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Cómo planear una escena

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Escribir no es una acción simple, sino un agregado de acciones pequeñas –invención,
planificación, narración, revisión, etc.– que se suman para dar el resultado que ves
sobre el papel. Estas acciones no las puedes realizar simultáneamente, pues
perderás mucha eficacia, te bloquearás y el proceso te resultará muy costoso. Si las
separas puedes hacer que la escritura sea más sencilla y placentera.

Si dedicas quince o veinte minutos a definir la escena y cada elemento de que se


compone, la narración saldrá casi sola y solo tendrás que preocuparte por el
lenguaje que utilizas. Por el contrario, si te lanzas a escribir con solo una vaga idea,
es probable que pierdas mucho tiempo lidiando con pequeños problemas que van
asaltándote a medida que escribes, que te bloquees a mitad camino o que produzcas
muy pocas palabras por hora, agotado por el esfuerzo de planificar y escribir a la
vez.

Con la plantilla y esta mini-guía quiero darte todas las herramientas que necesitas
para preparar tus escenas y multiplicar así el número de palabras que puedes
escribir por hora. Rellena todos los campos de la plantilla y siempre sabrás qué
escribir cuando te encuentres ante la hoja en blanco.

Para acceder a la plantilla en línea, haz clic en este enlace: Google Spreadsheets:
Plantilla planificador de escenas – WriterMuse. Puedes copiarla a tu unidad de
Google Drive desde Archivo > Crear una copia, o bajarla como archivo de Excel o PDF
si vas a Archivo > Descargar como.

Si quieres descargar de nuevo la plantilla en PDF la puedes encontrar aquí: Plantilla


de escena – versión imprimible o rellenable en PDF.
Toda escena debe servir un propósito a la trama. Esto no significa que tengas
que convertir tu novela en un Fast & Furious repleto de explosiones, persecuciones
de coches, discusiones con portazo…, sino que cada escena debe tener una misión
relacionada con el argumento del libro.

Si tu escena no cumple ninguna misión, es probable que te encuentres ante un mero


ejercicio literario que distraerá o confundirá al lector, que puede ser bello, pero que
deberás sacar de tu novela (y guardar para un futuro proyecto: nunca se sabe). Estas
son las misiones, en términos generales:

1. Proporcionar información que avanza la trama.


2. Complicar o introducir un problema (principal o secundario).
3. Resolver una situación positiva o negativamente (éxito o desastre).
4. Enseñar la reacción de los personajes ante lo acontecido.
5. Dar un objetivo al personaje o personajes principales.
6. Profundizar en los personajes o en las relaciones entre los personajes.
7. Introducir al lector en el mundo.

¿De qué manera vas a contar este episodio? ¿Con humor, ironía, melancolía? ¿Qué
transmite tu lenguaje, ligereza o algo profundo e inenarrable?

Por lo general, yo dejo que la escena se exprese de la manera que me parezca más
adecuada en ese momento, y el tono lo descubro después. Sin embargo, es muy útil
que estés atento a este elemento para reconocer cuál es el tono predominante de tu
libro y analizar si es o no el más apropiado en esa escena y en el libro. También te
ayuda a decidir si después de mucho dramatismo sería apropiada una escena más
ligera o si por el contrario estás siendo demasiado irónico y el lector no puede
sumergirse en la tragedia.

La casilla de tono puedes rellenarla antes o después de montar tu escena, según si te


dejas llevar o prefieres clarificarlo previamente.

Dónde tiene lugar la escena: un pueblo manchego, la nave espacial Andrómeda, el


desordenado cuarto de María…

Te recomiendo que lleves al día esta casilla para que después no cometas errores a
lo largo de la narración, sobre todo si tus personajes se trasladan constantemente o
si la narración es de tipo viaje del héroe, en la que un día está aquí y otro allá.

Además de evitarte problemas más adelante, rellenar esta casilla te ayudará durante
la revisión a determinar los movimientos de tus personajes: si tienen sentido
geográficamente y respecto a la historia en general, o también si pasan demasiado
tiempo enclaustrados en un lugar concreto, sin que esto aporte nada sustancial a la
trama.

Cuándo tiene lugar la escena. Descríbelo en términos concretos (15 de enero del
2250 o el año 1100 de la Tercera Edad) y relativos (dos horas más tarde), e incluso
en términos estacionales (primavera).

Podrías pensar que si no escribes novela policíaca o de misterio, donde la acción


generalmente está estrechamente vinculada a los tiempos en que suceden los
acontecimientos, no es tan necesario llevar la cuenta: pero sí, sí lo es, porque en una
escena puedes haber decidido que el otoño le daría un toque melancólico perfecto y
en la siguiente los personajes sufren un tórrido calor de verano, o puedes comentar
con ligereza que transcurren un par de meses y olvidarte de que el embarazo va por
el décimo mes ya. Conocer los tiempos también ayuda a imaginar la vida interior de
los personajes y el progreso de sus relaciones. No es lo mismo que transcurran tres
días desde que se han visto los enamorados a que hayan transcurrido tres meses.

Igual que con el lugar, evita muchos quebraderos de cabeza tener los tiempos bien
claros, para que no se presenten después errores que puede que tengan difícil
solución.

Qué personajes aparecen en esta escena y cuál (o cuáles) utilizarás como punto de
vista. No te recomiendo que cambies de punto de vista dentro de una misma escena,
ya que no resulta fácil hacerlo elegantemente y tiende a confundir al lector.

Si narras en primera persona, tu punto de vista será siempre el personaje que narre.
Si narras en tercera, idealmente el personaje-punto de vista deberá ser el que
más tenga que ganar o perder en una escena, sobre el que impacten más los
sucesos, pero no siempre es así: por ejemplo, puedes querer enfatizar la reacción de
un guardia de prisión que ve cómo dos reos dan una paliza a otro. Lo que debes saber
es que el punto de vista determinará cómo experimenta el lector la escena, así que
puedes probar diferentes alternativas hasta dar con la que funciona mejor con el
efecto que pretendes producir con esta escena y con la novela en general.

No solo a la hora de escribir sino también durante la revisión te resultará útil saber
qué personajes actúan en cada escena: te hará saber si un personaje principal recibe
menos tiempo que un secundario o te mostrará que en la resolución acaba llevando
la batuta un impostor en lugar de tu héroe. También observar de un rápido vistazo
quién es el personaje-punto de vista te ayudará a identificar un posible desequilibrio
no intencionado.
Ahora llegamos al meollo del asunto, la parte que no puedes dejarte por completar
bajo ninguna circunstancia. Los otros campos es conveniente que antes o después
los rellenes, pero los objetivos tienes que tenerlos claros desde el principio,
pues determinarán enormemente el resultado de lo que vas a escribir.

El objetivo de un personaje, enfrentado al objetivo de otro, a las circunstancias o a


su propia psique obstaculizadora, dará lugar al conflicto, que es la salsa de la vida
novelística.

Una escena sin objetivos nos muestra a personajes con los que no empatizamos y
que nos resultan anodinos. Si la primera cita de una pareja resulta en una velada
ideal en la que los objetivos de ambos están perfectamente alineados, es probable
que nos aburramos. No es necesario que choquen frontalmente, pero no puede
olvidarse la tensión dramática, y esa tensión surge de objetivos dispares o
enfrentados.

Recuerda que no siempre nuestros objetivos son evidentes para nosotros mismos,
por lo que tus personajes pueden tener un objetivo inconsciente («que me
quieran») y mostrar una actitud aparentemente contraria a ese objetivo (actuando
fríamente y con desapego).

Podrías escribir una novela en la que el protagonista es alguien a quien le suceden


cosas, que nunca toma partido por nada y se deja llevar por la corriente, pero en tal
caso tendrás una novela muy atípica y de difícil acogida, una apuesta arriesgada,
que podría ser un éxito si tu lenguaje y tu estilo lo permiten.

Un ejemplo: una pareja discute (amigablemente o no) a dónde irán


de vacaciones. Ella quiere ir a la playa y él a la montaña: el típico
choque pre-vacacional.
El conflicto se da cuando el objetivo de un personaje se encuentra con el objetivo
de otro, o con unas circunstancias que lo obstaculizan. Puesto que ninguna
persona es exactamente igual a otra ni quiere exactamente lo mismo, siempre hay
un grado de conflicto en todos los encuentros.

El conflicto no es siempre explícito, sino que en ocasiones toma la forma de una


tensión determinada: el lector intuye que cierto punto va a abrir una brecha,
pero esta todavía no es visible. En la vida real abundan más las tensiones que los
conflictos abiertos, pero en la narrativa tienden a estallar –a soltar la energía
acumulada, en una dirección u otra–, y de hecho el lector espera que lo hagan (como
la famosa pistola de Chéjov, que una vez mostrada en un acto debe ser disparada en
el siguiente).

Hay escenas en las que no existe el conflicto ni la tensión (un breve intercambio con
el cartero, una charla de ascensor), pero salvo que sepas lo que estás haciendo y
busques un efecto muy concreto, no te aconsejo que las incluyas en tu narración,
pues la historia perderá fuelle y el lector se quedará confundido: ¿qué propósito
sirve esta charla banal entre vecinos?

Nuestra pareja del ejemplo de antes pueden tener un conflicto


porque cada uno quiere viajar a un sitio.
Pero el conflicto no tiene por qué ser tan evidente ni los objetivos
tan dispares. Digamos que ambos son muy de playa y ella ha
dado por supuesto que irán a darse un chapuzón y ha hecho
planes sin consultar: al otro puede molestarle que no le haya
preguntado su opinión, y ahí aparece el conflicto.
Cada escena es una historia con su introducción, nudo y desenlace, por lo que tienes
que prestar atención a cómo se resuelve la situación que presentas en el inicio para
que todo encaje. Además, es más fácil empezar a escribir cuando sabes a dónde
quieres llegar.

El final de una escena, salvo que te encuentres cerca del final de la narración,
termina insinuando la escena siguiente o planteándole una pregunta al lector.
Puedes incluso cerrar con un cliffhanger (literalmente «colgando de un precipicio»),
un momento en el que le niegas la resolución al lector y le obligas a seguir leyendo
para saber qué sucede.

La resolución no tiene por qué ser completa ni positiva; de hecho, te recomiendo


que permitas al protagonista obtener resoluciones satisfactorias solo a partir del
último tercio de la historia.

Nuestra pareja se marcha a trabajar con un leve mosqueo que se


convertirá más adelante en una tormenta; o tal vez este pequeño
desacuerdo es la gota que colma el vaso y se desencadena una
discusión acalorada.

Las subtramas son las historias secundarias que nutren y se nutren de la trama
principal. No son episodios anecdóticos y desconectados de la historia, sino que se
relacionan con el tema y el efecto que quieres conseguir en la narración.
Si tienes ante ti una historia compleja, te recomiendo que anotes cada subtrama en
las escenas correspondientes. Si puedes, escribe o subraya cada una con un color
distinto para poder tener una visión global de la historia de un vistazo. Esto te
ayudará a identificar si hay una subtrama que aparece en demasiadas escenas o que
se insinúa al principio y luego se olvida completamente.

Un amigo de la pareja que está pasando por un divorcio puede


ser parte de una subtrama cuyo fin último sea enseñarles a
nuestros protagonistas el efecto de la incomunicación. Se cruza
otra subtrama del coche averiado y el esfuerzo económico que le
supone a la pareja y que repercute en la tensión de su relación.

Medita qué espacio y qué circunstancias ambientales podrían ser las más
idóneas para transmitir un efecto determinado. Si dedicas unos momentos a
situarte mentalmente en el espacio que van a habitar tus personajes, podrás extraer
detalles que te ayudarán a ambientar la escena para el lector.

Si bien hay campos que te recomiendo que rellenes siempre antes de embarcarte en
la escritura, el campo de Ambientación puede que no sea necesario en la primera
toma o que, si eres de los que planean poco, no necesites rellenarlo en ningún caso,
que venga a ti sobre la marcha. Sin embargo, también puede ayudarte en sucesivas
escenas o durante la revisión para percatarte de coincidencias entre escenas, que
pueden aprovecharse o deben eliminarse, o de si favoreces unos sentidos sobre
otros (suele ser el caso de la vista sobre todos los demás).

En el caso de la discusión de nuestra pareja, puedes representarla


en el salón de su casa, un espacio íntimo con el potencial de
traerles memorias que podrían añadir leña al fuego. ¿Qué te
sugiere ese salón? ¿Calidez o funcionalidad? ¿Muchos recuerdos
compartidos o más bien pocos? ¿Se huele el guiso desde la
cocina o gira el plato del microondas? ¿Se oye a los vecinos?
Si eres como yo y te gusta planear la novela de cabo a rabo, es probable que tengas
claro desde el principio qué objetos, personajes y situaciones van a ser importantes.
Aquí entran en juego las prefiguraciones: elementos que, al comienzo de la
lectura, no parecen tener un significado especial, pero que cuando se conocen
más datos adquieren resonancia, normalmente hacia el final del libro.

Las prefiguraciones no tienen por qué ser explícitas, abrecartas que después se
revelan como armas homicidas: pueden ser simplemente metáforas de cosas que
están por venir, por ejemplo, el fuego de la lumbre, siempre símbolo del hogar, que
el protagonista se ve obligado a abandonar y al que retorna.

Las prefiguraciones suelen planearse una vez escribes el primer o segundo


borrador, cuando conoces bien la historia y ya has descubierto todos los detalles,
por lo que no es necesario que los planifiques todavía en tu escena, pero si tienes
claro que un elemento tendrá importancia en la trama, inclúyelo ya en tu
planificación para aprovechar al máximo su efecto.

Para la historia de nuestra pareja de vacaciones, podríamos


plantar la prefiguración de la ruptura sacando a la luz unas fotos
de ella años antes de conocerle a él. O podríamos anticipar la
reconciliación mostrando una camisa que a ella le gustaba y él ya
no se pone, arrugada en un rincón del armario. El objeto volverá a
aparecer cuando se reencuentren: él se habrá acordado y la
llevará puesta.

Esta es posiblemente la parte más difícil de definir para tu propio relato. El subtexto
es aquello que se lee entre líneas, lo que comunica tu historia por debajo de la acción.
Es el subtexto de lo que estás contando lo que te impulsa a escribir, no la historia tal
y como se ve en la superficie. Son los ideales, las sensaciones y las formas de ver la
vida que te llevan a querer contar esta historia en este preciso momento.

Puede que conozcas el subtexto mucho después de haber escrito tu historia o que
no llegues a planteártelo nunca: escribes tu historia porque era lo que necesitabas
escribir.

Este campo, si lo prefieres, puedes dejarlo vacío, pero si lo analizas, en el primer,


segundo o vigésimo borrador, puede que llegues al meollo de la novela y a través de
él consigas potenciar la historia que hay en la superficie para que la lectura del
subtexto sea más profunda.

La pareja que se va de vacaciones y acaba discutiendo podría


mostrar la dificultad de comunicación entre hombres y mujeres o
entre el Ego y el Otro, o la necesidad de escuchar más allá de lo
que dicen las palabras, o podría hablar de cómo el Inconsciente
domina nuestros actos… Hay una infinidad de subtextos, lecturas
profundas, que se pueden hacer, dependiendo de la forma que
tome nuestra historia.

En el apartado de acción, el más extenso de todos, te recomiendo que escribas casi


un guion de cine: ella hizo esto, él hizo aquello, después él dijo tal y ella cual…

Anota cada uno de los pasos que dan tus personajes y resuelve ahora los
problemas con los que te encuentres. Dedícale una hoja entera o más si hace falta,
hasta que sientas que todo está claro y bajo control, y hasta que tengas ganas de
ponerte a escribir porque ya nada te lo impide.

La clave es conocer exactamente cómo llegarán tus personajes del punto A al punto
B para evitar quedarte bloqueado mientras escribes pensando cómo resolver el
entuerto.
Llega mi parte favorita, que he dejado para el final.

El «toque mágico» es el elemento que te ilusiona, que hace que quieras escribir
esa escena; es una revelación que sorprenderá al lector, una línea de diálogo que te
emociona, el momento en que evoluciona un personaje, el instante del casi-beso, la
muerte trágica de un compañero, la victoria cosechada a un alto precio.

Seguramente ya haya en tu novela una o varias escenas tocadas por la varita mágica,
que lleves contigo cada vez que te sientas a escribir, deseando llegar allí y crear algo
memorable, pero seguramente no tengas un momento mágico en cada una de tus
escenas.

Pues lo que quiero que hagas, que es más importante que todo lo que te he contado
hasta ahora, es encontrar el toque mágico de cada escena, y eliminar o
modificar las escenas que no te ilusionen.

Puede parecer difícil, pero lo que es verdaderamente difícil es intentar escribir


una escena que no te entusiasme.

El primer ingrediente de toda buena sesión de escritura es el entusiasmo, y el


entusiasmo se puede y se debe buscar, igual que la inspiración.
¡Hola!

Me llamo Marta, y estoy detrás de WriterMuse, un sitio


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creatividad al máximo y escribir más y mejor. Sígueme
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Gracias por leerme. ¡Nos vemos pronto!

Un abrazo,

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