Está en la página 1de 7

Especial Lloyd Jones

[Puede encontrar todos los libros del Dr. Martín Lloyd-Jones en Editorial Peregrino pulsando aquí]

Breve biografía del Dr. Martyn Lloyd-Jones

La muerte del Dr. Martyn Lloyd-Jones supuso la pérdida de uno de los grandes pilares de la Iglesia evangélica
del siglo XX. No obstante, la metáfora del pilar tiene connotaciones excesivamente rígidas a la hora de
describir una figura semejante, dado que su liderazgo espiritual e intelectual instauró una nueva dinámica que
poco tenía que ver con la Iglesia que se encontró a mediados de los años 20 de ese siglo. Para cuando
llegaron los años 50, su impacto ya se había hecho notar plenamente; para entonces ya había ministros, no
solo en el Reino Unido sino por todo el mundo, que comprendían y predicaban un Evangelio con todo su
alcance. Ese Evangelio volvió a descansar entera y exclusivamente sobre el armazón de la teología
reformada, basada a su vez en el fundamento seguro de la autoridad bíblica y apostólica, y difundida por el
ejemplo de la evangelización del siglo XVIII.

El Dr. Lloyd-Jones se formó en el metodismo calvinista galés, primeramente de niño en Gales y más adelante
como joven estudiante en Londres, cuando la Charing Cross Chapel –a la que asistía su familia– vivía de los
últimos rescoldos nostálgicos del avivamiento Galés. Poca doctrina había que pudiera hacer frente a la ola de
liberalismo imperante o permitiera hacer distingos entre quienes frecuentaban la iglesia y los cristianos
genuinos. Los tres hijos de la familia Lloyd-Jones tuvieron oportunidad de establecer un fructífero intercambio
intelectual, pero todos ellos anteponían su carrera profesional a la fe que profesaban.

Martyn escogió la Medicina: tras pasar por la escuela, cursó estudios en Barts, uno de los principales
hospitales clínicos de Londres, y demostró una gran brillantez. Aprobó los exámenes a una edad tan
temprana que tuvo que esperar para poder obtener el título de Doctor. Para entonces ya era el principal
ayudante clínico de sir Thomas Horder, uno de los médicos más famosos y reputados de su época. Para
cuando había cumplido los 26 ya había llegado a ser MRCP (miembro del Real Colegio de Médicos), y ya
había ascendido meteóricamente en la calle Harley1, con una brillante y lucrativa carrera profesional ante sí.
Pero entonces sucedió algo.

Poco a poco, a raíz de sus lecturas personales, el Evangelio cristiano comenzó a abrirse camino en su mente
merced a su irresistible poder de atracción y a su aplastante lógica, semejante a la arquería que sustenta una
gran catedral. No experimentó ninguna experiencia de conversión dramática, pero llegó un momento en que
se había entregado por entero al Evangelio cristiano. Una vez que eso hubo sucedido, cada vez que recibía
pacientes en su consulta y escuchaba los síntomas de quienes acudían a verlo, tenía más claro que lo que
verdaderamente necesitaban muchos de ellos no era atención médica, sino el Evangelio que él mismo había
descubierto. Podía tratar los síntomas, pero solo el poder de la conversión cristiana podía curar su angustia,
su tensión y sus obsesiones. Cada vez estaba más convencido de que la mejor forma de utilizar su vida y sus
aptitudes era predicar el Evangelio.

Paralelamente, se enfrentó a una crisis adicional. Deseaba contraer matrimonio con Bethan Phillips, que
asistía a la iglesia de Charing Cross junto a sus padres y sus dos hermanos. Su padre era un popular
oftalmólogo y Bethan estaba a punto de licenciarse como doctora en el University College Hospital. Tras un
prolongado cortejo le hizo saber que deseaba renunciar a su carrera en la calle Harley y convertirse en
ministro eclesiástico. Después de un año en que el Señor también la guio con claridad, se casaron, y en 1927,
tras una luna de miel en Torquay, se mudaron a su primera casa, una pequeña casa pastoral en Aberavon,
junto a Port Talbot.

La dramática mudanza del joven especialista de la calle Harley y su nueva esposa difícilmente podía pasar
desapercibida, y la prensa se les echó encima. En cierta ocasión la Sra. Lloyd-Jones despidió a un reportero
de la puerta de su casa con la afirmación de que se abstenía de hacer declaración alguna: al día siguiente,
espantada, se topó con el titular de “‘Mi marido es un hombre maravilloso’, afirma la Sra. Lloyd-Jones”.

La descripción que hizo la prensa de la sólida casa pastoral de dos pisos como una “cabaña junto al muelle”,
no sentó muy bien a las autoridades. Los médicos locales tampoco estaban demasiado contentos: tenían la
certeza de que había venido para dejarlos en evidencia y robarles la clientela. Todo podía haberse torcido,
pero no fue así.

El Dr. Lloyd Jones no era otro joven ministro más recién salido de un seminario teológico liberal que adaptara
su mensaje a las ideas imperantes y a los prejuicios de su congregación. Tenía la determinación de predicar
su mensaje con la claridad meridiana con que lo había recibido. Tal cosa fue difícil de aceptar para algunos
miembros de la congregación, que terminaron por marcharse. Pero su lugar, lentamente al comienzo, fue
quedando cubierto por un creciente número de personas cautivadas por la Verdad: la clase obrera de Gales
del Sur. El mensaje los atrajo y el poder del Espíritu Santo los convirtió. No había llamamientos dramáticos,
tan solo un joven con el claro mensaje de la justicia y el amor de Dios, lo cual fue llevando a los casos más
difíciles al arrepentimiento y la conversión.

Fue incapaz de renunciar totalmente a su carrera médica. En el Gales del Sur de The Citadel (La
ciudadela)2 de Cronin, sus brillantes diagnósticos no eran demasiado comunes. Pasados unos breves años en
los que la comunidad médica local lo dejó deliberadamente de lado, lo llamaron para que examinara un caso
que desafiaba los diagnósticos. Sabía exactamente cuál era la naturaleza de aquella misteriosa enfermedad,
de la que el paciente se recuperaría en apariencia para luego morir. Su pronóstico se cumplió punto por punto
y el médico de cabecera le dijo: “Debería arrodillarme para pedirle perdón por las cosas que he dicho acerca
de usted”. Tras aquel incidente le costó trabajo impedir que los requerimientos médicos no consumieran su
tiempo.

La iglesia en Aberavon creció con un flujo sostenido de conversiones. Hubo borrachos notorios que se
convirtieron en cristianos gloriosos, y los obreros de ambos sexos acudían a las clases bíblicas que él y su
esposa dirigían a fin de aprender las doctrinas de la fe que acababan de conocer. Y por todo Gales del Sur
otras iglesias, a menudo hambrientas de una enseñanza y una predicación sólidas que afrontaran el mundo
tal como era en su miseria, lo invitaban a sus púlpitos. Su reputación comenzó a extenderse por toda la región
y más allá de sus confines.

G. Campbell Morgan, ministro de Westminster Chapel, era quizá el evangélico más destacado del país en los
años 30. En 1938, cuando escuchó a Martyn Lloyd-Jones, deseó contar con él como compañero y sucesor.
Sin embargo, la cosa no era tan fácil, dado que también tenía sobre la mesa una propuesta para dirigir el
Seminario Teológico de Bala: y el llamamiento de Gales y la formación de una nueva generación de ministros
en la zona ejercía una poderosa atracción. Al final, el llamamiento de Westminster Chapel prevaleció, y la
familia Lloyd-Jones, incluyendo sus hijas Elizabeth y Ann, se mudaron a Londres en abril de 1939. Sin
embargo, su ministerio ya había comenzado allí –de forma interina– en septiembre de 1938.
Campbell Morgan encarnaba la tradición evangélica de Spurgeon. Era arminiano y, aunque su exposición
bíblica gozaba de gran popularidad, no trataba las grandes doctrinas de la Reforma. Martyn Lloyd-Jones, por
el contrario, seguía la tradición de Spurgeon, Whitefield, los puritanos y los reformadores. Aun con todo,
ambos respetaban sus respectivas posturas y cualidades y su breve relación –que se prolongaría hasta la
muerte de Campbell Morgan al final de la guerra– fue enteramente feliz.

El mes de septiembre de 1938 asistió a la crisis de Munich, y el futuro del nuevo ministerio quedó sembrado
de incertidumbre. Durante el año siguiente, la familia vivió con la madre viuda del Doctor en la plaza Vincent y,
cuando la guerra se hubo desatado, se mudaron a Haslemere en el condado de Surrey. Pero, a excepción de
un breve período en el Livingstone Hall, los cultos de Westminster Chapel siguieron celebrándose hasta que
un cohete V2 estalló en la Capilla de los Guardias a escasos metros de allí, y dejó al predicador y a la
congregación de Westminster Chapel cubiertos por una capa de fino polvo blanco. ¡Uno de las feligresas abrió
los ojos tras el estallido y, al ver a todo el mundo cubierto de blanco pensó que debía de estar en el Cielo!

Durante el siguiente año, los cultos volvieron a trasladarse al cercano Livingstone Hall. Mientras tanto, el
Doctor se había convertido en el único ministro de la iglesia y se había mudado a una casa pastoral en Ealing
justo cuando los cohetes V2 comenzaban a llover sobre Londres. Sin embargo, tanto él y su familia como la
capilla salieron indemnes: Dios le había asegurado que la capilla no sería destruida.

Londres, la gran metrópolis, es un agujero para las reputaciones construidas en provincias. Ha habido
grandes oradores escoceses que se han desinflado ante el exigente público londinense. Los bombardeos, los
cohetes y las dificultades del transporte afectaron a las iglesias de Londres, y el estilo y el mensaje del nuevo
ministro eran muy distintos de los del Dr. Cambpell Morgan. Sin embargo, la predicación del Dr. Lloyd-Jones
atendió unas necesidades y su reputación no tardó en extenderse. Por cada persona que abandonaba la
capilla había otro que ocupaba su lugar, y así, una vez acabada la guerra, contaba con una congregación
sólidamente asentada y un renombre fuera de cualquier duda.

El enfoque que tenía el Dr. Lloyd-Jones de la obra en el púlpito no seguía las huellas de Spurgeon. En lugar
de ello, tenía por costumbre estudiar con detenimiento todo un libro de la Biblia, tomar un versículo o una
parte de él en cada exposición y mostrar lo que enseñaba, la forma en que encajaba con la enseñanza que
ofrecía la Biblia al respecto en otros pasajes y cómo toda esa enseñanza era pertinente para los problemas
contemporáneos, así como el contraste entre la postura cristiana y las ideas imperantes.

Procuraba mantenerse en un segundo plano e intentaba mostrar a la congregación la mente y la Palabra de


Dios, dejando que el mensaje de la Biblia hablara por sí mismo. Su enseñanza expositiva tenía el doble
propósito de permitir que Dios hablara tan directamente como fuera posible a cada ocupante de los bancos
con todo el peso de la autoridad divina y a la vez minimizar la intervención del predicador y la disolución del
mensaje directo y autoritativo por causa de distracciones e intrusiones humanas.

Su estilo se caracterizaba por un preciso diagnóstico clínico que analizaba la cosmovisión mundana y
demostraba su futilidad a la hora de enfrentarse al poder y la persistencia del mal, en contraste con la
cosmovisión cristiana, su lógica, su realismo y su fuerza. Tenía la capacidad para revestir su análisis clínico
con un lenguaje vivo y cautivador, de tal manera que quedaba grabado en el oyente. Podía fustigar las
necedades del mundo y contraponer la visión de la sabiduría y el poder de Dios de tal manera que producía
una fuerte reacción en la audiencia. Solían salir con el firme propósito de no volver nunca más y, sin embargo,
en contra de sus intenciones, volvían a su banco el domingo siguiente hasta que, incapaces de ofrecer más
resistencia al mensaje, se convertían en cristianos.

Concluida la guerra, la congregación creció con rapidez. En 1947 se abrieron al público las balconadas y,
desde 1948 hasta el año 1968 en que se jubiló, la congregación se cifró en una media de 1500 asistentes los
domingos por la mañana y unos 2000 por la tarde.
Los coloquios
Los viernes por la noche prosiguió con las clases coloquiales a las que acostumbraba en sus tiempos de
Aberavon. Utilizando el método socrático, inducía a los participantes a desarrollar de forma lógica las
aseveraciones que expresaban con tanta seguridad. Enfrentaba ideas contrapuestas y confrontaba a sus
defensores entre sí; proponía objeciones y soluciones que nadie había tomado en consideración hasta que,
finalmente, conducía a la clase a una conclusión de la que pocos podían discrepar. ¡Él mismo plantaba cara a
los pocos que ofrecían objeciones y los conducía por su falso razonamiento hasta llevarlos a un callejón sin
salida! Luego se disculpaba y decía: “Sé que hay muchos que defienden las mismas tesis que ustedes, y no
puedo ser tan despiadado con ellos en público como lo he sido con ustedes, ¡pero sé que son lo
suficientemente mayores para encajarlo!”. A principios de los años 50, los coloquios de los viernes por la
noche habían cobrado unas dimensiones excesivas y existía la necesidad de un estudio bíblico formal, de
modo que los viernes por la noche empezaron a dedicarse a estudios bíblicos para una audiencia mucho
mayor en el salón principal de la iglesia. Comenzó por una serie de doctrinas bíblicas y luego pasó al largo
estudio de la Epístola de Pablo a los Romanos que más adelante se publicaría en forma de libro.

Al comienzo de la guerra, el Dr. Lloyd-Jones había pasado a presidir la Confraternidad Inter-Varsity de


Asociaciones Evangélicas y estaba fuertemente implicado en el asesoramiento del Dr. Douglas Jonson, su
fundador y secretario general. En 1939, y luego tras el fin de la guerra, él y Douglas Jonson se reunieron con
los dirigentes de los movimientos de otros países y fundaron la Confraternidad Internacional de Estudiantes
Evangélicos.

Tanto el movimiento británico como el internacional han crecido considerablemente desde entonces, y ambos
le deben mucho a su influencia formativa. Los animó a combinar su santidad y su evangelización con un
sólido esqueleto doctrinal. A quienes argumentaban que el “intelectualismo” detraía del celo evangelístico, les
explicaba que una fe con una base sólida era el único fundamento seguro para la evangelización. Este cambio
de enfoque fue de tremenda importancia para ganarse las mentes de los estudiantes y asegurarse de que la
IVF (siglas en inglés de la Confraternidad Inter-Varsity) no se redujera a un mero entusiasmo pasajero propio
de estudiantes.

Nada convencido
Pero Martyn Lloyd-Jones también se aseguró de que la IVF no cediera un ápice al ala liberal de la Iglesia.
Adoptó la idea de Francis Bacon, el padre fundador de la ciencia moderna, de que la ciencia trataba las
causas secundarias y que los seres humanos no tenían el menor motivo para creer que podían indagar en la
causa primaria más allá de lo que Dios mismo había revelado.

La teoría de la evolución no le convencía en absoluto mucho antes de que los científicos mismos comenzaran
a expresar sus dudas. Por tal razón, no veía necesidad alguna de una “evolución teísta”: la teología venía en
primer lugar. ¿Qué se nos enseñaba acerca del Creador en la Revelación que nos ha dado? La teología debía
determinar nuestra actitud hacia la ciencia, y no a la inversa. Como médico destacado que era, formado en la
ciencia médica, y también como teólogo, entendía tanto la teología como la ciencia y podía emitir juicios de
peso. La IVF fue creciendo, mientras que con el paso del tiempo el otrora poderoso Movimiento de
Estudiantes Cristianos y sus posturas liberales desaparecieron del mapa.

No pasó mucho tiempo sin que su poderoso liderazgo cristalizara en un grupo de jóvenes ministros y teólogos
y un foro de debate regular: la Conferencia Puritana, que se reunía regularmente cada mes de diciembre bajo
su presidencia. En sus primeros tiempos contaba con anglicanos entre sus figuras más destacadas, tal como
era Iain Murray. Imperaba la idea de que era preciso volver a los fundamentos teológicos de la tradición
protestante, a ese período en que, pasado un siglo de la Reforma, se desarrollaron sus implicaciones
teológicas. Se leían y debatían artículos y el Dr. Lloyd-Jones presidía las reuniones con inteligencia y
autoridad. Se respiraba un ambiente jovial, pero no se admitían razonamientos a la ligera o extravíos
teológicos.
Cada año la conferencia influía en una multitud de jóvenes ministros y sentaba una postura teológica inflexible
ante el auge de las éticas situacionales y el rechazo generalizado de la autoridad por parte del clero en los
años 50 y 60. La editorial The Banner of Truth (El Estandarte de la Verdad) y la revista The Evangelical
Magazine contaron en sus comienzos con el apoyo y el aliento de Lloyd-Jones, que también respaldó
fervientemente la obra de la Evangelical Library (La Biblioteca Evangélica).

En el plano pastoral, dirigió una confraternidad pastoral cada mes desde principios de los años 40. Allí los
pastores tenían la oportunidad de debatir todos los problemas a los que se enfrentaban en la iglesia y en el
mundo que la rodeaba. En esta área su creciente experiencia, su profunda sabiduría y su práctico sentido
común ayudaron a muchos jóvenes ministros que se enfrentaban a dificultades aparentemente singulares e
irresolubles.

Una persona con un liderazgo y un carácter fuertes no puede escapar a las polémicas. Creyendo, tal como
era su caso, en el poder del Espíritu Santo para convencer y convertir, se oponía enérgicamente a la tradición
que se había consolidado desde los tiempos de Moody y Sankey de reuniones multitudinarias arropadas por
una música ambiental y emotivos llamamientos a la conversión. Aunque jamás criticara en público a
evangelistas con nombre propio, nunca participó en grandes campañas evangelísticas ni les ofreció su apoyo.
Billy Graham acudió a Westminster Chapel para verlo en los años 50, pero, aun cuando nunca criticó las
campañas de Graham, tampoco las apoyó.

Comoquiera que sea, la polémica más intensa surgió en su relación con la Iglesia anglicana. Martyn-Lloyd
Jones era un ferviente defensor de la unidad evangélica. No creía en las barreras denominacionales entre
quienes compartían una fe genuina; y, a medida que el movimiento ecuménico iba ganando terreno, el ala
liberal de las iglesias ganaba fuerza y se hacían concesiones cada vez mayores a las ideas mundanales
imperantes, se volvió de la opinión de que la respuesta adecuada era que los evangélicos abandonaran las
denominaciones contemporizadoras y formaran sus propios grupos. No se hacía falsas ilusiones con respecto
al destino último de estas nuevas agrupaciones eclesiásticas: también ellas podían extraviarse con el paso del
tiempo. Sin embargo, sostenía que cada uno de nosotros debe hacer lo mejor para su propia generación, con
independencia de lo que pueda suceder más adelante, y que el movimiento ecuménico ponía en una situación
imposible a quienes seguían la larga genealogía de la genuina teología cristiana.

La crisis estalló en una reunión que presidía el reverendo John Stott, dirigente del ala evangélica de la Iglesia
anglicana. Martyn Lloyd-Jones hizo un llamamiento tremendamente poderoso a la multitudinaria audiencia
para que abandonara las denominaciones contemporizadoras. La reunión produjo un cisma: los evangélicos
anglicanos se fueron por un lado y los evangélicos de iglesias independientes fueron por el otro. Cuando la
Unión Congregacional se unió a la Iglesia Presbiteriana de Inglaterra, Westminster Chapel abandonó la
primera y pasó a formar parte de la Confraternidad de Iglesias Evangélicas Independientes. Muchos de los
ministros evangélicos afiliados a la Unión Bautista y a la Iglesia metodista abandonaron tales instituciones,
algunos de ellos por su cuenta y otros acompañados de sus congregaciones.

El Consejo Británico Evangélico aglutinó a la FIEC (siglas en inglés de la Confederación de Iglesias


Evangélicas Independientes) y otras denominaciones evangélicas menores. Estas iglesias han plantado cara
a la tendencia secularizante, mientras que las iglesias independientes tradicionales han caído en una
profunda decadencia. En el bando anglicano, algunos teólogos adoptaron un papel destacado en el intento de
buscar una conciliación entre las alas evangélica, anglocatólica y liberal, y, de la manera más lamentable, la
Conferencia Puritana a la que habían contribuido inicialmente quedó desintegrada. En lugar de ella, los que
tenían el mismo concepto del movimiento ecuménico que el Dr. Lloyd-Jones, fundaron la Conferencia de
Westminster, que él mismo siguió presidiendo y dirigiendo con ímpetu. Esto impidió que la cuestión se
convirtiera en continuo motivo de fricción entre la mayoría opuesta al movimiento ecuménico y la minoría que
creía en mantenerse en denominaciones afines al ecumenismo.

Siempre había reivindicado la forma en que los calvinistas metodistas galeses combinaban la doctrina de los
calvinistas con el entusiasmo metodista. En los años 60 comenzó a preocuparle que el renovado acento en la
sana doctrina reformada derivase en una aridez doctrinal. A fin de contrarrestar este peligro empezó a
recalcar en su enseñanza el valor de la experiencia. Solía hablar de la necesidad de un conocimiento
experimental del Espíritu Santo, de la seguridad plena por medio del Espíritu, y de la verdad de que Dios se
relaciona de forma directa e inmediata con sus hijos; y tenía por costumbre utilizar ejemplos extraídos de la
historia de la Iglesia para demostrarlo.

A principios del año 1968, a la edad de 68 años, el Dr. Lloyd-Jones fue sometido a una grave operación
quirúrgica y, aun cuando se recuperó plenamente, decidió que, después de treinta años de ministerio en
Westminster Chapel le había llegado la hora de jubilarse. Se mire por donde se mire, Dios había bendecido
grandemente su ministerio. Se había mantenido un caudal constante de conversiones, muchas de ellas
extraordinarias, y, por encima de todo, personas de toda extracción social habían sido instruidas en la
anchura y la profundidad de la doctrina cristiana.

En Westminster Chapel se daban cita soldados del cercano cuartel de Wellington, trabajadores de hoteles y
restaurantes del West-End3, enfermeras de los hospitales más importantes, actores y actrices de los teatros
del West-End, funcionarios de todo rango de Whitehall, y parados de larga duración procedentes del albergue
del Ejército de Salvación. Su último sermón, con fecha del 8 de junio de 1980, se predicó en la iglesia de un
ministro que había acudido a Westminster Chapel como un obrero de la construcción recién convertido, y tan
grosero e insolente como quepa imaginar. El Dr. Oliver Barclay, sucesor de Douglas Jonson y secretario
general de la IVF (hoy día UCCF), era asiduo de Westminster Chapel, como también su sucesor, el Dr. Robin
Wells.

La iglesia estaba siempre llena de estudiantes, especialmente extranjeros, entre los que se contaba Moi, el
hoy presidente de Kenya. La iglesia china solía acudir por las mañanas y muchos miembros de los Hermanos
de Plymouth por las tardes. Cuando los Hermanos Cerrados se dividieron, muchos de los que vivían en
Londres acudieron a Westminster Chapel. Y, por supuesto, había muchos profesionales liberales, maestros,
abogados, contables y puede que un porcentaje más que considerable de personas con taras mentales.
Jóvenes y ancianos, ricos y pobres, hombres y mujeres, personas brillantes y ordinarias: todos parecían
acudir de igual manera a escuchar el mensaje cristiano presentado con una fuerza y una autoridad raramente
igualadas.

Después de los cultos acudían a su despacho toda clase de personas, a las que podía llegar a escuchar con
paciencia y aconsejar con sabiduría durante largas horas. Una de ellas escribía: “Tengo un grato recuerdo de
haber acudido a él en un momento de gran necesidad espiritual, aunque fuertemente intimidado por su
tremenda categoría pública. Su bondad y su generosidad, junto con la sensatez y sencillez de sus consejos,
se granjearon mi afecto. Su mente y su brillantez como predicador le ganaban el respeto y la admiración; su
otra vertiente más delicada, que pude comprobar en privado, le inducía a uno a amarlo”.

En los doce años que pasaron tras su jubilación, prosiguió en la Confraternidad y en la Conferencia de
Westminster, y dedicó buena parte de su tiempo a aconsejar a otros ministros, a responder cartas y a hablar
interminablemente por teléfono. Liberado de la rígida rutina de los domingos en Westminster, pudo dedicar
más tiempo a los compromisos externos que había tenido como ministro, especialmente dedicando fines de
semana a causas pequeñas y remotas, que tanto gustaba de alentar.

Tras numerosas protestas, comenzó a participar en algunos programas de televisión. Cuando Joan Bakewell
expresó en un programa televisivo nocturno su sorpresa por que aún hubiera personas que escucharan ideas
tan anticuadas, él replicó: “Quizá sean anticuadas, pero aún pueden llenar el Free Trade Hall en Manchester.
Nómbreme un solo político moderno capaz de eso”. Dondequiera que iba, llenaba auditorios e iglesias.

Creía que, aun en una época secular, las personas responden a la Verdad sin componendas; una idea que
vio confirmada al presenciar cómo las iglesias liberales se iban despoblando mientras los evangélicos
mantenían su causa. Volvió a recorrer Europa y EE.UU., pero no aceptó invitaciones para volver a otros
países o visitar alguno nuevo.
Quizá el efecto más duradero de aquellos años fue el tiempo que le ofrecieron para transcribir sus sermones
en formato de libro. Ya había publicado un reducido número de libritos como Why does God allow war? (¿Por
qué permite Dios la guerra?) y La depresión espiritual, que fue un éxito de ventas. El primero de los libros de
gran formato fueron los dos tomos de El Sermón del Monte. Luego se propuso publicar dos nuevas series –
sobre Efesios y Romanos–, lanzando uno o dos libros al año.

Aunque los sermones son notoriamente impublicables hoy día, todos los volúmenes de estas series se
venden bien por todo el mundo anglohablante, lo cual demuestra que existe una demanda real de una
exposición bíblica razonada, analítica y práctica. Recibió multitud de cartas de todos los rincones del planeta.
Un día, por ejemplo, recibió la visita del Revdo. Chuck Smith, de la Calvary Church, en Costa Mesa, California,
que le hizo saber que sus libros habían transformado su predicación. En un tiempo había llegado al colapso
mental en el intento de utilizar su propia personalidad para transmitir el mensaje. Desde aquel entonces había
dejado que la Biblia hablara por sí sola, y afirmaba que su ministerio y su salud se habían beneficiado
muchísimo a resultas de ello. ¡Lo que no le dijo es que su congregación se cifraba en 24 000 personas los
domingos por la mañana!

Martyn Lloyd-Jones tuvo un hogar muy feliz, que abría cada Navidad a los miembros de la iglesia que no
tenían techo. Antes de Navidad, tras haber hecho su ronda de villancicos, los miembros de la iglesia acudían
a la casa pastoral y la noche concluía con una feroz partida de tenis de mesa entre él y su esposa, jaleados
por el grupo que los rodeaba. En su retiro acostumbraba a enzarzarse en debates con sus nietos mayores.
Ellos se comportaban como cachorros que asaltan a un viejo león, con un atrevimiento que nadie más tendría,
espantados por un gruñido, pero volviendo al ataque de inmediato.

En 1979 la enfermedad se presentó de nuevo y se vio obligado a cancelar todos sus compromisos. Era
realista con respecto a la perspectiva de volver a predicar. Ya había visto a demasiados hombres seguir
predicando hasta mucho después de cuando debían haberlo dejado. En la primavera de 1980 pudo retomar
la predicación de nuevo, pero una visita al Charing Cross Hospital en mayo reveló que su enfermedad
requería un tratamiento más agresivo que le impediría predicar. Entre cada agotadora sesión en el hospital,
que afrontó con valor y dignidad, siguió trabajando en sus manuscritos y ofreciendo consejo a los ministros,
pero llegada la Navidad ya se encontraba demasiado débil para ello. Comoquiera que sea, pudo pasar tiempo
con su biógrafo (Iain Murray, su antiguo ayudante) hasta el último momento.

Hacia finales de febrero de 1981, con una gran paz y una esperanza cierta, consideró que había concluido su
obra terrenal. Dijo a los parientes más próximos: “No oréis por mi curación, no intentéis privarme de la gloria”.
El 1 de marzo, día de S. David y del Señor, pasó a la gloria de la que tanto había predicado para encontrarse
con el Salvador al que tan fielmente había proclamado.

[Puede encontrar todos los libros del Dr. Martín Lloyd-Jones en Editorial Peregrino pulsando aquí]

NOTAS
1
En la calle Harley de Londres se encuentran muchas de las clínicas privadas más prestigiosas de Inglaterra.
(N. T.).
2
Novela de A.L. Cronin que narra las vicisitudes de un joven médico enfrentado a las difíciles condiciones
sociales de Gales del Sur. (N. T.).
3
Zona pudiente de Londres. (N. T.).

FUENTE: www.editorialperegrino.com

También podría gustarte