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LOS HOMICIDIOS MÚLTIPLES

Se puede sostener que el homicida serial ejecuta un profundo análisis, en un


marco de laboriosidad, para sí mismo artística, que produce a veces un terror
que alcanza los límites de lo indescriptible, pretendiendo generar una suerte de
seducción en quienes conocen su obra.

La ausencia de motivaciones –con la entidad suficiente para privar a otro ser


humano de su bien más preciado: la vida–, cierto énfasis y un pretendido
perfeccionismo hacen que el homicida serial quede, por lo menos en apariencia,
encasillado en el arquetipo criminal de matar para una satisfacción propia, lo cual
genera, a su vez, la desdicha y el sufrimiento del prójimo.

En este contexto sólo pueden plantearse hipótesis, ya que desconocemos que


se haya efectuado algún estudio sociológico o psicosocial que pueda aportarnos
datos sobre este tema particular.

Podríamos ubicarnos en dos posturas extremas:

1) La potencial categoría de víctimas, ya que, desconociéndose las motivaciones


internas de estos individuos, eventuales características particulares pueden
convertir a cualquiera en un blanco.

2) Las fantasías sádicas escondidas en lo más profundo del imaginario colectivo.


Sobre este punto, un psiquiatra forense, de los Estados Unidos, en un trabajo
sobre el tema lo definió claramente: “Los hombres malos hacen lo que los
hombres buenos sueñan”.

Los términos asesino en serie, asesino en masa, homicida reincidente o


secuencial, etc., son utilizados indistinta y erróneamente, por lo cual
intentaremos aclarar estas denominaciones. La expresión asesino serial fue
introducida por Robert Ressler, agente especial del FBI, que actuó en la
Behavioral Science Unit (Unidad de Ciencias del Comportamiento) de Quántico,
Virginia, la agencia de mayor autoridad mundial en el tema. Con esa
denominación son reconocidos aquellos individuos que matan en forma
reiterada, con intervalos entre uno y otro hecho (indicativo de premeditación) sin
motivo aparente, ejecutando al menos tres homicidios, sin tener en cuenta la
cantidad de víctimas implicadas en cada episodio.

Hasta los años ochenta, se incluían en un único capítulo los asesinos múltiples.
En esa época, el Centro Nacional de Crímenes Violentos estableció tres
categorías: el asesino en masa, el “spree killer” y el homicida serial.

La Dirección de Política Criminal del Ministerio de Justicia de la Nación llevó a


cabo un estudio estadístico, sobre hechos ocurridos en nuestro país, donde
como resultado existieran varias víctimas; para ello, contó con la gentileza de las
redacciones de los diarios “Crónica” y “Clarín”, y se tuvieron en cuenta todos los
sucesos de esa naturaleza, cometidos entre enero de 1982 y abril de 1996, que
fueron publicados por la prensa. Se eligió esta forma de trabajo porque aparecía
como la más práctica y eficiente; debido a la repercusión que tienen frente a la
sociedad estos eventos, es muy poco probable que la prensa no se ocupe de
publicarlos.

De este relevamiento inicial surgió que, durante el período estudiado, se habían


cometido en el territorio de todo el país sesenta y siete hechos con las
características de homicidio múltiple. Algunos tomaron gran trascendencia
pública. Como la inmolación de una familia taiwanesa en 1992, llamada La
masacre de los chinos, ocurrida en Jujuy y Riobamba de la localidad de Merlo, y
donde resultaran condenados a reclusión perpetua Peng Yu (a) “John” y Han
Hua (a) “Peter”, miembros de una tríada oriental. Allí, fueron piezas probatorias
fundamentales:

a) Las autopsias practicadas por el doctor Néstor Pedro De Tomas, del Servicio
Especial de Investigaciones Técnicas de la Policía de la Provincia de Buenos
Aires, que brindaron una acabada información de la mecánica de producción de
los hechos, por una multiplicidad de heridas punzo cortantes, y la presencia de
golpes atribuidos a artes marciales.

b) El hallazgo, en la escena del crimen, de impresiones dactilares y una serie de


rastros sangrientos, ya que Peng Yu se había herido el antebrazo izquierdo, en
la lucha.

El caso de la estancia “La Payanca”, ocurrido en General Villegas en 1992,


también adquirió efectos mediáticos nacionales e internacionales. Asimismo, la
muerte de Ramón Serrugo Saavedra y toda su familia de origen boliviano, en
1996, conocida como La masacre de Derqui; etcétera.

De los sesenta y siete hechos estudiados, más de la mitad ocurrieron en el


ámbito de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense.

Una vez que se ubicaron geográficamente sitios de comisión de los incidentes,


se determinó el órgano jurisdiccional interviniente en cada uno de los casos
investigados, y los datos y circunstancias se extrajeron directamente de los
expedientes judiciales.

A continuación, detallamos algunas conclusiones referidas a: características de


los hechos, de las víctimas y de los victimarios, relación sujeto pasivo-sujeto
activo e instrumentos causantes de las muertes.

En los hechos ocurridos en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano


bonaerense, como resultado se determinó que el 77% sobrevino dentro de un
domicilio particular, mientras que sólo el 10% aconteció en la vía pública y un
13% en otros lugares (comercios, vehículos, etc.).
Raramente se producen estos hechos en ocasión de robo; por lo general, se
presentan sin que exista este otro delito, con lo cual podemos concluir que el
central está representado por los homicidios en sí.

En cuanto a las víctimas, se analizaron variables tales como sexo, edad, relación
con el victimario, etcétera.

A diferencia de los homicidios no múltiples, se determinó que tanto hombres


como mujeres son víctimas, de este tipo de hechos, en igual medida.

Respecto de las edades de los sujetos pasivos, es notable el alto porcentaje de


víctimas menores de diez años y, también, resulta relevante que algunas tienen
entre veinte y veintinueve años de edad.

Los victimarios son, en una gran mayoría, de sexo masculino (89%) y, en muy
pocos casos, mujeres (11%). Se estableció, además, que en un 83% eran civiles,
mientras que el 17% pertenecía o había pertenecido a alguna fuerza de
seguridad.

Analizando la actitud tomada por el homicida con posterioridad a la comisión del


suceso, comprobamos que un 29% se suicidó; esta variable aumentó, cuando
terminó con la vida de su pareja e hijos. Precisamente, del análisis de la relación
entre la víctima y el victimario, surge que la gran mayoría de los hechos fueron
cometidos entre padres e hijos. Y de los casos donde las víctimas fueron
menores de diez años, observamos que en el 64% de ellos los victimarios fueron
sus propios padres.

Tomando nuevamente la última variable, cuando las víctimas resultaron ser


menores de diez años, un 88% de los incidentes se cometió en el interior del
domicilio particular y, el resto, un 12% se produjo en otros lugares.

En general, salvo excepciones, los homicidios múltiples se originaron en un


contexto familiar o de relaciones pasionales previas; muy pocos en ocasión de
la comisión de delitos contra la propiedad.

Como elemento productor, prevalecen las armas de fuego y, en menor orden,


las armas blancas.

Especificando el calibre de las armas de fuego utilizadas en los hechos, hay un


alto porcentaje de calibre .22. Y en mucha menor proporción están las armas
calibre .32 y 9 milímetros.

EL ASESINO EN MASA

Hemos denominado así el caso del homicida cuyas víctimas son más de una y
resultan asesinadas en una misma acción violenta, por parte del autor; no
necesariamente debe pensarse en el empleo de un artefacto explosivo o en un
incendio. La acción, dentro de la misma escena del crimen, puede ser
continuada.

Un interesante caso que puede hacer comprender con claridad la operatoria de


estos homicidas es el de Mateo Banks.

Mateo Banks (a) “El místico”: “...fue célebre en su época. Lamentablemente


ahora no llamaría la atención. De familia de origen irlandés, nació el 18 de
noviembre de 1872, en la provincia de Buenos Aires. Su familia compuesta por
cuatro hermanos era dueña de dos estancias: ‘El Trébol’ y ‘La Buena Suerte’, en
la localidad de Parish, Azul, provincia de Buenos Aires. Fue acusado de matar a
ocho personas en Azul. Ellas eran: tres hermanos, su cuñada, dos sobrinas y
dos peones; con la intención de apoderarse de las dos estancias de la familia. Él
se declaró inocente y entrevistado varias veces en la cárcel insistió con su
versión...” (extraído de El presidio de Ushuaia, del licenciado Carlos Pedro Vairo,
p. 138).

Los hechos fueron investigados y publicados por Hugo Alberto Hohl en Crimen
y “status” social, libro que en partes hemos extractado, no obstante llevar a cabo
nuestras propias indagaciones; para la historia, seguimos el orden de su
narración.

Mathew Banks, padre del protagonista de este estudio, nació en Irlanda en 1845.
Era hijo de Miguel Banks y Ana Ward, también irlandeses. En 1862, es decir, a
los diecisiete años, llegó a nuestro país. En 1867, contrajo matrimonio con María
Ana Keena, quince años mayor que él.

Se establecieron en la localidad de Chascomús, provincia de Buenos Aires,


donde nacieron todos sus hijos: María Ana en 1869, Dionisio en 1869, Miguel en
1871, Mateo en 1872, Pedro en 1875, Catalina en 1877 y Brígida en 1879.

En 1897, Mathew y su familia se radicaron en el partido de Azul, al comprar una


fracción de campo de cuatrocientas cuarenta hectáreas –en inmediaciones de la
Estación Parish, Cuartel 16 del Partido– y que corresponde a la denominada “La
Buena Suerte”.

En 1899, Miguel y Dionisio adquirieron una fracción de campo contigua, llamada


“El Trébol”, de doscientas cuadras de extensión.

En 1901, falleció Ana Ward, quien desde Irlanda había venido a vivir con su hijo
Mathew.

En 1908, a los setenta y ocho años de edad, murió María Ana Keena de Banks,
y en 1909, a los sesenta y cuatro años, Mathew Banks.

A su muerte, Mathew dejó a sus hijos, en condominio, la fracción de campo con


más de cinco mil animales, entre vacunos, lanares y yeguarizos.
Los campos de propiedad de los Banks no eran muy extensos, por ello, a juzgar
por la cantidad de animales que poseían, también eran arrendatarios.

En 1911, fallecieron dos de los hermanos: Pedro, soltero, que vivía en Buenos
Aires, y Brígida, en Irlanda, a los dieciocho días de haber contraído matrimonio.

Mientras tanto, Mateo anduvo por San Luis y contrajo enlace con Martina Gainza,
radicándose en Azul en 1912, en el domicilio de Necochea 773. De su
matrimonio nacieron cuatro hijos, a saber: Mateo Franklin, Pedro, Jorge y Ana.

Se citan antecedentes de Mateo Banks, en relación con una estafa que habría
cometido en perjuicio de un hacendado de la zona, aunque no hay pruebas al
respecto. Por el contrario, su prestigio social, a juzgar por ciertos índices, iba en
constante ascenso.

Tenía una gran actuación religiosa; era presidente de la Liga Popular Católica y
portaba el palio en las procesiones. Era representante de la agencia de
automóviles “Studebaker” y paseaba en su lujoso automóvil particular, de la
misma marca, por el parque de Azul, lugar obligado de la buena sociedad local.
Practicaba el tenis con las niñas más distinguidas de la ciudad. Figuraba,
siempre, en la primera línea de las notas sociales referidas al desfile de carruajes
en los corsos. Fue vicecónsul de Gran Bretaña. Y era miembro del Consejo
Escolar, donde se ganó el respeto de sus conciudadanos por su práctica
indulgente y comprensiva con las faltas de aquellos que le tocaba juzgar.
También se destacó militando en el Partido Conservador, del cual fue un
integrante importante. Era socio del Jockey Club, lugar donde participaba de su
gran afición: el juego.

Leyendo los documentos del juicio, se ve que su defensor habla sobre una
pequeña fortuna, de la cual se hizo en la provincia de San Luis, dedicado a las
tareas rurales.

Sin embargo, como dicen los cronistas de la época, Mateo Banks nunca tuvo un
trabajo fijo, ni se le conoció realmente una actividad estable. Era partidario del
confort y del lujo, y mantenía una posición social superior a su condición
económica.

Banks era persona de muy buena presencia, caballero de trato amable y aire
paternal, con una serie de dones visibles que lo hacían agradable y atrayente.

William Reckles, seudónimo de un escritor azuleño de la época, dice de Banks:


“...otra prueba de su inconsciencia es la falta de preocupación que demostró
como padre, al no orientar a sus hijos, inclinándolos al estudio, o a cualquier
trabajo que pueda dignificar el nombre. Siempre los dejó en el más completo
abandono moral”.

Índice del deterioro económico de Mateo Banks es el hecho de que el 8 de marzo


de 1921 venda su condominio de ciento dieciséis hectáreas y fracción, dentro de
“La Buena Suerte” y conocido como el potrero “Los Pinos”, a la Sociedad Banks
Hermanos, en treinta y dos mil pesos moneda nacional, el que conserva bajo
régimen de arrendamiento. Por lo tanto, ya a esa fecha no posee otros bienes
que su casa en la ciudad de Azul, su automóvil y algunos animales.

Su hermano Miguel se había casado con Julia Dillon. Ellos, con su hermana
María Ana, soltera, y el peón Claudio Loiza, vivían en “El Trébol”.

Su hermano Dionisio se había casado con Sara Keena, prima segunda de los
Banks; producto de la unión eran tres hijas: Cecilia (nacida en 1908), Sarita (en
1910) y Anita (en 1917). Sara Keena, al poco tiempo de tener a Anita, fue
internada en un hospital de alienados, en Buenos Aires. Ellos y el peón Juan
Gaitán, o “Illescas”, vivían en “La Buena Suerte”.

Ambos establecimientos distan cuatro o cinco kilómetros uno del otro. Se


encuentran viajando desde Azul por Ruta Nacional 3 hacia Buenos Aires,
tomando un camino vecinal a la derecha, a la altura de la localidad de Parish.
“La Buena Suerte” conserva, hoy en día, su ubicación original, con las
modificaciones lógicas a construcciones antiguas, mientras que “El Trébol”, en
cambio, sólo es reconocible por el monte y la portada de ingreso, que indican las
adyacencias de donde estuvo situada la casa. Al sudoeste del casco de “La
Buena Suerte” y bastante cerca de él, se encuentra la tapera “Los Pinos”,
establecimiento que arrendara Mateo Banks.

Hohl entrevistó a un importante testigo de la época y de los sucesos, el señor


Ángel Aulicino, quien a la fecha de los crímenes tenía dieciocho años de edad y
era vecino de los Banks. Él recuerda que Mateo Banks vivió, durante un tiempo,
en un campo contiguo a “La Buena Suerte”, llamado “La Trabajosa”. La familia
de Aulicino arrendó, después de la tragedia, los campos de “La Buena Suerte”.

Como ya se dijo, en la calle Necochea 773 de Azul, se halla la casa donde


vivieron Mateo Banks y su familia, de 1912 a 1922, siendo de destacar el estado
exterior, casi original, en que se encuentra en la actualidad.

En el Cementerio único local, se encuentran las sepulturas en tierra de Mathew


Banks, de su esposa María Ana Keena y de la madre de Mathew, Anne Ward
Banks, con lápidas escritas en inglés.

La vida de ostentación y lujo que llevaba Mateo Banks no podía sostenerse, con
los frutos de la explotación del campo de cría arrendado y la representación de
la agencia “Studebaker”, cuyos automóviles constituían un artículo de lujo en
aquel entonces.

Conjeturó Hugo Alberto Hohl que también el juego le llevó dinero; ya que, según
testigos, era mal pagador e incumplidor de promesas.

Mateo Banks gozaba de crédito en el Banco de la Nación Argentina, Sucursal


Azul. Sin embargo, a la luz del informe del Banco fechado el 19 de mayo de
1922, había realizado una manifestación jurada de bienes el 8 de octubre de
1921, en la cual denunciaba como propio el condominio, de las ciento dieciséis
hectáreas, que había vendido a sus hermanos el 8 de marzo del mismo año,
circunstancia que, de haber sido conocida, anulaba su crédito y daba lugar a
acciones judiciales en su contra.

El 11 de abril de 1922, Mateo Banks entra en el camino sin retorno y directo al


más grande de los crímenes de su época; ese día, presenta en la Municipalidad
de Azul tres certificados firmados por Dionisio Banks, en representación de
Banks Hermanos, por los cuales se acreditaba la transferencia de ciento
cuarenta y cinco novillos, setecientos lanares y seiscientas vacas.
Posteriormente, las peritaciones caligráficas probarán la falsificación de la firma
de Dionisio y la mano ejecutora de Mateo Banks. En el proceso, cuando se lo
interroga sobre este tema, dice que la falsificación de los certificados obedece a
la necesidad de contar con un mayor respaldo patrimonial, en su manifestación
de bienes (que ya había falseado), para obtener un crédito y así ayudar a sus
hermanos a pagar una obligación, con vencimiento el 19 de diciembre de 1922,
de quince mil pesos moneda nacional. El informe del Banco establece que la
Sociedad Banks Hermanos posee un activo de doscientos catorce mil quinientos
setenta y cuatro pesos moneda nacional al 19 de diciembre de 1921, goza de
buenas referencias y tiene crédito, por lo cual la explicación del procesado no
tiene asidero. La manifestación falsa de Mateo Banks establecía un activo de
ciento nueve mil novecientos cuarenta pesos moneda nacional, o sea, menor
garantía que Banks Hermanos. Por lo expuesto, aquéllos no necesitaban más
que de sí mismos, puesto que tenían crédito y solvencia patrimonial. Hasta aquí,
la carrera criminal ya incluía falsificación de documento privado y defraudación.

El 12 de abril, Mateo Banks adquiere en “Casa Brumana” una docena de


cartuchos calibre .12, llevando consigo una escopeta. Anteriormente había
comprado, en “Casa Vigna”, cartuchos también para escopeta, pero calibre .16.

El 14 de abril compra hacienda en el remate feria de Valencia, que es llevada a


“Los Pinos” por un arriero de apellido Galloso.

El 16 de abril, Domingo de Pascuas, viaja con Dionisio al campo. Dionisio se


encontraba en Azul y en casa de Mateo desde el 12. Al bajar del tren, en Estación
Parish se separan, aduciendo Mateo que va a “Los Pinos”. Por la noche, recién
llega a “El Trébol”. El 17 de abril permanece en “La Buena Suerte” con dos de
sus sobrinas, tras lo cual todos se dirigen a “El Trébol”.

El 18 de abril a las 9 horas, en un descuido de los ocupantes, entra en la cocina


y hecha cierta cantidad de estricnina en la olla del puchero.

Se traslada a “La Buena Suerte”, conversa con su hermano Dionisio, mientras


éste hace la comida, y luego se retira. Llega a “Los Pinos” donde mantiene un
diálogo, en estado de suma excitación, con el encargado del alambrado, José
Villareal. Como se recordará, “Los Pinos” se encuentra a unos mil metros del
casco de “La Buena Suerte”.
De regreso, permanece una hora tomando mate con Dionisio y Sarita. Ya está
por irse y, en un momento en que no lo ven, ingresa en la cocina y echa en la
comida una porción de estricnina que supone mortal.

Vuelve inmediatamente a “El Trébol”, con el interés de verificar si se ha cumplido


su plan fratricida. Grande seguramente es su sorpresa, al encontrarlos
indemnes. Sus sobrinas presentan, como único síntoma, fuertes dolores
abdominales. Miguel y Julia han intuido la verdad y le increpan: “Fuiste vos che,
que pretendiste envenenarnos...”. En su única confesión, ante el juez penal
doctor Gualberto M. Illescas, dirá después que, al verse descubierto de esta
forma, aceleró sus planes para eliminarlos. Efectivamente, no pasarán más que
unas horas hasta que concrete sus crímenes. Luego de su fracaso en “El Trébol”,
regresa a “La Buena Suerte” y se entera que Dionisio ha arrojado la comida,
debido a un gusto muy amargo que repugnaba el paladar, hecho narrado por el
colchonero Santos Blando, en su declaración durante la sustanciación de la
audiencia oral y pública.

El 18 de abril, entre las 13 y 13.30 horas, llega Mateo Banks a “La Buena Suerte”.
Unos minutos más tarde, se presenta Santiago Pereyra, a conversar con Dionisio
sobre la cosecha de maíz. A las 16 horas regresa Gaitán de la Estación Parish,
en sulky. Esperando que se vayan, Mateo va hacia el maizal y luego hacia donde
está Rufino Gómez, puestero, con quien conversa, mientras hace tiempo. Vuelve
hacia las casas y, habiéndose retirado Pereyra y Gaitán, este último para llevar
al colchonero Santos Blando a otro establecimiento, encuentra a Dionisio y Sarita
solos.

Al desplazarse Dionisio de una habitación a otra, le hace un disparo por la


espalda e inmediatamente otro, el de más corta distancia de ambos, a sesenta
centímetros. Ante las detonaciones y comprendiendo la realidad, Sarita grita de
terror y pretende huir; el criminal la alcanza, la golpea con la escopeta y la arroja
dentro del pozo, diez metros al frente de la casa, donde la ultima con dos
disparos. Luego, busca un colchón sobre el cual coloca a Dionisio. En estas
circunstancias, llega Rufino Gómez buscando a Dionisio, ante lo cual el homicida
le dice que está enfermo y, por ello, no lo puede atender.

Entrada la noche, regresa Gaitán en el sulky. Mateo Banks, que acecha desde
largo rato, se dirige al galpón donde Gaitán está desensillando y, sin mediar
palabra, lo mata de un solo disparo. Muertos todos los habitantes, cierra las
puertas de la casa, sube al sulky y se dirige a “El Trébol”, llegando
aproximadamente a las 20 horas.

Al lado del galpón, habla con Claudio Loiza, diciéndole que debe acompañarlo a
“La Buena Suerte” porque Dionisio está enfermo. Loiza contesta que más tarde
irá a caballo. Mateo lo convence de ir con él, en el sulky.

Ya en camino, y como a un kilómetro de “El Trébol”, deja caer el rebenque y le


ordena a Loiza que se baje a recogerlo. Baja él también, portando el arma, y
cuando el peón vuelve con el látigo le hace un disparo. Como no logra su
propósito, vuelve a dispararle, consiguiendo abatirlo.

Regresa a “El Trébol”, atando el sulky detrás del monte y del maizal, para
dirigirse a pie hasta las casas. Miguel y Julia le ofrecen de cenar; no acepta y se
dirige al dormitorio para acostarse.

A las 23 horas, cuando todos descansan en la casa, él se levanta. Va a la


ventana del cuarto de María Ana y golpea llamándola. Le dice que deben ir a “La
Buena Suerte” porque Dionisio ha empeorado. Salen y se dirigen hacia el sulky.
No han hecho doscientos metros cuando Mateo, que va con su escopeta un poco
más atrás, le dispara a su hermana por la espalda, abatiéndola de modo
inmediato.

Vuelve a la casa, para golpear en la ventana de la habitación de Miguel. Le dice


a su cuñada Julia que le prepare un té porque está descompuesto. Se dirige a
su habitación y se queda acechando en la oscuridad. Cuando Julia viene a
avisarle que el té está listo, el asesino le dispara desde adentro del dormitorio.
Julia da un grito y, previa una media vuelta generada por el impulso del impacto
múltiple, cae derribada y muere instantáneamente.

Ante el grito y el sonido de la detonación, se alerta Miguel, que está enfermo en


la cama. Mateo ingresa en su habitación y le efectúa dos disparos.
En este punto el fiscal, doctor Horacio Segovia, sostuvo en todo momento que
“...Miguel fue el primero en morir, recibiendo todos los disparos en la cama, y
que Julia Dillon y María Ana Banks fueron virtualmente cazadas cuando
intentaban huir del exterminio”. Agregando: “...Miguel, de haber salido de su
habitación como afirmaba el acusado, en momentos de sentir el disparo que
mató a su esposa, lo habría hecho con el revólver Orbea calibre .38 de cinco
tiros, que escondía debajo de su almohada...”.

Inmediatamente se oye la voz de Cecilia que llama a su tía María Ana. El asesino
le dice que se vista, que María Ana está en el comedor, al lado de su pieza,
donde él vuelve a acechar desde la oscuridad. La deja acercar y, a un metro más

Vuelve a “El Trébol”. Va directamente al dormitorio de Miguel, quien está


agonizando, medio sentado y recostado en la cama, y le pide que llame a Julia.
Por toda respuesta, le hace otro disparo, con lo cual Miguel muere en ese acto.
Procede luego a tapar los cadáveres con mantas.

Hay dos personas habitantes de “El Trébol” que, aparentemente, salvan sus
vidas por milagro, son ellas: Anita Banks, hija de Dionisio, y María Ercilla Gaitán,
hija del peón Juan Gaitán. Antes de retirarse y sin haberlas tocado, las encierra
en su cuarto.

Siendo las 4 horas del día 19, se dirige a la casa de un campo vecino, propiedad
de Rafael Marquestau, para pedirle a éste que lo traslade a Azul. El
establecimiento de Marquestau, hoy tapera, estaba a cinco o seis kilómetros al
oeste de “La Buena Suerte”. Es interesante transcribir, aquí, la declaración
testimonial de Marquestau, ante la justicia:

Presidente: “Diga el testigo todo lo que conozca acerca del hecho”.


Testigo: “El día 19 a las 4.30 de la madrugada, se presenta en mi casa don Mateo
Banks y me dice: ‘Vengo a pedirte socorro’, y hablaba lleno de ansiedad. Don
Mateo me dijo: ‘Acabo de matar a Gaitán’. Don Mateo tenía en sus manos una
escopeta. Profundamente afectado me dijo: ‘Me pasa algo que no tiene nombre,
han asesinado a toda mi familia. Los muertos están allí. Yo los he cubierto con
ropas. Me he pasado toda la noche con ellos. Vengo herido’ –y me mostró el pie,
cuyo botín aparecía con un agujero–. Le pregunté por qué se había pasado la
noche allí y no había venido enseguida a mi casa. Me contestó que no tenía
ánimo. ‘Estoy lleno de angustia’, siguió diciéndome y lloraba. ‘Rafael –me dijo–
llévame a Azul. Toma la escopeta, te la regalo. No volverá más a disparar un tiro.
Y a las nenas, las he dejado encerradas’. Le ofrecí un poco de café, que tomó
después. Yo preparé el automóvil, recomendándole llevara consigo la escopeta,
porque había que hacer entrega de ella. ‘Bueno – contestó– tú puedes
recuperarla, con un poco de influencia’. Dile manija al auto, pero éste no
arrancaba. Entonces me dijo: ‘Échale un poco de nafta al carburador y marchará’.
Y en efecto, enseguida pudo marchar el auto. ‘Vámonos Rafael –dijo don Mateo–
, por el camino te contaré todo, es terrible lo que me pasa’. Todo esto me lo decía
poseído de gran nerviosidad. Por el camino, me contó que los peones habían
llevado a cabo un asalto a su casa y que habían asesinado a toda su familia, que
él había dado muerte a Gaitán y que Loiza le había herido disparándole un tiro.
Cuando anduvimos un buen trayecto, ya de día, cruzó cerca de nosotros una
perdiz. Don Mateo me dijo: ‘No volveré a disparar más un tiro’. Por fin llegamos
a Azul. Al llegar aquí, don Mateo habló con el doctor Carús, primeramente. Luego
fuimos a la casa de don Mateo y allí, por teléfono, pidió a Lionetto que enviara
siete ataúdes a la Estación Parish. Cuando creí que le había prestado todo el
socorro que me había pedido, me despedí de don Mateo y márcheme a mi casa”.

Según relata Marquestau, Mateo Banks encargó siete ataúdes, en coherencia


con lo que declararía a la policía.

“El traslado de los cadáveres, hasta Azul, se realizó en una carreta muy similar
a una que se exhibe en el parque municipal de la ciudad de Azul – continúa Hohl–
. Siempre sobre la base del muy confiable y lúcido testigo Ángel Aulicino”.

La carreta, con su macabra carga, ya sobre el camino viejo a Las Flores, se


detuvo en lo que hoy es una vieja tapera, descansando y cenando el carretero.
Entre las 3 y las 4 de la madrugada del 20 de abril, estuvieron los cadáveres en

Azul. Y fueron trasladados a la morgue del Hospital Municipal, donde se


practicaron las autopsias ordenadas por el juzgado.

Juan Gaitán, o “Illescas”, fue enterrado el 21 de abril.


El 22 de abril, en la Iglesia Mayor de Azul, el cura párroco Domingo Cáneva rezó
el responso por las almas de los Banks asesinados. Inmediatamente se llevaron
a cabo las exequias. Tumbas en tierra, con nada más que una cruz de hierro y
una placa de bronce para cada una.

Mientras tanto, el multihomicida se encontraba detenido e incomunicado, por la


muerte de Gaitán y lesiones graves a Loiza, según su propia confesión... y bajo
la sospecha, del subcomisario Héctor Moretti, de ser el autor de los homicidios
de sus familiares.

En el Cementerio único local, antes llamado Central, están las tumbas de los
Banks asesinados: Sarita, Cecilia, Dionisio, María Ana (quien tiene una placa de
bronce en forma de corazón, dedicada por sus ahijadas Gaitán), Miguel y Julia
Dillon; Juan Gaitán figura en el Registro del Cementerio, el día 21 de abril,
aunque no se ubica fácilmente su sepultura.

Casi con seguridad, Claudio Loiza habría sido enterrado en el Cementerio Oeste,
más conocido como cementerio de los pobres.

El 19 de abril y días siguientes, hasta que se encontró el cadáver de Claudio


Loiza, reinó el temor en el vecindario de los Banks. Es que, según las
declaraciones de Mateo, el asesino Loiza (a) “El cabo negro” andaba herido por
las inmediaciones. Llegada la noche, los vecinos aseguraban todas las puertas
por miedo a su ataque, cuando en realidad su cadáver se descomponía a un
kilómetro de “El Trébol”.

Volviendo al juicio. “Mientras se leía el dictamen del doctor Segovia, Banks


sacaba apuntes e, instintivamente, como negando lo aseverado por él, hacía
ligeros movimientos de cabeza. Y así fue que sonriera varias veces...” (diario “El
Tiempo” de Azul).

Escribía Mateo para el doctor Bartolomé J. Ronco y Alberto Maffei, del diario “La
Época” de la Capital: “Con qué júbilo y contento he esperado este 12 de marzo,
para que se decida esta vida de vía crucis, donde he pasado diez meses con el
corazón y el alma desgarrados por el dolor y sufrimiento de las injusticias a que
fui objeto, que no encuentro palabras hoy para explicar la magnitud de esas
injurias, que sólo las puede imaginar el hombre cristiano y de sentimientos nobles
y delicados. He aguantado mi dolor en silencio, sin protesta alguna confiado en
la fe de Dios y en la justicia de mis jueces. Azul, marzo 12 de 1923. M. Banks”.

Es que Mateo Banks nunca dejó de alegar su inocencia. Uno de los más
reconocidos criminalistas, que ha revistado en las filas de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires, el profesor Carlos Alfredo Sozzani, relata: “Al llevarse
a cabo la reconstrucción de los hechos, diligencia que ordenara el juez penal
doctor Gualberto M. Illescas, ocurrió un hecho curioso... le entregaron a Mateo
Banks, para que nuevamente lo utilizara, el gabán que vestía la noche del
infortunio y le dieron la escopeta con la que según sus dichos había disparado a
los peones, en su propia defensa; introdujo la mano derecha en el bolsillo y
extrajo varios cartuchos del calibre del arma... se los entregó al juez y sonrió...
agregaba un detalle a su pretendida inocencia. Nadie revisó los bolsillos del
gabán al secuestrárselo al imputado, el que por un instante tuvo la oportunidad
de continuar la saga que comenzó aquella noche de abril...”.

La Cámara Criminal de Azul, integrada bajo la presidencia del doctor Lisandro


Salas por los doctores Armando Pessagno y Abdón Bravo Almonacid, el 12 de
marzo de 1923, llegó a un veredicto de culpabilidad y sentenció al reo a la pena
de reclusión perpetua.

La Suprema Corte de Justicia de Buenos Aires rechazó el recurso de


inconstitucionalidad, haciendo lugar al de inaplicabilidad de la ley y declarando
nulo el juicio. Posteriormente, las actuaciones fueron trasladadas a la Sala III de
la Cámara de Apelaciones en lo Criminal de La Plata. En un nuevo juicio, se
confirmará la sentencia primitiva.

Mateo Banks estaba detenido desde el 20 de abril de 1921. Sustanciado el


proceso y condenado a reclusión perpetua, fue trasladado en 1924 a la Unidad
Penal de Ushuaia, donde se hallaba cumpliendo condena Cayetano Santos
Godino (a) “El petiso orejudo”, a quien nos referiremos más adelante.

En 1942, luego de casi diecinueve años de reclusión, Mateo Banks salió en


libertad. La pena le había sido reducida, por su buena conducta intracarcelaria.
Había pagado su deuda con la sociedad y a ella se reintegraba.

En 1949, los clientes de la pensión ubicada en la calle Ramón Falcón 2178


pudieron observar, cubierto por una manta, el cadáver de Eduardo Morgan, un
callado y apacible anciano de setenta y siete años, cuando fue retirado por
personal de la Seccional 38, de la pocos años antes denominada Policía Federal.

Conocían que la salud del viejo, por trastornos digestivos, no pasaba por un buen
momento; sin embargo, aquel fin resultaba igualmente inesperado. Se
sorprendieron más tarde, al saber que su compañero había muerto desnucado
en la bañera y que su verdadero nombre era Mateo Banks, ex penado y asesino
múltiple que, refugiado en un alias para permanecer en el anonimato, recibía en
pueril accidente una muerte violenta, como las que con tanta generosidad había
prodigado una noche, muchos años antes.

EL SPREE KILLER

Podríamos definirlo como el individuo que lleva a cabo un raid criminal: varios
homicidios en distintos lugares y en una misma acción. Se trata entonces de
aquel que por un elemento disparador, premeditado o precipitado, mata a una
persona y luego no se detiene hasta terminar con todos los eventuales testigos
que se le aparecen. Habiendo sido el hecho central una muerte, nos hemos
encontrado con casos en que, al final de los eventos, tuvimos hasta seis o siete
víctimas. Veamos uno de los casos de nuestro medio.
La noche del 26 de noviembre de 1995, fuimos llamados a participar en la
investigación de un hecho que por la magnitud de la violencia que mostraba y
las características de las víctimas, durante los días siguientes, iba a ser seguido
con mucha atención por toda la opinión pública.

En la finca señalada con el 271 de la calle Lavoisier, en Pablo Nogués, a sólo


treinta kilómetros de Buenos Aires, nos encontramos con la escena del crimen.
Atravesamos un portón bajo de madera blanca, en cuyo lado interior colgaba,
del cerrojo, un candado abierto con un manojo de llaves. En el jardín, al frente
de la vivienda, se hallaba estacionado sobre el césped un automóvil “Dodge
1500”. El chalet era modesto, típico de un barrio de trabajadores. Al ingresar
porpuerta, a la izquierda, que nos dio acceso al horror. Inmediatamente a ésta
se encontraba Jessica Noelia Miranda, de trece años de edad, vistiendo ropa
interior. Presentaba quince heridas punzo cortantes en el torso y dos disparos
en el cráneo; aún sus piernas estaban enredadas en las sábanas de la cama,
pero el resto de su cuerpo, en posición de decúbito ventral, aparecía reclinado
sobre el piso. Desde la misma ubicación veíamos, en la cama contigua, el
cadáver de Tamara Miranda, de nueve años, acostada sobre ella y con la pierna
derecha flexionada, vistiendo un pijama floreado; la pose le daba cierto aspecto
de naturalidad... parecía dormida. Presentaba nueve heridas punzo cortantes en
el tórax y un disparo en la cabeza.

En medio de las camas de las niñas, en posición de decúbito dorsal y vistiendo


un camisón, se hallaba el cadáver de Elba Nélida Valdez. Elba tenía cuarenta y
tres años, y la simple observación del cuerpo nos indicó su estado de gravidez,
estaba embarazada de nueve meses. Presentaba una serie de puntazos en el
pecho, en un espacio de aspecto circular de no más de veinticinco centímetros
de diámetro, más dos disparos en el cráneo y signos evidentes de haber sido
golpeada ferozmente en el rostro (el labio inferior partido, sangrante, y los dos
ojos muy edematizados).

Las tres tenían cortes, en manos y antebrazos, que sentenciaban maniobras de


autodefensa ante las armas blancas (posiblemente dos, por los distintos anchos
de hoja, apreciados en las heridas).

En el baño, caído sobre la precaria bañera con un único signo de violencia, un


disparo en su cabeza, en la zona parietal derecha, vestido con una camisa y un
pantalón, y calzando un par de hawaianas, yacía el cadáver de Ramón Rolando
Miranda, de cuarenta y dos años, esposo de la última y padre de las niñas.

De interesante valor criminalístico, teníamos en el dormitorio próximo a la cama


una concentración de manchas de sangre, en goteo estático, cuya morfología y
ubicación, en un rápido análisis, nos permitieron determinar que pertenecía a
Elba y que allí había comenzado la golpiza de que fuera objeto. Sobre la cama
había quedado una agenda de cuerina color marrón.
El peritaje balístico, de los proyectiles extraídos en la autopsia, llevada a cabo
esa misma tarde, dictaminó que todos los disparos habían sido hechos por una
única arma de calibre .22, probablemente un revólver.

Es de interés, para producir una hipótesis de la secuencia de los hechos, conocer


cierta información de las pormenorizadas necropsias, practicadas por el médico
legista doctor Jorge Adrián Casas. Todos los disparos de arma de fuego, a
excepción del que presentaba Ramón y uno de los de Elba, eran inocuos; esto
es, no habían producido la lesionología necesaria para generar la muerte. Es
más, uno de los proyectiles había sido rescatado en el estómago de Tamara, lo
cual indicaba que, por un acto reflejo, se lo tragó; había ingresado por el labio
inferior. Estas lesiones “...eran vitales, presentaban zona de Fish, halo
equimótico escoriativo y un tenue enjugamiento (propio del reducido calibre
empleado, .22). Ahora, las heridas de arma blanca, también vitales pero con
entidad para causar una muerte inmediata”. Debemos confesar que cuando
estuvimos en el lugar pensamos que los disparos de arma de fuego eran
remates, y que serían dos o más los homicidas. La información del doctor Casas
nos daba un nuevo panorama, ya que se podía pensar en un solo autor.
Testimonios que se fueron acumulando, de un vecino, suboficial del Ejército

¿Qué ocurrió entonces?

Creemos que los hechos se desarrollaron de la siguiente manera: al criminal le


franquea la entrada Ramón Miranda, ya que era suyo el manojo de llaves que
quedó en el portón. Allí se inicia una discusión, Ramón es conducido hasta el
baño, probablemente encañonado, y cae abatido por un único disparo cercano
al pabellón auricular derecho; no tenía lesiones de lucha o defensa. La violencia
se había desatado y no se iba a detener.

El homicida va hasta el dormitorio, donde está durmiendo Elba, la golpea y la


arrastra o empuja hasta la habitación de las niñas, que ya han comenzado a
emitir gritos en demanda de ayuda (“¡Papá!, ¡papá!”, según declaró un testigo de
la casa contigua –agreguemos que Jessica Noelia se encontraba amordazada
con una bufanda–), y abre fuego con su arma contra la infeliz mujer y las
pequeñas, que no podían quedar como testigos. Al percibir la falta de entidad en
los disparos para producir la muerte, toma posiblemente dos armas blancas y,
en una nueva acción, las apuñala hasta que fallecen.

Carlos Galván, en el diario “Clarín” del martes 23 de junio de 1998, escribía:


“José Ramón Valdez, apodado ‘Joyi’, de treinta años, acusado de asesinar en
1995 a su hermana, a su cuñado y a sus dos sobrinas, quedó ayer en una
situación comprometida. Durante la primera jornada del juicio oral y público en
su contra, varios testigos aseguraron que lo habían visto a la hora de los
crímenes en la casa de su hermana. Y el propio Valdez, en un testimonio endeble
y contradictorio, contó que estuvo ahí y que se fue de la casa con un cuchillo
ensangrentado... Valdez asegura que es inocente. Dijo que estuvo en la casa de
su hermana un rato y se fue. Y luego, cuando se dio cuenta de que se había
olvidado una agenda, volvió y encontró a todos muertos... La principal
contradicción entre sus dos declaraciones fue la del cuchillo. Hace dos años y
medio había sostenido que había sacado el puñal del pecho de su sobrina
Tamara. Ayer dijo que sí había agarrado el cuchillo, pero que éste estaba en una
cama, al lado del cuerpo de la nena...”. Sonia Lalli relató que conocía desde
hacía muchos años a José Valdez. “Esa noche no tuve dudas de que al que vi
salir de la casa era él –dijo la mujer–; le preguntaron a Valdez por qué les había
pedido a dos compañeros de trabajo que les mintieran a los investigadores sobre
la hora a la que había llegado esa noche al club, donde cumplía tareas de
vigilancia privada”. Valdez se tomó unos quince segundos para responder: “Es
que tenía miedo que me consideraran sospechoso”. Se barajaron dos posibles
móviles. Uno de ellos es que “Valdez habría estado furioso con su hermana,
porque ésta se oponía a una relación que él mantenía con una mujer...”.

En la última jornada de la audiencia oral, Valdez pidió declarar una vez más. Se
sentó frente a los jueces y se preguntó: “¿Cómo alguien puede creer que yo soy
capaz de matar a dos nenas, a dos sobrinitas mías?”. Y luego, por primera vez
en el juicio, se largó a llorar.

Uno de nosotros, el doctor Daniel Héctor Silva, médico legista y psiquiatra


forense de la Asesoría Pericial de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia
de Buenos Aires, en su peritación oficial, definió a Valdez como “portador de una
personalidad con rasgos psicopáticos, histéricos y paranoides”, y además
declaró: “No tuvo miedo... lo que le preocupó es que la gente se diera cuenta de
que él había sido el asesino”.

El tribunal de la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de San

María Susana Petriz, el 26 de junio de 1998, condenó a José Ramón Valdez a la


pena de veinticinco años de reclusión, por considerarlo penalmente responsable
de los cuatro homicidios y de la muerte de la persona por nacer.

EL HOMICIDA SERIAL

Como ya dijimos, el homicida serial habrá de llevar a cabo un mínimo de tres


acciones diferentes, con intervalos fríos (cool-off). En cada una de ellas puede
producir más de un homicidio.

Habitualmente, cada criminal de este tipo tiene una especie de comportamiento


y un ritual que le son característicos, y que mantiene inalterados durante la
secuencia de homicidios; del análisis de aquéllos puede elaborarse un perfil
psicológico del homicida. Sobre estas bases, el FBI ha creado el Centro Nacional
de Análisis de Crímenes Violentos (National Center for Analysis of Violent Crime
–NCAVC–) y el Programa de Captura de Criminales Violentos (Violent Criminal
Apprehension Program –VICAP–). Este último se basa en un sistema informático
que, recogiendo los datos proporcionados por las agencias policiales y forenses,
compara las características de los episodios que representan la mayor cantidad
de hechos en común, elaborando un identi-kit psicológico del posible autor de un
crimen.
A partir de estos perfiles se ha efectuado una clasificación de los homicidios,
dividiéndolos en dos categorías principales: organizados y desorganizados.
Estas formas tienen correspondencia con patologías psíquicas puntuales y
determinadas por los estudios efectuados a aquellos asesinos seriales que han
sido aprehendidos; así, se ha concluido que preponderan dos identidades
patológicas fundamentales.

Los homicidas desorganizados son llamados habitualmente asesinos psicóticos;


corresponden, en algunos casos, a cuadros de esquizofrenia paranoide.

El homicida organizado, también reconocido como homicida perverso, se


encuadra precisamente dentro de las personalidades psicopáticas (trastornos
antisociales de la personalidad, etc.), también identificadas como perversas o
desalmadas en la clasificación de Schneider. Estas personalidades están
asociadas a parafilias, sobre todo algolagnia activa, que finalmente los conducen
al crimen sádico.

En estos individuos no existe una causa extrínseca para su comportamiento, sino


que su motivación está dirigida por sus complicadas razones internas; matan por
una ganancia psicológica, y ésta es generalmente sexual; de hecho, se ha
podido comprobar que muchos de los homicidas seriales son parafílicos.

Aquí queremos agregar que si bien la costumbre argentina, derivada de sus


orígenes europeos, reconoce como asesino a quien mata por dinero, lo cual no
es el caso, la popularización del vocablo nos lleva a usar los términos asesino
serial (AS) u homicida serial (HS), indistintamente.

Tomando la clasificación antes citada, haremos algunas consideraciones


diferenciales. El asesino en masa suele victimizar a cualquier grupo de personas
por alguna razón que considere justificable ideológicamente, inclusive llega a
ocasionar la muerte de su propia familia, si encuentra un fundamento para ello.
Se ha observado que muchos de estos individuos habían pertenecido a las
fuerzas armadas, o de seguridad, y participado en combate o acciones de tipo

Al spree killer (también llamado asesino entretenido, asesino itinerante o “raid


criminal”) no le interesa la identidad de sus víctimas; obviamente puede ser
cualquiera que se cruce en su camino, a posteriori del hecho que llamaremos
central u original. Siendo su objetivo eludir la acción de la justicia,
consecuentemente eliminará testigos o personas que lo puedan relacionar con
aquel evento.
Por el contrario, el homicida serial organizado, por ejemplo, mata por
motivaciones internas que lo llevan a elegir cuidadosamente sus víctimas y a
planificar sus acciones con sumo detalle, teniendo en todo momento el control
de la situación. En cambio, el asesino itinerante no controla la situación creada.
Ocasionalmente un asesino serial se convierte en itinerante, si sus acciones son
descubiertas y se ve obligado a huir, matando en su camino.
La experiencia nos indica que, en general, una característica distintiva del
homicida serial será la territorialidad; es decir, la concentración de los hechos en
una geografía determinada, no existiendo parámetros para su dimensión (barrio,
partido, ciudad, etc.).

La experiencia indica también que, con mucha frecuencia, las acciones de los
asesinos en masa y de los itinerantes culminan con el suicidio del agresor.

Dadas las características de estos crímenes (agresor desconocido, víctima


elegida al azar, etc.), el índice de resolución es bajo y, por ende, las cifras sólo
pueden ser inferidas. La principal fuente de datos de que disponemos está
constituida por los “Uniforms Crime Reports”, publicados anualmente por el
Departamento de Justicia de los Estados Unidos. En estos informes se incluyen
los homicidios sin razón aparente, o sea, aquellos donde no se ha podido
comprobar la relación conocida entre víctima y victimario (entre ellos se
encuentran los cometidos por AS). Con los datos que siguen, puede
comprobarse un alarmante aumento del número de estos crímenes, tanto en
cifras absolutas como en relación con el número de homicidios en general.

En los últimos años, se duplicó la tasa de homicidios de adultos y, también, la


tasa de homicidios cometidos por extraños.

Cuando se analizan las cifras de homicidios en general, respecto de los


homicidios en serie pueden apreciarse diferencias importantes.

¿Sabemos sobre víctimas de homicidas seriales? Evidentemente no. Existe un


desconocimiento de su problemática, del dolor que experimentan ante el
homicida y ante la reacción social o institucional.

La víctima que sobrevive es, con su denuncia, una parte esencial en la reacción
institucional de los investigadores; permite el conocimiento del hecho, del
homicida y fundamentalmente, con la información que acerca, evita nuevas
víctimas.

1. FASES EN LA ACCIÓN HOMICIDA, SEGÚN NORRIS

El asesino serial típico sigue un modelo gradual de desarrollo, que ha sido


descripto en siete fases por el doctor Joel Norris, uno de los principales expertos
estadounidenses en el tema. Según Norris, las siete fases clave en los
asesinatos seriales son las siguientes.

a) La fase áurea

El proceso se inicia cuando un potencial asesino comienza a retrotraerse y


encerrarse en su mundo de fantasías. De modo externo, puede aparecer como
perfectamente normal. Pero en su interior, sin embargo, existe una zona oscura
donde la idea de matar se va formando. Su contacto con la realidad se debilita,
y su psiquis comienza a ser dominada por sueños diurnos de muerte y
destrucción, hasta convertirse en una verdadera compulsión.

b) La fase de pesca

El asesino serial comienza la búsqueda de una víctima en aquellos sitios donde


cree que puede hallar el tipo preciso de persona, de la misma manera que un
pescador busca el río o el lugar en donde arrojar su espinel. Según sus
necesidades elegirá el lugar y allí, muy probablemente, termine por marcar a su
presa.

c) La fase de seducción

Por las características psicopáticas de su personalidad, con frecuencia, el


asesino siente un placer especial en seducir a sus víctimas y atraerlas hacia sí,
generando un falso sentimiento de seguridad en ellas, evitando sus
prevenciones o sus defensas. Su encanto superficial y una apariencia de ser
confiable le permiten convencer a su víctima, para que entre en intimidad con él.

d) La fase de captura

El próximo paso consiste en cerrar la trampa que ha tendido para sus

víctimas. Aterrorizar forma parte de su juego.

e) La fase de asesinato

El momento de la muerte es el clímax, la suma del placer que buscaba desde


que comenzó a fantasear con la idea del crimen, el cual es sin duda un sustituto
sexual. Es frecuente que muchos psicópatas experimenten un orgasmo,
mientras ejecutan a sus víctimas de acuerdo con sus preferencias homicidas:
asfixiando, golpeando, hiriendo o quemando.

f) La fase fetichista

Dada la escasa duración del placer, para prolongar la experiencia y ayudarse a


rememorar el acto, durante el período previo al siguiente hecho – latencia
homicida–, el hacedor guardará un fetiche, un objeto asociado simbólicamente

g) La fase depresiva

Es el equivalente al agotamiento poscoital. Este período puede ser tan profundo,


en cuanto a su sentimiento y desgano, que inclusive puede intentar suicidarse.
Sin embargo, la respuesta más frecuente consiste en un renovado deseo de
cometer un nuevo hecho, que consideramos correcto llamar volición homicida
recurrente.
Otra diferencia con los homicidios ordinarios, cometidos con armas de fuego en
más del 60% de los casos, es que en los homicidios seriales existe un mayor
contacto físico entre víctima y victimario, utilizándose armas blancas,
estrangulación a mano o con lazo, o múltiples traumatismos contusos para
causar la muerte. El envenenamiento, por otra parte, es la metodología utilizada
en las escasas situaciones de homicidas femeninas, demostrativo de un menor
nivel de violencia en la acción (45% de los casos estudiados).

Tortura previa a la muerte. Es muy común la tortura previa a la muerte y, esa


tortura, representa la exteriorización de una motivación parafílica sádica. En
otras ocasiones, la muerte se constituye en un mecanismo para obtener un
cuerpo con propósitos necrofílicos (necrofilia homicida).

2. Características psicofísicas más frecuentes en los homicidas seriales.

La mayoría de los AS encuadra dentro de un patrón típico. Habitualmente se


trata de hombres jóvenes, caucásicos en el 85% de los casos, de entre
veinticinco y treinta y cinco años de edad en el momento de cometer su primer
crimen. Los heterosexuales eligen a mujeres como víctimas, en general,
mientras que los homosexuales matan a individuos del mismo sexo. La mayor
parte comete homicidios dentro de su mismo grupo étnico, a excepción de los
psicópatas fanáticos racistas.

Con mucha frecuencia, son individuos inteligentes y con coeficientes


intelectuales que exceden al resto de los criminales comunes, e inclusive –
comparándolos con la población no criminal– un buen porcentaje de ellos tiene
niveles de inteligencia superiores o muy superiores.

En una de sus variedades –los organizados–, seleccionan de manera cuidadosa


a sus víctimas, quienes frecuentemente encuadran dentro de determinadas
características (tipo físico, edad o profesiones determinadas). Recordemos a
“Ted” Bundy, quien elegía como víctimas a mujeres jóvenes de cabello largo y
peinado con raya al medio, siendo esta elección fundada en las fantasías que,
como veremos, constituyeron la piedra angular de su conducta criminal.

En su mayoría son primogénitos, sin defectos físicos, tienen apariencia


agradable y provienen, en el 80% de los casos, de la clase media o media alta;
además, su conducta social no se diferencia de la de cualquier otro individuo de
su medio.

Debe tenerse bien presente que el asesino serial ejecuta una refinada operación
mental, un trabajo artístico que aterra y seduce a quienes lo contemplan. Sin
motivos aparentes, y con gran esmero y perfeccionismo, el homicida serial es el
prototipo del criminal puro, mata sólo por el placer que le produce el sufrimiento
ajeno.

En los Estados Unidos, se estima que cualquiera de los componentes de una


familia tipo de cuatro integrantes tiene un 37% de posibilidades de cruzar o
conocer a un asesino serial durante su vida. Más allá de las clasificaciones
genéricas, los especialistas en perfiles criminales del FBI siguen parámetros
científicos, estadísticos y psicológicos, para entender el comportamiento criminal
y lograr un retrato del asesino. Es un procedimiento complejo que incluye tanto
intuición como ciencia, para interpretar cada jugada en este ajedrez imaginario.
En ciertos casos, los resultados pueden parecer sobrenaturales.

A causa del brutal asesinato de una niña de doce años, la policía de un pequeño
pueblo del sur de los Estados Unidos pidió el apoyo de la unidad especial del
FBI. John Douglas indicó que el asesino de la niña era un hombre blanco,
divorciado, que manejaba un automóvil negro o azul, trabajaba de obrero, había
sido dado de baja deshonrosa del ejército, conocía a la víctima y tenía
antecedentes por delitos sexuales.

Sobre la base de ese retrato, los policías identificaron y arrestaron al asesino: un


hombre blanco, divorciado, que manejaba un “Ford” azul y había trabajado en la
casa de la víctima podando árboles. El homicida había sido expulsado del
ejército por haber estado implicado en un caso de violación. Trabajando con
métodos similares, el psicografólogo italiano Francesco Pesce determinó que los
raptores de Aldo Moro, el presidente de la Democracia Cristiana secuestrado por
las Brigadas Rojas, eran orales puros. A los orales puros les atrae el agua por
sobre todas las cosas; por eso, era lógico buscar el escondite en un lugar cerca
del mar y peinar los bares de la costa. Si la policía italiana hubiera tomado en
serio el método de Pesce, probablemente habría dado con el paradero de Aldo
Moro.

El primer retrato acerca de la conducta de un asesino serial lo realizó James


Brussel en 1957, cuando Nueva York fue asolada por un psicópata a quien la
prensa bautizó como “El bombardero loco”, porque había colocado más de
treinta bombas caseras en un período de quince años. Como la investigación no
avanzaba, la policía pidió la colaboración del doctor Brussel. Después de
estudiar los escenarios de los atentados y las cartas que el terrorista enviaba a
los diarios, Brussel recomendó a la policía que buscara a un hombre de mediana
edad, católico practicante, soltero, descendiente de europeos orientales,
residente en Connecticut y que viviera con un hermano o una hermana. “Cuando
lo encuentren, es posible que vista un traje de color azul, cruzado”, dijo el doctor
Brussel.

Cuando los policías detuvieron a George Metesky, un solterón de cuarenta y


cinco años, hijo de inmigrantes polacos, que vivía en Connecticut y asistía a la
iglesia, comprobaron que en lo único en que Brussel se había equivocado era en
decir que vivía con un hermano o una hermana, porque habitaba con dos
hermanas solteras. Cuando Metesky fue arrestado, vestía un traje cruzado de
color azul. El asombroso diagnóstico de Brussel se reconoce, universalmente, a
modo de paradigma de una técnica que, hoy en día, se utiliza como una de las
armas más potentes en la cacería de los asesinos seriales: el perfil psicológico,
sobre el cual volveremos más adelante.

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