos
el disco), les soltaba un rapapolvo con
su lengua viperina.
En resumen, la atmósfera estaba
envenenada.
Para empeorar las cosas, en Abbey
Road todos intentábamos adaptarnos al
nuevo director del estudio, porque el
venerable E. H. Fowler se había
jubilado por fin. Fowler pertenecía a
otra generación (sin duda no comprendió
nunca el mundo del pop), pero era
básicamente inofensivo. El único
encontronazo que tuve con él fue por el
Grammy que me concedieron por Sgt.
Pepper. Como no había podido asistir a
la ceremonia en los Estados Unidos,
enviaron la estatuilla a Abbey Road, y
Fowler la puso en su despacho, sin
avisarme siquiera de que había llegado.
No lo hizo con mala intención, no se
daba cuenta. Pensó que el premio
pertenecía al estudio y no a mí
personalmente, por mucho que llevara
mi nombre grabado. Me enteré y le pedí
que me diera el Grammy. Al principio,
Fowler se negó, y tuve que pedir a
George Martin que interviniera. Todo
terminó de manera amistosa, se organizó
una agradable ceremonia en el estudio 3,
con periodistas de la BBC y algunos
reporteros filmando y haciendo fotos
mientras Ringo me entregaba
formalmente el premio. Fue el único
Beatle que asistió porque los otros tres
estaban todavía en la India, y me pareció
un bonito gesto. Aquella tarde
intercambiamos apenas unas frases, pero
aun así fue una de las conversaciones
más largas que tuve con él.
Por muy torpe e incompetente que
pudiera llegar a ser, todos terminamos
echando de menos a Fowler, porque su
sustituto, Alan Stagge, resultó un
desastre. Stagge procedía de IBC (un
estudio especializado en trabajar con
orquestas) y según decían era el mejor
ingeniero de grabación de música
clásica del mundo. Es cierto que era un
buen ingeniero, pero ni mucho menos tan
bueno como él creía. En su primera
reunión con el personal, nos llamó a
todos al estudio 1 y nos iluminó con su
nueva filosofía y todos los cambios que
tenía intención de llevar a cabo. Y
concluyó su pequeña charla con estas
palabras: «Todos vamos a tirar del
carro para conseguir que EMI sea
todavía mejor… y si alguno de vosotros
no está de acuerdo con mis planes, ya
sabe dónde está la puerta».
Ahí estaba, en su primer día en el
puesto, diciendo a todas aquellas
personas que llevaban allí treinta o
cuarenta años que se podían ir si no
aceptaban incondicionalmente sus
edictos. Se produjo un silencio de
desconcierto en la sala, interrumpido
por mi buen amigo Malcolm Davies, que
se levantó y, con una expresión de
seriedad total, dijo: «En nombre del
personal, querría decir que estamos
todos a su lado, y que le deseamos toda
la suerte del mundo». Stagge hizo una
rígida inclinación de reconocimiento,
pero todos conteníamos la risa porque
sabíamos que Malcolm le estaba
tomando el pelo. En aquel momento nos
dimos cuenta de que tendríamos que
trabajar con alguien que no tenía ni idea.
Además de inepto, Alan Stagge
también podía ser maleducado y
arrogante. En pocos días se puso de
manifiesto que sus normas no tenían pies
ni cabeza, sino que su única intención
era imponer su autoridad. Su actitud
hacia todas las cosas era «si no te gusta,
ahí tienes la puerta». No tenía ninguna
intención de reconocer la importancia
del ingeniero, o de complacer los
deseos del productor o del artista.
Stagge instituyó un nuevo sistema en el
que el trabajo se distribuía más
equitativamente, porque, al parecer,
pensaba que cada ingeniero era
intercambiable y prescindible, que
cualquiera podía hacer cualquier
trabajo. En cambio, no tenía ningún
problema en asignarse a sí mismo las
mejores sesiones clásicas, lo que
indignó al resto de ingenieros clásicos
en plantilla. Aunque el productor
quisiera a otro, daba igual: la sesión la
iba a hacer él, les gustara o no.
Luego empezó a hacer lo mismo con
los ingenieros de pop, cambiándonos de
una sesión a otra sin ningún otro motivo
que tenernos siempre a contrapié. No
importaba que Makolm Addey hubiera
grabado siempre a Cliff Richard y los
Shadows, o que Pete Bown siempre
hubiera sido el ingeniero de los Hollies:
ahora a cualquiera de nosotros podían
asignarle y le asignaban esas sesiones.
Stagge no comprendía (o le resbalaba)
que los productores y los artistas
quisieran mantener una continuidad.
Muchos clientes de Abbey Road,
evidentemente desconcertados, se vieron
trabajando con dos, tres o cuatro
ingenieros diferentes en el curso del
mismo proyecto, cada uno de los cuales
tenía su propio sonido y su propio modo
de hacer las cosas.
Stagge tampoco respetaba el proceso
creativo. Muy a menudo, sobre todo
después de que los Beatles hubieran roto
el molde, las sesiones de pop se
alargaban hasta altas horas de la noche
porque a alguien le venía la inspiración
y el productor quería continuar hasta
explorar la idea a conciencia, a pesar de
los costes suplementarios que eso
pudiera provocar. Pero Stagge no quería
saber nada de eso. Si una sesión estaba
reservada hasta las diez de la noche,
quería que termináramos a las diez,
aunque el artista quisiera continuar e
incluso estuviera dispuesto a pagar los
costes extras. Una noche se presentó en
una sesión de Pink Floyd (vestido de
etiqueta, pues él y su esposa solían
pasar por el estudio después de asistir a
una ópera o a un concierto clásico) y les
dejó literalmente sin corriente eléctrica.
Luego empezó a retocar cosas que
no necesitaban retoques. Ordenó la
instalación de un complicado sistema de
toldos y telas (como una especie de
velas hinchadas al viento) en el techo
del estudio 1, porque decía que los
agudos resonaban demasiado. Eso alteró
la acústica natural de la sala hasta el
punto de que, para mí, le estropeó el
sonido. Lo más asombroso es que esas
telas todavía siguen en el techo a día de
hoy.
A continuación cambió los altavoces
de todas las salas de control. Peor aún,
los nuevos altavoces que colocó eran
totalmente diferentes de los Altec a los
que estábamos acostumbrados. Tal vez a
Stagge le gustaba cómo sonaban, pero yo
los odiaba, lo coloreaban todo con
demasiados graves, y la mayoría de
ingenieros pensaban lo mismo que yo.
Para colmo, Stagge nunca discutía estos
temas con nosotros de antemano, lo que
era ridículo ya que los ingenieros son
las primeras personas a las que tienes
que consultar antes de realizar un
cambio tan importante en un estudio de
grabación.
La cultura musical de los años
sesenta era decididamente diferente a la
de las décadas previas; los compradores
de discos eran los más jóvenes, y los
propios artistas eran cada vez más
jóvenes y estaban más al día. La moda
lo era todo, sobre todo en grandes
ciudades como Londres, y Abbey Road
había empezado a cambiar lentamente al
ritmo de los tiempos. Aunque los
responsables de mantenimiento todavía
debían llevar batas blancas y los
encargados de la limpieza iban con
batas marrones (vestigios de un sistema
de clases británico que se estaba
evaporando rápidamente), los ingenieros
y los ayudantes teníamos más libertad de
acción. Si bien la americana y corbata
todavía eran obligatorias, empezamos a
ponernos camisas de colores y corbatas
psicodélicas, y nos quitábamos la
americana en cuanto entrábamos en la
sala de control. No llegábamos
exactamente al nivel alocado de nuestros
clientes, pero todo era mucho más
flexible.
A Alan Stagge, por supuesto, aquello
no le gustaba —tengo la sensación de
que no comprendía la importancia de
que los artistas se sintieran cómodos con
las personas con las que trabajaban—,
de modo que sin consulta ni advertencia
previas, anunció que en adelante todos
los ingenieros y ayudantes tendrían que
llevar también batas blancas. La idea
nos pareció odiosa. Además de ser un
insulto para nuestros gustos, sabíamos
que aquello sólo serviría para
distanciarnos todavía más de los
clientes; podía imaginar perfectamente
los comentarios sarcásticos de John
Lennon si mi ayudante y yo nos
presentábamos a una sesión de los
Beatles vestidos de aquella manera. Por
suerte, el edicto de Stagge duró sólo un
día. En un acto de desafío, todo el
mundo pidió una bata el doble de grande
de lo necesario, y cuando nos las
pusimos todos las arrastrábamos por el
suelo. Como un moderno capitán Queeg,
Stagge fue incapaz de evitar el motín del
Caine… sobre todo porque sabía que
costaría una fortuna volver a encargar
batas blancas nuevas para todos.
En el estudio la situación era cada
vez más difícil para todos, e incluso los
recién llegados creían que teníamos que
hacer frente al problema. Celebramos
una reunión de personal y enviamos a un
representante a hablar con Ken East, el
ejecutivo de la sede central de EMI en
Londres que era responsable del
estudio. Pese a que había contratado a
Stagge como amigo personal suyo, Ken
se tomó en serio el asunto. En otoño de
1969 (unos dieciocho meses después de
su llegada), Alan Stagge dimitió por fin.
La crisis había terminado… pero para
entonces yo ya no trabajaba allí, y
tampoco Malcolm, Ken Scott y otros
miembros clave de la plantilla.
Es sorprendente comprobar cómo
esta persona tan incompetente pudo
influir de tal modo en todo lo que pasó
después. Stagge se enemistó con el
personal hasta tal punto que muchos de
nosotros empezamos a pensar en dejar el
puesto, e interrumpió el trabajo en
equipo y la fluidez de muchas
grabaciones, lo que muy posiblemente
afectó a su calidad. Lo que tal vez fue
más significativo es que sus
interferencias constantes y las malas
vibraciones resultantes no pasaron
desapercibidas a los Beatles, y eso
aumentó la acritud en el seno del grupo y
los impulsó a construir su propio estudio
en vez de tener que enfrentarse
constantemente a las complicaciones de
trabajar en Abbey Road. Stagge también
fue la causa de que Malcolm Davies
dejara EMI, y si Malcolm no se hubiera
ido a Apple y me hubiera presionado
para unirme a él, tal vez yo no hubiera
dado el paso por mí mismo. Fue un
conjunto muy complicado de
circunstancias, pero estoy bastante
seguro de que, de no haber sido por
Alan Stagge, muchas cosas hubieran
sido distintas.