Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Exposición Sobre Las Revoluciones Inglesas 1.8 OK
Exposición Sobre Las Revoluciones Inglesas 1.8 OK
Recio Morales Las revoluciones inglesas del Siglo XVII y la transformación de las islas británicas capítulo 1
A principios del siglo XVII las islas británicas presentaban una extraordinaria complejidad en términos
étnicos, lingüísticos, económicos, sociales y religiosos. La victoria sobre la Gran Armada de Felipe II de
España en 1588 y la defensa del canal de la Mancha en la batalla aérea de Inglaterra en 1940 constituyeron
decisivamente dos hitos en el proceso de mitificación de esta insularidad. Sin embargo, el desarrollo
económico y demográfico vertical de la isla de Gran Bretaña hunde sus raíces en Europa: la parte más rica,
la más urbanizada y la más poblada, el sur de Inglaterra, coincide con la más cercana al continente. Desde la
conquista romana en el año 43, Londres, era ya un importante centro urbano.
En términos políticos, la unidad de las islas británicas estuvo marcada por el fortalecimiento de la Corona
inglesa y el origen del primer imperio británico. El siglo XVII fue el siglo de los Estuardo en las islas
británicas. Conforme París, Londres o Madrid iban haciéndose más grandes, el poder y la riqueza llegaron a
ser proporcionales a la distancia física al rey y al mundo cortesano que lo rodeaba. Este sistema se
perfeccionó con una integración de las élites aristocráticas locales, que a cambio de su fidelidad lograban
distintas mercedes, como el ascenso entre la vieja nobleza metropolitana e incluso la participación en el
gobierno de todo el sistema.
Gobernar desde Londres los tres reinos- más las colonias norteamericanas- era difícil pero no imposible.
Lo hacía la monarquía española a una escala todavía mayor (sus dominios se extendían por cuatro
continentes) y tenía los territorios mucho más fragmentados: sólo en Europa iban desde la península ibérica
hasta Italia, pasando por los países bajos en el Norte. En comparación el archipiélago británico aparecía
geográficamente mucho más homogéneo. Por otro lado, la religión jugó un papel determinante en las dos
revoluciones inglesas del XVII. Desde la ruptura de Enrique VIII de Inglaterra con Roma en el siglo XVI, la
religión oficial en el Inglaterra era el anglicanismo. Mientras la iglesia de Roma presentaba una vocación
universal, la iglesia de Inglaterra era nacional: como puede observarse todavía hoy, en las catedrales inglesas
ondea la bandera de Inglaterra con su característica cruz de San Jorge. Los católicos eran el caballo de Troya
destinado a acabar con las libertades civiles en Inglaterra para imponer de nuevo el yugo de Roma. Los
católicos fueron convertidos en enemigos públicos y en una gran pesadilla a nivel popular, aunque en verdad
la mayoría de ellos mantuvieran un perfil bajo en Inglaterra y Escocia.
Todos los intentos de reequilibrar las posiciones entre las distintas confesiones al interno de las islas
británicas acababan inevitablemente en un conflicto político. Carlos II reconoció en 1672 que todos los
resultados para acomodar estas religiones a la iglesia de Inglaterra habían sido muy pobres a su sucesor,
Jacobo II, admitió que “la dificultad es insuperable”. Así que más gobernar la diversidad de tres reinos y de
cuatro naciones (incluyendo a los galeses), lo más difícil para la corona inglesa fue manejar la diversidad
religiosa a su interno. La población de Inglaterra del siglo XVII era escasa. Pero en 1600 se expandía
rápidamente, manufacturaba las materias primas y se beneficiaba de la centralización de la corona y la
burocratización del aparato burocrático. La corte crecía en paralelo a Londres. Lo hizo enormemente bajo
los Estuardo con miles de personas a su servicio. Los oficios más importantes eran elegidos directamente
por el rey entre las familias más ricas del reino.
En teoría, las atribuciones del parlamente y las del soberano estaban delimitadas. De entrada, sólo al
monarca correspondía convocar, prorrogar o disolver al parlamente según su voluntad. El consejo privado
del rey tenía competencias sobre asuntos de Estado como política exterior y comercio, mientras que el
parlamento discutía sobre otras cuestiones del reino. Teóricamente el rey podía gobernar utilizando sólo
como instrumento a su consejo provado, al que personalmente asistía regularmente. En la práctica, para
encontrar el punto de equilibrio entre las prerrogativas del rey, las atribuciones del parlamento y el derecho
individual de los súbditos, era necesario un diálogo constante, a veces extenuante, dentro y fuera del
parlamento, a menudo acompañado por cientos de páginas impresas por los tratadistas políticos y juristas.
Las funciones principales del parlamento inglés era legislar y exponer los agravios del reino, esto es, los
abusos sufridos en el ejercicio del gobierno por parte del rey. Normalmente las críticas no iban dirigidas
directamente al soberano, sino a su equipo de gobierno. El parlamento y el rey podían proponer leyes,
aunque el parlamento proponía siempre un número mayor. El rey no podía legislar ni imponer impuestos sin
su consentimiento. Con el objetivo de mantener su independencia, los parlamentarios defendían su derecho a
la libertad de palabra en las sesiones y la inmunidad parlamentaria. Pero estos privilegios duraban sólo
cuando el parlamento estaba abierto, y una vez disueltos los parlamentarios volvían a su vida privada.
En 1600, en comparación con otras monarquías europeas, la monarquía inglesa era más débil en dos
aspectos fundamentales: todavía no tenía un ejército permanente y sus ingresos eran claramente
insuficientes. Jacobo I se dio cuenta muy pronto de ser el único entusiasta de lo que él llamaba el gran
proyecto, esto es, la unión de los reinos de Escocia e Inglaterra. Los obstáculos que pusieron los
parlamentarios ingleses a la unión fueron infinitos: algunos temían que el cambio al nombre oficial de “reino
de Gran Bretaña” diluyera para siempre en esta unión al milenario reino de Inglaterra, otros, que la maniobra
escondiera en realidad un intento de eliminar las antiguas leyes inglesas y el delicado equilibrio de poderes
entre el rey y el parlamento.
El fracaso de la unión de los dos reinos fue el primero jarro de agua fría en la relación de Jacobo I con el
parlamento. El segundo fue el intento de Jacobo de gobernar según el derecho divino de los reyes. Siguiendo
esta doctrina política, el rey había sido elegido por Dios y la autoridad del monarca derivaba directamente de
Él. El soberano, por tanto, respondía de sus actos únicamente ante Dios y no ante los hombres. El propio
Jacobo escribió un tratado donde trataba de demostrar que la autoridad del rey derivaba directamente de
Dios.
Jacobo tenía también un gran conocimiento del sistema judicial y, en la práctica, sus intenciones
estuvieron lejos de llevar hasta sus últimas consecuencias la teoría expresada en el derecho divino de los
reyes. Así pues, frente a la teoría del derecho divino de los reyes a gobernar defendida por la monarquía, la
nación política inglesa y filósofos de la talla de Hobbes y Locke siempre defendían la teoría del contrato: la
monarquía era el resultado de un contrato original establecido entre el rey y sus súbditos, suscrito bien por la
necesidad de un orden frente al caos (Hobbes) o bien por mutua conveniencia (Locke). El tercero de los
conflictos entre el rey y el parlamento era el dinero. Una de las atribuciones del parlamento más importantes
era la concesión de subsidios al rey. En 1606 Jaboco anunció una subida de impuestos que levantó críticas
entre los Comunes. La relación con el parlamento empeoró cuando en 1614 Jacobo disolvió repentinamente
y sin aprobar una sola ley el “parlamento esteril”. Al año siguiente el parlamento se negó a aprobar nuevos
impuestos, Jacobo lo disolvió de nuevo y esperó siete años para convocar a otro. El parlamento de 1621
tampoco le fue mucho mejor al rey. Esta vez la culpa la tuvo la crisis en Centroeuropa. Se le pedía
intervención al rey pero el rey aguantó la presión. Llegó a negar que la ocupación española del bajo
palatinado fuese una invasión y montó en cólera con su yerno a quien acusó de ponerse la Corona de
Bohemia antes de que Jacobo tuviera tiempo de responder a la carta en la que Federico le pedía consejo
sobre si aceptarla o no. Pero ninguna explicación fue suficiente para los parlamentarios más radicales,
quienes pidieron abiertamente la declaración de guerra contra España y un matrimonio protestante para el
príncipe Carlos.
Las esperanzas del rey de escapar de la presión parlamentaria se situaron fuera de las islas británicas,
precisamente en España, el país que buena parte de la opinión pública inglesa identificaba como la espada
del papismo. Esto incluía saltarse la recomendación de los parlamentarios de buscar una novia protestante
para el príncipe Carlos. En vez de esto, Jacobo y su hijo pusieron sus ojos en la más católica de las princesas
europeas, una infanta española.
El tratado de paz de Londres firmado en 1604 entre Jacobo I y Felipe III de España también contemplaba
la posibilidad de un matrimonio entre el heredero de la Corona británica, el príncipe de Gales y una infanta
española. En 1617 se llegó a un primer acuerdo, que fue mejorado hasta llegar en 1623 a un compromiso
final.
Carlos contrajo matrimonio con una princesa francesa, Enriqueta María (1609-1669), hermana del rey Luis
XIII. En esos momentos Francia era el único poder que podía equilibrar el frustrado matrimonio español,
pero a cambio los franceses exigieron que la futura reina pudiera practicar su religión católica en Londres y
que pudiera llevar consigo a un número suficiente de sacerdotes católicos para los servicios religiosos. Ese
mismo año de 1625, tras la muerte en marzo de su padre Jacobo I, el nuevo monarca Carlos I Estuardo
declaró la guerra a España (habría de durar hasta 1630). Finalmente los halcones del parlamento se habían
impuesto sobre el “rey pacífico”.
Escocia: En el siglo XVII la vida en el norte de la isla de Gran Bretaña era, más dura que en el sur. Las
condiciones del terreno y el clima eran más aptos para la ganadería que para la agricultura. Escocia tenía un
millón de habitantes pero la esperanza de vida era menor que en Inglaterra: epidemias, malas cosechas, etc.
la migración se volvió habitual. Jacobo I, orgulloso de sus orígenes y de su acento escocés, se refería a los
habitantes de las Tierras Altas (los míticos Highlanders) como “salvajes, aunque con algún toque
civilizado”. Los clanes escoceses de esta zona compartían con los señores irlandeses gaélicos un mismo
universo cultural: mayoritariamente de habla gaélica y de tradición oral, para los highlanders era mucho más
importante la lealtad al jefe del clan, a la sangre y a la genealogía familiar que a cualquier aparato
burocrático centralizado en Edimburgo.
Finalmente, la tercera zona de Escocia, las tierras bajas, era la más urbanizada y poblada. Además de la
capital del reino, Edimburgo, albergaba otras ciudades importantes como Glasgow, Aberdeen y Dundee.
Acogía también numerosas iglesias y monasterios, y era también el área más alfabetizada del país. Desde la
unión con Inglaterra en 1603, la influencia inglesa reemplazó a la francesa, pero el entusiasmo mostrado por
Jacobo por esta unión no parecía corresponderse al de la aristocracia escocesa, más allá del estrecho círculo
cortesano que acompañó al monarca hasta Londres.
Además de la riqueza del vecino del sur, Jacobo quedó impresionado por la efectividad judicial inglesa
personificada en los jueces de paz, una institución surgida en el siglo XIV y que se convirtió a partir del
siglo XVI en el verdadero pilar de la justicia inglesa en la periferia de sus dominios. Jacobo también
extendió los jueces de paz a Escocia, con el objetivo de poner fin a las luchas intestinas entre clanes. Carlos I
continuó la política religiosa de su padre para adaptar la liturgia escocesa al modelo inglés y el
nombramiento de obispos para las nuevas diócesis. Las vestimentas utilizadas en la misa, los adornos y el
gusto de los obispos por la formalidad en las ceremonias religiosas eran vistas en Escocia como elementos
residuales papistas, ya superados por la reforma protestante.
La corte de Carlos I ya había perdido muchas de las características “nacionales” de la corte escocesa de su
padre para convertirse en una genuinamente inglesa o, si se quiere, “británica”. La consecuencia más
evidente de este traslado fue la concentración del patronazgo real en menos manos y la reducción del
contacto de los territorios escoceses con su rey. Su visita a Escocia en 1633 duró un mes, pero Carlos no
encontró el tiempo suficiente para considerar una petición de agravios de carácter económico y religioso
presentada por un grupo de nobles escoceses. Esta lejanía y desafección de la mayoría de la nobleza
escocesa hacia las políticas autocráticas y pro-inglesas de Carlos I también estaban detrás de la crisis
escocesa de 1637, que desembocaría, como veremos en el capítulo siguiente, en la primera guerra civil.
Irlanda: situada en el extremo atlántico occidental de Europa, la isla de Irlanda era todavía en 1600 un
espacio de frontera geográfico, político, religioso y cultural. Era un territorio predominantemente agrícola y
ganadero, con una economía caracterizada por exportaciones de materias primas- cuero, pescado y madera,
un escaso urbanismo y una baja población: a principios del XVII la población de toda la isla era similar a la
escocesa, estimándose en un millón de habitantes. Pero al contrario de lo sucedido en Inglaterra y en
Escocia, donde se mantuvo estable, la población irlandesa se dobló hacia finales de la centuria.
Las comunicaciones también eran difíciles, las carreteras malas o simplemente inexistentes, y de su
interior apenas se tenían mapas: no fue hasta la década de 1650 cuando la isla apareció por primera vez
sistemáticamente cartografiada. Estos condicionantes físicos también afectaron a los intereses de Inglaterra
hasta que dejó de concebir a Irlanda como un territorio periférico: su ocupación por una potencia extranjera
podía hacer peligrar su propia seguridad y cortar sus rutas trasatlánticas. Enrique II logró someter a un gran
número de reyes y señores irlandeses, pero la falta de una tradición política centralizadora en Irlanda, la
guerra de los cien años contra Francia y la guerra de las rosas al interno de Inglaterra hicieron que el poder
efectivo de la corona inglesa en su isla vecina fuera muy limitado. Esto favoreció un proceso de
“balcanización”, con la aparición de multitud de espacios políticos prácticamente independientes, y un
paralelo resurgimiento cultural de los gaélicos y anglonormandos.
La población mayoritaria de Irlanda era de origen celta, de cultura gaélica y de religión católica. Esta
población nativa hablaba todavía en su mayoría gaélica y de religión católica. Esta población nativa hablaba
todavía en su mayoría gaélico-irlandés y conservaba una fuerte tradición oral. Se autodenominaban antiguos
irlandeses (old irish) para diferenciarse de cualquier recién llegado. Un tercer grupo social estaba constituido
por los ingleses que vivían en Dublin y su entorno y los nuevos colonos que participaban en los programas
estatales de colonización y plantación desde el reinado de Isabel I. la situación de autonomía de la isla y el
escaso interés por parte de la Corona inglesa cambiaron radicalmente desde mediados del XVI. El primer
paso de esta “segunda conquista de Irlanda” (la primera fue la conquista normanda del siglo XII) fue la
conversión del territorio de señorío a reino a través de la Kingship Act (Acta de la Corona de Irlanda, 1541).
Las dos dinastías más poderosas del Ulster, los O´Neill del señorío de Tyrone y los O´Donnell de
Tyrconnell (actual Donegal), superaron su rivalidad para llamar la atención del poderoso Felipe II de
España. Desde 1594 luchaban junto a otros señores gaélicos menores para impedir la extensión de la
autoridad de la Corona Inglesa en Irlanda. Tras años de espera y de dura resistencia, la ansiada ayuda militar
española llegó finalmente hasta la costa sur del país, en Kinsale, pero los aliados hispanoirlandeses fueron
derrotados en 1602.
Así pues, tras el final de la guerra de los nueve años (1603), la mayor parte de Irlanda estaba ya organizada
de una forma similar a Inglaterra. A nivel local se había creado nuevos condados al estilo inglés, siguiendo
los viejos señoríos gaélicos. Sólo quedaba el Úlster y esto se solucionó cuando Jacobo I anunció en 1609 la
plantación, distribución y división administrativa en seis condados de las tierras que habían pertenecido a los
O´Neill, a los O´Donnell y otros caballeros gaélicos. La isla era gobernada mediante un lord Lieutenant
(también llamado en la documentación oficial viceroy, virrey). Jacobo I había logrado consolidar la
presencia de la corona inglesa en Irlanda, pero no pudo lograr la convergencia de intereses entre las distintas
comunidades católicas y protestantes. La corona contó con la colaboración de los old English y de algunos
jefes gaélicos nativos para la eliminación de los últimos reductos de poder gaélico en la isla, el Úlster de los
O´Neill y los O´Donnell, pero los nuevos planes de colonización llevados a cabo en Connacht (oeste de
Irlanda) y en el mismo Úlster no cumplieron las expectativas de los colaboradores de la Corona. En la
práctica, tanto la población nativa irlandesa como la élite Old English asistieron a un creciente deterioro de
sus posiciones en Irlanda a favor de los nuevos colonos new English.
A lo largo de la década de 1630 la situación en Irlanda se deterioró progresivamente. Dese su llegada a la
isla en 1633, el nuevo virrey Thomas Wentworth (1593-1641) aumentó la presión fiscal con el objetivo de
reducir el déficit de la Corona en la administración de Irlanda. Como veremos en el siguiente capítulo, en
una situación de progresivo deterioro de la posición de Carlos I, la rebelión de Irlanda irrumpió con fuerza
en el escenario de la primera Revolución Inglesa.
1 En el resto de Europa las aristocracias cortesanas o basadas en los cargos, que dependían de los impuestos y los pagos del
Estado central, tendieron a entrar en conflicto con las aristocracias locales que obtenían sus ingresos de los pagos señoriales y
rentas comerciales, así como de cargos en organismos políticos provinciales o locales semiautónomos. Además, entre la clase
terrateniente inglesa y sus arrendatarios agricultores-capitalistas no había un abismo insuperable como el que separaba a las
aristocracias de buena parte de Europa y sus arrendatarios campesinos.
respectivamente, de una burguesía rural y urbana en ascenso y una aristocracia feudal en decadencia.
Basándose en este rechazo, que los lleva a deshacerse de cualquier base social sistemática para los conflictos
políticos del siglo, los revisionistas presentan una visión alternativa: durante las primeras décadas del
S.XVII, las unidades políticas efectivas eran incontables facciones cortesanas atomizadas, provincianas
comunidades condales, grupos de interés económicos definidos estrictamente y políticos ambiciosos, así
como, por supuesto, los monarcas y sus favoritos. En este marco, han entendido el vaivén de los
acontecimientos políticos en general como resultado de las luchas desorganizadas y a menudo mal
informadas entre las dispares unidades opuestas que pretendían garantizar sus intereses privados usualmente
efímeros y alcanzar sus ambiciones, concediendo naturalmente un peso desproporcionado a las grandes
figuras del reino: monarcas, principales ministros, Buckingham, grandes cortesanos y eclesiásticos, y
mayores aristócratas.
Me parece que la fundamental objeción a la concepción planteada por los revisionistas sobre la política del
S.XVII como algo constituido por choques entre intereses individuales y de grupo en esencia
particularizados dentro de un contexto político general de consenso ideológico es que puede demostrarse que
los conflictos políticos análogos sobre cuestiones constitucionales y religiosas esencialmente similares
estallaron en múltiples ocasiones durante el periodo anterior a la Guerra Civil y, de hecho, durante todo el
S.XVII, y que quienes se oponían entre sí en estos enfrentamientos plantearon constantemente su postura en
función de conjuntos de principios muy similares, principios que son incomprensibles meramente como
racionalizaciones improvisadas para propiciar intereses estrictamente personales, facciosos o locales a corto
plazo. Los historiadores se han pasado con demasiada facilidad de la incapacidad de la IST para especificar
las clases feudales y capitalistas claras y opuestas que se situaron en la raíz de los conflictos del S.XVII a la
conclusión de que la Revolución Inglesa muy poco o nada tiene que ver con la transición del feudalismo al
capitalismo. Esta conclusión negativa podría aceptarse a estas alturas si el único modelo verosímil que
pudiera relacionar la transición a la revolución fuera aquel en el que una clase terrateniente feudal y
representante de un modo de producción feudal se enfrentase a una clase capitalista y representante del
modo de producción capitalista.
Yo opino que los exponentes de la IST buscaron muy adecuadamente las raíces de los conflictos políticos
del S.XVII en problemas estructurales que afloraron como consecuencia de la transformación a largo plazo
de la sociedad inglesa en una dirección capitalista a partir del periodo medieval tardío. Los fallos principales
de su teoría derivan, por el contrario, de la posición básica de que la transición al capitalismo se produjo en
Inglaterra mediante la aparición de una sociedad burguesa ene l seno de una estructura feudal en gran
medida inerte y restrictiva que abarcaba una parte significativa de la clase terrateniente.
En contraste, yo partiría de la idea de que el capitalismo se desarrolló en Inglaterra desde finales del periodo
medieval mediante la autotransformación de la vieja estructura, específicamente la AUTOTRANSFORMACIÓN
DE LAS CLASES TERRATENIENTES. Como resultado, el ascenso del capitalismo se produjo dentro del
caparazón de la propiedad señorial y por lo tanto, a largo plazo, sin contradicciones con la aristocracia
terrateniente, ni en detrimento de ella, sino para beneficio de dicha clase. Al mismo tiempo, las «clases
comerciales», lejos de ser uniformemente capitalistas o estar ideológicamente unificadas, estaban divididas,
y de manera crucial enfrentadas entre sí como consecuencia de sus diversas relaciones con la producción, la
propiedad y el Estado. La transición del feudalismo al capitalismo equivalió en esencia a la transformación
de una clase cuyos miembros dependían económicamente, en último término, de sus competencias jurídicas
y del ejercicio directo de la fuerza sobre un campesinado que poseía sus medios de subsistencia en una clase
dominante cuyos miembros, que habían cedido el acceso directo a los medios de coerción, sólo dependían
económicamente de su propiedad absoluta de la tierra y de las relaciones contractuales con arrendatarios
comerciales libres y dependientes del mercado (que cada vez contrataban más trabajadores asalariados),
defendidos por un Estado que había acabado por monopolizar la fuerza.
La dependencia que los señores feudales tenían en último término de sus poderes extraeconómicos se
demostró en el período de caída de la población, a partir de mediados del S.XVI. En esta época, los señores
se vieron obligados a retornar a la reacción señorial y a la legislación parlamentaria para mantener sus
impuestos señoriales, pero no lograron impedir el hundimiento de sus señoríos bajo la presión de la
resistencia y huida de sus campesinos, lo cual les hizo perder la capacidad de recibir rentas coercitivas y de
impedir que los campesinos alcanzasen su condición de hombres libres. Acabaron, por lo tanto, dependiendo
económicamente sólo de su tierra, que ahora les resultaba muy difícil de valorar mediante rentas
determinadas por el mercado debido a un ratio trabajador/tierra muy bajo y, para empeorar las cosas, los
reclamos campesinos del derecho a heredar y mantener censos fijos. Pero los señores sí consiguieron
capacidad para exigir rentas comerciales y competitivas, no sólo consuetudinarias y fijas, a sus
arrendatarios, y sólo pudieron aprovechar el aumento de precios de los alimentos y la tierra que marcaron la
mayor parte de la Edad Moderna inicial, sino también la creciente competencia en el mercado de tierras y de
productos ente sus agricultores-arrendatarios comerciales. El resultado de este último cambio fue una
diferenciación social creciente y una significativa mejora agrícola, que propició el aumento de la
productividad agraria. Debido a su autotransformación –que en parte les vino impuesta y en parte fue
aplicada por ellos-, los grandes terratenientes consiguieron, así, acumular su gran riqueza y su poder social
directamente sobre la base de la propiedad y el desarrollo capitalistas.
A medida que se convertían en prósperos terratenientes comerciales que supervisaban una emergente
economía agraria capitalista, los terratenientes ingleses dejaron de exigir formas de ESTADO, de comunidad
política, ya fuesen locales o nacionales, que tuvieran como una de sus funciones centrales la de sostener
económicamente a los miembros de la clase dominante mediante el mantenimiento de formas de propiedad
privada políticamente constituidas, ya fuese permitiendo las exacciones señoriales a los campesinos o
concediendo la propiedad de cargos de recaudación tributaria centrales o locales. Se distinguían, de ese
modo, de la mayoría de sus homólogos continentales, que seguían dependiendo de formas de propiedad
privada políticamente constituidas precisamente porque estaban obligados a seguir manteniéndose mediante
la explotación coercitiva de los campesinos colonos. Al no necesitar poseer ya lo que de hecho era un trozo
del Estado, ya fuera un señorío o un cargo, para mantenerse económicamente, lo que las grandes clases
terratenientes necesitaban ahora era simplemente un Estado capaz de proteger su propiedad privada plena:
inicialmente, de bandas saqueadores de señores neofeudales y de campesinos que intentaban conquistar lo
que consideraban sus derechos consuetudinarios a la tierra; en último tiempo, de los precaristas sin tierras.
De este modo, a comienzos de la Edad Moderna se asociaron crecientemente con la monarquía en la
construcción de un Estado cada vez más poderoso y precozmente unificado que consiguió, a comienzos del
S.XVII, arrogarse el monopolio sobre el uso legítimo de la fuerza.
Por otra parte, la unificación del Estado a comienzos del S.XVII dejó a la MONARQUÍA en una posición
insólita respecto a la clase terrateniente. El Estado había aumentado su efectividad mejorando la
administración, ampliando su actividad a muchas esferas nuevas y acumulando una enorme y nueva riqueza,
especialmente tierras, en manos del monarca. Pero la monarquía siguió controlando efectivamente este
Estado mucho más poderoso y mucho más unificado porque mantenía, como legado del período medieval,
considerables recursos económicos y administrativos propios, y el derecho a nombrar a la mayoría de las
autoridades gubernamentales, al tiempo que sufría relativamente pocas limitaciones jurídicas respecto a lo
que podía hacer. En su calidad de grandes señores patrimoniales, los monarcas ingleses heredaron derechos
políticos a recursos económicos suficientes para mantenerse y constituir su propio clientelismo político,
compuesto por individuos que dependían de diversas maneras de la propiedad políticamente constituida,
creada y mantenida por la monarquía y por el propio grupo patrimonial. Al igual que los clientes dependían
del grupo patrimonial y del lugar que ocupaban en él para mantenerse económicamente, los monarcas
encontraban en el grupo patrimonial el núcleo de su propia base política. Sobre esta base, los monarcas
ingleses perseguían sus propios intereses y los de sus clientes. Pero estos intereses no siempre coincidían
con los de las clases terratenientes, incluso a pesar de compartir aquellos fundamentales, como el
mantenimiento del orden, la jerarquía y la unidad tout court.
El peligro de esta situación estuvo bien ejemplificado por los acontecimientos de Francia a finales de la
Edad Media y comienzos de la Edad Moderna. En Inglaterra este modelo de monarquía patrimonial planteó,
a fin de cuentas, la misma amenaza subyacente. Pero allí, EN CONTRASTE CON FRANCIA, las clases
terratenientes lograron asumir voluntariamente una función activa en la creación de un sistema de gobierno
unificado y un Estado efectivo precisamente porque la monarquía se vio obligada a efectuar el proceso de
construcción del Estado mediante una estrechísima colaboración con ellas. Esto se debió en parte a que la
transformación de los aristócratas en prósperos terratenientes capitalistas no sólo los había aliviado de la
necesidad de un Estado compuesto por señoríos o heredades asociados, de base local, para dominar a los
campesinos directamente, sino que también había restringido mucho el potencial de construir un Estado
absolutista basado en los tributos y los cargos al limitar la necesidad de cargos por parte de los terratenientes
como fuente de ingresos y restringir la cantidad de propiedades de tierras que podía gravarse sin enfrentarse
directamente a la clase terrateniente. Difícilmente podían, así, las clases terratenientes ver al Estado de
manera simplemente negativa, como una amenaza a su hegemonía propietaria y política local. Los
propietarios de tierras buscaban inicialmente un Estado monárquico más eficaz, del que el gobierno condal
era parte integrante, para defender sus propiedades frente a los campesinos y los señores neofeudales. Pero
también identificaron estrechamente sus propios intereses con el aumento de poder de la monarquía y del
Estado en otras áreas cruciales:
● Respaldaban la ampliación de la autoridad del monarca contra las pretensiones del papado
internacional y la jerarquía eclesiástica nacional.
● Deseaban fortalecer la posición geopolítica del Estado contra las amenazadoras potencias católicas,
principalmente España.
● Intentaron aumentar la base material de la monarquía (e indirectamente la suya propia) expropiando
las tierras de la Iglesia.
● En virtud de su creciente participación en el desarrollo del capitalismo nacional, tenían que favorecer
un gobierno más fuerte, capaz de regular la economía social con más eficacia.
● Dado que los precios que se pagaban por los productos agrícolas, así como la seguridad del orden
social ante las fluctuaciones comerciales e industriales dependían en gran medida de la salud de la
industria pañera, debían interesarse por la política gubernamental para regular la producción y el
comercio de paños, y especialmente por la verdadera capacidad del Estado para establecer y aplicar
dicha política.
En este contexto, el parlamento no debería considerarse como mero garante de la propiedad de los
terratenientes locales y de la posición de éstos en el Estado; servía de medio fundamental para la efectiva
colaboración de estos propietarios locales con la monarquía patrimonial en el funcionamiento del Estado y
en el gobierno del país. El hecho sigue siendo, sin embargo, que la FORMA DE ESTADO emergida en
Inglaterra a comienzos de la Edad Moderna era INMANENTEMENTE PROBLEMÁTICA. Como parte del mismo
proceso por el que emergió el capitalismo dentro del caparazón de la posesión comercial de tierras, los
poderes coercitivos y los derechos jurisdiccionales se separaron, por primera vez, claramente de la propiedad
privada y de los propietarios privados, de los que habían formado parte integral, y se concentraron en una
estructura estatal unificada, formalmente en posesión de la monarquía patrimonial. Al mismo tiempo, los
monarcas patrimoniales sólo podían, de hecho, ejercer un control restringido sobre el Estado, debido a sus
recursos materiales restringidos y su clientelismo patrimonial muy limitado de dependientes políticos, así
como su dificultad para gravar la tierra, dado que la mayor parte de ella era propiedad de una poderosa clase
terrateniente y no de los campesinos.
A pesar del nivel de unidad política sin parangón en Europa, el Estado medieval inglés sólo se mantenía
unido por la cooperación de los grandes señores territoriales y sus clientes, garantizada por el liderazgo del
monarca. El monarca, como señor entre señores, sólo podía dirigir el Estado basándose en la colaboración
continua de estos últimos. En contraste, cuando los Estuardo accedieron al poder, el inglés se había
convertido en un Estado unitario y, por lo tanto, ya no estaba limitado en último término por los poderes
privados de sus componentes relativamente independientes, como claramente ocurría aún en el tercer cuarto
del S.XV, cuando el gobierno nacional y local estaba paralizado por la fractura y cuando la descomposición
había asumido, en parte, la forma de numerosos conflictos descentralizados entre afinidades neofeudales. El
resultado fue la aparición de un problema estructural y constitucional muy nuevo. Limitarlo, defenderse de
él o hacer uso del Estado, que había dejado de estar sometido a grietas entre sus partes constituyentes, ya no
podía lograrse volviendo a fortalecer las competencias y privilegios locales o particularistas; tenía que
conseguirse asumiendo el control completo. Así, no era fácil impedir que aflorase la cuestión de los límites y
el control del Estado porque ésta tendía a suscitarse, al menos de manera implícita, siempre que el monarca
difería de la gran mayoría de las clases parlamentarias acerca de una cuestión política considerada
fundamental. Y desde el comienzo de la dinastía Estuardo, si no antes, había razones para esperar que
surgieran tales divisiones, en especial respecto a cuestiones interrelacionadas de la religión y la política
exterior.
Pero es un ERROR considerar que la ESCISIÓN de las clases parlamentarias hacia MEDIADOS DEL S.XVII se
debió a DIFERENCIAS FUNDAMENTALES acerca de principios y objetivos POLÍTICOS O RELIGIOSOS. La
clase terrateniente era, en una perspectiva transeuropea, muy homogénea en el aspecto socioeconómico, sus
miembros poseían aproximadamente los mismos intereses y compartían muchas experiencias vitales. Como
resultado, mantenían una perspectiva ideológica común, tanto desde el punto de vista religioso como del
político. La unidad social e ideológica de las clases parlamentarias se expresaba en el asombroso nivel de
coincidencia que existía entre los parlamentarios acerca del extensísimo programa político y religioso
aprobado por el Parlamento en el verano de 1641. La escisión es, por lo tanto, inexplicable si se tiene en
cuenta sólo la dinámica interna del Parlamento o de las clases parlamentarias; debe explicarse considerando
las fuerzas externas al Parlamento que actuaban sobre él y las clases terratenientes. Hay que entenderla,
específicamente, en función de dos hechos: que el Parlamento no podía esperar defender su programa de
1640-1641 sin el poder que le aportaba el movimiento masivo de Londres; y que una alianza con el
movimiento masivo londinense tenía ciertos resultados inevitables que no podían sino precipitar la división.
La Guerra Civil se produjo porque la mayoría del Parlamento se vio obligada a tomar la decisión estratégica
de asegurar su programa acudiendo al movimiento de masas.
La religión resultó ser un asunto decisivo fundamental, pero no porque monárquicos y parlamentarios, tanto
en el Parlamento como entre la clase dirigente en general, fuesen incapaces de llegar entre ellos a un acuerdo
acerca de la cuestión religiosa. La cuestión religiosa parecía divisiva porque se había politizado de un modo
muy específico, en especial durante la segunda mitad de 1641. Por un lado, el partido monárquico recién
creado había convertido la defensa del episcopado en una condición sine qua non para la defensa de la
autoridad monárquica y de la jerarquía social, al tiempo que identificaba –no sin razón- las exigencias de
mayor reforma religiosa con el radicalismo sociopolítico. Por otra parte, los militantes de Londres habían
convertido la reforma de raíz de la Iglesia en puntal básico de su programa religioso-político más amplio. La
Guerra Civil se produjo porque las clases parlamentarias estaban obligadas a intentar garantizar escogiendo
entre estas alternativas, y sacándoles el máximo partido.
El resultado fue un nuevo régimen político que a veces se ha calificado inadecuadamente de esencialmente
conservador. Es comprensible que la COMMONWEALTH pareciese conservadora a sus críticos niveladores y
pertenecientes a las iglesias separatistas de Londres, porque trazó una firme línea contra el aumento de la
democratización política y contra reformas adicionales que hubieran podido amenazar la propiedad privada.
Pero sus líderes, sus objetivos y sus logros fueron demasiado radicales para permitirle recibir la aceptación
de la abrumadora mayoría de las clases terratenientes parlamentarias que dominaron todo el gobierno inglés
antes de 1648 y después de 1660 y que consiguieron, en gran medida, moderar incluso la política de la
Commonwealth. Desde el punto de vista constitucional, la Commonwealth estableció la supremacía
parlamentaria basada en la soberanía popular, pero redujo la soberanía popular a poco más que la propia
soberanía parlamentaria.
La RESTAURACIÓN y sus consecuencias equivalieron a un significativo repudio de la revolución legislativa
parlamentaria de 1641 y de la gama de fuerzas que la habían respaldado: una alianza liderada por una clase
parlamentaria terrateniente, en su mayor parte capitalista, encabezada por grandes aristócratas preocupados
por aumentar el poder del Estado inglés para objetivos religiosos y comerciales, y notablemente apoyados
por mercaderes coloniales en América e intérlopes en las Indias orientales que ayudaron a liderar el
movimiento de masas londinense, compuesto principalmente por tenderos, artesanos, capitanes de barco y
algunos pequeños comerciantes al por mayor. Entre 1660 y 1688 por lo tanto, como entre 1618 y 1640, la
Corona consiguió en una serie de ocasiones iniciar experimentos políticos con los fines interrelacionados de
garantizar la independencia económica y administrativa para la monarquía y gobernar si el Parlamento, al
tiempo que buscaba la alianza de la principal potencia católica y absolutista de Europa, ahora Francia en
lugar de España. La correspondiente incapacidad de la política anti-absolutista para consolidarse era
evidente desde el momento de la Crisis de Exclusión. En los años 1678-1681, un gran capitalista
aristocrático, el conde de Shaftesbury, con intereses socioeconómicos y perspectivas ideológicas análogos a
los de las grandes clases terrateniente que habían encabezado el Parlamento en 1641, se sintió así obligado a
organizar una alianza de fuerzas muy parecida a la de 1641, a favor de un programa protestante y político
constitucional análogo al de 1641, que a su vez se había esbozado en 1628-1629 y en cierta medida limitada,
incluso a comienzos de la década de 1620.
No obstante, la alianza de fuerzas que apoyaba el programa excluyente de 1678-1681 se acercó menos que
su predecesora de 1641 a conseguir que el rey aceptase sus objetivos. Habiendo quedado traumatizada por el
resultado, en gran medida mal recibido, de la alianza parlamentaria con los radicales políticos y religiosos de
Londres y de otras partes durante la Guerra Civil, la gran mayoría de las fuerzas parlamentarias estaba
incluso menos dispuesta que en 1641 a intentar imponer su programa al rey mediante la movilización de un
movimiento de masas, todavía más temerosa del vínculo entre la religión no conformista y la política
revolucionaria, y probablemente más dispuesta aún a depender del rey y de su iglesia. El resultado de la
Crisis de Exclusión fue, de hecho, más parecido al de 1628-1629 que al de 1641: cuando los parlamentarios
fueron incapaces de desarrollar sus éxitos parlamentarios con la resistencia activa, el Parlamento se vio
disuelto y, tras un intervalo, se abrió el camino a un nuevo experimento de gobierno absolutista. Cuando
Jacobo II accedió al trono, el problema o paradoja fundamental de 1641 se había intensificado, si cabe: a
esas alturas las clases parlamentarias mantenían un programa de dominio parlamentario anti-absolutista,
pero estaban menos dispuestas aún a hacer lo estratégicamente necesario para oponerse activamente a un
monarca absolutista y asegurarse dicho dominio.
Por otra parte, en la segunda mitad del S.XVII, la EVOLUCIÓN SOCIOECONÓMICA no hizo sino ampliar el
peso ya sustancial que tenían en la sociedad las fuerzas que de manera más inflexible y militante habían
apoyado la revolución legislativa parlamentaria y anti-absolutista de 1641. Durante la Restauración, el
capitalismo agrario se consolidó más y la mejora agrícola se aceleró. Los grandes terratenientes se
impusieron a los pequeños terratenientes y a los propietarios que explotaban sus propias tierras, que se
vieron atrapados entre la caída de precios y la suba de impuestos. Además, los agricultores-arrendatarios
más eficientes, a menudo de mayor tamaño se impusieron a los menos eficientes, a menudo de menor
tamaño, a medida que la competencia se intensificaba en todos los mercados. Como consecuencia, la mejora
agrícola siguió proporcionando la base para el aumento de la población expulsada de la tierra, en especial en
la industria. El resultado fue que la clase terrateniente inglesa se volvió durante el periodo de la Restauración
todavía más firmemente arraigada en el capitalismo agrícola y más intrínsecamente vinculada a un dinámico
sector manufacturero. Al mismo tiempo, la revolución del comercio ultramarino, ya en pleno florecimiento
en 1650, había madurado mucho más, fortaleciendo profundamente, tanto desde el punto de vista absoluto
como relativo, a aquellos grupos sociales de mercaderes basados en las nuevas áreas de penetración
comercial. En el mismo período –de 1660 a 1700- el valor de las importaciones efectuadas desde las Indias
occidentales y Norteamérica, principalmente azúcar y tabaco, se duplicó, mientas que el de las
reexportaciones creció con mucha mayor rapidez. Simultáneamente, la riqueza y el poder político de quienes
comerciaban con esta región aumentaron de manera acorde.
Al darse en este contexto socioeconómico y político, la REVOLUCIÓN DE 1688 resultó revolucionaria y
gloriosa para sus partidarios. Gracias en gran medida a la intervención de Guillermo III, la Revolución de
1688 y sus consecuencias inmediatas consiguieron alcanzar para las clases parlamentarias el verdadero
milagro de garantizarles su programa sin necesidad de recurrir a una acción muy abiertamente subversiva o a
la movilización de las masas. Puede considerarse, por lo tanto, que los acontecimientos de 1688 y el periodo
inmediatamente siguiente representan la victoria de un programa muy similar al de 1641 y el
establecimiento en el poder de una alianza de fuerzas de apoyo a ese programa: por un lado, una aristocracia
agraria capitalista, anti-absolutista y protestante, partidaria de un Estado fuerte para el poder militar y
comercial internacionales y para la defensa contra las potencias católicas y, por otra, una dinámica clase
mercantil y empresarial en maduración, centrada en sacar el máximo provecho de las crecientes
oportunidades que podían derivar de los comercios de larga distancia y un imperio colonial en expansión, así
como de las finanzas de la guerra. Se observa una revolución en política exterior que condujo directamente a
la guerra con Francia y, a su vez, una resolución de muchos de los conflictos centrales que agitaban el país
desde hacía más de un siglo.
La victoria parlamentaria de 1688 y sus consecuencias inmediatas marcaron, por lo tanto, la consolidación
de ciertos patrones de desarrollo a largo plazo que ya habían diferenciado la evolución sociopolítica en
Inglaterra de la experimentada por la mayoría del continente a comienzos de la Edad Moderna, y el
establecimiento de otras tendencias que, en el transcurso del S.XVIII, la distinguirían más. La escena la
había preparado, por supuesto, la evolución precoz y enormemente profunda de un Estado nacional
unificado, capaz de proteger la propiedad privada absoluta de la tierra, en gran medida mediante la
eliminación de los señores regionales propios del feudalismo señorial y la monopolización del uso legítimo
de la fuerza por el gobierno. Ese proceso, en buena parte un logro del periodo Tudor, fue el producto
conjunto de una clase dominante de terratenientes cada vez más capitalistas y la monarquía patrimonial y
contrastó marcadamente en especial con la centralización francesa, que tendía a atacar pero después a
absorber dentro del Estado monárquico los intereses de los propietarios, así como las jurisdicciones y las
libertades locales y particularistas: desde los Estados provinciales a los parlements locales, los municipios y
los gremios.
La Revolución de 1688 y la legislación establecida en la década de 1690 fueron las que al fin situaron al
Estado inglés precozmente unificado bajo el dominio parlamentario e interrumpieron la tendencia al
absolutismo, a la erección de un Estado dirigido por el monarca patrimonial y su séquito, sin referencia a las
instituciones representativas, basado en sus ingresos independientes y en su administración financiera,
judicial y militar autónoma. Este resultado se diferenciaba también drásticamente de la evolución en Francia,
donde la monarquía patrimonial, con apoyo político de un enorme séquito dependiente de la propiedad de
cargos, alcanzó un grado significativo de autoridad para imponer tributos arbitrariamente, estableció un
ejército permanente y gobernó durante más de un siglo sin referencia a las instituciones representativas
nacionales.
La derrota de las tendencias absolutistas y la destrucción de la base patrimonial de la monarquía, junto con
la consolidación del dominio parlamentario, permitieron a las clases terratenientes asumir el control de los
impuestos, así como de la financiación y la administración del Estado: se preparó, así el camino para la
erección, en el S.XVIII, de un Estado centralizado y extraordinariamente poderoso, organizado con el fin
más o menos explícito y limitado de aumentar el poder internacional de Inglaterra. Este Estado, que
garantizó quizá niveles de tributación más elevados y formas de administración burocrática más avanzadas
que los que podían hallarse en cualquier otra parte de Europa, parece haber sido la contribución especial de
secciones de la especifica aristocracia capitalista de Inglaterra. El ascenso de una administración burocrática,
opuesta a la patrimonial, se hizo posible gracias a la capacidad de la clase terrateniente capitalista,
económicamente independiente, para permitir la creación de una estructura de cargos que no estaba diseñada
primordialmente para garantizar el mantenimiento económica de la clase dominante y que podía, así,
proporcionar carreras profesionales abiertas al talento. El enrome aumento de la tributación expresaba el
deseo de la aristocracia de construir y usar el Estado como un instrumento para el logro de ciertos objetivos,
principalmente el poder militar, comercial y colonial, así como también la defensa del protestantismo. Aquí
residía la fundamental diferencia del Estado inglés con el francés: este último seguía, mediante sus cargos y
privilegios, proporcionando rentas para ayudar a mantener o mantener directamente a la clase dominante
sobre la base de una propiedad privada políticamente constituida.
Fue la consolidación del dominio parlamentario –el control de la imposición de tributos y la disposición de
buena parte de los ingresos del gobierno por parte del Parlamento-, así como la tendencia al poder
internacional del Estado inglés que esto hizo posible, lo que proporcionó las condiciones fundamentales para
erigir el marco institucional para la revolución comercial, así como para la revolución financiera que
permitió una deuda nacional permanente. El Parlamento asumió entonces una posición central en la
reglamentación del comercio y la concesión de carta a las compañías comerciales y tomó medidas
inmediatas para permitir una movilización más libre y mayor del capital en las empresas internacionales. No
es coincidencia que en cada caso cumpliese las peticiones de aquellos grupos muy significativos de
mercaderes londinenses, basados fuertemente en los comercios de larga distancia y no reglamentados, y
estrechamente identificados con los whigs, que se habían mostrado más ansiosos por asumir, ampliar y
transformar la empresa comercial, pero a los que hasta entonces les habían impedido hacerlo las viejas
compañías restrictivas dominadas por los tories, que ahora habían perdido. Precisamente estos mismos
comerciantes fueron también los principales protagonistas mercantiles de la revolución financiera y
constituyeron el núcleo del nuevo Banco de Inglaterra. Muchos habían asumido el control del gobierno
municipal de Londres con el derrocamiento de 1688-1689. En este contexto, no parece descabellado
entender la voluntad del nuevo gobierno de conceder derechos políticos limitados a los disidentes en función
de la poderosa base de apoyo político y financiero proporcionado al nuevo régimen por los whigs
londinenses, en especial los mercaderes ultramarinos de la City asociados con el protestantismo no
conformista.
En resumen, la Revolución de 1688 y sus consecuencias no sólo realizaron el proyecto albergado en 1640-
1641 por la aristocracia capitalista parlamentaria; al hacerlo también realizaron, de manera políticamente
subordinada, el proyecto planteado en 1649-1653 por sus principales aliados no pertenecientes a las clases
terratenientes, los líderes coloniales americanos e intérlopes de las Indias orientales.
Robert Brenner
Mercaderes y Revolución, transformación comercial, conflicto político y mercaderes de ultramar londinenses
1550-1653
La interpretación social tradicional de la Revolución Inglesa
Durante las décadas centrales del siglo XX, la historiografía de los conflictos políticos de la era Estuardo estuvo
dominada por lo que podríamos llamar la interpretación social tradicional. Desde esta perspectiva, una burguesía en
ascenso, compuesta por comerciantes e industriales urbanos y por la Gentry y la yeomanry rurales, se desarrollo en los
intersticios del viejo orden, entro en conflicto con una vieja aristocracia que había sido incapaz de adaptarse a las
presiones y oportunidades de la emergente economía de mercado y derroto eventualmente a esta ultima durante el
transcurso de la revolución inglesa.
La comercialización y los precios en alza estuvieron en la naciente clase burguesa un impacto diferente del que
provocaron en la vieja clase feudal, por que cada uno de estos grupos ocupaban una posición social diferente, se
reproducían de distinta manera y tenían intereses propios.
Una nueva y emprendedora burguesía urbana pero sobre todo rural, compuesta por la Gentry y la yeomanry, saco ventaja
de los nuevos mercados y de las rentas crecientes para volverse cada vez mas rica y poderosa, por el contrario la mayor
parte de la antigua nobleza feudal terrateniente fue incapaz de adaptarse, la aristocracia tradicional se afirmaba, se
mantea a partir de los lazos feudales establecidos con sus seguidores.
Para empeorar las cosas la revolución de los precios castigaba de manera especial a los terratenientes incapaces o
carentes de la voluntad de elevar los arrendamientos, al mismo tiempo carentes de la voluntad de elevar los
arrendamientos, al mismo tiempo que beneficiaba a los arrendatarios y a la sub-arrendadores mas agresivos. La mas alta
aristocracia se vio lastimada por sus grandes exigencias de consumo suntuario, los magnates feudales bastardos debían
vivir como lords para conservar poder e influencia obre sus seguidores, la nobleza cortesana debía conspicuo consumo, la
Gentry no feudal activa y rural se fortalecía al igual que el tenente yerman y al granjero propietario.
Para finales del siglo XVI, la inmovilidad de los aristócratas los había colocado al borde de una crisis financiera,
mientras que la Gentry y los yeomen estaban cada vez más fuerte, para compensar sus dificultades económicas, la
nobleza se vio obligada a impulsar soluciones políticas busco el apoyo de la monarquía.
Proveyó socorro a través de la creación de cargos cortesanos, la entrega de monopolios comerciales e industriales y la
imposición de impuestos no parlamentarios sobre la economía burguesa en desarrollo, poniendo de esa manera grilletes
al crecimiento de la producción, como respuesta la burguesía en particular la Gentry se vio obligada, por su propio
interés material a luchar por la libertad comercial y los privilegiados parlamentarios, precipitando finalmente la
revolución en contra del estado absolutista y la nobleza feudal que lo apoyaba.
Esta interpretación social tradicional adolece de ciertas debilidades severas, ha sido incapaz de demostrar para el periodo
que va desde el reinado de Isabel hasta la revolución, la existencia de una clase capitalista y de una clase feudal
claramente diferenciadas desde el punto de vista económico obligadas por lo tanto a enfrentarse entre si.
La interpretación social tradicional ha sido incapaz de explicar por que dichos señores no pudieron bajo las presiones y
oportunidades económicas del periodo despedir a sus clientes y transformar sus casas para hacer un uso mas racional de
su tierra y recursos, o por que aquellos que fracasaron en adaptarse, no desaparecieron después de casi un siglo de
precios en alza e ingresos estancados.
El argumento de que la vida cortesana era particularmente cara para la nobleza se aplica principalmente al reinado de
Isabel, cuando la generosidad de la reina para con sus oficiales y cortesanos era reducida, la situación se revirtió durante
el reinado de Jacobo I y la primera parte del gobierno de Carlos I.
Síntesis resulta difícil trazar la existencia de una clara distinción de clase en el seno de los grandes propietarios rurales
para cuando comenzaba de la guerra civil, dado que la mayoría pertenecía a la misma clase, en Inglaterra la distinción
entre “nobility” y “Gentry” era inadecuada para marcar clases sociales diferentes, dado que los nobles se reclutaban por
lo general de la Gentry mas rica, mientras que los hijos menores de los aristócratas no heredaban el status nobiliario y
pasaban en consecuencia a engrosar las filas de la Gentry.
El fracaso en aportar evidencia convincente de que una clase feudal y otra capitalista tomaron rumbos económicos
divergentes y entraron en conflicto a partir de 1640, ha llevado al surgimiento de un cuadro de la evolución socio-
económica y política del periodo muy diferente, en oposición al desarrollo originalmente por los cultores de la
interpretación social tradicional.
En primer lugar resulta claro que lejos de sufrir una crisis económica en el periodo previo a la guerra civil los pares que
incluía la mayoría de los mas grandes terratenientes ingleses disfrutaron de un éxito económico remarcable y de una
sustancial mejora de su posición económica en la larga duración. De hecho no fue una era de declinación de la
aristocracia sino una etapa de desarrollo como lo fue para la clase terrateniente en general, ya que los años que
transcurren entre 1580-1640 fueron una época de cánones de arrendamiento y de precios agrícolas en ascenso, así como
de mejoras productivas. Tanto los nobles como la Gentry pudieron sacas provecho de ellos siempre y cuando cesaran de
reproducirse como una clase de magnates militares y asumieran la posición de propietarios absolutos del suelo y
terratenientes comerciales cuyos beneficios derivaban de la percepción de los cánones que pagaban sus arrendatarios.
El periodo témpano moderno fue testigo de un profundo proceso socio-económico que produjo una transformación de
toda la clase terrateniente en su conjunto; al comienzo del periodo este proceso que puede haber producido efectos
diferenciados, positivos o negativos en quienes se basaban ya en las emergentes relaciones sociales capitalistas de
propiedad y en quienes dependían aun de relaciones sociales feudales de propiedad. En segundo lugar como
consecuencia de su transformación socio-económica, la clase de los grandes terratenientes fue capaz de constituirse en
una aristocracia homogénea, pocas distinciones sociales o políticas importantes entre los ocupantes del máximo escalón
de las clases propietarias y los grandes terratenientes no nobles.
En tercer lugar muchos líderes nobles y otros grandes terratenientes dirigieron la revolución legislativa parlamentaria
entre en otoño de 1640-1641. la revolución inglesa contó inicialmente con una clase terrateniente socio-económica y
políticamente unificada, opuesta al monarca y a sus pocos seguidores, quienes provenían mayormente del grupo de
cortesanos dependientes, de la lata jerarquía de la iglesia anglicana, de los privilegiados comerciantes de la ciudad de
Londres.
En cuarto lugar, la clase terrateniente de Inglaterra considerada en sentido amplio, queda aun por demostrarse que
quienes apoyaron al parlamento en la guerra civil diferían entre si en términos de clase y que los clivajes socio-
económicos en el seno de la clase terrateniente fueron perse un factor significativo durante el desarrollo del conflicto
político.
Finalmente las compañías comerciales de ultramar, no conspira en contra de la interpretación social tradicional que
seguramente puede incorporar grupos de mercaderes de ultramar entre los sectores económicamente dependientes de la
corona y que no era la burguesía revolucionaria. Han sido incapaces de ir más allá de la proposición que postulaba la
existencia de una clase de comerciantes en sentido amplio.
El desafío revisionista
Seria un error llegar a la conclusión de que el fracaso de la interpretación social implica que los conflictos del siglo XVII
carecieron de fundamentos sociales. Hay que recordar que inicialmente el objetivo de la interpretación social tradicional
fue proporcionar una base social, una lógica social, para la por entonces aceptada visión que consideraba a los conflictos
del siglo XVII como producto de meras diferencias sobre asuntos constitucionales o religiosos.
La meta de los historiadores sociales era mostrar por que las personas fueron capaces de sostener en forma prolongada y
sistemática sus posiciones religiosas y constitucionales durante el conflicto. La tesis principal era que estos conflictos
ideológicos podían atribuirse a los diferentes efectos que el cambio económico (surgimiento del capitalismo) había
producido en las diferentes clases sociales.
La actual escuela revisionista ha fundado su desafío a las ortodoxias historiográficas tomando como punto de partida la
desacreditación de la principal hipótesis de la interpretación social tradicional: que las ideas religiosas y constitucionales
enfrentadas representaban armas ideológicas de una burguesía urbana y rural en ascenso y de una declinante aristocracia
feudal.
Los revisionistas han defendido una visión alternativa: que durante las décadas iniciales del siglo XVII las unidades de
política efectiva eran una mirada de facciones de corte atomizadas, comunidades parroquiales condales, grupos de interés
económicos definidos en términos muy estrechos, políticos ambiciosos y por supuesto, el mismo rey y sus favoritos. En
este marco buscaron comprender las ideas y las idas y vueltas de los eventos políticos como resultado de las luchas que
diferentes unidades competitivas llevaban adelante para asegurar sus efímeros intereses privados y para lograr sus
ambiciones particulares.
Los principios y las ideologías explicitas eran, para el análisis revisionista mas que explicaciones y justificaciones post
facto; carece de sentido hablar de un conflicto en el tiempo largo, sustentado en principios sistemáticos. Los revisionistas
consideran que en las primeras 4 décadas del siglo no existió sino un amplio consenso religioso y constitucional entre
todos los partidos del periodo.
La guerra dio lugar al conflicto interno porque expuso lo que era para Russell era el principal problema estructural del
país: la monarquía era incapaz de cumplir su responsabilidad en lo que hacia a la seguridad nacional, debido a la
sistemática incapacidad del aparato de estado existente para apoyar proyectos miliares de gran escala. El estado ingles no
era capaz de enfrentarse al desafío de la guerra externa a raíz del cerrado parroquialismo de las calases propietarias y a la
paralela carencia de recursos financieros y administrativos propios de la corona.
La sistemática disociación entre las ideas político-religiosas y el contexto social que se dio en el seno de la historiografía
como consecuencia del descrédito de la interpretación social tradicional, condujo en manos de los revisionistas a la
negación de que los conflictos políticos del siglo XVII pudieran explicarse en términos de un choque entre principios
religiosos y constitucionales contrapuestos, en lugar de ello tenemos la afirmación de que estos conflictos deben
comprenderse en su mayor parte como producto de accidentes o malos entendidos que tuvieron lugar casi siempre en
situaciones en las cuales el estallido de la guerra sometía al sistema político a presiones insoportables, allanando el
camino a la disruptiva intervención de las minorías religiosas mas fanáticas.
Hacia una nueva integración social
La principal objeción que se puede realizar a la tesis revisionista (que sostiene que la política del siglo XVII no fue más
que un conjunto de choques entre individuos y grupos particulares en el seno de un contexto ideológico-político general
de consenso).
Desde este punto de vista, la guerra proporciono la ocasión para el estallido del conflicto interno, pero ello no se debía a
que la misma generaba problemas irresolubles para una monarquía sub-financiada, enfrentada con una nación indiferente
a las necesidades del estado contemporáneo; se debió en cambio a que durante el siglo XVII los monarcas tendieron a
emprender guerras especificas y a perseguir políticas internacionales, que las clases propietarias sentadas en los escaños
del parlamento no aprobaban.
Brenner postulo que una de las mejores maneras de restituir el lugar que en el análisis de los conflictos del siglo XVII le
corresponde a las cuestiones religiosas y constitucionales, es volver a relacionar estas últimas con los contextos
sociopolíticos y económicos en los cuales surgieron.
También argumenta que los historiadores se han desplazado demasiado livianamente de la tesis tradicional que ligaba la
revolución con los conflictos de clase entre los sectores feudal y capitalista, hacia la afirmación que sostiene que la
revolución inglesa no tuvo nada que ver con la transición del feudalismo al capitalismo, esta conclusión negativa podría
sostener solo si el único modelo plausible capaz de ligar la transición con la revolución fuera uno en el cual una clase
terrateniente que represente al modo de producción feudal se viera enfrentada con una clase terrateniente que represente
al modo de producción capitalista.
Los más severos críticos del tradicional modelo Hill-Tawney-Stone han reconocido no solo que el largo periodo que va
de la guerra de las dos rosas a la guerra civil fue de hecho una era en la cual la clase dominante inglesa dejo de depender
del ejercicio de la coerción y de la extracción de excedente a nivel local, para pasar a subsistir gracias a las rentas
comerciales basadas en contratos pactados en el mercado, pagadas a los dueños de la tierra por los granjeros y
agricultores capitalistas que las usufructuaban; la conclusión a la que estos críticos llegan es que seria sorprendente que
estos cambios no hubieran tenido consecuencias para la naturaleza del estado ingles y el carácter de su política.
Brenner desde su punto de vista plantea que los exponentes de la interpretación social tradicional tenían razón al menos
en un punto: en buscar las raíces de los conflictos políticos del siglo XVII en los problemas estructurales que emergían
como consecuencia de las transformaciones de largo plazo de la sociedad inglesa en un sentido capitalista, a partir del
medioevo tardío. Las principales limitaciones de sus propuestas derivan por el contrario de su creencia en que la
transición hacia el capitalismo había tenido lugar en Inglaterra gracias a la emergencia de una sociedad burguesa dentro
de la matriz de una estructura feudal constrictora, que incluía a una parte significativa de las clases terratenientes de la
antigua nobleza; un segundo problema es su concepción del capitalismo como virtual equivalente de la sociedad
comercial.
El punto de partida del análisis de Brenner es que el capitalismo se desarrollo en Inglaterra desde finales del periodo
medieval por medio de la auto-transformación de las clases propietarias rurales, como resultado, el surgimiento del
capitalismo tuvo lugar dentro de la cáscara de la propiedad terrateniente y en consecuencia no fue en el largo plazo
contradictorio con los intereses de dicho grupo: no se produjo en detrimento sino en beneficio de la gran propiedad, al
mismo tiempo las clases mercantiles lejos de ser uniformemente capitalista o compartir una ideología unificada, se
hallaban divididas en función de los actores socio-políticos, como consecuencia de los diferentes intereses y experiencias
que los ligaban al desarrollo capitalista y sus efectos (mas precisamente a las nuevas relaciones de propiedad y a la
nueva forma de estado que eran producto de la transición hacia el capitalismo.
Lo que la transición del feudalismo al capitalismo produjo en el campo fue la transformación de la clase dominante de un
grupo que en último análisis dependía para su reproducción económica de sus poderes jurisdiccionales y del ejercicio
directo de la fuerza sobre y en contra de un campesinado con acceso a sus medios de autosubsistencia, en una clase
dominante cuyos miembros habiendo cedido el acceso directo a los medios de coerción, dependían en términos
económicos esencialmente con el derecho de propiedad absoluto sobre su tierra y de las relaciones contractuales con
agricultores comerciales libres y mercado-dependientes, propiedad defendía por un estado que había logrado a finales del
medioevo monopolizar con éxito el uso de la fuerza.
Los campesinos exigían el derecho a heredar sus tendencias y a trabajarlas mediante rentas fijas, en consecuencia los
señores sufrieron un desastroso retroceso en sus ingresos, consiguieron al menos asegurarse en la etapa subsiguiente la
propiedad absoluta de sus tierras, en parte en contra de los reclamos de los tenentes enfitéuticos y en parte conservando
las extensas reservas heredadas del periodo medieval, adquirieron la habilidad de extraer de sus rentas comerciales y
competitivas y fueron capaces de sacar ventaja no solo el aumento de los precios de la tierra y de los alimentos, sino
también de la competencia en que se enfrascaron sus propios arrendatarios/granjeros comerciales por el acceso a la tierra
y por la colocación de sus productos en el mercado.
El resultado fue el incremento de la diferenciación social en el campo y mejoras en la agricultura, que condujeron a un
aumento en la productividad del suelo, Su autotransformación la clase de los mas grandes terratenientes logro con éxito
acumular grandes dosis de poder y riqueza directamente sobre la base de la propiedad y el desarrollo capitalista.
La transición del feudalismo al capitalismo tuvo un impacto sobre la naturaleza de la aristocracia sino sobre la evolución
del estado ingles durante el periodo Tudor/Estuardo, desarrollo capitalista contribuyo al surgimiento de una nueva forma
de estado.
Para el siglo XVII la unificación del estado dejo a la monarquía en una posición sin precedentes en relación con las
clases propietarias rurales. La monarquía continuó unificada puesto que mantuvo como legado el periodo medieval,
considerables recursos financieros y administrativos que le eran propios y el derecho a cubrir la mayoría de los cargos
gubernamentales, al tiempo que existían escasas limitaciones de iure al ejercicio de su poder. Los reyes no solo eran
meros ejecutores sino también grandes señores patrimoniales, poseedores de bienes propios, que eran considerados por
los contemporáneos como inseparables del patrimonio del estado; en tanto señores patrimoniales, los reyes ingleses
heredaron derechos, políticas y recursos económicos suficientes para mantenerse y para construir su propio grupo de
clientes, el grupo patrimonial integrado por individuos que dependían de diversas formas de propiedad políticamente
constituidas.
El emergente estado patrimonial burocrático/fiscal pudo consolidarse gracias a 2 causas interrelacionadas, 1) fue capaz
de asegurarse una base enorme de recursos propios, obtenidos de la percepción de impuestos directos cada vez mas altos
pagados por campesinos a quienes el estado también aseguro formas seguras y permanente de propiedad, 2) sobre dicha
base la monarquía fue capaz de atraer y al mismo tiempo construir una monarquía fue capaz de atraer y al mismo tiempo
construir una aristocracia dependiente de los cargos, oficios y pensiones publicas, estos dos procesos fueron posibles en
parte por que los señores franceses solo habían logrado conservar una porción relativamente reducida de tierra propia
(reservas) y un acceso limitado al excedente producido por las tenencias campesinas (censive).
En Inglaterra, en tanto la monarquía patrimonial significaba la misma clase de amenaza para las clases propietarias
rurales, pero en contraste con Francia, la clase de los grandes terratenientes pudieron asumir un rol activo en la creación
de una política unificada y de un estado efectivo porque la monarquía se vio obligada a llevar adelante el proceso de
construcción del estado por medio de una mayor colaboración con ellos. Ello fue porque la transformación de los
aristócratas en exitosos propietarios capitalistas no solo los había aliviado de la necesidad de un estado basado enana
asociación de señoríos de base locas, destinados a dominar al campesinado en forma directa, había restringido el
potencial para la construcción de una estado absolutista fiscal/burocrático.
La forma de estado que emergió en Inglaterra durante el periodo temprano-moderno fue problemática, como
consecuencia del mismo proceso por el cual el capitalismo surgió dentro de la cáscara de la gran propiedad y de los
propietarios privados y se concentraron en la estructura del estado unificado formalmente en manos de la monarquía
patrimonial, al mismo tiempo los reyes patrimoniales en Inglaterra solo podían ejercer, en realidad, un control restringido
sobre el estado, como consecuencia de sus limitados recursos materiales y del numero relativamente reducido de sus
clientes y dependientes políticos.
Para cuando se produjo el acceso de los Estuardo al poder, el estado ingles se había convertido en un estado privado de
sus independientes integrantes como había sido el caso hasta el ¾ del siglo XV, cuando el gobierno nacional y local se
paralizo a raíz de las fracturas y quiebres que llevaron al estallido de numerosos conflictos descentralizados entre
diversas afinidades neo-feudales. Dese el comienzo de la era Estuardo, sino antes, había razones para esperar que dichas
divisiones surgieran a cada rato, especialmente en lo que respecta a las materias interrelacionadas de religión y política
exterior, las diferencias sobre la política externa tendían a sacar a relucir diferencias sobre la religiosa y viceversa y
ambas tendían a traer a la superficie cuestiones no resueltas en la relación entre monarquía y clase terrateniente
específicamente en lo que hacia a la capacidad fiscal independiente de la corona y a la administración de los recursos
públicos, en particular los ligados a la jerarquía eclesiástica.
Desde el comienzo del reinado de María Tudor y del acceso al trono de Elizabeth la gran mayoría de las clases
parlamentarias habían llegado a concebir la defensa de la religión protestante teológicamente ortodoxa como una
condición indispensable para la seguridad de la mayoría de los intereses vitales.
Un estado que se definiera como protestante calvinista se había vuelto al sine qua non de las clases parlamentarias, en
gran medida por que la construcción a la largo del periodo de los Tudor de un estado que defendiera sus intereses vitales
había tenido lugar en contra de fuerzas que sintéticamente se definieron como católicas o antiptotestantes. La
consolidación protestante era impostergable porque la condición del protestantismo tanto en el exterior como en el frente
interno, era precaria. Pero cuando los Estuardo asumieron el trono, la religión reformada estaba débilmente enraíza en
algunas regiones del país y parecía encontrar resistencia en regiones especificas y entre importantes sectores de la
población.
En esta situación durante el reinado de Jacobo I, muchos de los mas importantes lideres de las clase terrateniente, guiados
por descendientes lineales e ideológicos de lo que se ha llamado la causa protestante veían a la defensa de la religión
protestante como una causa indisoluble ligada a la lucha contra el anticristo papal, cuyo apoyo mas significativo era la
España católica.
El desacuerdo sobre una política exterior ideológicamente protestante tendía a reflejar o exacerbar las diferencias en
torno al consenso protestante calvinista y a las maneras en que debía entendérselo o defendérselo, no hay dudas de que el
calvinismo podía llegar a ser perfectamente compatible con la monarquía, la jerarquía episcopal y el orden social; pero
también es un hecho que la religión calvinista requería una intensa actividad intelectual y una autoconciencia practica,
tanto de parte de los practicantes como del clero, para cubrir en la lectura e interpretación de la biblia lo que la voluntad
de dios requería de cada un de los creyentes.
HILL, C. El mundo trastornado. El ideario popular extremista en la Revolución Inglesa (1972)
La revuelta al interior de la revolución tomó diversas formas. Grupos como los levellers, los diggers y los
hombres de la Quinta Monarquía ofrecían nuevas soluciones políticas. Diversas sectas –baptistas, cuáqueros,
etc.- ofrecían nuevas soluciones religiosas. Otros grupos –los seekers, los ranters y también los cavadores-
planteaban preguntas escépticas acerca de todas las instituciones y creencias de su sociedad. En realidad,
quizás una diferenciación demasiado tajante entre política, religión y escepticismo general pueda ser motivo
de confusión. Tendemos a imponer contornos demasiado nítidos en la historia temprana de las sectas
inglesas, a encontrar en las décadas de 1640 y 1650 creencias que en realidad son posteriores. Desde,
digamos, 1645 hasta 1653 se produjeron en Inglaterra enormes cambios y debates que llevaron a una nueva
evaluación de todas las cosas. Se cuestionaron las viejas instituciones, las viejas creencias, los viejos
valores. Los hombres se desplazaban con facilidad de un grupo crítico a otro, y un cuáquero de los primeros
años de la década de 1650 tenía mucho más en común con un nivelador, un cavador o un ranter que con un
miembro actual de la Socedad de Amigos.
Todo parecía posible: no sólo se pusieron en cuestión los valores de la vieja sociedad jerárquica, sino
también los nuevos valores, la misma ética protestante. Sólo de manera gradual se fue restableciendo el
control durante el protectorado de Oliver Cromwell, lo que condujo a una restauración del poder de la gentry
y luego del poder del rey y los obispos en 1660. Simplificando, existieron dos revoluciones en la Inglaterra
de mediados del S.XVII. Una, que tuvo éxito, estableció los sagrados derechos de propiedad (abolición de
las tenencias feudales, supresión de la tributación arbitraria), dio poder político a los propietarios (soberanía
del Parlamento y derecho consuetudinario, abolición de los tribunales privilegiados) y eliminó todos los
impedimentos para el triunfo de la ideología del propietario, la ética protestante. Hubo, sin embargo, otra
revolución que nunca estalló, a pesar de que amenazara con producirse. Esta revolución pudo haber
establecido la propiedad comunal y una democracia mucho mayor en las instituciones políticas y legales:
pudo haber acabado con la Iglesia estatal y arrinconado la ética protestante. El objeto aquí es examinar esa
revuelta que se produjo dentro de la revolución, así como el fascinante flujo de ideas radicales que hizo
brotar.
LOS HOMBRES SIN AMO. La esencia de la sociedad feudal era el vínculo de lealtad y dependencia entre
señor y vasallo. La sociedad tenía una estructura jerárquica: unos eran señores, otros sus siervos. Era una
sociedad agrícola relativamente estática, con lealtades y controles locales: no podía haber tierras sin
hombres ni hombres sin señor. Desde luego, la realidad nunca se correspondía con el modelo, y en el S.XVI
la sociedad iba haciéndose relativamente móvil: los hombres sin amo ya no estaban fuera de la ley y de
hecho existían en cantidades alarmantes. Tales hombres –siervos sin amo- constituían una anomalía, un
disolvente potencial de la sociedad. En primer lugar eran pícaros, vagabundos y pordioseros. Tales hombres,
casi por definición, carecían de motivaciones ideológicas. Hasta la década de 1640 parece haber existido
poco interés de las clases propietarias en ayudarlos. Presentaban un problema de seguridad, sólo eso. En
segundo lugar estaba Londres, cuya población probablemente se multiplicó por ocho entre 1500 y 1650.
Londres fue para los vagabundos del S.XVI lo que los bosques habían sido para los fugitivos de la justicia
de la Edad Media: un refugio anónimo. Un amplio sector de la población vivía muy cerca, cuando no por
debajo, de la línea de pobreza, poco influida por la ideología religiosa o política, constituía, no obstante, un
material idóneo para lo que a finales del S.XVII comenzó a llamarse el «populacho». El «populacho» era
básicamente apolítico: pudo ser utilizado por los presbiterianos contra el ejército en 1647, por los realistas
en 1660, por la Iglesia y los hombres del rey en el reinado de Ana. Pero su existencia constituía siempre una
amenaza potencial, especialmente en las épocas de crisis económica.
Una especie totalmente distinta de hombres sin amo eran los sectarios protestantes. Estos se puede decir que
habían elegido esa condición al optar por abandonar la Iglesia estatal, tan estrictamente amoldada a la
estructura jerárquica de la sociedad, tan firmemente controlada por los párrocos. Tan pronto como tuvieron
libertad para funcionar legalmente, las sectas organizaron para sus miembros servicios sociales, ayuda a los
pobres, etc.; proporcionaban seguridad social tanto en este mundo como en el venidero. Tales hombres se
encontraban fuertemente motivados y llevaron a sus conclusiones lógicas el principio individualista que
rechaza cualquier mediador entre el hombre y Dios. A consecuencia de las circunstancias de su vida en el
amplio anonimato de las ciudades y grandes poblaciones, habían escapado al dominio feudal. El nexo de su
unidad lo constituía la común aceptación de la soberanía de Dios, frente a cuyos deseos ninguna lealtad
terrenal podía ser tomada en consideración. Con ellos, Dios había sido democratizado, dejando de ser
simplemente el más grande de los señores feudales, una especie de superrey, para estar en todos los santos y,
en tanto todopoderoso, darles una parte de su poder. En cuarto lugar, entre nuestros hombres sin amo están
los equivalentes rurales a los pobres de Londres; los labradores y ocupantes ilegales de terrenos comunales,
baldíos y bosques. Lo mismo que las dos primeras categorías, de la rápida expansión de la población de
Inglaterra en el S.XVI fueron a veces víctimas y otras beneficiarios, a partir del nacimiento de la nuevas
industrias o del desarrollo de las antiguas. En peligroso equilibrio en la inseguridad de la semilegalidad, a
menudo carecían de señor del que estuvieran obligados a depender o del que pudieran esperar protección.
Tales hombres constituían una buena fuente de trabajo auxiliar para proyectos a gran escala de mejoras de la
agricultura. Mientras tanto subsistían, en los intersticios de la ciudad, pero aumentando numéricamente sin
lugar a dudas debido a la migración.
Finalmente, en quinto lugar, confundida con la cuarta categoría, aparece la población que se dedicaba al
comercio itinerante. En aquellos días de mercados restringidos, el número de artesanos existentes en los
pueblos y aldeas era mucho más alto que en la actualidad, y en los malos tiempos tenían que buscarse la
clientela en un área más amplia. Estos viajeros, sirviendo de enlace entre los páramos y los bosques, pueden
haber ayudado a extender las ideas religiosas radicales.
BOSQUES Y TIERRAS COMUNALES. «Los semilleros de mendigos son las tierras comunales, como muestran
los pantanos y los bosques», se dijo en 1607. La deforestación y los cercamientos fueron necesarios para
conseguir librarse de la «multiplicidad de mendigos». A los que disfrutaban de una situación acomodada no
les gustaban los ocupantes de las chozas. La «nueva especie de intrusos advenedizos» en las chozas ilegales,
incrementados sin lugar a dudas con los desórdenes de la Guerra Civil, el desarraigo del pueblo y el
derrumbamiento de la autoridad, a menudo tenían más medios económicos «que el honrado, sencillo,
modesto y angustiado campesino», y ciertamente eran menos dóciles. Existían dos políticas opuestas en
relación con los bosques, los terrenos comunales y los baldíos. A medida que aumentaba la población y se
construían nuevas chozas, la madera se iba consumiendo y los comunales se iban abarrotando de animales,
con frecuencia pertenecientes a hombres ricos: la nueva (y más codiciosa) gentry, que acaparaba chozas para
aprovecharse de su derecho a llevar su ganado a pastar en dichos terrenos. Tales hombres tenían «tierras
propias para mantener el ganado en el invierno o para cuando se agotan las tierras comunales, y los pobres, a
falta de tales provisiones, no tienen ningún tipo de recursos». Y sin embargo, a pesar de todo ello, las tierras
no eran fertilizadas. Pese las prohibiciones existentes, los muy pobres recogían el estiércol de los pastos
comunales para utilizarlo como combustible.
La política real de deforestación y cercamientos, o de desecación de los pantanos, en la forma en que se
aplicó antes de 1640, llevó consigo la ruptura de un modo de vida, un brutal menosprecio de los derechos de
los comuneros. Una de las consecuencias de aquella política fue la de obligar a los hombres a depender en
exclusiva del trabajo asalariado, al que muchos consideraban sólo un poco mejor que la esclavitud. Así se
aumentaba el empleo pero se ampliaba también la distancia entre las clases. Como era de esperar, existió
una gran hostilidad popular antes de 1640 hacia los programas de deforestación y cercamientos, y cuando
estos programas se vinieron abajo en la década de 1640, los comuneros recuperaron sus derechos en todas
partes. Durante la Guerra Civil quedaron sin efecto las leyes forestales y se robó mucha caza y madera. La
necesidad económica de aprovechar los baldíos y los bosques de modo que contribuyeran tanto a aumentar
la provisión de alimentos como a proporcionar trabajo, parecía obvia a los escritores sobre temas agrarios de
esas décadas. Pero los folletistas se dieron cuenta entonces de que había que realizar acciones encaminadas a
salvaguardar los intereses de los comuneros, ya que si bien «la mejor parte» apoyaba los cercamientos, «la
mayor parte» no lo hacía.
Los cavadores argumentaban que ningún estatuto podía privar al pueblo llano de sus derechos sobre las
tierras comunales. Pero este interés, válido o no respecto a la ley abstracta, no pudo hacerse respetar hasta
1640, momento en que los comuneros pudieron reafirmar sus derechos por medio de la acción directa.
WINSTANLEY pensaba que todas las tierras en régimen de enfiteusis «son parcelas cercadas en el interior de
terrenos comunales o baldíos arrebatados a los ingleses desde los tiempos de la conquista normanda». El
programa agrario radical fue derrotado junto con niveladores y cavadores. A partir de 1649, el Parlamento
Depurado –Rump Parliament- no hizo nada por estimular la reforma agraria, a pesar de las continuas
protestas. Por el contrario, se aprobaron leyes para desecar pantanos y proteger a los ciervos de los
cazadores furtivos.
NIVELADORES Y VERDADEROS NIVELADORES. Los años comprendidos entre 1620 y 1650 fueron años
malos; la década de 1640 fue, con mucho, la peor del período. Al desbarajuste ocasionado por la Guerra
Civil vinieron a sumarse una serie de cosechas desastrosas. Entre 1647 y 1650 los precios de los alimentos
subieron en espiral, los salarios quedaron muy por detrás y el coste de vida se elevó de forma importante.
Los impuestos no habían sido nunca tan gravosos. Fueron unos años en los que las ventas de las tierras de la
Iglesia, la Corona y los realistas quebrantaron las tradicionales relaciones entre propietarios y arrendatarios,
al mismo tiempo que los soldados licenciados intentaban hacerse de nuevo con un medio de vida. La
situación económica y política era particularmente explosiva en los primeros meses de 1649. Los
niveladores y los radicales del ejército tenían la sospecha de que habían sido engañados en las negociaciones
que condujeron al proceso de ejecución del rey en enero, y que los grandes del reino pertenecientes a la secta
puritana de los independientes se habían apoderado de las reformas republicanas que su programa contenía,
sin hacer ningún tipo de concesión efectiva al contenido democrático del mismo. La ínfima cosecha de 1648
produjo una generalización del hambre y el desempleo, en especial entre los soldados licenciados. Las
gentes pobres «no fueron nunca tan indiferentes con respecto a Dios como en estos tiempos». Este era el
marco en el cual exigían una drástica reforma social en favor de los pobres no sólo los niveladores, sino
también Peter Chamberlen, John Cook y muchos otros. Era también el marco en que se desenvolvían las
actividades del movimiento de los cavadores o verdaderos niveladores.
El domingo 1 de abril de 1649 un grupo de pobres se reunieron en la Colina de St. George y comenzaron a
cavar la tierra baldía allí existente. Se trataba de una asunción simbólica de la propiedad de las tierras
comunales. El hecho de que se comenzara a cavar el domingo constituía un rechazo nuevamente simbólico
de las devociones convencionales. El número de los cavadores pronto se elevó. La colina estaba justo en las
afueras de Londres, fácilmente al alcance de cualquier pobre de la ciudad que pudiera estar interesado en la
colonia. A esta zona llegó Gerrard Winstanley no después de 1643, luego de su fracaso en Londres como
pañero. Los propietarios de tierras del área circundante a la colina estaban más inquietos con los cavadores
que el Consejo de Estado del General Fairfax, que mantuvo una serie de amigables conversaciones con
Winstanley. Tampoco Oliver Cromwell pareció alarmarse demasiado. Pero el párroco Platt y otros señores
de Surrey organizaron incursiones contra la colonia, así como un boicot económico, y hostigaron a los
cavadores con acciones legales. Incluso después de que los cavadores se trasladaran a Cobham Heath, a unos
pocos kilómetros de St. George, continuaron las incursiones, y en abril de 1650 la colonia había sido
dispersada, las chozas y los enseres quemados y los cavadores expulsados. Todo ello constituyó un breve
episodio de la historia inglesa, en el que se vieron implicados un puñado de hombres y sus familias. Pero los
historiadores se están dando cuenta de que aquello no constituyó un incidente tan aislado como se
acostumbraba a pensar.
Los CAVADORES se denominaban a sí mismos «verdaderos niveladores». Los niveladores nunca
constituyeron un partido o movimiento unido y disciplinado. En Londres debió haber un amplio número de
simpatizantes que nunca se identificaron completamente con todos sus puntos de vista. Existía un ala
moderada y constitucional y otra más radical dentro del ejército y entre la clase popular de Londres. Este ala
se interesó menos por las cuestiones constitucionales y más por las económicas, por la defensa del pobre
contra el rico, del pueblo llano contra los poderosos. Sus portavoces pueden haber reflejado las ideas
comunistas agrarias que hacía tiempo circulaban en Inglaterra, reforzadas por las teorías anabaptistas que
denunciaban ferozmente los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia de Inglaterra. Lo mismo que muchas
ideas soterradas, las teorías comunistas afloraron a la superficie con la libertad de la década de 1640. El ala
radical de los niveladores prosperó no sólo en Londres y en el ejército, sino también en los distritos
campesinos, donde la tradición de la revuelta popular aún subsistía.
La colonia de los cavadores de St. George puede ser vista como un ejemplo particularmente bien
documentado de una tendencia que se repitió en muchos otros lugares, en donde el pensamiento y la acción
de «niveladores no oficiales» llegaron mucho más lejos que los dirigentes constitucionalistas y enarbolaron
la cuestión de la propiedad en formas que estos últimos encontraban embarazosas. Solamente esto puede
explicar la determinación de Ireton en los Debates de Putney de acusar a los portavoces niveladores de
comunismo, a despecho de sus indignadas negativas. Así, los cavadores de St. George fueron sólo la punta
visible del iceberg de los verdaderos niveladores; y Winstanley hablaba en nombre de aquellos a quienes los
« constitucionalistas» habrían privado de sus derechos políticos: sirvientes, jornaleros, indigentes, los
económicamente dependientes. Según dice Winstanley, la oposición a los cavadores provino, aparte de la
gentry y los párrocos, sólo «de uno o dos terratenientes codiciosos, que consideraban las tierras cercadas
como propias». Es interesante el hecho de que, en vísperas de su prohibición, los niveladores estuvieran
empezando a conseguir el apoyo del norte y del este, antiguas zonas realistas, desde los mineros del estaño
de Cornualles hasta los labradores de Bristol, Somerset y Lancashire. En realidad, ésta puede haber sido una
de las razones de su prohibición. Según dice un folleto oficial, «los niveladores enviaron emisarios para
alzar al sirviente contra el amo, al arrendatario contra el arrendador, al comprador contra el vendedor, al
prestatario contra el prestamista, al pobre contra el rico».
A partir de 1649, los niveladores fueron divididos y reprimidos. El ala moderada difería sólo en grado de los
grandes del reino de la secta independiente, puesto que ambos admitían la inmutabilidad de las relaciones de
propiedad establecidas. En los primeros meses de 1649, los grandes se apoderaron del ropaje republicano de
los niveladores y dejaron a los niveladores constitucionales sin base alguna que atrajera a la mayoría
campesina de la población. Después de que Burford hubiera acabado con sus esperanzas políticas, diversos
miembros del partido asumieron las reivindicaciones de algunas de las víctimas de los cercamientos, pero
entonces ya era demasiado tarde para que se convirtieran en dirigentes de un partido específicamente
antiseñorial. Sólo sirvieron para potenciar los argumentos demagógicos de Oliver Cromwell, quien metía en
el mismo saco a niveladores y verdaderos niveladores, para descalificarlos de conjunto. Incluso los
regimientos que se rebelaron en Salisbury en 1649 tuvieron que insistir en que «la nivelación de vuestras
tierras» no formaba parte de sus reivindicaciones. Los niveladores constitucionales no estaban en
desacuerdo, en lo fundamental, con el tipo de sociedad que estaba produciendo la revolución inglesa.
Aceptaban la santidad de la propiedad privada, y su deseo de extender la democracia se encontraba dentro de
los límites de la sociedad capitalista. Aquí nos centraremos en aquellos radicales ingleses que cuestionaron
las instituciones y la ideología de esa sociedad, y así los niveladores constitucionales desempeñan en este
texto un papel menos importante que el que requeriría su importancia histórica. Hay que insistir en que los
niveladores constitucionales fueron un ala izquierda muy radical del partido revolucionario: su rechazo del
capitalismo no fue, como entre otros grupos, retrógrado, negativo y falto de realismo. El grupo del que
menos puede decirse esto es el de los verdaderos niveladores.
Si veos al New Model Army como una efímera escuela de política democrática, las tierras comunales, los
terrenos baldíos y los bosques fueron escuelas de democracia económica de mayor duración, aunque menos
intensivas. WINSTANLEY pensaba que entre la mitad y las dos terceras partes de la superficie de Inglaterra
no se encontraba adecuadamente cultivada. Una tercera parte estaba constituida por terrenos baldíos
improductivos que los dueños de los señoríos no permitían que fueran cultivados por los pobres. Para
Winstanley, Jesucristo fue el primer nivelador. Su pensamiento incorpora muchas de las ideas niveladoras,
pero él va más allá de la visión del pequeño propietario, en su hostilidad hacia la propiedad privada como
tal. Él había dicho a Fairfax en 1649 que el propósito de los cavadores «no era solamente acabar con el
vulgo normando y restaurar las leyes sajonas. No, no es ése, sino restaurar la pura ley de justicia anterior a la
Caída». Winstanley no quería saber nada de la religion tradicional. Su anticlericalismo fue mucho más
drástico, seguro y sistemático que el de cualquier otro escritor de la época de la revolución, y existieron
muchos anticlericales entre ellos. «¿Cuál es la razón», se preguntaba, «de que las personas sean tan
ignorantes en lo que respecta a sus libertades y, por tanto, tan poco aptas para ser elegidas como
funcionarios de la república?» Porque, respondía, «el viejo clero real inculca continuamente sus ciegos
principios al pueblo, y de este modo fomenta en él la ignorancia». A la acusación de que sus creencias
destuirían todo gobierno y todo sacerdocio y religión, él replicaba muy fríamente en The Law of Freedom:
«es muy cierto», y adelantaba explicaciones psicológicas de la creencia en un Dios exterior y en los ángeles.
Una de las cosas más sorprendentes de Winstanley es el uso mitológico que hace del material bíblico. Su
actitud crítica hacia los textos de las Escrituras es muy clara, y señalaba varias contradicciones, como por
ejemplo que la Biblia insinúa la existencia de hombres antes de Adán. Pero Winstanley lo utilizaba no sólo
de manera negativa, para desacreditar la narración bíblica, sino para insistir en que la historia de Adán y Eva
debe ser tomada en sentido metafórico y no en sentido literal. Por implicación, negaba la inspiración de la
Biblia, al igual que los ranters y el cuáquero Samuel Fisher. En realidad, Winstanley no estaba
verdaderamente interesado en la verdad histórica o no de la Biblia. La Biblia debía usarse para ilustrar
verdades de las que uno estuviera ya convencido, y Winstanley estaba dispuesto a utilizar los Hechos de los
Apóstoles 4-32 para justificar la comunidad de bienes. Este poético interés por el significado espiritual más
que por la verdad histórica le permitió combinar el mito de la caída con el mito de la conquista normanda:
«la última conquista esclavizadora que sobre Israel logró el enemigo fue la normanda sobre Inglaterra».
Igualmente alegórica es la utilización que hace de las historias de Caín y Abel, y de Esaú y Jacob: el
hermano menor es el «pobre oprimido» y el mayor el «rico propietario». Winstanley se apropió de otras
creencias populares y las transformó, como hizo por ejemplo con el mito del Anticristo. Los teólogos
ortodoxos decían que el papa era el Anticristo. Los puritanos más radicales llegaron a considerar a los
obispos, y en realidad a toda la Iglesia de Inglaterra, como anticristianos, y a la Guerra Civil como una
Cruzada por Cristo contra el Anticristo. De nuevo Winstanley fue más lejos todavía, considerando a la
misma propiedad como anticristiana, personificación de la codicia y el egoísmo y responsable de la Caída.
EL PECADO Y EL INFIERNO. En el protestantismo los mediadores sacerdotales ya no tenían razón de ser
porque cada creyente tenía un sacerdote en su propia conciencia: el arrepentimiento y la absolución externos
eran reemplazados por la penitencia interna. La doctrina luterana del sacerdocio de todos los creyentes
destruía el viejo entramado jerárquico de la Iglesia y colocaba al hombre cara a cara con Dios. Si bien el
protestantismo hace hincapié en el hecho de que unos hombres están predestinados a salvarse y otros no, es
un error subrayar solamente los aspectos fatalistas. Para los propósitos prácticos de la vida en sociedad, su
importancia radica en ser una doctrina de libertad del elegido, que por la gracia divina se ve individualizado
de la masa de la humanidad. Esta doble sensación de poder –la riqueza en sí mismo y la fortaleza de la
unidad- produjo aquella notable liberación de energía típica del calvinismo y de las sectas durante este
período. Los hombres se sentían libres: libres con respecto al infierno, con respecto a los curas, del miedo a
las autoridades de este mundo, de las ciegas fuerzas de la naturaleza, libres con respecto a la magia. La
libertad podía ser ilusoria, un autoengaño psicológico interno, o podía corresponder a la realidad exterior,
por cuanto que probablemente iba a ser experimentada por hombres que económicamente eran
independientes. Pero incluso la libertad ilusoria podía dar al hombre el poder de conseguir la libertad real, lo
mismo que la magia ayudaba al hombre primitivo a cultivar sus campos.
En una sociedad en la que el contrato estaba llegando a ser más importante que el estatus, el hincapié en la
herencia de la Caída de la Iglesia tradicional estaba empezando a parecer anticuado. En los primeros años
del S.XVII la teología puritana estaba reaccionando ante el nuevo panorama social con la teología del pacto:
Dios pactaba la salvación con sus elegidos de forma sumamente legalista. Esto tenía una consecuencia muy
curiosa. En la teología del pacto, Adán (y Cristo) se convertían en figuras representativas en las que se
resumía el estado de toda la humanidad: como personas públicas. Ya no sufrimos por el hecho de ser
herederos de Adán, sino por el hecho de que Adán fue nuestro representante. La virtud imputada a Cristo no
proviene totalmente de fuera, sino que es conseguida para nosotros por nuestro representante. Esto abría
unos horizontes más amplios de lo que podían imaginar los teólogos del pacto. William Erbery iba a sugerir
que el NMA era «el Ejército de Dios como persona pública y no con fines particulares». Cuando llegó la
Guerra Civil, la apelación al apoyo de las masas tuvo que ser todavía más directa, menos discriminatoria:
todo el que quisiera luchar contra el Anticristo sería bienvenido. Muchos de ellos llamaban al pueblo llano a
la acción política, dando esperanzas milenaristas en especial a los pobres y humildes. Con todo, ningún
calvinista podía lógicamente tener confianza alguna en la democracia: su religión era para los elegidos, una
minoría por definición.
Exhortar a las masas impías a luchar contra el Anticristo quizás no era más ilógico que recurrir al duque de
Buckingham para reformar la Iglesia, pero era mucho más peligroso. Una vez que le pueblo llano hubo
gustado los prohibidos deleites de la libertad, no podía recibir con agrado el establecimiento de un sistema
disciplinario severo para aplicar un código moral rígido: escorpiones presbiterianos en lugar de látigos
episcopales. Los tribunales eclesiásticos antes de 1640 habían sido irritantes, pero laxos e ineficaces. Pero la
disciplina presbiteriana era algo muy distinto. El protestantismo comenzó presentándose como una gran
liberación del espíritu humano, pero solamente una década después de la protesta de Lutero tuvo que hacer
frente a una revuelta campesina que atacaba la propiedad y la subordinación social, tal como las entendía
Lutero. Y en la década siguiente, los anabaptistas de Münster se levantaron contra la totalidad del orden
social existente. La imprenta hizo posible el protestantismo porque facilitó la rápida divulgación de la
teología popular entre las personas que sabían leer, especialmente en las ciudades. Una vez que las masas se
sumaron a la actividad política, bien en Alemania en el S.XVI, bien en Inglaterra en el XVII, era lógico que
algunos exigieran la salvación para sí mismos. Los anabaptistas alemanes y holandeses fracasaron en su
intento de tomar el cielo por asalto.
En el círculo de Ralegh hacia finales del reinado de Isabel circularon poesías insinuando que Dios, la otra
vida, el cielo y el infierno eran todos ellos «simples ficciones». La religión era «en sí misma una fábula»,
inventada de manera deliberada «para mantener a la clase baja atemorizada» cuando se establecieron la
propiedad privada, la familia y el Estado. Si el pecado era una invención, ¿qué justificaba entonces la
propiedad privada, la división de la sociedad en clases, el Estado que protegía la propiedad? Nadie pudo
evitar que estas cuestiones fueran discutidas de manera general en la década de 1640. Winstanley invirtió la
fórmula tradicional: la caída no fue la causa de la propiedad, sino que fue la propiedad la causa de la Caída.
«El poder estatal, los ejércitos, las leyes y la maquinaria de la justicia, las prisiones, los patíbulos; todo ello
existe para proteger la propiedad que los ricos han robado a los pobres. La explotación, no el trabajo, es la
maldición». Winstanley sugería que la doctrina de la predestinación era un espejo del orden social desigual:
«el gobierno real ha realizado la elección y la exclusión de los hermanos desde su nacimiento hasta su
muerte, o desde la eternidad hasta la eternidad».
Codo a codo con el protestantismo, el culto de la magia, tan popular en el S.XVI y a comienzos del XVII,
ofrecía también al hombre, mediante el dominio de los secretos de la naturaleza, la liberación de las
consecuencias de la Caída. Francis Bacon heredó algunas de estas tradiciones en la misma medida que el
protestantismo. Porque, aunque Bacon aceptaba la caída del hombre, rechazaba la doctrina calvinista de la
depravación humana. Compartía la esperanza de alquimistas y escritores mágicos en que la abundancia del
Edén podía ser recreada en la tierra, en el caso de Bacon mediante el experimento, la habilidad mecánica y
el intenso esfuerzo cooperativo. La popularización de sus ideas después de 1640 ayudó así a liberar a la
humanidad del fantasma que la había atemorizado durante tantos siglos: el pecado original. Lo que la
alquimia y el calvinismo tenían en común era la pretensión de que la salvación procedía del exterior, de la
piedra filosofal o de la gracia de Dios. Bacon extrajo de la tradición mágico-alquímica la moderna idea de
que los hombres podían ayudarse a sí mismos. Esto, junto con los dramáticos acontecimientos de la
revolución inglesa, contribuyó a transformar la contemplación retrospectiva de una edad dorada, de un
paraíso perdido, en una esperanza de una vida mejor aquí en la tierra que podía conseguirse mediante el
esfuerzo humano. De esta forma, en la década de 1640 se dieron muchas tendencias de pensamiento
convergentes que se oponían a los dogmas ortodoxos y tradicionales del pecado original. Los conservadores
se unían en defensa del pecado, mientras del otro lado se teorizaba cada vez más sobre la función social del
pecado: «si el Paraíso fuera a ser reimplantado en la tierra, Dios nunca hubiera expulsado al hombre del
mismo».
Si se ponía en duda la existencia del pecado y de la caída, nada era sagrado, ni siquiera las leyes eternas de
Dios, ni siquiera el propio infierno. La abolición protestante del purgatorio sólo dejaba una eternidad de
gloria o una eternidad de tormento. Junto con la abolición de los ángeles de la guarda, de la mediación de los
santos, de los conjuros y demás magia eclesiástica protectora, el efecto fue una enorme tensión para aquellos
que aceptaban literalmente esta doctrina. Así, los hombres llegaron a poner en tela de juicio no sólo las leyes
eternas, sino incluso la existencia de Dios. Hacia 1650 muchos de los conocidos de Ludowick Muggleton
decían tanto con sus corazones como con sus lenguas que no existe Dios, sino solamente la naturaleza.
Winstanley creía que al final toda la humanidad se salvaría porque carecía de sentido creer en un Dios
omnipotente y benéfico dispuesto a atormentar a sus criaturas por toda la eternidad. Esta doctrina era uno de
los muchos cabos que conducían a la decadencia de la creencia en el infierno durante el S.XVII. Sin
embargo, dicha afirmación no pone suficientemente de relieve la contribución de los radicales intelectuales a
esta aparición de una moral más aceptable. Winstanley llevó a una conclusión lógica sus pensamientos
teológicos, insistiendo en que la caída no fue un acontecimiento presocial sino que las corrupciones de una
sociedad basada en la propiedad reviven la caída en cada individuo. «Dios –esto es, la Razón- redime a los
hombres del único infierno verdadero, el infierno que mutuamente han creado en la tierra. El infierno existe
en los hombres a causa de la mala organización de la sociedad, y la imagen es utilizada luego para perpetuar
esta sociedad por parte de aquellos que se benefician de ella».
A medida que las clases bajas se iban considerando libres para discutir las cosas que a ellas les interesaban,
la función social del pecado y del infierno iba siendo subrayada cada vez más. Pero demoler resultaba más
fácil que reconstuir. Los hombres podían seguir dando explicaciones psicológicas pero, sin una revolución
total, resultaba más fácil interiorizar el infierno que abolir la idea en su conjunto. En la desesperación y el
ateísmo generalizados de los últimos años de la década de 1640 y primeros de la de 1650 podemos percibir
el impacto de la crisis revolucionaria sobre las certidumbres del calvinismo tradicional. Hasta que los
hombres hubieran desarrollado una teoría más sólida de la historia, de la evolución, el ateísmo solamente
podía ser un doctrina negativa en un universo estático. Los ateos difícilmente podían ser el motor de una
transformación de la sociedad: para los revolucionarios, Dios era el principio de cambio. Si perdían la fe en
Dios, ¿qué les quedaba? Winstanley, que de los radicales fue el que más se aproximó a un concepto de
evolución, fue también el que más se aproximó a la elaboración de un materialismo que no fuera ni
totalmente estático ni susceptible de una transformación solamente cíclica. Para él, la abolición de la
propiedad privada produciría una nueva revolución fundamental y la ciencia y la invención continuarían
manteniendo en movimiento a la sociedad. Al pecado y al infierno les hubiera resultado difícil sobrevivir en
la república de Winstanley.
Sin embargo, los intentos radicales de abolir las coerciones externas en favor de una moral interna,
autoimpuesta; una moral cuyas sanciones fueran humanas y se aplicaran en este mundo pertenecen, tanto
como no lo hacen, al universo moderno. Por radicales que fueran sus conclusiones, por herética que fuera su
teología, su vía de escape de la teología seguía siendo teológica, incluyendo la de Winstanley.
Hill “El mundo trastornado. El ideario popular extremista en la revolución inglesa del siglo XVII”
1972.
Hill desde una perspectiva de la historia desde abajo “a ras de la tierra”, busca rastrea a “contrapelo” de la
historia, una revuelta que se da en la propia revolución, de parte de los sectores populares en un momento
que todo lo establecido es cuestionado y surgen problemas políticos eonómicos, religosos y sociales y como
distintos grupos en una corriente autónoma popular le dan respuesta: los levellers y su democracia
popular/radical, los diggers y su comunismo primitivo, los cuáqueros y baptistas y su búsqueda religiosa y
los seekers y rantiers y su escepticismo social. En los pimeros momentos de estos movimimientos no se
puede establecer una diferencia tajante entre ellos que florecen juntos entre 1645 a 1653 en el mayor
momento de convulsión política en la revolución de 1640 a 1660. Esta revuelta se realiza contra el orden
tradicional pero también contra el incipiente nuevo orden capitalista de la ética protestante y sus derechos de
propiedad, el poder político de los propietarios y su ideología protestante. El propósito del autor es ver los
aportes de estos movimientos vistos desde el presente, como su racionalidad que era tenida por seria por sus
contemporáneos. El acceso a estos se posibilita por la radicalidad del momento pero también por las amplias
libertades de prensa que hacen posible la expresión de esas ideologías cosa que no va a suceder ni antes ni
después.
Cap III Los hombres sin amo.
En este capitulo Hill retoma la idea de Walzer de los siglos XVI y XVII mediante los procesos de
cercamiento y crecimiento demográfico junto a la urbanización y las asociaciones religiosas como un
momento en que se generan “los hombres sin amo” como los vagabundos, los vagabundos que llegaban a
una ciudad en crecimiento como Londres pero que se establecieron en el submundo de los suburbios y el
“populacho”, los sectarios protestantes que establecían su asociaciones por fuera de la Iglesia establecida, lo
squeatters de los pantanos y bosques (la legislación Tudor busca regular su inserción en un momento de
crecimiento demográfico que atentan contra los comunales). Hill se centra mucho en este elemento ya que le
importa la relación de estos individuos esa “masa flotante de herreros y fabricantes” que debía trabajar por
un salario pero que estaba fuertemente vinculada con el bosque y los derechos comunales que estaban siendo
amenzados por el proceso de cercamiento. En estos lugares solía surgir sectas religiosas o formas de protesta
religiosa, a diferencia de Walzer planta que este sentimiento de perdida de lazos tradicionales no
generaba sólo aprensión sino también libertad que era buscada por estos indivdiuos. Otro de los
hombres sin amo eran los mercaderes itinerantes que ayudaran al surgimiento de los predicadores itinerantes
como Winstanley, que proene de una antigua tradición inglesa y que conectaban estos bosques con la
pradera promoviendo la religión. El autor señala que es posible que en estos medios las experiencias
religiosas que se hacen presentes en la revolución de 1640 existieran con anterioridad.
A su vez las tensiones sociales en torno al proceso de cercamiento donde se contrastaban dos formas de
entender los derechos de propiedad sobre los comunales no pudieron más que desencadenarse en un proceso
de revolución social como lo demuestra la extensa cantidad de derribamiento de cercas y el sedimento
común de las sectas en torno a la idea de “comunidad de bienes” y la denuncia del Rey y la gentry. En este
sentido lo que sucede es que en la revolución estos sectores y los pequeños productores empobrecidos hacen
valer sus derechos de propiedad mediante la acción directa. Lo interesante de este desarrollo de Hill es el de
poder ubicar los aportes económicos de Winstanley dentro de la discusión ideologica sobre la revolución
agrícola y la necesidad de cercamientos. Sin embargo, el proyecto de reforma agraria fue derrotado junto al
de democracia política de los niveladores en 1649.
Cap 7 Niveladores y Verdaderos Niveladores.
En este capitulo el autor encuadra el proceso revolucionario dentro de la crisis del siglo XVII donde las
perdidas derivadas de la guerra fueron acompañadas entre 1620-1650 por malas cosechas agudizando las
tensiones en el campo. A su vez en 1649 se produce el último intento de los niveladores de incidir en la
política nacional que termina en la derrota de Burford. Sin embargo, luego de la derrota aún se pueden
presenciar algunos intentos de acciones radicales como es el caso del experimento digger en la Colina de St.
George(1649-1650), liderado por Winstanley. Este caso es de utilidad para abordar algunas cuestiones del
proceso revolucionario y lo que Hill llamó rebelión dentro de la revolución frente al dominio de la gentry: en
primer lugar que este era sola la punta del iceberg en lo que Hill demuestra que es la continuación y
reformulación de prácticas y pensamiento de antigua data (como la tradición radical de Kingston, incluso
esta había sede de la imprenta secreta de Martin Marprelate) y otras tendencias contemporáneas similares
pero no directamente vinculadas como los escritos niveladores de Light shininig y Buckinghamshire y More
in Light shining in Buckinghamshire, donde se desarrollan propuestas comunistas basadas en el derecho
natural con anterioridad a Winstanley sin que él tuviera que ver, la extensión misma del fenómeno digger a
otras latitudes (incluida la colonia de Iver en Buckinghamshire) desde Nottinghamshire y Northampon hasta
Glouchester y Kent (todo el sur y centro) y relacionadas posteriormente con la Quinta Monarquía y los
cuáqueros. Por otro lado el caso de los diggers o “verdaderos niveladores” muestra que la izquierda
repúblicana niveladora no era un fénomenos homogéneo sino que esta se encontraba dividida entre un sector
moderado y constitucional con diferencias solo de grado con la gentry puritana restringiendo explícitamente
sus demandas a lo político e incluso de manera más limitada que el ala radical, dirigidos por Lilbourne y
Wildman; y otra tendencia más radical que se centraba más en las cuestiones económicas y la defensa del
pobre contra el rico, el pueblo llano contra los poderosos que portaban ideas comunistas reforzadas por las
teorías anabaptistas de comunidad de bienes y la interioridad del mensaje divino, esta tendencia entre
las que se destacan los verdaderos niveladores de Winstanley y los ranters conto con el apoyo de Walw.yn y
Overton. Es interesante que los nombres diggers y niveladores fueron utilizados en las Midlands en 1607. Si
bien el movimiento nivelador oficial intento de desmarcarse de esta propuestas comunistas similares a las de
Thomas Munster, los verdaderos niveladores contaron con el apoyo implícito de Walwyn, Overton y The
Moderate. Esta división explica la facilidad con que los niveladores fueron reprimidos y como los
niveladores constitucionalistas al carecer de base ya que su programa, al no cuestionar la propiedad, había
sido apropiado por Cromwell y moderado cayeron en acciones oportunistas en alianza con los realistas. Este
no fue el caso del ala radical que se mantuvo leal al Commonwealth.
De todas propuestas de comunismo agrario la de Winstanley se destaca por no plantearse una vuelta a
tiempos dorados, es decir que resulta un aporte progresivo, junto con esta se destacan su incipiente
conceptualización del estado producto del experimento de la colina de St George y las rispideces con los
Ranters, sus aportes sobre el panteísmo materialista que fomenta un conocimiento empírico de la realidad y
el uso metafórico de la Biblia como forma de escepticismo.
Parte del escepticismo de Winstanley y su revisión de la teoría calvinista de la caída llevan a una
reconceptualización de la naturaleza del hombre en donde la propiedad, la avaricia y la explotación no son
explicadas por la segunda naturaleza del hombre sino que ellas son la causa de la segunda naturaleza del
hombre. El predicador establece la necesidad del trabajo en común y la comunidad de bienes, pero de
propiedad de la tierra. En este sentido Winstanley plantea como programa económico el cultivo de todos los
comunales que no están siendo usados porque los señores prohíben su utilización, estos son vistos como
parte de la propiedad del común. A diferencia de los demás aportes, Winstanley va a hacer aportes
progresivos ya que los métodos de cultivo que el propone están en consonancia con los métodos
posteriormente aplicados en la revolución agrícola como es el cultivo de zanahorias, judías y chiviras para
mantener una mayor cantidad de ganado que permita obtener mayor fertilizante: la “Estercoladura”. Es por
ello que podemos ubicar sus aportes dentro del debate sobre el open field y los cercamientos, lo que fue
percibido por la gentry y los párrocos de la proximidad de la Colina de St. George. Su programa tenia la
finalidad de hacer aumentar exponencialmente la productividad y bajar el precio de alimentos, asi como
aseguraba que un país en comunidad de interés era mejor defendido. El peligro que representaba su
programa era que en The Law of freedom exige que las tierras confiscadas a la gentry, a la Iglesia y la
Corona sea transferida a los pobres y se instaba a los pobres a organizarse para la acción, Hill plantea una
posible analogía de los comunales diggers como educadores de las masas con el Nuevo Ejercito Modelo.
En este sentido Winstanley postulaba que la verdadera libertad sólo se podía acceder mediante la supresión
de la propiedad privada ya que terminaría con el trabajo asalariado y la compra y venta. Si estos pervivían
era imposible acceder a la libertad. Se postula a Jesus como el primer nivelador y que La Razón (Dios) hizo
la tierra para que fuera del común. Por lo que su postura no era simple anulación del derecho normando de
conquista sino la instauración de la comunidad de bienes según Hechos 4. Este paso no podía ser realizado
desde una expropiación violenta sino con educación, es decir sin tomar el poder, es un ejercicio de
liberación de los pobres pero también de los señores y la gentry. Si bien Winstanley planteaba que el fin de
la propiedad privada llevaba al fin del Estado y los magistrados, su experiencia en St George le hizo dar
cuenta de la necesidad de ese institución mientras pervivieran los “ignorantes”, la experiencia de los ranters
hace que no llegue a puntos extremistas antinomistas aceptando las leyes pero suprimiendo las prisiones y el
carácter punitivo de la ley. A diferencia de los hutteristas sostiene la necesidad de defensa armada
contra los enemigos que buscaran reinstaurar la autoridad regia mediante milicas populares: derecho
de resistencia popular. Sin embargo establece un derecho diferencial con derechos amplios a todos
varoness pero menos a los que sostengan la causa de Carlos I y los que habían comprado y vendido tierras.
Se instituia la tolerancia universal y un Parlamento anual.
En el pensamiento religioso la presencia de la divinidad en toda creación material lleva a Winstaley a
desarrollar un panteísmo materialista que ve a Dios en todo ser anterior al de Spinoza que incluso asimila a
Dios con La Razón que se interioriza en los individuos, asi la búsqueda de la deidad y su conocimiento a
través de los sentidos se vuelve obligación. Surgen las bases del empirismo que también se desprende de una
postura anabaptista similar a la hutterista anti elitista en lo intelectual donde el conocimiento debe ser
inductivo y no deductivo o sostenido por autoridad de un libro.
El pensamiento de Winstanley basado en la inteorización de La Razón lo llevo a una especie de escipticismo
y una devaluación del peso de la Biblia frente a la revelación divina. Esta siguió siendo importante pero ya
podía ser libremente interpretada por los individuos y sostener que en su mayor parte eran alegorías o
metáforas. Esto tuvo consecuencias sobre la interpretación de la Bilbia, en ejercicios de critica a su
incogruencias, el rechazo de algunos dogmas como la virginidad de Maria pero también sociales, se vio la
posibilidad de construir el cielo en la tierra, la utilización de Hechos 4 para la instauración de la comunidad
de bienes, la asociación de la caída con el surgimiento de la propiedad privada (y su demonziación) o la
relación de Cain y Abel con la conquista normanda.
Cap 8 El pecado y el infierno
Hill demuestra el rol social del pecado en sociedades rurales estáticas fue fácil una manipulación del pecado
para someter a dominio a los campesinos dado el poco control sobre la naturaleza. Sin embargo el
surgimiento de clases más independientes del entorno rural como los comerciantes y los artesanos se vieron
en la posibilidad de criticar el rol de interventos en el Purgatorio de los sacerdotes y sus métodos. Se
erradica el purgatorio, la confesión, se establece el sacerdocio universal. Al contrario de lo que se piensa la
doble predistinación da mayor seguridad ya que el que cree seguramente se incluye dentro del selecto grupo
de santos. Esta teoría hace libres a los creyentes. Sin embargo, este efecto no se multiplica en toda la
población, es elitista y establece la realidad dual del calvinismo que justifica la represión secular frente a la
corrupción de la naturaleza de los caidos y predestinados a la condenación eterna. La doble predestinación
afirmaba que no había buenas obras que valgan ya que la gracia la otorgaba Dios y los destinados a la
salvación ya habían sido elegidos.
Con el desarrollo de las teorías pacticas esta se empezó a trasladar a la relación entre Dios y Adan, asi como
esta condición de caído y su heredabilidad podían suponer otras variantes. En primer lugar si el anverso de
la heredabilidad del pecado, era el de la heredabilidad de la corona, los niveladores podían reclar su herencia
de libertad de sus antecesores los anglosajones. En segundo lugar la visión de Adan como representante
establece que esa virtud fue libremente adquirida por contrato por Adan. El pecado era un problema social
ya que estab penado por los juzgados eclesiástico y la rigida disciplina calvinista.
Con la revolución y el reclutamiento del pueblo llano se hizo necesario ampliar el margen de los elegidos,
pero cuando el pueblo entro en los debates sobre el pecado fue más difícil limitar los peligros que pudiesen
surgir de este debate como lo muestra el cumulo de teorías que surgen durante la revolución. A su vez estos
“nuevos elegidos” no estaban dispuestos a tomar el autocontrol disciplinario que los puritanos exigían lo que
reforzó su anticlericalismo y un rechazo antinomista como en los ranters.
Contrariamente al celo calvinista en las sectas del bajo pueblo surge un fuerte antinomismo que llega a
cuestionar la misma existencia del pecado, o al menos la función social que él cumple como modo de
dominación (winstaley), en casos como los de los ranters Coppe y Clarkson directamente se lo indica como
invención. Este razonamiento esta asociado a la interiorización de la divinidad que se da tanto en Winstanley
como en los ranters, siendo que estos dicen que dios y satanas están en el interior de cada uno. Esta postura
y la anterior crisis de conciencia generada por la teoría de la doble predestinación generan en el la década de
1640 un fuerte sentimiento escéptico que llega a negar incluso al propio Dios y a Jesús. Estas ideas sobre el
pecado y las criticas a la teoría de la predestinación son anticipadas por Chapman y Francis Bacon y los
familistas. Sin embargo este creciente esceptcismo no se pudo reflejar en una teoría positiva, el ateísmo aun
era una teoría sumamente negativa. Sólo dios y la posibilidad de construir el cielo en la tierra eran el motor
del cambio.
IX Seekers y ranters
La reforma radical en Inglaterra conto con algunos antecedentes como el familismo y la alquimia hermética
de Everard. Entre sus demandas se contaban la abolición del diezmo, el descanso semanal, los ministros (el
clero), los magistrados y la Biblia. Sostenian la libre gracia y la salvación universal y un fuerte sentimiento
antinomista. Estos hombres que gozaron de una fuerte libertad durante la revolución fueron pasando de secta
en secta comenzando desde el presbisteranismo, la Iglesia independiente y el anabaptismo luego siendo
seekers (Webster y Writter) ranters (Clarkson, Coppin, Coppe, Salmon) o cuáqueros (Hogwill). Todos
basaban sus explicaciones en la biblia o en la inspiración interior y ponían en cuestión las reglas e incluso la
Iglesia. Puesto, que de cualquier manera el fin del mundo problabemente estuviese próximo una de las
soluciones era una retirada resignada de todas las controversias sectarias, un rechazo de todas las sectas de
todo culto organizado, como parace ser el caso de Milton. Estos hombres fueron llamados seekers. Muchos
de sus suceros de 1650 se volvieron excepticos frente a la religión (eso es lo que entendí)
Los ranters
Es una de las sectas que surgen en este momento pero que carece de todo tipo de credo y de organización.
Su nombre fue utilizado de forma peyorativa asociada al delirio y en rehazo a su prácticas. Se caracterizaban
por un fuerte panteísmo materialista, la salvación universal, y un escepticismo de lo que se refiere al pecado
que llevaron a practicas antinomistas asociadas a la blasfemia y la parodía de la celebración religiosa como
las comidas comunitarias. A su vez sostenían la comunidad de bienes y la defensa de los pobres, en parte su
blasfemia tenia un contenido simbolico de critica social. La mayor parte de sus dirigentes fueron perseguido
en 1650 mediante las leyes contra la blasfemia pero dado que no creían en la vida eterna no se martirizaron
sino que se retractaron.
Existe un relato de la revolución inglesa de 1688-1689 profundamente arraigado que, sin embargo, es
erróneo. Enfatiza la revolución como un gran momento en el cual los ingleses defendieron su particular
forma de vida. La idea que propongo en este libro es que los revolucionarios ingleses crearon un nuevo tipo
de Estado moderno. Fue ese nuevo Estado el que demostró ejercer tanta influencia en la conformación del
mundo moderno. En la versión tradicional de la Revolución Gloriosa, el pueblo inglés, guiado por sus
líderes naturales en las dos Cámaras del Parlamento, cambió del modo más sutil el Estado inglés en 1688-
1689. Alteraron ligeramente la sucesión, hicieron que fuese ilegal que un católico heredase el trono y
aprobaron la Ley de Tolerancia, permitiendo a los disidentes protestantes practicar su culto libremente.
Desde luego, esta revolución incruenta tuvo algunas consecuencias significativas e imprevistas. Pero esos
resultados debían entenderse menos como una consecuencia directa de esos acontecimientos que como el
fruto natural del carácter nacional inglés –carácter que los monarcas Estuardo que impulsaban el catolicismo
se habían esforzado en pervertir-. Éste era el relato que el historiador victoriano Thomas Macaulay expuso a
mediados del S.XIX. Los investigadores posteriores han presentado objeciones nimias a ciertos detalles del
relato, aceptando su tesis general, que se convirtió así en la exposición clásica de la INTERPRETACIÓN WHIG
DE LA RG, la cual reúne ciertos aspectos distintivos:
Petition of Rights (1628): Es un documento elevado por el parlamento al rey, pidiendo que no eleven
impuestos ni pidan ayudas. El parlamento declara que nadie puede prestar dinero al rey si no es
voluntariamente, nadie será obligado a pagar impuestos, tasas o contribuciones sin autorización parlamental,
ni ser puesto en prisión sin ser juzgado por las leyes, ni ser despojado de bienes sin proceso legal. (SE LO
CONSIDERA LA EXPRESIÓN PLENA DE LA TRADICIÓN CONTRACTUALISTA QUE
IMPERABA EN EL PARLAMENTO)(TAMBIÉN DEBEMOS VER AQUI LA DEFENSA DE LAS
LIBERTADES PARLAMENTARIAS Y DE LOS DERECHOS DE PROPIEDAD de una clase, según
Brenner, cuya reproducción económica dependía de la defensa de la prop privada).
Debate de Putney sobre el sufragio universal (1647): Debate entre oficiales y soldados del New Model
Army acerca del sufragio. Un bando defiende el voto censado acorde a la posesión de tierras (Cromwell
y cia.), otro defiende el sufragio universal (levellers Y diggers más radicalmente). En toda la discusión
se ve una gran impronta religiosa, los argumentos apelan frecuentemente a la ley divina (EN ESTE
SENTIDO CABE RECORDAR EL ANALISIS DE MORGAN QUE HACE HINCAPIÉ EN QUE
NUNCA SE CUESTIONA LA FICCIÓN DE LA "SOBERANÍA DE DIOS"). Rainborough argumenta
que hasta el ser más pobre tiene derecho a vivir como el más grande, todo hombre ha de tener derecho de
elegir a su gobierno. Ireton lo discute afirmando que sólo quien tiene interés en el país puede intervenir en
los asuntos públicos. Rainborough sostiene de vuelta que todo hombre nacido en el país debería poder votar,
no hay pasaje bíblico que abale la distinción censitaria. Irenton insiste que el que está ligado a ese lugar,
en cuanto obtiene de él su forma de vivir, tiene un interés allí. La propuesta de Rainborough tendería a la
anarquía y amenaza la propiedad. Rainborugh responde que no, que no busca la anarquía ni la
limitación de la propiedad, ya que es una ley consagrada por dios. Otro participante del debate, afirma
que han luchado para recuperar sus derechos innatos y privilegios. Afirma que a pesar de tener poca
tierra, sus derechos innatos son iguales. Rainborough sostiene que es imposible que haya libertad sin
necesariamente abolir la propiedad. Cromwell llama a concluir el debate, a ponerse de acuerdo,
mantiene posiciones moderadas. Rainborough no desea llegar a ningún acuerdo que implique que los
derechos de unos sean pisoteados en pos de los privilegios de otros. Sexby afirma que tanto grandes como
pequeños combatieron por algo. (VEMOS LAS FACCIONES QUE SE FORMAN AL INTERIOR DEL
EJERCITO, COMO BIEN SEÑALA BRENNER NO HABÍA ACUERDO RESPECTO DE UN
PROYECTO UNÍVOCO DE GOBIERNO Y LAS CUESTIONES RELIGIOSAS TENDÍAN A
INMISCUIRSE)(TAMBIEN PODEMOS RELACIONAR EL DEBATE CON LA NECESIDAD QUE
SEÑALA MORGAN TENÍAN LOS PARLAMENTARIOS Y EL EJERCITO DESPUES DE 1640 DE
CONSTRUIR UNA NUEVA FICCIÓN QUE LES PERMITIERA DERIVAR SU AUTORIDAD DE
LA SOBERANÍA DEL PUEBLO, AUN INCLUSO CUANDO EL PUEBLO ASI ENTENDIDO ERA
OTRA FICCIÓN MÁS, COMO SE VE CLARAMENTE EN LAS DISTINTAS POSTURAS AL
RESPECTO EN ESTE DEBATE).
Bill of Rights (1689): Se trata de la proclamación de ciertos aspectos básicos para la vida política inglesa
luego de la revolución de 1688. En este documento aprobado por el parlamento, se puede ver la victoria
decisiva sobre la corona (difiere claramente de Petition of Rights). Prácticamente el rey no puede
hacer nada sin el consenso previo del parlamento: se le prohíbe vetar y redactar leyes, imponer
impuestos sin conceso y dirigir ejércitos. Asimismo, el parlamento debe reunirse asiduamente.
(MANTECÓN DICE QUE ES LA EXPRESIÓN DEL NUEVO PACTO CONSTITUCIONAL
PRODUCTO DE LA GLORIOSA)
Segundo tratado sobre gobierno civil de John Locke. El texto se encuentra imbuido en el pensamiento
republicano holandés. Fue escrito previamente a la invasión de Guillermo de Orange a Inglaterra. Da
un marco intelectual y justifica la rebelión contra el rey en caso de ser tirano habilitando la acción del
pueblo (EXPRESA LO QUE MORGAN LLAMA LA CONSTRUCCIÓN DE LA FICCIÓN DE LA
"SOBERANÍA DEL PUEBLO"). La autoridad del rey emana de la ley (no tiene carácter divino como en
Francia). Defiende la supremacía parlamentaria por haber sido elegido por el pueblo (EXPRESA LO
QUE MORGAN LLAMA LA CONSTRUCCIÓN DE LA FICCIÓNSOBRE LA
REPRESENTATIVIDAD). De la tiranía. La tiranía es un poder que viola lo que es derecho. Se da
cuando un rey se maneja por beneficio personal, y no por bien común. Donde termina la ley, empieza la
tiranía, y cuando eso pasa el rey pasa a ser ciudadano común. Un pueblo sólo puede emplear la fuerza
contra otra fuerza que sea injusta e ilegal. El ciudadano sólo puede oponerse al rey si este ha roto la
ley, el uso de la fuerza es sólo válido cuando no existe ningún camino legal para defenderse. La ley de la
naturaleza faculta al individuo a defenderse de quien amenaza con destruirlo. Si la prerrogativa real es
contraria a los fines con los que fue concedida, el pueblo puede forzar a cambiar el curso de los hechos. De
la disolución del gobierno. Hay causas internas que pueden hacer que el gobierno se disuelva. El poder
legislativo es el alma que da forma, vida y unidad al estado, cuando el poder legislativo se rompe o disuelve,
se disuelve el gobierno. Del mismo modo, aquellas leyes realizadas por quien no ha sido elegido por el
pueblo, carecen de validez (FICCIÓN DE LA REPRESENTATIVIDAD PREPONDERANTE).
Cuando un príncipe impone su voluntad estará cambiando el poder legislativo, estará subvirtiendo las leyes
anteriores. Cuando el príncipe impide que la legislatura se reúna a su tiempo debido, también actúa
disolviendo el gobierno. Ningún miembro individual, ni el rey ni el pueblo, tiene la capacidad de alterar el
poder legislativo. En caso de que el gobierno haya sido disuelto, el pueblo es dejado en libertad. La razón
por la que los hombres entran en sociedad es la preservación de su propiedad (DE CORTE
CLARAMENTE CAPITALISTA). Si alguien trata de ir contra la propiedad está poniéndose a sí mismo en
estado de guerra. Cuando al pueblo se le hace sufrir y se encuentra expuesto a abusos de poder arbitrarios
puede rebelarse, no hay poder en el mundo, divino, legal o del tipo que sea, que legitime tales abusos.
Leviathan de Thomas Hobbes, Tratado II. El segundo tratado versa del Estado. En el capítulo XVII
Hobbes plantea que la finalidad última del Estado es la seguridad y que esta no puede ser conseguido por
otros medios, porque las leyes de la naturaleza son contrarias a las pasiones del hombre y esto lleva a
la guerra permanente (que es como caracteriza el estado de naturaleza). Entonces pasa a hablar de la
generación del Estado y entonces sostiene que la única forma de construirlo de forma tal que proteja la
seguridad y mantega el orden es si todos confieren su poder y fortaleza a un hombre o asamblea en
ambos casos por pluralidad de votos, formando asi UNA voluntad, encarnando un soberano y en
consecuencia unos súbditos (IMPORTANCIA DE LA FICCIÓN CONTRACTUAL). En el capítulo
XVIII trata de los derechos de los soberanos por institución. Establece que el soberano es instituido por el
pacto de todos y que las consecuencias de esa institución son: 1. Los súbditos no pueden cambiar de
forma de gobierno. 2. El poder soberano no puede ser enajenado 3. No se puede protestar la soberania
sin causa justa 4. Los actos del soberano no pueden injuriar a sus súbditos porque son actos de los
subditos tambien 5. En ocnsecuencia nada que haga el soberano puede ser castigado por el súbdito de 6
a 12. Hace un raconto de las facultades del soberano que son todas practicamente (juzgar, legislar,
hacer la guerra y la paz, etc). En el capítulo XXIX Hobbes habla de las causas de desintegración de un
Estado. Sostiene que la desintegración depende de su institución imperfecta. Enumera posibles
imperfecciones: falta de poder del soberano, mala conciencia, juicio privado del bien y del mal,
pretensión de hallarse inspirado, someterse el soberano a sus propias leyes (solo puede estar sujeto a las
de Dios), atribución de propiedad absoluta a sus súbditos, division del poder del soberano (para
Hobbes es igual a disolverlo), gobierno mixto, falta de dinero, excesiva grandeza de una ciudad. (EN
ESTA FUENTE PODEMOS OBSERVAR LA PROPOSICIÓN DE LA FICCIÓN JURÍDICA DEL
CONTRATO SOCIAL, PERO A DIFERENCIA DE LOCKE, EN DEFENSA DEL PODER
MONÁRQUICO).
Otro de Fuentes
• Gerrard Winstanley, The law of freedom in a platform or the true magistracy restored (1652)
Acá Winstanley hace como una guía para la construcción de una sociedad reformada. Dicta una serie de
«preceptos» o normas que refieren a la educación de los niños, los oficios, la siembra de la tierra, los
almacenes (prohíbe la comercialización de los frutos de la tierra). También hace algunas definiciones:
primero define la ley, la de aquellas leyes que son mejores para gobernar el «Commonwealth». Después
define la libertad y define leyes para aquellos que hubieran perdido su libertad, para el matrimonio, etc. [Mal
flash].