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Inteligencia artificial: ¿Para aprender o para hacer copia en clase?

Historia de Carlos Eduardo Díaz Rincón •

Desde que salió a la luz pública hace casi tres meses, ChatGPT ha llevado a muchas preguntas
sobre lo que implica la inteligencia artificial en el mundo educativo. Plagio, textos escritos por una
máquina y hasta artículos científicos redactados con ayuda del programa, tienen nerviosos a los
maestros. Pero, en la otra cara de la moneda, parece también una gran oportunidad de pedagogía.
Académicos, profesores, estudiantes y expertos no saben qué hacer con el avance de los chatbots
de inteligencia artificial (IA) en el mundo. O tal vez los estudiantes sí. Ahora tienen a la mano
múltiples programas y herramientas capaces de solucionar trabajos que antes implicaban estrés y
ansiedad. Con la revolución de ChatGPT, el modelo de lenguaje de IA lanzado por la compañía
Open AI, que es capaz de resolver tareas en cuestión de segundos y alcanzó el millón de usuarios
en cinco días, el debate está más vigente que nunca.

Sin embargo, si se le pregunta a la máquina cuáles son sus limitaciones en el entorno educativo,
ChatGPT contesta rápidamente que su falta de comprensión emocional, de experiencias
personales y de conocimiento específico en algunas áreas, son factores que solo pueden suplir la
interacción entre maestros y alumnos. Además, dice que el hecho de depender de datos
alimentados por humanos, hace muy probable que haya información incompleta o sesgada.

A pesar de que el mismo chatbot reconoce su alcance, el programa ha causado mucha inquietud
en el mundo de la educación. Los profesores de colegio se preguntan cómo evitar el plagio y la
trampa, ahora que una máquina puede redactar párrafos de manera precisa y sencilla. Mientras
tanto, en las universidades hacen foros para entender cómo abordar una tecnología que está a la
mano de los estudiantes en un celular y cómo hacer para que maestros que llevan toda su carrera
enseñando con tableros y diapositivas, puedan hacer uso de ella.

El boom de la aplicación ha sido tal, que cientos de revistas científicas han prohibido que la
máquina aparezca como coautor de estudios. La herramienta, que ha aprobado exámenes de
admisión en universidades de Estados Unidos, ha confundido incluso a los más expertos, quienes a
veces no pueden diferenciar los abstracts generados por IA o por humanos. Algunos colegios
públicos de Nueva York han bloqueado el acceso a ChatGPT dentro de sus instalaciones, por
considerar que tendría efectos negativos en el aprendizaje de los estudiantes.

Como lo relata Kalley Huang, en un artículo publicado en The New York Times a mediados de
enero, muchos profesores de Estados Unidos han tenido que hacer grandes cambios en sus
estrategias de enseñanza. Otros están rediseñando por completo sus cursos, incluyendo exámenes
orales, trabajos en equipo y tareas hechas a mano. Pero también sorprende que más de 6.000
profesores de Harvard, Yale y Rhode Island se hayan comprometido con usar GPTZero, un
programa que detecta rápidamente los textos escritos por el programa de IA.
“¿Todavía soy necesario?”, fue la pregunta que hizo un profesor de un colegio a Kevin Roose, del
New York Times.

Pero mientras que decenas de docentes y lectores siguen enviando cartas de preocupación a este
medio estadounidense (país con gran experiencia en el desarrollo de IA), primero es clave
entender la discusión. Para eso tenemos que saber qué hay detrás de una máquina que arroja
respuestas y realiza tareas de forma casi inmediata.

Desde que salió a la luz pública hace casi tres meses, ChatGPT ha llevado a muchas preguntas
sobre lo que implica la inteligencia artificial en el mundo educativo. Plagio, textos escritos por una
máquina y hasta artículos científicos redactados con ayuda del programa, tienen nerviosos a los
maestros. Pero, en la otra cara de la moneda, parece también una gran oportunidad de pedagogía.

Académicos, profesores, estudiantes y expertos no saben qué hacer con el avance de los chatbots
de inteligencia artificial (IA) en el mundo. O tal vez los estudiantes sí. Ahora tienen a la mano
múltiples programas y herramientas capaces de solucionar trabajos que antes implicaban estrés y
ansiedad. Con la revolución de ChatGPT, el modelo de lenguaje de IA lanzado por la compañía
Open AI, que es capaz de resolver tareas en cuestión de segundos y alcanzó el millón de usuarios
en cinco días, el debate está más vigente que nunca.

Inteligencia artificial: una discusión necesaria

Lo primero que hay que decir es que ChatGPT es un modelo de lenguaje generador de textos. Se
apoya en grandes bases de datos que obtiene de la web, textos, libros y otras fuentes. Desde que
inició su desarrollo en 2018, ha consolidado más de 175 mil millones de parámetros, una cifra que
no representa palabras, sino ejemplos de usos del lenguaje aplicados a contextos específicos. Ese
es el secreto de su precisión.

Sus respuestas, que han sorprendido al mundo entero, son una “emulación” del pensamiento
humano. Su capacidad de procesamiento y eficiencia para resolver preguntas complejas está
asociada a modelos probabilísticos del lenguaje. Algo similar a lo que ocurre con los predictores de
texto de los celulares, pero llevado a un nivel mucho más avanzado. El programa puede responder
a búsquedas sencillas que se podrían hacer en Google, como la biografía de Albert Einstein, pero
también redactar un artículo sobre el uso de la IA en la educación.

Alberto Delgado, profesor de Humanos y Máquinas Inteligentes de la Universidad Nacional, lo


explica en estos términos: “Imaginemos los parámetros como una serie de botones de un equipo
de sonido que sirven para ajustar los altos, los medios y los bajos. Este programa funciona como
un ecualizador. Se nutre de muchos ejemplos para modelar el lenguaje. Gracias a una gran base de
datos de palabras, responde a preguntas a través de predicciones”.
Lo cierto es que las noticias sobre su uso han desatado el miedo entre algunos usuarios. Los más
estrafalarios asocian la inteligencia artificial con el viejo temor de que las máquinas lleguen a
condicionar las acciones de los humanos. Otros, aunque la ven con cautela, creen que puede ser
una revolucionaria herramienta que tiene múltiples aplicaciones en la vida real.

Para Nohora Galán, CEO de Whale and Jaguar, empresa que brinda asesoría a otras compañías en
IA, más que temer, hay que aprovechar el auge. “Estos modelos se especializan en tareas
específicas, mientras que los seres humanos sabemos hacer muchas cosas: podemos tomar
decisiones sobre lo que vemos, escuchar, hablar y hacer varias cosas al tiempo. Los sistemas
basados en IA nos ganan en capacidad de procesamiento, pero estamos lejos de tener una IA
completa”.

Delgado coincide con esto y asegura que el pensamiento crítico de los humanos no ha sido
reemplazado y que falta mucho para que pueda ocurrir algo por el estilo. “La IA siempre tiene un
margen de error que solo puede ser descubierto por el humano. Lo mismo ocurre en las
conversaciones. Si alguien dice una mentira, solo la podemos descubrir a través del análisis”.

De hecho, para ser claros, ChatGPT se encuentra en el nivel más bajo de la inteligencia artificial
(narrow-weak). En otras palabras, aunque tiene un gran desarrollo y funcionamiento, solo puede
replicar (y quizás superar) la inteligencia humana para un fin específico, como la creación de texto.
Mientras tanto, en el eslabón más alto está la superinteligencia artificial, todavía en desarrollo,
que sería capaz de alcanzar y mejorar su funcionamiento de forma autónoma.

Pese a este llamado a la calma, ya hay dilemas que se están abordando en el aula de clases. En un
artículo publicado en The New York Times, Antony Aumann, profesor de filosofía de la Universidad
del Norte de Michigan, relató su sorpresa al ver que el mejor ensayo de su clase sobre la
moralidad de la burka era de un estudiante que utilizó ChatGPT. Aunque la decisión de Aumann
fue prohibir el uso del programa en el salón de clases, otros docentes han optado por poner a sus
estudiantes a corregir los textos generados por las máquinas. Dos visiones distintas y una discusión
abierta.

¿Cómo pueden convivir la educación y la inteligencia artificial?

A inicios de febrero, un compañero de la redacción de El Espectador organizó una reunión para


discutir si ChatGTP significaba la muerte del periodismo en su noción más básica: la producción de
noticias. Evidentemente, esta herramienta es capaz de redactar párrafos mucho más claros de lo
que lo hacemos algunos de nosotros.

Para comprobar su eficiencia, hicimos una prueba días después: le pedimos que nos compartiera
algunas preguntas para hacerle al ministro de Educación, Alejandro Gaviria, sobre la
implementación de IA en el sistema educativo. Nos dio una lista de interrogantes muy pertinentes,
aunque no todos precisos y útiles. Uno de ellos era: ¿qué beneficios trae la utilización de
programas de IA para la enseñanza y la evaluación en el sistema educativo?
Para Gaviria (que nunca supo del ejercicio), la IA puede ser clave para mejorar la evaluación y los
procesos de admisión en la educación superior. Dice que la meritocracia de acceso a las
universidades se debe superar con el análisis de información y la aplicación más certera de
criterios de justicia. Los profesores, dice, también deberían centrarse en que sus estudiantes
aprendan sobre nuevas tecnologías. Esto podría ser útil para cubrir el déficit de talento humano en
Colombia.

De hecho, el Al Readiness and Inclusion Index, elaborado por Microsoft, señala que para el 2030, el
país necesitaría aumentar los trabajadores altamente calificados del 17 % al 50 % del total de
puestos de trabajo, para cumplir con los requisitos del mercado.

Por ello, como lo resalta un artículo publicado en la revista AI and Ethics en 2022, es muy
importante que la inteligencia artificial se convierta en una vía para aumentar el número de
expertos, guiar la investigación educativa, reducir la carga de trabajo de los profesores, diseñar
modelos de aprendizaje contextualizado para estudiantes, mejorar la evaluación cualitativa e
implementar sistemas de tutoría inteligente.

En esta línea, uno de los programas piloto que Gaviria quiere iniciar está enfocado en que los
niños aprendan a programar Python, un “software” que revolucionó el mundo de la programación.
Esto se suma a la alianza del Ministerio de Educación con Microsoft para enseñar programación a
través de una edición de Minecraft.

Pero entre las promesas, hay algo que inquieta a quienes se mueven en el mundo educativo. Si
bien la IA tiene beneficios innegables, hay desafíos que han puesto a pensar a más de un profesor.
Uno de ellos es la formación técnica de los estudiantes y docentes, no son solo en conocimientos
de ingeniería, sino en la integración de distintas áreas.

A corto plazo, dice Rafael Méndez, decano de la Escuela de Ciencia y Tecnología de la Universidad
del Rosario, los esfuerzos deberían enfocarse en la inclusión del pensamiento algorítmico y de
programación en los currículos de todos y cada uno de los programas profesionales. “Esto incluye
ingenierías, ciencias económicas, artes, derecho, entre otros. Obviamente, cada uno con un nivel
diferente de desarrollo y profundidad”.

Otro de los retos será poder utilizar la IA y el procesamiento de información para detectar a
aquellos estudiantes que podrían desertar de sus estudios o que están en riesgo académico. Esto
permitiría generar estrategias de retención temprana en las universidades, explica Méndez.

Los expertos también destacan que casi todas las herramientas de la historia que han planteado el
debate sobre el reemplazo del talento humano han sido rechazadas y temidas por ciertos sectores.
Por ello, Carolina Méndez, especialista sénior en Educación del BID, dice que la IA se debe ver
como una oportunidad y no como una amenaza, ya que permite que los profesores tengan
información clave para acompañar a sus estudiantes e incrementar su capacidad crítica.

Pero hay riesgos alrededor del uso de estos programas en las aulas de clase, que deben ser
analizados por rectores y directivos en las instituciones educativas. Para esto, señala Gaviria, será
clave la capacitación de maestros en habilidades digitales, antes que pensar simplemente en IA.
También hay que abordar la brecha de conectividad que existe en el país.

En un futuro, serán necesarias políticas con reglas claras sobre la utilización de la IA en los salones,
así como implementar sistemas más rigurosos de detección de plagio. También es posible que la
solución a las trampas en las tareas académicas esté en la asignación de actividades creativas, es
decir, trabajos que requieran que los estudiantes apliquen conceptos, realicen análisis o generen
nuevas ideas.

Carlos Sánchez, rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, concluye que la inteligencia artificial
está haciendo un llamado a replantear los mecanismos de evaluación, por lo que será necesario
pedir más que un texto escrito a los estudiantes. “Toca cambiar los parámetros de evaluación para
que trasciendan y superen herramientas como ChatGPT, porque la actividad académica no solo se
resuelve con las respuestas que puede dar la inteligencia artificial”.

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