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Historia, Teoría y Composición Arquitectónica I – curso 2023 / 2024 - Grupo 1.

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profesor: Rafael Serrano Sáseta – Sesión 2 (22 septiembre 2023).

DOCUMENTACIÓN PARA EL DEBATE DE LA SESIÓN 3 (29 SEPTIEMBRE 2023)

TEMA DEL DEBATE: ¿PUEDE DEJARSE LA SOLUCIÓN DE LOS PROBLEMAS DE LA CIUDAD


EN MANOS DEL ARQUITECTO?

Argumentos a favor del arquitecto en la intervención sobre la gran escala de la ciudad:

El urbanismo moderno, que comienza siendo definido por la Carta de Atenas, aprobada en el
Congreso Internacional de Arquitectura Moderna de 1933 y más tarde publicada y divulgada por el
propio Le Corbusier durante los años de la Segunda Guerra Mundial, termina desembocando en un
urbanismo casi sin arquitectos, un urbanismo hecho por técnicos puros, ingenieros de vías y obras
públicas que aplican estándares científicos (tantos metros cuadrados de zonas verdes, tantos
colegios, tantos metros de ancho en las calles y avenidas…). Esa es precisamente una de las
causas por las que el urbanismo moderno fracasa. Durante la posguerra, en toda Europa, se
convierte en una disciplina casi científica donde los problemas cuantitativos ocupan un primer plano
frente a los cualitativos. Los problemas del movimiento y del tráfico, por ejemplo, se arreglan con
fórmulas que ponen en relación caudal de coches y anchura y número de vías. Casi como si se
tratase de un problema de fontanería. Se definen una serie de valores mínimos o estándares que
fijan número de viviendas, metros cuadrados de parques, unidades escolares, etc. en los nuevos
barrios periféricos. El urbanismo se considera una especie de ciencia pseudo-exacta. La ciudad se
ve como una máquina cuyo engranaje debe ser engrasado para que dé eficacia económica, o como
un organismo al que se le detectan ciertas patologías o enfermedades para las que existen ciertos
tratamientos u operaciones.

En los años 60 comienzan a surgir las primeras voces críticas con respecto a esta forma de entender
el urbanismo. Aquellos nuevos barrios periféricos inspirados en lo que recomendaba la Carta de
Atenas no eran tan paradisíacos como se había prometido. Era necesario volver a valorar la ciudad
como arquitectura, ya que la arquitectura, como componente básico de la ciudad, había sido
olvidada. Surge así, en esos años, un libro como el de La arquitectura de la ciudad, del arquitecto
Aldo Rossi, que supone un antes y un después en ese debate. Según Aldo Rossi, el arquitecto debe
de volver a la ciudad, porque solo la disciplina arquitectónica puede devolver a nuestras ciudades la
esencia que se había perdido en los nuevos barrios construidos por el urbanismo moderno. La vuelta
de la arquitectura a la ciudad es la vuelta de lo artístico y de lo subjetivo a un terreno de juego que se
venía considerando excesivamente desde la óptica de los ingenieros puros (ingenieros sociales,
ingenieros de tráfico, ingenieros de los temas del reparto de usos…) Los urbanistas-ingenieros
habían conseguido que las ciudades funcionasen como un reloj, pero las ciudades se habían
convertido en lugares fríos e inhumanos a fuerza de descuidar los aspectos subjetivos. Además, el
tratamiento de la ciudad como una máquina productiva había generado problemas nuevos casi tan
graves como los que había antes y que había que solucionar.

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profesor: Rafael Serrano Sáseta – Sesión 2 (22 septiembre 2023).

A lo largo de toda la historia de la arquitectura, las ciudades las han proyectado los arquitectos. Uno
de los tratados de arquitectura más importantes del Renacimiento, el de León-Baptista Alberti, dedica
un último capítulo al proyecto de ciudades. También son conocidos los proyectos de ciudades de
Filarete. Las ciudades también son fenómenos artísticos, por lo que, si se crease una escuela de
urbanistas independiente de la escuela de arquitectos, los estudiantes de urbanismo tendrían que
aprender conceptos artísticos como los que aprenden los arquitectos. Es decir, el urbanismo debe
seguir siendo una especialización del arquitecto. La formación del urbanista no puede
independizarse de la formación del arquitecto. Intervenir sobre la ciudad es más o menos como
intervenir en una gran arquitectura compuesta de muchas arquitecturas.

El arquitecto debe estar por encima del urbanista. La ciudad es historia y la historia de la ciudad es
parte de la historia de la arquitectura. Para resolver los problemas urbanos del futuro es
imprescindible conocer el pasado de las ciudades. Los urbanistas puede que deban limitarse a
resolver los problemas técnicos de la ciudad (cálculo de flujos, tráfico, equilibrios en las superficies
destinadas a cada uso, suministro de energía, pensar en los recursos que va a tener la ciudad,
evacuación de desechos…), pero el arquitecto es el único que puede darle una dimensión humana y
artística al espacio urbano. Esos barrios periféricos del urbanismo moderno, puede que impecables
desde el punto de vista ingenieril, carecían precisamente de eso: dimensión humana, dimensión
artística… y ahí residía la razón de su absoluto fracaso.

Una ciudad no es un mecanismo, aunque puede albergar sistemas y mecanismos que la hacen
funcionar mejor. Hay encuestas que apuntan a la preferencia que tienen las personas a vivir en
entornos históricos tradicionales antes que en otros más nuevos y asépticos, aunque estos sean más
higiénicos y luminosos y funcionen mejor. La reflexión sobre la ciudad no puede dejarse solamente
en manos de los que arreglan esos mecanismos y sistemas, cuyo único objetivo es precisamente
ese: que la ciudad funcione bien, que no haya atascos, que las calles estén limpias, etc. Para esos
urbanistas que tienen una formación ingenieril o científica, la ciudad es casi exclusivamente un
acontecimiento científico, más que histórico, afectivo o humano. Conocer la historia de una ciudad es
de vital importancia para decidir sobre su funcionamiento futuro. Cuando hablamos de la ciudad no
podemos olvidar que se trata del escenario de vida de las personas, que han crecido allí, que
identifican esos escenarios con diferentes etapas de su historia personal. La ciudad es un hecho
emotivo y eso no lo puede resolver un técnico puro, un urbanista, que aplica ecuaciones para
resolver problemas cuantitativos.

Una ciudad compuesta por buenos edificios (es decir, por buena arquitectura) no puede ser nunca
una ciudad fracasada. La ciudad debe dejarse en manos de los arquitectos, es decir, de los que
hacen edificios, porque los problemas de la ciudad son fundamentalmente de orden arquitectónico,
es decir, de orden espacial, de orden estético o de orden funcional. La ciudad nace de sus edificios
más importantes. Si el proyecto arquitectónico del edificio es bueno, entonces será bueno el proyecto
del espacio urbano que lo circunda (calles, plazas…), lo cual significa que toda la ciudad y su
urbanismo serán de buena calidad. El arquitecto está más cerca del ciudadano de lo que lo está el
urbanista.Argumentos a favor del urbanista en la intervención sobre la gran escala de la ciudad

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La historia ha dado algunos ejemplos de arquitectos que han hecho proyectos de ciudades, pero
estos nunca se han llevado a la práctica. Eran proyectos muy teóricos que trataban el organismo de
la ciudad como si fuese un edificio, pero una ciudad no funciona realmente como un edificio. Es algo
mucho más complejo. Las ciudades reales son el resultado del trabajo comunitario de los hombres
que habitan en ellas. Una ciudad nunca puede ser la labor de un solo hombre, es la labor de toda
una sociedad. Esto lo vemos incluso en los casos excepcionales en que un único arquitecto ha
llevado a cabo la obra entera de toda una ciudad. La Brasilia del arquitecto Oscar Niemeyer no
funciona en absoluto como él había previsto. Los grandes y bellos edificios ministeriales que
Niemeyer había proyectado, componen un barrio monumental bastante frío y falto de vida. La
verdadera ciudad de Brasilia, curiosamente, se desarrolla en unos suburbios que surgieron junto a
estas arquitecturas monumentales, justo donde se situaban las viviendas de los obreros que
intervinieron en las obras de la ciudad.

Las ciudades reales son el resultado del trabajo comunitario de los hombres que habitan en ellas.
Por eso aparece la figura del urbanista en el siglo XIX, para poner orden en ese trabajo comunitario,
que se había visto alterado por la revolución industrial.

Mientras que el edificio necesita un proyecto, la ciudad necesita un plan. El arquitecto hace
proyectos de edificios, opera a una cierta escala. La ciudad desborda esa escala tanto en lo espacial
como en lo temporal. Un magnífico proyectista de edificios puede resultar un nefasto planificador de
ciudades. El proyecto del edificio se desarrolla en un intervalo de tiempo relativamente corto: el que
dura su obra. El plan, sin embargo, debe de prolongarse mucho en el tiempo. Un plan de una ciudad
es una previsión a cinco, diez, quince años vista... Un plan urbano marca las pautas de la evolución
apropiada para una ciudad, desde el desorden al orden, desde el desequilibrio al equilibrio. El plan
indica una dirección, y él mismo debe actualizarse frente a desarrollos imprevistos. El proyecto del
edificio es mucho más concreto y abarcable. El plan urbano debe atender a variables de orden
económico e incluso político. Un plan para una ciudad en una etapa en la que se cubre un ciclo de
crecimiento económico del país donde está esa ciudad no tendrá nada que ver, evidentemente, con
un plan que hagamos para esa misma ciudad en un periodo de regresión económica. Lo mismo
puede decirse con respecto al color político del gobierno. Un gobierno de izquierdas propiciará
presupuestos de desarrollo urbanísticos centrados en el reparto igualitario de los recursos y en las
inversiones públicas para paliar carencias de la población (escuelas, hospitales, centros de
asistencia para los más débiles…). En cambio, un gobierno liberal o de derechas, regulará menos y
los planes urbanos dejarán más margen de maniobra al desarrollo de los agentes económicos
privados. Estas variables de lo urbano no están presentes en el proyecto del arquitecto, que se
mueve en la órbita de los artistas y al que por tanto desbordan ciertas consideraciones de carácter
económico, social y político.

Es difícil construir edificios y al mismo tiempo planificar la ciudad, porque ambas escalas son muy
diferentes. Proyectar y construir un edificio es algo que puede hacer un solo arquitecto ya que es
más abarcable. Pero la ciudad no es realmente un problema de los arquitectos ¿Qué saben ellos de
cómo solucionar los problemas del tráfico? Las ciudades pensadas como megaedificios, como las
que imaginaban Le Corbusier, Hilberseimer, Tony Garnier… no funcionan bien. Estos planes
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urbanos dan lugar a esquemas simples, cuando la ciudad real es un fenómeno muy complejo, en el
que es difícil encontrar estructuras general sencillas y esquemáticas como las que proponían en sus
planes esos arquitectos. Los planes urbanos no pueden ser decididos desde una única disciplina. El
arquitecto tiene seguramente algo que decir en el plan de la ciudad, pero es una voz más entre
muchas que componen un trabajo multidisciplinar controlado lógicamente por el experto urbanista.

Está claro que los problemas más importantes de la ciudad no son solo los de la forma, sino
principalmente los problemas de carácter social (falta de viviendas, chabolismo, transportes,
sostenibilidad, convivencia…). De esta forma, el arquitecto que se dedique a la ciudad debe de ser
sobre todo un sociólogo.

El urbanista debe estar por encima del arquitecto. El arquitecto resuelve los problemas puntuales de
la forma de la ciudad, pero no la estructura general de la ciudad. Para entender y poder intervenir en
la estructura general de la ciudad es necesario tener en cuenta que la ciudad no es solo forma, que
toda ciudad es en sí una sociedad humana, por lo que se requiere un análisis de carácter
sociológico, que el arquitecto no puede llevar a cabo solitariamente, pero sí el urbanista apoyado por
su equipo multidisciplinar. La forma de los edificios, calles y plazas tiene una repercusión bastante
menos sobre la calidad de vida de las ciudades. Una misma forma puede albergar una ciudadanía
desgraciada en infeliz y una sociedad próspera y pujante, dependiendo de las condiciones sociales.

La ciudad es también un hecho político en su gestión cotidiana. El proyecto de arquitectura puede


asociarse al mantenimiento posterior del edificio. Pero un magnífico plan urbano puede fracasar si no
disfruta de una buena gestión. Las ciudades no funcionan mejor por el hecho de que tengan una
arquitectura más bonita o mejores edificios. Venecia es una ciudad artísticamente muy hermosa y su
historia es fascinante, pero actualmente funciona mal por los problemas de higiene en los canales y
por el hecho de que es una ciudad totalmente turística. En los planes de conservación se le ha dado
mucho peso a la variable arquitectónica, pero la gestión de Venecia se hace dificilísima. En cambio,
ciertas ciudades escandinavas, que son más bien anodinas o de arquitecturas de apariencia no muy
brillante, funcionan muy bien: nunca se producen atascos de tráfico, no hay polución, hay servicios
sociales para los necesitados y equipamientos culturales, deportivos y de ocio que llenan la vida de
los ciudadanos cuando vuelven del trabajo. Para que funcione bien una ciudad, sobre todo debe
disfrutar de una buena gestión política y social, lo que no es tanto de la incumbencia de los
arquitectos, sino más bien de los urbanistas.

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