Está en la página 1de 78

LITERATURA

ALFAGUARA
31

'^ Peter Ha-ndke nació en Griffen (Austria)


en l-?42. Es uno de los autores de lengua ale-
mana más conocidos y traducidos en la actualidad.
A su obra novelística, teatral y cinematográfica
le acompaña'el éxifo a la vez que el escándalo..
H;i obtenido los más importantes galardones lite-
rarios del*mundo germanq,''El miedo del portero
al penalty marca el inicio de su madurez estilís-
tka-y,ha sido llevada al cine por Wim Wenders.
El despido de su.-trabajo de mecánico a
Joscf Rloch. antiguo portero de un equipo de
fútbol, le «pone el inicio de una etapa "en la que
' nada encaja de manera clara y que se desenvuelve
por cauces dolorosos a la vez que distantes. Con
* precisa minuciosidad Handke no?'entrega un de- :
licado contrapunto entre ,1a ruptura interior^y"
•^J¡ inundo exterior que iSarcan cada movimiento
l
. f p'ensamientó del personaje.

trgdtq/wn de Pilttr Fernández - Galiana


Cuando Peter Handke publica El miedo
del portero al penalty ya había alcanzado amplio
íenombfe, en la literatura alemana, pero es esta
novela, precisamente, la que marca su madurez
estilística. Josef Bloch, actualmente mecánico y
anteriormente portero de un equipo de fútbol,
es despedido de su trabajo sin que se llegue a
saber por qué. A partir de ese momento nadie
conocerá ya las causas de lo que ocurre. Bloch,
desde el momento que entra en contacto con el
lector hasta que se separa del mismo, vive con
concentrada escrupulosidad todos sus momentos,
deteniéndose en cada uno de ellos pero atrave-
sándolos como si un velo algodonoso lo envol-
viera todo. Handke, poniendo al servicio del
relato una minuciosidad casi microscópica, sigue
. las Devoluciones de Bloch primero en la ciudad
y después en una pequeña población provinciana
cerca deja frontera. Ni el cine, ni el crimen, ni
el viaje, ni los avatares de la posada en la que
se instala, nada parece llegar hasta el protagonis-
ta de una manera directa o clara. Cada frase
hecha, cada palabra dicha al azar por él o por cual-
quier interlocutor, le presenta una duda, le pa-
rece ajena y vacía. Los únicos elementos que se
le ofrecen más o menos aprehensibles, son unos
recuerdos esporádicos de su época de futbolista
que tampoco forman un eje al cual pueda asirse.
Así, el dogjjBvolvimiento de cada jornada, pese
a su minuciosa descripción, se ve roto por la dis-
gregación, por la dispersión, por la inconexión
:en que Bloch sumerge todo, sin llegar a saber la
impd£tí«jc¿a que cada elemento tiene frente a los
• demás o en sí mismo. El resultado es una novela
OTRAS OBRAS DEL AUTOR:
DIE HORNISSEN
El miedo del portero
DER HAUSIRER
DER KURZE BRIEF ZUM LANCEN ABSCHIED al penalty
BEGROSSUNG DES AUFSICHTSRATS
CHRONIK DER LAUFENDEN EREIGNISSE
WUNSCHLOSES UNGLÜCK
FALSCHE BEWEGUNG
ALS DAS WONSCHENRNOCH GEHOLFEN HAT
DIE STUNDE DER WAHREN EMPFINDUNG *
DIE LINKSHÁNDIGE FRAU

* Próximo a publicarse en esta misma colección.


Peter
LITERATURA
ALFAGUARA

DIRECTOR: EDUARDO NAVAL

Handke
El miedo del portero
al penalty

Traducción de Pilar Fernández - Galiana

EDICIONES
ALFAGU¿
S.(^H>
BRUGUERA
TITULO ORIGINAL:
DIE ANGST DES TORMANS
BEIM ELFMETER
El miedo del portero
al penalty

SUHRKAMP VERLAG
FRANKFURT AM MAIN 1970
ALLE RECHTE VORBEHALTEN
DE ESTA EDICIÓN:

EDICIONES
ALFAGUARA

AVENIDA DE AMERICA, 37
EDIFICIO TORRES BLANCAS
MADRID-2
TELEFONO 416 09 00
1979
ISBN: 84-204-2510-9
DEPOSITO LEGAL: M. 4.411/1979
LA MAQUETA DE LA COLECCIÓN
Y EL DISEÑO DE LA CUBIERTA ' «El portero miraba cómo la pelota rodaba
ESTUVIERON A CARGO DE
ENRIC SATUE ® por encima de la línea...»
PARA LA COMPOSICIÓN TIPOGRÁFICA
SE HA UTILIZADO TIPO GARAMONT
CUERPO 12
PARA LA CUBIERTA
SE UTILIZO PAPEL ACUARELA
PAPELERA PENINSULAR
Y PARA EL INTERIOR
PAPEL OFFSET EDITORIAL AHUESADO
DE 100 GMS
DE TORRAS HOSTENCH, S.A.
A, .1 mecánico Josef Bloch, que ha-
bía sido anteriormente un famoso portero de
un equipo de fútbol, al ir al trabajo por la
mañana, le fue comunicado que estaba des-
pedido. Sea como sea, Bloch lo interpretó así,
cuando al aparecer por la puerta de la garita
donde los obreros estaban descansando, sola-
mente el capataz levantó la vista del almuerzo,
así que se marchó de la obra. En la calle alzó
el brazo, pero el coche que pasaba por allí en
aquel momento no era un taxi —tampoco lo
hubiera sido si Bloch no hubiera levantado el
brazo para hacer señas a un taxi. Finalmente
escuchó el sonido de unos frenos; Bloch se
dio la vuelta: a sus espaldas estaba un taxi y
el taxista decía algo malhumorado; Bloch se
dio la vuelta de nuevo, se metió en el taxi y
dijo que quería ir al mercado.
Era un bonito día de octubre. Bloch
se comió una salchicha caliente en un quiosco
y después, atravesando la zona de los puestos,
se fue a un cine. Todo lo que veía le moles-
14 15

taba; intentó ver lo menos posible. Dentro de enfrente, y pensó por contraposición en la
del cine dio un suspiro de alivio. naturalidad con que la taquillera del cine había
Al entrar le sorprendió que la taqui- girado el plato con la entrada hacia él. La
llera contestara con un ademán muy natural rapidez del movimiento le había sorprendido
al gesto que hizo al poner el dinero en el plato tanto, que casi se olvidó de recoger la entrada
giratorio sin decir palabra. Observó que junto del plato. Decidió ir a ver a la taquillera.
a la pantalla había un reloj eléctrico con la es- Cuando llegó al cine, hacía un mo-
fera luminosa. A mitad de la película oyó que mento que se habían apagado las luces de las
sonaba una campana; se quedó pensando du- vitrinas de las carteleras. Bloch vio cómo un
rante un rato si había sonado en la película hombre, subido en una escalera, cambiaba las
o venía de fuera, de la torre de la iglesia que letras del título de la película por el título de
estaba junto al mercado. la película del día siguiente. Esperó hasta que
Al salir a la calle se compró unas uvas, pudo leerlo; entonces volvió al hotel.
que en esa época del año eran muy baratas. El día siguiente era sábado. Bloch de-
Siguió andando, comiéndose las uvas por el cidió quedarse un día más en el hotel. Aparte
camino y escupiendo las pielecitas. En el pri- de un matrimonio americano, él era la única
mer hotel donde pidió una habitación no le persona que había en el comedor; durante un
admitieron, porque llevaba solamente una car- rato estuvo escuchando su conversación, que
tera; el conserje del segundo hotel, que estaba entendía a medias, pues anteriormente había
en una callejuela, le llevó personalmente a la estado con su equipo varias veces de turné
habitación. Mientras el conserje se marchaba, en Nueva York; después se marchó rápida-
Bloch se echó en la cama y no tardó en dor- mente a comprar algunos periódicos. Aquel
mirse. día los periódicos eran muy voluminosos, pues
Por la tarde salió del hotel y se embo- se trataba de las ediciones de fin de semana;
rrachó. Luego se despejó y se le ocurrió llamar así que no los dobló, sino que se los metió
a algunos amigos; como la mayoría de estos debajo del brazo y volvió al hotel. Se volvió
amigos no vivían en la ciudad y el teléfono a sentar en la mesa del desayuno, que estaba
no devolvía las monedas, Bloch se quedó en ya recogida, y apartó las páginas de los anun-
seguida sin calderilla. Un policía, al que saludó cios; le agobiaban. Vio dos personas que pasa-
con la intención de detenerle, no le devolvió ban por la calle con los voluminosos periódi-
el saludo. Bloch se preguntó si era posible que cos. Contuvo la respiración hasta que pasaron
el policía no hubiese interpretado bien las de largo. Solamente entonces se dio cuenta de
palabras que le había gritado desde la acera que se trataba de los dos americanos; en la
16 17
calle no había reconocido a la pareja que había Esto le proporcionó una nueva excusa para
visto antes en la mesa del comedor. seguir hablando.
En un café se entretuvo mucho tiempo Otra vez en el cine, Bloch pensó en
bebiendo el agua que servían en un vaso, a la novela y el hornillo eléctrico que estaban al
la vez que el café. De vez en cuando se levan- lado de la taquillera; se echó para atrás, y
taba y cogía una revista de los montones, que empezó a distinguir detalles en la pantalla.
había encima de las sillas y las mesas, desti- Por la tarde cogió el tranvía para ir
nadas a ellos especialmente; la camarera, al al estadio. Sacó una entrada sin asiento y se
coger el montón de revistas que estaba a su sentó después encima de los periódicos, que
lado, mencionó al irse las palabras «mesa de aún no había tirado; no le molestaba que los
los periódicos». Bloch, al que por una parte no espectadores de delante le taparan la vista.
le gustaba hojear las revistas, y por otra parte A medida que el juego avanzaba se iban sen-
no podía dejar ninguna sin haberla hojeado del tando la mayoría. A Bloch nadie le reconoció.
todo, intentó mientras tanto mirar un poco Dejó allí los periódicos, puso encima una bo-
a la calle; el contraste entre la hoja de la re- tella de cerveza y salió del estadio antes del
vista y las cambiantes escenas de fuera le ali- pitido final para evitar la aglomeración. Le
viaba. Al salir, él mismo volvió a poner las sorprendió que hubiera tantos autobuses y
revistas encima de la mesa. tranvías medio vacíos esperando delante del
Los puestos del mercado ya estaban estadio —se trataba de un partido de liga.
cerrados. Bloch estuvo un rato dando patadi- Se subió a un tranvía y se sentó. Permaneció
tas a los desperdicios de verduras y frutas con mucho tiempo allí sentado casi a solas, hasta
los que tropezaba al andar. Allí mismo, entre que empezó a impacientarse. ¿Y si el arbitro
los puestos, hizo sus necesidades. Mientras había decidido que el juego continuara? Al
tanto observó que en todas partes las pare- levantar la mirada vio que el sol se estaba
des de las barracas de madera estaban negras ocultando. Bajó la cabeza, sin querer expresar
a causa de la orina. nada con ello.
Las pielecitas de las uvas que había Afuera empezó a soplar el viento de
escupido el día anterior estaban aún en la repente. Casi a la par con el pitido final —tres
acera. Al poner Bloch el billete en el plato largos pitidos—, los conductores y cobradores
de la taquilla, se arrugó al girar; Bloch en- se subieron en los autobuses y en los tranvías
contró en ello una excusa para decir algo. La v la gente empezó a salir del estadio. Bloch
taquillera respondió. El habló de nuevo. Como se imaginó que escuchaba el ruido de las bo-
eso no era frecuente, la taquillera le miró. tellas de cerveza al caer en el campo; al mismo
18 19

tiempo escuchaba el sonido del polvo que cho- allí y se ignoraba su paradero. Bloch empezó
caba contra los cristales. Si en el cine se había a, hablar con una chica, que desde la mesa
echado para atrás, ahora se inclinaba hacia más próxima a la máquina tocadiscos extendía
delante, mientras los espectadores irrumpían a ciegas el brazo hacia atrás y escogía siempre
en los tranvías. Por suerte llevaba encima un el mismo disco. Salieron juntos del bar. Que-
programa de la película. Le parecía como si ría meterse con ella en el primer portal, pero
acabaran de encender los focos del estadio. todas las puertas estaban ya cerradas con llave.
Una absurda ocurrencia, dijo Bloch. El había Cuando por fin encontraron una puerta que
sido un mal portero a la luz de los focos. no estaba cerrada, resultó que, a juzgar por
En el centro de la ciudad le costó un los cánticos, detrás de una puerta que había
buen rato encontrar una cabina de teléfonos; a continuación se estaba celebrando en aquel
y cuando la encontró, habían arrancado el momento una ceremonia religiosa. Se metieron
auricular y estaba por los suelos. Siguió ca- en un ascensor que se encontraba entre la
minando y por fin pudo llamar por teléfono primera y la segunda puerta; Bloch apretó el
desde la Estación de Ferrocarril del Oeste. botón del último piso. Antes de que el ascen-
Como era sábado, apenas pudo dar con nadie. sor comenzara a funcionar la chica quiso ba-
Cuando al final contestó una mujer, una co- jarse. Entonces Bloch apretó el botón del pri-
nocida de antes, tuvo que explicarle quién mer piso; allí se bajaron y se quedaron en el
era para que ella le reconociera. Quedaron descansillo; entonces la chica se puso cariñosa.
citados en un bar, cerca de la Estación del Subieron juntos la escalera. El ascensor estaba
Oeste, donde Bloch sabía que había una má- en el ático; se metieron en él, bajaron, y vol-
quina tocadiscos. Entretuvo el tiempo hasta vieron a la calle.
que llegó la mujer metiendo monedas en la Bloch caminó un rato con la chica, des-
máquina y dejando que otras personas apre- pués dio la vuelta y volvió al bar. La mujer,
taran los botones por él; mientras tanto ob- que todavía llevaba el abrigo puesto, ya había
servaba con atención las fotos y firmas de llegado. Bloch le explicó a la amiga de la chica,
jugadores de fútbol que había en la pared; que estaba todavía esperando en la mesa junto
unos años antes el establecimiento había sido a la máquina tocadiscos, que la chica no iba
alquilado por un delantero del equipo nacio- a volver y salió del bar con la mujer.
nal, que después se marchó a ultramar para Bloch dijo: «Me siento ridículo, así,
hacer de entrenador de uno de los salvajes sin abrigo, cuando tú llevas uno». La muchacha
equipos de liga americanos, y ahora, después se le colgó del brazo. Para liberar su brazo,
de la disolución de la liga, se había quedado Bloch hizo como si le fuera a mostrar algo.
20 21

Entonces no se le ocurrió qué le podría mos- la puerta del cine; iba a subirse en el coche
trar. De repente quiso comprar el periódico de de un muchacho.
la tarde. Atravesaron varias calles sin encon- Bloch la miró. Ella, que estaba ya sen-
trar un vendedor de periódicos. Finalmente tada en el asiento de delante, junto al con-
cogieron el autobús para ir a la Estación de ductor, respondió a su mirada mientras se
Ferrocarril del Sur, pero la estación estaba ya colocaba el vestido para no arrugárselo; por
cerrada. Bloch fingió que estaba asustado; pero lo menos, a Bloch le pareció una respuesta.
en realidad estaba verdaderamente asustado. No ocurrió nada más; ella cerró la puerta y
A la muchacha, que ya en el autobús, mien- el coche arrancó.
tras abría el bolso y jugaba con algunos ob- Bloch volvió al hotel. Cuando llegó,
jetos, le había insinuado que tenía la regla, le el recibidor del hotel estaba encendido, pero no
dijo: «He olvidado dejar una nota», sin saber había nadie; al descolgar la llave se cayó de
lo que quería decir en realidad con las palabras la casilla una nota doblada; la desdobló: era
«nota» y «dejado». De cualquier modo se la cuenta. Cuando Bloch estaba aún en el des-
metió él solo en un taxi y fue al mercado. cansillo con la nota en la mano, contemplando
Como los sábados había sesión de no- una solitaria maleta que estaba junto a la puer-
che en el cine, Bloch llegó con mucha antici- ta, el conserje salió del almacén. Bloch le pi-
pación. Fue a un autoservicio que no estaba dió inmediatamente un periódico y mientras
lejos de allí, y se comió una fricadelle de pie. tanto miraba por la puerta abierta al interior
Intentó contar un chiste a la camarera en el del almacén, donde se veía que el conserje
había estado durmiendo en una silla que había
menor tiempo posible; cuando el tiempo trans-
cogido del recibidor. El conserje cerró la puer-
currió sin que hubiera contado el chiste hasta ta, de manera que Bloch podía ver solamente
el final, se interrumpió en medio de una frase una escudilla de sopa encima de una pequeña
y pagó. La camarera se rió. escalera de mano, y solamente comenzó a ha-
En la calle se encontró con un conocido blar una vez que se puso detrás del mostrador.
que le pidió dinero. Bloch le dijo unas pala- Pero Bloch ya había tomado el cierre de la
bras malhumorado. El borracho le agarró de la puerta como una respuesta negativa y subió
camisa y en ese momento la calle se quedó a las escaleras para ir a su habitación. Solamente
oscuras. El borracho dejó caer la mano asus- vio un par de zapatos delante de una de las
tado. Bloch al darse cuenta de que los anun- puertas del larguísimo pasillo; al llegar a su
cios luminosos del cine se habían apagado, habitación se quitó los zapatos sin deshacer
se alejó a toda prisa. La taquillera estaba en los nudos de los cordones, y los puso también
22 23

delante de la puerta. Se echó en la cama y al cuidaba de las cabinas preguntara inmediata-


momento se quedó dormido. mente desde fuera qué era lo que pasaba y,
A media noche se despertó, poco antes como él no contestaba, llamó a la puerta con
de que comenzara una disputa en la habitación los nudillos. Como Bloch tampoco contestó
de al lado; pero quizás fuera solamente que, esta vez, la mujer golpeó desde fuera el pica-
como se había despertado de un modo tan porte con una toalla (o lo que fuera') y se
repentino, su sentido del oído se encontraba marchó. Bloch leyó el periódico de pie hasta
en un estado más sensible de lo normal, y le el final.
pareció que las voces que oía estaban discu- En la plaza de la estación se encontró
tiendo. Golpeó la pared con el puño. Enton- con un conocido que se dirigía a las afueras de
ces escuchó el murmullo del agua del grifo. la ciudad para actuar de arbitro en un partido
Cerraron el grifo; volvió la calma y se volvió de colegiales. Bloch no se tomó en serio esta
a dormir. información y siguió la broma diciendo que
Al día siguiente le despertó el teléfono él podía ir también y ser el juez de línea. Asi-
de la habitación. Le preguntaron si tenía in- mismo, cuando el conocido abrió su macuto
tención de quedarse aún una noche. Mientras acto seguido y le enseñó lo que había dentro,
Bloch contemplaba la cartera, que estaba en un equipo de arbitro y una bolsa de limones,
el suelo —la habitación no tenía guardamale- Bloch, como había hecho anteriormente al de-
tas—, dijo sí inmediatamente y colgó. Reco- cir el otro la primera frase, tomó estos objetos
gió los zapatos del pasillo, que nadie había lim- por artículos de broma y dirigiéndose de nuevo
piado porque era domingo, y se marchó del al conocido se declaró dispuesto a cargar in-
hotel sin desayunar. mediatamente con el macuto si le permitía via-
En la Estación del Sur se afeitó en los jar con él. Incluso cuando se encontraban en
servicios con una maquinilla de afeitar eléc- un tren que les llevaba a las afueras de la
trica. Se duchó en una de las cabinas. Mien- ciudad y tenía el macuto sobre las rodillas,
tras se vestía leyó la sección de deportes del le daba la impresión de que seguía tomándolo
periódico y los informes judiciales. Al cabo todo en broma, sobre todo ahora que era la
de un rato, cuando aún no había terminado de hora de comer y el compartimento se había
leer —en las otras cabinas no había ningún quedado casi vacío. Desde luego Bloch no po-
ruido—, se sintió muy bien de repente. Se día explicarse lo que el compartimento vacío
apoyó, vestido ya del todo, en la pared de tenía que ver con su jocoso comportamiento.
la cabina, golpeando la banqueta de madera Que el conocido se dirigiera a las afueras con
con el zapato. El ruido hizo que la mujer que un macuto y que él, Bloch, fuera con él, que
24 25

comieran juntos en un restaurante de las afue- barón a puñetazos. Se desplomó y los dos se
ras de la ciudad y que fueran juntos, como marcharon. Bloch se arregló el traje y se lavó
decía Bloch, «a un campo de fútbol de carne la cara en un servicio.
y hueso», también le parecía, cuando volvía Estuvo jugando al billar en un café
solo a la ciudad, un engaño mutuo. Todo eso del segundo distrito hasta que transmitieron
no había servido de nada, pensó Bloch. Por las noticias deportivas en la televisión. Bloch
suerte no se encontró a nadie en la plaza de pidió a la camarera que encendiera el aparato,
la estación. pero luego miraba como si todo aquello no le
Llamó a su ex-mujer desde una cabina interesara. Invitó a la camarera a beber algo
de teléfonos que se encontraba al borde de un con él. Cuando la camarera volvió de una habi-
parque; ella le dijo que todo iba bien, pero tación interior, donde estaban jugando ilegal-
no le preguntó nada. Bloch estaba intranquilo. mente, Bloch estaba ya en la puerta; pasó por
Se sentó en la terraza de un café, que su lado, pero no dijo nada; Bloch salió.
a pesar de la época del año estaba todavía De vuelta en el mercado, al ver las ca-
abierta, y pidió una cerveza. Como al cabo de jas vacías de fruta y verdura amontonadas des-
un rato todavía no le habían llevado la cerveza, ordenadamente detrás de los puestos, le pa-
se marchó; además la superficie de acero de la reció otra vez como si las cajas no fueran rea-
mesa, que no estaba cubierta con un mantel, les, sino de broma. ¡Como los chistes sin pa-
le cegaba. Entró en un bar y se sentó junto a labras!, pensó Bloch, que le gustaban mucho
la ventana; los otros clientes estaban viendo los chistes mudos. Esa impresión de engaño y
la televisión. El la estuvo viendo un rato. Al- simulación —«¡esa simulación con el pito del
guien se dio la vuelta y le miró. Se marchó arbitro en el macuto!», pensaba Bloch— des-
de allí. apareció solamente cuando estaba" en el cine,
En el Prater * se metió en una pelea. donde un cómico cogió una trompeta al azar
Un individuo le echó rápidamente la chaqueta al pasar por una chamarilería y con toda na-
hacia atrás, atrapándole los brazos, y el otro turalidad se puso a soplar en ella, y entonces
le dio un cabezazo debajo de la barbilla. Bloch Bloch volvió a reconocer esta trompeta y to-
caminó un poco de rodillas y después dio un das las demás cosas sin cambiarlas de sitio e
puntapié al muchacho que tenía delante. Fi- inequívocamente. Aquello le tranquilizó.
nalmente los otros dos le llevaron a rastras Al terminar la película se quedó por
y detrás de un puesto de chucherías le derri- los puestos del mercado para esperar a la ta-
quillera. Ella salió del cine poco tiempo des-
* Parque de Viena muy famoso. [N. del T.] pués de haber empezado la última sesión. Para
26 27

no asustarla cuando fuera a su encuentro en- completamente distinto, a otra persona, le so-
tre los tenderetes, se quedó sentado en la caja bresaltó. «¡Ahí tenían que haber hecho una
y dejó que llegara a una parte del mercado pausa!», pensó Bloch, que después del peque-
más iluminada. En uno de los puestos aban- ño sobresalto estaba indignado. Caminó por
donados, detrás de la chapa derribada, sonaba el pasillo hasta donde estaba sentada la taqui-
el timbre de un teléfono; el número de telé- llera y se sentó casi enfrente para poder mi-
fono del puesto estaba escrito en letras gran- rarla, pero no la miró.
des sobre la chapa ondulada. «¡Anulado!», Cuando se bajaron Bloch reconoció que
pensó Bloch inmediatamente. Caminó detrás se encontraban muy a las afueras, cerca del
de la taquillera sin alcanzarla. Cuando se subió aeropuerto. A aquella hora de la noche la zona
al autobús él llegó inmediatamente después y estaba muy tranquila. Bloch caminaba junto
se subió también. Se sentó frente a ella, pero a la chica, pero no lo hacía como si quisiera
estaban separados por varias filas de asientos. acompañarla o la estuviera acompañando. Al
Solamente cuando en la siguiente parada los cabo de un rato la tocó. La muchacha se de-
viajeros que acababan de subir le taparon la tuvo, se volvió hacia él y le abrazó tan apa-
vista, Bloch pudo comenzar a reflexionar de sionadamente que él se asustó. El bolso que
nuevo: estaba fuera de duda que ella le había llevaba en la mano que le quedaba libre le
mirado, pero desde luego no le había recono- pareció durante un segundo más íntimo que
cido; ¿era posible que hubiese cambiado tanto ella misma.
después de la pelea? Bloch se palpó la cara. Durante un rato caminaron uno al lado
Encontraba ridículo mirar en el reflejo del del otro, manteniendo entre ellos una peque-
cristal de la ventanilla lo que ella estaba ha- ña distancia, sin llegar a tocarse. Solamente
ciendo en aquel momento. Sacó el periódico cuando llegaron a la escalera él la abrazó de
del bolsillo interior de la chaqueta, miró las nuevo. Ella echó a correr; él iba más despacio.
letras de abajo pero no las leyó. Entonces se Al llegar arriba reconoció su casa por la puer-
sorprendió de repente a sí mismo leyendo. Un ta, que estaba abierta de par en par. Ella
testigo presencial relataba el asesinato de un atrajo su atención en la oscuridad; él fue a su
rufián al que habían disparado en un ojo a encuentro e inmediatamente comenzaron a ha-
corta distancia. «De la parte de atrás de su cer el amor.
cabeza salió volando un murciélago y se es- A la mañana siguiente se despertó con
trelló contra el papel de la pared. El corazón un ruido y al mirar por la ventana del apar-
me dio un salto.» El hecho de que las frases tamento vio que en aquel momento estaba
sin una sola interrupción se refirieran a algo aterrizando un avión. Corrió las cortinas para
28 29

evitar el destello de las luces de posición del los ojos abiertos y por otra parte esa pesadez
aparato. Como hasta entonces no habían en- aún más insoportable de las palabras que de-
cendido ninguna luz, no se había preocupado signaban los objetos que le rodeaban. «¿Y si
tampoco de correr las cortinas. Bloch se tum- fuera porque acabo de hacer el amor con ella?»,
bó en la cama y cerró los ojos. pensó. Fue al baño y se quedó mucho tiempo
Con los ojos cerrados le sobrevino una debajo de la ducha.
extraña incapacidad para imaginarse algo. Aun- La tetera pitaba en la realidad cuando
que intentaba reproducir en su mente los ob- volvió. «¡Me he despertado con la ducha!»,
jetos de la habitación con todos los detalles dijo la chica. A Bloch le pareció que era la
posibles, no podía imaginarse nada; ni siquiera primera vez que le hablaba directamente. Le
hubiera podido copiar en sus pensamientos el contestó que todavía no se había despejado
avión que hacía un momento había visto ate- del todo. ¿Y si hubiera hormigas en la tetera?
rrizar y que en aquel momento frenaba sobre «¿Hormigas?» Cuando el agua hirviendo cayó
la pista, e incluso podía reconocer el sonido sobre las hojas de té en el fondo de la tetera,
de aquellos frenos. Abrió los ojos y se quedó en lugar de las hojas vio hormigas y en una
un rato mirando hacia un rincón, donde estaba ocasión había vertido sobre ellas agua hir-
el hornillo: intentó grabarse en la mente la viendo. Descorrió las cortinas de nuevo.
marmita y las flores marchitas que colgaban de La lata del té estaba abierta y las pa-
la pila del fregadero. Apenas cerró los ojos redes interiores le proporcionaban una extraña
ya no fue capaz de imaginarse las flores y la iluminación, pues reflejaban la luz que en-
tetera. Intentó prestarse ayuda construyendo traba por la pequeña abertura redonda de la
frases para aplicarlas a estos objetos y poder tapa. Bloch, con la lata encima de la mesa,
así prescindir de las palabras, pues pensaba miraba fijamente a su interior por la abertura.
que componiendo una historia con esas frases Le divertía el sentirse tan atraído por la extra-
quizás le resultaría más fácil imaginarse los ña iluminación de las hojas de té, mientras
objetos. La marmita empezó a pitar. Las flo- que al mismo tiempo hablaba con la chica,
res se las había regalado a la chica un amigo. Finalmente puso la tapa en la abertura, pero
Nadie quitó la tetera del hornillo. «¿Hago al momento se calló. La chica no se había dado
té?», preguntó la muchacha. Todo era inútil: cuenta de nada. «¡Me llamo Gerda!», dijo.
Bloch abrió los ojos, pues ya no aguantaba Bloch nunca había querido saberlo. ¿Si no se
más. La muchacha dormía a su lado. había dado cuenta de nada?, preguntó, pero
Bloch se puso nervioso. Por una parte ella ya había puesto un disco, una canción ita-
estaba esa pesadez del ambiente cuando tenía liana acompañada con guitarras eléctricas
30 31

«¡Me gusta su voz!», dijo. Bloch, al que no él le preguntaba y ella contestaba; ella pre-
le gustaban nada las canciones de moda ita- guntaba y él daba una respuesta muy natural.
lianas, calló. «¿Es aquello un avión a reacción?» —«No,
Cuando ella salió un momento a com- es un avión de hélice.» —«¿Dónde vives?»
prar algo para el desayuno —«¡hoy es lu- —«En el segundo distrito.» Incluso le faltó
nes!», dijo— Bloch tuvo por fin la oportuni- poco para contarle la pelea.
dad de mirar todo tranquilamente. Mientras Pero entonces empezó a molestarle
comían hablaron mucho. Al cabo de un rato todo cada vez más. Quería contestarla, pero
Bloch observó que ella hablaba de cosas que se interrumpía continuamente porque le pare-
él acababa de contarle como si se tratara de cía que ya sabía lo que le iba a decir. Ella
sus propias cosas, mientras que él por el con- comenzó a inquietarse, se paseaba por la habi-
trario, cuando mencionaba algo que ella aca- tación de un lado a otro; buscaba algo que
baba de contar, o bien lo citaba solamente con hacer y sonreía tontamente. Pasó un rato dando
precaución o, desde el momento en que ha- la vuelta a los discos y cambiándolos. Se le-
blaba de ello con sus propias palabras, ponía vantó y se echó en la cama; él se sentó a su
siempre delante un extraño y distante «eso» lado. ¿Iba hoy al trabajo?, preguntó ella.
o «esa», como si temiera inmiscuirse en sus Inesperadamente le puso las manos en
asuntos. Si él hablaba del capataz o se refería la garganta. Al momento comenzó a apretar
a un futbolista llamado Stomm, podía ser tan fuerte que a ella ni por un instante se le
que ella inmediatamente después dijera con ocurrió tomárselo en broma. Bloch escuchó
toda confianza y naturalidad «el capataz» y voces afuera, en el descansillo. Tenía un miedo
«Stumm»; sin embargo cuando ella mencionó mortal. Se dio cuenta de que a la chica le salía
a un conocido llamado Freddy y un estable- un líquido por la nariz. Dio también una es-
cimiento que se llamaba «El sótano de Este- pecie de gruñido. Filialmente escuchó un so-
ban», él decía siempre al contestar: «¿ese nido parecido a un crujido. Le pareció como
Freddy?» y «¿ese sótano de Esteban?» Todo el ruido que hace una piedra al golpear de
lo que ella sacaba a relucir le impedía intere- pronto la parte de abajo de un coche en un
sarse por ello y le molestaba que repitiera lo camino vecinal lleno de baches. En el suelo
que él había dicho de una manera espontánea de linóleo habían caído gotas de saliva.
y natural. Apretaba con tanta fuerza que ensegui-
Por supuesto, algunas veces, de vez en da se sintió cansado. Se tumbó en el suelo,
cuando y solamente por un momento, la con- incapaz de quedarse dormido e incapaz de le-
versación le parecía tan normal como a ella: vantar la cabeza. Oyó cómo alguien golpeaba

_
32 33
por fuera el pomo de la puerta con un trapo. lo demás. Bloch se volvió hacia el botones,
Aguzó el oído. No se oía nada. Por lo tanto pero había desaparecido en el almacén. Como
debía de haberse quedado dormido. el espacio detrás del mostrador del conserje
No necesitó mucho tiempo para des- era bastante reducido, Bloch agarró al con-
pejarse; desde el primer momento del desper- serje con una mano y le atrajo hacia él y des-
tar se sentía ya ausente; como si hubiera una pués, conteniendo la respiración, con la otra
corriente de aire en la habitación, pensó. Ni mano hizo ademán de darle una bofetada. El
siquiera se había hecho un solo rasguño. A pe- hombre se estremeció y se echó hacia atrás,
sar de todo le daba la sensación de que por aunque Bloch ni siquiera le había tocado. El
el cuerpo se le escapaba un líquido linfático. botones se había quedado muy quieto en el
Se levantó y limpió todos los objetos de la almacén. Bloch se marchó acto seguido con
habitación con un paño de cocina. la cartera.
Miró por la ventana: abajo un indivi- Llegó a la oficina del personal de la
duo caminaba por el césped hacia un camión empresa justamente antes del descanso del
de reparto con un montón de trajes al brazo mediodía y recogió los papeles. Bloch se ex-
que colgaban de sus respectivas perchas. trañó de que aún no estuvieran preparados
Bajó en ascensor y al salir de la casa y de que tuvieran que hacer todavía unas cuan-
caminó un rato en la misma dirección. Luego tas llamadas telefónicas. Preguntó si podía lla-
cogió un autobús que le llevó desde las afue- mar por teléfono y llamó a su ex-mujer; cuan-
ras hasta la última parada del tranvía; el tran- do cogió el niño el teléfono y empezó a decir
vía le llevó al centro de la ciudad. con una frase aprendida de memoria que su
Al llegar al hotel resultó que, creyendo madre no estaba en casa, Bloch colgó. Mien-
que no iba a volver, ya habían puesto su car- tras tanto los papeles estaban ya preparados;
tera bajo custodia. Mientras pagaba el boto- metió la tarjeta, de impuestos en la cartera;
nes sacó la cartera del almacén. Al ver una cuando preguntó después por el sueldo atra-
señal en forma de anillo más clara en su su- sado, la mujer ya se había ido. Bloch puso el
perficie, Bloch se dio cuenta de que probable- importe de la llamada telefónica encima de la
mente habían puesto encima una botella de mesa y salió del edificio.
leche con la base mojada; mientras el portero También los bancos estaban ya cerra-
buscaba el cambio abrió la cartera y vio que dos. Así que esperó en un parque a que abrie-
habían revisado también su contenido; el man- ran por la tarde y poder sacar su dinero de
go del cepillo de dientes asomaba del estuche la cuenta corriente —nunca había tenido una
de cuero; el transistor estaba encima de todo cartilla de ahorros. Como no le iba a durar
34 35
mucho tiempo, decidió devolver su transistor, iba a coger el autobús se encontró con la dueña
que estaba casi nuevo. Cogió el autobús para del puesto donde solía comprar los periódicos.
ir a su alojamiento en el segundo distrito y Llevaba un abrigo de pieles e iba paseando
cogió también un flash de una cámara foto- con un perro; y aunque normalmente cuando
gráfica y una maquinilla de afeitar eléctrica. compraba un periódico charlaban a menudo
En la tienda le explicaron luego que solamente un poco mientras ella le daba el periódico y
podía devolver las cosas si compraba otras a las vueltas y él no apartaba la mirada de las
cambio. Bloch fue otra vez a su habitación y puntas ennegrecidas de sus dedos, parecía que
metió dos copas en una bolsa de viaje. Desde ella entonces, fuera del puesto, no le había
luego se trataba solamente de copas manu- reconocido. Por lo menos no levantó la mirada
facturadas que su equipo había ganado una ni contestó a su saludo.
vez en una turné y la segunda vez en un trofeo; Como diariamente salían pocos trenes
cogió también un colgante de oro: un par de en dirección a la frontera, Bloch se metió en
botas de fútbol. un cine de actualidades para entretener el tiem-
Como era el único cliente en la chama- po hasta la salida del próximo tren y allí se
rilería, sacó las copas y acto seguido las puso durmió. De repente todo se iluminó y el ruido
encima del mostrador. Entonces pensó que de una cortina que bajaba o subía le pareció
se había precipitado demasiado al poner las tan cercano que se asustó. Abrió los ojos para
cosas inmediatamente en el mostrador, como averiguar si la cortina la habían subido o la
si se tratara de objetos que estaban a la venta
habían bajado. Alguien le alumbró en la cara
y rápidamente las quitó de allí, incluso las metió
con una linterna. Bloch le tiró la linterna al
en la bolsa y solamente volvió a ponerlas en
el mostrador cuando se lo indicaron. Al fondo suelo al acomodador de un manotazo y se fue
a los servicios.
en una estantería descubrió una caja de mú-
sica que tenía encima de la tapa una bailarina Allí había tranquilidad, la luz del día
en la postura habitual. Como siempre que veía entraba por la ventana; Bloch se quedó in-
una caja de música le dio la impresión de que móvil un rato.
ya la había visto antes. Sin ninguna discusión El acomodador le había seguido ame-
aceptó inmediatamente la primera oferta que nazándole con la policía. Bloch abrió el grifo,
le hicieron por sus cosas. se lavó las manos, apretó el botón del secador
Después se dirigió a la Estación de de manos eléctrico y mantuvo las manos en el
Ferrocarril del Sur con el ligero abrigo que aire caliente hasta que el acomodador se mar-
había cogido de su habitación al brazo. Cuando chó.
36 37

Entonces Bloch se cepilló los dientes. en el auricular. Bloch reflexionó y decidió


Observó en el espejo cómo, mientras utili- prescindir del tren y viajar en autobús; cam-
zaba una mano para lavarse los dientes, la bió el billete y se dirigió por fin, después de
otra mano la tenía apoyada en el pecho en comprar un perrito caliente y algunos perió-
una postura extraña, apretada casi por comple- dicos, a la estación de autobuses.
to en forma de puño. De la sala de proyección El autocar estaba dispuesto, pero por
salían los gritos y exclamaciones de los per- supuesto no se podía entrar todavía; los con-
sonajes de la película de dibujos animados. ductores estaban reunidos charlando cerca de
Bloch había salido en una ocasión con allí. Bloch se sentó en un banco; el sol bri-
una chica que, según sus noticias, tenía ahora llaba; se comió el perrito pero no tocó los pe-
una posada en un pueblo fronterizo del sur. riódicos porque quería reservarlos para el via-
Buscó su número inútilmente en la oficina de je, que iba a ser muy largo.
correos de la estación, donde se podían encon- Los maleteros a ambos lados del coche
trar las guías telefónicas de todo el país; en estaban casi vacíos: casi nadie llevaba equi-
el pueblo había algunos establecimientos, pero paje. Bloch se quedó fuera esperando hasta que
no figuraba el nombre de los propietarios. la puerta trasera se cerró. Entonces se metió
Además Bloch se cansó en seguida de soste- rápidamente por la puerta delantera y el coche
ner la guía telefónica —las guías telefónicas arrancó.
estaban colgadas en una fila con el lomo hacia Alguien llamó desde fuera y el auto-
arriba. «Mirando al suelo», se le ocurrió de car se detuvo al instante; Bloch no se volvió;
repente. Un policía entró y le pidió la docu- se subió una campesina con un niño que llo-
mentación. raba muy fuerte. Una vez dentro el niño se
El acomodador se había quejado, dijo calló. Entonces el coche emprendió la marcha.
el policía, mientras miraba alternativamente al Bloch observó que su asiento estaba
pasaporte y a la cara de Bloch. Al cabo de un justamente encima de la rueda del coche; como
rato Bloch decidió disculparse. Pero el policía el suelo estaba arqueado hacia arriba los pies
no tardó en devolverle el pasaporte mientras se le resbalaban. Se sentó en la última fila
le comentaba que había viajado lo suyo. Bloch de asientos, desde donde podía mirar cómo-
no le miró cuando se marchó sino que rápi- damente hacia atrás cuando quisiera. Al sen-
damente puso en su sitio la guía telefónica. tarse, aunque la cosa no tenía la menor im-
Se oían unos gritos; al levantar la vista, Bloch portancia, vio los ojos del conductor en el
vio que en la cabina telefónica de enfrente espejo retrovisor. Bloch se volvió hacia atrás
un emigrante griego hablaba a voz en grito para colocar la cartera detrás del asiento y
38 39
V
aprovechó para echar un vistazo afuera. La un cine. Explicó que las monedas estaban tan
puerta hacía mucho ruido. sucias, porque no hacía mucho tiempo las ha-
Mientras que en las otras filas de asien- bían arrojado al campo antes de celebrarse un
tos del autobús los viajeros miraban hacia de- partido de fútbol. «¡No lo entiendo!», dijo
lante, las dos filas de asientos que estaban de- la viajera. Bloch se puso a leer a toda prisa el
lante de él se miraban la una a la otra; así que periódico. «¡Cara o cruz!», siguió diciendo
los viajeros que estaban sentados unos detrás ella, así que a Bloch no le quedó más remedio
de otros casi inmediatamente después de la que volver a guardar el periódico. Antes, cuan-
salida dejaban de conversar, mientras que los do se sentó en el asiento que estaba encima
viajeros que tenía delante no tardaron en em- de la rueda del coche, se le había roto la cinta
pezar a charlar de nuevo. A Bloch le agradaban para colgar el abrigo; lo había colgado en la
las voces de la gente. percha que estaba al lado de su asiento, pero
Al cabo de un rato —el autocar ya es- al sentarse hizo un movimiento brusco y sin
taba en la carretera— una mujer que estaba darse cuenta pilló el borde del abrigo, así que
sentada en el asiento de al lado junto a la ven- la cinta se descosió. Bloch estaba sentado con
tanilla, le advirtió que se le habían caído unas el abrigo sobre las rodillas, indefenso junto
a la mujer.
monedas. Dijo: «¿Es suyo este dinero?», y
mientras tanto sacó una moneda de la hendi- La carretera había empeorado. Como la
dura entre el respaldo y el asiento. Encima del puerta corredera del coche no se cerraba del
asiento intermedio entre él y la mujer había todo, Bloch veía cómo la luz de fuera se colaba
otra moneda, un centavo americano. Bloch re- por la rendija e iluminaba oscilante el interior
cogió las monedas mientras contestaba que pro- del coche. Sin mirar a la rendija, observó tam-
bablemente había perdido el dinero antes al bién la oscilación en la hoja del periódico.
darse la vuelta. Pero como la mujer no se ha- Leyó línea por línea. Entonces alzó la vista y
bía dado cuenta de ese detalle empezó a hacer comenzó a observar a los viajeros de delante.
preguntas y Bloch le contestó otra vez; poco Cuanto más lejos estaban, más disfrutaba mi-
a poco, aunque les resultaba un poco incómodo rándolos. Al cabo de un rato observó que la
por la posición de los asientos, comenzaron a luz ya no oscilaba en el interior del coche.
Afuera ya no había luz.
entablar una pequeña conversación.
Bloch no tuvo tiempo de guardar las La falta de costumbre de observar tan-
monedas mientras hablaba y escuchaba. De tos detalles le produjo dolor de cabeza, aunque
tenerlas en la mano se pusieron tibias, como si también era posible que se debiera al olor
se las acabaran de devolver en la taquilla de de la cantidad de periódicos que llevaba. Por
40 41
suerte el autocar se detuvo en una capital de llevarse la mano a la boca, percibió el olor de
provincia, y allí los viajeros pudieron cenar la barra de metal, que había en el respaldo de
en una posada. Mientras Bloch se paseaba un los asientos para agarrarse. «¡No es cierto!»,
poco al aire libre oía continuamente, proce- pensó Bloch. El conductor se había subido al
dente del bar, el ruido de las máquinas de ci- autocar y había puesto el motor en marcha,
garrillos en funcionamiento. como señal para que los otros se subieran tam-
En la plaza descubrió una cabina de bién. «¡Como si no lo supiéramos por lógica!»,
teléfonos iluminada. Todavía le zumbaban los pensó Bloch. Cuando el coche arrancó las coli-
oídos por el ruido del motor del autocar, así llas de los cigarrillos, que habían tirado a toda
que le resultó muy agradable escuchar el so- prisa por las ventanillas, centelleaban en la
nido de la grava que había delante de la ca- carretera.
bina. Tiró los periódicos a la papelera al lado Ya no tenía a nadie en el asiento de al
de la cabina de teléfonos y se metió dentro. lado. Bloch se traladó al rincón y extendió las
«¡Voy a hacer un buen blanco!», había oído piernas en el asiento. Se desabrochó los cordo-
decir a alguien en una película, que se pasaba nes de los zapatos y, apoyándose en la venta-
las noches mirando por la ventana. nilla lateral, miraba la ventanilla de enfrente.
No contestó nadie. Bloch, otra vez al Cruzó las manos por detrás de la nuca, de una
aire libre, a la sombra de la cabina de telé- patada tiró al suelo una miga de pan que había
fonos, escuchaba, procedente del parador, por en el asiento, se apretó las orejas con los ante-
detrás de las cortinas echadas, el intenso tim- brazos y se miró los codos enfrente de los ojos.
breo de las máquinas tragaperras. Cuando en- Apretó los codos contra las sienes, se olis-
tró en el bar, estaba ya casi vacío; la mayoría queó las mangas de la camisa, se frotó la bar-
de los viajeros habían salido afuera. Bloch billa en el brazo, echó la cabeza hacia atrás y
se bebió una cerveza en la barra y salió al miró las luces del techo. ¡No había manera de
vestíbulo: algunos estaban sentados ya en el acabar con ello! Lo único que le quedaba por
autocar, otros estaban charlando en la puerta hacer era ponerse en pie.
con el conductor, otros estaban más allá, de Las sombras de los árboles, más allá de
espaldas al autobús, en la oscuridad —Bloch, las cunetas, describían círculos alrededor de
al que resultaba odioso observar ciertas cosas, los árboles cuando pasaban con el autocar.
se llevó la mano a la boca. ¡En lugar de mirar Los limpiaparabrísas no estaban paralelos del
simplemente para otro lado! Miró para otro todo. La cartera de los billetes, que tenía el
lado y vio algunos viajeros en el vestíbulo, conductor, estaba abierta. En el suelo del pa-
que volvían con niños de los servicios. Al sillo había una cosa parecida a un guante. En
42 43
los pastos a los lados de la carretera había cabo de un rato empezó a imaginarse que le
vacas durmiendo. Era inútil luchar contra ello. había asustado alguien al doblar el periódico.
A medida que avanzaban, se bajaban ¿O había sido el crujido del armario? Proba-
cada vez más viajeros en las sucesivas paradas. blemente, como había dejado los pantalones de
Se ponían al lado del conductor para que les cualquier manera, una moneda se le había
abriera la puerta delantera. Cuando el autobús caído rodando y había ido a parar debajo de
se detenía, Bloch escuchaba cómo el viento la cama. Vio un grabado en la pared que re-
sacudía la lona de la baca del coche. Al rato el presentaba el pueblo en tiempos de las guerras
autocar hizo una nueva parada y escuchó gri- turcas; los habitantes de la ciudad se paseaban
tos de bienvenida afuera en la oscuridad. Más delante de las murallas y, detrás de las mura-
allá reconoció un paso a nivel sin barrera. llas, la campana de la torre estaba tan incli-
Poco antes de medianoche el autobús nada, que era forzoso suponer que en aquel
se detuvo en la localidad fronteriza. Bloch co- momento sonaba de un modo estridente. Bloch
gió inmediatamente una habitación en la fonda se imaginó al sacristán izado hacia arriba por
que estaba cerca de la parada del autocar. Pre- la cuerda de la campana; vio cómo los ciuda-
guntó a la chica que le enseñó su habitación danos de fuera se apresuraban a la entrada de
si conocía a su amiga, que se llamaba Hertha, la muralla; algunos de los que corrían lleva-
pero no sabía el apellido. Ella podía infor- ban niños en brazos, un perro caminaba entre
marle: su amiga había alquilado una casa de las piernas de un niño moviendo la cola, y
huéspedes a las afueras del pueblo. ¿Qué sig- daba la impresión de que le hacía tropezar.
nificaba ese ruido?, preguntó Bloch una vez Asimismo la campanilla de emergencia de la
en la habitación a la chica, que ya se marcha- torre de la ermita estaba representada de una
ba. «¡Todavía quedan algunos mozos jugando forma tan real, que parecía que se iba a dar
a los bolos!», contestó la muchacha saliendo la vuelta. Debajo de la cama había solamente
de la habitación. Sin echar una mirada a su al- una cerilla quemada. En el pasillo, unos me-
rededor Bloch se desnudó, se lavó las manos y tros más allá, chirrió de nuevo una llave en
se metió en la cama. Todavía se siguieron oyen- la cerradura; probablemente era eso lo que
do durante un rato el traqueteo y los crujidos le había despertado.
de abajo, pero Bloch estaba ya dormido. Bloch oyó en el desayuno que dos días
No se había despertado él solo, sino antes un colegial inválido había desaparecido.
que seguramente le había despertado algo. No La chica se lo estaba contando al conductor
se oía ningún ruido; Bloch estuvo pensando del autobús, que había pasado la noche en la
qué era lo que podía haberle despertado; al fonda y se preparaba para hacer el recorrido
44 45
de vuelta con el autocar medio vacío o, por y metió con cuidado la ropa sucia en la bolsa
lo menos, eso es lo que vio Bloch por la ven- de plástico. Afuera, en la plaza y en el camino
tana. Luego salió también la chica, así que que llevaba hacia las afueras del pueblo, ape-
Bloch, durante un rato, estuvo solo en el co- nas se encontró con nadie. Una hormiguera
medor. Amontonó los periódicos en la silla que estaba junto a un edificio nuevo dejó de
que tenía al lado; leyó que no se trataba de funcionar en aquel momento; estaba todo tan
un inválido, sino de un niño sordomudo. Ha- silencioso, que a Bloch hasta sus propios pasos
bían armado mucho jaleo con el asunto, ex- le parecían fuera de lugar. Se detuvo a mirar
plicó la muchacha nada más volver, como si las lonas negras que cubrían las pilas de ma-
estuviera rindiendo cuentas. Bloch no sabía dera de un aserradero, como si allí se pudiera
qué contestar. Entonces tintinearon las bote- oír algo más que el murmullo de los traba-
llas de cerveza vacías que se estaban llevando jadores, que seguramente estaban almorzando
metidas en las cajas. Bloch escuchaba las vo- sentados detrás de las pilas de madera.
ces de los repartidores en el vestíbulo como si Le explicaron que la posada se encon-
salieran de la televisión que había en la habi- traba en el lugar donde la carretera asfaltada
tación vecina. La chica le había contado que que salía del pueblo describía un arco, y por
la madre del dueño se pasaba el día metida en allí se encontraban también algunas granjas y
la otra habitación contemplando el programa el cuartelillo de la aduana; la carretera tenía
de turno. una ramificación, igualmente asfaltada en el
Luego Bloch fue a una tienda y se trozo en que había casas a los lados, pero lue-
compró una camisa, ropa interior y unos cuan-
go tenía grava solamente y después, poco antes
tos pares de calcetines. La dependienta, que
tardó bastante en salir del oscuro almacén, de llegar a la frontera, se convertía en un
daba la impresión de que no entendía a Bloch, sendero. El paso fronterizo estaba cerrado.
que le hablaba en frases completas; solamente Pero Bloch no había preguntado nada referente
se puso en movimiento cuando le nombró ex- al paso de la frontera.
clusivamente, y en voz alta y clara, las cosas En una explanada vio un azor descri-
que deseaba. Mientras abría el cajón de la caja biendo círculos. Cuando inmediatamente des-
registradora, dijo que había recibido botas de pués el azor comenzó a aletear y se lanzó en
goma; y aún, al darle las cosas en una bolsa de picado, Bloch cayó en la cuenta de que no había
plástico, le preguntó si no necesitaba nada más: estado observando el aleteo y lanzamiento en
¿pañuelos?, ¿una corbata?, ¿una camiseta de vertical del pájaro, sino el lugar de la expla-
lana? Cuando Bloch llegó a la fonda, se cambió nada en el que el pájaro iba probablemente a
46 47

caer; el azor había recobrado mientras tanto la Por fin vio una gota, que corría por la
posición horizontal, y después volvió a elevarse. superficie del vaso hacia abajo, y un reloj en
También era extraño que Bloch, al la pared, cuyas manillas eran dos cerillas; una
pasar por un campo de maíz, no hubiera visto de las manillas estaba partida y señalaba las
los callejones rectos que, atravesando el cam- horas; no se había quedado mirando cómo caía
po, conducían al otro extremo, sino que vio la gota, sino el lugar del posavasos en el que
solamente la impenetrable espesura de los ta- seguramente iba a caer. La camarera, que mien-
llos, hojas y mazorcas, cuyos granos desnudos tras tanto estaba fijando las baldosas del suelo
asomaban de vez en cuando por añadidura. con una especie de pasta, le preguntó si conocía
¿Por añadidura? El arroyo, que justamente a la posadera. Bloch movió la cabeza afirma-
en aquel momento pasaba por debajo de la ca- tivamente, pero solamente dijo sí cuando la
rretera, hacía bastante ruido y Bloch se detuvo camarera alzó la vista.
de nuevo. Una niña entró corriendo sin cerrar la
En la posada se encontró con la cama- puerta. La camarera mandó otra vez al ves-
rera, que estaba fregando el suelo. Bloch pre- tíbulo, donde se quitó las botas y, tras una
guntó por la dueña. «¡Todavía no se ha levan- segunda advertencia, cerró la puerta. «¡La hija
tado!», dijo la camarera. Bloch pidió una cer- de la dueña!», explicó la camarera, que inme-
veza en la barra. La camarera puso en el suelo diatamente se llevó la niña a la cocina. Cuando
una de las sillas que estaban encima de las volvió, dijo que «unos días atrás un hombre
mesas. Bloch cogió otra silla de la misma mesa había preguntado por la dueña. Decía que le
y se sentó. habían llamado para abrir un pozo. Ella le
La camarera fue detrás del mostrador. dijo inmediatamente que se marchara, pero
Bloch puso las manos encima de la mesa. La él no cesó en su empeño hasta que le hubo en-
camarera se agachó y abrió la botella. Bloch señado el sótano y entonces, sin perder ni un
apartó el cenicero. La camarera cogió al pasar solo momento, cogió una pala, así que ella
un posavasos de otra mesa. Bloch echó la silla tuvo que pedir ayuda para que le ayudaran
hacia atrás. La camarera sacó el vaso del cuello a echarlo y ella...» Bloch se las arregló para
de la botella, puso el posavasos sobre la mesa, interrumpirla en aquel momento. «Desde en-
colocó el vaso encima del posavasos, vació la tonces la niña tiene miedo de que al pocero
botella en el vaso, puso la botella en la mesa se le ocurra volver.» Pero mientras tanto había
y se marchó. ¡Otra vez igual! Bloch ya no entrado un carabinero y se bebió un vaso de
sabía qué hacer. aguardiente en el mostrador.
48 49

¿Estaba ya en casa el niño desapare- estancia en aquel lugar. Por el marco de la


cido?, preguntó la camarera. El carabinero puerta veía que la chica, allá lejos, estaba sen-
contestó: «No, todavía no le han encontrado». tada en la cocina. La posadera puso las manos
—No hace ni dos días que desapareció sobre la mesa con las palmas alternativamente
—dijo la camarera. El carabinero replicó: hacia arriba o hacia abajo. La camarera llevó
—Pero por la noche hace ya bastante frío. la bebida que Bloch había pedido para ella.
—De todos modos lleva ropa de abri- ¿Qué «ella»? En la cocina, que entretanto
go —dijo la camarera. Sí, llevaba ropa de se había quedado vacía, el frigorífico temblaba.
abrigo, dijo el carabinero. Se quedó mirando a través de la puerta las
—No puede estar muy lejos —añadió. peladuras de manzana, que estaban encima de
No podía haber llegado muy lejos, repitió la la mesa de la cocina. Debajo de la mesa había
camarera. Bloch vio encima de la máquina to- un recipiente lleno de manzanas, algunas man-
cadiscos unos cuernos de ciervo deteriorados. zanas se habían caído rodando y estaban por
La camarera explicó que eran de un ciervo allí tiradas. En el marco de la puerta estaban
que se había extraviado en el campo de minas. colgados en un clavo unos pantalones de tra-
Bloch oyó ruidos en la cocina y, al bajo. La posadera había puesto el cenicero entre
escuchar con atención, le parecieron voces. los dos. Bloch puso a un lado la botella, pero
La camarera comenzó a hablar a gritos con al- ella se puso la caja de cerillas enfrente, colo-
guien al otro lado de la puerta. La posadera cando luego el vaso a su lado. Finalmente
respondió desde la cocina. Estuvieron un rato Bloch puso su vaso y su botella a la derecha
hablando en este tono. Entonces, a mitad de del otro vaso y la caja de cerillas. Hertha se
una respuesta, entró la posadera. Bloch la sa- rió.
ludó. La niña entró y se apoyó en el respal-
Se sentó en su mesa, no a su lado, sino do de la silla de la posadera. La mandaron a
enfrente; puso las manos sobre las rodillas por buscar leña para la cocina, pero, al abrir la
debajo de la mesa. La puerta se había quedado puerta con una mano solamente, se le cayeron
abierta y Bloch podía escuchar el zumbido del todos los leños. La camarera los recogió y los
frigorífico en la cocina. La niña estaba sen- llevó a la cocina, mientras que la niña volvió
tada por allí cerca comiéndose un pedazo de a apoyarse en el respaldo de la posadera. A
pan. La posadera le miraba fijamente, como Bloch le dio la impresión de que hacían todo
si hiciera mucho tiempo que no le veía. «¡Ha- esto a propósito para librarse de él.
cía mucho tiempo que no nos veíamos!», dijo. Alguien dio desde fuera unos golpeci-
Bloch le contó una historia para justificar su tos en la ventana, pero inmediatamente se
50 51

alejó. El hijo del casero, dijo la posadera. En de la escuela. Seguramente cuando se marchó
tonces vieron que pasaba un grupo de niños había confundido el sonido del agua hirviendo
por la calle; uno de ellos se acercó de impro- en la cocina con una llamada.
viso, apretó la cara contra el cristal de la ven- A pesar de que la ventana estaba abier-
tana y se escapó corriendo. «¡Ya han salido de ta, era imposible ver lo que había en el inte-
la escuela!», dijo ella. Entonces disminuyó de rior del cuartelillo de los carabineros; la habi-
repente la luz en la habitación, pues en la tación estaba demasiado oscura para distinguir
calle se había detenido un camión de mue- algo desde fuera. Pero los de dentro segura-
bles. «¡Ahí llegan mis muebles!», dijo ella. mente habían visto a Bloch; se dio cuenta de
Bloch se sintió aliviado de poder levantarse ello porque contuvo la respiración inconscien-
y ayudar a meter los muebles. temente al pasar por allí. ¿Era posible que no
Mientras entraban el armario la puerta hubiera nadie en la habitación, a pesar de que
se abrió. Bloch la cerró de un puntapié. Cuan- la ventana estaba abierta de par en par? ¿Por
do terminaron de colocar el armario en el dor- qué «a pesar de»? ¿Era posible que no hubiera
mitorio, ella se subió al piso de arriba. Uno nadie en la habitación, porque la ventana estaba
de los empleados le dio a Bloch la llave y él abierta de par en par? Bloch miró hacia atrás:
echó la llave a la cerradura del armario. incluso habían quitado una botella de cerveza
Pero él no era el dueño, dijo Bloch. del alféizar de la ventana para poder mirarle
Poco a poco, cada vez que decía algo, le suce- bien cuando ya había pasado de largo. Oyó
día siempre lo mismo. La posadera le invitó un ruido, como cuando una botella rueda por
a comer. Bloch, que más o menos había pla- el suelo debajo del sofá. Pero por otra parte
neado quedarse a vivir allí, rechazó la invita- no era muy probable que en el cuartelillo tu-
ción. Pero de todos modos dijo que volvería viesen un sofá. Solamente cuando ya se en-
por la noche. Hertha, que le hablaba desde la contraba un poco más lejos, cayó en la cuenta
habitación donde se encontraban los muebles, de que habían encendido la radio en el cuar-
le contestó cuando ya se marchaba; a pesar de telillo. Bloch volvió al pueblo por la curva que
todo le pareció que la había oído llamar. Entró hacía la carretera. De repente comenzó a cami-
de nuevo en el bar y, como todas las puertas nar despreocupadamente sintiéndose muy ali-
estaban abiertas, pudo ver que la camarera viado, solamente tenía que seguir la carretera
estaba en la cocina, de pie junto al fuego, y llegaría al pueblo.
mientras que la posadera ordenaba la ropa del Caminó un rato entre las casas. Escu-
armario en el dormitorio y la niña estaba sen- chó algunos discos en un café y el dueño tuvo
tada en una mesa del bar haciendo los deberes que enchufar la máquina tocadiscos; se mar-
52 53
chó antes de que los discos se hubieran ter- agarrado a la puerta de la cerca que rodeaba
minado; desde fuera escuchó cómo el dueño los baños. «Los baños están cerrados», dijo
volvía a desenchufar. Un grupo de escolares Bloch.
estaban sentados en unos bancos mientras es- Los policías hicieron una serie de co-
peraban el autobús. mentarios con toda naturalidad, pero daba sin
Se detuvo enfrente de un puesto de embargo la impresión de que tenían un doble
fruta, pero tan lejos, que la mujer que estaba sentido; de cualquier manera acentuaron mal
detrás de la fruta no podía atenderle. Se le a propósito palabras como «acera» y «las ca-
quedó mirando y esperó a que se acercara un bras de Becher», diciendo en su lugar «már-
poco más. Un niño, que estaba delante de él, chese» y «tomar en consideración», e igual-
dijo algo, pero la mujer no contestó. Pero en- mente se equivocaron intencionadamente al
tonces, cuando se acercó un policía por detrás decir «disculparse» en lugar de «terminados
y estuvo lo suficientemente cerca, la mujer se a tiempo», y «expulsar» en lugar de «blan-
dirigió inmediatamente hacia él. quear» *. Qué sentido podía tener si no, que
En el pueblo no había cabinas telefó- los policías le contaran la historia de las cabras
nicas. Bloch intentó llamar por teléfono a un del granjero Becher, que una vez, antes de que
amigo desde la oficina de correos. Tuvo que los baños se inauguraran, se escanaron v, como
esperar en un banco frente a la ventanilla, pero alguien se había dejado la puerta abierta, irrum-
la comunicación no llegaba. A aquella hora del pieron allí dentro en tropel e hicieron sus
día las líneas estaban sobrecargadas. Después necesidades por todas partes, incluso dejaron
de insultar a la empleada se marchó. muestras de ello en las paredes de la cafetería,
Al pasar por los baños públicos en las así que fue necesario volver a blanquear las
afueras de la ciudad, vio a dos policías en bici- paredes y los baños no pudieron estar termi-
cleta que venían hacia él. ¡Con los capotes! nados a tiempo; ¿y por ese motivo tenía que
pensó. Y cuando los policías se detuvieron dejar Bloch la puerta cerrada y quedarse en
delante de él, vio que en efecto llevaban ca- la acera? Cuando continuaron su camino, los
potes; cuando se bajaron de las bicicletas no
1
se quitaron ni siquiera las gomas que les su^ En efecto, en el idioma alemán puede confundirse el sig-
nificado de palabras con una grafía semejante, dependiendo
jetaban los bordes de los pantalones. Bloch de la sílaba que lleve el acento. En este caso, las palabras Geh
tuvo de nuevo la sensación de que estaba con- weg! (¡márchese!) y beherzigen (tomar en consideración),
pueden confundirse fácilmente con las palabras gebweg (acera)
templando una caja de música; como si no fue- y Becher-Ziegen (las cabras de Becher); así mismo zur rechten
ra la primera vez que veía todo aquello. A Zeit fertig y ausweissen, si variamos el acento, podrán tener
el significado de las palabras rechtfertigen (disculparse) y
pesar de que tenía echado el cerrojo, seguía auswetsen (expulsar). [Ñ. del T.]
54
55
policías omitieron, casi burlonamente, las ex-
presiones habituales de despedida o por lo me- calle, que estaban vaciando los enormes cubos
nos solamente las insinuaron y lo hicieron de de basura en el camión de recogida; pero cuan-
un modo muy particular, como si quisieran do se asomó afuera vio que había sido más
darles un segundo significado. Al marcharse bien la puerta corredera del autobús que se
no miraron hacia atrás. Para demostrar que no había cerrado al arrancar, y que más allá es-
tenía nada que esconder, Bloch siguió parado taban descargando las cántaras de leche en el
junto a la verja, contemplando el interior de muelle de carga de la lechería; aquí en el cam-
la casa de baños vacía; «como si fuera un arma- po no había camiones para la recogida de las
rio abierto, al que he ido para sacar algo», pen- basuras; ya empezaban otra vez las confusio-
nes.
só Bloch. Ya no se acordaba del motivo por
el que se había acercado a los baños. Además Bloch vio que la chica estaba en la
había oscurecido; los rótulos de las urbaniza- puerta con un montón de toallas al brazo, y
ciones a las afueras del pueblo ya estaban ilu- encima una linterna; antes de que pudiera
minados. Bloch volvió al pueblo. Dos chicas atraer su atención ya había desaparecido en
que iban en dirección a la estación pasaron por el pasillo. Después de cerrar la puerta comenzó
su lado, y él las llamó. Ellas miraron hacia a disculparse, pero Bloch no podía entenderla
atrás sin dejar de caminar y le contestaron. porque en aquel momento estaba también di-
Bloch tenía hambre. Comió en la fonda, mien- ciéndole algo a ella. La siguió por el pasillo;
tras escuchaba la televisión, que se oía desde ella ya se había metido en otra habitación; de
la habitación vecina. Luego entró a verla con vuelta en su habitación, Bloch, con mucha exa-
el vaso en la mano, y no se movió de allí hasta geración, dio dos vueltas a la llave en la ce-
que apareció el cartelito anunciador del final rradura. Un poco más tarde fue a buscar a
de la emisión. Pidió la llave y subió a su habi- la chica, que estaba algunas habitaciones más
tación. Cuando estaba ya medio dormido, le allá y le explicó que había sido un malenten-
pareció oír que arrancaban un coche con las dido. La chica, mientras extendía una toalla
luces apagadas. Intentó preguntarse inútilmen- encima del lavabo, contestó que sí, que había
te por qué le había venido a la imaginación sido un malentendido, que probablemente ha-
precisamente un coche con las luces apagadas; cía un rato, cuando se encontraba al fondo
probablemente se durmió mientras se hacía del pasillo, le había confundido con el con-
estas reflexiones. ductor del autobús que estaba en el rellano de
Bloch se despertó con los ruidos y la la escalera, así que, creyendo que ya estaba
respiración jadeante de los basureros en la abajo, había entrado en la habitación. Bloch,
que estaba en el quicio de la puerta, dijo, que
56 57
no se había referido a eso. Pero ella abrió el bles?, preguntó Bloch. «Mi novio es ebanista»,
grifo en aquel momento, así que le pidió que contestó la chica. Bloch dijo que una vez en
repitiera la frase. Bloch contestó entonces, que una película había visto que en un hotel se
en la habitación había demasiados armarios, quedaba encerrado un ladrón entre las dos
arcenes y cómodas. La muchacha replicó que puertas. «¡Todavía no ha conseguido nada ni
sí y que sin embargo en la fonda faltaba per- nadie escaparse de nuestras habitaciones!», dijo
sonal, como probaba la confusión anterior que la chica.
seguramente en su caso, se había debido al Abajo en el comedor leyó que habían
agotamiento. Bloch contestó que no se había encontrado una moneda americana de cinco
referido a eso al hacer la observación sobre centavos junto a la taquillera. Los conocidos
los armarios, solamente quiso decir, que apenas de la taquillera no la habían visto nunca con
se podía mover uno en la habitación. un soldado americano; y en esta época había
La muchacha preguntó qué quería decir muy pocos turistas americanos en el país. Ade-
con eso. Bloch no contestó. Ella interpretó ese más se habían encontrado garabatos en los
gesto mientras estrujaba la toalla sucia, o más bordes de un periódico como los que se hacen
bien Bloch interpretó ese gesto como una ré- normalmente cuando se está conversando con
plica a su silencio. Ella dejó caer la toalla en alguien. Estaba claro que los garabatos no pro-
la cesta; Bloch tampoco contestó esta vez por cedían de la taquillera; los estaban analizando
lo que, en su opinión, la chica comenzó a des- para ver si podían proporcionar alguna infor-
correr las cortinas, así que se salió al pasillo, mación sobre el visitante.
que estaba más oscuro. «¡No quise decir eso!», El fondista se acercó a la mesa y puso
exclamó la chica. Le seguía por el pasillo, pero encima el impreso de entrada; hasta entonces
después Bloch comenzó a seguirla a ella mien- lo había tenido Bloch en su habitación. Bloch
tras repartía las toallas por las habitaciones. rellenó el impreso. El fondista se había apar-
En un recodo del pasillo tropezaron con un tado un poco y no dejaba de mirarle. En aquel
montón de sábanas sucias que había en el suelo. momento la sierra mecánica cortaba la madera
Al apartarse Bloch, se le cayó a la chica una en la serrería de afuera. Bloch escuchaba el
caja de jabón que llevaba encima del montón ruido corno si se tratara de algo prohibido.
de toallas. ¿Si necesitaba una linterna para En lugar de llevar lógicamente el im-
volver a casa?, preguntó Bloch. Tenía novio, preso detrás del mostrador, el fondista entró
contestó la chica, que se levantó después de en la habitación vecina y, según vio Bloch, se
recoger la caja toda colorada. ¿Si en la fonda quedó allí hablando con su madre; y en lugar
tenían alguna habitación con las puertas do- de salir enseguida, como era de imaginar, por
58 59

la puerta que se había dejado abierta, siguió que la próxima recogida del buzón se realizaba
hablando hasta que por fin se le ocurrió ce- al día siguiente. Desde una turné por Sud-
rrarla. Al cabo de un rato salió la anciana en américa, donde su equipo tenía que mandar
lugar del fondista. El fondista no la siguió tarjetas postales desde cada ciudad con la firma
sino que se quedó en la habitación y descorrió de todos los jugadores, Bloch se había acos-
las cortinas y entonces, en lugar de quitar la tumbrado a escribir tarjetas cuando estaba de
televisión, enchufó el ventilador. viaje.
En aquel momento entró la chica con En aquel momento pasó por allí un
la aspiradora al otro extremo del comedor. grupo de colegiales; los nifíos iban cantando y
Bloch se imaginaba que la iba a ver salir tran- Bloch echó las postales. Al caer, el buzón vacío
quilamente a la calle con el aparato; pero en resonó. Pero el buzón era tan pequeño que era
lugar de eso lo enchufó y comenzó a pasarlo imposible que resonara. Además Bloch había
por debajo de las sillas y las mesas. Cuando echado a andar inmediatamente.
entonces el fondista volvió a correr las cor- Estuvo caminando un rato campo a
tinas en la habitación vecina, la madre del fon- través. La sensación que tenía de que le caía
dista volvió a la habitación y finalmente el en la cabeza una pelota muy pesada, mojada
fondista desenchufó el ventilador, Bloch tuvo por la lluvia, cedió un poco. El bosque comen-
la sensación de que todas las cosas volvían a zaba cerca de la frontera. Se dio la vuelta cuan-
encajar de nuevo. do reconoció la primera torre de control al
Se informó por el fondista de si en la otro extremo de la vereda, en tierra de nadie.
localidad se leían muchos periódicos. «Sola- En el linde del bosque se sentó en el tronco
mente periódicos semanales y revistas», con- de un árbol. Casi inmediatamente después se
testó el fondista. Bloch, que le había pregun- levantó. Entonces se sentó otra vez y contó el
tado cuando ya se marchaba, al empujar el dinero que tenía. Alzó la vista. El paisaje, aun-
picaporte hacia abajo con el codo se pilló el que era llano, comenzaba a arquearse tan cerca
brazo entre el picaporte y la puerta. «¡Le está de donde él estaba, que daba la sensación de
bien empleado!», exclamó la chica a sus espal- que quería eliminar su presencia allí. El se
das. Bloch escuchó aún, cómo el fondista le encontraba aquí, en el linde del bosque, allí
preguntaba qué había querido decir con eso. estaba la casucha de un transformador, allí
Escribió un par de tarjetas postales, una lechería, allí había un campo, allí se veían
pero no las echó inmediatamente después. Lue- unas cuantas siluetas, allí, en el linde del bos-
go, en las afueras de la ciudad, cuando las iba que, estaba él. Estaba sentado, tan callado, que
a echar en un buzón adosado a una verja, vio llegó a perder la noción de sí mismo. Más tarde
60 61
descubrió que las siluetas que se veían en el grapas en la pared de la lechería; los otros
campo eran policías con perros. carteles estaban por el suelo hechos pedazos.
Junto a un arbusto de zarzamoras, me- Bloch siguió caminando y en el patio de una
tida casi completamente debajo de las zarza- granja vio un mozo que tenía hipo. Vio cómo
moras, se encontró Bloch una bicicleta de niño. revoloteaban las avispas en un huerto de ár-
La puso de pie. El sillín estaba bastante alto, boles frutales. En un cruce de caminos había
como para un adulto. Tenía algunos pinchos flores podridas en una lata de conservas. A los
de zarzamora clavados en las ruedas, pero a lados de la carretera había cajetillas de ciga-
pesar de ello no se habían pinchado. En los rros vacías en la hierba. Junto a las ventanas
radios de una rueda se había quedado enredada cerradas veía los ganchos para adosar las con-
una rama de abeto, así que estaba bloqueada. traventanas a las fachadas de las casas. Al pa-
Bloch tiró de la rama. Entonces dejó caer la sar por una ventana abierta olió a podrido. En
bicicleta al suelo, pues se le ocurrió pensar la posada le dijo la posadera que en la casa de
que los policías podrían ver los reflejos del enfrente se había muerto alguien ayer.
sol en la caja metálica del faro. Pero los poli- Cuando Bloch se dirigía a la cocina,
cías ya habían pasado de largo con los perros. donde estaba ella, se cruzaron en la puerta y
Bloch se quedó mirando las siluetas él la siguió al bar. Bloch la adelantó y se sentó
mientras bajaban una pendiente; relucían las en una mesa del rincón, pero ella ya se había
chapas de los perros y también el aparato de sentado en una mesa cerca de la puerta. Cuan-
radio-escucha. ¿Y si los destellos eran una do Bloch iba a decir algo, ella se le adelantó
señal? ¿Serían señales luminosas? Poco a poco en seguida. El quería comentarle que la cama-
estas sospechas fueron desapareciendo: a lo le- rera llevaba zapatos ortopédicos, pero la posa-
jos brillaban las cajas metálicas de los faros dera ya estaba señalando hacia la calle por
de los coches cuando la carretera dibujaba una donde, en aquel momento, pasaba un policía
curva, cerca de Bloch relucían los fragmentos con una bicicleta de niño. «¡Esa es la bicicleta
de un espejito, más allá el camino estaba cu- del niño mudo!», dijo.
bierto de trozos de mica que centelleaban. La camarera había llegado con las re-
Cuando Bloch se subió a la bicicleta, las rue- vistas en la mano; los tres juntos miraron afue-
das se iban abriendo camino en la grava. ra. Bloch preguntó si el pocero había vuelto
Recorrió una pequeña distancia en bici- a dar señales de vida. La posadera, que sola-
cleta. Finalmente la dejó apoyada en la caseta mente había entendido las palabras «dar se-
del transformador y siguió a pie. Leyó el cartel ñales de vida», empezó a hablar de soldados.
anunciador del cine que estaba pegado con Esta vez Bloch dijo «vuelto» y la posadera
62 63

dijo algo sobre el niño mudo. «¡Ni siquiera Como en la otra silla estaba echado un
podía pedir ayuda!», dijo la camarera, pero gato, se quedó a su lado de pie. Ella estaba
en realidad estaba leyendo en voz alta el pie hablando del hijo del casero, que era su novio.
de una ilustración de las revistas. La posadera Bloch se acercó a la ventana y comenzó a ha-
empezó a contar una película en donde alguien cerle preguntas sobre él. Ella contó detalla-
había metido clavos en la masa de los pasteles. damente a qué se dedicaba el hijo del casero.
Bloch preguntó si los vigilantes de las torres Siguió hablando sin que nadie le preguntara.
de control tenían gemelos de campaña; por lo Bloch vio un tarro de conservas al borde de la
menos allá arriba brillaba algo. «¡Pero si desde cocina. De vez en cuando decía: ¿si? En los
aquí no se ven las torres de control!», contestó pantalones de trabajo colgados en el marco
una de las mujeres. Bloch vio que todavía les de la puerta descubrió otra cinta métrica. En
quedaba en la cara harina de hacer los pasteles, ese momento la interrumpió y le preguntó por
sobre todo en las cejas y en las raíces de los qué número empezaba a contar normalmente.
cabellos. Ella se quedó perpleja, incluso interrumpió la
Salió al patio, pero como nadie había tarea de quitar el corazón a una manzana.
salido detrás de él volvió adentro. Se apoyó Bloch dijo que desde hacía poco, había obser-
en la máquina tocadiscos dejando todavía sitio vado en sí mismo la costumbre de empezar a
a su lado. La camarera, que se había sentado contar por el número dos; por ejemplo, esta
detrás del mostrador, rompió un vaso. Con mañana estuvo a punto de atrepellarle un co-
el ruido la posadera salió de la cocina, pero che, pues pensó que le daría tiempo a cruzar
no miró a la camarera sino a él. Bloch giró el antes de que pasara el segundo coche; simple-
botón en la parte de atrás de la máquina toca- mente no había contado con el primer coche.
discos para bajar el volumen. Entonces, cuando La posadera respondió con una frase hecha.
la posadera estaba aún en la puerta, subió el Bloch fue a donde estaba la silla y la
volumen de nuevo. La posadera comenzó a levantó por las patas traseras, así que el gato
pasear frente a él por la habitación, como si cayó en el suelo de un salto. Se sentó y apartó
quisiera medirla con sus pasos. Bloch le pre- la silla de la mesa. Al hacer este movimiento
guntó cuánto tenía que pagarle al casero de chocó con una mesita que había detrás y una
alquiler. Al escuchar la pregunta Hertha se botella de cerveza se cayó y fue a parar rodando
detuvo. La camarera empujaba con la escoba debajo de un banco. ¿Por qué estaba todo el
los fragmentos de vidrio en un recogedor. Bloch rato sentándose, levantándose, luego se mar-
fue hacia Hertha, la posadera pasó muy cerca chaba o se quedaba por allí dando vueltas, lue-
de él en dirección a la cocina. Bloch la siguió. go volvía a entrar?, preguntó la posadera. ¿Lo
64 65
hacía para burlarse de ella? Bloch, en lugar Bloch vio que la camarera salía del dormitorio
de contestar le leyó un chiste de la hoja de con la mano hueca y tiraba las moscas en el
periódico donde estaban las peladuras de man- cubo de la basura. El no tenía nada que ver
zana. Como veía el periódico al revés, leía tan en el asunto, dijo. Vio que la camioneta del
entrecortadamente que la posadera, inclinán- panadero se detuvo frente a la casa de los veci-
dose hacia delante, siguió leyendo. Afuera se nos y el conductor puso dos barras de pan en
oían las risas de la camarera. Algo se cayó al los escalones de la entrada, debajo el pan ne-
suelo en el dormitorio. No volvió a oírse nada. gro, encima el blanco. La posadera mandó a
Bloch, que antes tampoco había oído ningún la niña a la puerta para que atendiera al hom-
ruido, quería echar un vistazo; pero la posa- bre; Bloch escuchó que la camarera se mojaba
dera explicó que ya hacía rato que había oído las manos detrás del mostrador; últimamente
que la niña estaba despierta; seguramente se ese hombre estaba siempre disculpándose, dijo
había bajado de la cama y no tardaría en salir la posadera. ¿De verdad?, preguntó Bloch.
para pedir un pedazo de pastel. Entonces Bloch Entonces entró la niña en la cocina con dos
escuchó por primera vez un ruido, y parecía
barras de pan. También vio que la camarera
un gimoteo. Resultó que la niña se había caído
se secaba las manos en el delantal y después
de la cama cuando estaba durmiendo y que
cuando se despertó en el suelo, junto a la cama, iba a atender a un cliente. ¿Qué quería beber?
no sabía dónde estaba. Ya en la cocina la ¿Quién? De momento nada, fue la respuesta.
niña contó que había moscas debajo de la al- La niña cerró la puerta del bar.
mohada. La posadera le explicó a Bloch que «Ahora estamos solos», dijo Hertha.
los niños de los vecinos, que estaban dur- Bloch miró a la niña, que estaba mirando a la
miendo en su casa mientras duraba el velato- casa de enfrente por la ventana. «Ella no cuen-
rio en la suya, que era donde había ocurrido ta», dijo ella. Bloch tomó aquello como una
el fallecimiento, tenían la costumbre de dis- indicación de que quería decirle algo, pero en-
parar a las moscas que estaban posadas en la tonces se dio cuenta que lo que había querido
pared con las gomas de los tarros de conserva; decir en realidad era que podía empezar a
seguramente, por la noche habían metido las hablar. A Bloch no se le ocurría nada que decir.
moscas que estaban por el suelo debajo de Dijo una cosa obscena. Ella mandó a la niña
la almohada. afuera inmediatamente. El acercó la mano a
Después de darle a la niña algunas co- ella. Ella le tocó suavemente. El le agarró
sas para que se distrajera —hasta ahora las bruscamente del brazo, pero enseguida la soltó.
había tirado todas—, poco a poco se calmó. En la calle se encontró con la niña, que estaba
66 67

hurgando en el cemento de la pared con una eos en la estufa. «Nos han matado un niño
brizna de paja. golpeándole con calabazas», dijo. Dos viejas
Miró por la ventana de la casa de en- pasaron por la ventana y saludaron a los de
frente, que estaba abierta. El cadáver estaba dentro; Bloch vio un bolso negro en el alféizar
sobre una tarima; junto a él estaba ya el ataúd. de la ventana; acababan de comprarlo, ni si-
Una mujer estaba sentada en un taburete en quiera habían sacado los papeles de relleno.
un rincón, mojando pan en una jarra de mosto; «De repente dio un aullido y murió», dijo la
en un banco detrás de la mesa, un muchacho campesina.
estaba tumbado de espaldas durmiendo; un Bloch podía ver el interior del bar de
gato estaba echado encima de su barriga. enfrente donde el sol, que ya estaba bastante
Cuando Bloch entró en la casa casi tro- bajo, brillaba con tanta intensidad que la parte
pezó en el vestíbulo con un tronco de madera. inferior de la habitación, sobre todo el enta-
La campesina salió a la puerta, él entró y se rimado recién puesto, las patas de las sillas
puso a hablar con ella. El muchacho se había y las mesas y las piernas de las personas, bri-
sentado, pero no decía nada; el gato se había llaban en sus contornos como si la luz emanara
ido. «¡Ha tenido que velar toda la noche!», de ellas mismas; vio que el hijo del casero
dijo la campesina. Por la mañana se había en- estaba apoyado en la puerta de la cocina con
contrado al muchacho con una chispa bastante los brazos cruzados apoyados en el pecho y
considerable. Se volvió hacia el difunto y co- hablaba con la posadera, que probablemente
menzó a rezar. Mientras tanto cambió el agua estaba todavía sentada en la mesa, un poco
de las flores. «Ocurrió todo muy deprisa», más allá. A medida que el sol se ocultaba, estas
dijo, «tuvimos que despertar al chiquillo para imágenes le parecían a Bloch cada vez más
que fuera corriendo al pueblo.» Pero el niño lejanas y confusas. No podía apartar la vista
no supo decirle al cura lo que había pasado y de allí; solamente comenzó a disiparse esta sen-
no habían tocado la campana. Bloch notó que sación cuando vio a los niños que estaban co-
estaban empezando a caldear la habitación; al rriendo en la calle. Entonces entró un niño
cabo de un rato se desplomaron los troncos con un ramo de flores. La campesina puso el
de madera que había dentro de la estufa. «¡Trae ramo en un vaso y colocó el vaso al pie de la
un poco de leña!», dijo la campesina. El mu- tarima. El niño se quedó allí de pie. Un poco
chacho volvió con algunos troncos que sujetaba después la campesina le dio una moneda y el
con ambas manos, y los dejó caer junto a la niño se marchó.
estufa armando una gran polvareda. Se sentó Bloch escuchó un ruido, como si los
detrás de la mesa y la campesina metió los tron- tablones del suelo hubieran cedido bajo el
68 69

peso de una persona. Pero era solamente que vio de la mesa. Al cabo de un rato sintió la
los troncos de la estufa habían vuelto a des- necesidad de ser él mismo el que lo encontrara
plomarse. Cuando Bloch dejó de hablar con y se unió a los demás. Como no pudieron en-
la campesina, el muchacho se tendió en el ban- contrar el colgante en la habitación, siguieron
co y se quedó dormido otra vez. Luego lle- buscando afuera, en el pasillo. Una pala se
garon unas mujeres y comenzaron a rezar el vino abajo, mejor dicho, Bloch la cogió al vuelo
rosario. Alguien borró lo que estaba escrito en antes de que llegara a caerse del todo. El mu-
la pizarra de la fachada de la tienda de ultra- chacho alumbraba con una linterna, la cam-
marinos y escribió en su lugar: naranjas, cara- pesina apareció con una lámpara de petróleo.
melos, sardinas. En la habitación se hablaba en Bloch pidió la linterna y salió a la calle. Ca-
voz baja, afuera en la calle, los chiquillos ar- minaba en cuclillas por la grava, pero nadie
maban jaleo. Un murciélago se había quedado le había seguido. Escuchó cómo alguien gritaba
enganchado en la cortina; el muchacho se des- dentro, en el recibidor, que habían encontrado
pertó con sus chillidos y poniéndose en pie el colgante. Bloch no quiso creerlo y siguió
de un salto enseguida se abalanzó sobre él, buscando. Entonces escuchó que detrás de la
pero el murciélago ya se había escapado. ventana habían empezado a rezar de nuevo.
Estaban ya en el crepúsculo, y a nadie Dejó la linterna en el alféizar de la ventana
le apetecía encender la luz. y se marchó.
Solamente el bar de enfrente estaba De vuelta en el pueblo Bloch se sentó
un poco iluminado por la luz de la máquina en un café y se quedó mirando un juego de
tocadiscos, que estaba enchufada; pero nadie cartas. Empezó a discutir con el jugador que
ponía discos. La habitación de al lado, que era estaba delante de él. Los otros jugadores obli-
la cocina, estaba ya completamente a oscuras. garon a Bloch a que se marchara. Bloch fue
A Bloch le invitaron a cenar y se sentó con a la habitación trasera. Allí estaban dando una
los demás a la mesa. conferencia con proyecciones. Bloch se quedó
Aunque la ventana estaba ahora cerra- un rato mirando. Era una conferencia sobre
da, había muchos mosquitos en la habitación. los hospitales de órdenes religiosas en el sud-
Enviaron a un niño por posavasos a la posada este de Asia. Bloch, que había estado todo el
para ponerlos después encima de los vasos y rato hablando en voz alta, empezó a discutir
evitar así que los mosquitos se cayeran dentro. otra vez con la gente. Se dio la vuelta y se
Una mujer vio de repente que había perdido marchó.
un colgante de la cadena que llevaba al cuello. Estuvo reflexionando sobre la posibi-
Todos comenzaron a buscarle. Bloch no se mo- lidad de volver a entrar, pero no se le ocurría
71
70
vomitando un rato sin sentir ningún alivio.
qué excusa hubiera podido poner. Fue a otro
Se tumbó otra vez en la cama. No estaba ma-
café. Allí quería que desenchufaran el ventila-
reado, por el contrario veía todo con un equili-
dor. Además decía que la iluminación era de-
brio inaguantable. No le sirvió para nada aso-
masiado débil. La camarera se sentó a su lado marse por la ventana y mirar a la calle. Una
y un poco después él hizo ademán de pasarle lona se mantenía inmóvil encima de un coche
el brazo por encima de los hombros; ella se aparcado. Descubrió dos cañerías en una pared
dio cuenta de que sólo se trataba de un ademán
de la habitación; estaban colocadas paralela-
y se echó para atrás, incluso antes de que él
mente, desde el techo hasta el suelo. Todo lo
viera con toda claridad que únicamente había que veía estaba limitado de una forma insopor-
querido hacer un ademán. Bloch quiso justifi-
table. Las náuseas no le hacían incorporarse
carse pasándole de verdad a la camarera el
sino que parecía como si le oprimieran. Le
brazo por encima de los hombros; pero ella daba la sensación de que todo lo que veía lo
ya se había puesto en pie. Cuando Bloch iba a tenía grabado con un cincel, o más bien como
levantarse la camarera se fue. Ahora Bloch hu- si los objetos que le rodeaban se recortaran so-
biera tenido que fingir que se proponía seguir-
bre un fondo. El armario, el lavabo, la bolsa de
la. Pero era demasiado para él y se marchó viaje, la puerta: entonces se dio cuenta de que,
del café.
como si alguien le forzara a ello, le venía a la
En su habitación del hostal se despertó
mente la palabra correspondiente a cada ob-
poco antes del amanecer. De repente todo lo
jeto. Cada vez que divisaba un objeto seguía
que estaba a su alrededor le resultaba inaguan-
inmediatamente la palabra. La silla, la per-
table. Pensó detenidamente si de verdad es-
cha, la llave. Hasta entonces el silencio había
taría despierto, pues justamente en un mo-
sido tan absoluto que ningún ruido le había lla-
mento determinado, en este caso poco antes
mado la atención; y como, por una parte
del amanecer, de buenas a primeras todo se
había la suficiente claridad para poder ver
volvía insoportable. El colchón estaba hundido
los objetos que tenía alrededor, y por otra
bajo su peso, los armarios y las cómodas esta-
parte estaba todo tan silencioso que ningún rui-
ban muy lejos, apoyados en las paredes, el
do podía distraer su atención de los objetos,
techo, por encima de él, tenía una altura inso-
los había visto como si al mismo tiempo se
portable. Había un silencio tal en la habitación
hubiesen estado haciendo propaganda a sí mis-
un poco iluminada, afuera en el pasillo y sobre
mos. En realidad las náuseas eran parecidas a
todo en la calle, que Bloch no lo pudo aguan-
las náuseas que le entraban cuando oía deter-
tar más. Unas intensas náuseas se apoderaron
minados anuncios, canciones de moda o himnos
de él. Acto seguido vomitó en el lavabo. Estuvo
72 73
nacionales que, eran tan pegadizos, que hasta cada objeto, sino también el precio que creía
en sueños los repetía o tarareaba. Contuvo la que podía poner a un arcón o un armario en
respiración como si tuviera hipo. Al inspirar le caso de volverlos a vender. El empleado de im-
volvieron las náuseas. Contuvo la respiración puestos, que había estado todo el rato tomando
de nuevo. Al cabo de un rato surtió un poco de nota, dejó de escribir y le pidió a la chica un
efecto y se durmió. vaso de vino. Bloch estaba satisfecho y quería
A la mañana siguiente todo esto le ha- marcharse. El empleado de impuestos explicó
bía desaparecido de la imaginación. Ya habían que cuando él veía un objeto, por ejemplo una
hecho la limpieza en el comedor y un emplea- lavadora, se informaba inmediatamente del pre-
do de la oficina de impuestos se paseaba por cio, y cuando volvía a ver el objeto, por ejem-
allí, pasando revista a los diversos objetos plo una lavadora de la misma marca, era capaz
mientras el fondista le daba una relación de de reconocerla no solamente por los distintivos
los precios. El fondista le presentó al empleado exteriores, que en una lavadora podían ser los
las facturas de la cafetera y de un congelador; botones del programa de lavado, sino que se
como los dos estaban hablando de precios, a guiaba siempre por lo que el objeto, en este
Bloch le parecieron aún más ridículos los epi- caso la lavadora, costaba la primera vez que lo
sodios de la noche. Después de hojear los pe- vio, o sea, por el precio. Desde luego procuraba
riódicos los dejó a un lado y se puso a escuchar que el precio se le quedara grabado con toda
al empleado de impuestos, que discutía con el exactitud y de esta manera reconocía inmedia-
fondista sobre el precio de un menú. La madre tamente todos los objetos cuando los veía por
del fondista y la chica se les unieron; todos segunda vez. ¿Y si el objeto no merecía la
hablaban a la vez. Bloch se metió en la discu- pena?, preguntó Bloch. El no tenía nada que
sión y preguntó qué era lo que costaba apro- ver con objetos sin valor comercial, contestó el
ximadamente amueblar una habitación de la empleado de impuestos, por lo menos en lo
fonda. El fondista contestó que había com- que correspondía al ejercicio de la profesión.
prado los muebles muy baratos a los campe- Todavía no habían encontrado al niño
sinos de la comarca que, o bien se habían mar- mudo. Desde luego habían puesto la bicicleta
chado o incluso algunos habían emigrado. Le bajo custodia y buscaban por los alrededores,
dijo un precio a Bloch. Bloch quiso saber el pero no se oía ningún disparo, lo que hubiera
precio de cada pieza del mobiliario por sepa- podido ser una señal de que uno de los poli-
rado. El hostelero le dijo a la chica que le tra- cías había dado con algo. De cualquiera modo
jera el inventario de la habitación y no sola- el ruido del secador detrás del biombo en la
mente les dio el precio a que había comprado peluquería en que Bloch había entrado era tan
74 75
alto que no se oía nada del exterior. Dijo que puesto de fruta que estaba delante de la tien-
le cortaran los pelos del cuello. Mientras el da, se había caído la pizarra de los precios.
peluquero se lavaba las manos la chica le cepi- La puso en pie de nuevo. El movimiento fue
lló a Bloch el cuello de la camisa. Entonces suficiente para que alguien saliera y le pregun-
desenchufaron el secador de pelo y escuchó tara si quería comprar algo. En otra tienda
cómo alguien por detrás del biombo pasaba habían puesto un vestido muy largo encima de
unas hojas. Se oyó una especie de chasquido. una mecedora. Una etiqueta en la que estaba
Pero era solamente que al otro lado del biombo clavado un alfiler, estaba junto al vestido en el
un bigudí se había caído en una palangana. asiento de la mecedora. Bloch no tenía muy cla-
Bloch preguntó a la chica si se iba a ro si el precio se refería a la silla o al vestido;
casa en el descanso del mediodía. La chica con- probablemente uno de los dos no estaba a la
testó que no era del pueblo, que venía en tren venta. Se quedó parado allí delante hasta que
todas las mañanas; al mediodía se iba a un esta vez también salió alguien a preguntarle.
café o se quedaba allí con su compañera. Bloch El preguntó a su vez; le contestaron que segu-
le preguntó si compraba todos los días un bi- ramente el alfiler de la etiqueta se había caído
llete de ida y vuelta. La muchacha contestó del vestido, pero desde luego era evidente que
que compraba un abono semanal. «¿Cuánto la etiqueta no podía ser de la mecedora; por
cuesta el abono semanal?», preguntó Bloch supuesto, era de propiedad privada. Solamente
inmediatamente. Pero antes de que la chica había querido informarse, dijo Bloch, que ya
contestara, dijo que eso no era asunto suyo. se iba. Le gritaron donde podía encontrar ese
A pesar de todo la muchacha dijo el precio. mismo modelo de mecedora. En un café pre-
La compañera dijo por detrás del biombo: guntó Bloch el precio de la máquina tocadis-
«¿Por qué lo pregunta, si no es asunto suyo?» cos. No era suya, dijo el dueño, solamente era
Bloch, que ya se había puesto en pie, leyó toda- prestada. No se había referido a eso, contestó
vía la lista de precios junto al espejo mientras Bloch, sólo quería saber el precio. Únicamente
esperaba el cambio y se marchó. se quedó satisfecho cuando el dueño le dijo el
Descubrió que tenía la extraña manía de precio. Pero no estaba seguro, dijo el dueño
enterarse de los precios de todo. Se quedó Entonces Bloch empezó a preguntar sobre otros
aliviado cuando vio que en la luna de cristal objetos del establecimiento pues el dueño tenía
del escaparate de una tienda de ultramarinos, que saber sus precios, ya que eran de su pro-
habían escrito con pintura blanca los nombres piedad. Después el dueño empezó a hablar de
de las mercancías que habían entrado última- los baños públicos, cuyo costo de construcción
mente y sus precios correspondientes. En un había excedido con mucho al presupuesto ini-
76 77

cial. «¿En cuánto?», preguntó Bloch. El due- estaba pegado a la base del vaso de cerveza.
ño no lo sabía. Bloch se impacientó. « ¿ Y a «¿Tiene esto algún valor?», preguntó después
cuánto ascendía el presupuesto inicial del cos- mientras se metía la mano en el bolsillo y
to?», preguntó Bloch. El dueño tampoco pudo ponía una piedra encima de la mesa. El dueño
contestar esta vez. De cualquier manera en sin tocar la piedra contestó que piedras como
la primavera pasada había sido encontrado un esa se encontraban en los alrededores cada dos
muerto en una cabina, que probablemente ha- pasos. Bloch no replicó. Entonces el posadero
bía pasado allí todo el invierno. Tenía la cabeza cogió la piedra, la hizo rodar un poco en el
metida en una bolsa de plástico. El muerto hueco de la mano y volvió a ponerla encima
había resultado ser un gitano. En la región de la mesa. ¡Qué desilusión! Bloch guardó la
había algunos gitanos sedentarios; se habían piedra inmediatamente.
construido unas casitas en el linde del bosque En la puerta se encontró con las dos
con la indemnización de daños y perjuicios, peluqueras. Les propuso, que fueran con él a
que habían recibido por su detención en los otro establecimiento. La segunda dijo que allí
campos de concentración. «Por lo visto por no había discos en la máquina. Bloch preguntó
dentro las tienen muy limpias», dijo el dueño. qué quería decir con eso. Ella contestó que los
Los policías, que con motivo de la búsqueda discos eran malos. Bloch salió y ellas le siguie-
del escolar desaparecido habían interrogado a ron. Pidieron algo de beber y las chicas saca-
los habitantes de las casitas, se habían quedado ron unos bocadillos. Bloch se inclinó hacia
sorprendidos al ver el suelo recién fregado y delante y comenzó a charlar con ellas. Le ense-
en general el orden existente en el interior. ñaron sus carnets de identidad. Al tocar las
Pero precisamente ese orden, siguió diciendo fundas, las manos comenzaron a sudarle al mo-
el dueño, no había hecho más que agravar las mento. Le preguntaron si era soldado. La se-
sospechas; pues seguramente los gitanos no gunda de las dos estaba citada por la tarde
hubieran fregado el suelo de no haber tenido con un representante; pero saldrían dos pa-
un motivo. Bloch no desistió en su propósito rejas juntas porque cuando iba sola una pa-
y preguntó si habían tenido suficiente con la reja no se sabía de qué hablar. «Cuando van
indemnización para la construcción de los alo- juntas dos parejas una vez habla uno, luego
jamientos. El dueño no podía decir a cuánto se otro. Se cuentan chistes.» Bloch no supo qué
había elevado la indemnización. «Por entonces contestar. En la habitación de al lado un niño
los materiales de construcción y los obreros andaba a gatas por el suelo. Un perro daba
eran aún baratos», dijo el dueño. Bloch dio saltos alrededor del niño y le lamía la cara.
la vuelta por curiosidad al vale de caja que El teléfono sonaba en la barra; mientras es-
78 79

tuvo sonando Bloch no atendió a la conversa- Bloch observó que cada vez que men-
ción. Los soldados casi nunca tenían dinero, cionaba algo y comenzaba a hablar de ello,
dijo la peluquera. Bloch no contestó. Como contestaban las dos con una historia que les ha-
les miraba las manos, ellas le explicaron que el bía ocurrido a ellas con el objeto mencionado
fijador les había ennegrecido las uñas. «No o con un objeto parecido, o que en cualquier
sirve de nada pintarlas, el borde sigue estando caso conocían de oídas. Por ejemplo, si Bloch
negro.» Bloch levantó la vista. «Nos compra- hablaba de la fractura de costillas que había
mos toda la ropa confeccionada.» «Nos peina- sufrido siendo portero, ellas contestaban que
mos la una a la otra.» «En el verano, cuando unos días antes se había caído un trabajador
volvemos a casa es todavía de día.» «Prefiero de una pila de tablones en la serrería del pue-
bailar lento.» «Cuando volvemos a casa ya no blo y también había sufrido una fractura de
contamos tantos chistes, entonces se olvida uno costillas; y cuando Bloch mencionó entonces
de hablar.» Ella se tomaba todo demasiado en que habían tenido que coserle los labios varias
serio, dijo la primera peluquera. Ayer, en el veces, le contaron como respuesta un combate
camino hacia la estación, había mirado incluso de boxeo de la televisión, donde a un boxeador
en los huertos de frutas buscando al colegial le habían reventado también una ceja; y cuando
desaparecido. Bloch había dejado los carnets Bloch contó que al dar un salto una vez chocó
encima de la mesa en lugar de devolvérselos con un lateral de la portería y se partió la
a ellas, como si no tuviera ningún derecho a lengua por la mitad, ellas replicaron inme-
mirarlas. Se quedó mirando cómo el vaho de diatamente que el colegial mudo también tenía
su huella digital desaparecía de las fundas de la lengua partida en dos.
plástico. Cuando le preguntaron lo que era, Además hablaban de cosas y sobre todo
contestó que había sido portero de un equipo de personas que era imposible que él conocie-
de fútbol. Explicó que los porteros podían estar ra, dando por descontado que él tenía que
más tiempo activos que los jugadores de campo. conocerlas y que sabía perfectamente de lo
«Zamora se mantuvo hasta que ya era bastante que hablaban. María le había pegado a Otto
viejo», dijo Bloch. Como respuesta se pusieron en la cabeza con el bolso de cocodrilo. El tío
a hablar de los jugadores de fútbol que ellas había bajado al sótano, había perseguido a
conocían. Cuando se jugaba un partido en su Alfred por el patio y había pegado a la coci-
pueblo, se ponían detrás de la portería del nera italiana con una rama de abedul. Eduard
equipo visitante y le hacían burla al portero se había apeado en la bifurcación de caminos,
para ponerle nervioso. La mayoría de los por- así que a medianoche tuvo que irse a pie a
teros eran zambos. casa; ella había atravesado el bosque del ase-
80 81

sino de niños para que Walter y Karl no la dad, se había ido olvidando cada vez más de
vieran caminando por el camino de los extran- lo que le rodeaba; ni siquiera había seguido
jeros, y al final se había quitado los zapatos viendo al perro y al niño de la habitación de
de baile que le había regalado el señor Frie- al lado; pero, cuando después se detuvo sin
drich. Bloch sin embargo, hacía una aclaración saber cómo continuar y comenzó a buscar fra-
a cada nombre y explicaba también de quién ses que todavía se sentía capaz de decir, el
se trataba. Incluso describía algunos de los exterior comenzó a llamarle de nuevo la aten-
objetos que mencionaba para "explicar cómo ción y por todas partes veía particularidades.
eran. Cuando surgió el nombre de Víctor Bloch Por fin preguntó si Alfred era amigo de ellas;
añadió: «Un conocido mío»; y cuando hablaba si siempre había una rama de abedul encima del
de un tiro libre no solamente describía lo que armario; si el señor Friedrich era un represen-
era un tiro libre sino que les explicaba, mien- tante; o si el camino de los extranjeros se
tras las peluqueras esperaban la continuación llamaba así porque a lo mejor pasaba por una
de la historia, las reglas del tiro libre en ge- población extranjera. Ellas le contestaban muy
neral; e incluso, cuando mencionaba un córner complacientes y poco a poco Bloch comenzó a
que un arbitro había pitado, creía que estaba percibir de nuevo, y todo al mismo tiempo,
en la obligación de explicarles que no se trataba siluetas, movimientos, voces, llamadas y for-
de la esquina de una habitación *. Cuanto más mas en lugar de cabellos teñidos con las raíces
hablaba, menos natural le parecía lo que decía. oscuras, en lugar de un broche solitario en el
Poco a poco llegó a la convicción de que cada escote, en lugar de unas uñas ennegrecidas,
palabra necesitaba una aclaración. Tenía que en lugar de una sola espinilla en las cejas depi-
dominarse para no detenerse en medio de una ladas, en lugar del abrigo de pieles en el
frase. Algunas veces, cuando estaba diciendo asiento de una silla del café. Con un solo mo-
una frase que había pensado con anterioridad, vimiento, rápido y sereno, cogió al vuelo el
se equivocaba; cuando lo que decían las pelu- bolso que de improviso se había caído de la
queras resultaba ser exactamente igual que lo mesa. La primera peluquera le ofreció un boca-
que él se había imaginado mientras estaba es- do de su bocadillo, y mientras ella lo sostenía
cuchando, le era imposible contestar. Mientras mordió con toda naturalidad.
estuvieron hablando entre ellos con familiari- Alguien decía en la calle que habían
dado vacaciones en la escuela para que todos
* La palabra alemana Ecke viene a designar el córner de los niños pudieran buscar a su compañero. Pero
los españoles; palabra que el castellano ha tomado del original solamente habían encontrado algunos objetos
inglés córner, que significa, al igual que Ecke en alemán, rin-
cón o esquina. [N. del T.~¡ que, aparte de un espejito hecho pedazos, no
82 83

tenían nada que ver con el desaparecido. El de burbujeo, como si estuviera andando por
espejito había sido identificado como propie- un terreno pantanoso. Por poco tropieza con
dad del niño por la funda de plástico. Aunque una comadreja que alguien había atropellado
habían registrado meticulosamente los alrede- y tenía un buen pedazo de lengua fuera de las
dores del lugar del hallazgo, no habían encon- fauces. Bloch se detuvo y rozó con la punta
trado ningún otro punto de referencia. El poli- del zapato la lengua larga y delgada, que la
cía que le contó a Bloch todo esto, añadió, que sangre había oscurecido: estaba dura y rígida.
desde el día de la desaparición se desconocía Empujó la comadreja con el pie hasta la cuneta
el paradero de uno de los gitanos. A Bloch le y siguió su camino.
extrañó que el policía, estando incluso al otro Al llegar al puente dejó la carretera y
lado de la calle, se hubiera detenido para gri- caminó junto al arroyo en dirección a la fron-
tarle toda la historia. Preguntó a su vez si ya tera. A medida que iba avanzando, daba la sen-
habían mirado en la casa de baños. El policía sación de que el arroyo era cada vez más pro-
contestó que el edificio estaba cerrado con lla- fundo, por lo menos el agua corría más lenta-
ve, y que ni siquiera un gitano podría entrar mente. Los avellanos de las orillas cubrían de
allí. tal manera el arroyo, que la superficie del agua
En las afueras del pueblo Bloch obser- apenas se veía. A lo lejos se oía el chirrido de
vó que los campos de maíz estaban casi por una guadaña en la siega. Cuanto más lenta-
completo pisoteados, de forma que entre los mente corría el agua, más turbia parecía vol-
tallos quebrados se podían ver las flores ama- verse. Al entrar en una curva el arroyo se de-
rillas de la calabaza; en aquella época flore- tenía en seco, y las aguas se volvían más tur-
cían por primera vez, en medio de un campo bias. Se oía el traqueteo de un tractor a bas-
de maíz, siempre a la sombra. Por la calle se tante distancia de allí como si estuviera por
veían por todas partes mazorcas de maíz arran- completo desconectado de todo aquello. Ne-
cadas a medio pelar, y mordisqueadas por los gros matojos de bayas de saúco un poco pa-
colegiales, a su lado estaban las hojas de la sadas colgaban entre la espesura. Había pe-
mazorca, de un color más oscuro. Bloch ya queñas manchas de aceite en la superficie in-
había visto en el pueblo cómo se peleaban móvil del agua.
mientras esperaban el autobús, lanzándose A veces se veían burbujas, que subían
unos a otros pelotitas fabricadas con esas fi- del fondo del agua. Los extremos de las ramas
bras oscuras. Las hojas de maíz estaban tan de los avellanos se metían en el arroyo. En
mojadas, que cada vez que Bloch pisaba un aquellos momentos ningún ruido del exterior
manojo, rezumaba agua y se oía una especie podía distraer la atención. Apenas habían sa-
84 85
lido las burbujas a la superficie, se veía cómo las hojas. En el agua llena de lodo ni siquiera
volvían a desaparecer. Algo saltó a tal veloci- se reflejaban las ramas, que casi llegaban a
dad, que era imposible reconocer si había sido sumergirse en ella.
un pez. Fuera del campo visual había algo que
Cuando Bloch, al cabo de un rato, se a Bloch, que miraba inmóvil el agua, le co-
movió inesperadamente, comenzaron a aparecer menzó a molestar. Parpadeó, como si sus ojos
burbujas en el agua. Atravesó un puentecillo tuvieran la culpa, pero no miró hacia el lugar
que llevaba a la otra orilla y se quedó inmóvil, que le inquietaba. Poco a poco el objeto apare-
con la mirada baja, contemplando el agua. El ció en su horizonte. Lo estuvo viendo durante
agua estaba tan tranquila, que la parte de arri- un rato sin darse cuenta de lo que era; pare-
ba de las hojas que nadaban en la superficie cía, como si la totalidad de su conciencia fuese
estaba completamente seca. un punto ciego. Entonces, como cuando en
Se veía cómo las arañas de agua co- una película cómica alguien abre una caja sin
rrían de aquí para allá y por encima de ellas, darle la menor importancia y continúa charlan-
manteniéndose siempre al mismo nivel, vo- do, y solamente un poco después se detiene y
laba un enjambre de mosquitos. En un punto vuelve de nuevo su atención a la caja, vio a sus
determinado, el agua se encrespaba un poco. pies, en el agua, el cadáver de un niño.
Se oyó de nuevo un chapuzón, y es que un Entonces volvió a la carretera. En la
pez había dado un salto en el agua. Desde la curva donde se encontraban las últimas casas
orilla se veía un sapo, que estaba sentado en antes de llegar a la frontera, se encontró con
la otra orilla. Un pedazo de barro se desprendió que un policía venía de frente en una motoci-
de la orilla y otra vez empezaron a subir bur- cleta; le había visto de antemano en el espejo
bujas del fondo. Los pequeños episodios que de la curva; entonces apareció realmente en la
tenían lugar en la superficie del agua parecían curva sentado muy derecho en el vehículo,
tan importantes que, cuando volvían a repe- con guantes blancos, con una mano apoyada
tirse, se quedaba uno observándolos atenta- en el manillar y otra en la barriga; tenía las
mente y en seguida se acordaba de ellos. Y las ruedas manchadas de barro; una hoja de remo-
hojas se movían tan lentamente en la superfi- lacha estaba enganchada en los rayos de la rue-
cie del agua, que se intentaba mirar sin pesta- da. El rostro del policía no delataba nada.
ñear hasta que le ardían a uno los ojos, pues Cuanto más observaba Bloch la figura de la
se tenía miedo de que con el pestañeo se pu- motocicleta, le parecía cada vez más como si
diera confundir sin darse uno cuenta, el mo- estuviera alzando la vista lentamente de la
vimiento de las pestañas con el movimiento de hoja de un periódico y acto seguido mirara por
86 87

una ventana al exterior: el policía se alejaba empujón, salió de su escondite y corrió a la


cada vez más y le interesaba menos cada vez. calle.
Al mismo tiempo Bloch cayó en la cuenta de La camarera llegó del patio. Como si
que, aquello que había visto mientras obser- fuera una respuesta al hecho de verle allí sen-
vaba al policía, lo vio durante un instante como tado, dijo que la posadera había ido al castillo
si se tratara de una comparación con alguna para renovar el contrato de alquiler. Detrás
otra cosa. El policía desapareció de la vista y de la camarera entró un mozo, que arrastraba
Bloch dedicó solamente su atención a las cosas en cada mano una caja de cervezas; pero a pe-
superficiales. Se dirigió a la posada de la fron- sar de ello mantenía la boca abierta. Bloch le
tera y cuando llegó allí, aunque la puerta del dijo algo, pero la camarera le advirtió que no
bar estaba abierta, no encontró a nadie. le dirigiera la palabra, pues cuando iba tan
Se quedó un rato allí parado, entonces cargado le era imposible hablar. El mozo, que
abrió la puerta de nuevo y, una vez dentro, al parecer era un poco retrasado mental, apiló
la cerró con todo cuidado. Se sentó en una las cajas detrás del mostrador. La camarera le
mesa del rincón, y esperó mientras lanzaba de dijo: «¿Ha vuelto a sacudir la ceniza encima
un lado para otro las bolas que se utilizaban de la cama en lugar de echarla al arroyo? ¿Ya
en las cartas para contar los juegos que se no jode con las cabras? ¿Todavía hace picadi-
ganaban. Finalmente mezcló las cartas que aso- llo las calabazas para embadurnarse la cara
con ellas?» Fue a la puerta con una botella
maban entre las filas de bolas, y comenzó a
de cerveza, pero él no contestó. Cuando ella
jugar él solo. Al poco rato se entusiasmó con
le enseñó la botella, se acercó. Ella le dio la
el juego; una carta se le cayó debajo de la mesa. botella y le abrió la puerta. Un gato entró
Se agachó y vio que la niña de la posadera corriendo a toda velocidad, dio un salto en
estaba en cuclillas debajo de una mesa, ro- el aire intentando atrapar una mosca, e inme-
deada de sillas por todas partes. Bloch se in- diatamente se la tragó. La camarera cerró la
corporó y continuó el juego; las cartas estaban puerta. Mientras la puerta había permanecido
tan manoseadas, que al tocarlas le daba la sen- abierta, Bloch escuchó el timbre del teléfono
sación de que estaban hinchadas. Miró al in- que sonaba allí al lado, en el cuartelillo de
terior de la habitación de la casa de enfrente, la aduana.
y la tarima se había quedado ya vacía; las Bloch se dirigió entonces al castillo, y
ventanas estaban abiertas de par en par. Unos el mozo iba delante; caminaba lentamente por-
niños comenzaron a chillar en la calle, y la que no quería adelantarle; se quedó observán-
niña apartando rápidamente las sillas de un dole mientras señalaba con gestos violentos
88 89

un peral y le oyó decir: «¡Un enjambre de tarle. Movió la cabeza afirmativamente. El por-
abejas!», y también él creyó ver al mirar por tero salió con una llave, abrió la puerta y dán-
primera vez que allá arriba, colgado de las dose la vuelta inmediatamente tomó la delan-
ramas, había realmente un enjambre de abe- tera. ¡Un portero con una llave!, pensó Bloch;
jas; hasta que al mirar con atención los otros otra vez le pareció como si todo lo que veía
árboles, reconoció que lo que ocurría era sola- fuera solamente una retrasmisión. Se dio cuen-
mente que los troncos de los árboles en algu- ta de que el portero tenía la intención de guiar-
nos sitios eran más gruesos de lo normal. Vio le por el edificio. Se propuso aclarar el malen-
que el mozo, como si quisiera comprobar que tendido; pero aunque el portero hablaba muy
se trataba de un enjambre de abejas, lanzaba. poco, no se presentó ninguna oportunidad.
la botella a la copa del árbol. El líquido que Atravesaron una puerta a la entrada que tenía
quedaba dentro salpicó el tronco, la botella clavadas sobre el quicio multitud de cabezas
cayó en un montón de peras podridas que de peces. Bloch se había preparado para recibir
había en la hierba e inmediatamente, acompa- una explicación, pero al parecer se le había
ñadas de un zumbido, comenzaron a salir mos- pasado otra vez por alto el momento oportuno.
cas y avispas del montón de peras. Bloch ca- Ya estaban dentro.
minaba ahora junto al mozo, y oyó cómo ha- En la biblioteca el portero le leyó en
blaba de un «bañista chiflado» que había vis- voz alta fragmentos de algunos libros, donde
to ayer bañándose en el arroyo; tenía los dedos se hablaba de cómo en la Edad Media los cam-
muy arrugados y le salía un globo de espuma pesinos tenían que ceder a su señor gran parte
por la boca. Bloch le preguntó si sabía nadar. de la cosecha en concepto de renta. Bloch no
Vio que el mozo fruncía los labios y asentía consiguió interrumpirle en este punto porque,
violentamente con la cabeza, pero entonces oyó en aquel momento, el portero estaba traducien-
que decía «no». Bloch se adelantó y todavía do una inscripción latina que hablaba de un
podía oír cómo seguía hablando, pero no vol- campesino insubordinado. «Tuvo que abando-
vió la cabeza. nar el señorío», leyó el portero, «y algún
Al llegar al castillo dio unos golpecitos tiempo después le encontraron en el bosque
en la ventana de la casa del portero. Se acercó colgado boca abajo de una rama con la cabeza
tanto al cristal, que podía mirar adentro. En- en un hormiguero.» El libro de rentas era tan
cima de la mesa había un recipiente lleno de grueso, que el portero necesitó las dos manos
ciruelas. El portero, que estaba tumbado en para darle la vuelta. Bloch preguntó si la casa
el sofá, se acababa de despertar; comenzó a ha- estaba habitada. El portero contestó que la
cerle señas, pero Bloch no sabía cómo contes- entrada a las habitaciones privadas no estaba
90 91
permitida. Bloch oyó un chasquido, pero era reconocer por las descripciones de los rótulos.
solamente que el portero había cerrado el libro. «Un cadáver en el cuarto de estar», citó el
«La oscuridad en los bosques de abetos», citó portero desde la puerta que comunicaba con
el portero de memoria, «le hizo perder el jui- la habitación de al lado. Alguien dio un grito
cio.» Afuera se oyó un ruido, como si una en el exterior y se oyó que una manzana se
manzana muy pesada se desprendiera de una caía al suelo. Bloch, al asomarse a la ventana,
rama. Pero no se oyó el impacto. Bloch miró vio cómo una rama vacía recobraba bruscamen-
por la ventana y vio que el hijo del casero es- te su posición inicial. La posadera echó la man-
taba en el jardín, donde, con una larga vara, zana que se había caído al suelo en el montón
que tenía en el extremo un saco con púas en de las manzanas dañadas.
los bordes, arrancaba las manzanas con las púas Luego llegaron unos colegiales foraste-
y después caían en el saco; mientras que la ros y el portero interrumpió el recorrido para
posadera estaba debajo, en la hierba, con el empezar desde el principio. Bloch aprovechó
delantal extendido. la oportunidad y se marchó de allí.
En la habitación vecina había tableros De nuevo en la calle se sentó en un
con mariposas colgados en las paredes. El por- banco junto a una parada del autobús postal
tero le enseñó las manchas que le habían salido que, según decía un letrero de latón, había sido
en las manos al disecarlas. A pesar de todo
donado por la caja de ahorros de la localidad.
muchas mariposas se habían caído de los alfile-
Las casas estaban tan alejadas unas de otras,
res en que estaban clavadas; Bloch vio el polvo
en el suelo, debajo de los tableros. Se acercó que parecían todas iguales; cuando las campa-
un poco más y observó con atención los restos nas empezaron a sonar, era imposible distin-
de las mariposas que aún estaban clavados en guirlas en el campanario. Un avión pasó volan-
los alfileres. Cuando el portero entró y cerró do tan alto por encima de su cabeza, que no
la puerta a sus espaldas, se desprendió algo llegó a verlo; solamente consiguió ver un re-
de un tablero fuera de su campo visual y se flejo. A su lado en el banco había un rastro
deshizo en polvo al caer. Bloch vio un pavón seco de caracol. Debajo del banco la hierba es-
nocturno, que parecía casi enteramente cubier- taba todavía húmeda del rocío de la noche
to por un resplandor verdoso y opaco. No se anterior: el envoltorio de celofán de un pa-
inclinó hacia delante, ni tampoco dio un paso quete de cigarrillos estaba empañado de vapor.
atrás. Leyó los rótulos al pie de los alfileres A su izquierda veía... A su derecha había...
vacíos. Algunas mariposas habían cambiado A sus espaldas vio... le entró hambre y siguió
tanto de forma, que solamente se las podía andando.
92 93
De vuelta en la posada. Bloch pidió cómo resbalaba el reloj de pulsera en la muñeca
un plato de fiambres. La camarera cortó el de la camarera, por debajo de las mangas del
pan y los fiambres con un aparato de cortar el chaleco, cuando dejaba colgar el brazo de puro
pan y le llevó un plato con las lonchas de fiam- cansancio, que la manivela de la cafetera auto-
bres; por encima había puesto un poco de mos- mática se levantara lentamente y que se oyera
taza. Bloch comió, ya empezaba a oscurecer. cómo alguien, antes de abrir la caja de cerillas,
En la calle, jugando, un niño había encontrado se la llevaba al oído y la agitaba. Se veía cómo
un escondite tan bueno, que no le pudieron los vasos sucios se estaban reponiendo conti-
encontrar. Solamente cuando el juego se había nuamente, cómo los mozos se abofeteaban en
terminado, Bloch le vio caminando por la calle broma. Todo era inútil. Solamente le pareció
vacía. Puso el plato a un lado, apartó también que el ambiente se ponía serio de nuevo, cuan-
el posavasos, puso el salero a un lado. do alguien dijo en voz alta que quería pagar.
La camarera se llevó la niña a la cama. Bloch estaba bastante borracho. Pare-
Luego la niña volvió al bar y comenzó a correr cía como si todos los objetos estuvieran fuera
en camisón de un sitio a otro, entre los clien- de su alcance. Estaba tan alejado de los acon-
tes. De vez en cuando subían polillas aleteando tecimientos, que él mismo ya no se hallaba en
desde el suelo. Cuando la posadera volvió, se lo que veía o escuchaba, ¡Como las fotogra-
llevó a la niña otra vez al dormitorio. fías aéreas!, pensó, mientras miraba los cuer-
Corrieron las cortinas y el bar se llenó. nos y las cornamentas que estaban colgadas en
Se veían algunos mozos en la barra que, cada la pared. Los ruidos le parecían intermitencias
vez que se reían, daban un paso hacia atrás. de la radio, eran parecidos a las voces y ca-
Junto a ellos había unas chicas con abrigos de rraspeos que se oían en las retrasmisiones por
seda artificial, como si fueran a marcharse en- la radio de los servicios litúrgicos.
seguida. Se veía cómo un mozo contaba algo Al cabo de un rato entró el hijo del
y los demás se quedaban inmóviles, y entonces casero. Llevaba pantalones bombachos y colgó
se echaban a reír todos al mismo tiempo. Los el abrigo tan cerca de Bloch, que le obligó a
que estaban sentados, se habían acercado lo inclinarse a un lado.
más posible a la pared. Se veía cómo la pinza La posadera se sentó junto al hijo del
metálica de la máquina-tocadiscos escogía un casero, y se oyó cómo le preguntaba mientras
disco, se veía cómo el brazo se colocaba encima se sentaba, qué quería beber, y cómo acto
del disco, se oía cómo algunos, que esperaban seguido le gritaba la orden a la camarera. Bloch
sus discos, enmudecían; era inútil, no servía estuvo observando durante un rato que los
de nada. Y no servía de nada que se viera dos bebían del mismo vaso; cada vez que el
94 95
mozo decía algo, la posadera se le acercaba vez en cuando salía alguien y hacía sus nece-
mucho, hasta llegar a tocarle; y cuando, con sidades. Otros, que llegaban en aquel momen-
un movimiento rápido, le pasó al mozo por to, cuando escuchaban la máquina-tocadiscos
la cara la palma de la mano, se vio cómo él empezaban ya a cantar antes de entrar. Bloch
atrapaba la mano y la acariciaba con la boca. se marchó.
Entonces la posadera se sentó en otra mesa, De vuelta en el pueblo; de vuelta en
donde, mientras le pasaba a un mozo la mano el hostal; de vuelta en la habitación. Sola-
por el pelo, continuó con sus movimientos co- mente quince palabras, pensó Bloch aliviado.
merciales. El hijo del casero se levantó y cogió Escuchó que en la habitación de arriba abrían
los cigarrillos de su abrigo, que estaba detrás el grifo de la bañera; por lo menos escuchó unas
de Bloch. Cuando Bloch movió la cabeza a la gárgaras y lugo un resoplido, y alguien que
pregunta de si el abrigo le molestaba, se dio estaba comiendo.
cuenta de que desde hacía un rato no había Probablemente apenas acababa de dor-
apartado la mirada de un punto. Bloch excla- mirse, cuando se despertó de nuevo. En un
mó: «¡La cuenta!», y de nuevo le pareció que, primer momento le pareció como si se hubiera
por un momento, todos se ponían serios. La caído de sí mismo. Entonces se dio cuenta de
posadera, que estaba abriendo una botella de que estaba en una cama. ¡No se puede trans-
vino con la cabeza echada hacia atrás, hizo una portar!, pensó Bloch. ¡Una monstruosidad! Se
señal a la camarera, que estaba detrás de la ba- vio a sí mismo como si de repente hubiera
rra ocupada en fregar los vasos, y después los degenerado a cualquier otra cosa. Ya no en-
ponía sobre una bayeta de esponja que absor- cajaba en la realidad; solamente era, y quería
bía el agua, y la camarera se dirigió hacia él seguir siéndolo, afectación e instintos asesinos;
esquivando a los mozos que rodeaban la barra yacía allí, tan claro y manifiesto, que no se le
y le dio el cambio con dedos, que estaban fríos, ocurría ninguna imagen con la que pudiera
en monedas, que estaban mojadas y que él establecerse una comparación. Era, tal como
inmediatamente, mientras se ponía en pie, se estaba allí, algo lascivo, obsceno, inoportuno,
metió en el bolsillo; un chiste, pensó Bloch; inagotable causa de escándelo; ¡que le entie-
quizás el hecho de que todo lo que ocurría le rren!, pensó Bloch, ¡prohibidle, apartadle!
molestara tanto se debía solamente a que es- Cuando se palpaba recibía una sensación des-
taba borracho. agradable, pero entonces se dio cuenta de que
Se levantó y fue a la puerta; abrió la lo que ocurría era solamente que su conciencia
puerta y salió —todo estaba en orden. Para de sí mismo era tan fuerte, que la sentía en
asegurarse, se quedó allí un rato de pie. De forma del sentido del tacto en toda la super-
96 97

ficie de su cuerpo; como si de hecho su con- se andaba con cuidado, la cosa podría seguir
ciencia y sus pensamientos, de una manera así sin interrupciones: se sentó en la mesa en
manifiesta y palpable, se hubieran vuelto con- la que siempre se sentaba; comenzó a leer el
tra él. Yacía allí indefenso, incapaz de resis- periódico que leía cada día; leyó una noticia
tir; con su repugnante interior al descubierto; en el periódico que decía que seguían un ras-
y no le resultaba desconocido, solamente lo tro en el asesinato de Gerda T. que llevaba
veía de una manera distinta y le parecía re- al sur del país; los garabatos en los bordes del
pugnante. Se había producido una sacudida y periódico que se encontraba en casa de la
con una sacudida se había desnaturalizado, se víctima habían ayudado a la investigación. Una
había roto su cohesión con el curso de los acon- frase seguía a la otra. Y después y después y
tecimientos. Yacía allí, imposible de creer y después... ya no hacía falta preocuparse más.
a la vez tan real; ya no existían las compara- Al cabo de un rato Bloch se sorpren-
ciones. Su conciencia de sí mismo era tan dió a sí mismo, aunque todavía seguía sentado
fuerte, que le sobrevino una angustia mortal. en el comedor, detallando en voz alta lo que
Comenzó a sudar. Una moneda se cayó al suelo sucedía en la calle al tomar conciencia de una
y fue a parar rodando debajo de la cama; se frase que decía: «Efectivamente había estado
detuvo: ¿una comparación? Entonces se dur- demasiado tiempo desocupado». Como a Bloch
mió. le parecía una frase concluyente, intentó refle-
Otra vez el despertar. Dos, tres, cuatro, xionar sobre lo que había estado pensando an-
contó Bloch. Su estado no había cambiado, tes para llegar al punto en que se le había
pero probablemente se había acostumbrado a ocurrido. ¿Qué había venido antes? ¡Sí! Antes,
él mientras dormía. Cogió la moneda que se según le venía ahora a la memoria, había pen-
había caído debajo de la cama y se la metió sado: «Sorprendido por el tiro, dejó que la
en el bolsillo. Si tomaba sus precauciones y pelota le rodara entre las piernas». Y antes
él mismo se presentaba a los demás, las pala- de esta frase había pensado en los fotógrafos
bras le vendrían a la boca sin esfuerzo alguno. que estaban detrás de la portería, y que siem-
Un lluvioso día de octubre; por la mañana pre le irritaban tanto. Y antes: «Alguien se
temprano; un polvoriento cristal de una ven- detuvo a sus espaldas, pero lo único que hizo
tana: funcionaba. Saludó al fondista; el fon- fue silbar a su perro». ¿Y antes de esta frase?
dista en aquel momento estaba poniendo los Antes de esa frase había pensado en una mujer
periódicos en el revistero; la chica colocaba a la que había visto detenerse en un parque,
una bandeja en la ventanita que comunicaba y al volverse para mirar algo que estaba detrás
la cocina con el bar: seguía funcionando. Si de él, había mirado de una manera especial
98 99

como sólo se puede mirar a un niño desobe- Entonces todo marchó bien durante un
diente. ¿Y antes? Antes el fondista había es- rato; los movimientos de los labios de las per-
tado hablando del niño mudo, que había sido sonas que hablaban con él concordaban con
encontrado muerto por un carabinero, a poca lo que les oía decir; las casas no se componían
distancia de la frontera. Y antes del niño había solamente de la fachada; en el muelle de carga
pensado en el balón, que había dado un salto de la lechería estaban arrastrando sacos de ha-
cuando estaba casi en la raya. Y antes de pen- rina dentro del almacén; cuando alguien gri-
sar en el balón había visto que afuera una taba algo desde el otro extremo de la calle, se
verdulera se ponía en pie de un salto y comen- oía verdaderamente como si viniera de allá
zaba a correr detrás de un niño. Y a la ver- lejos; al parecer, la gente que pasaba por la
dulera le había precedido una frase del perió- acera de enfrente no recibía ningún dinero por
dico: «El ebanista tuvo dificultades en la per- aparecer en un segundo plano; el mozo que
secución del ladrón, pues todavía llevaba pues- llevaba un esparadrapo debajo del ojo tenía
una costra real; y la lluvia no aparecía sola-
to el delantal». Pero había leído la frase en el
mente en primer término sino que caía en la
periódico mientras se estaba acordando de que totalidad del campo visual. Entonces Bloch se
en una pelea le habían atrapado los brazos encontró bajo el alero de una iglesia. Proba-
echándole la chaqueta para atrás. Y se le ha- blemente había llegado allí por alguna callejue-
bía ocurrido pensar en la pelea por lo que le la y, cuando empezó a llover, se metió debajo
dolió el golpe que se dio al chocar con la es- del tejado.
pinilla contra la mesa. Intentó buscar un pun- Le sorprendió que dentro de la iglesia hu-
to de referencia en el suceso para averiguar biera más luz de la que había imaginado. Así
lo que hubiera podido ocurrir antes: ¿tenía al- que, después de sentarse en un banco, pudo
go que ver con el movimiento?, ¿con el dolor?, contemplar a sus anchas los frescos del techo.
¿o con el ruido del golpe de la espinilla contra Al poco rato los reconoció: estaban reprodu-
la mesa? Pero ya no recordaba nada más. En- cidos en el prospecto que se encontraba en las
tonces vio frente a él, en el periódico, la foto- habitaciones de la fonda. Bloch, que se había
grafía de la puerta de un piso que habían guardado una hoja porque tenía un plano de la
tenido que forzar porque dentro se encontraba localidad y sus alrededores, donde estaban de-
un cadáver. Así que todo había empezado con talladas las carreteras y los caminos, sacó el
esa puerta, pensó, hasta que se había encon- prospecto y leyó que los primeros planos y el
trado por primera vez con la frase «Había es- fondo de la pintura eran obra de diferentes
tado demasiado tiempo desocupado». artistas; hacía tiempo que las figuras en pri-
100 101

mer término estaban ya terminadas, y el otro quenas variaciones en el color azul, pero que
estaba todavía pintando el fondo. Bloch alzó tampoco podían ser muy claras, para que la
la vista del prospecto y miró a la bóveda; como gente no creyera que se debían en realidad
no conocía las figuras —probablemente se tra- a un fallo en la mezcla. Y verdaderamente
taba de algunos personajes bíblicos—, le abu- aquel fondo no parecía solamente un cielo por-
rrían; sin embargo era agradable estar con- que estamos acostumbrados a imaginarnos el
templando la bóveda mientras que afuera se- cielo como fondo, sino porque allí, trazo por
guía lloviendo cada vez más fuerte. La pintura trazo, estaba pintado el cielo. Estaba pintado
se extendía por todo el techo de la iglesia; en con tanta exactitud, pensó Bloch, que casi pa-
el fondo estaba representado un cielo azul con recía como si estuviese dibujado; por lo menos
pocas nubes, casi uniforme; aquí y allá se veían con mucha más exactitud que las figuras en
algunas nubes deshilachadas; en un punto bas- primer plano. ¿Y si había añadido el pájaro
tante alejado, por encima de las figuras, habían por algún enfado que había tenido? ¿Y había
pintado un pájaro. Bloch hizo un cálculo de pintado el pájaro desde un principio o sola-
los metros cuadrados que el artista había te- mente lo había pintado cuando ya había ter-
nido que pintar. ¿Había sido difícil pintar un minado? ¿Y si el artista que había pintado el
azul tan uniforme? Era un azul tan claro, que fondo estaba desesperado? Nada llevaba a esa
sin duda lo habían conseguido mezclando el interpretación y Bloch la rechazó inmediata-
color con blanco. Y si en efecto habían hecho mente, pues le resultaba ridicula. Le parecía
la mezcla, ¿habrían tenido que cuidar que el enteramente como si su interés por la pintura,
tono de azul no se alterara de un día de trabajo como si su ir y venir de aquí para allá, sus
para otro? Por otra parte el azul estaba muy sentadas, sus salidas, sus entradas no fueran
lejos de ser del todo uniforme, sino que cam- más que evasivas. Se levantó: «¡Fuera distrac-
biaba incluso dentro de una misma pincelada. ciones!», dijo en voz alta. Como si quisiera
¿Así que, no se podía pintar el techo simple- desmentir su afirmación, salió a la calle y acto
mente de un color azul uniforme, sino que se seguido cruzó a la otra acera y se metió en un
tenía que tener conciencia de que se trataba portal; se quedó allí, desafiante, junto a unas
de un cuadro? De manera que el cielo del fon- botellas de leche vacías hasta que dejó de
do no se pintaba a ciegas, extendiendo los co- llover, y nadie llegó ni nadie le pidió explica-
lores en el indispensable mortero húmedo con ciones; luego entró en un café y se quedó allí
el pincel más grueso que se pudiera encontrar un rato sentado, con las piernas extendidas,
o incluso con una brocha, sino que el pintor sin que nadie le hiciera el favor de tropezarse
tenía que pintar un cielo de verdad, con pe- con ellas y enzarzarse en una pelea.
102 103

Afuera veía un trozo de la plaza del bres grabados. «Letreros luminosos», pensó.
mercado, donde estaba aparcado un autobús Así, por ejemplo, cuando veía la oreja de la
escolar; en el café veía las paredes a derecha camarera con el pendiente, lo tomaba como
e izquierda, a un lado había una estufa apagada algo representativo de toda la persona. Y un
con un ramo de flores encima, y al otro lado bolso en una mesa cercana a la suya, que esta-
un perchero con un paraguas. También veía ba un poco entreabierto, de forma que se veía
otro fragmento de pared en el que estaba la dentro un pañuelo de cabeza a lunares, repre-
máquina-tocadiscos donde un punto luminoso sentaba a la mujer que estaba sentada en aque-
se movía lentamente y se detenía en el nú- lla mesa, y que mientras sostenía una taza de
mero elegido, al lado estaba la máquina de ci- café con una mano, con la otra hojeaba una
garrillos con otro ramo de flores encima; des- revista y solamente se detenía de vez en cuan-
pués otro fragmento con el dueño detrás de la do para mirar una fotografía. A una torre de
barra, que le estaba abriendo una botella a la copas de helado, puestas una encima de otra
camarera y ella la puso en una bandeja; y fi- en el mostrador, se la podía comparar con el
nalmente un fragmento donde se encontraba él dueño y el charco de agua en el suelo, a los
mismo con las piernas estiradas, que termina- pies del perchero, representaba los paraguas
ban en las puntas sucias y mojadas de unos que estaban colgados. En lugar de ver las ca-
zapatos, también se veía el enorme cenicero bezas de los clientes, Bloch veía las manchas
que había encima de la mesa y junto a él un de suciedad de la pared a la altura de sus
pequeño jarrón y después el vaso de vino de cabezas. Estaba tan irritado que miraba el su-
la mesa de al lado, que en aquel momento cio cordón, del que en aquel momento tiraba
estaba vacía. Ahora que el autobús se había la camarera para apagar los apliques de la
ido, se dio cuenta de que el ángulo visual que pared —ahora había mucha más claridad en
se tenía de la plaza correspondía casi exacta- la calle—, como si toda la iluminación de la
mente al ángulo visual de las tarjetas postales: pared estuviera ahí solamente para fastidiarle.
vista de la Columna de la peste junto a fuente Además le dolía la cabeza porque cuando llegó
ornamental; al borde de la postal un fragmento estaba lloviendo.
de la vista de un aparcamiento de bicicletas. Los molestos detalles parecían ensuciar
Bloch estaba irritado. Dentro de los y deformar completamente las figuras y el en-
fragmentos veía los detalles con tanta clari- torno al que pertenecían. Uno se podía de-
dad, que le resultaba molesto: como si los fender dándoles un nombre a cada uno en
trozos que veía valieran por la totalidad. Los particular y utilizando después estas denomi-
detalles le parecían otra vez placas con nom- naciones como insultos contra esos mismos
104 105

objetos o individuos. Al dueño, que estaba cartón y les hizo una raja en el medio sin lle-
detrás de la barra, se le podía llamar una copa gar a partirlos del todo. El pan estaba tan
de helado y a la camarera se le podía decir duro que Bloch oyó cómo crujía cuando lo
que era un agujerito en el lóbulo de la oreja. cortaban con el cuchillo. La carnicera abrió los
Del mismo modo entraban ganas de decirle panecillos y metió dentro las rodajas de fiam-
a la mujer de las revistas: ¡Eh, tú!, ¡bolso!, bre. Bloch dijo que no tenía prisa, que podía
y al hombre de la mesa de al lado, que por atender antes al chiquillo. Vio cómo el niño,
fin había salido de la habitación trasera y se sin decir palabra, extendía el brazo con una
estaba bebiendo el vaso de vino de pie mien- nota. La carnicera se inclinó hacia delante para
tras pagaba: ¡Eh, tú!, ¡mancha de los panta- leerla. Cuando estaba cortando la carne, se le
lones!, o gritarle mientras estaba poniendo en resbaló el pedazo de la tabla y se cayó en el
aquel momento el vaso vacío encima de la mesa suelo de piedra. «¡Plaf!», dijo el niño. El
para marcharse que era una huella digital, un trozo de carne no se movió del sitio donde se
picaporte, una fila de botones de un abrigo, había caído. La carnicera lo recogió, le raspó
un charco de agua, un tornillo de bicicleta, un la superficie con la hoja del cuchillo y lo en-
guardabarros, etcétera hasta que la figura de la volvió. Bloch vio que los colegiales estaban
calle con una bicicleta hubiera desaparecido de afuera con los paraguas abiertos, aunque había
la escena... Incluso las conversaciones y sobre dejado de llover. Le abrió la puerta al niño
todo las exclamaciones de la gente, el ¿de y se quedó mirando a la carnicera mientras
verdad?, el ¡vaya, vaya!, le resultaban tan mo- quitaba el pellejo del extremo de la salchicha
lestas, que le entraban a uno ganas de burlarse y después ponía las rodajas en el otro pane-
repitiéndolas en voz alta. cillo.
Se metió en una carnicería y compró El negocio va mal, dijo la carnicera.
unos fiambres y dos panecillos. No quería «En esta calle solamente hay casas en la acera
comer en la fonda porque le quedaba poco de la tienda, así que en primer lugar no vive
dinero. Examinó los extremos de las salchi- nadie enfrente y por lo tanto nadie puede ver
chas, que colgaban de un palo en una fila ho- que aquí hay una tienda, y en segundo lugar
rizontal e indicó a la vendedora la salchicha la gente que pasa por esta calle no va nunca
que quería. Un niño entró con una nota en la por esta acera y como pasan demasiado cerca
mano. El carabinero había creído en un prin- nunca se dan cuenta de que aquí hay una tien-
cipio que el cadáver del niño era una colcho- da; además, para colmo de males, el escaparate
neta hinchable, dijo la carnicera en aquel mo- tiene casi el mismo tamaño que la ventana del
mento. Cogió dos panecillos de una caja de cuarto de estar de las otras casas.»
106 107

Bloch se extrañó de que la gente no tido con un traje negro de domingo y la cor-
caminara por la otra acera, donde el terreno bata le colgaba a la espalda por encima del
estaba más despejado y el sol comenzaba a dar hombro, podía ser por el viento o simplemen-
desde mucho más temprano. ¡Eso es que la te porque iban andando muy deprisa. Se quedó
gente necesita caminar junto a las casas!, dijo. mirando mientras los policías entraban con el
La carnicera, que no le había entendido por- gitano en el edificio de la comisaría. Hasta que
que en medio de la frase le fue imposible se- llegaron a la puerta iban caminando los tres
guir hablando y solamente se sintió capaz de juntos y daba la impresión de que el gitano
murmurar, se rió, como si hubiese esperado se movía con toda naturalidad entre los poli-
de todos modos que le respondiera con un cías y charlaba con ellos; pero tan pronto como
chiste. Y en realidad la tienda se quedó tan uno de los policías empujó la puerta, el otro
oscura en aquel momento, al pasar algunas per- le rozó el codo por detrás sin llegar a agarrarle.
sonas por delante del escaparate, que parecía El gitano volvió la cabeza para mirar al policía
un chiste. y le sonrió amablemente; llevaba abierto el
En primer lugar... en segundo lugar... cuello de la camisa, por debajo del nudo de la
Bloch estaba repitiendo para sí lo que la carni- corbata. A Bloch le pareció que el gitano es-;
cera le había dicho; le parecía sospechoso que taba tan metido en una trampa que, cuando le
se pudiera empezar a hablar sabiendo ya de rozaron el brazo, lo único que podía hacer era
antemano cuál iba a ser el final de la frase. mirar amablemente al policía, sintiéndose in-
Se comió los bocadillos por el camino. Estrujó defenso. Bloch les siguió al interior del edifi-
el papel parafinado del envoltorio para tirarlo cio, donde se encontraba también la oficina
después en una papelera. Pero por allí no había de correos; durante un momento estuvo pen-
ninguna. Caminó durante un rato con la bola sando que cuando la gente viera que se estaba
de papel en la mano cambiando continuamente comiendo un bocadillo en público, a nadie se
de dirección. Se metió el papel en el bolsillo le ocurriría pensar que estaba metido en un
de la chaqueta, se lo volvió a sacar y al final lío: «¿Metido en un lío?» De ninguna manera
lo tiró en un huerto frutal metiéndolo por la podía pensar que tenía que justificar su presen-
cerca. Al momento llegaron las gallinas corrien- cia en aquel lugar mientras se llevaban al gi-
do de todas partes, pero se dieron otra vez la tano ocupándose en alguna cosa, como podía
vuelta sin llegar a picotearlo. ser comerse un bocadillo de salchichas. Sola-
Bloch vio que, delante de él, tres hom- mente tendría que hacer esfuerzos por jus-
bres cruzaban la calle en diagonal, dos de ellos tificarse en caso de que le pidieran explicacio-
llevaban un uniforme, el de en medio iba ves- nes y le reprocharan algo; y como debía de
108 109
evitar por todos los medios pensar que le estaba confinado con su equipo en unas ins-
podían pedir explicaciones, tampoco podía talaciones deportivas preparándose para el par-
pensar en preparar justificaciones con anterio- tido del domingo, que era muy importante, y
ridad, por si se presentaba el caso; pero no se por teléfono no se le podía localizar. Bloch le
encontraba en esa posición. Por lo tanto si le dio otro número a la telefonista. Ella le exigió
preguntaban si había visto cómo se llevaban que pagara antes la otra llamada. Bloch pagó
detenido al gitano, no necesitaba negarlo y y se sentó en un banco a esperar la segunda
poner el pretexto de que estaba distraído co- llamada. El teléfono sonó y se levantó. Pero
miéndose un bocadillo de salchichas, sino que solamente querían transmitir un telegrama de
podía reconocer con toda tranquilidad que ha- felicitación. La empleada lo anotó y después
bía sido testigo de cómo se llevaban al gitano. pidió que se lo leyeran palabra por palabra
«¿Testigo?», se interrumpió Bloch mientras para comprobarlo. Bloch se paseaba por la
esperaba en la oficina de correos a que le pu- habitación. Un cartero estaba ya de vuelta y
sieran la conferencia; «¿reconocer?» ¿Qué se puso a arreglar cuentas con la empleada
tenían que ver esas palabras con lo ocurrido, en voz alta. Bloch se sentó. A aquella hora,
cosa que para él carecía de importancia? ¿No poco después del mediodía, no ocurría nada
tenían un significado para él, que en aquel en la calle. Bloch comenzó a impacientarse,
momento hubiese querido negar algo? «¿Ne- pero no lo mostró. Oyó cómo contaba el car-
gar?», se interrumpió Bloch de nuevo. No había tero, que durante todo este tiempo el gitano se
nada que negar. Tenía que poner atención en había quedado escondido en un refugio que
el uso de algunas palabras que transformaban los carabineros tenían cerca de la frontera.
lo que quería decir en una especie de afir- «¡Eso lo sabe cualquiera!», dijo Bloch. El car-
mación. tero se volvió hacia él, le miró y no dijo nada
Le dijeron que se metiera en una ca- más. Lo que él estaba comunicando, como si
bina. Todavía obsesionado con la idea de que se tratara de una novedad, siguió Bloch, había
tenía que evitar a toda costa dar la impresión venido ya en el periódico ayer, antes de ayer
de que quería hacer una declaración, se ün- y antes de antes de ayer. Lo que estaba di-
contró con que estaba envolviendo el auricular ciendo no significaba nada, nada de nada. El
con un pañuelo. Un poco confuso, se metió el cartero se había vuelto de espaldas a Bloch,
pañuelo en el bolsillo. ¿Cómo le habían lle- cuando éste no había terminado aún de hablar,
vado sus pensamientos sobre las cosas que se y comenzó a hablar en voz baja con la em-
dicen sin pensar a la idea del pañuelo? Le pleada, en un murmullo, que a Bloch le recor-
dijeron que el amigo con el que quería hablar daba esos fragmentos de las películas extran-
110 111
jeras, que no se traducían porque de todos ¿Y qué significado tenía la fórmula «muchos
modos iban a seguir sin entenderse. Ya nadie saludos»? ¿Para qué esa retórica? ¿Para quién
escuchaba a Bloch. De repente el hecho de «tus orgullosos abuelos» no era más que un
que en aquel momento se encontraba en la ofi- nombre falso? Ya por la mañana, mientras
cina de correos y que «ya nadie le escucha- estaba leyendo el periódico, Bloch había toma-
ba», se le apareció no como una realidad, sino do por una trampa el pequeño anuncio del
como un chiste malo, como uno de esos jue- periódico «¿por qué no me llamas por telé-
gos de palabras que toda su vida, a pesar de fono?»
que a veces procedían de los redactores depor- Le pareció como si el cartero y la em-
tivos, le habían resultado tan odiosos. Lo que pleada fueran los personajes de un cuadro.
había contado el cartero del gitano le había «La empleada y el cartero», se corrigió. Ahora
parecido ya una grosera ambigüedad, una torpe resultaba que esa odiosa enfermedad de los
insinuación, e incluso también el telegrama juegos de palabras le había atacado en pleno
de felicitación, en el que las palabras resultaban día. «¿En pleno día?» No sabía cómo se le
tan familiares que parecía imposible que las habían ocurrido aquellas palabras. La expre-
hubieran dicho con alguna intención. Y no so- sión le parecía chistosa, pero de una manera
lamente era una insinuación todo lo que se desagradable. ¿Pero las otras palabras de la
decía, sino que también los objetos que tenía frase no eran también desagradables? Cuando
a su alrededor estaban allí para sugerirle algo. uno decía para sí en voz alta la palabra enfer-
«¡Como si estuvieran haciéndome señas y gui- medad, después de un par de repeticiones lo
ñándome el ojo!», pensó Bloch. Pues ¿qué único que quedaba era reírse de ella. «Una
podía significar que el tapón del tintero estu- enfermedad me ataca»: ridículo. «Voy a po-
viera junto al papel secante y que, con toda nerme enfermo»: ridículo también. «La em-
seguridad, hubieran cambiado hoy el papel pleada de correos y el cartero»: un solo chiste.
secante de encima del pupitre, de forma que ¿Saben ustedes el chiste del cartero y la em-
solamente se podían leer algunas impresiones? pleada de correos? «Parece como si todo co-
¿Y no sería más correcto decir «para qué» en rrespondiera a un título», pensó Bloch: «El
lugar de «de forma que», y se pudiera decir telegrama de felicitación», «El tapón del tin-
así, «para que» las impresiones se pudieran tero», «Los trozos de papel secante tirados
leer? Entonces la empleada levantó el auricular por el suelo». Al mirar el soporte en el que
y deletreó el texto del telegrama. ¿Qué insi- estaban colgados los troqueles, le pareció como
nuaciones hacía al mismo tiempo? ¿Qué doble si estuviese dibujado. Se quedó mirándolo un
sentido tenía la frase «te deseamos lo mejor»? rato, pero no llegó a descubrir lo que el so-
112 113

porte tenía de chistoso; y sin embargo tenía había referido a nadie en particular. Cogió el
que tener algo de chistoso: porque si no ¿có- auricular y le pidió a su ex-mujer que le man-
mo es que le daba la sensación de que era un dara algún dinero a la lista de correos. Ella,
dibujo? ¿O se trataba otra vez de una tram- como si supiera que era él el que llamaba, al
pa? ¿O es que quizás el objeto servía sola- contestar el teléfono había dicho su nombre
mente para que él se equivocara? Bloch volvió de soltera. Siguió un extraño silencio. Bloch
la vista a otro lado, volvió a mirar hacia otro oyó un cuchicheo que no iba dirigido a él.
lado y de nuevo volvió la vista hacia otro lado. «¿Dónde estás?», preguntó la mujer. Los pies
¿Le dice a usted algo esta almohadilla para la se le habían quedado fríos y estaba a dos ve-
tinta? ¿Qué piensa usted al ver este cheque las, dijo Bloch, y se rió como si se tratara de
escrito? ¿Qué relaciona usted con abrir un algo muy gracioso. La mujer no contestó. Bloch
cajón? A Bloch le parecía como si tuviera que escuchó otra vez el cuchicheo. No era tan
hacer el inventario de la habitación para que fácil, dijo la mujer. ¿Por qué?, preguntó Bloch.
los objetos en que se estancaba al hacer la No le había hablado a él, contestó la mujer.
enumeración, o que simplemente omitía, pu- «¿A dónde envío el dinero?» Pronto tendría
dieran servir como pruebas. El cartero dio una que volverse los bolsillos del revés si no le
palmada en la enorme bolsa, que llevaba to- echaba una mano, dijo Bloch. La mujer no
davía colgada. «El cartero da un golpecito en contestó. Entonces colgaron el auricular en el
la bolsa y después se la descuelga», pensó Bloch otro extremo.
palabra por palabra. «Ahora la deja encima de «Cosas del pasado que nunca más vol-
la mesa y entra en el almacén de los paquetes.» verán» *, pensó Bloch de improviso mientras
Describía para sí todos estos incidentes, como salía de la cabina. ¿Qué había querido decir
si solamente se los pudiera representar imagi- con eso? De hecho había oído decir que en la
nándose que era un presentador de la radio, frontera había tal cantidad de monte bajo,
y que se los estaba relatando al público. Al muy espeso y completamente salvaje, que en-
cabo de un rato resultó. tre las ramas se podían encontrar restos de
Sonó el timbre del teléfono y se que- nieve hasta incluso a principios de verano.
dó de pie, allí parado. Como siempre que so- Pero él no se había referido a eso. Además
naba el teléfono, creyó haberlo sabido ya un nadie tenía nada que hacer en el monte bajo.
momento antes de que sonara. La empleada
lo cogió y entonces señaló la cabina. Dentro * La traducción literal de la expresión correspondiente a la
nuestra en alemán, dice: «Nieve del año pasado», de ahí que
de la cabina se preguntó si quizás había in- se aproveche para hacer el juego de palabras que viene a
terpretado mal el gesto o si quizás ella no se continuación. [N. del T.]
114 115
«¿Nada que hacer?» «¿Qué quería decir con igual que había apilado los cartuchos, en una
eso?» «Simplemente lo que digo», pensó Bloch. bolsa de papel y empujó la bolsa hacia Bloch.
En la caja de ahorros cambió la mo- A Bloch se le ocurrió que si todo el mundo
neda que desde hacía mucho tiempo llevaba pedía que le metiesen el dinero en bolsitas,
siempre encima. Intentó cambiar también un al cabo de cierto tiempo la caja de ahorros es-
billete brasileño, pero en la caja de ahorros no taría arruinada. También se podía hacer lo mis-
compraban esa moneda; además no tenían la mo con las otras compras: ¿cabía dentro de lo
cotización del cambio. posible que el consumo de material de emba-
Cuando entró Bloch, el empleado es- laje llevara a los negocios paulatinamente a la
taba contando monedas, después las envolvía quiebra? De cualquier manera resultaba agra-
en una especie de cartucho cilindrico y les po- dable imaginárselo.
nía una goma alrededor. Bloch puso el billete Bloch se compró un plano de la región
encima del mostrador. Al lado había una caja en una papelería; pidió que se lo envolvieran
de música de juguete; hasta que no la hubo bien, y después se compró también un lápiz;
mirado por segunda vez, Bloch no se dio cuen- el lápiz se lo metieron en una bolsa de papel.
ta de que en realidad era una hucha para un Siguió andando con el paquete en la mano;
fin benéfico. El empleado levantó la vista sin ahora que tenía las manos ocupadas, se sentía
dejar de contar. Bloch, sin que nadie se lo hu- más inofensivo que antes.
biera pedido, empujó el billete por debajo del Al llegar a las afueras del pueblo se
cristal de la ventanilla. El empleado estaba sentó en un banco, desde donde tenía una vista
ocupado en colocar los cartuchos en una hilera. de los alrededores, y señaló en el mapa con
Bloch se agachó y sopló hasta que el billete el lápiz los detalles del paisaje que se extendía
fue a parar delante del empleado, entonces delante de él. Explicación de los signos: estos
el empleado desdobló el billete, lo alisó con círculos significaban un bosque frondoso, estos
el puño y lo palpó con las yemas de los de- triángulos un bosque de coniferas y cuando se
dos. Bloch vio que tenía las yemas de los dedos alzaba la vista del mapa, se quedaba uno asom-
un poco ennegrecidas. En ese momento salió brado de que efectivamente correspondiera a
otro empleado de la habitación interior; para la realidad. Allí enfrente, probablemente el
poder atestiguar, pensó Bloch. Pidió que le terreno era pantanoso; por allí era muy proba-
metieran las monedas del cambio —ni siquiera ble que hubiese un nicho con una imagen al
había dado para un billete— en una bolsa de borde del camino; allí se encontraba un paso a
papel, y volvió a empujar las monedas por de- nivel. Si se caminaba por esta carretera co-
bajo del cristal. El empleado puso las monedas, marcal, aquí había que atravesar un puente,
116 117

después se llegaba a un camino para el trans- Observó un perro en una pradera, que
porte de mercancías, entonces se subía por una corría hacia un hombre; entonces se dio cuenta
cuesta bastante empinada, pero podía ser que de que ya no estaba observando al perro, sino
arriba del todo se encontrara alguien al ace- al hombre, que se movía como el que tiene la
cho, entonces había que desviarse de ese cami- intención de cerrar el paso a alguien. Entonces
no y seguir campo a través, atravesar después vio que detrás del hombre había un niño; y se
un bosque, por suerte un pinar, pero al salir dio cuenta de que no observaba al hombre y al
del bosque podría ocurrir que alguien le saliera perro, como hubiese sido lo normal, sino que
al encuentro, de manera que era necesario evi- estaba observando al niño, que desde lejos
tarlos bajando por esta cuesta y atravesando parecía estar muy inquieto; pero luego llegó
aquella granja para pasar junto a ese cobertizo, a la conclusión de que había confundido los
e inmediatamente después seguir el curso del gritos del niño con una falsa inquietud. Mien-
arroyo saltando al otro lado al llegar a este tras-tanto el hombre había agarrado al perro
punto, porque aquí se podía encontrar uno del collar y los tres, perro, hombre y niño,
con que un jeep venía de frente, se atraviesan echaron a andar. «¿A quién iba dirigida toda
entonces en zig-zag los campos de labranza, la escena?», pensó Bloch.
salva uno el seto que le separa de la carretera, En la tierra, a sus pies, vio otra escena:
por donde pasa un camión en ese momento, hormigas a la caza de unas migajas de pan. Se
entonces se le hacen señas para que se detenga dio cuenta de que esta vez tampoco observaba
y ya se encuentra uno a salvo. Bloch se detuvo. las hormigas, sino que estaba observando las
«Cuando se trata de un asesinato, lo que ocu- moscas posadas en las migajas.
rre es que se tienen lapsus mentales», había Literalmente, todo lo que veía le lla-
oído decir a alguien en una película. maba la atención. Las escenas no resultaban
Se sintió aliviado al encontrar en el naturales, sino que parecía como si hubieran
mapa una zona rectangular que no correspon- sido preparadas para alguien con todo cuidado.
día al paisaje: no había ninguna casa en el Tenían algún propósito. Al ponerles la vista
lugar donde debía de haber una y la carretera, encima, le saltaban a uno literalmente a los
que dibujaba una curva en aquel lugar, con- ojos. «¡Como señales de llamada!», pensó
tinuaba en línea recta en la realidad. A Bloch Bloch. ¡Igual que las órdenes! Cuando se ce-
se le ocurrió que quizás, llegado el momento rraban los ojos y se volvían a abrir al cabo de
oportuno, esa discontinuidad podría serle de un rato, parecía literalmente que todo había
alguna utilidad. cambiado. Parecía como si el marco de la vista
118 119

que tenía ante los ojos no dejara de temblar Naturalmente la casa que tenía delan-
y vibrar. te era de un solo piso, las ventanas estaban
Bloch se levantó y se marchó de allí claveteadas, el tejado estaba cubierto de musgo
tan rápidamente, que ni siquiera le dio tiempo (¡vaya palabrita!), la puerta estaba cerrada,
a enderezarse del todo. Al cabo de un rato encima de la puerta se leía: «Escuela prima-
se detuvo y enseguida comenzó a correr. Corría ria», en la parte trasera del jardín estaban par-
bastante deprisa. De repente se detuvo, cam- tiendo leña con un hacha, probablemente era
bió de dirección, siguió corriendo sin variar el el conserje, casi seguro, y delante de la escuela,
ritmo, entonces cambió el paso, luego cambió como es natural, no faltaba un seto, sí, todo
el paso otra vez, se detuvo, comenzó a retro- concordaba, estaba todo, hasta el más mínimo
ceder, se dio una vuelta mientras retrocedía, detalle, ni siquiera faltaba el borrador debajo
siguió corriendo hacia adelante, de nuevo se de la pizarra en el interior de las oscuras clases
dio media vuelta para retroceder, retrocedió, y a su lado la caja de las tizas, tampoco falta-
se dio una vuelta para seguir corriendo hacia ban los semicírculos en las paredes del exte-
delante, dio unas cuantas zancadas y comenzó rior y junto a ellos una nota aclaratoria que
a correr a toda velocidad, después se detuvo- indicaba que se trataba de desconchados pro-
en seco, se sentó en una piedra al borde del ducidos por el roce de los ganchos de las con-
camino y enseguida se levantó y siguió co- traventanas; en resumidas cuentas, era como
rriendo. si todo lo que se veía o se oía llevara un cer-
Al poco tiempo se detuvo y después tificado que confirmara que era completamente
siguió andando, pero entonces le pareció que real.
la vista que tenía delante de sus ojos se entur- La tapa de la cesta de carbón de la cla-
biaba partiendo de los bordes hasta llegar a un se estaba abierta y se veía en su interior el acero
punto central; lo único que veía, excepto por de la pala (¡una inocentada!), también se veía
un círculo en el centro de la visión, era oscu- el suelo con los anchos tablones del entari-
ridad. «Como cuando miran por un telescopio mado, que estaban todavía mojados en las grie-
en una película», pensó. Se secó el sudor de las tas después del fregado, tampoco había que
piernas con los pantalones. Al pasar por un olvidar el mapa de la pared, el lavabo a un
sótano, que tenía la puerta entreabierta, vio lado de la pizarra y las hojas de maíz en el
unas hojas de té que despedían una extraña alféizar de la ventana: ¡la única imitación que
luz tenue. «Como si fueran patatas», pensó no merecía la pena! No caería en esa inocen-
Bloch. tada.
120 121

Era como si cada vez describiera círcu- nada si no les preguntaban antes; solamente
los más amplios. Había olvidado el pararrayos aprendían las cosas de memoria y las decían de
que había muy cerca de la puerta, y ahora le carrerilla en voz baja; y precisamente por ese
parecía una palabra clave. Tenía que empezar motivo eran incapaces de construir frases com-
de una vez. Para darse ánimos fue al patio de pletas. «En realidad, es como si todos fueran
atrás pasando junto a la escuela y empezó a mudos en menor o mayor grado», dijo el con-
hablar con el conserje, que estaba en la cabana serje.
de los troncos. Cabana, conserje, patio: pala- ¿Qué significaba eso? ¿Qué se propo-
bras guía. Se quedó mirando mientras el con- nía el conserje con ello? ¿Qué tenía que ver
serje colocaba un leño sobre el tarugo de made- él con todo eso? ¿Por qué se comportaba en-
ra, y después le daba un hachazo. Entretanto tonces el conserje como si tuviera que ver con
él se había salido al patio y desde allí hablaba él?
con el conserje, el conserje se detenía, contes- Bloch debería de haber dado una res-
taba, y después daba un hachazo al tronco, que puesta, pero no hizo caso. Si empezaba a ha-
se caía a un lado antes de tocarle, entonces blar, tendría que seguir. Así que se dedicó a
clavaba el hacha en el tarugo de madera y todo dar vueltas por el patio, ayudó al conserje a
se llenaba de polvo. La pila de maderas al fon- recoger los troncos que, al darles un hachazo,
do de la cabana, que aún estaba sin partir, se habían salido disparados a la cabana, entonces,
desplomó. ¡Otra palabra guía! Pero ya no suce- sin llamar la atención, se alejó poco a poco en
dió nada más, excepto que le preguntó al con- dirección a la carretera, y a partir de ahí si-
serje, que se encontraba dentro de la cabana, guió andando tranquilamente.
casi a oscuras, si se daba clase a todos los nive- Pasó por el campo de deportes. Era
les en una misma habitación, y el conserje con- ya tarde, después de la salida del trabajo, y
testó que en efecto, había una sola clase para los futbolistas estaban entrenando. El terreno
todos los niveles. estaba tan mojado, que cuando los jugadores
Por eso no era nada raro que cuando daban una patada al balón salpicaban todo al-
los niños acababan la escuela ni siquiera hu- rededor. Bloch se quedó un rato mirando y
bieran aprendido a leer, dijo el conserje de se marchó cuando estaba empezando a oscu-
repente, mientras clavaba el hacha en el tarugo recer.
de madera y salía de la cabana: ni siquiera eran Comió una fricadelle en la fonda de la
capaces de construir ellos mismos una sola estación y se bebió también algunas jarras de
frase; cuando hablaban entre ellos utilizaban cerveza. Después se sentó en un banco del an-
casi siempre palabras sueltas y nunca decían dén. Una chica con zapatos de tacón alto iba
122 123
y venía por la grava. Sonó el teléfono en el En la sala de espera Bloch miró el ho-
despacho del jefe de estación. Un empleado rario de los trenes. Aquel día ya no pasaba
estaba fumando en la puerta. Alguien salió ningún tren. De todos modos se había hecho
de la sala de espera y se quedó de pie en el tan tarde, que ya era hora de ir al cine.
andén. Se oyeron otra vez unos ruidos que En la antesala del cine ya había gente.
provenían del despacho del jefe de estación Bloch se sentó con la entrada en la mano.
y se oía hablar a alguien en voz alta, como si Cada vez llegaba más gente. Era agradable
estuviera hablando por teléfono. Mientras tan- escuchar los diferentes sonidos. Bloch fue a la
to se había hecho de noche. puerta de la sala, se puso en la cola y por
Todo estaba bastante tranquilo. Se veía fin entró.
cómo aquí y allá alguien daba una calada al En la película alguien disparaba a un
cigarrillo. Abrieron un grifo a tope y en se- hombre por la espalda con un rifle y la víctima
guida lo volvieron a cerrar. ¡Como si alguien estaba muy lejos, sentado junto al fuego. Pero
tuviera miedo! Más allá había un grupo char- no pasó nada; el hombre no se desplomó, sino
lando en la oscuridad; los sonidos resonaban, que se quedó sentado y ni siquiera se volvió
como cuando se está medio dormido. Alguien para ver quién había disparado. Pasó un rato.
gritó: ¡au! Era imposible distinguir si había Entonces el hombre se cayó lentamente de
sido un hombre o una mujer. Se oyó claramente costado y se quedó echado en el suelo sin hacer
cómo alguien decía desde muy lejos: «¡Parece un solo movimiento. Siempre pasa lo mismo
como si estuviera usted completamente exte- con estos rifles viejos, dijo a su acompañante
nuado!» Igualmente se veía con toda claridad el que había disparado: no tienen ningún po-
a un ferroviario de pie en medio de las vías, y der de penetración. Pero en realidad el hombre
se estaba rascando la cabeza. A Bloch le pare- había muerto mientras estaba sentado junto al
cía como si estuviera dormido. fuego.
Se veía cómo un tren efectuaba su lle- Después de la película Bloch se fue en
gada. La gente observaba mientras se bajaban coche con dos muchachos en dirección a la
algunas personas, que parecía como si no su- frontera. Una piedra golpeó la parte de abajo
pieran seguro si se tenían que bajar o no. En del coche; Bloch, que iba sentado en el asiento
último lugar se bajó un borracho y cerró la posterior, volvió a ponerse en guardia. Como
puerta de un portazo. Se vio cómo el empleado aquel día era día de pago, no había ninguna
hacía una señal con una linterna desde el an- mesa libre en la posada. Se sentó donde pudo.
dén, y el tren arrancó. La arrendataria llegó y le puso la mano en el
124 125

hombro. El entendió y pidió aguardiente para un rato, yendo con él de aquí para allá. Se
toda la mesa. detuvieron en la puerta del cuartelillo de la
Para pagar puso un billete doblado aduana. Le apretaron la cabeza contra el tim-
encima de la mesa. El mozo que tenía al lado bre y se marcharon.
desdobló el billete y dijo que a lo mejor había Un carabinero salió y al ver a Bloch allí
otro dentro. Bloch dijo: ¿y qué si lo hay?, delante, volvió a meterse otra vez. Bloch
y dobló el billete de nuevo. El mozo desdobló persiguió a los mozos y derribó a uno por
el billete y le puso un cenicero encima. Bloch detrás. Los otros se le echaron encima. Bloch
agarró un cenicero y le arrojó al mozo las co- se escabulló y le dio a uno un puñetazo en la
lillas a la cara. Alguien le quitó la silla por barriga. Salieron unos cuantos de la posada.
detrás, y al resbalarse, se cayó debajo de la Alguien le puso un abrigo en la cabeza. El le
mesa. agarró por las espinillas, pero en aquel mo-
Bloch se puso en pie de un salto y le mento le sujetó otro los brazos. Entonces le
dio un puñetazo en el pecho al mozo que le tumbaron rápidamente por segunda vez y vol-
había quitado la silla. El mozo se cayó de es- vieron a la posada.
paldas contra la pared y empezó a gemir con Bloch se quitó el abrigo de encima y
mucho escándalo, porque le faltaba el aire. corrió detrás de ellos. Uno se detuvo, pero
Entonces, entre unos cuantos, le pusieron a no se volvió. Bloch corrió hacia él; entonces
Bloch los brazos a la espalda y le arrastraron el mozo echó a andar y Bloch se cayó al suelo.
hasta la puerta. El ni siquiera se cayó al suelo, Al cabo de un rato se levantó y entró
solamente se tambaleó e inmediatamente vol- en la posada. Intentó decir algo, pero al mover
vió a entrar. la lengua la sangre se le agolpó en las ampollas
Quiso pegar al mozo que había des- de la boca. Se sentó en una mesa e indicó con
doblado el billete. Le pusieron la zancadilla el dedo que le trajeran algo de beber. El resto
por detrás y los dos, él y el mozo, se cayeron de la mesa no le hacía caso. La camarera le
al suelo, y al caer se dieron un golpe contra llevó una botella de cerveza sin vaso. Creyó
la mesa. Durante la caída Bloch no paró de ver encima de la mesa moscas pequeñitas que
darle puñetazos. corrían de aquí para allá, pero era solamente
Alguien le agarró las piernas y le arras- el humo de los cigarrillos.
tró por el suelo. Bloch le dio una patada y el Estaba tan débil, que era incapaz de
otro le soltó. Unos cuantos le agarraron y le coger la botella con una sola mano; así que
arrastraron hasta la puerta. Una vez en la calle, la cogió con las dos manos, y se inclinó hacia
le llevaron a los baños turcos y así estuvieron delante para no tener que alzarla demasiado.
126 127
Tenía los oídos tan doloridos, que durante un de paz, pensó Bloch. Ya no había que pensar
buen rato le pareció que en la mesa de al lado en ningún significado para el gallo silvestre
no ponían las cartas tranquilamente sobre la disecado que estaba encima de la máquina to-
mesa, sino que hacían un ruido terrible, y de- cadiscos; tampoco tenían ya ningún papel las
trás de la barra no dejaban caer la bayeta en moscas que dormían en el techo de la habi-
el fregadero, sino que la arrojaban con fuerza tación.
y se oía una especie de ¡bum!; y la hija de la Se veía cómo un mozo se peinaba con
posadera, que llevaba unos zuecos de madera, los dedos, se veía que algunas muchachas se
no caminaba normalmente, sino que hacía un dirigían a la pista para bailar, se veía que unos
ruido trepidante; el vino no caía en los vasos, cuantos mozos se levantaban y se abrochaban
sino que hacía gárgaras y de la máquina toca- los botones de la chaqueta, se oía jugar a las
discos no salía música, sino truenos. cartas, pero uno ya no podía entretenerse en
Escuchó que una mujer gritaba asus- esos detalles.
tada, pero en aquel bar un grito de una mujer A Bloch empezó a entrarle sueño.
no tenía ninguna importancia; por lo tanto Cuanto más sueño tenía, mejor percibía las
era imposible que la mujer hubiese gritado cosas, y las diferenciaba unas de otras. Obser-
porque estuviera asustada. Pero, a pesar de vó que la puerta se quedaba siempre abierta
todo, el grito le había molestado, pues la cuando alguien salía, y siempre se levantaba
mujer había dado un chillido muy estridente. alguien para cerrarla. Estaba tan cansado, que
Poco a poco los detalles fueron per- percibía cada objeto por separado, sobre todo
diendo también su significado: la espuma de los contornos, como si en cada objeto existie-
la botella de cerveza vacía le llamaba tan poco ran solamente los contornos. Veía y escuchaba
la atención como el paquete de cigarrillos que todo directamente, sin tener, como le ocurría
un mozo a su lado acababa de abrir, y lo había antes, que traducirlo primero a palabras o per-
abierto tanto, que podía sacar el cigarrillo con cibirlo, por regla general, en forma de palabras
las uñas. o de juegos de palabras. Se encontraba en un
Ya no le interesaban tampoco las ceri- estado en el que todo le parecía natural.
llas quemadas que se encontraban por todas Un poco después la posadera se sentó
partes, en las ranuras del entarimado, e in- a su lado, y él le pasó el brazo por los hombros
cluso las huellas de uñas en la masilla del con tanta naturalidad, que dio la impresión
marco de las ventanas le resbalaban por com- de que ella ni siquiera se había dado cuenta.
pleto. Ya nada le interesaba, las cosas sola- Echó unas cuantas monedas en la máquina, sin
mente ocupaban un sitio; como en tiempos darles ninguna importancia, y sin más preám-
128 129

bulos comenzó a bailar con la posadera. Le echando las cuentas. Bloch fue hacia ella con
llamó la atención el hecho de que cada vez un posavasos en la mano. Ella levantó la vista
que ella le decía algo, decía su nombre a con- cuando él entró, y le miró de frente mientras
tinuación. se le acercaba. Cayó en la cuenta del posavasos
Ya no le interesaba ver cómo la cama- demasiado tarde, y quiso esconderlo antes de
rera se sujetaba una mano con la otra, tam- que ella lo viera, pero la posadera ya había
poco había ya nada especial en las gruesas cor- apartado la vista de él y ahora miraba al posa-
tinas, y cualquiera podía darse cuenta de que vasos, y le preguntó si acaso había en él apun-
cada vez se marchaba más gente. Daba una tada alguna cuenta, que se había quedado sin
sensación de alivio muy grande, escuchar cómo pagar. Bloch dejó caer el posavasos y se sentó
hacían sus necesidades en la calle y después junto a la posadera, no de una manera deci-
seguían andando. dida, sino que titubeaba con cada movimiento.
Ya no había tanto jaleo en el bar, así Ella siguió contando y hablando con él al mis-
que la música de la máquina-tocadiscos se es- mo tiempo, y después guardó el dinero. Bloch
cuchaba con toda claridad. En los intervalos dijo que lo único que había pasado era que
entre un disco y otro se hablaba en voz baja y se había olvidado de que tenía el posavasos
casi se contenía la respiración; y cuando co- en la mano, pero que no había querido decir
menzaba el siguiente disco se quedaba uno nada en especial.
aliviado. Bloch se imaginó que se podía hablar Ella le invitó a que le acompañara a
de estos incidentes como si fueran algo que comer algo. Puso un plato frente a él, enton-
siempre vuelve a repetirse; todos los pequeños ces él dijo que le faltaba el cuchillo, pero mien-
incidentes de un día cualquiera; lo que se es- tras tanto ella ya había puesto el cuchillo a
cribe en las tarjetas postales. «Por las tardes un lado del plato. Tenía que ir al jardín para
todo el mundo se reúne en el bar de la posada recoger la ropa, dijo ella, pues en aquel mo-
y se oyen discos.» Cada vez le entraba más mento estaba empezando a llover. No esta-
sueño, y afuera las manzanas se caían de los ba lloviendo, le corrigió él, solamente estaba
árboles. cayendo agua de los árboles, porque hacía un
Ya todo el mundo, excepto él, se había poco de viento. Pero ella ya había salido y se
marchado, y la posadera se fue a la cocina. había dejado la puerta abierta, así que él pudo
Bloch se quedó allí sentado esperando a que ver que era verdad que estaba lloviendo. La
se acabara el disco. Desenchufó la máquina to- vio volver y le gritó que se le había caído una
cadiscos, así que solamente quedó luz en la camisa, pero resultó ser solamente la bayeta
cocina. La posadera estaba sentada en la mesa del suelo, que estaba siempre junto a la entra-
130 131

da. Cuando ella encendió una vela encima de si es que no le gustaba su blusa, y qué tenía
la mesa, él vio cómo la cera goteaba en un pla- contra ella. No sirvió para nada que afirmara
to, porque ella sujetaba la vela un poco incli- con mucha convicción que solamente había sido
nada. Debería tener cuidado, dijo él, pues la una broma, y que la blusa le iba muy bien
cera se estaba derramando en los platos lim- incluso a la palidez de su piel; entonces ella
pios. Pero en aquel momento colocó ella la vela le preguntó si creía que su piel era demasiado
en la cera aún líquida que había derramado, pálida. El dijo en broma, que los muebles de la
e hizo presión con ella en el plato hasta que cocina eran casi iguales que los muebles de
se mantuvo de pie. «No sabía que tuvieras una cocina de ciudad, y entonces ella le pre-
la intención de poner la vela en el plato», dijo guntó que por qué había dicho «casi». ¿Acaso
Bloch. Ella hizo ademán de sentarse en un la gente de allí tenía todo más limpio? Incluso
sitio donde no había ninguna silla, y Bloch cuando Bloch comenzó a hablar en broma del
exclamó: «¡Cuidado!», pero ella solamente se hijo del casero (probablemente le había hecho
había agachado para recoger una moneda que una proposición), ella le tomó en serio y le
se le había caído debajo de la mesa al hacer dijo que el hijo del casero no estaba libre.
las cuentas. Cuando ella fue al dormitorio para Entonces él quiso aclarar con una comparación
pasar revista a la niña, él en seguida preguntó que no había hablado en serio, pero ella tam-
por ella; incluso cuando en una ocasión ella bién tomó en serio la aclaración. «No me refe-
se levantó de la mesa, él le gritó que a dónde ría a nada en particular», dijo Bloch. «Pero
iba. Ella encendió la radio que había encima tiene que haber existido un motivo para que
del aparador; era agradable mirar cómo se lo dijeras», contestó la posadera. Bloch se rió.
movía al compás de la música de la radio. Le preguntó que por qué se reía de ella.
Cuando ponían la radio en una película, siem- La niña comenzó a chillar en el dor-
pre interrumpían la emisión al momento para mitorio. Ella fue allí y la tranquilizó. Cuando
comunicar una orden de búsqueda. volvió, Bloch estaba en pie. Ella se detuvo de-
Estuvieron charlando mientras estuvie- lante de él y se quedó unos momentos mirán-
ron sentados a la mesa. A Bloch le parecía dole. Pero entonces empezó a hablar de sí
como si fuera incapaz de decir algo serio. Em- misma. Como la tenía tan cerca, no se sintió
pezó a hacer chistes, pero la arrendataria se capaz de responder, y dio un paso hacia atrás.
tomaba muy en serio todo lo que decía. El le Ella no le siguió, sino que se quedó callada.
dijo que su blusa parecía una camiseta de fútbol Bloch quiso abrazarla. Cuando finalmente mo-
por las rayas, y aún hubiera querido decir algo vió la mano, ella miró a un lado. Bloch dejó
más, pero ella le interrumpió para preguntarle caer la mano e hizo como si todo hubiera sido
132 133

una broma. La posadera se sentó al otro lado caba que el pararrayos hubiera vuelto a presen-
de la mesa y siguió hablando. tarse? ¿Cuál era la interpretación del pararra-
Quiso decir algo, pero se le había ol- yos? «¿Pararrayos?» ¿Existía la posibilidad
vidado lo que quería decir. Intentó recordarlo: de que no fuera más que otro juego de pala-
no consiguió acordarse exactamente de lo que bras? ¿Significaba que no podía pasarle nada?
se trataba, pero tenía algo que ver con el ¿O indicaba quizás que tenía que contarle todo
asco. Entonces un movimiento de la mano de a la posadera? ¿Y por qué tenían forma de pez
la posadera le recordó otra cosa. Esta vez tam- las galletas que había en aquel plato? ¿A qué
poco se acordó de lo que era, pero tenía algo aludían? ¿Tenía que quedarse «callado como
que ver con la vergüenza. Todo lo que perci- un pez»? * ¿Ya no podía decir nada más? ¿Era
bía, movimientos y objetos, no le hacían pensar esto lo que le indicaban las galletas del plato?
en otros movimientos y objetos, sino en sen- Era como si no estuviera viendo todo aquello,
saciones y sentimientos; y cuando pensaba en como si lo estuviera leyendo en alguna parte,
los sentimientos, no lo hacía como si estuviera en el cartel anunciador de las normas de con-
recordando un hecho pasado, sino que los re- ducta de un sitio cualquiera.
vivía como algo presente: no pensaba en la Sí, eran normas de conducta. La bayeta
vergüenza y en el asco, sino que ahora se aver- que estaba encima del grifo le estaba ordenan-
gonzaba y se asqueaba cuando se ponía a re- do algo. También encima de la mesa, que ahora
cordar, sin que le vinieran a la memoria los estaba vacía, el tapón de la botella de cerveza
objetos causantes de la vergüenza y el asco. le exhortaba a algo. Se repetía sin descanso:
Asco y vergüenza, la unión de los dos era tan allá donde miraba veía un desafío: hacer una
fuerte que empezó a sentir picores en todo el cosa, no hacer la otra. Para él, todo estaba per-
cuerpo. fectamente planeado de antemano, la repisa
Un metal golpeó por fuera en el cristal con los frascos de las especies, una repisa con
de la ventana. La posadera respondió a su botes de mermelada recién hecha... era una
pregunta, que se trataba del cable del pararra- constante repetición. Bloch se dio cuenta que
yos en la escuela, al momento tomó esta repe- desde hacía un rato ya no hablaba solamente
tición como un designio; no podía ser una ca- consigo mismo: la posadera se había levantado
sualidad que se hubiera tropezado dos veces, y estaba en el fregadero recogiendo los restos
una detrás de otra, con un pararrayos. Además de pan de los platos. Tenía que ir recogiendo
le parecía que todo lo que veía tenía algún
parecido con alguna otra cosa; todos los obje- La expresión alemana «callado como un pez», corres-
ponde a la expresión en castellano «callado como una tum-
tos le recordaban unos a otros. ¿Qué signifi- ba». [N. del T.]
134 135

todo detrás de él, dijo, ni siquiera se molesta por detrás. Como él la miraba con tanta insis-
en cerrar el cajón de la mesa después de coger tencia, echó el codo para atrás otra vez. La
los cubiertos, los libros que hojea los deja caja de pasteles comenzó a resbalarse y se des-
abiertos sin más, cuando se quita la chaqueta lizaba lentamente por las esquinas redondeadas
simplemente la deja caer al suelo. del frigorífico. Bloch hubiera podido aún atra-
Bloch contestó que verdaderamente te- parla, pero se quedó mirando cómo se caía al
nía la sensación de que todo lo tenía que dejar suelo.
caer. Faltaba poco, por ejemplo, para que de- Mientras la posadera se agachaba para
jara caer el cenicero que tenía en la mano; él recoger la caja, él iba sin descanso de aquí para
mismo se quedaba asombrado de ver que toda- allá y allí donde llegaba y se detenía, empu-
vía conservaba el cenicero en la mano. Se había jaba las cosas a un rincón, una silla, un me-
puesto de pie, sosteniendo mientras tanto el chero encima de la chimenea, una copita para
cenicero frente a él. La posadera le miró. El se los huevos duros en la mesa de la cocina. «¿Es-
quedó un rato mirando el cenicero, y después tá todo en orden?», preguntó. Le preguntaba
lo puso en alguna parte. Como para lograr que a ella lo que quería que ella misma le pregun-
las indicaciones que continuamente se repe- tara. Pero antes de que pudiera contestar se
tían en el ambiente volvieran a presentarse, oyeron unos golpecitos desde fuera en el cris-
Bloch repitió lo que había dicho. Estaba tan tal de la ventana, y era imposible que esos gol-
desamparado, que todavía lo repitió una vez pes los hubiera dado el cable de un pararrayos.
más. Vio que la posadera sacudía el brazo en- Bloch lo sabía ya un momento antes.
cima del fregadero. Dijo que se le había metido La posadera abrió la ventana. Afuera
un pedazo de manzana, en la manga, y ahora había un carabinero que iba a su casa en el
no había manera de que saliera. ¿No había pueblo, y pidió que le dejaran un paraguas.
manera de que saliera? Bloch se puso a imi- Bloch dijo que podía irse con él, y la posadera
tarla, sacudiéndose también la manga; le pare- le dio el paraguas que estaba colgado en el
cía que si se ponía a imitarlo todo, podría llegar marco de la puerta, debajo de los pantalones
a parecerse a la propia sombra de una per- de trabajo. Él prometió devolvérselo al día
sona. Pero ella se dio cuenta en seguida, y le siguiente. Hasta que no se lo devolviera, no
hizo una muestra de su imitación. podría ocurrir nada inesperado.
Entretanto se acercaba al frigorífico, y En la calle abrió el paraguas. Al mo-
encima del frigorífico estaba la caja de una mento, comenzó a golpear la lluvia con tanta
tarta. Bloch observaba con mucha atención fuerza, que no oyó si le había dado un res-
cómo ella, sin dejar de imitarle, movía la caja puesta. El carabinero avanzó pegado a la pared
136 137

de la casa hasta ponerse debajo del paraguas, Bloch vio algo que corría hacia él, y
y entonces se marcharon. se puso detrás del carabinero. Un perro pasó
Solamente habían dado algunos pasos por su lado corriendo y le rozó.
cuando se apagó la luz en la posada, y enton- —Cuando por casualidad sorprende-
ces la oscuridad fue absoluta. Estaba tan os- mos a alguien ni siquiera sabemos cómo cogerle.
curo que Bloch se puso la mano delante de los Lo hacemos mal desde un principio, y cuando
ojos. En aquel momento pasaban junto a una alguna vez acertamos, nos confiamos en que
valla, y escuchó al otro lado el resoplido de el compañero que llevamos al lado le cogerá,
unas vacas. Algo pasó corriendo por su lado. mientras que el compañero se confía en que
El follaje susurraba a los lados de la carretera. tú mismo le vas a atrapar, y el individuo en
«¡Por poco piso un erizo!», exclamó el cara- cuestión se escapa. ¿Se escapa? Bloch escuchó
binero. cómo el carabinero a su lado, debajo del para-
Bloch le preguntó cómo había conse- guas, cogía aire.
guido ver el erizo en la oscuridad. El carabinero La arena crujió a sus espaldas, se dio
respondió: «Eso es cosa de mi oficio. Cuando la vuelta y vio que el perro volvía. Siguieron
solamente se ve un movimiento o se oye un andando, y el perro seguía a su lado y les
murmullo, tiene que ser uno capaz de distinguir mordisqueaba las corvas. Bloch se detuvo,
el objeto de donde proceden el movimiento o arrancó una rama de un almendro a la orilla
el murmullo. Incluso es necesario reconocer un del riachuelo, y le persiguió hasta que se alejó.
objeto que se mueve, aunque lo percibas en —Cuando se enfrenta uno a alguien
el borde mismo de la retina». Mientras tanto —continuó el carabinero— es importante mi-
habían dejado atrás las casas de la frontera, y rar al otro a los ojos. Antes de que eche
caminaban junto al riachuelo por un atajo. El a correr, sus ojos indican la dirección en que
camino estaba cubierto de arena, y se volvía lo hará. Pero al mismo tiempo hay que obser-
cada vez más clara a medida que Bloch se iba var también sus piernas. ¿En qué pierna se
acostumbrando a la oscuridad. apoya? Se echará a correr en la dirección que
—La verdad es que aquí no estamos señala la pierna en que se apoya. En el caso
muy ocupados —dijo el carabinero—. Desde de que el otro quiera engañarte y no vaya a
que minaron la frontera se acabó el contraban- echarse a correr en esa dirección, tendrá que
do. A medida que la tensión se afloja, se cansa cambiar la pierna de apoyo justamente antes
uno y ya no es capaz de concentrarse. Y si de echarse a correr, y en esta operación per-
alguna vez ocurre algo, no se reacciona a derá tanto tiempo, que mientras tanto se le
tiempo. puede echar uno encima. Bloch miraba hacia
138 139
el riachuelo, que se oía, pero no se veía. Un «¿Concurso de baile?» ¿A qué aludía ahora
pájaro bastante grande salió volando de un esta palabra? Una muchacha que pasó junto a
arbusto. En un cobertizo de madera se oía un ellos buscaba una cosa en su «bolso», y otra
alboroto de gallinas, y se oía también cómo llevaba unas botas de «caña» alta. ¿Servían
daban picotazos en los listones de la pared. para algo las abreviaturas? Escuchó el clic del
—En realidad no hay ninguna regla —dijo el cierre del bolso a sus espaldas; casi cierra el
carabinero—. Siempre se está en desventaja paraguas como respuesta.
porque el otro también te está observando, Acompañó al carabinero con el para-
y ve cómo vas a reaccionar a sus movimientos. guas hasta la urbanización, que estaba en las
Lo único que en realidad se puede hacer es afueras. «Hasta ahora siempre he tenido que
reaccionar. Y cuando empiece a correr cam- alquilar el piso, pero estoy ahorrando para
biará de dirección al segundo paso, y tú mismo comprarme uno», dijo el carabinero, que ya
te has apoyado en el pie que no era. estaba en el portal. Bloch también entró. ¿Si
Mientras tanto habían llegado ya a la quería subir para tomarse una copa? Bloch
carretera asfaltada y se acercaban a la entrada rechazó la invitación, pero se quedó allí para-
del pueblo. Aquí y allá pisaban serrín reblan- do. Cuando el carabinero todavía no había
decido, que antes de la lluvia había empujado llegado arriba, se apagó la luz. Bloch se apoyó
el viento hasta la calle. Bloch se preguntó si en los buzones. Afuera pasaba volando un
el carabinero hablaba tan detalladamente de avión bastante alto. «¡El avión del correo!»,
una cosa, que podía decirse simplemente en exclamó el carabinero en la oscuridad, y apretó
una sola frase, porque en realidad quería decir el botón de la luz. La escalera se iluminó.
una cosa completamente distinta. «¡Ha habla- Bloch se fue a toda prisa. En la fonda oyó que
do de memoria!», pensó Bloch. Para hacer la había llegado un numeroso viaje turístico, y
prueba, comenzó a su vez a hablar de una los habían alojado en la bolera con camas de
cosa con todo detalle, y normalmente no hubie- campaña; por eso aquel día había bastante
ra necesitado para ello más que una sola frase, tranquilidad. Bloch preguntó a la chica que
pero el carabinero pareció tomar esto con toda le había dado esta información si quería acom-
naturalidad, y le preguntó a dónde quería llegar pañarle arriba. Ella contestó gravemente que
con eso. Por otra parte parecía que lo que el hoy no le era posible. Más tarde oyó desde
carabinero había estado contando antes, lo ha- su habitación cómo caminaba por el pasillo y
bía dicho completamente en serio. Cuando lle- pasaba delante de su puerta. En la habitación
garon al centro del pueblo les salieron al paso hacía tanto frío por causa de la lluvia, que le
los participantes de un concurso de baile. parecía como si hubieran esparcido por todas
140 141
partes serrín mojado. Puso el paraguas en el caja de cerillas encima del paquete de cigarri-
lavabo con la punta hacia abajo y se echó en llos, y encima de la televisión había un jarrón,
la cama vestido. y un camión cargado de arena pasaba junto
Bloch se empezó a adormilar. Se des- al autobús levantando una polvareda, y un
perezó unas cuantas veces para ahuyentar la autoestopista llevaba en la mano libre un ra-
modorra, pero eso le amodorró aún más. Le cimo de uvas y alguien dijo delante de la puer-
venían a la cabeza algunas cosas que había di- ta: «¡Abran, por favor!»
cho durante el día; intentó librarse de estos «¡Abran, por favor!» ¡Estas dos úl-
pensamientos realizando espiraciones. Enton- timas palabras no tenían nada que ver con la
ces sintió cómo poco a poco se iba quedando respiración de la habitación de al lado, que se
dormido; como antes del final de una pausa, hacía ahora cada vez más clara, mientras que
pensó. Unos faisanes atravesaban el fuego vo- las frases desaparecían poco a poco. Ahora ya
lando y unos boyeros caminaban por un cam- estaba despierto del todo. Volvieron a dar unos
po de maíz, y el mozo de la casa estaba en el golpecitos en la puerta diciendo: «¡Abran, por
almacén escribiendo con tiza los números de favor!» Seguramente era eso lo que le había
las habitaciones en su portafolios, y un zarzal despertado, pues había dejado de llover.
sin hojas estaba lleno de golondrinas y cara- Rápidamente se incorporó, una pluma
coles. del colchón saltó hacia arriba e inmediatamente
Poco a poco se despertó, y entonces volvió a su situación inicial; en la puerta es-
llegaron a sus oídos los ruidos de la respira- taba la camarera con la bandeja del desayuno.
ción de una persona en la habitación de al El no había pedido el desayuno, fue capaz de
lado, y con el ruido de esa respiración, en lo decir, mientras ella se disculpaba y llamaba
que parecía ser un estado de modorra, se po- después en la puerta de enfrente.
dían construir frases; la espiración le hacía el Otra vez a solas en la habitación, le
efecto de una «y» muy larga, y el sonido pro- pareció como si hubieran cambiado todo de
longado de la inspiración se confundía en su lugar. Abrió el grifo. Inmediatamente cayó una
imaginación con las frases que algunas veces mosca del espejo al lavabo, y en un momento
estaban unidas al «y», como por ejemplo cuan- el agua se la llevó. Se sentó en la cama: un
do iban a continuación de un guión, que co- momento antes la silla estaba a su derecha y
rrespondía a la pausa entre la inspiración y ahora estaba a su izquierda. La volvió a mirar
la espiración. En la puerta del cine había mu- de izquierda a derecha; esa mirada le pareció
chos soldados con zapatos de domingo termi- una lectura. Veía un «armario», «después»
nados en punta, y todo el mundo colocaba la «una» «mesa» «pequeña», «después» «una»
142 143

«papelera», «después» «una» «cortina»; sin dio el vuelo desde el alféizar de la ventana y
embargo al mirar de derecha a izquierda veía en seguida volvió. La gente daba saltos en la
una h , al lado una 1 T , debajo la 0 , al calle para esquivar los charcos; llevaban bolsas
lado el | I [ , encima su O ; y cuando miraba de la compra muy abultadas. Bloch se palpó
a su alrededor veía la Q . al lado el 0 y el © . la cara por todos lados.
Estaba sentado encima de la |_ i , debajo ha- El fondista entró con la bandeja y dijo
bía una =, , al lado una =, Fue hacia la que el periódico no estaba libre todavía. Habla-
ba en un tono de voz tan bajo que Bloch, al
contestarle, le habló en el mismo tono. «No
corre prisa», susurró. La pantalla de la tele-
visión se veía llena de polvo a la luz del día,
y en ella se reflejaba la ventana, por la que
se asomaban los niños al pasar para la escuela.
U U Bloch corrió las cor- Bloch comía al mismo tiempo que miraba la
tinas y salió de la habitación. película. La madre del fondista gemía de vez
El comedor estaba ocupado por el via- en cuando.
je turístico. El fondista llevó a Bloch a la ha- Afuera divisó un carrito de periódicos
bitación de al lado, donde la madre del fon- con la bolsa cargada. Fue a la calle, entonces
introdujo primeramente una moneda por la ra-
dista estaba sentada delante de la televisión,
nura y a continuación sacó el periódico. Tenía
y las cortinas estaban corridas. El fondista des-
tanta práctica en hojearlo que, cuando entró,
corrió las cortinas y se quedó al lado de Bloch; ya estaba leyendo la descripción de sí mismo.
que tan pronto le veía de pie a su izquierda Una mujer se había fijado en él en un autobús
como, cuando alzaba la vista de nuevo, le tenía porque se le habían caído unas monedas del
a su derecha. Bloch dijo que le trajeran el bolsillo; entonces ella se agachó a recogerlas y
desayuno y preguntó por el periódico. El fon- vio que eran monedas americanas. Más tarde
dista contestó que en ese momento lo estaban se enteró de que también se habían encontrado
leyendo los miembros del viaje turístico. Bloch unas monedas parecidas junto a la taquillera.
se palpó la cara con los dedos; le daba la im- En un principio no se habían tomado en serio
presión de que tenía las mejillas entumecidas. sus declaraciones, pero después resultó que su
Tenía frío. Las moscas se arrastraban por el descripción coincidía con la descripción de un
suelo con tanta lentitud, que al principio se amigo de la taquillera que, la noche anterior
creyó que eran escarabajos. Una abeja empren- al suceso, había visto a un hombre merodeando
144 145

cerca del cine, cuando fue a recoger en coche El almohadón que la madre del fondis-
a la taquillera. ta tenía a la espalda se cayó del sillón al suelo.
Bloch se sentó de nuevo en la habita- Bloch lo recogió y se marchó llevándose el
ción y contempló el dibujo que habían hecho, periódico. Vio el ejemplar de la fonda en la
basándose en las declaraciones de la muier. mesa de jugar a las cartas; entretanto, el viaje
¿Significaba eso que todavía no conocían su turístico ya había emprendido la marcha. Él
nombre? ¿Cuándo se había imprimido el pe- periódico —se trataba de una edición de fin
riódico? Vio que correspondía al primer re- de semana— era tan grueso, que no cabía en
parto, que por regla general aparecía ya por la la pinza.
tarde del día anterior. Le parecía como si los Cuando un coche pasó por su lado, se
titulares y el dibujo hubieran sido pegados en- extrañó, sin ninguna razón —en realidad el
cima de la página; como en los periódicos de día era bastante claro—, de que llevara los
las películas, pensó: allí los titulares auténticos faros apagados. No ocurrió nada especial. Vio
también se sustituían por los titulares que con- cómo en los huertos vaciaban las cestas de
manzanas en los talegos. Una bicicleta que le
venían a la película; o como los titulares refe-
adelantó, iba de aquí para allá resbalándose en
rentes a uno mismo que se podían imprimir el fango. Vio cómo dos campesinos se daban
en las ferias de barrio. la mano en la puerta de una tienda; tenían las
Habían descifrado la palabra «Stumm» manos tan ásperas, que oía cómo raspaban al
en los garabatos de los bordes, y por cierto, contacto. En la carretera asfaltada había hue-
con la letra inicial mayúscula; por lo tanto, llas embarradas de tractores, que venían de
se trataba con toda seguridad de un nombre los caminos vecinales. Vio que una mujer an-
propio. ¿Estaba complicado en el asunto al- ciana estaba inclinada delante de un escaparate
guien que se llamara Stumm? Bloch se acordó con el dedo en los labios. Los aparcamientos
de que le había hablado a la taquillera de su delante de las tiendas se iban quedando vacíos;
amigo, el futbolista Stumm. los últimos clientes entraban ya por la puerta
Cuando la chica recogió la mesa, Bloch trasera. «La espuma» «se resbalaba hacia aba-
no dobló el periódico. Oyó decir que habían jo» «por los escalones de la puerta cochera».
puesto al gitano en libertad, que la muerte del «Detrás» «de la luna de los escaparates» «ha-
colegial mudo había sido un accidente. En el bía» «colchones de plumas». Metían de nuevo
periódico había salido solamente una foto del las pizarras negras de los precios en el interior
niño junto con sus compañeros de colegio, por- de las tiendas. «Los pollos» «picoteaban» «las
que nunca le habían fotografiado a él solo. uvas caídas por el suelo». Los pavos se acurru-
146 147

caban pesadamente en las jaulas de alambre él—? ¿Continuaba esto así, hasta—? ¿Ya
de los huertos de frutas. Las estudiantes de había llegado tan lejos, que—?
magisterio salían por la puerta con las manos ¿Por qué motivo tenía que deducirse
apoyadas en las caderas. En la oscura tienda, algo, simplemente porque estuviera caminando
el comerciante estaba en silencio detrás del por aquí? ¿Tenía que justificar el por qué se
peso. «Encima del mostrador» «había» «tro- quedaba ahí parado? ¿Por qué tenía que jus-
citos de levadura». Bloch estaba apoyado en tificar algo cuando pasaba por una piscina pú-
la pared de una casa. Se oyó un ruido extraño, blica?
como si, justamente a su lado, hubieran abier- Esos «de manera que», «porque» y
to de par en par una ventana que solamente «por medio de» parecían instrucciones; deci-
estaba entreabierta. Inmediatamente siguió an- dió evitarlos, para no—
dando. Era como si a su lado abrieran silen-
Se quedó de pie delante de un edificio ciosamente un escaparate entreabierto. Todo
nuevo que todavía no estaba habitado, pero lo imaginable, todo lo visible estaba ocupado.
que sin embargo ya tenía puestos los cristales No era un chillido lo que le asustaba, sino una
de las ventanas. Las habitaciones estaban tan frase sin pies ni cabeza, después de un montón
vacías que, a través de las ventanas, se veía de frases normales y corrientes. Parecía como
si todas las cosas tuvieran otro nombre.
el paisaje de detrás. A Bloch le pareció como
Las tiendas ya estaban cerradas. Las
si él mismo hubiese edificado la casa. El mismo repisas para las mercancías, de las que ya no
había puesto los enchufes y también los cris- iba y venía nadie, estaban abarrotadas. No
tales de las ventanas. También eran suyos el había ningún hueco en el que por lo menos
cincel, el papel de envolver y la fiambrera que no hubiera una pila de latas de conservas. To-
había en el alféizar de la ventana. davía colgaba de ellas una etiqueta medio
Miró el edificio por segunda vez: no, arrancada. Las tiendas estaban tan ordenadas
los interruptores de la luz seguían siendo in- que...
terruptores de la luz, y las sillas en el jardín «Las tiendas estaban tan ordenadas que
detrás de la casa seguían siendo sillas de jardín. no se podía mostrar nada, porque...» «Las
Siguió andando, porque— tiendas estaban tan ordenadas que no se podía
¿Tenía que justificarse porque siguiera mostrar nada, porque unas cosas tapaban a
andando? ¿Y cómo—? otras.» Mientras tanto, en el aparcamiento so-
¿Cuál era su objetivo? ¿Cuándo—? lamente quedaban ya las bicicletas de las estu-
¿Tenía que justificr el «cuándo», mientras diantes de magisterio.
148 149

Bloch se fue al estadio después de co- el hombre. «Soy representante, y solamente me


mer. A bastante distancia de allí escuchó los voy a quedar unos cuantos días por aquí.»
gritos de los espectadores. Cuando llegó, toda- —Los jugadores gritan demasiado —di-
vía estaban en el calentamiento los hombres jo Bloch—. Un buen juego se desarrolla con
de la reserva. Se sentó en un banco en el sen- mucha tranquilidad.
tido longitudinal del campo, y comenzó a leer —No tienen ningún entrenador que les
el periódico, hasta que llegó al suplemento del diga desde el borde del campo lo que tienen
fin de semana. Oyó un ruido, como cuando cae que hacer —contestó el representante. A Bloch
un pedazo de carne en un suelo de piedra; le- le pareció como si estuvieran representando
vantó la vista y vio que el balón, que pesaba esta conversación, para una tercera persona.
mucho porque estaba mojado, había rebotado —Cuando se juega en un campo tan
pequeño, tienen que tomarse decisiones muy
en la cabeza de un jugador.
rápidas —dijo.
Se levantó y se marchó. Cuando volvió, Oyó un aplauso, como si la pelota hu-
el juego ya había empezado. Todos los bancos biera rebotado en los bordes de la portería.
estaban ocupados, así que caminó a lo largo Bloch contó que una vez había jugado contra
del campo hasta llegar a la portería. No que- un equipo, en el que todos los jugadores iban
ría quedarse parado tan cerca de la portería, descalzos; cada vez que daban una patada a
y subió la pendiente hasta la carretera. Caminó la pelota, los aplausos le atravesaban de punta
por la carretera hasta llegar a la esquina donde a punta.
estaba la bandera. Le pareció como si se le —Una vez vi en un estadio, cómo un
arrancara un botón del abrigo y se pusiera a jugador se rompía una pierna —dijo el repre-
dar saltos en la carretera. Cogió el botón y se sentante—. Se oyó el crujido hasta los sitios
lo metió en el bolsillo. de arriba, donde está uno de pie.
Comenzó a hablar con alguien que es- Bloch vio junto a él otros espectadores
taba de pie a su lado. Se informó de los equi- que charlaban entre sí. No observaba al que
pos que estaban jugando y preguntó por el estaba hablando en ese momento sino, por el
sitio donde se exponían los resultados. Con contrario, a aquel que estaba escuchando. Pre-
este viento contrario no iban a meter muchos guntó al representante si alguna vez, cuando
goles, dijo. un equipo atacaba, había intentado dejar de
Se dio cuenta de que el hombre que mirar a los delanteros para mirar al portero
estaba junto a él llevaba hebillas en los zapa- de la portería, hacia la que corrían los delan-
tos. «Yo tampoco conozco este sitio», contestó teros.
V

150 151

—Es muy difícil apartar la vista de los esquina que elige normalmente. Pero general-
delanteros y del balón para mirar al portero mente, el jugador que lanza el penalty cuenta
—dijo Bloch—. Se tiene uno que desprender también con que el portero está haciendo éstas
del balón, es una cosa completamente forzada. o aquellas conjeturas. Así que el portero sigue
En lugar del balón se ve cómo el portero, con reflexionando, y llega a la conclusión de que
las manos apoyadas en los muslos, corre hacia esta vez el tiro irá dirigido a la otra esquina.
delante, hacia atrás, se inclina a derecha e ¿Pero qué ocurre si el jugador continúa refle-
izquierda y grita a los defensas. Normalmente xionando también, y decide dirigir el tiro a la
la gente se fija en él solamente, cuando ya han esquina acostumbrada? Etcétera, etcétera.
lanzado la pelota hacia la portería. Bloch vio cómo poco a poco todos los
Caminaron juntos por la línea lateral. jugadores iban saliendo del área de castigo.
Bloch escuchó una respiración jadeante, como El que iba a lanzar el penalty colocó el balón
si el juez de línea pasara corriendo a su lado. en el sitio adecuado. Entonces él mismo retro-
«Es un espectáculo muy cómico ver correr al cedió y salió del área de castigo.
portero de aquí para allá esperando la pelota, —Cuando el jugador toma la carreri-
pero todavía sin ella», dijo. lla, el portero indica con el cuerpo inconscien-
El no podía estar mucho tiempo mi- temente la dirección en que se va a lanzar,
rando para allá, contestó el representante, in- antes de que hayan dado la patada al balón, y
voluntariamente volvía la mirada hacia los de- el jugador puede entonces lanzar el balón tran-
lanteros. Cuando se miraba al portero, pare- quilamente en la otra dirección —dijo Bloch—.
cía como si tuviese uno que ponerse bizco. Era Es como si el portero intentara abrir una puerta
como si se viese a alguien caminar hacia una con una brizna de paja.
puerta y, en lugar de mirar a la persona, se De repente el jugador echó a correr.
mirara al picaporte. Empieza a dolerle a uno El portero, que llevaba una camiseta de un
la cabeza y se tienen dificultades para respirar. amarillo chillón, se quedó parado sin hacer
—Uno se acostumbra a ello —dijo un solo movimiento, y el jugador le lanzó el
Bloch—, pero es ridículo. balón a las manos.
Se anunció un penalty. Todos los es-
pectadores corrieron a ponerse detrás de la
portería.
—El portero está pensando hacia qué
esquina va a lanzar el otro el balón —dijo
Bloch—. Si conoce al jugador, sabrá cuál es la
EDICIONES
AL: GUARA
3RUGUERÁ
ESTE LIBRO
SE ACABO DE IMPRIMIR
EN LOS TALLERES GRÁFICOS
DE HIJOS DE E. MINUESA, S. J
EN MADRID de impecable brillantez a la vez que de distan»
RONDA DE TOLEDO, 24 ciado análisis de personajes y situaciones. UrK;
EL 15 DE FEBRERO DE 1979
SE ENCUADERNO EN libro que deja la sensación de haber asistido a un>-'
S. A. INDUSTRIA DEL LIBRO
proceso de locura irreparable.

Peter Handke nació en Griffen Austria)


en 1942. Ha vivido en diversas ciudades alema-
nas y en París. Desde la publicación de sus pri-
meras obras se convirtió en uno de los autores
alemanes más conocidos y traducidos, llegando a
alcanzar el premio Georg-Büchner en 1973, uno
de los galardones más apreciados en lengua ale-
mana. Ha escrito también teatro y dirigido cine.
El miedo del portero al penalty ha sido llevado
al cine por Wim Wenders.

Pilar Fernández-Galiano, Madrid 1954","


-*<;'
es licenciada en Filología inglesa y alemana por
la Universidad de Salamanca, ha realizado estu-
dios en St. Andrews (Escocia) y en la Univer-
sidad de Munich. Actualmente se dedica a la ;
enseñanza, en la Universidad Autónoma de
Madrid, y a la traducción.

También podría gustarte