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El librito y los dos testigos del Apocalipsis

Con la promulgacion de la Rerum Novarum, el Santo Padre Leon XIII pidio a los pensadores
catolicos capacitados que escribieran contra las injusticias economicas y la pobreza que se
acentuaban cada vez mas, ya que la avaricia y la codicia del alma son pecados infinitos, que nunca
terminan, al contrario son como la cabeza de la bestia que se multiplican.
Porque los ricos ya tienen harto satisfechas sus necesidades y cubiertos sus vicios por mil
generaciones y solo les da satisfaccion seguir aumentando su poder, y riqueza abstracta y para ello
siguen comprando empresas y marcas con lo cual lo del la libre competencia es una fantasia,
ademas se apoderan de las fuentes de energia y recursos naturales, concentrando cada vez mas las
fuentes de produccion. El capitalismo proclama la libertad privada cuando en realidad la destruye.
Por este llamado surgieron en Inglaterra, dos grandes detractores del socialismo pero sobre todo del
capitalismo que con su poderosa predica casi matan a la bestia del mar, o sea al capitalismo.
Pero las personas encandiladas por el falso profeta que les prometia un paraiso de riquezas y confort
se inclinaron finalmente por la trampa del capitalismo, por eso Dios nos dice que fueron muertos y
colgados en la plaza pero atencion que dice que Dios les mandara un espiritu de vida con el que
renaceran. Esto significa que el Distributismo finalmente se impondra. Por eso hablan las escritura
del cielo nuevo y la tierra nueva en la que los hombres ya no trabajaran para otros ni viviran en
casas ajenas.
Estos son H. Belloc y G.K. Chesterton. Que son los creadores del Distributismo Catolico o tercera
via inspirado en la Rerum Novarum.
Sobre Hillaire Belloc he transcripto algunos conceptos sobre la importancia de la propiedad privada
para la dignidad del hombre, pero su principal profesia fue sobre como terminaria el capitalismo, en
lo que acerto en un 100 % con lo que esta sucediendo en estos momentos.
En resumen, el mundo entero será esclavizado, perdera totalmente su ya escasa libertad de decisión.
Es lo que Belloc predijo que sucedería con el capitalismo, que en su última etapa se convertiría en
“Estado Servil”, es decir una sociedad en la que por falta de propiedad productiva, la mayor parte
de las personas para subsistir indignamente sacrificarían su libertad por un plato de guiso, como lo
añoraban los judios cuando Moises los conducia a la tierra que mana leche y miel.
H. Belloc el “Estado Servil”
Cualquier semejanza con la realidad es pura casualidad
“Este libro ha sido escrito para sostener y probar la verdad siguiente: Que nuestra sociedad
moderna, en la cual sólo unos pocos poseen los medios de producción, hallándose necesariamente
en equilibrio inestable, tiende a alcanzar una condición de equilibrio estable mediante la
implantación del trabajo obligatorio, legalmente exigible a los que no poseen los medios de
producción, para beneficio de los que los poseen.
Con este principio de compulsión aplicado contra los desposeídos, tiene que producirse también una
diferencia en su estatus; y a los ojos de la sociedad y de la ley positiva, los hombres serán divididos
en dos clases: la primera, económica y políticamente libre, en posesión, ratificada y garantizada, de
los medios de producción; la segunda, sin libertad económica ni política, pero a la cual, por su
misma falta de libertad, se le asegurará al principio la satisfacción de ciertas necesidades vitales y
un nivel mínimo de bienestar, por debajo del cual no caerán sus miembros.
Una vez alcanzada tal condición, la sociedad se verá libre de sus actuales tensiones internas y
adquirirá una forma que será estable, que es como decir susceptible de prolongarse indefinidamente
sin cambio.
En ella se resolverán los varios factores de inestabilidad que perturban turban cada vez más la forma
de sociedad llamada capitalista, y los hombres estarán conformes en aceptar ese orden de cosas y
seguir viviendo en él. En virtud de razones que se expondrán en la sección siguiente, daré a tal
sociedad estable el nombre de Estado Servil”
“El proletariado se considera hoy día definitivamente proletario, y destinado, según toda
probabilidad humana, a no ser otra cosa que proletario.
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Esos dos factores, pues -el recuerdo de un régimen anterior de libertad económica y los efectos de
una esperanza que pudieran concebir los individuos de evadirse de la clase asalariada-, los dos
factores que podrían actuar con mayor fuerza contra la aceptación del Estado Servil por esa clase, se
han desvalorizado en tal medida, que no ofrecen sino poca resistencia al tercer factor en juego, que
favorece con tanta fuerza el advenimiento del Estado Servil y que consiste en la necesidad de
seguridad y medios suficientes de subsistencia que todos los hombres experimentan intensamente.
Hoy día, el único que requiere una consideración seria es el tercero, al preguntarnos hasta qué punto
puede estar dispuesto a admitir el cambio del material sobre el cual actúa la reforma social, es decir,
la masa del pueblo.
La cuestión puede plantearse de varias formas.
Yo la plantearé de la manera que me parece más concluyente.
Si a los millones de familias que hoy día viven de un salario se les propone un contrato vitalicio de
trabajo que les garantice la perpetuidad del empleo, con el salario íntegro que cada uno considere
que gana normalmente, ¿cuántos lo rechazarían?
Tal contrato, naturalmente, implicaría una pérdida de la libertad; para ser exactos, un contrato
vitalicio de esa clase no es un contrato en absoluto.
Es la negación del contrato y la aceptación del estatus.
El hombre a quien comprometiera se hallaría sujeto a una obligación de trabajar, quiéralo o no, de
acuerdo con su capacidad máxima de trabajo.
Significaría una renuncia permanente de su derecho (si existe tal derecho) a los valores excedentes
creados por su trabajo. Si nos preguntamos cuántos hombres, o mejor, cuántas familias, preferirían
la libertad (con su séquito de inseguridad indefectible y de posible penuria) a ese contrato vitalicio,
nadie puede negar que la respuesta será: «Muy pocos lo rechazarían».
Y ahí está la clave de todo el asunto. Qué proporción lo rechazaría, nadie puede determinarlo; pero
digo yo que incluso como una propuesta voluntaria, y no como una obligación perentoria, un
contrato así, que en lo sucesivo destruiría el contrato y restablecería un estatus de índole servil, sería
mirado actualmente como una bendición por la gran mayoría del proletariado.
Consideremos ahora la verdad desde otro ángulo -mirándola así, desde uno y otro punto de vista,
podremos apreciarla mejor-. ¿Qué es lo que más teme la mayoría de los hombres en un Estado
Capitalista?
No la pena que puede aplicarles un tribunal, sino el despido. Puede preguntársele a un hombre por
qué no se resiste a tal o cual infamia legal; por qué permite que lo hagan víctima de multas y
deducciones contra las cuales lo protegen específicamente las regulaciones laborales; por qué no
puede hacer valer su opinión en tal o cual asunto; por qué aceptó, sin contestar con una bofetada, tal
o cual insulto.
Algunas generaciones atrás, apremiado un hombre a decir por qué abjuraba de su hombría en
cualquier asunto, hubiera contestado que porque temía el castigo impuesto por la ley; hoy dirá que
porque teme quedarse sin trabajo.
Por segunda vez en nuestra larga historia de Europa, la ley privada se sobrepone a la ley pública, y
las sanciones de que puede echar mano el capitalista para imponer su norma particular, por obra de
su voluntad particular, son más fuertes que las que pueden infligir los tribunales públicos.
En el siglo XVII, un hombre temía ir a misa por miedo a que los jueces lo castigaran. Hoy día, un
hombre teme hablar en favor de una doctrina social que tiene por justa y verdadera, por la
posibilidad de que su patrón lo castigue.
Desconocer la norma impuesta por los poderes públicos implicaba otrora penalidades públicas que
la mayoría de los hombres temían, aunque algunos las arrostraban. Desconocer la norma impuesta
por los poderes privados implica hoy día una penalidad privada cuya amenaza muy pocos,
ciertamente, se atreven a arrostrar “
Veamos la cuestión desde otro ángulo. Supongamos que se sanciona una ley que eleva la
remuneración total de un obrero, o le ofrece garantías contra la inseguridad de su ocupación en
escala más o menos pequeña. La aplicación de esa ley requiere, por una parte, una investigación
concienzuda de las condiciones de vida de cada uno de los trabajadores a cargo de funcionarios
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públicos, y por otra, la administración de sus beneficios por el capitalista particular o grupo de
capitalistas al cual enriquece el obrero con su trabajo.
Las condiciones serviles que acompañan a este beneficio material, ¿impiden hoy día a un proletario
en Inglaterra preferirlo a la libertad?
Es notorio que no. Sea cual fuere el ángulo desde el cual se considere el asunto, la conclusión es
siempre la misma. La gran masa de asalariados en que nuestra sociedad se asienta hoy día mira
como un bien actual todo lo que aumente sus ingresos presentes, aunque sea en pequeña proporción,
y todo lo que los ponga a cubierto de los peligros de inseguridad que los acechan constantemente.
Entienden y acogen con satisfacción un bien de esta clase, y están enteramente dispuestos a pagar
por el mismo el precio correspondiente de regulación y regimentación, que llevarán a cabo por
grados y en medida creciente sus patrones.
Sería fácil, sustituyendo con cosas superficiales las fundamentales, o incluso proponiendo el uso de
algunos términos y frases en reemplazo de otros en circulación hoy día, emplear tales
procedimientos para ridiculizar o controvertir las prístinas verdades que estoy exponiendo aquí. No
por eso, empero, las verdades dejarán de serlo.
Sustitúyase el término «empleado» en una de nuestras leyes nuevas por el término «siervo»; o más
aún, procédase tibiamente a sustituir el término «empleador» por el tradicional «patrón» o «amo»;
la grosería de los términos podría provocar una revuelta.
Impónganse de golpe e íntegramente en la Inglaterra moderna las condiciones anexas a un Estado
Servil y seguramente provocarán una revuelta.
Lo que yo digo, sin embargo, es que no se produce revuelta alguna cuando tienen que echarse los
cimientos del régimen y dar los primeros pasos en gran escala; al contrario, los pobres asienten y
hasta, en su mayor parte, se muestran agradecidos.
Tras el largo periodo de terror por que debieron pasar a causa de una libertad no acompañada por la
propiedad, divisan, a expensas de la pérdida de una libertad meramente legal, la perspectiva nada
ficticia de tener lo suficiente y no perderlo. Todas las fuerzas, pues, contribuyen en esta fase final de
nuestra perversa sociedad capitalista inglesa a favorecer el advenimiento del Estado Servil.
El reformador generoso es encauzado hacia él; el desprovisto de generosidad ve auténticamente
reflejado en él su ideal; la grey de los hombres «prácticos» halla en cada etapa de su instauración las
medidas «prácticas» que esperaba y reclamaba; y en cuanto a la masa proletaria que soporta en
propia carne el experimento, ha perdido la tradición de la propiedad y de una libertad capaz de
resistir los cambios, y se siente inclinada con fuerza extraordinaria a aceptarlo en virtud de los
positivos beneficios que confiere”
Hillaire Belloc El estado Servil
El Estado Servil es el objetivo de la agenda 2030, buscan destruir la poca propiedad que todavia
subsiste (no tendras nada pero seras feliz) para convertirnos a los que se salven de la eliminacion
programada, en esclavos dependientes de un magro salario o un indigno subsidio del estado.

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Ernesto Quintas

“Los males del capitalismo no se acaban consiguiendo un mejor reparto de la riqueza, que es lo que
en el mejor de los casos aspira la corrupta dirigencia política, los aparentes innovadores, que
quieren mostrarnos cómo arreglar una máquina que ya queremos romper, y cómo reconstruir una
sociedad que nunca debería haberse construido, sino mediante un mejor reparto de la propiedad
responsable y creativa:
“Una nación de campesinos y de artesanos cuya riqueza se basa en sus herramientas, en su
habilidad y en sus materiales, puede reírse de los patronos, de los especuladores y de los políticos.
Es una nación libre y sin miedo. El asalariado, por muy importante que sea su trabajo y grande su
habilidad, está en manos de los usureros que poseen aquello de lo que él vive. Por su sometimiento
es apartado del único entrenamiento y experiencia que podrían convertirle en un ciudadano
responsable.
El llamado ‘fallo de la democracia’, no es más que el reconocimiento del hecho de que una nación
de empleados no puede gobernarse a sí misma”.
G. K. Chesterton
El ciudadano propietario de sus medios de producción no depende del empleo asalariado ni del
Estado para subsistir ya que por su propia cuenta puede proveerse lo necesario para no caer en el
hambre ni en la indigencia ni estar sujeto a normas del estado que puedan mancillar su libertad.
Por esto, los ciudadanos propietarios de la tierra que cultivan, que es la fuente de toda riqueza, de
las herramientas y maquinas que utilizan y de la casa en la que viven, son la mejor defensa de la
Nación, contra el avasallamiento de los psicópatas globalistas o los corruptos populistas.
Escribía Belloc en 1913:
“El sentir de todos nosotros –y no sólo el sentir sino también las comprobaciones de los pocos que
hemos analizado el asunto- es que la sociedad capitalista, que se desenvolvió así desde su iniciación
con el apoderamiento de la tierra, hace cuatrocientos años, ha llegado a su término. Es poco menos
que evidente por sí mismo que no puede perdurar en la forma en que la han conocido las tres
últimas generaciones, y en modo análogo, es evidente por sí, que hay que hallar una solución a la
intolerable y creciente inestabilidad con que ha emponzoñado nuestra vida”
Un sistema en el que conviven una minoría de poseedores de los medios de producción con una
mayoría de ciudadanos proletarios, no puede perdurar y es en sí mismo inestable porque el proceso
de concentración de los medios de producción se auto alimenta y se acelera con el tiempo, porque la
avaricia y la maldad que lo producen son pecados infinitos que no tienen limite. Una vez que
posean toda la riqueza material lo cual, ya está muy cerca, vendrán por nuestra riqueza espiritual, es
decir por nuestros anhelos, nuestras tradiciones, nuestra familia y nuestras creencias.
Ernesto Quintas

Tal vez estemos llegando a un límite y haya llegado el tiempo de construir y cosechar y si no es
ahora de modo tranquilo y ordenado por medio de una decisión propia, lo será en poco tiempo, de
manera caótica, obligado por las circunstancias, porque por el camino actual, la humanidad va
camino a su autodestrucción.
Quiero aclarar que el Distributismo, no es solo tener una granja e ir a trabajar al campo produciendo
para el consumo propio. Si bien esto es la esencia del Distributismo, sino va acompañada por otras
medidas como una reforma tributaria que incentive la pequeña empresa en detrimento de los

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monopolios y leyes que garanticen la subsistencia de estas pequeñas empresas en todos los niveles
de la actividad económica, caso contrario todo el esfuerzo realizado en ese sentido será en vano.
Debe abarcar no solo la posesión de la tierra y el impulso a la pequeña y mediana empresa familiar
que es el medio de producción por excelencia, sino también que todo el espectro productivo
colabore para su desarrollo.
Desde la libre posesión de semillas e insumos que requiera el trabajo de la tierra hasta, las maquinas
necesarias para hacer más fácil y productivo, cualquier trabajo. Por ejemplo, arados, sembradoras,
cosechadoras, telares, envasadoras, herramientas varias como, soldadoras, cortadoras,
remachadoras, etc.
Además, debe abarcar, las distintas instancias comerciales, necesarias para el acopio, distribución y
venta de los productos, que deben llegar en forma directa a los consumidores, evitando la
intermediación parasitaria que encarece el precio de los mismos y no estimula, ni permite la
reinversión productiva.
El Distributismo, es una ética e implica un cambio profundo en la concepción de la organización
social .
Significa, pasar de un modelo donde las personas son consideradas como consumidores y
engranajes de una organización productiva que tiene por objetivo, el disfrute de unos pocos, a otro
sistema, donde la piedra angular de la organización social sea el hombre y la familia para que el
bienestar económico sea el producto de la libre actividad que cada persona elija de acuerdo a sus
capacidades e inclinaciones y que estas personas, dispongan en forma efectiva de los medios
necesarios para cumplir ejercer su libertad.
Es decir, un modelo donde la pequeña empresa sea preferida a la grande y donde el estado garantice
el derecho natural de acceder a la tierra como medio de producción para que las personas a través de
su trabajo obtengan el bienestar económico que le permita su perfeccionamiento moral, intelectual y
religioso. Este debe ser el fin de toda la estructura socio-económica.
Esto implica pasar de una forma de organización social, donde pocas unidades productivas,
mediante asalariados, producen grandes cantidades de productos, que degradan no solo la
naturaleza, sino también a las personas, a otra, donde muchas unidades familiares, produzcan, en
sus propios establecimientos, pocas unidades de productos pero que estos sean de calidad artesanal
y producidos según técnicas orgánicas y no contaminantes.
Así que debemos procurar también una revolución en la tecnología, que nos dé invenciones y
maquinarias de tamaño humano, que reviertan las tendencias al gigantismo destructivo que destruye
la naturaleza y a la sana competencia ya que ocasiona que solo unos pocos puedan acceder por su
capacidad financiera a ese tipo de tecnologías con lo cual pueden fijar precios de acuerdo a su
criterio. Por sus enormes producciones arrasan con la competencia quedando como únicos dueños
de mercados enteros lo que trae aparejado el poder sobre los precios de venta.
El hombre se convierte por esta causa en cuidadores de las maquinas, perdiendo la utilización de su
creatividad y motivación.
Qué triste destino el de aquellos hombres que solo puedan trabajar operando las grandes máquinas
de los sistemas productivos actuales, pasan a ser como esclavos de las máquinas.
Ésta fue una preocupación básica de Gandhi: «Yo deseo que los millones de pobres de nuestra tierra
sean sanos y felices y los quiero ver crecer espiritualmente... Si sentimos la necesidad de tener
máquinas, sin duda las tendremos. Toda máquina que ayuda a un individuo tiene justificado su
lugar, pero no debiera haber sitio alguno para máquinas que concentran el poder en las manos de
unos pocos y tornan a los muchos en meros cuidadores de máquinas”
Necesitamos insumos, máquinas y equipos que sean suficientemente baratos de modo que estén
virtualmente al alcance de todos; apropiados para utilizarlos a escala pequeña; y compatibles con el
cuidado de la naturaleza y con la necesidad creativa del hombre, esto también es Distributismo.
Se necesita, además, que el capital financiero que es la sangre vital de todo el cuerpo económico
recupere el papel para el que fue creado que es facilitar el desarrollo productivo y no el de un fin en
sí mismo como en la actualidad donde la especulación financiera absorbe el esfuerzo del trabajo y
lo extrae del sistema productivo permitiendo la paradoja que algo que no existe tenga mas poder
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que el trabajo humano. El poder financiero en nuestros días, ha tomado tal protagonismo que el
hombre debe servirlo convirtiéndose en su esclavo ya que con su poder absorbe progresivamente en
forma inexorable todo lo que signifique creación de riqueza dejando tras su paso miseria y
marginación.
En resumen, debemos procurar incrementar el número de las empresas familiares que sean
propietarias de medios de producción especialmente la tierra a tal magnitud que sea esta condición
la que defina el tipo de sociedad en la que viviremos.
La base económica de este cambio lo deben aportar los fondos que provengan de una socialización
de la economía (en el concepto cristiano de la palabra y no del materialismo ateo) de acuerdo a los
anteriormente se describió.
Otra ventaja que se obtendrá con la aplicación del Distributismo en cuanto a la constitución de las
comunidades agrarias y que se producirá de manera natural será la redistribución de la población.
El Distributismo estimula la creación de comunidades productivas de tamaño humano, que se
extenderán a lo largo y ancho de los países, aprovechando las distintas características productivas
de las diversas zonas geográficas.
De esta manera se revierte la actual tendencia a desarrollar mega ciudades que por su tamaño, son
alienantes y focos de corrupción de las costumbres.
Sobre la definición del Distributismo podemos leer una excelente síntesis de Don Pedro Jiménez de
León
“En el Distributismo podemos ver tres puntos básicos que serían:
La propiedad privada como punto de partida, pero no cualquier propiedad privada. Al contrario de
lo que sucede en el capitalismo, en el que unos pocos tienen una gran cantidad de propiedad
productiva, en el Distributismo se apuesta por que muchos tengan su pequeña propiedad productiva.
Se apuesta por una propiedad productiva justamente distribuida, equitativa. Esto es: que cada
familia sea dueña de su hogar y de su medio de producción, tratando de conseguir hogares
autosuficientes.
De esta manera, todo el mundo tendría unos beneficios acordes a sus verdaderas necesidades. Por
supuesto, los primeros medios de producción son la agricultura y aquellos necesarios para
procurarse el alimento.
La idea es tener muchos pequeños hogares productores, en oposición a un único gran productor.
¿Qué ventajas tiene esto? Pues muchas. Para empezar, al ser el propietario el propio trabajador, el
mismo puede realizar un trabajo creativo y dinámico y no estar sometido al aburrido y repetitivo
trabajo de fábrica o de oficina. Y esto es muy importante si tenemos en consideración la naturaleza
humana.
El trabajo debe realizar a la persona, ser un fin en sí mismo. Nuestro trabajo debe ser capaz de
realizar al espíritu humano, de tal manera que las personas -al trabajar- se sientan vivas y útiles y no
como un medio para producir algo frío e inerte que no va con ellos; al contrario, el resultado final
del trabajo ha de llevar inscrita su impronta, al igual que un artista.
Esto no se consigue en las grandes fábricas con trabajos monótonos ni en las oficinas, con ese tipo
de trabajo de masas que mata el alma y hunde a la persona.
Otra ventaja fundamental es que al ser el trabajador su propio jefe, tendrá gran preocupación e
interés por su bienestar, tanto material como mental y espiritual.
El hecho de la explotación no se podrá dar y tampoco el de la pereza en el trabajo. Así, está
asegurado el respeto a la dignidad humana del trabajador.
Otra gran ventaja es que al haber un gran número de productores de mismos bienes y servicios el
mercado se acercará inevitablemente al modelo perfectamente competitivo. Esto es, los precios
vendrán dados por el mercado y los productores no podrán influir en él, consiguiéndose así un
precio equilibrado.
No habrá empresas con grandes cuotas de poder o influencias políticas o sociales. Este mercado se
autorregula y evita los monopolios y situaciones económicas injustas.
El distributismo sigue el principio de subsidiariedad, esto es, dicho de una manera sencilla, que lo
que puede hacer una entidad más pequeña no lo haga una entidad más grande. La entidad más
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pequeña es el individuo, así es, que aquellas cosas que puede hacer el individuo no lo hagan grandes
empresas. El principio de subsidiariedad debería regir tanto en la faceta económica como en la
política. Este principio es básico y fundamental para el funcionamiento de un sistema distributista.
La tercera premisa, y muy importante, es la solidaridad. Pero no nos referimos a la solidaridad vana
y falsa, sino a una muy profunda, que más bien yo llamaría caridad.
Sería un gran cambio “de chip” en todas las mentes y es que el trabajo no debe buscar nuestro lucro
personal, sino el bien común. Así, el Estado debe trabajar de manera subsidiaria para el bien común
de cada comunidad. No importa si se pierde eficiencia en muchas cosas, lo importante es trabajar
para y hacia el bien común, lo que es, tomar aquellas medidas que promuevan la virtud entre las
personas y de esa manera su felicidad.
El Estado debe asegurar la propiedad del sistema de producción de cada individuo o establecer
empresas copropietarias.
El distributismo no rechaza que ciertos servicios como podría ser la seguridad social, la policía o el
ejército se releguen al Estado y que éste asegure su correcto funcionamiento. Hay servicios que por
sus características no son viables de llevar a cabo por la pequeña propiedad, por lo que deben
relegarse al Estado, respetando siempre el principio de subsidiariedad.
Tal vez estemos llegando a un límite y haya llegado el tiempo de construir y cosechar y si no es
ahora de modo tranquilo y ordenado por medio de una decisión propia, lo será en poco tiempo, de
manera caótica, obligado por las circunstancias, porque por el camino actual, la humanidad va
camino a su autodestrucción.
Quiero aclarar que el Distributismo, no es solo tener una granja e ir a trabajar al campo produciendo
para el consumo propio. Si bien esto es la esencia del Distributismo, sino va acompañada por otras
medidas como una reforma tributaria que incentive la pequeña empresa en detrimento de los
monopolios y leyes que garanticen la subsistencia de estas pequeñas empresas en todos los niveles
de la actividad económica, caso contrario todo el esfuerzo realizado en ese sentido será en vano.
Debe abarcar no solo la posesión de la tierra y el impulso a la pequeña y mediana empresa familiar
que es el medio de producción por excelencia, sino también que todo el espectro productivo
colabore para su desarrollo.
Desde la libre posesión de semillas e insumos que requiera el trabajo de la tierra hasta, las maquinas
necesarias para hacer más fácil y productivo, cualquier trabajo. Por ejemplo, arados, sembradoras,
cosechadoras, telares, envasadoras, herramientas varias como, soldadoras, cortadoras,
remachadoras, etc.
Además, debe abarcar, las distintas instancias comerciales, necesarias para el acopio, distribución y
venta de los productos, que deben llegar en forma directa a los consumidores, evitando la
intermediación parasitaria que encarece el precio de los mismos y no estimula, ni permite la
reinversión productiva.
El Distributismo, es una ética e implica un cambio profundo en la concepción de la organización
social .
Significa, pasar de un modelo donde las personas son consideradas como consumidores y
engranajes de una organización productiva que tiene por objetivo, el disfrute de unos pocos, a otro
sistema, donde la piedra angular de la organización social sea el hombre y la familia para que el
bienestar económico sea el producto de la libre actividad que cada persona elija de acuerdo a sus
capacidades e inclinaciones y que estas personas, dispongan en forma efectiva de los medios
necesarios para cumplir ejercer su libertad.
Es decir, un modelo donde la pequeña empresa sea preferida a la grande y donde el estado garantice
el derecho natural de acceder a la tierra como medio de producción para que las personas a través de
su trabajo obtengan el bienestar económico que le permita su perfeccionamiento moral, intelectual y
religioso. Este debe ser el fin de toda la estructura socio-económica.
Esto implica pasar de una forma de organización social, donde pocas unidades productivas,
mediante asalariados, producen grandes cantidades de productos, que degradan no solo la
naturaleza, sino también a las personas, a otra, donde muchas unidades familiares, produzcan, en

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sus propios establecimientos, pocas unidades de productos pero que estos sean de calidad artesanal
y producidos según técnicas orgánicas y no contaminantes.
Así que debemos procurar también una revolución en la tecnología, que nos dé invenciones y
maquinarias de tamaño humano, que reviertan las tendencias al gigantismo destructivo que destruye
la naturaleza y a la sana competencia ya que ocasiona que solo unos pocos puedan acceder por su
capacidad financiera a ese tipo de tecnologías con lo cual pueden fijar precios de acuerdo a su
criterio. Por sus enormes producciones arrasan con la competencia quedando como únicos dueños
de mercados enteros lo que trae aparejado el poder sobre los precios de venta.
El hombre se convierte por esta causa en cuidadores de las maquinas, perdiendo la utilización de su
creatividad y motivación.
Qué triste destino el de aquellos hombres que solo puedan trabajar operando las grandes máquinas
de los sistemas productivos actuales, pasan a ser como esclavos de las máquinas.
Ésta fue una preocupación básica de Gandhi: «Yo deseo que los millones de pobres de nuestra tierra
sean sanos y felices y los quiero ver crecer espiritualmente... Si sentimos la necesidad de tener
máquinas, sin duda las tendremos. Toda máquina que ayuda a un individuo tiene justificado su
lugar, pero no debiera haber sitio alguno para máquinas que concentran el poder en las manos de
unos pocos y tornan a los muchos en meros cuidadores de máquinas”
Necesitamos insumos, máquinas y equipos que sean suficientemente baratos de modo que estén
virtualmente al alcance de todos; apropiados para utilizarlos a escala pequeña; y compatibles con el
cuidado de la naturaleza y con la necesidad creativa del hombre, esto también es Distributismo.
Se necesita, además, que el capital financiero que es la sangre vital de todo el cuerpo económico
recupere el papel para el que fue creado que es facilitar el desarrollo productivo y no el de un fin en
sí mismo como en la actualidad donde la especulación financiera absorbe el esfuerzo del trabajo y
lo extrae del sistema productivo permitiendo la paradoja que algo que no existe tenga mas poder
que el trabajo humano. El poder financiero en nuestros días, ha tomado tal protagonismo que el
hombre debe servirlo convirtiéndose en su esclavo ya que con su poder absorbe progresivamente en
forma inexorable todo lo que signifique creación de riqueza dejando tras su paso miseria y
marginación.
En resumen, debemos procurar incrementar el número de las empresas familiares que sean
propietarias de medios de producción especialmente la tierra a tal magnitud que sea esta condición
la que defina el tipo de sociedad en la que viviremos.
La base económica de este cambio lo deben aportar los fondos que provengan de una socialización
de la economía (en el concepto cristiano de la palabra y no del materialismo ateo) de acuerdo a los
anteriormente se describió.
Otra ventaja que se obtendrá con la aplicación del Distributismo en cuanto a la constitución de las
comunidades agrarias y que se producirá de manera natural será la redistribución de la población.
El Distributismo estimula la creación de comunidades productivas de tamaño humano, que se
extenderán a lo largo y ancho de los países, aprovechando las distintas características productivas
de las diversas zonas geográficas.
De esta manera se revierte la actual tendencia a desarrollar mega ciudades que por su tamaño, son
alienantes y focos de corrupción de las costumbres.
Sobre la definición del Distributismo podemos leer una excelente síntesis de Don Pedro Jiménez de
León
“En el Distributismo podemos ver tres puntos básicos que serían:
La propiedad privada como punto de partida, pero no cualquier propiedad privada. Al contrario de
lo que sucede en el capitalismo, en el que unos pocos tienen una gran cantidad de propiedad
productiva, en el Distributismo se apuesta por que muchos tengan su pequeña propiedad productiva.
Se apuesta por una propiedad productiva justamente distribuida, equitativa. Esto es: que cada
familia sea dueña de su hogar y de su medio de producción, tratando de conseguir hogares
autosuficientes.

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De esta manera, todo el mundo tendría unos beneficios acordes a sus verdaderas necesidades. Por
supuesto, los primeros medios de producción son la agricultura y aquellos necesarios para
procurarse el alimento.
La idea es tener muchos pequeños hogares productores, en oposición a un único gran productor.
¿Qué ventajas tiene esto? Pues muchas. Para empezar, al ser el propietario el propio trabajador, el
mismo puede realizar un trabajo creativo y dinámico y no estar sometido al aburrido y repetitivo
trabajo de fábrica o de oficina. Y esto es muy importante si tenemos en consideración la naturaleza
humana.
El trabajo debe realizar a la persona, ser un fin en sí mismo. Nuestro trabajo debe ser capaz de
realizar al espíritu humano, de tal manera que las personas -al trabajar- se sientan vivas y útiles y no
como un medio para producir algo frío e inerte que no va con ellos; al contrario, el resultado final
del trabajo ha de llevar inscrita su impronta, al igual que un artista.
Esto no se consigue en las grandes fábricas con trabajos monótonos ni en las oficinas, con ese tipo
de trabajo de masas que mata el alma y hunde a la persona.
Otra ventaja fundamental es que al ser el trabajador su propio jefe, tendrá gran preocupación e
interés por su bienestar, tanto material como mental y espiritual.
El hecho de la explotación no se podrá dar y tampoco el de la pereza en el trabajo. Así, está
asegurado el respeto a la dignidad humana del trabajador.
Otra gran ventaja es que al haber un gran número de productores de mismos bienes y servicios el
mercado se acercará inevitablemente al modelo perfectamente competitivo. Esto es, los precios
vendrán dados por el mercado y los productores no podrán influir en él, consiguiéndose así un
precio equilibrado.
No habrá empresas con grandes cuotas de poder o influencias políticas o sociales. Este mercado se
autorregula y evita los monopolios y situaciones económicas injustas.
El distributismo sigue el principio de subsidiariedad, esto es, dicho de una manera sencilla, que lo
que puede hacer una entidad más pequeña no lo haga una entidad más grande. La entidad más
pequeña es el individuo, así es, que aquellas cosas que puede hacer el individuo no lo hagan grandes
empresas. El principio de subsidiariedad debería regir tanto en la faceta económica como en la
política. Este principio es básico y fundamental para el funcionamiento de un sistema distributista.
La tercera premisa, y muy importante, es la solidaridad. Pero no nos referimos a la solidaridad vana
y falsa, sino a una muy profunda, que más bien yo llamaría caridad.
Sería un gran cambio “de chip” en todas las mentes y es que el trabajo no debe buscar nuestro lucro
personal, sino el bien común. Así, el Estado debe trabajar de manera subsidiaria para el bien común
de cada comunidad. No importa si se pierde eficiencia en muchas cosas, lo importante es trabajar
para y hacia el bien común, lo que es, tomar aquellas medidas que promuevan la virtud entre las
personas y de esa manera su felicidad.
El Estado debe asegurar la propiedad del sistema de producción de cada individuo o establecer
empresas copropietarias.
El distributismo no rechaza que ciertos servicios como podría ser la seguridad social, la policía o el
ejército se releguen al Estado y que éste asegure su correcto funcionamiento. Hay servicios que por
sus características no son viables de llevar a cabo por la pequeña propiedad, por lo que deben
relegarse al Estado, respetando siempre el principio de subsidiariedad.
Ernesto Quintas

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