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El prestigioso genetista Dean Hamer publicó en el libro “El gen de Dios: cómo la fé

se configura en nuestros genes”,

Basándose en los últimos descubrimientos en genética del comportamiento y en


neurobiología, el autor ha analizado la composición genética de unos mil individuos de
diferentes edades y contextos sociales y ha comparado muestras de sus ADN con una escala
que mide la espiritualidad, consiguiendo identificar un “gen de Dios” específico -el VMAT2-
que demuestra cómo ésta se manifiesta en el cerebro.

Dean Hamer sostiene que la espiritualidad es una de nuestras herencias básicas, un


instinto que nos proporciona un sentido de la vida y valor para superar dificultades y
pérdidas. Afirma que la fe está determinada por la biología humana. “Buda, Mahoma y
Jesús compartían todos una serie de experiencia místicas, o alteraciones en la consciencia,
y por ello probablemente portaban este gen”, comentó. “Esto significa que la tendencia
hacia lo espiritual es parte de la configuración genética. Esto no es algo que pase
estrictamente de padres a hijos. Podría saltarse una generación, es como la inteligencia”.

Las personas creyentes lo serían porque poseen dicho gen, o porque el mismo no
habría tenido problemas ambientales o fisiológicos para manifestarse. Por el contrario, en
el caso de los incrédulos o ateos, no existiría el hipotético gen de la fe, o bien la educación
y el ambiente en que se formaron habrían impedido que se manifestara de forma adecuada.

Sus hallazgos han sido criticados por los líderes clericales, que desafían la existencia de un
“gen de Dios” y dicen que la investigación mina uno de los principios fundamentales de la
fe – que la iluminación espiritual se alcanza a través de la divina transformación y no gracias
a los impulsos eléctricos cerebrales. No se puede reducir la fe al mínimo común
denominador de la supervivencia genética. Resulta ridículo pensar que la fe sincera del ser
humano pueda estar atada a cualquier estructura génica o material. La Biblia enseña con
toda claridad que solo el hombre es capaz de creer y comunicarse con la divinidad, por ser
precisamente imagen de Dios. Todo intento de fundamentar esta singular relación espiritual
en los átomos de la materia, en las moléculas de ADN y en los genes, está de antemano
condenado al fracaso y al descrédito de quien pretenda argumentarlo científicamente. La
genética no acabará jamás con la teología, y mucho menos con la Palabra de Dios, como
tampoco la materia anulará nunca al espíritu

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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