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El 29 de agosto de 2023 mi familia y yo vivimos una experiencia con la naturaleza que nos

haría hacer conciencia de que la vida puede cambiar en un instante.

Ese martes fue un día soleado, caluroso. Lo fue así hasta las 4 de la tarde. Ese día llegué
del trabajo y decidí no ir a entrenar porque me habían informado que no habría luz en mi
acostumbrado horario de entrenamiento. Todavía a las 3 de la tarde se sentía la fuerza de
los rayos del sol y mi mamá se dispuso a salir al centro a comprar algunas cosas para su
trabajo en la costura. Me quedé en casa con mis sobrinos.

Mi sobrino menor suele dormir por las tardes y poco antes de las 4 pm nos acostamos
para dormir. Encendí el ventilador pero apenas nos habíamos recostado a la cama
cuando sentí el cambio drástico en el tiempo. El calor ya no se sentía, se puso la tarde un
poco oscura y escuché que venían vientos fuertes. Miré en dirección al hospital central y
noté que venía lluvia y fuertes vientos. Segundos después mis sobrinos y yo comenzamos
a escuchar que estaba cayendo granizo y vi cómo el techo de una parte de la cocina se
levantó ligeramente. En ese momento dije en mis pensamientos: este techo se va a
levantar. Apenas estaba terminando de pensarlo cuando pasó lo inimaginable. Solo unos
segundos tardó el viento en levantar y llevarse el techo en su totalidad. No quedó
prácticamente nada. Los rieles, el zinc y los cables de la electricidad junto con sócates,
interruptores y tomacorrientes se habían ido. Los rieles que estaban dentro de las paredes
fueron arrancados y causaron daños en estas. Una parte de los rieles con el zinc cayó
sobre las guayas de electricidad y comenzó a prenderse en llamas. La otra parte cayó en
distintas direcciones. La lluvia caía fuertemente y todo dentro de la casa se mojó.

En ese momento mi mente no podía procesar todo lo que estábamos viviendo. Los niños
gritaban aterrados y debía velar por ellos antes de cualquier cosa. No pude resguardar
prácticamente nada y por esta razón perdimos muchas cosas. Los colchones, zapatos,
comedor, muebles, la pintura de las paredes, libros, útiles escolares; todo quedó
totalmente mojado y en los días sucesivos las lluvias continuaron, lo que hacía mucho
más difícil poder recuperar algunas cosas.

Apenas puse los niños en resguardo en casa de una vecina, me comuniqué con el resto
de mi familia. Ellos no creían lo que yo les estaba diciendo. No creían que nos habíamos
quedado sin techo. Al llegar a casa cada uno se ponía las manos en la cabeza: y ahora
¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a recuperarnos de esto? ¿De dónde vamos a sacar
dinero para, no solo comprar el zinc, sino rieles, tubos, cemento, bloques, ganchos,
pintura; sin contar lo que perderíamos por haber caído la lluvia dentro de la casa?

En esos momentos le pedí a Dios que nos socorriera. Solo él podía hacer el milagro que
se necesitaba para restaurar nuestra vivienda. Yo trataba de mantenerme serena y le
decía, en especial a mis sobrinos, que Dios no nos iba a abandonar y que de todo lo malo
puede venir algo bueno.

Cuando pude comunicarme con otras personas, saqué algunas fotografías y las envié a
algunos amigos y hermanos de iglesia. Las imágenes hablaban por sí solas y el desastre
era grande. En menos de una hora nuestra familia se acercó y entre mis primos y tíos,
también con ayuda de los vecinos, trataron de recuperar algunas latas que estaban
partidas por el viento, para improvisar un pedazo de techo y poder resguardar algunas
cosas. El techo del baño había quedado en su lugar y también allí se comenzaron a
resguardar parte de los enseres de la casa. Para este momento estábamos sin luz y
todavía no se podía saber cuánto habíamos perdido. Para las 10 de la noche habían
podido entechar un cuarto para poder pasar la noche. Mi hermano y yo teníamos que
permanecer en la casa y mi mamá, junto con mi hermana y sobrinos, fueron hospedados
en otras casas.

Al día siguiente comenzaríamos a ver un milagro de Dios. Unos amigos muy especiales
que residen en Estados Unidos, los esposos Manuel y Karina Núñez, se comunicaron
conmigo y me informaron que nos darían un donativo de 300$ y que tratarían de
conseguir más ayuda porque sabían que los gastos serían muy elevados. Además de
estos amigos, un hermano de la iglesia me llamó para decirme que nos donaría un bulto
de zinc o su equivalente a 100$. Para antes de las 9am del miércoles 30 de agosto ya
contaba con 400$. Con fe me dirigí a las ferreterías de la ciudad para buscar el
presupuesto. La lista era larga. Solo para comprar lo necesario para el techo se
necesitaban 600$.

Mis amigos del club de Guías Mayores y Conquistadores también se hicieron presentes.
Les conté de las ayudas recibidas y de cuánto falta solo para adquirir el techo. La
administración de la Misión Venezolana Andina del Este conoció lo que nos había
sucedido y ofreció ayudarnos. Los 200$ que faltaban fueron donados por la MVAE. El
primer milagro se había completado y el mismo día miércoles pude comprar todo lo que
se requería para montar el nuevo techo. La mano de obra estaba garantizada por parte de
uno de mis tíos y todo un equipo de familiares y amigos que estaría bajo su dirección.

Ese mismo miércoles, y hasta que se completó la obra de restauración del techo que
tomó 4 días de trabajo, también vimos y sentimos muy de cerca a nuestros hermanos de
la Iglesia Adventista Central de Valera I. Durante esos días nos llevaron desayuno,
almuerzo y cena para nosotros y para quienes estaban trabajando. Algunos hermanos
también dieron aportes económicos que nos permitió comprar agua, bolsas, hielo, jugos,
ropa interior y muchas otras cosas.

Fueron días muy difíciles. Durante el día soportábamos el sol y por las tardes llovía y nos
tocaba sacar agua de la casa. El cansancio llegó a ponernos al límite y algunas veces
sentimos que no resistíamos. Pero ver la mano de Dios a cada paso no daba aliento.

Los donativos continuaron llegando y recibimos ayuda para comprar colchones nuevos,
comedor, unos muebles pequeños pero muy cómodos y hermosos y pintura. Además de
esto, una amiga que también reside en Estados Unidos me obsequió algunas cosas que
tenía en su casa en Trujillo: dos mesas pequeñas, un colchón individual, un televisor, un
sofá cama y una cama sandwichera. Las ventanas del cielo se habían abierto para
cobijarnos y mostrarnos el amor y la bondad de Dios.
Hoy en día ya tenemos nuestra casa restaurada en un 70%. Aunque faltan algunos
detalles, gracias a los donativos recibidos ya contamos con el material necesario para
hacer las reparaciones faltantes.

Mi familia y yo estamos profundamente agradecidos con Dios por su bondad y por todas
sus bendiciones. Dios es el dueño del oro y la plata y para Él no hay nada imposible. En
su amor comprendimos que él deseaba regalarnos una remodelación en nuestro hogar y
utilizó a la madre naturaleza para ponernos en la situación necesaria para recibir el
milagro. También experimentamos la realidad de la promesa hecha en Romanos 8:28 que
dice: “Sabemos, además, que a los que aman a Dios , todas las cosas los ayudan a bien,
esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.

Solo queda agradecer infinitamente al Dios que todo lo puede, al único y verdadero
Soberano del universo: Jehová de los ejércitos.

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