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Mensajes para Creyentes Nuevos 10
Mensajes para Creyentes Nuevos 10
LAS REUNIONES
Lectura bíblica: He. 10:25; Mt. 18:20; Hch. 2:42; 1 Co. 14:23, 26
I. LA GRACIA CORPORATIVA
SE ENCUENTRA EN LAS REUNIONES
La Palabra de Dios dice: “No dejando de congregarnos” (He. 10:25). ¿Por qué no debemos
dejar de congregarnos? Porque cuando estamos reunidos Dios nos imparte Su gracia personal
y corporativamente. El no sólo nos concede la gracia personal, sino también gracia
corporativa, y ésta sólo se encuentra en la asamblea o reunión.
Hablamos también de cómo al leer la Biblia. Dios nos da Su gracia cuando leemos la Biblia
solos; sin embargo, la revelación de algunas porciones de la Palabra no se da al individuo,
sino que Dios concede Su luz a la asamblea, cuando todos están reunidos. Allí algún hermano
es guiado a leer un pasaje de la Palabra, y aunque no se hable sobre ese pasaje en particular,
el hecho de que toda la asamblea la lea, le da a Dios la oportunidad de derramar Su luz.
Muchos hermanos testifican que pueden entender más la Palabra de Dios en las reuniones,
que cuando la estudian individualmente. Dios abre cierta porción de Su Palabra por medio
de otra porción, de tal manera que mientras una persona habla de un pasaje, la luz brilla en
otro pasaje, y de esta manera la luz y la gracia se reciben en forma corporativa.
Al no reunirnos con los demás, aunque obtengamos una porción individual de la gracia,
perdemos gran parte de la gracia, la gracia corporativa que Dios concede solamente en las
reuniones. Es por esta razón que la Biblia nos exhorta a no dejar de congregarnos.
II. LA IGLESIA Y LAS REUNIONES
Una característica predominante de la iglesia es que se reúne. El cristiano jamás puede
substituir las reuniones con búsquedas personales. Dios tiene cierta gracia reservada
exclusivamente para las reuniones, así que si no nos reunimos con los demás, no recibiremos
esa porción.
En el Antiguo Testamento Dios ordenó a los israelitas que se reunieran. A esta reunión la
Biblia la llama congregación. En el Nuevo Testamento la revelación se aclara más, porque
se dice claramente que no debemos dejar de congregarnos. Dios no está interesado en
individuos que se instruyen en la Palabra solos. A fin de recibir la gracia corporativa debemos
asistir a las reuniones, y juntarnos con los demás hijos de Dios. Aquel que se olvida de las
reuniones, no obtiene gracia. Por consiguiente, es una insensatez dejar de congregarse.
A partir del momento en que creímos en el Señor Jesús, tenemos que congregarnos con los
hijos de Dios. Esta es una necesidad básica que tenemos que atender. No debemos pensar
que es suficiente con ser un autodidacta cristiano, que se encierra a solas en su casa a orar y
a leer la Biblia pensando que no necesita reunirse. Debemos descartar este pensamiento. La
vida cristiana no se edifica sólo a nivel individual, sino al reunirnos.
Dice Deuteronomio 32:30: “¿Cómo podría perseguir uno a mil, y dos hacer huir a diez mil,
si su Roca no los hubiese vendido, y Jehová no los hubiera entregado?” Si uno persigue a
mil, ¿cómo pueden dos hacer huir a diez mil? Esto es extraño. Aunque no sabemos cómo
sucede, es un hecho. Según el hombre, si uno puede perseguir a mil, dos perseguirían a dos
mil. Pero Dios dice que dos pueden perseguir a diez mil, lo cual equivale a ocho mil más.
Dos individuos separados, pueden perseguir a dos mil, pero si estos dos se juntan, pueden
perseguir a diez mil. Vemos aquí el funcionamiento unánime de los miembros, quienes juntos
persiguen a ocho mil más de los que perseguirían si lo hubieran hecho individualmente. Una
persona que no conoce el Cuerpo de Cristo, ni le interesa reunirse, perderá ocho mil. Por lo
tanto, necesitamos aprender a recibir la gracia corporativa. No piense que la gracia personal
es suficiente. Lo que caracteriza a los cristianos es que se reúnen. El creyente jamás puede
substituir las reuniones con sus búsquedas autodidácticas. Necesitamos ver y ser sobrios en
esto.
El Señor nos promete dos clases de presencia, según lo indicado en Mateo 28 y en Mateo 18.
En Mateo 28:20 el Señor dijo: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación
del siglo”. Esto se refiere a Su presencia con los individuos; y en Mateo 18:20: “Porque donde
están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos”, lo cual se
refiere a Su presencia en las reuniones. La presencia del Señor en el individuo y Su presencia
en las reuniones son dos asuntos diferentes. Algunos sólo conocen la presencia del Señor con
ellos como individuos; pero este conocimiento no es suficiente, porque la presencia más
irresistible y poderosa se experimenta en las reuniones. Cuando estamos con todos los santos,
podemos tocar esa presencia que como individuos no podríamos. Tenemos que aprender a
reunirnos con los hermanos porque es en las reuniones donde experimentamos la presencia
especial del Señor, la cual es una gran bendición.
Cuando los hijos de Dios se juntan es natural que actúen en mutualidad. No sabemos cómo
funciona esta mutualidad del Cuerpo a en las reuniones, pero sabemos que esto es un hecho.
Cuando un hermano se pone de pie, podemos percibir la luz; si otro se levanta, sentimos la
presencia del Señor; si alguien ora, tocamos a Dios, y si testifica, sentimos el suministro de
vida. Es imposible explicar este fenómeno, porque va más allá de las palabras. Cuando el
Señor regrese sabremos con exactitud cómo opera el Cuerpo de Cristo en mutualidad. Todo
lo que podemos hacer ahora es obedecer el mandato del Señor.
Posiblemente usted no haya dado importancia a las reuniones porque acaba de ser salvo, y
desconoce lo que es la luz del Cuerpo y lo que es la acción y eficacia del mismo. La
experiencia nos dice que muchas lecciones espirituales solamente las podemos aprender en
el Cuerpo. Así que esperamos que el creyente aprenda a reunirse como es debido desde el
comienzo de su vida cristiana.
Debemos congregarnos bajo el nombre del Señor porque El no está con nosotros físicamente
(Lc. 24:5-6). El nombre está presente cuando la persona no está. Necesitamos el nombre del
Señor porque El está ausente físicamente. El cuerpo del Señor está en el cielo, sin embargo,
nos dejó Su nombre y prometió que si nos reunimos bajo Su nombre, El estará en medio de
nosotros, lo cual significa que Su Espíritu estará en medio de nosotros. Aunque el Señor está
sentado en los cielos, Su nombre está en medio nuestro. El Espíritu Santo es el que sostiene
el nombre del Señor, y es el guardia que protege y defiende el nombre de Cristo. Así que
dondequiera que esté y se manifieste el nombre del Señor, allí está el Espíritu Santo.
Debemos reunirnos, bajo el nombre del Señor.
El segundo objetivo por el cual nos reuniones es edificar a otros. En 1 Corintios 14 Pablo nos
dice que el principio básico sobre el cual nos reunimos es la edificación de los demás, no de
nosotros mismos. Por ejemplo, hablar en lenguas edifica al que habla; sin embargo, la
interpretación edifica a los demás. En otras palabras, toda actividad que sólo edifique a una
persona, está al mismo nivel de hablar en lenguas. El principio de la interpretación de lenguas
es dispensar en los demás aquello con lo que nosotros hayamos sido edificados, para que
ellos también se edifiquen. Por esta razón, no debemos hablar en lenguas en la reunión si no
hay nadie que las interprete. No debemos hablar algo que sólo nos edifique a nosotros mismos
y no a los demás.
Cuando nos reunimos es muy importante pensar en los demás. Podemos hablar mucho sin
edificar a nadie. Si las hermanas pueden formular preguntas en la reunión o no, depende del
mismo principio: no debemos preguntar solamente pensando en nuestro propio beneficio.
Antes de preguntar debemos pensar si lo que deseamos saber menoscabará la reunión. En la
reunión se puede ver claramente si la individualidad de un hermano ha sido eliminada.
Algunos que sólo piensan en sí mismos, cuando llegan a la reunión hacen todo lo posible por
compartir un mensaje o un himno que tienen en mente, sin importarles si el mensaje ayudará
a la reunión o si el himno avivará a la congregación. Estas persona perjudican las reniones.
Algunos hermanos han sido creyentes por años, pero todavía no saben reunirse. A ellos les
da lo mismo el cielo o la tierra, el Señor o el Espíritu Santo; todo lo que les interesa es su
propia persona. Piensan que con tal que ellos estén presentes, aunque no haya nadie más, ésa
es una reunión. Para ellos, en su arrogarcia, el resto de los hermanos no existe. Cuand hablan
en la reunión, no se detienen hasta quedar satisfechos; al final, los únicos que están contentos
son ellos. Estas personas tienen “un sentir” que deben compartir; pero tan pronto abren la
boca, los demás se ven obligados a recibir ese “sentir” y llevárselo a sus casas. A otros les
gusta hacer oraciones largas hasta agotar a los demás. Cuando alguien rompe el principio de
la reunión, toda la iglesia sufre. No debemos ofender al Espíritu Santo en las reuniones,
porque si lo hacemos, perderemos todas las bendiciones. Si al congregarnos, nos interesamos
por las necesidades y la edificación de los demás, honraremos al Espíritu Santo, quien hará
la obra de edificación para que también nosotros seamos edificados. Cuando hablamos
descuidadamente y no edificamos a otros, ofendemos al Espíritu Santo, y como consecuencia
nuestras reuniones son en vano. Cuando nos reunimos, no debemos pensar en sacar algo de
la reunión para nuestro propio beneficio. Si pensamos que lo que diremos beneficiará a otros,
debemos hablar, pero si sólo nos beneficiará a nosotros, debemos callar. Siempre que nos
congreguemos, tengamos como principio cuidar de los demás.
Por supuesto, no debemos estar callados todo el tiempo. Si bien es cierto que a veces lo que
decimos perjudica, también el silencio lo hace. Ya sea que hablemos o nos quedemos
callados, si no nos preocupamos por los demás, la reunión sufre. Tanto hablar como guardar
silencio deben traer beneficio a la reunión. Siempre recordemos que todo lo que hagamos en
la reunión debe edificar (1 Co. 14:26). Todos debemos asistir a las reuniones con la meta de
beneficiar a otros, no a nosotros mismos. Jamás debemos hacer tropezar a los hermanos, ni
con nuestras palabras ni con nuestro silencio. Debemos aprender a hablar con el propósito de
edificar al Cuerpo. Lo que hagamos tiene que edificar a otros. Si hacemos esto, al final
nosotros mismos seremos edificados.
Si no estamos seguros de que edificaremos a otros con lo que digamos, es mejor que lo
consultemos con los hermanos que tienen más experiencia. Debemos ser humildes desde el
principio, sin pensar que somos importantes. No pensemos que podemos cantar y predicar
bien y que somos notables. Es preferible que no hagamos ningún juicio de nosotros mismos.
Los hermanos que poseen madurez espiritual nos pueden indicar qué es lo apropiado.
Hablemos si nos animan a hacerlo, y hablemos menos si es esto lo que nos recomiendan.
Nuestras reuniones serán excelentes si cada uno de nosotros se humilla para aprender de los
demás. Cuando esto sucede, los que llegan sienten que Dios está en medio de nosotros. Este
es el resultado de la función del Espíritu Santo. Espero que pongamos atención a este asunto,
porque si lo hacemos, nuestras reuniones glorificarán a Dios.
V. EN CRISTO
Debo mencionar aquí otro asunto. Cada vez que nos reunamos y tengamos comunión
en mutualidad, debemos recordar que somos uno en Cristo. Leamos algunos
versículos.
En Gálatas 3:27-28 dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de
Cristo estáis revestidos. No hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer,
porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Fuimos bautizados en Cristo Jesús
y también fuimos revestidos de El; por tanto, no hay judío ni griego, esclavo ni libre,
varón ni mujer, porque todos nosotros somos uno en Cristo.
Al leer estas tres porciones de la Escritura, notamos que los creyentes son uno en
Cristo, y que en el Señor no hay distinciones sociales. En el nuevo hombre y en el
Cuerpo de Cristo no hay diferencias de ninguna clase, por eso, si introducimos en la
iglesia estas distinciones, la relación entre los hermanos tomará una dirección
diferente.
Hasta aquí hemos mencionado cinco distinciones: la distinción entre griego y judío,
entre libre y esclavo, entre varón y mujer, entre bárbaro y escita y entre circunciso e
incircunciso.
Estudiemos las dos distinciones que hay entre el griego y el judío. Estos provienen
de dos grupos étnicos y dos países diferentes, sin embargo, en el Cuerpo de Cristo,
en Cristo y en el nuevo hombre, no hay ni judío ni griego. Los judíos no deben
jactarse de ser descendientes de Abraham y pueblo escogido de Dios, ni deben
despreciar a los extranjeros. Debemos darnos cuenta de que tanto los judíos como
los griegos ya fueron hechos uno en Cristo, y en El no hay fronteras. En el Señor
todos somos hermanos. Los hijos de Dios no deben estar divididos en clases, porque
el Cuerpo de Cristo y el nuevo hombre son una sola entidad. Si traemos a la iglesia
nuestro parentesco o nuestros gustos regionales, todavía desconocemos la iglesia de
Cristo. Estamos en la iglesia, y en ella no hay distinción entre judío y griego. Para los
judíos es difícil dejar esas distinciones; sin embargo, la Biblia dice que en Cristo no
hay judío ni griego y que Cristo es todo y en todos. En la iglesia solamente existe
Cristo.
Los judíos y los griegos también tienen otra distinción. Los judíos tienen celo por su
religión, mientras que los griegos son intelectuales. Históricamente, cada vez que se
habla de religión, uno piensa en los judíos; y si es de ciencia y filosofía, en los griegos.
Esta es una diferencia de carácter. Sin embargo, no importa cuáles sean sus
diferencias, tanto los judíos como los griegos pueden ser creyentes. Aquellos que
tienen celo por la religión y aquellos que son intelectuales pueden ser creyentes,
porque en Cristo no hay distinción entre judíos y griegos. Uno es sensible a la
conciencia, y el otro a la razón y la deducción. ¿Son estos dos diferentes? Según la
carne, sin duda ambos tienen una actitud diferente, ya que uno actúa según los
sentimientos y el otro según el intelecto; pero en Cristo no hay distinción entre judíos
y griegos. Los que son amables, indiferentes o se dirigen por la intuición pueden ser
creyentes. Cualquier persona puede llegar a creer.
La segunda distinción es la distinción entre los libres y los esclavos, la cual Cristo
también eliminó. En El esta distinción no existe.
Pablo escribió 1 Corintios, Gálatas y Colosenses en tiempos del Imperio Romano
cuando se practicaba la esclavitud. En aquel entonces, los esclavos no tenían libertad,
eran tratados como animales o herramientas y eran propiedad exclusiva de sus amos.
Los hijos que nacían de ellos se convertían automáticamente en esclavos. La
distinción entre el libre y el esclavo era inmensa. Sin embargo, Dios no permite que
tal distinción exista en la iglesia. Las epístolas que mencionamos nos muestran que
no debe haber libre ni esclavo, porque Cristo eliminó esta distinción.
Debemos aprender a hacernos judíos para los judíos, y para los que están sujetos a
la ley, como si nosotros estuviéramos bajo la ley (1 Co. 9:20). Nuestro
comportamiento, cuando estamos con personas de otras culturas, debe adaptarse a
sus culturas, guardando la unidad en todo lugar. No importa qué tipo de cultura
tengan las personas con quienes nos relacionemos, debemos ser uno con ellos en
Cristo.
Por último, la distinción entre la circuncisión y la incircuncisión tiene que ver con la
apariencia de piedad en la carne. Los judíos llevan la marca de la circuncisión en sus
cuerpos, lo cual significa que pertenecen a Dios, que le temen y que rechazan la
carne. Pero dan demasiado énfasis a este asunto; Hechos 15 nos muestra esto. Vemos
allí cómo algunos judíos trataron de obligar a los gentiles a circuncidarse.
Los creyentes, por su parte, también tienen “apariencia de piedad en la carne”. Por
ejemplo: el bautismo, el cubrirse la cabeza, el partimiento del pan, la imposición de
manos, etc., pueden llegar a ser nuestra apariencia de piedad. Aunque todos estos
asuntos tienen un significado espiritual, tienen a su vez apariencia de piedad en la
carne. Todas estas cosas son espirituales, pero muchas veces las usamos para separar
a los hijos de Dios, jactándonos de que otros carecen de ello, lo cual resulta en
desunión. Cuando hacemos esto, rebajamos estos asuntos del nivel espiritual que
tienen y los convertimos en marcas de la carne y desarrollamos, en principio, el
mismo problema de los judíos de jactarse de la circuncisión. Así que el bautismo, el
cubrirse la cabeza, el partimiento del pan y la imposición de manos se han convertido
en nuestra “circuncisión”. Cuando hacemos diferencia entre los hijos de Dios
basándonos en estas cosas, estamos haciendo distinciones de acuerdo con la carne.
Sin embargo, debemos recordar que en Cristo no hay distinción entre la circuncisión
y la incircuncisión. No debemos usar ninguna marca de la carne para diferenciar
entre los hijos de Dios, porque en Cristo somos uno. La vida de Cristo es una sola, y
todas estas cosas están fuera de ella. Por supuesto, es bueno tener la realidad
espiritual que acompaña estas manifestaciones; sin embargo, si alguien tiene la
realidad espiritual, pero no la marca física, no lo podemos excluir. Los hijos de Dios
no deben permitir que esto afecte la unidad en el Señor y la unidad en el nuevo
hombre.
Todos somos hermanos, somos el nuevo hombre en Cristo, miembros del Cuerpo y
parte del mismo. En la iglesia no debemos hacer ninguna distinción más allá de
Cristo. Todos estamos en un nuevo terreno, en el nuevo hombre creado por el Señor
y en el Cuerpo edificado por El. Debemos ver que todos los hijos de Dios son uno. No
demos lugar ni a la superioridad ni a la inferioridad, y eliminemos de nuestros
corazones todo pensamiento denominacional y sectario. Si hacemos esto, no habrá
ninguna división en la reunión de la iglesia de Dios ni en la comunión entre los
santos. Tenemos que poner atención a estos asuntos en las reuniones y expresar esa
vida en nuestro andar diario. Qué Dios nos bendiga.