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Sin embargo, a medida que me esforzaba por aplicar este paradigma en mi entorno
cercano (pues abordar la totalidad del mundo sería una cuestión excesivamente
ambiciosa), me vi confrontado con la cruda realidad del egoísmo intrínseco de la
naturaleza humana. A medida que profundizaban en las obras de autores que
ahondan en la intrincada relación entre el individuo y la sociedad, experimenté una
transformación gradual pero profundamente arraigada. Esta transición significó un
cambio radical en mi pensamiento, ya que el tránsito de una visión utópica hacia
una más distópica se reveló como un proceso que demanda profunda introspección.
Transición de la Utopía a la Distopía
Durante siglos, la humanidad ha debatido incansablemente sobre la cuestión mítica
de si la naturaleza humana es esencialmente buena o mala. Dos de los más
destacados pensadores del pasado, Rousseau y Hobbes, han mantenido opiniones
divergentes en respuesta a esta interrogante trascendental.
Por un lado, Rousseau sostenía que el ser humano está inherentemente inclinado
hacia el bien. Según su argumento, el individuo nace con bondad y libertad innatas,
pero es la educación tradicional la que sofoca y corrompe esta naturaleza,
afectando en última instancia a toda la sociedad. No obstante, esta perspectiva
chocaba directamente con las opiniones de Thomas Hobbes que, en su visión, la
naturaleza humana era intrínsecamente mala, ya que el ser humano tiende a
priorizar su propio beneficio por encima del de los demás. Su célebre aseveración
"el hombre es un lobo para el hombre" ejemplifica su punto de vista. Según Hobbes,
esta predisposición conduciría al caos total en ausencia de una autoridad
reguladora, siendo el Estado la única salvación posible.
“Para algunos, la idea de desarrollar en forma consciente los juegos del poder —aunque se lo haga
de manera indirecta— resulta malvada, antisocial, un recuerdo del pasado. Creen que pueden salir
del juego, comportándose de una manera que no tiene nada que ver con el poder. Es necesario
cuidarse de ese tipo de personas porque, mientras hacia afuera expresan esas convicciones, por
dentro suelen ser los más adictos participantes del juego del poder. Utilizan estrategias que
disimulan con habilidad la naturaleza de la manipulación que están ejerciendo. Esos individuos
suelen hacer gala de su debilidad y de su falta de poder, como si se tratase de una virtud moral. Pero
quienes de veras carecen de poder no muestran su debilidad con el fin de ganar simpatía o respeto.
Cuando se hace marcada ostentación de las propias debilidades, en realidad se está utilizando una
estrategia muy eficaz, sutil y engañosa del juego del poder.
[...] Pero, puesto que todos tenemos ansias de poder, y que casi todas nuestras acciones tienen por
objetivo obtenerlo, quienes dicen que no lo buscan sólo procuran encandilamos y distraemos de
sus juegos de poder a través de sus aires de superioridad moral”
Otra filosofía que promueve abiertamente la busca del beneficio propio sin atender a
las implicaciones reales en la sociedad es la del filósofo Max Stirner, conocida como
egoísmo radical, la cual arroja una luz adicional sobre la cuestión de la justificación
de decisiones moralmente cuestionables en beneficio propio. Stirner defiende la
soberanía absoluta del individuo y la eliminación de cualquier autoridad externa. Su
concepto de 'El Único' se centra en la libertad individual y la satisfacción personal
como valores supremos. Desde la perspectiva de Stirner, las normas y restricciones
sociales son meras abstracciones que buscan restringir la libertad del individuo.
Esta visión extrema subraya la priorización del beneficio propio y la satisfacción
personal como principios fundamentales. En este sentido, Stirner respalda la idea de
que, en un mundo donde el individuo es considerado soberano y busca su propio
beneficio, la justificación de decisiones moralmente cuestionables puede verse
como un acto de liberación y emancipación personal, desafiando las normas y las
abstracciones que limitan la autonomía individual.
Es válido señalar que los valores morales son en última instancia decisión del
individuo, tal y como lo formula el célebre filósofo Friedrich Nietzsche en muchas de
sus obras. No obstante, es crucial enfatizar que esto de ninguna manera implica que
el beneficio personal a expensas de los demás sea beneficioso para la sociedad en
su conjunto. Y es que la vida en sociedad es tan compleja que su representación
más precisa se logra a través de conceptos científicos y matemáticos, como la
teoría de sistemas y el teorema de nodos, en la cual una perturbación en cualquiera
de los elementos o nodos de nuestro modelo significa un gran cambio para el
modelo en general, y si bien incluso las perturbaciones que no afectan
negativamente al modelo provoca paradójicamente un cambio en el modelo dada la
complejidad del mismo, es menester distinguir un cambio que nos acerca al
propósito teológico del modelo a uno que nos aleja de este propósito y el cual pone
en riesgo la homeostasis de la sociedad. Claro está que el propósito teológico de
vivir en sociedad puede ser debatible, pero es cierto también que lo más concebido
es el evitar el caos.
En última instancia, las filosofías pesimistas sobre la naturaleza humana han dejado
una profunda marca en nuestra sociedad a medida que el tiempo avanza. Aunque al
principio pueda parecer inhumano e improbable que las personas se vuelvan más
propensas a la ira y la frustración hacia los demás, la realidad nos muestra que esta
tendencia está en aumento. Estas filosofías han perdurado a lo largo de la historia,
influyendo en nuestra percepción de la sociedad y de nosotros mismos. Esto ha
arraigado la creencia en la maldad inherente de la naturaleza humana y la
priorización del beneficio propio en nuestra cultura. Como resultado, hemos visto un
aumento en la desconfianza, la competencia desmedida y la hostilidad en nuestras
interacciones diarias.
Es por eso que el momento en el cual me percaté de esta cuestión fue sumamente
inquietante. Dado que asimilar un mundo en el cual todo es una competencia
desmedida por el poder y el beneficio a costa de las virtudes, más aún cuando me
he visto enfrentado a situaciones en las cuales ciertos ideales se han visto
corrompidos, fue un golpe a mi percepción de la sociedad. La influencia de estas
filosofías pesimistas es más impactante de lo que podría haber imaginado, y mi
experiencia personal ha confirmado la presencia creciente de estas actitudes
negativas en mi entorno. Esto me lleva a cuestionar no solo la naturaleza humana,
sino también el camino que estamos tomando como sociedad y la necesidad de
buscar soluciones para contrarrestar este rumbo oscuro.
Sin embargo, a pesar de las diversas corrientes filosóficas que abogan por la
priorización del beneficio propio en aras de la libertad, existen doctrinas que
disienten, reconocen que el individuo está ineludiblemente ligado a la sociedad y,
por ende, sujeta a limitaciones innatas. El estoicismo, como ejemplo, sostiene que la
responsabilidad y el autocontrol son pilares fundamentales para una vida ética en
consonancia con la naturaleza. Para los estoicos, el ser humano posee la capacidad
innata de ejercer dominio sobre sus deseos y emociones, un atributo esencial para
la virtud. Actuar impulsivamente en busca de beneficio propio a expensas de otros
choca con el concepto de autocontrol, pues supone ceder ante impulsos egoístas en
lugar de actuar de manera reflexiva y éticamente correcta. Los estoicos también
introdujeron la idea del "indiferente preferido," que reconoce la existencia de bienes
externos preferibles como la riqueza, el estatus social y la salud, pero subraya que
no deben convertirse en el fin último de la vida. En lugar de perseguir estos bienes
desmedidamente, abogaron por una actitud de indiferencia hacia el resultado final,
permitiendo la búsqueda de beneficios personales siempre dentro de los límites de
la virtud y la moral. Priorizar el beneficio propio en detrimento de la sociedad y otros
individuos bajo la excusa de que la sociedad les perjudica se contrapone a esta
enseñanza estoica, justificando actitudes egoístas y éticamente cuestionables en
lugar de buscar un equilibrio entre los intereses personales y el bienestar común.
Esta disposición legal implica que el Ministerio de Desarrollo Social está legalmente
obligado a tomar medidas para proteger y garantizar la seguridad de la información
en el Registro Social de Hogares. Esto significa que deben implementar
procedimientos y salvaguardas para prevenir la pérdida o el acceso no autorizado a
estos datos. Además, deben seguir las directrices establecidas en el decreto
supremo Nº 160 de 2007 y otras regulaciones relacionadas con la gestión de esta
información.
Sin embargo, en la práctica, esta obligación parece no ser cumplida de manera
adecuada. Sorprendentemente, he llegado a evidenciar cómo una de las
instituciones encargadas de administrar estos datos ha recomendado a las personas
alterarlos para recibir beneficios.
Esta experiencia me lleva a cuestionar en qué tipo de sociedad vivimos, donde una
institución fundamental en el país no solo no cumple con su deber de salvaguardar
la integridad de los datos, sino que también fomenta activamente la manipulación de
esta información para obtener beneficios de manera deshonesta.
Estas situaciones, en lugar de mitigar las vulnerabilidades del sistema, agravan aún
más la situación, alimentando una preocupante perspectiva distópica de egoísmo
puro en la sociedad. Esta dinámica, que se aparta de una perspectiva utópica en la
que todos actúan de manera moral y justa, socava la confianza en las instituciones y
en la capacidad del Estado para proporcionar asistencia de manera equitativa.
Además, genera un círculo vicioso, ya que la pérdida de confianza en los programas
de asistencia social puede llevar a una mayor desconfianza y descontento en la
sociedad, lo que a su vez puede fomentar la participación en prácticas poco éticas,
reflejando una búsqueda implacable de intereses personales sin importar las
consecuencias para los demás, en lugar de impulsar la solidaridad y la equidad.
Bibliografía
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