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Los expertos coinciden en que lograr una empresa libre de habladurías es poco
menos que imposible. Pero sí se puede intentar minimizar su impacto. Marc
Vigilante aconseja “ser muy claros en la comunicación interna y no dar nunca por
supuesto que el mensaje ha llegado y ha sido entendido”.
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Nacho Rodríguez Velasco, sin embargo, no cree que haya que vivir obsesionado con
los rumores. “En todo proceso de comunicación es inevitable que se produzcan
distorsiones. Hay que aprender a convivir con ellas y tratar de mitigarlas”. ¿Cómo?
“Con más comunicación, más transparencia y espíritu crítico para reconocer los
errores”, resume. Los nuevos canales como los blogs o las redes sociales
corporativas juegan un papel destacado en esa gestión del runrún porque ayudan a
democratizar el flujo comunicativo. “Pasaron los tiempos en los que la
comunicación interna era un PDF con el comunicado oficial de la compañía. Ahora
el diálogo es abierto y bidireccional. Las personas pueden preguntar y la empresa
explicarse de un modo más ágil y espontáneo”, asegura el director de comunicación
de ING Bank.
Los empleados más tóxicos suelen ser los primeros sospechosos cuando se busca el
origen de la cadena de rumores. “Un entorno desfavorable, problemático o dañino es
caldo de cultivo para la rumorología porque las personas están a la defensiva y
expectantes de noticias”, comenta Marc Vigilante. Las venganzas personales
también pueden ventilarse en forma de bulos, con los que se trata de desacreditar a
un compañero o jefe ante terceros. Miriam Ortiz de Zárate recomienda cortarlos de
raíz. “Si alguien te está contando un chisme de otra persona, pregúntale por qué lo
está haciendo y déjale claro que tú no vas a contribuir a propagarlo”.
En ocasiones excepcionales puede suceder que sea la propia empresa quien
deliberadamente ponga en circulación un rumor con fines interesados. “Es el mismo
procedimiento que siguen los políticos. Se lanza un globo sonda para calibrar el
impacto que podría tener en la organización una determinada medida. Se filtra una
posible supresión de la jornada reducida o un cambio en la política de incentivos, y
en función de si la reacción que provoca en la plantilla es más o menos combativa se
decide si se hace o no”, expone la coach Ortiz de Zárate. Una forma de actuar opaca
y escasamente ética que poco a poco va quedando superada. Y es que, recalca Paco
Muro, una cultura organizativa aliente más o menos la circulación de rumores
depende en gran medida de la credibilidad que esa compañía sea capaz de generar
entre sus trabajadores. “El problema es que muchos empleados no han visto nunca al
primer ejecutivo de su empresa, ni siquiera en vídeo. Y así resulta más difícil confiar
en alguien”.