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Horacio CLEMENTE Historias con perros y gatos Ilustraciones de Leo ARIAS Coordinadora de Literatura: Karina Echevarria Autor de secciones especiales: Alejandro Palermo Corrector: Mariano Sanz Coordinadora de Arte: Natalia Otranto Diagramacién: Ana G. Sanchez ‘Clemente, Horacio Historias con perros y gatos / Horacio Clemente; ilustrado por Leo Arias. -2a ed Boulogne : Estrada, 2017. Libro digital, POF - (Azulajos . naranja ) Archivo Digital: descarga y online ISBN 976-950-01-2179.8 1. Nerrativa Argentina. |, Arias, Leo, ilus. Il. Titulo. OD A863 Lia: COLECCION AZULEJOS - SERIE NARANJA & © Editorial Estrada S. A, 2009. Editorial Estrada S. A. forma parte det Grupo Macmillan. ‘Auda. Blanco Encaleda 104, San Isidro, provincia de Buenos Aines, Argentina, Internet: www editorialestrada.com.ar Queda hecho el depésito que marca la ley 11.723. Impreso en Argentina. / Printed in Argentina. ISBN 978-950-01-2179-8 No se permite la reproduccién parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisibn o la transformacién de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrdnico 0 mecénico, mediante fotocopias, digitalizacibn y otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infraccién esta penada por las leyes 11.723 y 25.446, El autor y la obra .... Biografia ........ Historias con animales oo ~~ an Perros y gatos .. Historias con perros y gatos ....................... 1M La luna que le ladraba al perro .............0...... 48 Perro grande, gato chico ........0.0:.ccceee OF EI gato que se conocia a si mismo................. 89 El perro que era todo un hombre ... 59 EI perrito que no querfa equivocarse ............ . 67 EI gato que se portaba mal ......................... 77 ACUVId MOS) cxscsescosep scorn rerece ie meieaverase 895 Actividades para comprender la lectura . 8B Actividades de produccién de escritura ........... 89 Actividades de relacién con otras asignaturas ... 92 = ______ aay acm a. Horacio CLEMENTE naciéd en 1930. Alternd rr la redaccién periodistica con la fotogra- fia. Publicé, entre otros, La galfina de los huevos duros, Ef chancho fimpio, Ef perro que les tenia miedo a los gatos y varios cuentos de “Las mil y una noches” en ver- sidn libre, entre los que se encuentran E/ cabalfo valador y Afadino y fa lémpara maravilfosa, reeditados en marzo de 2008 por Edito- rial Estrada. Afirma que los animales le gustan y que los respeta. Sobre las historias que presenta en este libro, nos dijo lo siguiente: “Como re- dactor y fotégrafo, en una época realicé varias notas sobre diferen- tes razas de perros. Tomé declaraciones (a los perros) y muchas fo- tografias (a sus criadores). Fueron los perros, y no los criadores, los que me contaron las mejores crénicas de vida, algunas de las cuales incluyo en estas paginas. Con respecto a los gatos, sucede que una vez por semana, de noche, me retino con ellos en un bar para gatos llamado Ef higado bien cocido, que se inauguré hace muchos ajios en Palermo Viejo, cuando ese barrio era todavia joven. Los gatos, entre un vaso de leche y otro, entran en confianza, pierden sus in- hibiciones y me cuentan sus historias... Yo me limito a tomar nota. Después las publico”. al Historias con animales A las personas siempre les gusté inventar relatos en los que aparecen animales. Sera porque los animales son muy importantes para nosotros: algunos nos sirven como compaiiia, y de otros obte- nemos alimento o vestimenta; algunos nos ayudan con su fuerza, y a otros los evitamos porque pueden perjudicarnos. Las fabulas, por ejemplo, son relatos en los que los animales representan virtudes y defectos: la hormiga es laboriosa, el len es violento, el zorro es astuto. En las fabulas, los animales acttian y hablan casi como si fueran seres humanos; de ese modo, la historia se propone transmitir una ensefianza para el que la lee. También aparecen animales en los cuentos maravillosos: el lobo de "Caperucita Roja" y el "Gato con Botas" son algunos de los mas conocidos. Y en el cine y en la television, son muy frecuentes las pe- liculas y las series protagonizadas por animales. {Conocen alguna? Las historias de este libro no son fabulas ni cuentos maravillo- sos. Hablan, simplemente, sobre perros y gatos: unos animales que fueron domesticados por las personas hace muchisimo tiempo y, desde entonces, se han convertido en nuestros compafieros inse- parables. 8 | Horacio Clemente a Perros y gatos Algunos dicen que el perro es descendiente del lobo; otros afir- man que desciende del chacal. Los tres son parientes, ya que perte- necen a la familia de los cdnidos: tienen el hocico largo, un excelen- te olfato y muy buen oido. Ocurre que el perro aparecid en la Tierra hace miles de afios y, desde entonces, fue cambiando. A veces por seleccién natural, a veces por la accién del hombre, a través de cruzas entre distintas razas. Lo importante no es saber si nuestro perro desciende del lo- bo o del chacal. Mas nos conmueven su inteligencia y el amor que sienten por nosotros. Al igual que el perro, con el correr de los siglos, el gato también se domesticd. Los gatos pertenecen a la familia de los félidos, al igual que el tigre, el jaguar, el ledn y la pantera. Tienen ufias retrac- tiles, un olfato y un ofdo apreciables, y muy buena vista para andar de noche. Su fama de astutos seguramente se debe a que aprenden con facilidad y saben aprovechar lo que aprenden. Son, por lo tanto, su- mamente observadores. Y, si bien se muestran muy independientes, también les encanta que los mimen y que jueguen con ellos. Historias con perros y gatos |9 Historias con perros y gatos Horacio Clemente A los que se aman no les gusta vivir separados dema- siado tiempo. Y si, de pronto, por esas cosas de la vida, los que se aman se separan de una manera que parece ser para siempre, entonces los suefios y las fantasias les sir- ven de consuelo. Suefios en los que se ven juntos otra vez, fantasfas que les renuevan las esperanzas del reencuentro. A veces, tienen suerte: esas fantasias y esos suefios que po- driamos considerar irrealizables se convierten, de pronto, en realidad. La luna que le ladraba al perro Los perros le ladran a la luna... Es lo que se dice, al me- nos. Hay dibujos, y hasta fotos, en los que se ve una luna grande y un perro (o varios), con la cabeza dirigida al cielo, ladrandole. Jamas vi un perro de carne y hueso ladrandole a la luna; sf los vi ladrandoles a otros perros, a las personas, a los gatos, a los autos, a las sombras y a las pantallas del televisor... pero a la luna, nunca. Tal vez porque vivo en la ciudad y aqui los perros viven como yo: encerrados en sus departamentos que, por estar algunos ubicados entre edi- ficios altos y apifiados, apenas si dejan ver un pedacito de cielo o de luna, lo mismo que apenas se deja ver el sol por esos edificios. En los barrios suburbanos, los de casas bajas y con jardin, con cielo, sol y luna mas a la vista, tampoco vi jamas un perro ladrandole a la luna. Es de suponer que en el campo si... porque, en el campo, lo que mas se ve, cuan- do uno mira para arriba, es el cielo infinito. Hay una raza de perro, justamente -el fadrador pampeano-, que, segiin afirman, pasa el dia ladrando; ladra ininterrumpidamente y La luna que le ladraba al perro | 13 a cualquier cosa, inclusive a la luna. Pero, a ese, tampoco lo vi ni lo conozco. Lo que si conozco es la historia de un perro que vivid siempre en la ciudad y que, por error, un dia se quedé a vi- vir en el campo. Un perro mimado, tipico de departamento, con duejios que lo tuvieron desde cachorro y que lo cui- daron y protegieron: un matrimonio joven con una hija de unos seis afios, mas 0 menos, muy alegre, muy buena, muy linda, muy carifiosa. Una nena que, como ya imaginaran, era la que mas lo mimaba y acariciaba. Ademas fue la que le habia puesto el nombre: Bolita. 14 | Horacio Clemente Una vez, esos duerios fueron, en su auto, a pasear por un campo. Querian ver de cerca el cielo, los arboles, los arroyos, los pastizales; querian sentir el tibio y perfumado olor del campo, querian respirar su aire, incontaminado como es el aire del campo. Se detuvieron a la sombra de una arboleda y alli bajaron para hacer una caminata y saborear unos mates. Habian Ilevado al perro, que bajé del auto con ellos y que con ellos caminé y se puso a oler y a orinar en todos los arboles que encontré, revolcandose en la hierba, corriendo luego por ah{. Después de un par de horas, los duefios emprendieron el regreso. La hija, que habfa corrido todo el tiempo con su pe- rrito, le pidié al papa que la levantara en brazos; en sus bra- zos se quedé dormida y siguid durmiendo en el auto mien- tras volvian a la ciudad. Cuando aquellos duefios estaban por llegar a su casa, con la hijita que ya se habia despertado, se dieron cuenta de que hab/an olvidado al perro. A pesar de lo lejos que quedaba, y aunque estaba ano- checiendo, regresaron lo mas rapido que pudieron a la arbo- leda por la que habian paseado, pero al perro no se lo vio. Lo buscaron con una linterna, lo llamaron, lo esperaron un largo rato. —Se ha perdido —dijo la nena. Y lloré. Volvieron defini- tivamente a casa. Pensaron que a Bolita no lo verfan mas. La luna que le ladraba al perro | 15 Tenfa razon la nena. Tal vez deslumbrado por ese mundo desconocido, Bolita, atraido por los cantos de aves que él no habia escuchado nunca, por los olores que jamas habia olido, por el paisaje que ni siquiera hubiera podido ima- ginar, por el largo horizonte al que no lograba acercarse, yendo de un lugar a otro, corriendo y caminando, al final se perdid. Eso si: en medio de la noche que lo atrapo en la inmensidad del campo, tuvo la suerte de dar con un pobla- do: un poblado de pocas casas y con mas perros que gente. Esos perros, aunque se mostraron agresivos, finalmente no lo atacaron ni lo echaron. Agachandose para pasar por un alambrado, entré en un parque, cuidado y florido, en cuya parte central habia una casa, iluminada en su interior. De ese interior llegaban vo- ces: eran sus moradores, que, sentados alrededor de una mesa, cenaban. El olor de la cena provocé en el perro unas enormes ganas de comer. Estaba hambriento, pero agotado de tanto caminar. La casa tenia un alero; bajo el alero se acosté el perro. Se quedé dormido enseguida, no en los bra- zos de nadie o en el asiento de un auto, sino echado sobre la tierra. Ala mafana siguiente, tempranisimo, los duefos de esa casa se levantaron para trabajar. Coincidentemente, eran 16 | Horacio Clemente tres: un hombre de unos cuarenta afios, una mujer que pa- recfa de su misma edad y un adolescente, hijo de esa mujer y de ese hombre. Vieron al perro echado bajo el alero, pero que estaba despierto aunque sin saber en dénde se encon- traba. Se miraron largamente. —De dénde salié este? —pregunté el adolescente refi- riéndose al perro. —iVaya a saber! —contesté la madre. —Parece inteligente —dijo el padre. El muchacho estaba comiendo pan y le tird, en sefial de que lo aceptaban, unas miguitas amistosas. El perro las La luna que le ladraba al perro | 17 devord. A partir de ese hecho, decidid quedarse en aquella casa. Si esas personas lo aceptaban, él las aceptaba a ellas. El muchacho le puso un nombre: Lobo. En el campo, la vida de los perros no es como en la ciu- dad. Alla, los perros vagan de un lugar al otro con libertad y la mayoria de ellos, cuando tienen duefios, tienen duefios a medias: duefios que a veces ni les dan de comer ni de be- ber porque saben que los perros, en el campo, comen de lo que cazan o de las sobras que encuentran, y beben de los charcos. No significa que esos duefos a medias no los quie- ran, sino que no se preocupan tanto por ellos. Algunos restos les tiraran, llamaran al veterinario si se enferman; pero, salvo que sean perros utilitarios, de esos que cazan 0 que son pas- tores o de pelea, perros que prestan un servicio y no simple compaiiia, en el campo se deja que se las arreglen solos. Los perros son como las personas: se acostumbran a todo. A Lobo le gusté la vida de campo y se adapté. Se 18 | Horacio Clemente hizo amigo de otros perros y, sobre todo, de una perrita que, por vivir un par de kilémetros mas alla, le daba placer visitar, porque habia que caminar mucho y, de paso, pa- sear, hurguetear y descubrir nuevas cosas. Se acordaba de la ciudad, de sus amos de entonces? Los perros tienen memoria, suefan y recuerdan; lo digo yo, que sé mucho de perros. Lobo (0 Bolita, como ms les guste a ustedes) se con- virtié en cazador, no en un cazador de raza como pueden ser un setter 0 un bretén espanol, capaces de sefalar una presa y que las toman con la boca, sin lastimarlas, no para comerlas, sino para traerlas y entregarselas a sus duerios. El cazaba para comer: cuises, palomas... Y fue una vez que andaba en busca de comida, cuando descu- brid la laguna. Era de manana cuando la vio, y quedé sorprendido, por no decir maravillado. A mi me ocurrid lo mismo cuando, en un campo, vi una extensa laguna por primera vez. Tan- to le gust6, que su paseo principal se convirtid en ir todos los dias a la laguna, deseara cazar o no. Descubriéd que sus aguas eran celestes, verdosas 0 rosadas desde el alba al atardecer; pero, a la noche, si no se volvian negras del todo, se ponian azul oscuro. Ala noche, la laguna se volvia La luna que le ladraba al perro | 19 mas enigmatica que de dia, mas misteriosa, como si estu- viera encantada. Era por la luna. La luna, que en la ciudad apenas si entreveia alguna vez y que aqui podia observar en toda su plenitud. Una luna que flotaba en el agua, que bailaba en la laguna, que ondulaba alargandose y achicandose, que brillaba con intensidad y que producia reflejos que admiraban al perro y le daban gusto. dVivia la luna en el fondo de la laguna, del que a la 20 | Horacio Clemente noche emergia para beber el aire del campo, danzar en la superficie, mirar las estrellas? Tanto le atrajo la luna que flotaba en la superficie, que el perro decidié ir solamente de noche a la laguna para que- darse a mirarla. Se echaba cerquita de la orilla, con la cabe- za apoyada en una de sus patas, y pasaba las horas miran- dola y admirandola. Al clarear, cuando la luna se sumergia hasta el fondo de la laguna y desaparecia, recién entonces el perro se levantaba y regresaba a su nuevo hogar, se re- costaba bajo el alero y dormia hasta el anochecer, cuando se levantaba para volver a la laguna. Noche tras noche, sal- vo si se nublaba o llovia, pues habia aprendido que a la luna no le agradaba el mal tiempo y que entonces preferia per- manecer en el fondo de la laguna, en su casa seguramente. Los nuevos duefios del perro reparaban poco en su ac- titud, y como se acostaban y levantaban temprano porque trabajaban el dia entero, casi ni lo miraban. Sin embargo, algo lo miraban. —tA dénde ira todas las noches? —pregunto, una vez, el hijo de esos duefios. —A cazar —respondié el padre. La luna que le ladraba al perro | 21 La luz que proyectaba la luna ondeando en la laguna era lo que atraia al perro. Lo atrafa como un iman. Es que le ha- cia recordar otra luz, igual de brillante, que habia conocido en su departamento de la ciudad. Recordaba que también los duefios que habia tenido en la ciudad trabajaban todo el dia. Llevaban a su hija al jardin de infantes y ellos marchaban a sus tareas. Volvian a la noche. 22 | Horacio Clemente Para que la nena no se quedara sola al salir del jardin, una de sus abuelas la buscaba y se la llevaba consigo. A la hora en que los padres volvian del trabajo, la abuela les llevaba a la hijita. Quien se quedaba solo era el perro. Recordaba que, por la maiiana y por la tarde, habia cla- ridad en el departamento porque la luz de la calle, aunque débil, se filtraba por las ventanas, y que, al anochecer, el departamento tristemente se llenaba de penumbras y que- daba a oscuras. Recordaba cémo se consolaba entonces sabiendo que los duefios no tardarian. Cuando los duefos regresaban, las luces se encendian: luces artificiales, pero suficientes para que todo se iluminara y se animara otra vez. La hora de esas luces que se encendian era, por lo tan- to, la hora del reencuentro, de los mimos, de las caricias, de los besos; la hora de la felicidad de estar juntos los que se quieren, la que alegra la vida a los humanos y a los perros. iLa luna! iLa luna! iQuién no se ha puesto sentimental y nostalgico al mirarla, la veamos en alguna laguna o en algun cielo! iTan lejana cuando parece estar tan cerca...! Alimento para sonar. Y una noche, mientras estaba echado sin dejar de mirar- la, al perro le ocurrié algo mas importante todavia: la luna La luna que le ladraba al perro | 23 le ladré desde el agua. Y a partir de entonces, le ladré todas las noches. Si Lobo hubiera podido hablar y nosotros hubiéramos podido preguntarle si era cierto que la luna le ladraba, ha- bria dicho que si, y que la mejor prueba de ello era que él la escuchaba perfectamente. Sin embargo, estaba equivocado. Sucede que los pe- rros (esto lo sé muy bien), a cualquier voz, ruido o sonido que oyen, lo oyen como si fuera un ladrido. Si uno les dice, por ejemplo, “iCucha!”, ellos oyen como si uno les dijera “jGuau!”. En realidad, no entienden las palabras; no saben, 24 | Horacio Clemente por ejemplo, qué quiere decir “amor”, o “ternura”... pero si uno les habla con amor o con ternura, aunque usemos cual- quier palabra para expresar esos sentimientos, entenderan claramente y sabran cuanto los amamos o cuanta ternura sentimos por ellos. Igual si los retamos, porque el tono que usamos para retarlos lo perciben muy bien. Lo mismo cuan- do los llamamos, cuando les damos de comer o cuando les avisamos que los sacaremos a pasear. Pero también sé que la noche nos hace ver y ofr cosas que no existen, y que, si existen, de dia ni las escuchamos ni las vemos. La verdad era que la luna no le ladraba: le cantaba. Que él la oyera como si ladrara, eso no tiene importancia. Lo que tiene importancia es lo que le cantaba la luna. La luna le cantaba la misma cancién que le cantaba la ne- na de la ciudad cuando lo tenia en brazos y lo mecia, como si fuera un bebé, para que se durmiera: Duérmete, perrito, que viene la noche. Te doy un huesito, te pongo un monito, te doy un besito. La luna que le ladraba al perro | 25 Cancion sencilla, sin vueltas. Con muchos diminutivos carifiosos, que tanto gustan a los perritos. Los duefios del campo, de tanto ver al perro salir de no- che e ira la laguna, una vez lo siguieron y asi pudieron ver cémo se echaba en la orilla y se quedaba con los ojos clava- dos en la luna de la laguna. No escucharon cantar a nadie, ni siquiera ladrar. —éA qué vendra hasta aqui? —pregunté el hijo de los duefios—. éQué tendra esta laguna para él, que se la queda mirando todo el tiempo? —A lo mejor esta esperando que la luna le ladre —contes- td el papa. Y la esposa y el hijo se rieron con ganas, porque les pare- cié muy bueno el chiste. Los antiguos duefios del perro nunca se habian resigna- do a perderlo, aunque al final creyeron que jamas lo encon- trarian. La hijita, no: en eso no creyd. Sucedia que, cuando los padres la llevaban a la plaza y era noche de luna, ella se quedaba mirandola. Sin saber por qué, la luna le hacia re- cordar a su perro. 26 | Horacio Clemente Insistié e insistié en que debian volver para buscarlo. Le hicieron caso los padres; los tres volvieron a la arboleda y caminaron horas enteras por el campo. Tuvieron suerte: lo hallaron. El perro, no bien los olié y vio, saltando de conten- to, entré inmediatamente en el auto para volver con ellos. Dejando de lado el tiempo que habia llevado la busqueda, asi de facil y de rapido fue. Los duefios que habia tenido en el campo eran precisa- mente eso: gente de campo, acostumbrados a la amplitud, no al encierro; tenian sentido de la libertad. A su manera, se habfan encarifiado con el perro, pero al verlo tan feliz por el reencuentro, jugando con la nena, no pusieron reparos y lo dejaron ir. Cémo, si fue de dia o de noche y en qué lugar exacto los antiguos duefios hallaron a su perro, es otra linda historia. Pero ustedes ya deben de estar imaginando en dénde y en qué momento fue. No es necesario que lo cuente. 28 | Horacio Clemente Muchas veces, los grandotes se aprovechan de los mas chicos porque son mas débiles. Eso no esta bien, éverdad? Y, menos que menos, cuando los grandotes usan su fuerza para lastimar o divertirse. Pero qué pasa cuando los mas chicos se aprovechan, justamente, por ser mas chicos? ¢Al- guna vez les pasé algo asi? Si creen que estas cosas no ocu- tren, vean lo que le sucedié al perro de esta historia. 30 | Horacio Clemente Perro grande, gato chico El gato de al lado tiene once meses y es lo que se dice un chico. Le gusta jugar y juega como chico. Yo soy perro y grande: le llevo dos afios. A veces juega a que es el Gato con Botas. Se pone unos zapatos de su duefia, dos rojos de tacos altos en las patas delanteras y dos plateados de medio taco, en las de atras. Asf sale a la calle, taconeando con ruido, y pasa muy orondo delante de mi, que estoy sentado a la puerta de mi casa y lo miro despectivamente. De pronto, pega un salto el muy granuja; dice que es un salto de siete leguas de largo, cuando no ha saltado mas que medio metro. Al caer, me pisa la cola con los zapatos de atrds, que él afirma que son botas, igual que los za- patos de adelante. Entonces el salto lo pego yo, aullando de dolor. Le chumbo, le ladro, le tiro un mordiscén. Me lo comeria vivo. El gato grita, espantado. Sale mi duefia, corriendo. —tQué le hacés al pobre gato? —me chilla—. No ves que es chico? Perro grande, gato chico | 31 Meto la cola entre las patas y me acuesto en la cucha, apabullado. Si, el gato ese es chico. Yo soy grande. Me las aguanto. EI otro dia se subié a un techo. Decia que era Batman. —Batman no es un gato —le avisé—, es un murciélago. —Tiene cara de gato como yo. Es un gato —me dijo. 32 | Horacio Clemente Del techo en el que estaba quiso volar hasta la terraza de la casa de enfrente, igual que Batman. Cayo como una bolsa de papas, en medio del vuelo. No cayé sobre la ve- reda: cayé encima de mi. Casi me quiebra la espalda. Le pegué un mordiscén. Todo el barrio salié a la calle, albo- rotado. —iSolta a ese gato! —gritaban los vecinos—. iEs mas chi- co que vos! Avergonzada de mi, mi duefia pidié disculpas a los veci- nos, me reté y me encerré en la cucha. —Esta noche no comés —me dijo—. iPobre gatito! Y no comi. No sé si fue una impresién equivocada la mia, pero me parecié que el gato se estaba matando de la risa. Al otro dia, perdonado por mi duejfia, sali a la calle y me quedé a la puerta de mi casa. Esperaba a una perrita que iba a venir a visitarme. A cambio de ella, vi pasar al gato. EI golpe del dia anterior le habia lastimado la pata derecha delantera y renqueaba. —Soy el Pirata Pata de Palo —decia. Perro grande, gato chico | 33 Y me pegé una patada en el estémago. Aullé como si fuera yo un gato y no un perro. iCémo dolia el patadén que me dio! Corriendo desde adentro de casa salié mi duefia. Supuso que el que gritaba era el gato por algo que yo le hacia. —iBasta de lastimar a ese pobre gato! —me dijo. —iQué desconsiderado! iQué poco corazén! —dijo la bue- na anciana que vive al lado de mi casa y que me conoce desde que naci—. Antes no era asi. iQué malo se volvié este perro! iQué feo! 34 | Horacio Clemente Y le hizo unas caricias al gato. —Tan buenito, tan indefenso —susurré la anciana, Ilori- queando, mientras lo mimaba. Esta vez no esperé. Yo solo, sin que nadie me reprendiera mas, agaché la cabeza y me encerré en la cucha. —iMalo! iMalo! —repetia mi duefia. Ahora era seguro: miré al gato y vi que si, que se mataba de la risa. Soy mas grande; él es chico. Para mi es un enfermo, pero el que no tiene remedio soy yo. Mejor sera que lo evite. Lo nico que consigo estando cerca de ese gato son proble- mas. No quiero ni verlo. Salgo a la calle y miro para todos lados para ver si anda por ahi. Por suerte no esta. Me siento tranquilamente a la puerta de mi casa. Algo, bastante pesado, que vino volando desde la rama de un arbol, me cae encima y me aplasta. —iSoy el Hombre Invisible! Es el gato. Casi me parte el lomo y aullo de dolor. De sus casas salen los vecinos para mirar lo que hice. Mi duena, también. Perro grande, gato chica | 35 —iYa sé! —ladro con todas mis ganas, bien fuerte, gi- miendo-. iEs chico! Mis ladridos los espantan, me miran asombrados. —LQué te pasa? —me preguntan—. éTe volviste loco? iLa- dras como un bebé! —iSoy un bebé, si! iY también estoy loco: loco de enojo! —contesto, ladrando cada vez mas fuerte y desaforadamente. 36 | Horacio Clemente Me acurruco, me encojo, me achico arrollandome todo lo que puedo. Sigo ladrando hasta que casi Iloro. —iPobre perrito! —dice uno-. iTiene razén: él es cacho- rro todavia! —Cachorrito —aclara mi duejia. Finalmente, el gato, que no es tonto, advierte que le con- viene escabullirse y se va disimuladamente mientras la gen- te me acaricia hasta que dejo de ladrar y quejarme. Ahora podria seguir haciéndome el chiquito, simular que me gusta jugar como un bebé y jugar a que soy un lobo que se devora a un gato. Aunque si me lo comiera, creo que no me lo perdonarian. Y el gato, des por chico que lo hace, o es para burlarse y divertirse a mi costa? Que él si es un nene, eso no lo dudo. Que yo soy grande, tampoco lo dudo. Es lindo ser grande, pero iqué paciencia hay que tener y cuanto esfuerzo hay que hacer a veces para ganarles a los mas chicos! Perro grande, gato chico | 37 Hay dias en que nos vemos lindos y seductores, otras ve- ces pensamos que somos feos. Nos miramos en el espejo y Nos preguntamos: “2Cémo? Ese soy yo? éAsi soy?”. No nos asombremos ante quienes pasan por esas dudas, ya que no es facil conocerse a si mismo. Y si no lo creen, pueden pre- guntarle al gato de esta historia. Aunque seguramente él les contestara que si, que es muy facil. 38 | Horacio Clemente El gato que se conocia a si mismo Que los gatos son inteligentisimos —mas que los perros, como dicen los amantes de los gatos—, lo demuestra esta historia. Es la de un gato florentino que vivid en tiempos del Renacimiento, aproximadamente en la época en que Cervantes publicd el Quijote. No, no es que este gato hu- biera leido el Quijote, sino que tenia un amo, igualmente florentino, muy inteligente también, casi como el gato, y muy instruido; era una persona que hablaba muchos idio- mas y que sabia filosofia, astrologfa y alquimia. Cuando a su casa venian los amigos y se ponfan a charlar, esos amigos se quedaban con la boca abierta escuchandolo pronunciar una frase sabia tras otra. El gato también, y asf fue como aprendié tantas cosas. Pero una de las cosas que al gato mas le impresiond, de todas las veces en las que escuché hablar a su amo, fue esta frase que se le grabd en la cabeza. Dijo el sabio: “El mayor conocimiento es conocerse a si mismo”. Y sus amigos asintieron: “Es verdad lo que dices”. Y repitieron: El gato que se conocia a si mismo | 39 “Condcete a ti mismo... el conocimiento mas dificil de todos”. —Y vos, maestro —pregunté, de manera un tanto rebus- cada, uno de sus amigos—, dos conocéis a vos mismo? —No. La contundente contestacién del sabio estremecié a sus amigos, quienes lo aplaudieron entre las siguientes excla- maciones (y muchas mas que no vamos a repetir): —iQué cultura! —decfan—, iqué modestia, qué valentia, qué sinceridad, qué ejemplo, qué ensefanza! iCudnta sabi- durfa hay que tener para reconocer que uno no se conoce a si mismo! Por el contrario, el gato pensaba: “ZY este es el famoso sabio? iQué clase de amigos tiene, que son capaces de feli- citarlo porque no se conoce a si mismo! iUn sabio que no se conoce a si mismo! iQué vergiienza!”. En la época en que esto sucedié existia la imprenta, pero no la maquina de escribir y, menos, la computadora. Sin embargo, habia mucha gente que escrib/a: escribia con la mano (sosteniendo una pluma de escribir, obviamente). 40 | Horacio Clemente Significa eso que todos los escritos eran manuscritos, aun- que algunos escribian tan mal que parecia que lo hacian, no con las manos, sino con los pies. También el gato es- cribia, con la pata derecha delantera, y, en lugar de papel, usaba el piso de la habitacién que su amo habia destinado para él. Esto no debe sorprendernos pues, aunque no sean tan inteligentes como aquel, todos los gatos escriben. Cuando rascan el piso, no es porque estan tratando de rayarlo, de hacer un hoyo o de limarse las uiias; estan escribiendo. La gente no lo sabe. Y si lo supiera tampoco podria leer lo que los gatos escriben, pues ellos lo hacen a lo gato, con su pro- pio lenguaje, que las personas no entendemos. Asi decidié escribir la frase “Condcete a ti mismo”, aun- que esta vez no en el piso, sino en la pared, a los pies de la canastita acolchonada en la que dormia. De manera que toda vez que se acostaba panza arriba, para dormir o pa- ra relajarse, frente a sus ojos tenia aquella frase y la releia constantemente. Sofiando con esa frase y con la tarea de indagarse para no confundirse y creer que se conocia a si mismo cuando en realidad no se conocia, un dia se dijo: “No tengo problemas, yo sé que me conozco a mi mismo”. 42 | Horacio Clemente _v wae > El gato que se conocia a si mismo | 43 Pero équé significa conocerse a si mismo? Quiere decir darse cuenta de cémo es uno... No solamente si es gordo o flaco, alto 0 bajo, rubio 0 morocho; eso es solamente una parte mintscula del conocimiento de si mismo, y la mas facil . Si digo, por ejemplo, “Yo soy capaz de escalar la mon- tafia mas alta del mundo”, pero al subir una escalera me canso en el primer escalén y tengo miedo de caerme, signi- fica que no me conozco bien a mi mismo. Otros ejemplos para mostrar si uno se conoce 0 no se conoce a si mismo: si digo “A mi me gusta leer” y les escapo a los libros, quiere decir que estoy mintiendo 0 que no me conozco para nada. Lo mismo si digo “Me encanta ir al cole- gio” y falto toda vez que puedo; o si digo “El dinero no me interesa” y me pongo a llorar porque perdi cinco centavos; 0 si digo “Yo no le temo a nada”, pero de noche duermo con la luz encendida; o si digo “A mi hermanito lo quiero mucho” y nunca quiero jugar con él. Tales diferencias entre el dicho y el hecho dan a entender que quien tiene esas diferencias no se conoce a si mismo. Pero el gato aquel del Renacimiento no tenia contradic- ciones: se conocia a si mismo. Asi lo aseguraba. 44 | Horacio Clemente En uno de los salones dedicados a las bibliotecas que habia en la casa del sabio duerio del gato, habia también un gran espejo. El gato jamas entraba alli porque el sabio amaba los libros pero no la limpieza, y en ese salén habja mucha tierra y se acumulaba el polvo que, al gato, por un problema de alergia, lo hacia estornudar. Una vez en que el sabio contraté a una sirvienta para que barriera ese salén y pasara el plumero, el gato, por pura curiosidad, entré para echarle una miradita y ver qué libros habia alli. Sin embargo, mas que los libros, le interes6 el for- midable espejo ubicado contra una pared y que se extendia desde el piso hasta el techo. Era un lujoso espejo biselado, enmarcado en madera de roble primorosamente tallada al estilo renacentista. Asombrado quedé el gato ante la be- lleza del espejo y de su marco, obras de algun artista de primera linea. Al detenerse frente al espejo, el gato vio que una criatu- ra, simultaneamente, se detenia ante él. Y al quedar frente a frente y mirarla con fijeza, observd el gato que esa criatura lo miraba también, y con idéntica fijeza. No sabia el gato si escapar 0 mantenerse frente al otro, pero su inteligencia le hizo comprender que si la criatura se limitaba a observar- lo sin atacarlo, no tenia por qué huir. Asi que permanecié El gato que se conocia a si mismo | 45 3) (cea Bey os DO aoe ES OS ans 95) Z PRE Pia ae observandola, estudiandola hasta que, al oscurecer y llenar- se de sombras la habitacin, la criatura desaparecié del es- pejo y dejo de verla. Esa noche, en el piso, escribié: “He visto un extrafo ser de figura desconocida que, por su silencio, me hace suponer que ni habla como las personas ni matlla como los gatos. Supuse que él huiria al verme; en cambio, per- manecié estatico frente a mi, mirandome. Aproveché para observarlo con atencién y asi puedo describir, valigéndome de lo poco que recuerdo de él, su aspecto fisico: es de pe- quefia estatura, tiene dos ojos y cuatro patas. No pude comprobar si tiene orejas, porque algo, que parecia ser pelo, se las cubria. Me parecié que tiene una especie de cola, porque algo largo y fino, igualmente lleno de pelos, vi que se le movia en su parte de atras. Creo que no le agra- da la oscuridad, porque al hacerse de noche desaparecié. Majfiana, con el alba, iré a mirar si vuelve. Florencia, 14 de septiembre de 1525”. En el Renacimiento, la humanidad ya habja descubier- to que la Tierra no es cuadrada, sino redonda, y que gira El gato que se conocia a si mismo | 47 alrededor del Sol. También que el universo podria ser in- finito y que podrian existir otros mundos similares a la Tierra, aunque lejanos e inescrutables. En realidad, estas cosas ya se habian sabido alguna vez; los griegos de la Gre- cia antigua lo sabian. Lo que sucedié fue que, con el correr de los siglos, la humanidad fue olvidandose de ese conoci- miento y empezé a creer que la Tierra era cuadrada, que no se movia, que el Sol daba vueltas alrededor de ella y que el universo tenia un limite. Sucede que la gente tiene mala memoria y a mi me pasa lo mismo: cuando iba al colegio, tenia que aprender veinte veces la misma leccién porque me la olvidaba enseguida. A la mafana siguiente, muy temprano como habia pro- metido hacer, el gato fue a pararse frente al espejo. Inme- diatamente aparecié la otra criatura. El gato permanecid frente a ella hasta el mediodia; ni se movid, esperando ver qué hacia el otro. Estuvieron frente a frente, mirandose y sin hacer nada. Hasta que al gato le dio hambre y se fue a comer. El otro desaparecié rapidamente. Después de comer, el gato volvid. También el otro. EI gato decidié aplicar el método experimental: movid la pata izquierda; simultaneamente, el otro movié la pata derecha. Giré la cabeza el gato, y el otro también la gird, 48 | Horacio Clemente pero en sentido contrario. Avanz6; el otro avanzé hasta que casi se tocaron. Retrocedid; el otro retrocedid. Pegd un maullido; el otro también. Bostezd; también el otro. Desgraciadamente, la noche volvié mas rapido de lo que el gato hubiera deseado y la otra criatura desaparecid en la oscuridad. El gato marché a su habitacién, bastante desconcertado, aunque con la certeza de que habia descubierto algo ex- traordinario. El también sabia, porque se lo habia escucha- do a su amo, que la Tierra es redonda y que en la infinitud del universo podria haber otros mundos. En el piso escribié: “Observando a esta rara criatura, llego a la conclusién de que los extraterrestres existen. Su actitud sigue siendo paci- fica, como si deseara hacerse amiga, aunque ignoro sus ver- daderas intenciones. Tal vez esté simulando antes de atacar e invadir la Tierra. Maiiana volveré y la provocaré para ver qué hace. Florencia, 15 de septiembre de 1525.” No hubo majiana. El sabio, que seguia con la mania de la limpieza, entré en la habitacion del gato y vio el piso todo rayado. Eché al gato a la calle. 50 | Horacio Clemente —iPara qué quiero un gato tonto, que lo Unico que sabe hacer es arruinarme el piso con sus idiotas unas! —dijo el sabio. EI gato era inteligente, entendid que lo sensato era bus- carse otro duefo. Lo encontré: un zapatero de Florencia que no sabia ni leer ni escribir, pero que amaba a los gatos y al que no le importaba que le rayaran el piso, cubierto, ade- mas, de polvo, tierra, restos de zapatos, pedazos de cuero y clavos. Espejo tenia, pero rajado y cubierto con una tela gruesa para que no se siguiera rompiendo. El gato y el zapa- tero se adoptaron mutuamente. 52 | Horacio Clemente Dice el gato: —Qué me importa que el bobo de mi ex duefo, que ni si- quiera se conoce a si mismo, me haya echado. Estoy mucho mejor sin él. El zapatero es mas lindo y mas bueno. Sin embargo, a la noche se desvela, nostalgico, recor- dando dos cosas: al sabio que result6 no ser tan sabio, pero al que igual extraiia, y a la rara criatura del espejo, que ya no tiene oportunidad de observar, pero que sigue provocandole una enorme curiosidad y que lo mantiene intrigado. a mi esposa, Estela, ya mis nietitos, Luz, Octavio y Martin El gato que se conocia a si mismo | 53 Algunos afirman que no lloran nunca. Parecen insensi- bles al dolor y no se conmueven si otro se lastima, se la- menta o, simplemente, se emociona y llora. Desprecian el dolor de los demas y nada les parece tan grave como para derramar una lagrima... Salvo cuando les pasa algo a ellos, sea importante o no. Pero, aun asi, a veces hacen tal esfuer- ZO para que creamos que no sienten nada, que les sucede lo que al perro y al duerio que conoceran ahora. 54 | Horacio Clemente El perro que era todo un hombre Era un perro que sabia, sin que se lo hubieran ensefa- do sus padres y sin que lo hubiera leido en ningun lado, que los perros no lloran. “Las perras lloran; los perros, no”, aseguraba. De chiquito, es decir de cachorro, nunca lloraba. Cuan- do la mama amamantaba a sus nueve hijos, entre los que estaba este perro, se producian conflictos. Las perras tie- nen ocho mamas solamente, de manera que, a la hora de comer, uno de los nueve cachorros se quedaba afuera y debia esperar a que alguno de sus hermanos terminara de mamar. Pero, antes de que ello ocurriera, el cachorro en cuestién no se quedaba esperando lo mas tranqui- lo: se la pasaba Ilorando hasta que llegaba su turno. En cambio, el perro del que hablamos no lloraba. Tampo- co esperaba; a tarascones limpios apartaba al hermano que tuviera mas cerca y le quitaba el lugar. El cachorrito se apartaba, Ilorando, y si era macho, el otro le decia: “Los perros no lloran”. Si era hembra, no le decia nada, El perro que era todo un hombre | 5S porque él tenia la conviccién de que las perras lloran, pero los perros no. Al crecer y llegar a los dos meses de edad, ocho de los nueve cachorros fueron vendidos por sus duefos. El perro que no lloraba se quedé con sus padres. La mama lloré al ver que a sus demas perritos se los llevaban. El papa tam- bién. —dPor qué lloras? —pregunté al padre el perro que no lloraba. 56 | Horacio Clemente —Me habia encarifiado con ellos. —CY por esa pavada lloras? —dijo el perro que no Iloraba. —dEncarifarse es una pavada, para vos? —La vida es asi. Hay que mirar para adelante —replicé el perro que no lloraba. Pasé mas tiempo y el perro que no lloraba crecié. A los seis meses era un hermoso macho, esbelto, fornido y bravo. Ladraba fuerte, atemorizando a cada perro que veia. Y si veia gente, también le ladraba con furor. Un sejior lo observaba. Quedé impresionado por la pos- tura altiva del perro; pensé que le serviria para guardian. Hablé con los duefios y lo compré. Antes de despedirse de este perro, la mama lo olfated y le lamié el hocico, es decir, le dio un beso. Lagrimeé. El padre le pasé una de sus patas sobre el lomo, a modo de abrazo. —Qué te pasa? —le preguntd el perro al padre. —Voy a extrafiarte. —Eso no tiene sentido. Al padre se le humedecieron los ojos. —éPor qué lloras, ahora? El perro que era todo un hombre | 57 —Por nada, hijo, por nada. EI perro que no Iloraba no lloré al despedirse. Pensaba que el futuro le depararia una nueva vida y un destino pro- misorio, que seria un gran perro, un eficiente guardian. No se equivocaba. El nuevo duejio tenia una hermosa casa, tan grande que parecia cuatro casas juntas: era como un palacio. La rodea- ba un extensisimo parque. Tenia cinco perros en ese parque. Al llegar a la casa, solté al perro que no Iloraba y lo dejé corretear por el gran parque y olfatear a su gusto. Los otros perros, todos machos, se le acercaron. El perro que no lloraba los corrié a mordiscones. Algunos, asus- tados, lloriqueaban mientras huian; hubo uno o dos que no lloraron. El duefio pensé: “Es un gran macho. Si fuera mi hijo, dirfa que salié a mi: es bravo, es un duro. Por eso me gusta. Qué nombre le pondré, que esté de acuerdo con su caracter fuer- te y con su temperamento?”. Le puso “Duro”, justamente. En poco tiempo, Duro se hizo duefo de la casa, del par- que y de los otros perros. Ningdn empleado de la casa, ningtin operario que debie- ra hacer algun arreglo, ningun visitante, ningun jardinero, 58 | Horacio Clemente se animaba a entrar si Duro no estaba atado o si el duefio no le ordenaba que se quedara quieto. Un jardinero fue quien, manejando una cortadora de cés- ped, lastimé a Duro sin querer. La herida no fue grave, pero El perro que era todo un hombre | 59 si dolorosa. Duro no Iloré. No chilld. El duerio le vendo la pata y le dio un hueso de regalo. A partir de entonces, Duro comenzé a estimar los huesos. A darles un gran valor. De cachorrito habia conocido la le- che; luego, la comida balanceada. Ahora conocia el hueso. Le gustd, le gusté mucho. Un dia, Duro confundié a un visitante con un ladrén. Lo corrié y, si el otro no se hubiera refugiado en su auto, lo habria lastimado a mordiscones. El visitante habfa llegado con un perro, al que habia dejado en el auto. Cuando ese perro vio que Duro corria a su duefo, se puso a llorar de la desesperacién: hubiera querido salir del auto y defender a su amo. Cuando el duefio entré en el auto, ese perro no con- seguia calmarse, seguia gimoteando. —dQué te pasa? —le pregunté Duro. —Intentaste morder a mi duefio... y, si no hubiera entrado a tiempo en el auto, lo habrias lastimado mal. —LY por esa estupidez lloras? 60 | Horacio Clemente Duro se ejercité en arrebatar los huesos que los otros perros del parque conseguian en los alrededores y que sa- boreaban mordiéndolos durante horas. Algunos intentaban resistirse y no cederle el hueso, pero Duro era fuerte y de- cidido: se los quitaba igual. A veces lloraban. Duro no se conmovia. Al contrario: los despreciaba. Advirtié que los huesos eran muy valorados por los pe- rros. Comenzé a coleccionarlos y a amontonarlos. Si va- liera la comparacién, hacia lo que hacen ciertas personas con el dinero: amontonarlo, resguardarlo, ocultarlo, no so- lo para darse los gustos, sino también para ganar poder y El perro que era todo un hombre | 61 convertirse en unos mandones. Los otros perros no se ani- maban a quitarle los huesos, ni siquiera a pedirselos. Hizo un pozo al pie de un enorme eucalipto a cuya som- bra acostumbraba recostarse, y alli los guard6. Con el tiem- po, debié agrandar el pozo porque la cantidad de huesos fue creciendo y ocupaban mucho espacio: habia logrado que los otros perros le entregaran casi todos los huesos que encontraban. A cambio, permitia que se quedaran con uno 0, a lo sumo, con dos. De todos sus perros, el Unico al que el duefio dejaba entrar en la casa era Duro. Los otros se quedaban afuera, mirandolo y envididndolo. Lloraban, por supuesto, porque querian entrar y no podian. —iMe repugnan! —les decfa Duro cuando los veia llorar. “Es un duro”, repetia el duefio. “Duro como una piedra”. Si, el duefio era también un duro. Habia tenido muchos problemas en su hogar; trataba mal a su esposa y a sus hi- jos; no se preocupaba por ellos y no le importaba demasia- do si estudiaban, si eran felices o si necesitaban algo de él. Consideraba que les habia dado una casa lujosa; ahora, que se las arreglaran como pudieran. Lo que mas estimaba era a 62 | Horacio Clemente los perros bravos. Y al eucalipto, que, por ser el mas grueso y alto de todos los Arboles, lo llenaba de orgullo. —Miren qué tamaiio tiene. Miren qué tronco. No hay otro que lo iguale. Y es mio —decia. Haciéndose entender, pues los perros son habiles pa- ra hacerse entender por los humanos, Duro logré que su duefio permitiera entrar en la casa a los otros perros. Estos consideraron que, al fin y al cabo, Duro los estimaba y que algun carifio les tenfa. Pero no lo hizo por eso, sino para que, si querian entrar y subir a la cama 0 a los sillones como hacfa él, le trajeran mas huesos. La cantidad de huesos que Duro acumuld en su pozo, al pie del eucalipto, fue impresionante. El dia en que se levanté el temporal, con vientos de mas de doscientos kilémetros por hora, el eucalipto se vino aba- jo de raiz. El duefio parecié no inmutarse, pero por dentro se conmocioné. Sin embargo, se mantuvo rigido, sin que se le moviera un musculo, sin un gesto de pesar. A la mafiana siguiente, arribaron unos operarios con motosierras, camién y gria, trozaron el tronco del eucalip- El perro que era todo un hombre | 63 to, levantaron las raices con una excavadora, aserraron las ramas y se llevaron todo en el camién. Sin darse cuenta, mediante la excavadora, y junto con las raices, levantaron también la multitud de huesos que Duro habia atesorado en el pozo. Sintid como si todo su poderio se hubiera ido con esos huesos. Ni el duefio ni Duro soltaron una lagrima. Se quedaron, duros como piedra, mirando el parque donde antes habia habido un enorme arbol y huesos, y donde ahora corretea- ban, despreocupados, cinco perros. Tan rigidos se quedaron, que hoy —y si alguien quiere, puede ir a verlos— forman un monumento de piedra al que se lo conoce como “Monumento al duefo y el perro”. De noche —porque de dia les da vergiienza—, de los ojos les caen unas piedritas. Son las lagrimas que vierten por lo que perdieron; algo que, en realidad, si lo pensamos bien, no es tan grave. Muchos arboles caen con las tormentas; muchos huesos se pierden. Son cosas de la vida. Hay que mirar para adelante. Y otras veces, aunque siempre de noche, de los ojos les brotan, en lugar de piedritas, unas piedras grandes como cascotes. Son los lagrimones que ni el perro ni el duefio consiguen contener. 64 | Horacio Clemente El perro que era todo un hombre | 65 Hay quienes no se permiten equivocarse. Y, si alguna vez les pasa, entonces se recriminan: “&Cémo pude cometer ese error? iJustamente yo, que soy tan inteligente, tan astuto, tan atento...! iQué tonto fui! iQué vergiienza me da!”. Tal vez se creen infalibles y, al tener que aceptar que son igua- les a los demas, se vuelven disconformes y viven malhumo- rados. O tal vez teman que, si se equivocan, alguien pueda retarlos o —algo mucho mas triste- que los dejen de querer. 66 | Horacio Clemente El perrito que no queria equivocarse Era un perrito que no toleraba equivocarse. Si se equivo- caba, sufria. Cuando ladraba, queria hacerlo solamente si habia motivo; por ejemplo, cuando habia un desconocido cerca de su casa; entonces ladraba para poner en guardia asus duefos por si se trataba de un ladrén. También si pa- saba un gato ladraba, o si alguien llamaba por el portero eléctrico. Pero a veces ladraba cuando no debia; por ejem- plo, cuando no habia ningtin desconocido cerca, cuando no pasaba ningtin gato o cuando no tocaban el portero eléctrico. Al darse cuenta de que habia ladrado por ladrar porque habia creido ver a alguien sin que hubiera nadie, o porque habia creido que pasaba algtin gato sin que pasara ningdn gato, o porque creyé haber escuchado el portero eléctrico sin que nadie hubiera llamado, se ponia muy mal, muy enojado. “iQué tonto!”, se decia, “iqué descuidado, qué distraido!”. Queria ser como su duefio, que jamas se equivocaba: un se- fior que nunca se ponia el zapato izquierdo en el pie derecho, El perrito que no queria equivocarse | 67 que cuando hacia frio usaba ropa abrigada y que cuando ha- cfa calor se ponia ropa liviana y que cuando llovia salia con pa- raguas. Para el perrito, su duefio era la perfeccién en persona. También la duefia era, para el perrito, un ser admirable. Bastaba observarla y ver cOmo se mantenia en linea, cémo era de esbelta y llamativa. Ni engordaba de mas, ni enflaque- cia de mas. Era porque sabia muy bien lo que debia hacer: sabia que si comia mucho, engordaria, y que si comia poco, Gc Bg Ry 68 | Horacio Clemente adelgazaria. Y para no engordar o enflaquecer, comia siem- pre lo justo. No se equivocaba jamas, aunque para mantener el peso ideal para una persona de su altura y su edad, jamas comia lo que mas le gustaba sino lo que menos le gustaba. El perrito tenia amigos, que eran perros como él. Habja uno, a quien le decian “el Lungo”, flaco, negro y de patas finas y fibrosas, que era una luz para correr. Otro de sus amigos era, en cambio, bajito y largo; le decian “Salchicha”; no tenia rival para cavar hoyos en la tierra o para meterse en matorrales o tuneles estrechos en busca de huesos 0 de una presa. Otro amigo perro tenfa; le decian “el Capo”; un grandote que te hacia temblar de miedo nada mas que con mirarte... ipobre del que lo provocara! EI perrito los admiraba también a ellos. Estaban seguros de sus aptitudes y ni pensaban en fallar cuando habia que correr, meterse en un hueco o darle un mordiscén a alguno. iQué bueno seria si fuera él tan alto y flaco como el Lungo, o tan bajo y largo como Salchicha, 0 tan grandote y pesado como el Capo! “Nunca fallan”, pensaba el perrito. “Nunca se equivocan en lo que hacen y quieren. iQué perfeccién de perros!”. El perrito que no queria equivocarse | 69 Un dia, el perrito tuvo un ejemplo mas de esa perfeccién que afioraba. Fue cuando se le ocurrié presenciar un certa- men, nada menos que una competencia de perros en la que se premiaba a los mejores de cada raza. EI concurso se inicid con una competencia de belleza en la que participaban perros de la raza collie. Llegaban con sus criadores y se paseaban ante los jurados y el publico, luciéndose. Los perros estaban ensefiados a caminar con elegancia, a sentarse con elegancia, a correr con elegancia, a detenerse con elegancia. Ensefiados a mirar al publico y al jurado como diciéndoles: “Observen qué hermoso soy, qué perfeccién de perro”. Hubo una perrita, entre los concursantes, tan hermosa, tan perfecta, que el perrito se enamoré de ella. “Si me mirara y se enamorara de mi, aunque mas no fue- ra la mitad de lo que yo me enamoré de ella, qué feliz me haria”, pensaba el perrito. La perrita no recibié el primer premio, ni el segundo ni el tercero. No le dieron ni una mencidn. Parte del publico protestd. El perrito también, ladran- dole con enojo al jurado. No habia derecho: ese jurado se habia equivocado en su juicio, no entendia nada, era injusto. 70 | Horacio Clemente Después de la competencia de belleza vino la de obe- diencia. Los perros que participaban debian demostrar que habian aprendido a obedecer y a cumplir las érdenes de sus criadores sin equivocarse. Hubo un perro que resulté ex- traordinario: no necesitaba que su amo le hablara, bastaba con que este le impartiera las Grdenes con gestos y adema- nes. Un movimiento de ojos o de cabeza, una sefial con la mano, y el perro entendia si debia correr, caminar, sentarse o hacerse el muerto. El perrito, si hubiera podido aplaudir, lo hubiera hecho con fervor. Ese perro recibié uno de los Ul- timos premios, creo que el noveno o el décimo. El perrito no quiso permanecer mas en ese lugar. Por otra parte, la perrita de quien se habia enamorado no le dirigid la mirada ni una sola vez. Volvié a su casa. En el camino se cruz6 con sus amigos los perros. Estaban corriendo una carrera con el Lungo. Sabian que el Lungo ganaria, pero querian jugar, divertirse, como hacen los chi- cos. Después jugaron a cruzar por entre dos matorrales que habian crecido muy cerca uno del otro dejando un estrecho espacio por el que apenas se podia pasar; gand Salchicha. 72 | Horacio Clemente Después jugaron a romper una madera de un mordiscén; gané el Capo. Al entrar en su casa, vio que su amo ya estaba alli, recién llegado del trabajo. Para sentirse cémodo, estaba sacando- se los zapatos. El perrito que no queria equivacarse | 73 —Te pusiste una media de un color y otra de otro —le avi- s6 la esposa, quien también se encontraba alli. —Ya me di cuenta. Me equivoqué cuando me las puse. La esposa estaba comiendo en ese instante. —Y vos, équé hacés con ese platazo de ravioles con salsa de cuatro quesos? 20 es que adelgazaste? —le pregunto el esposo. —Me equivoqué. Los cociné para vos pero me gustaron y los servi para mi. Debid de ser por las ganas que tengo de comer algo rico. —Y bueno... Todos cometemos errores —dijo el esposo. —Nadie es perfecto. Somos humanos —comento la esposa. Ella levanté al perrito y dijo: —Lo Unico perfecto que hay en el mundo es este encanto de mascota que nos alegra la vida. No te parece? Acuné al perrito, lo tuvo en brazos, lo mim6, lo besé. El perrito parecia sonreir, como si se hubiera distendido, calmado. Si, somos humanos. No somos perfectos. Todos nos equi- vocamos. Todos cometemos errores. éLos perros, también? 74 | Horacio Clemente Es cierto que los gatos tienen un oido muy fino y que es- cuchan sonidos que los humanos no percibimos. También poseen un excelente olfato y una vista que les facilita ver con muy poca luz. Como si todo esto fuera poco, para orien- tarse en la oscuridad usan también los bigotes, que les sir- ven como antenas. Sin embargo, los que aman a los gatos dicen que estos tienen otro sentido, mas desarrollado atin: el que les permite saber cuando una persona se enamora y no se anima a decirlo... 76 | Horacio Clemente El gato que se portaba mal Habia un gato al que le gustaba hacer dafio: se subia a las macetas y rompia las plantas, arafiaba a las visitas, mau- llaba porque queria salir, maullaba porque queria entrar, pedia comida a cada rato y cuando se la daban dejaba mas EI gato que se portaba mal | 77 de la mitad, dormia en la cama, no se queria bafiar, etcéte- ra, etcétera. Su duejio era una persona muy mayor, tenia como sesenta afios. Vivia solo. Era lo que se llama un solterén empedernido. Trabajaba este serior; estaba empleado. Salia de su casa temprano y regresaba a su casa a las seis y media de la tar- de. La misma hora en que el gato se levantaba de dormir, subia a las macetas, rompia las plantas, arafiaba el respaldo de los sillones, maullaba porque queria salir y pedia comida. Todo al mismo tiempo. EI duefio se lo toleraba como si nada: “Es la fiesta que me hace cuando vuelvo del trabajo”, decia y, en lugar de retar- lo, lo acariciaba. —Usted lo malerfa —le decia muchas veces su vecina, que habitaba el departamento lindero: una sefiora muy mayor, como de cincuenta afios y un poquitito mas. —Es mi unica compaiiia —contestaba el sefior—. Si se por- tara bien y se la pasara durmiendo o recostado en un rin- con, équé haria yo? Me aburriria demasiado. La sefiora lo miraba con cara rara. No le parecia sensato lo que decia ese senior. Los sabados, los domingos y los feriados, el sefior no tra- bajaba y se quedaba en su casa. Lefa el diario, 0 un libro, o 78 | Horacio Clemente miraba television. En esos dias el gato hacia lo que al sefior no le gustaba: se la pasaba durmiendo o recostado en un rincén, sin molestar. El departamento del seiior tenia un balcén que daba al living; el de su vecina, también. A veces, ella se asomaba o se sentaba en su balcén para mirar la calle. Otras veces, de reojo, observaba el balcén del sefior. Pero era para ver qué estaba haciendo el gato. Cuando daba la coincidencia de que el sefior y la sefiora salfan simultaneamente al balcén y se veian, se saludaban parcamente. —Cémo esta su gato? —se animaba a preguntarle ella—. éQué hace? Si era domingo, sdbado o feriado, él contestaba siempre lo mismo: —Nada. No hace nada. Si era dia laborable y él acababa de llegar de su empleo, contestaba: —Esta inaguantable. No hace mas que lios. Me da un tra- bajo barbaro. El gato que se portaba mal | 79 —Eso le gustara a usted, supongo —decia la sefiora. Y se metia en su departamento. EI gato los observaba y los oia, sonriéndose por dentro. Ocurria que era linda la sefiora, y que el sefior, sin hablarlo con su gato, muchas veces tenia ganas de piropearla; decirle, por ejemplo: “iQué hermosa esta hoy!”. Pero, pese a la inge- nuidad del piropo, ni siquiera asi se animaba a decirselo, y a pesar de ser tan mayor, era timido, tenfa cierta vergiienza. La sefiora, que se habia casado una vez y que habia que- dado viuda, también pensaba que no era feo su vecino, sino simpatico y agradable. Y eso que ella no compartia para na- da la forma en que el sefior educaba y consentia a su gato. Es que si el sefior hubiera educado de otra manera a su gato, este no se habria atrevido a agregar una diablura mas a las tantas que cometia. Empezo por saltar al balcon que daba al living de la vecina y a golpearle el vidrio para que lo dejara entrar.

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