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Importante

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del texto.
Introducción
En el transcurso de nuestras vidas, forjamos nuestro pensamiento y creamos
nuestros ideales, a menudo basándonos en las ideas de figuras de autoridad y
moldeando nuestra ética y valores personales. Sin embargo, es fundamental
reconocer la profunda influencia que ejerce la sociedad en la formación de nuestras
percepciones y decisiones. Lamentablemente, en muchos de estos casos, la
sociedad no siempre nos deja un buen sabor de boca, no debido a las ventajas de
vivir en comunidad, sino más bien por el individualismo arraigado en la naturaleza
humana.

El presente ensayo argumentativo se adentra en un tema de profunda complejidad


que invita a múltiples interpretaciones y análisis desde diversos marcos
conceptuales. A lo largo de estas páginas, emprenderé la exploración de este tema,
apoyándome en las reflexiones de reconocidos autores y en mis propias vivencias
personales. La intención es analizar la ambición al poder y su influencia en la
sociedad. A través de este enfoque multidimensional, buscaremos arrojar luz sobre
la compleja dinámica que rige nuestra existencia en sociedad, destacando el papel
del individualismo en esta ecuación.

El proceso de deshumanización en la vida en sociedad se torna perceptible una vez


que ponemos las gafas que nos permiten escudriñar el comportamiento humano. En
este ensayo, nos aventuramos a adentrarnos en la cruda realidad que muchos de
nosotros enfrentamos en nuestra travesía de la adolescencia, pasando de una
visión utópica de la vida en sociedad a una perspectiva distópica, marcada por el
ineludible egoísmo humano y sus características inherentes. Para encaminarnos en
este sombrío camino, me he apoyado en el análisis de obras de diversos autores,
cuyas perspectivas morales difieren notoriamente. Desde las enseñanzas de
filósofos como Epicteto y Marco Aurelio en el Estoicismo, hasta las escrituras de
autores más contemporáneos como Robert Greene y Nicolás Maquiavelo, he
explorado distintos enfoques que han enriquecido mi comprensión de este tema y
me han llevado a cuestionar el propósito fundamental de la vida en sociedad.

En un mundo que continúa evolucionando a un ritmo vertiginoso y donde las


interacciones humanas se vuelven cada vez más complejas, es esencial explorar a
fondo la deshumanización en la vida en sociedad. Este análisis nos proporcionará
una mayor comprensión de los desafíos éticos y sociales a los que nos enfrentamos
en el siglo XXI y nos permitirá reflexionar sobre cómo preservar la humanidad en un
mundo que a menudo parece inclinado hacia el individualismo desenfrenado.
Desarrollo
La aplicación del término 'deshumanización' para describir el fenómeno del
individualismo en la sociedad contemporánea plantea disputas fundamentales.
Mientras que Yuval Noah Harari, en su influyente obra 'Sapiens: De animales a
dioses', argumenta que la humanidad ha destacado a lo largo de su historia por su
capacidad de cooperación a gran escala, lo que implica una inclinación hacia la vida
en sociedad en lugar del individualismo, existen perspectivas contrastantes en la
historia y la literatura que sugieren lo contrario. La pregunta que surge es cómo
reconciliar la idea de que la principal cualidad humana es la cooperación social con
la realidad de conflictos y confrontaciones entre individuos, donde justificaciones
aparentemente válidas conducen al aniquilamiento mutuo.

Desde una mirada multidisciplinaria que abarca diversas corrientes filosóficas y


análisis de pensadores a lo largo de la historia, se plantea la intrigante posibilidad de
que, en lugar de una deshumanización en masa, lo que observamos en la sociedad
actual es el producto de una evolución histórica compleja y, en ciertos aspectos,
perturbadora. Esta evolución ha corrompido la esencia humana, llevando a que
muchos individuos busquen el poder sin consideración por las consecuencias para
quienes los rodean. La sociedad, por tanto, no estaría viviendo una
deshumanización repentina, sino más bien reflejando las huellas de un legado
histórico que ha moldeado la conducta humana de maneras complejas y a menudo
contradictorias, y son aquellos que intentan resistirse a este molde los que se
encuentran en una lucha constante por preservar su humanidad en un entorno que
tiende a homogeneizarlos en su búsqueda del poder.

Este contraste de perspectivas ha ejercido una transformación profunda en mi


concepción del mundo. Dado que durante mi adolescencia temprana, cuando inicié
mi proceso de cuestionamiento ético sobre lo que es correcto o incorrecto,
fundamenté mi análisis en las doctrinas filosóficas de Aristóteles, y concluí que una
conducta éticamente adecuada se caracterizaba por su capacidad de no infligir
perjuicio alguno a ninguno de los actores involucrados, y que las acciones
merecedoras de elogio eran aquellas que concordaban con este principio, en el
ámbito de lo plausible.

Sin embargo, a medida que me esforzaba por aplicar este paradigma en mi entorno
cercano (pues abordar la totalidad del mundo sería una cuestión excesivamente
ambiciosa), me vi confrontado con la cruda realidad del egoísmo intrínseco de la
naturaleza humana. A medida que profundizaban en las obras de autores que
ahondan en la intrincada relación entre el individuo y la sociedad, experimenté una
transformación gradual pero profundamente arraigada. Esta transición significó un
cambio radical en mi pensamiento, ya que el tránsito de una visión utópica hacia
una más distópica se reveló como un proceso que demanda profunda introspección.
Transición de la Utopía a la Distopía
Durante siglos, la humanidad ha debatido incansablemente sobre la cuestión mítica
de si la naturaleza humana es esencialmente buena o mala. Dos de los más
destacados pensadores del pasado, Rousseau y Hobbes, han mantenido opiniones
divergentes en respuesta a esta interrogante trascendental.

Por un lado, Rousseau sostenía que el ser humano está inherentemente inclinado
hacia el bien. Según su argumento, el individuo nace con bondad y libertad innatas,
pero es la educación tradicional la que sofoca y corrompe esta naturaleza,
afectando en última instancia a toda la sociedad. No obstante, esta perspectiva
chocaba directamente con las opiniones de Thomas Hobbes que, en su visión, la
naturaleza humana era intrínsecamente mala, ya que el ser humano tiende a
priorizar su propio beneficio por encima del de los demás. Su célebre aseveración
"el hombre es un lobo para el hombre" ejemplifica su punto de vista. Según Hobbes,
esta predisposición conduciría al caos total en ausencia de una autoridad
reguladora, siendo el Estado la única salvación posible.

Este extenso debate político ha culminado, en última instancia, en la corrupción de


la sociedad, ya que aquellos que ambicionan el poder y la supremacía a
menudo se justifican argumentando que, de lo contrario, la sociedad los
llevaría a su destrucción. Esto podría deberse a que tanto Rousseau como
Hobbes reconocen la corrupción inherente de la naturaleza humana, a pesar de sus
diferencias en la evaluación inicial de dicha naturaleza.

Un célebre ejemplo de autores es Robert Greene que, en virtud de incentivar al


lector a leer sus escritos acerca del poder en “Las 48 leyes del poder”, afirma que
incluso aquellos que niegan estar en búsqueda del poder en virtud de la moral, son
de quienes más deben caer las sospechas. Según sus palabras:

“Para algunos, la idea de desarrollar en forma consciente los juegos del poder —aunque se lo haga
de manera indirecta— resulta malvada, antisocial, un recuerdo del pasado. Creen que pueden salir
del juego, comportándose de una manera que no tiene nada que ver con el poder. Es necesario
cuidarse de ese tipo de personas porque, mientras hacia afuera expresan esas convicciones, por
dentro suelen ser los más adictos participantes del juego del poder. Utilizan estrategias que
disimulan con habilidad la naturaleza de la manipulación que están ejerciendo. Esos individuos
suelen hacer gala de su debilidad y de su falta de poder, como si se tratase de una virtud moral. Pero
quienes de veras carecen de poder no muestran su debilidad con el fin de ganar simpatía o respeto.
Cuando se hace marcada ostentación de las propias debilidades, en realidad se está utilizando una
estrategia muy eficaz, sutil y engañosa del juego del poder.

[...] Pero, puesto que todos tenemos ansias de poder, y que casi todas nuestras acciones tienen por
objetivo obtenerlo, quienes dicen que no lo buscan sólo procuran encandilamos y distraemos de
sus juegos de poder a través de sus aires de superioridad moral”

Dada la autoridad epistémica de estos grandes pensadores, la concepción de la


realidad de la sociedad depende, en gran medida (por desgracia) de sus ideas. Esto
se debe a que durante nuestra niñez y adolescencia (periodo clave para la
formación de nuestras creencias y comprensión del mundo), puesto que carecemos
de una base sólida de conocimiento y experiencia, tendemos a buscar la orientación
de estas figuras consideradas autoridades epistémicas para ayudarnos a
comprender el mundo que nos rodea. A esto se suma la educación que nos brinda
la sociedad, como pueden ser las escuelas, programas de estudio y libros de texto,
que siguen esta misma idea dada la reputación de ciertos autores y en la percepción
basada en la suposición de que si numerosos grandes autores a lo largo de la
historia han respaldado una idea, es probable que esta posea un grado de verdad o
relevancia sustancial. Como resultado, existe una predisposición a aceptar estas
ideas de manera casi automática debido a su arraigo en la tradición intelectual.

Es este factor determinante el que, de manera innegable, arroja a la sociedad en


dirección a un futuro distópico, cerrando las puertas al anhelado mundo utópico. En
este escenario, la convivencia en sociedad deja de ser el medio para el
perfeccionamiento humano, como lo postula el filósofo Aristóteles. En cambio, se
convierte en un auténtico caos para aquellos que no nos ajustamos a dichos valores
morales. Esto nos coloca en un dilema: mantener con determinación nuestros
ideales sin rechistar, incluso si eso implica enfrentar desafíos que amenazan
nuestro éxito, como sostenía Nicolás Maquiavelo al afirmar que "Todo hombre que
intente ser bueno todo el tiempo terminará arruinado entre la gran cantidad de
hombres que no lo son". O bien, ceder y convertirse en renegados de nuestras
propias creencias, simbolizando la corrupción que la sociedad puede imponer al ser
humano.

Otra filosofía que promueve abiertamente la busca del beneficio propio sin atender a
las implicaciones reales en la sociedad es la del filósofo Max Stirner, conocida como
egoísmo radical, la cual arroja una luz adicional sobre la cuestión de la justificación
de decisiones moralmente cuestionables en beneficio propio. Stirner defiende la
soberanía absoluta del individuo y la eliminación de cualquier autoridad externa. Su
concepto de 'El Único' se centra en la libertad individual y la satisfacción personal
como valores supremos. Desde la perspectiva de Stirner, las normas y restricciones
sociales son meras abstracciones que buscan restringir la libertad del individuo.
Esta visión extrema subraya la priorización del beneficio propio y la satisfacción
personal como principios fundamentales. En este sentido, Stirner respalda la idea de
que, en un mundo donde el individuo es considerado soberano y busca su propio
beneficio, la justificación de decisiones moralmente cuestionables puede verse
como un acto de liberación y emancipación personal, desafiando las normas y las
abstracciones que limitan la autonomía individual.

Es válido señalar que los valores morales son en última instancia decisión del
individuo, tal y como lo formula el célebre filósofo Friedrich Nietzsche en muchas de
sus obras. No obstante, es crucial enfatizar que esto de ninguna manera implica que
el beneficio personal a expensas de los demás sea beneficioso para la sociedad en
su conjunto. Y es que la vida en sociedad es tan compleja que su representación
más precisa se logra a través de conceptos científicos y matemáticos, como la
teoría de sistemas y el teorema de nodos, en la cual una perturbación en cualquiera
de los elementos o nodos de nuestro modelo significa un gran cambio para el
modelo en general, y si bien incluso las perturbaciones que no afectan
negativamente al modelo provoca paradójicamente un cambio en el modelo dada la
complejidad del mismo, es menester distinguir un cambio que nos acerca al
propósito teológico del modelo a uno que nos aleja de este propósito y el cual pone
en riesgo la homeostasis de la sociedad. Claro está que el propósito teológico de
vivir en sociedad puede ser debatible, pero es cierto también que lo más concebido
es el evitar el caos.

En última instancia, las filosofías pesimistas sobre la naturaleza humana han dejado
una profunda marca en nuestra sociedad a medida que el tiempo avanza. Aunque al
principio pueda parecer inhumano e improbable que las personas se vuelvan más
propensas a la ira y la frustración hacia los demás, la realidad nos muestra que esta
tendencia está en aumento. Estas filosofías han perdurado a lo largo de la historia,
influyendo en nuestra percepción de la sociedad y de nosotros mismos. Esto ha
arraigado la creencia en la maldad inherente de la naturaleza humana y la
priorización del beneficio propio en nuestra cultura. Como resultado, hemos visto un
aumento en la desconfianza, la competencia desmedida y la hostilidad en nuestras
interacciones diarias.

Es por eso que el momento en el cual me percaté de esta cuestión fue sumamente
inquietante. Dado que asimilar un mundo en el cual todo es una competencia
desmedida por el poder y el beneficio a costa de las virtudes, más aún cuando me
he visto enfrentado a situaciones en las cuales ciertos ideales se han visto
corrompidos, fue un golpe a mi percepción de la sociedad. La influencia de estas
filosofías pesimistas es más impactante de lo que podría haber imaginado, y mi
experiencia personal ha confirmado la presencia creciente de estas actitudes
negativas en mi entorno. Esto me lleva a cuestionar no solo la naturaleza humana,
sino también el camino que estamos tomando como sociedad y la necesidad de
buscar soluciones para contrarrestar este rumbo oscuro.
Sin embargo, a pesar de las diversas corrientes filosóficas que abogan por la
priorización del beneficio propio en aras de la libertad, existen doctrinas que
disienten, reconocen que el individuo está ineludiblemente ligado a la sociedad y,
por ende, sujeta a limitaciones innatas. El estoicismo, como ejemplo, sostiene que la
responsabilidad y el autocontrol son pilares fundamentales para una vida ética en
consonancia con la naturaleza. Para los estoicos, el ser humano posee la capacidad
innata de ejercer dominio sobre sus deseos y emociones, un atributo esencial para
la virtud. Actuar impulsivamente en busca de beneficio propio a expensas de otros
choca con el concepto de autocontrol, pues supone ceder ante impulsos egoístas en
lugar de actuar de manera reflexiva y éticamente correcta. Los estoicos también
introdujeron la idea del "indiferente preferido," que reconoce la existencia de bienes
externos preferibles como la riqueza, el estatus social y la salud, pero subraya que
no deben convertirse en el fin último de la vida. En lugar de perseguir estos bienes
desmedidamente, abogaron por una actitud de indiferencia hacia el resultado final,
permitiendo la búsqueda de beneficios personales siempre dentro de los límites de
la virtud y la moral. Priorizar el beneficio propio en detrimento de la sociedad y otros
individuos bajo la excusa de que la sociedad les perjudica se contrapone a esta
enseñanza estoica, justificando actitudes egoístas y éticamente cuestionables en
lugar de buscar un equilibrio entre los intereses personales y el bienestar común.

Gracias al estoicismo, encontré una luz en medio de la oscuridad. Esta filosofía me


ha permitido mantener viva la esperanza de que, en algún momento, la sociedad
pueda resurgir, marcando así un renacimiento de la humanidad después de un
oscuro período. Sin embargo, el estoicismo también ha impuesto ciertas limitaciones
en mi vida, ya que me ha llevado a situaciones en las que me siento atrapado entre
el deseo de reaccionar y la necesidad de mantener la calma, como es el caso del
fallo del estado.

El fallo del Estado


A lo largo de la historia, el Estado ha desempeñado un papel crítico como entidad
encargada de establecer un orden en la sociedad y garantizar la justicia distributiva
a través de programas de redistribución de riqueza. Sin embargo, en no pocos
casos, esta encomiable tarea se ve amenazada por individuos que, lejos de
encontrarse en una situación genuinamente vulnerable, abusan de los sistemas de
asistencia social al manipular sus datos ante las instituciones estatales, obteniendo
beneficios a los que no tienen derecho. Este argumento se fundamenta en la
premisa de que, en la lucha por acceder a los recursos gubernamentales, se diluye
la distinción entre aquellos que realmente necesitan apoyo y aquellos que explotan
el sistema. Es entonces cuando una porción de la población, originalmente
destinataria de dichos fondos y que se vio excluida debido a la "astucia" de algunos
que alteraron sus datos ante las instituciones encargadas de evaluar la
vulnerabilidad de las familias, se encuentra en una encrucijada. Deben decidir si, por
un lado, eligen la honestidad en contribución a la sociedad y los ideales de
sinceridad y virtud en una profunda proeza que nos remiten una vez más a las
enseñanzas de filósofos como Aristóteles y el estoicismo, o por otro lado, se ven
tentados a unirse a esta conspiración, impulsados por su auténtica vulnerabilidad y
necesidad.

El 'Juego' de la Ayuda Estatal: Cuando la Manipulación de Datos se


Convierte en un Deporte Nacional

La manipulación de datos en programas estatales de asistencia social plantea


desafíos significativos y pone de manifiesto el conflicto entre la necesidad de
proteger a los vulnerables y la responsabilidad del Estado de garantizar la justicia
distributiva. Programas como el Registro Social de Hogares en Chile han sido objeto
de abuso por parte de personas que, conscientes de su falta de preferencia
respecto a ciertos beneficios, se hacen pasar por vulnerables para obtener estos
beneficios, como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), el Fondo Solidario de
Crédito Universitario (FUAS), bonos del Estado y becas estudiantiles. Esta conducta
plantea cuestionamientos sobre la relación entre la ética individual y la acción del
Estado.
El abuso de programas de asistencia social por parte de personas que alteran sus
datos plantea un grave problema. Si el Estado no cuenta con mecanismos
adecuados para fiscalizar y prevenir este tipo de fraude, existe un riesgo significativo
de que los recursos destinados a ayudar a los verdaderamente necesitados se
desvíen hacia aquellos que actúan de manera egoísta y engañosa. Esto no solo
socava la confianza en los programas de asistencia social, sino que también
perjudica a aquellos que genuinamente dependen de estos recursos para mejorar
su calidad de vida.
Es entonces que nace la necesidad de que el Estado establezca sistemas de control
efectivos y medidas de prevención para proteger la integridad de los programas de
asistencia social y asegurar que los recursos lleguen a quienes realmente los
necesitan, toma suma relevancia. Esto es especialmente crítico en el contexto
político chileno, dado que tenemos en el poder a un presidente de la república que
aboga por la intervención estatal en asuntos económicos y sociales. Si el Estado no
es capaz de optimizar sus recursos y actuar eficazmente, esto plantea interrogantes
sobre su capacidad para intervenir de manera efectiva.

En el decreto 22 creado por el Ministerio de Desarrollo Social, se establece


claramente la obligación de salvaguardar la información contenida en el Registro
Social de Hogares, tal como se describe en el siguiente artículo:

“Artículo 14.- Respaldo de la Información.- El Ministerio de Desarrollo Social deberá


respaldar y asegurar la información del Registro Social de Hogares, siendo aplicable
al efecto lo dispuesto en el decreto supremo Nº 160, de 2007, y demás normas sobre
la materia.”

Esta disposición legal implica que el Ministerio de Desarrollo Social está legalmente
obligado a tomar medidas para proteger y garantizar la seguridad de la información
en el Registro Social de Hogares. Esto significa que deben implementar
procedimientos y salvaguardas para prevenir la pérdida o el acceso no autorizado a
estos datos. Además, deben seguir las directrices establecidas en el decreto
supremo Nº 160 de 2007 y otras regulaciones relacionadas con la gestión de esta
información.
Sin embargo, en la práctica, esta obligación parece no ser cumplida de manera
adecuada. Sorprendentemente, he llegado a evidenciar cómo una de las
instituciones encargadas de administrar estos datos ha recomendado a las personas
alterarlos para recibir beneficios.

La situación que me llevó a evidenciar la manera impactante en la que la


manipulación de datos en el Registro Social de Hogares ha llegado a niveles
preocupantes. Fue en una presentación en mi liceo educativo, donde se abordaba el
proceso para acceder a la gratuidad en la educación superior a través del Fondo
Solidario de Crédito Universitario (FUAS). En esta charla, se esperaba recibir
información clave sobre cómo los estudiantes de bajos ingresos podrían obtener
esta valiosa ayuda financiera para su educación. Sin embargo, lo que presencié fue
profundamente inquietante. Pues uno de los directivos de la institución encargada
del Registro Social de Hogares, cuya función es crucial en el proceso de solicitud de
beneficios, en lugar de brindar consejos éticos y legales, recomendó abiertamente a
los presentes que alterarán sus datos en el Registro para obtener mayores ventajas
económicas a través de FUAS. Este directivo, en lugar de ser un defensor de la
integridad y la legalidad del sistema, estaba alentando a los estudiantes a participar
en lo que parecía ser un juego perverso con la ayuda estatal.

Esta experiencia me lleva a cuestionar en qué tipo de sociedad vivimos, donde una
institución fundamental en el país no solo no cumple con su deber de salvaguardar
la integridad de los datos, sino que también fomenta activamente la manipulación de
esta información para obtener beneficios de manera deshonesta.

Sin embargo, esta no constituyó mi primera experiencia con este tipo de


conversaciones moralmente ambivalentes. Durante mi segundo año de educación
secundaria, mientras compartía una tarde en casa de una de mis más cercanas
amigas, amiga la cual considero ejemplos de integridad y sinceridad, incluso más
allá de lo que yo mismo pueda ser, la madre de mi amiga me instó a manipular la
información en el Registro Social de Hogares. Su justificación se basaba en la idea
de que "uno debe encontrarse en una situación de extrema necesidad para recibir
ayuda del Estado". De esta manera, explicaba cómo su hija mayor había accedido a
la educación superior. Este consejo me impactó profundamente, al evidenciar cómo
la madre de personas tan íntegras se veía envuelta en lo que parece ser un juego
de dudosa ética, sin considerar las implicaciones a largo plazo.

Es relevante destacar que la situación económica de esta familia se clasifica


generalmente en el estrato de clase media. Esto subraya el hecho de que, a pesar
de tener la capacidad de costear la educación superior, decidieron renunciar a
cualquier sentimiento de culpabilidad para obtener beneficios, lo que plantea la
cuestión de por qué, en lugar de pensar en las familias más vulnerables, tomaron la
decisión de buscar su propio beneficio.

Estas situaciones, en lugar de mitigar las vulnerabilidades del sistema, agravan aún
más la situación, alimentando una preocupante perspectiva distópica de egoísmo
puro en la sociedad. Esta dinámica, que se aparta de una perspectiva utópica en la
que todos actúan de manera moral y justa, socava la confianza en las instituciones y
en la capacidad del Estado para proporcionar asistencia de manera equitativa.
Además, genera un círculo vicioso, ya que la pérdida de confianza en los programas
de asistencia social puede llevar a una mayor desconfianza y descontento en la
sociedad, lo que a su vez puede fomentar la participación en prácticas poco éticas,
reflejando una búsqueda implacable de intereses personales sin importar las
consecuencias para los demás, en lugar de impulsar la solidaridad y la equidad.

Sin lugar a dudas, es comprensible que el Estado pueda enfrentar dificultades


considerables al intentar fiscalizar los datos que recopilan sus instituciones afiliadas
en programas de asistencia social. Dada la complejidad de gestionar y salvaguardar
una gran cantidad de información personal y financiera de manera eficiente. Sin
embargo, estas dificultades no justifican de ninguna manera que un líder de una de
estas instituciones recomiende a menores el abuso del sistema.
En este sentido, es importante recordar la noción filosófica de "contrato social", que
se remonta a Rousseau. El contrato social establece un acuerdo tácito o explícito
entre los ciudadanos y el Estado, donde los individuos renuncian a ciertos derechos
en aras del bien común y la protección mutua. En el contexto de los programas de
asistencia social, los ciudadanos confían en el Estado para que cumpla con su parte
en este contrato al proporcionar ayuda a quienes genuinamente la necesitan.
Recomendar el abuso de este sistema no solo socava esta confianza, sino que
también mina la base misma de la sociedad civilizada y la cohesión social.

A fin de cuentas, la recomendación de abuso del sistema por parte de un líder


institucional no solo tiene implicaciones prácticas negativas en la distribución de
recursos, sino que también socava los cimientos filosóficos y éticos sobre los que se
construye una sociedad justa y equitativa. La confianza en las instituciones se
debilita, y la percepción de que la moralidad y la ética están siendo socavadas en
favor del interés propio crea un ambiente preocupante en la sociedad. Es
fundamental que los líderes de estas instituciones promueven la ética, la equidad y
la integridad como pilares fundamentales de un sistema de asistencia social sólido y
justo.
Conclusión
A medida que reflexionamos sobre los desafíos éticos y las complejidades de
nuestra sociedad, surge un profundo pesimismo acerca de su rumbo futuro. Las
pruebas de la manipulación y la falta de integridad en la búsqueda del poder y en
otros aspectos de la vida cotidiana son demasiado evidentes para ignorar. La
influencia creciente de figuras como Robert Greene y Nicolás Maquiavelo, que
promueven la búsqueda desenfrenada del poder sin escrúpulos, parece estar
desplazando los valores éticos y la consideración por el bienestar colectivo, que
algunos de nosotros aún defendemos.

Con la erosión de las instituciones encargadas de mantener la integridad, la


confianza en el sistema se desmorona. La falta de responsabilidad de líderes
institucionales que fomentan prácticas poco éticas refleja una ausencia de dirección
y valores morales en nuestra sociedad. Este patrón de comportamiento, que prioriza
los intereses personales a expensas de la ética y la integridad, amenaza con
arrastrarnos hacia un futuro en el que la búsqueda desenfrenada del poder y la
manipulación se conviertan en la norma.

Nos encontramos en un punto crítico donde la división y la competencia desmedida


superan a la solidaridad y la cooperación. La falta de confianza en el Estado abre la
puerta a doctrinas como el anarquismo, y la percepción de que la moralidad cede
ante el interés propio plantea serias dudas sobre nuestra capacidad para restaurar
el equilibrio necesario en busca de un futuro más justo y equitativo.

El abuso de programas de asistencia social y la manipulación de datos en sistemas


estatales son solo ejemplos de una tendencia más amplia que socava la confianza
en nuestras instituciones. Esta desconfianza puede conducir a una mayor
polarización y a la fragmentación de la sociedad en facciones que compiten por sus
propios intereses, dejando el bienestar común como un ideal cada vez más distante.

En última instancia, el futuro de nuestra sociedad descansa en las decisiones que


tomemos en el presente. Tenemos la elección de mantenernos leales a nuestros
valores éticos y morales o de continuar por el camino de la manipulación y el
egoísmo. Aunque el resultado final sigue siendo incierto, es precisamente esta
incertidumbre la que genera pesimismo en cuanto a la dirección que podríamos
tomar. Esta reflexión que me acompaña al concluir este ensayo es tan profunda
como los argumentos previos. Comienzo a cuestionar mi propia posición, ya que
antes de iniciar este trabajo, me encontraba refugiado en el estoicismo.

No obstante, al finalizar, reconozco que he violado algunos de los principios estoicos


al expresar resistencia y descontento frente a los desafíos éticos de nuestra
sociedad. Esto me plantea un dilema, ya que mis valores están en armonía con el
estoicismo, pero al mismo tiempo siento una profunda frustración ante la evidencia
del egoísmo humano. Esto me lleva a preguntarme qué tipo de acción, si es que
alguna, debo tomar frente a estas circunstancias. Es en este punto donde mi camino
no está claro y las respuestas son ambiguas..

No obstante, este proceso también me llena de satisfacción, ya que siento que mi


ensayo puede servir de ayuda a aquellos que optan por una actitud más pasiva y
resignada ante las circunstancias de la vida.

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