1a prueba de que Stella sabe qué efecto causard en el hotel de lujo
se basa simplemente en su autértico conocimiento del vestido, en
que ella es una experca en su confeccidn y, si se quiere, en su de-
construccién.
Stestey — CAVELL
"Come sine — TEant”
5
El gusto de Stella: una lectura
de Stella Dallas
Como adelanté, tinicamente en esta tiltima entrega 0 ex-
perimento final de mi intento de definir un determinado gé-
nero piblico de melodrama cinematografico —un género
cuyas propiedades intelectuales me llevan a reflexionar, por
ejemplo, sobre el escepticismo filoséfico y la diferencia de gé-
nero, pero también a cuestionar nuestra imagen del cine, en
especial del cine hollywoodiense, como arte popular homo-
géneo y transparente~ me dejaré guiar de una manera expli-
cita y m4s 0 menos continuada por un caso de escritura
especificamente feminista sobre el cine: «Something Else Be-
sides a Mother: Stella Dallas and the Maternal Melodrama»'
‘También adelanté que Stella Dallas es la pelicula que me hizo
darme cuenta de que un aplazamiento mayor por mi parte
serfa mds impertinente que seguir esperando (a no sé muy
bien qué preparacién mas adecuada 0 qué invitacién tran-
quilizadora). Una cuestién capital en los textos que he escrito
sobre las comedias y los melodramas cinematogréficos que he
' Todas las referencias al ensayo de Williams se refieren a su aparicién
en Christine Gledill (ed), Home is Where the Heart I: Studies in Melo-
drama and the Woman's Film, Londves, British Film Institute Publishing,
1987.
297repasado, es la de si la vor masculina, construida a partir de
tuna historia semejante a la mia, es aceptada con verdadero
interés en una conversacién con mujeres sobre las cuestiones
que a mi me parece que plantean dichas peliculas. Pues bien,
es posible articular el tema principal de Stella Dalla precisa-
mente a partir de esta cuestién.
Como en el resto de melodramas cinematogrificos co-
mentados, también en éste la subjetividad de la mujer se ma-
nifiesta en su aislamiento (en ser «desconocida»). (Esta
condicién no esta ausente en las zomedias de enredo matri-
monial, pero en ellas la subjetivicad de las mujeres se mani-
fiesta, ademés, en circunstancias en las que ellas pueden
ejercitar su capacidad para divertirse [en privado], y en oca-
siones su capacidad para trabajar [en pablico].) La mujer cuya
historia exploran estas natrativas se muestra, Ilegado a un.
cierto punto, perdida—no simplemente con respecto a los de-
seos o demandas contradictorias de ser una madre y ser una
mujer, sino con respecto a cuestiones referidas a lo que una
madre hace (sobre las que Charlotte Vale no puede ser més ex-
plicita: «si eso es el amor de madre, yo lo rechazo») y lo que
tuna mujer es (cuando el hombre le pregunta a Charlotte, «Es
sefiora 0 sefiorita?», ella responde +Es Tiay); sobre lo que le co-
rresponde a una madre ensefiar y lo que a una mujer le co-
rresponde aprender: sobre si tiene talento para trabajar o més
bien para apreciar el trabajo, sobre si el romance es apropiado
el matrimonio rechazable, hasta qué punto es razonable la
idiosincrasia. En la tarea de encontrarse a si misma, o de en-
contrat algdin lugar al que acudir, la ayudan determinadas
mujeres; pero se nos dice que el mundo de las mujeres, en ge-
neral, en su estado actual, no contiene una respuesta com-
pletamente adecuada, y ninguno de los hombres que ella
conoce es capaz. de ayudarla, Pare un hombre (como yo), la
mera apreciacién de esta incapacidad en los hombres préxi-
mos a esta mujer llega a parecer recurrentemente imperti.
nente, neciamente extendido, algo que supera la afrenta que
298
la critica hace publica de manera inherente. Sin embargo, la
idea de género con la que estoy trabajando asume con tora
normalidad que cualquier asunto que alguna de las peliculas
del género trate con especial atencién debe ser tratado con la
misma atencién —o cuando menos su ausencia debe ser com-
pensada por cada una de las peliculas restantes del género.
'Y asf, tras apreciar que la incapacidad masculina explicita en
Stella se manifiesta en forma de incompetencia perceptiva (en
la afable severidad de un hombre y en el gris convenciona-
lismo de otro), no puedo sino apreciar que en Carta se ma-
nifiesta como el ensimismamiento virtuoso y el compulsivo
afin seductor de un hombre, en La extrara pasajera como su
cortés, pero anticipada, irrelevancia, y en Luz de gas como an-
ticuada y pertinaz amenaza.
Lalectura que propongo hacer de Stella Dallas es la misma
que comencé a preparar durante el otofio de 1983, y que pre-
senté en mis clases sobre cine en la primavera de 1984. Por
esas mismas fechas, William Rothman acababa de publicar
tun largo ensayo sobre esta misma pelicula, especialmente
sobre su secuencia final, en el que mostraba su disconformi-
dad con la aparentemente undnime opinién de que Stella ~al
alejarse, solitaria, dejando atris la boda de su hija sacrifica su
existencia para que su hija pueda tener una vida propia. Com.
parto la reticencia de Rothman a aceptar esta interpretacion
de Stella, pero no comparto la explicacién que oftece para el
desconocimiento previo que muestra Stella de los efectos que
tiene su existencia y, por tanto, de las transformaciones que
son necesarias para alcanzar el estado final en el que la con-
templamos. Esta resistencia y las transformaciones consi-
guientes eran compatibles con el estado de dnimo en el que
me encontraba mientras trabajaba en mis lecturas de La ex-
mraria pasajera y Carta de una mujer desconocida durante el
mismo curso.
El ensayo de Linda Williams que me sirve de guia también
fue publicado en 1984, aunque no lo supe hasta algunos afios
299més tarde, Williams cuestiona de manera explicita varios pun-
tos del articulo de Ann Kaplan «The Case of the Missing Mot-
het, pero también justifica su afirmacién de que Stella Datlas,
a pesar de que «sigue siendo cenida en cuenta en el contexto
de los melodramas, los sentimientos, la maternidad y la au-
diencia femenina..., no ha recibido toda la atencién que me-
rece» (p. 322, n. 10). He le(do la respuesta de Kaplan a
Williams, y también las paginas que Mary Ann Doane escri-
bid sobre esta pelicula en su libro The Desire to Desire en el
que describe los articulos de Williams y de Kaplan como
«otros dos andlisis feministas de Stella Dallas aunque con di-
ferentes objetivos generales» (p. 191, n. 15). Como no de-
fiendo ninguna posicién determinada, no hay motivo alguno
para hacerlo, no tengo por qué saber cusles son estos objetivos
generales, ni buscar otros distintos. Desde el principio, mi pro-
yecto ha estado conformado (en un esfuerzo por reivindicar y
relacionar un pequefio nimero de comedias y un ntimero més
pequefio atin de melodramas) por un conjunto de preocupa-
ciones personales sobre ciertas intersecciones entre el cine y el
escepticismo filoséfico, entre el escepticismo, la tragedia y el
melodrama, por tanto (segiin result6 sex), entre escepticismo
y género, y entre las dos tradiciones y formaciones institucio-
ales mas importantes de la filosofia occidental, y entre cada
una de estas tradiciones y el psicoandlisis. (Estos temas, y la
sensacién durante mucho tiempo de que no le importaban a
nadie més, es algo que inclué en mi respuesta a la carta que
‘Tania Modleski envié a Critical Inquiry, citada en la Intro-
duccién.) Confio en que mi utilizacién del texto de Linda Wi-
lliams muestre, a pesar de todas mis discrepancias, el respeto
que me merece su seriedad y su pertinencia para «mi pro-
yecton. Me tranquiliza haberlo encontrado a tiempo. Y aunque
este tipo de comentarios deberian poder obviarse, incluso yo,
con todas las coincidencias, a pesar de todo asincrSnicas, con
los intereses de mi cultura, he tenido que reconocer que la ex-
presién de las deudas, o las ayudas, intelectuales no es exacta-
300
mente excusable por razones intelectuales. Sin duda nunca lo
fue. Pero es como si una determinada preocupacién actual con
una [anti] metafisica de la citacién y de la autoria hubiera ocul-
tado una politica de quién es citable por quign, y quién no.
No puede decirse que mi inesperado encuentro, mientras
trabajaba con Stella Dallas, con la cuestién de la pertinencia
de la voz masculina supusiera precisamente una sorpresa (la
misma cuestién surgié en el capitulo dedicado a La extraria
‘pasajera, cuando cuestioné mi derecho a hablar por Charlotte
‘Vale, porque eso mismo era lo que daba la sensacidn que me
apetecia hacer, aunque en ese momento no me dio la impre-
sidn de que se tratara de una acusacién inapelable); y mucho
menos que fuera inoportuna (pues al tratarse de una cues-
tién que debe estar presente en el género de los melodramas,
es muy probable que haya intentado traerla a colacién). Que
no me haya visto con ganas para abordar de manera més sis-
tematica la procedencia, y la pertinencia, de mi propia voz.en
este contexto hasta 1991, cuando redacté el primer borrador
completo del presente ensayo (esperando, si se me permite,
topatme inesperadamente con ellos), lo atribuyo enteramente
al deseo de profundizar en la expresién autobiogréfica, que es
el modo en que cada ver estoy mas convencido de que debe
tener lugar mi encuentro con el feminismo. ¥ dado que el
comienzo de mi lectura de Stella Dallas se sigue de lo que
vengo diciendo, el primer parrafo dard fe de esta conviccién.
No pretendo dar a entender que mis pensamientos sobre Ste-
Ula comiencen con un momento autobiogrifico, precisa.
mente, porque fuera entonces cuando comencé a escribir de
manera autobiogrificas es igualmente cierto que, porque co-
mienzo mi lectura con un momento autobiogréfico es por lo
que posteriormente he adoptado (en el primer capitulo de
Un tono de filosofia®) la expresién autobiografica de manera
2 $, Cavell, Unn sono de filosofla:eercicios autobiogrdfices, trad. de A.
Lastra, Antonio Machado Libros, Madrid, 2002.
301mucho més decidida que nunca. Confio en que este impulso
no desaparezca.
Cuando mi madre nos pregentaba a mi padre y a mé cul
era nuestra opinién acerca de la nueva prenda, 0 comple-
mento, que vestia, lo hacfa preguntando si era «demasiado
Stella Dallas». Y la situacién en la que esta escena se repetfa
‘con mayor frecuencia tenfa lugar las noches de los viernes, en
nuestro apartamento, mientras nos prepardbamos para ir al
cine, que era, con mucha diferencia, la fuente mds fiable de
entretenimiento compartida por los tres. Entonces ya sabfa
yo, y as{ me parece haberlo recordado toda mi vida, que mi
madre se sentia muy identificada con Stella Dallas. Su pre-
gunta pretendfa mas anticiparse alo obvio que evitar llamar
ln atencién.
He descubierto que Stella Dallas es el més desgarrador de
los cuatro melodramas que he tenido que visionar una y otra
vez mientras trataba de dar forma a mis impresiones sobre
todos ellos. Permitaseme, por tanto, comenzar diciendo cual
fue el pensamiento gracias al cual superé, o me permitié su-
perar, la angustia que suponia presenciar una vez tras otra los
suicesos que tienen lugar en esta pelicula, y que me hizo sen-
tir que el conocimiento adquirico a partir de esta experiencia
compensaba el mal trago.
El pensamiento en cuestién tiene que ver con la famosa
secuencia -me atreveria a decir que se trata de una de las més
famosas ¢ inolvidables en la historia del cine americano—en
la que el estrafalario atuendo que viste Stella la convierte en
objeto de ridiculo para la refinada sociedad reunida en un
hotel de lujo, y—ésta es la interpretacién establecida y, hasta
donde yo sé, incontestada~ precipita los planes de Stella para
separarse de su hija, algo que casi universalmente se ha inter-
pretado como un acto de «auto-sacrificio» por parte de Ste-
Ila. Esta interpretacién se basa en la suposicién, expresada en
cl citado ensayo de Linda Williams, de que Stella se muestra
302
stan inconsciente como siempre del tremendo efecto de su
aparicién» cuando, en el hotel, se «convierte en la réplica de
tun ‘irbol de Navidad’» (p. 312). Pienso que la carga de esta
interpretaci6n es excesiva, demasiado insistente; que hay mu-
chas pruebas en la pelicula de que Stella sabe exactamente
qué efecto causard su aparicién, que su exhibicién es, por
tanto, parte de una estrategia para alejar trauméticamente a
Laurel, no una catéstrofe debida a un malentendido que la
obligue a replantearse, con posterioridad, su estrategia (inde-
pendientemente de que con posterioridad se haga necesaria
tuna cierta estrategia suplementaria)
Mantengo que la evidencia que habla a favor de que Ste-
Ila es consciente de la impresién que causa es abundante. Pero
mi argumentacién no necesita que dicha evidencia sea mayor
de la que necesitarfa una interpretacién plausible alternativa
a la establecida sobre la inconsciencia de Stella en el hotel y
su desaparicién final. Ya que incluso una interpretacién plat
sible sugiere la cualidad forzada y fijada por la interpretacién
generalizada de la pelicula. Esta respuesta se acomoda dema-
siado facilmente a la mala, ¢ irénica, interpreraci6n segtin la
cual el paso de respetables figuras por la vida de Stella la ha
marcado el paso de su marido, cuya rigurosa autocompa-
sidén, o decepcién, se nutre a costa suyas de las maestras de
escuela en el tren, quienes, de alguna manera lo sabemos, no
tienen hijos, y que cuando escuchan la escandalosa risa de
Stella coinciden en que «las mujeres como ésas no deberian
tener hijos»; la refinada sociedad y su progenie en el complejo
hotelero; discutiblemente, por Laurel, al final, confusa,
cuando su padre es incapaz de «leer entre estas lastimosas It-
neasy la carta que Stella le envié (volveremos sobre esto);
incluso por la sefiora Morrison, aunque ésta seguramente
comparte en mayor medida las circunstancias de Stella.
La prueba de que Stella sabe qué efecto causard en el hotel
de lujo se basa inicamente en su auténtico conocimiento del
vestido, en que ella es una experta en su confeccién y, si se
303quiere, en su deconstruccién. Esta autenticidad es puesta de
relieve en la secuencia en 1a que la sefiora Morrison, el més
elevado y humano juez del decoro cn este mundo, al ayudar
a Laurel a deshacer el equipaje en su primera visita, queda
impresionada, incluso afectada, al enterarse de que la madre
de Laurel ha confeccionado ella misma los hermosos, ¥ apro-
piados, vestidos de Laurel. No obstante, podria interpretarse
que todo lo que esto significa es que Stella es experta en «co-
piar ropa para que otros la vistan y causen una impresién
con ella, pero no que realmente sepa cul es el efecto que
puede causar cuando es ella la que la viste. Ahota bien, el co-
nocimiento que Stella tiene del efecto que causa se pone de
manifiesto en la secuencia que nos muestra cémo se cambia
répida y eficazmente de ropa para recibir a Stephen, que ha
llegado antes de lo esperado para llevarse a Laurel por Navi-
dad a casa de la sefiora Morrison, con tn vestido negro. El
resultado, aunque el sencillo vestido negro no exprese exac-
tamente el gusto de Stella (aunque la alteracién ha demos-
trado que s6lo esta una puntada de st gusto), satisface desde
luego el de Stephen. Quien incluso llega a sugerit, como res-
puesta, que Laurel y él podrian tomar otro tren para quedarse
a cenar con Stella, a quien la sugerencia afecta claramente.
Pero cuando Ed Munn irrumpe borracho, en una secuencia
virtuosamente destruictiva y brillantemente interpretada por
todos, Stephen vuelve a quedar decepcionado y se lleva.a Lau-
rel enseguida, y Stella se da cuenta de la futilidad de apelar al
gusto de quien no tiene gusto por ella. Esto representa una
respuesta imprevista a la educacién que Stella le ha pedido a
Stephen al comienzo de la pelicula. Aqui Stephen le demues-
tra lo eficaz que es como profesor.
Es esta ensefianza, segtin mi modo de ver, lo que preci-
pita el escdndalo en el hotel de Iujo por medio del cual Stella
apela, por decirlo asi, al disgusto de aquellos a quienes sabe
que disgusta. ;Por qué dar po: sentado que su exageraciGn al
vestir en esta secuencia expresa con exactitud su gusto mas de
304
lo que lo expresa el sobreentendido del vestido negro? Des-
pués de todo tanto en el hotel como en su casa cuando se
viste apresuradamente con el vestido negro- se nos muestran
con detalle sus preparativos, cémo retine las joyas, el perfume
y las pieles. En aquellas ocasiones en las que es ajena ala im-
presién que puede causar no se prepara de ninguna manera,
como por ejemplo en la broma con los polvos pica-pica. ;De-
105 pensar que el especticulo del érbol de Navidad expresa
su propio gusto porque debemos verla como alguien que, por
ejemplo, con ocasién de la visita repentina de Stephen, busca
aprobacién? Supongamos, por el contrario, que lo que ha
aprendido de esa visita es que su estrategia es initil y que lo
que busca ahora, en el hotel, es desaprobacién. En ese caso,
geual es el beneficio de la desaprobacién publica?
De acuerdo con mi propia teoria sobre la pelicula, los pla-
nes de Stella para separarse de Laurel ya estén en marcha
mucho antes de que los comparta con la sefiora Morrison,
cuando acude a su hogar para preguntarle si permitiré que
Lautel viva allf cuando ella y Stephen estén casados. Creo que
el hito que sefiala el principio es precisamente el final de la se-
cuencia de la tiltima leccién por parte de Stephen después de
que se arrepienta de haber sugerido tan atentamente que él y
Laurel podrian tomar otro tren posterior. Exactamente
cuando Stella se queda con el vestido negro, de espaldas 2 la
cémara, mirando la puerta pot la que Stephen y Laurel han
desaparecido. La toma se mantiene por més tiempo de lo que
cabria esperar, subrayando asi su importancia. (Por supuesto,
no puedo demostrar que sea asf. Es algo que, como ocurre
con el gusto, cada uno tiene que probarse a s{ mismo.) Una
figura que nos da la espalda normalmente representa un es-
tado de ensimismamiento, o de autoevaluacién, como si en su
interior estuviera teniendo lugar una recapitulacién de los
pensamientos propios.
Esta teorfa sobre la antelacién con la que Stella habria
planteado sus planes se confirma posteriormente, después de
305«Stella se da cuenta de la futilidad de apelar al gusto de quien no
tiene gusto por ella»
que el primer intento de deshacerse de Laurel haya salido
mal y ésta se siente atraida con més fuerza hacia su madre
porque cree que se esté sacrificando por ella («jh, mi pobre
madre! {Mi maravillosa madre! jEscuché lo que dijeron!
{Debo ir con ella!), al repetir Stella la misma estrategia -y se
nnos vuelve a mostrar hasta el més minimo detalle de su pre-
paracién-. Y, una vez més, escandaliza al respetable, en esta
ocasién al incitar el disgusto de su hija representando, de
manera excesiva y llamativa, el papel de una mujer que tiene
sus propios deseos. No defiendo que pueda ser demostrado
que esta repeticién de estrategia, por sf sola, sea una inter-
pretacién més sélida de Stella, que la que considera que no
tiene nada que ver con su desgracia en piblico, ni es cons-
ciente de ella, y que si es consciente, y parte activa, de su
subsiguiente desgracia en privado. Lo que a mi entender hace
306
que la interpretacién de la repeticién sea la mds sélida —in
dependientemente de la confirmacién del hecho, y de su im-
portancia, de que Stella no s6lo es capaz de actuar, sino que
tiene talento para ello es, precisamente, que no requiere que
insistamos en sefialar la ensimismamiento como una carac-
teristica de Stella.
Que la atribucién de esta caracteristica a Stella es producto
de la obsesién, o de la insistencia, queda sugerido en el con-
flicto de impresiones expresada por Linda Williams al descri-
bira Stella en el hotel de lujo tan «inconsciente como siempre
del tremendo efecto que produce su aparicién». Lo cual pa-
rece, hasta cierto punto, incompatible con la descripcién que
Williams hace de Stella, en la pagina anterior, como una «pre-
sencia exageradamente femenina y crecientemente ostentosa
que la comunidad ofendida prefiere no ver... Cuantos més
volantes, plumas, pieles y bisuteria se ponga Stella, mas des-
tacard su patética inadectiacién.... ‘Estilo’ es la pintura de gue-
rra que se aplica con cada nuevo asalto a su legitimidad como
mujer y como madre» (p. 311). No pretendo decir que os-
tentar una presencia femeninay aplicar pintura de guerra no
pueda hacerse inconscientemente, pero detecto una cierta
tensién, o ambivalencia no reconocida, en este registro de la
consciencia de Stella, entre querer verla como activa 0 como
pasiva, como triunfadora 0 como patética. Alguicn podria
muy bien sentir que el conflicto entre el triunfo y el pate-
tismo se ajusta precisamente al caso de Stella Dallas. Sin lle-
gar exactamente a negarlo, no atribuyo la causa de la
ambivalencia al conflicto de Stella, sino al nuestro a la hora de
percibirlo. Pero de ninguna manera quiere esto decir que el
conflicto de Stella no incluya mas dolor del que somos capa-
ces de imaginar,
No veo ninguna acumulacién de plumas, pieles y bisute-
ria. El gusto de Stella en su presentacién es, por lo general,
més flamboyante, o «llamativo», que refinado; pero sélo una
vez, en el hotel de lujo, es exagerado hasta el escdndalo.
307‘Cuento hasta seis momentos en los que la comunidad (0
uno o dos de sus representantes) se ofende por el comporta-
miento de Stella (aparte, o después, de que el padre de Stella
le ordene que abandone la casa al conocer que no ha dormido
en su habitacin): 1) la reaccién de Stephen ante la diversién
y los pendientes de Stella en el River Clubs 2) la sorpresa de
Stephen al contemplar una escena de licor y canciones, en la
que Ed Munn y Stella parecen compartir el cuidado de la pe-
quefia Laurel, 0 descuidarlo; 3) el desprecio de la maestra por
el alboroto de Stella cuando ella y Ed Munn, que han salido
del vagén donde Ed ha gastado su broma del polvo pica-
pica, pasan dando tumbos al coche salén; 4) la revulsién de
Stephen cuando Ed Munn vuelve al apartamento de Stella,
donde con anterioridad dejé un pavo de Navidad, mientras
Stephen esté lamando para cambiar de tren; 5) el coro de
reacciones de la vieja generacién, pero més vociferante € in-
dividual el de la mds joven en el hotel de lujo; 6) ¢l horror de
Laurel ante la mascarada del deseo de su madre de ofr jazz,
fumar cigarrillos y leer una barata revista femenina, en una es-
cena digna de esa revista o de una pelicula.
Stephen conserva bastante inteligencia al principio de su
historia y de la de Stella para reconocer que «los pendientes
no importany. Sus dos revulsiones posteriores, ante Ed
Munn, estan causadas por episodios de los cuales Stella no
s6lo no se enorgullece, sino que no son de su agrado y los
trata de evitar. Tampoco es idea suya la broma del polvo pica-
pica, y es posible entender su sonora participacién en la
misma de otra manera que no sea tinicamente que se enor-
gullece de ello o que expresa su reaccién contra algo: mani-
festar apreciacidn, puede que incluso exageradamente, por la
broma de Ed es la tinica ocasién que tiene de corresponder a
Ja amistad y a la devocién de Ed ella no juega ni bebe, de
manera que no puede acompatfiarlo en esas ocasiones, y no
siente interés erdtico alguno hacia él, por decirlo suavemente.
Lejos de jactarse de su risa femenina y reactiva delante de la
308
ofendida comunidad, esta risa es posible porque se siente in-
visible ante esa comunidad, exactamente igual que la broma
de Ed con el polvo pica-pica depende de dicha invisibilidad;
este suceso complejo es el dinico ejemplo en el que Stella se ol-
vida de que esta siendo ofensiva-. En cuanto a la dolorosa os-
tentaci6n, por parte de Stella, delante de Laurel, no supone
un aumento general de plumas, pieles, etcétera; no es més
que un decorado para una actuacién (la acompafiamos a la
miserable y anénima casa de huéspedes de Ed Munn en la
que, después de fracasar en su intento de provocarlo, le saca
tuna fotografia a Bd para ponerla en la repisa de la chimenea
de su propia casa) especificamente incompatible con la pre-
sencia de Laurel. Todo esto deja el espectaculo del arbol de
Navidad en el hotel como el tinico acontecimiento, de los seis
en que Stella resulta ofensiva, en que se jacta escandalosa-
mente de la excesiva acumulacién de adornos.
Entonces, gdénde reside el origen de la fijacién en el ensi-
mismamiento de Stella, en su «inadecuacién patéticar? (p. 311).
Y qué hemos de pensar respecto a sus planes para alejar a Lau-
rel? Si estas preguntas ponen en entredicho la percepcién de que
«el momento final de la pelicula ‘resuelve’ la contradiccién del
intento de Stella de ser una mujer y una madte erradicando
ambas cosas» (p. 314), sc6mo debemos interpretar el extatico ca-
‘minar hacia nosotros al final de la pelicula?, zdcbemos pensar
que le espera alggin futuro?
En la pelicula se nombra una idea parecida a la de lo pa-
tético para referirse a algo que Stella ha hecho, en concreto en
la ocasién en la que la sefiora Morrison elocuentemente le
pregunta a Stephen: «:No puedes leer entre estas lastimosas I
neas?» A lo que se refiere en la narracién es a la carta de Ste-
laa Laurel que comienza asi: «Cuando leas esto» (una fatidica
frase); la carta contintia diciendo que su autora se convertiré
en la sefiora de Ed Munn. Pero no me cabe ninguna duda de
que la sefiora Morrison, o cualquier otro, también se estd re-
firiendo a las lineas de esta pelicula en concreto, incitando,
309puics, a sus destinatarios, es decir, a nosotros, a leer, a inter-
pretar, pongamos por caso, su propia linea; es decir, no nos
empuja tinicamente a ir més alld de las lineas de la pelicula
hasta sus silencios y sus imagenes, con las que debemos estar
ialmente felices, sino que nos empuja mucho mds alla de la
interpretacién de lo lamentable como patético en el caso de
las lineas de la pelicula y de sus silencios y, de manera
mds general, de sus imagenes. La sefiora Morrison ensefia a
Stephen: «Laurel esté aqui. ¢Quién lo ha hecho posible?»
Hacer algo posible es lo contratio de ser patético. ;Qué ha lo-
grado Stella al situar a Laurel al? ;Dénde es alli? ;Quién es
la sefiora Morrison?
Parece generalmente reconocido que su lugar puede ser
localizado junto a la brillante vidriera, la ventana horizontal-
mente rectangular, dificil de soslayar en una pantalla cine-
matogrfica, a través de la cual, en la tiltima secuencia de la
pelicula, Stella contempla la boda de Laurel. (Dificil de sos-
layar ahora, auinque completamente soslayada en las cinco dé-
cadas desde que la pelicula fue ‘ilmada. :Hemos superado ya
nuestra represién del poder de significacién del cine?) La idea
general parece ser que Stella ha situado a Laurel en el imagi-
nado mundo del cine en el que hemos visto absorta a Stella
la primera vez.que la vimos.salir, al cine, con Stephen. Al salir
della pelicula, que termina con un beso en un elegante baile,
Stella mordisquea distraida el ala del sombrero que atin tiene
en st mano mientras se dirigen a la acera. Al final de su pelt-
cula, o de la de Laurel, también en la acera, Stella aprieta su
pafiuelo con los dientes como en una especie de apoteosis,
més bien la negacién, de la reaccién esperada en una pelicula
sentimental. Durante el regreso a casa en la primera pelicula,
Stella le dice a Stephen algo asf: «No quiero ser como soy.
Quiero aprender a hacer cosas refinadas, como las personas de
Ia pelicula, como las personas cue conoces.» Por tanto, para
mucha gente es mas facil pensar que al final Stella logra su
deseo y, al apartarse ella misma y ver a su hija como una es-
310
trella ptiblicamente irreprochable, se identifica con el creador
de la estrella para stt infinita, pero privada, necesariamente
muda, satisfaccién.
Lo anterior puede apoyar de manera general la impresién
de la inconsciencia y el patetismo de Stella; y de manera es-
pecifica registra una impresién de sustitucién o transforma-
cidn, Pero, ;se interpretaré esto en clave negativa asumiendo
que la sustitucién es la negacién de algo, y no en clave posi-
tiva, asumiendo que la transformacidn es la afirmacién de
algo? ;Pueden darse ambas interpretaciones?
‘La negacién parece quedar confirmada por ciertas ramifica-
ciones de la apropiacién, o adapracién, que la teoria cinemato-
grifica feminista ha hecho de la teoria freudiana del fetichismo
segéin la cual los hombres en una sociedad patriarcal, por lo ge-
neral, y no sélo los hombres que presentan sintomas neurdticos,
apuntalan su propia entereza mediante un mecanismo que les
permite rechazar (con la mitad de su mente) la hortorosa au-
sencia de entereza de la mujer. Linda Williams propone una
manera de ir mas alla «del modelo psicoanalitico del placer ci-
nematico basado en el rechazo fetichista» (p. 318) que consiste
en considerar que la contradiccién entre creer y conocer no
afecta, digimoslo asi, a la biologia de la mujer, sino a su «posi-
socialmente determinada en un patriarcado» (p. 319). La
contradiccién entre creer y conocer es una manera de caracteri-
zar el problema del escepticismo filos6fico, as{ como su apari-
cién al tratar de entender el fendmeno cinematogrifico ha
influido desde el primer momento en mi pensamiento sobre el
cine, No es este el momento de abordar la propuesta de Wi-
lliams sobre el rechazo psicoanalitico, de manera que simple-
mente mencionaré mi impresién de que, normalmente, el
fetichismo sale a la luz en una fase de la teorfa cinematogrfica
para explicar casi cualquier mecanismo freudiano de rechazo 0
negacién, lo cual més o menos equivale a decir que explica casi
todos los mecanismos freudianos. Las peliculas parecen ser los
agentes perfectos para generalizar los procesos fetichiscas freu-
audianos, extendiéndolos hasta afectar al género masculino —una
generalizacién de alguna manera ratificada al asumir al mismo
tiempo el desarrollo marxista de la idea de la cosificacién uni-
versal (en la sociedad capitalista) de las mujeres-. Pero si estos
mecanismos o esquematismas dererminan la percepcidn y la te-
presentacién que los hombres se hacen de las mujeres ~a saber,
como monstruos freudianos y/o como objetos marxistas, ca-
rentes de subjetividad humana, es decir, sin la complejidad y la
variedad de la sexualidad humana (pero, zqué significa aqui «hu-
mana»2)=, entonces es milagroso (un milagro, tal y como dice
Nora al final de Casa de muiiecas), una pesadilla, que las muje-
res puedan conversar con los hombres sobre asuntos setios. («Se-
tiamente, sf..., pero gqué [quieres decir con eso}?», replica el
marido de Nora cuando ésta hace la observacién de que nunca
han hablado a solas seriamente.)
El melodrama de la mujer desconocida sugiere, temdtica-
mente, el milagro de la conversacién entre mujeres y hombres
al mostrar numerosas conversaciones fallidas por culpa de la
ironfa que las rodea. Algo que podria quedar aiin mas claro en
Stella Dallas, en la que la pregunta «No puedes leer entre
estas lastimosas Iineas?» esti dirigida ~cortésmente y quién
sabe con qué cantidad de res'gnaci6n y de desesperacién- por
una mujer a un hombre. Ua hombre, Stephen Dallas, que,
para entonces, ya sabemos que es incapaz de leer nada serio
si eso significa tener que pensar cémo ha de ser tenido en
cuenta. Simplemente lo asume sin hacer preguntas; simple-
mente sufre lo que ve, y permanece ignorante respecto a cual-
quier posibilidad ulterior. gEs esta la figura, la que ocupa,
digimoslo asf, el dominio de la posicién masculina en la pe-
licula, con quien se me ofrece identificarme? —como si yo tu-
viera que leer esta melancolia masculina y su sometimiento
femenino a los descos, 0 mejor a las voces, de las mujeres (ba-
sicamente carece de palabras cuando se halla frente a otros
hombres), como algo que expresa mi propia sensacién de
haber sido malinterpretado.
312
2O deberfa intentar librarme de los cargos conta lo mas-
culino que emiten estas peliculas, tal como quedan represen-
tados en la figura de Stephen Dallas? ;De qué manera podria
librarme si no es diciendo lo que estas peliculas significan para
mi -Y abmo puedo hacerlo sin enfrentarme a los mecanismos
que parecen mostrar que la conversacién con un hombre
sobre estas cuestiones no conduce a nada?
Querrfa que se tuviera en cuenta que la teorfa del feti-
chismo no explica la victimizacién y el ensimismamiento de
la mujer en estos melodramas, y que una generalizacién de
este proceso confirma la existencia de una posicién esencial-
mente masculina en la consideracion de estas peliculas: en
primer lugar, porque Stella Dallas cuestiona una opinién es-
tablecida sobre la victimizacién de la mujer; y, en segundo
lugar, porque los detalles de la descripcién freudiana del feti-
chismo no bastan para explicar lo que ocurre con las cosas y
con las personas en una pelicula, esto es, para explicar la re-
lacién entre una imagen fotogréfica y lo fotografiado.
La segunda de estas afirmaciones equivale, intuitivamente,
ala idea de que las peliculas afectan a la percepcién humana
en un nivel mds primitivo que el sugerido por el trabajo sobre
el fetichismo; sugiere que el refuerzo de la pasividad 0, si se
quiere, de la victimizaci6n, por parte de la pelicula, junto con
su animacién del mundo, ocupa una regién, no de invita
cién, o fascinacién, primordialmente masculina, ni siquiera,
aunque tal vez esté mds cerca, femenina, sino primordial-
mente infantil, previa al establecimicnto del géncro humano,
es decir, antes de que las opciones de identificacién y objeti-
vacién de lo femenino y lo masculino, llamémoslo mamé y
pap4, se hubieran consolidado, hasta donde puedan ser con-
solidados. Y si resulta que la teoria sobre el fetichismo no
basta para explicar la experiencia del cine, y si una teoria se-
mejante sirve para negar algo acerca del cine, entonces se se-
guirfa, segdin la misma teoria, que la teoria se ha convertido
en un fetiche.
313{Por qué permanecer fiel a : auto-percepcién que Holly-
wood mantiene sobre lo que denomina «peliculas de muje-
res», 0 asus intenciones con ella, :por qué aceptar la creencia
de que estén hechas basicamente para mujeres y las atraen
principalmente a ellas? En mi mente esta auto-percepcién se
combina con un fantasma que se repice sorprendentemente a
menudo durante mis audiciones de mujeres llorando en so-
edad en estas peliculas, en «tardes hiimedas y desperdicia-
das». No comparto con nadie ese Fantasma, me imagino que
es debido a que mi madre iba a trabajar todos los dias de mi
infancia y, por este motivo, tenfa tan poco tiempo libre para
sentarse por las tardes en un cine como los hombres que tra
bajan, y porque durante mucho tiempo (como dice el narra-
dor de Proust) fui al cine con mi madre y con mi padre las
rnoches de los viernes y las tardes de los domingos (lloviera 0
hiciera sol), en nos afios en los que era tan probable que pro-
yectaran Stella Dallas, 0 Alma en suplicio, o La setiora Miniver
como La diligencia, o Ciudadano Kane, 0 Luna nueva.
Asumo que peliculas como Stella Dallas, y Luz de Gas, y
Carta de una mujer desconocida, y La extrana pasajera no ha-
brian desatrollado su potencial —que ahora no me interesa
distinguir del poder de otras grandes obras de arte de la cul-
tura occidental al margen de su descubrimiento de uno 0
mis de los grandes temas, o posibilidades, del medio cine-
matogrifico, Afitmo que el motivo en el caso de las comedias
de enredo matrimonial, o un modo de sefalar uno de sus mo-
tivos principales, es la creacibn de la mujer con, y por, los
medios de un hombre, algo que describo més adelante como
el intento de una nueva creaciéa humana, de las relaciones
hhumanas, pongamos por caso, que implica que la amistad y
Ja mutua educacién entre los sexos no son més que felices po-
sibilidades, que atin hemos de apropiarnos de nuestra expe-
riencia, y de nuestras voces, y corapartirlas, despojando de las
suyas a quienes nos despojarian de las nuestras. He formu-
lado el motivo de los melodramas de la mujer desconocida
314
como la ironia de Ia identidad humana. ¥ he formulado el
impulso narrativo del género como una biisqueda femenina
de la madre. Ahora, habiendo introducido la dimensién de la
infantilizacién al ver cine (en un corte transversal a las cultu-
ras, razas, géneros, generaciones) ~algo que he mencionado en
més de una ocasién en mis escritos sobre el cine, sin insistir
en ello-, articularé ese motivo como la busqueda de la mi-
rada materna —la respuesta de su rostro~ ante su pérdida, o la
amenaza de una separacién.
El poder del cine para mirarnos atentamente (o para des-
Jumbrarnos, o para brillar) lo sitéa junto a las grandes artes, aun-
que su modo especifico de animar el mundo ~a diferencia de la
poesia o la pintura o el reatro— carece de precedentes y aiin hay
que asimilarlo, claborarlo, Sin duda, pensamos en la animacién
como algo que debe acompafiar a las obras de arte, en los tér-
minos del poder de cada una de las artes para producir una
transferencia psicolégica 0, como Emerson lo plantearfa, para
que nuestros pensamientos vuelvan a nosotros con cierta ma-
jestad alienada. La formulacién en términos de la bitsqueda de
la mirada materna deberia llevarnos enseguida a Stella, al final
de lo que conocemos de su existencia, delante y a cierta distan-
cia del resplandeciente rectangulo de la marcha de su hija hacia
el matrimonio, contestindole a un policia que le ordena que se
vaya con el resto de espectadores: «Quiero ver su rostro...»
¢Podemes leerla entre lineas? Hay otro apunte, al comienzo
de la pelicula, de la revelacién de Stella al contemplar el ros-
tro de Laurel. Ha conseguido convencer a Stephen para que la
leve al River Club la primera noche que pasa en casa tras su es-
tancia en el hospital, en parte gracias a que le pregunta: «Por
qué los maridos, los doctores y las enfermeras creen que saben
Ee que las madres sobre tener nifios?», Luego, al volver del
lub en el que conocié a Ed Munn, le dice a Stephen que esta
pteparada para recibir su leccién, pero que si bien él puede co-
rregir su gramdtica, no puede decirle cémo debe vestir; y le
dice que se vaya a Nueva York a mejorar su posicién, sin ella:
315,«no me iré ahora que hemos conocido a la gente adecuada». La
anotacién que tengo en mente sucede precisamente ahora,
cuando Stella entra en la habitacién contigua y, mientras se
afloja la parte superior de su vestido de noche, mira hacia la
cuna y exclama: «:Acaso puede haber algo mejor? ;Mirala,
acostada completamente despierta esperando tan tranquila su
cena!» —como si lo que ve en el infantil rostro de Laurel rati-
ficase la decision de alejarse de Stephen. No volvemos a oir
nada més, por ejemplo, acerca de la gente del River Club.
2Quées lo que vio? En su visita a uno de mis seminarios en
los que se discutia sobre Stella Dallas y los melodramas rela-
cionados con ella, Anita Sokolsky contesté que lo que Stella ve
es que debe ensefiar a Laurela llorar. Es una respuesta maravi-
llosa, pero entonces pasé desapercibida en la discusién poste-
rior y perdi la oportunidad de comentarla. Incuyo dos
direcciones en la ensefianza propuesta. Una —me parece que
&ta es la implicada-, ensefiar a una hija a levantar su llanto
para pedir justicia, para exigir tener voz en su historia. Pero otra
direccién consiste en aprender de una hija a soportar y expre-
sar el dolor de la separacién, esto es, a no negar la necesidad de
satisfaccién, digamos, el derecho a definir la felicidad, Cuando
me imagino la sorpresa de Stella ante la tranquilidad de Lau-
rel, a pesar de estar hambrienta, como el mandato de aprender
algo sobre la felicidad, realmente lo que hago es asociarlo con
la renuncia de Stella a que seasu marido quien se lo ensefie. Mi
impresién, nada sorprendente, es que ella, acostada junto a la
satisfaccién de Laurel, no cree que la pregunta ya esté decidicla,
sino tinicamente planteada: ;Cémo puede estar alguien tan se-
guro de que sus necesidades son tenidas en cuenta, que no ne-
cesita quejarse? {Puede ser que proporcionar felicidad sea
felicidad suficiente después incluso de haber descartado este
nivel de entendimiento con un hombre?
Antes de seguir con lo que significa que Stella rechace a
este hombre, consideremos el final de los sucesos que hemos
presenciado —Stella presenciando la boda de su hija, su pro-
316
pia satisfaccién por la satisfaccién de Laurel, y cémo se aleja
del mundo de la transparente y reflejante pantalla-. Cémo
nos imaginemos su andar, es crucial aqui. Se trata de la fina-
lizacién de su educacién: ha aprendido que el mundo de la
pantalla, que le habfa hecho anhelar al principio una educa-
cidn en el mundo del refinamiento, no es para ella. Peto «no
es para ella» es perfectamente ambiguo, y ha recibido inter-
pretaciones melodraméticamente enfrentadas. La visién acep-
tada (segiin la cual al final Stella se sacrifica como madre y
como mujer) juzga que Stella acepta su propia exclusién de
ese mundo, y que, estando atin convencida de su incalculable
atractivo, disfruta de su pertenencia al mismo regalindosela
a su hija, y recibiéndola de ella.
Mi opinién es la contraria. Stella se ha dado cuenta de
que el mundo que Laurel aparentemente desea ~el de la ley,
la Iglesia, la exclusividad, la pertenencia— no es de su gusto.
(He dicho aparentemente; Laurel parece estar en trance. {Ha
adivinado la estrategia de su madre y esta evaluando su par-
ticipacién en el mundo al que su madre la encomienda, re~
signdndose a una felicidad que su madre no debe conocer?
ZEs esto satisfactorio para ella?) Stella se aleja de ese mundo
que ha anhelado y de la tinica persona a la que ha amado y
sigue amando. Da la espaldaa la pantalla. Pero, za cambio -si
no queda desatraigada— de qué? Qué es esa pantalla? ;Hacia
dénde camina al alejarse? :Por qué es casi en linea recta hacia
nosotros? ;Podemos imaginar que lo que tenemos aqui es una
imagen emersoniana/thoreauviana de lo que Nietzsche llama
el dolor de la individuacién, de la pasién con la que Thoreau
construye Walden para encontrar en su escandalosa pulla
sobre el duelo y la mafiana, la transfiguracién del duelo en el
pensamiento de la mafiana como amanecer y éxtasis?*. Y si
> En cl texto original Cavell escribe «mo(u)rningy, retomando asf un
viicjo juego de palabras de su libro The Senses of Walden entre «mourning»
(duelo) y «morninge (mafiana, amanecer). (N. del T)
317eso es posible, ;no serfa una prueba mds de que la especula-
cién metafisica sobre la libertad y la creacién de uno mismo
es un modo de ocultar la injusticia social? No es necesario
decir que una especulacién semejante podria ser tan apro-
piada en este modo retrospectivo, como podria serlo el
mundo de Emerson y Thoreau en general. Ambos parecen
dispuestos a permitir, e incluso a invitar, ese modo de apro-
piacién tan firmemente como estas peliculas. Me esforzaré,
en uno y otro caso, en encontrar otro modo.
Apenas habiamos comenzado a considerar la secuencia
final de Stella Dallas. Antes de seguir con ella, diré que la in-
terpretacién segiin la cual la percepcién de la imagen de la
boda por parte de Stella como susustituta, o la satisfaccién re-
flejada al ver a su sucesora entraren un mundo superior en el
que ella nunca podra entrar, es compatible con un hecho de
Ja vida americana presente de manera més clara en la mente
del gran ptiblico durante el periado en el que esta pelicula fue
rodada, que el feminismo (aunque el feminismo debfa ser so-
cial y psicolégicamente relevante) ~concretamente el hecho
de la inmigracién, en especial sus consecuencias para la cre-
ciente ola de hijos de inmigrantes, para quienes la pertenen-
ciaa una sociedad verdadera y educada se habia convertido en
tuna posibilidad real. Se trata de una posibilidad atravesada
por el peligro (en las comedias y hs tragedias) de la correccién
del habla, y los modales, y Ia vestimenta; y sesgada democré-
ticamente por el hecho de que nadie sabe exactamente qué
es un verdadero americano, ni le importante que es serlo; de
tal manera que lo que Emerson y Mill denominan la de-
manda de conformidad llega a ser fulminante, de manera ab-
soluta y tenebrosa.
Un hijo semejante hablo desde la experiencia reconoce
el sometimiento a la doble ceguera familiar. Si no soy dife-
rente a ellos (a mis padres), y no paso a formar parte de una
sociedad a la que ellos no pertenecen, justificando asi su sa-
crificio, ;c6mo podrian amarme? Si soy diferente a ellos, y paso
318
a formar parte de algo alo que ellos no pertenecen, c6mo po-
drian amarme? Meigustaria contrastar esta ansiedad con la ex-
periencia de las mujeres que, segdn Linda Williams, encajan
con la descripcién que Bertholt Brecht dio del exiliado como
uno que «vive la tensién entre dos culturas diferentes» (por
ejemplo, en p. 317). Pero la posicién de las mujeres no es ni
Ia de los exiliados ni la de los inmigrantes: a diferencia del in-
migrante, el problema de las mujeres no es el de la no perte-
nencia, sino el de la pertenencia, slo que de manera
equivocada; a diferencia del exiliado, la mujer no se encuen-
tra entre dos culturas diferentes, sino que esta enfrentada con
aquella que le vio nacer y se halla mds a menos en la mitad del
proceso de transfiguracién a otra que no existe, una que, pu-
diéramos decir, atin est confinada. Por tanto, la pertinencia de
alguna clase de Idgica que pudiera estar en marcha hacia el
final de La pfeara puritana, cuando uno de los miembros de la
pareja protagonista le dice al otro, y recibe la respuesta que
merece: «te equivocas en eso de que las cosas son diferentes
porque no son iguales. Las cosas son diferentes slo que de un
modo distinto, Ti sigues siendo la misma, slo que yo he sido
un idiota. Bueno, pues ahora ya no lo soy. De modo que, ya
que soy diferente, zno crees que las cosas podrian volver a ser
iguales que antes? Sélo que un poco distintas».
2Cémo ha Hlegado Stella a encontrarse delante del rectén-
gulo de Ia ceremonia nupcial? Quiz nos imaginamos que
ley6 el anuncio de la boda en las paginas de sociedad de algiin
periddico. Pero, zcémo encontré esa ventana?, :podemos ex-
plicarlo? La razén de que la ventana permita la visién se ha
dado en una breve secuencia en la que la sefiora Morrison le
dice a su mayordomo: «Te he dicho que no corras las corti-
nas, Descdrrelas, por favor» Una vez que el mayordomo las
descorre y se marcha, ella va hacia la ventana, mira al exterior
y se dice a s{ misma: «Sf.» ;Debemos interpretar que la sefiora
Mortison esti haciendo lo posible para que Stella ocupe un
lugar, el que sea, en la boda? ;O le esté demostrando a Stella
319Hemos visto repetidamente a Laurel comportarse como una madre
con Stella, especialmente en las escenas de rechazo.
que sus deseos han sido cumplidos? ;O quizé le ofrece a Ste-
Ila una imagen que es libre de interpretar en sus propios -y
desconocidos- términos?
‘Antes de tomar una decisién respecto a estas posibilidades,
suponiendo que podamos tomar alguna, deberfamos tenet en
cuenta que, en la expectacién de la sefiora Morrison de que
Stella se asomaré a la ventana, la pantalla de cine se identifica
como un campo de comunicacién entre mujeres. Ahora bien,
gno se trata de algo simplemente obvio, algo que depende del
hecho palmario de que en una pelicula de mujeres las muje-
res hablan, la mayorfa de las veces, entre ellas? Pero no es eso
lo que quiero decir. Cualquiera de las formas en las que la
pantalla cinematogréfica (o la cémara, 0 el proyector, o cual-
quiera de las condiciones de existencia del cine) es recono-
cida e identificada en alguna pelicula importante, interactiia
320
He concebido el campo de la comunicacién femenina creado por
la pantalla cinematogrifica, y representado por la ventana ilumi-
nada al final de Stella Dallas, como la busqueda de la mirada de la
madre.
de alguna manera atin por definir con las formas rescantes (en
el caso de la pantalla con, por ejemplo, la sabana censora en
Sucedié una noche, y con el espejo de mano sostenido por la
timadora en Las tres noches de Eva; en el caso de la cdmara, con
la impenetrable mirada del hombre a la mujer que dormia y
es despertada en La manguesa de O-, y con una pelicula casera
en La costilla de Addn; en el caso del proyector con un objeto
giratorio brillante que induce sugestién y, en el caso del rollo
de pelicula, con los elementos repetidos de una reconstru
cién arqueol6gica en La fiera de mi nitia; en el caso de, pon-
gamos por caso, la pelicula misma, como artefacto, con la
carta de la mujer en Carta de una mujer desconocida... He
concebido el campo de Ia comunicacién femenina creado
321por la pantalla cinematogréfica, y representado por la ven-
tana iluminada al final de Stella Dallas, como la busqueda de
da de la madre.
;Cémo es que Stella se ve empujada hasta esa ventana
que es una pantalla? {No es Stella la madre, la fuente de la
mirada deseada, y no su objeto deseado? ,
hasta lo que quiere decir con «onfianza en uno mismo»; lo
cual viene a ser equivalente a decir (0 asf lo he defendido) que
se trata de un viaje, un peregrinaje, un paso adelante desde
crrar por el mundo, hasta existit en él; lo cual puede ser ex-
presado como la afirmacién del cogito ergo sum propio, del
«pienso, luego existo» propio, llamémosle la capacidad de
pensar por uno mismo, de juzgar el mundo, de adquiric
—como lo expresa Nora al final de Casa de muftecas~ una ex-
periencia personal del mundo.
He escrito como si la exigencia de tener una voz por parte
de la mujer, la exigencia de tener un lenguaje, de que su sub-
jetividad, o més exactamente su existencia particular, reciba
atencién, y del poder para hacer que la reciba, fuera expresa-
ble como respuesta a la exigencia emersoniana de pensar. Me
imagino que lo que me autoriza a hacer esta suposicién es mi
interpretacién de que la autoridad de Emerson también res-
ponde a su sentido de lo correcto en tal exigencia, como si ya
estuviera expresada en el lado femenino, requiriendo una in-
terpretacién del pensar como recepcién (Emerson también
dice «impresionable»), y como un receptéculo de dolor que lo
masculino en filosofia evitarfa. (No se trata de una observa-
cidn estrictamente empitica, sino de una afirmacién concep-
tual. Si es errénea, no Lo serd tanto porque sea falsa, como
por que es desacertada.) Superar esta «evitacién» es esencial
para las esperanzas emersonianas de aportar la particularidad
americana a la filosofia.
@Sirve esta idea de la exigencia filoséfica femenina para
prefigurar, o sirve una vez mds para erradicar, la diferencia fe-
menina? (;para articular o para desdibujar la diferencia entre
la negacién de expresividad politica a la mujer y la sensacién
329melancélica que tiene el hombre de su propia inexpresivi-
dad? Pero mi pregunta més particular aqui es esta otra: zes
la cuestién de la relacién entre les exigencias emersoniana y
femenina de un lenguaje propio un asunto para una con-
versacién entre mujeres y hombres? Contestaré aqui y ahora
de la siguiente manera: es propio, repitiendo un pensa-
miento introductorio de este libro, de la légica de la inti-
midad humana, o de su separacién —Ilamémoslo el campo
de la conversacién o del intercambio serio y jovial, que in-
tercambiar entendimiento con otro es compartir dolor con
ese otro, y que recibir placer de otro es ampliar ese placer.
2¥ qué razén puede haber para formular esta Iégica en un
caso particular? Ninguna.
Llegados a este punto es pertinente recordar la postrera
intervencién de Anita Sokolsky curante el intercambio pos-
terior a mi lectura de la versién casi definitiva del texto sobre
‘Stella Dallas en una conferencia impartida en el William Co-
lege el mes de mayo de 1991, aproximadamente un afio des-
pués del seminario en el que fue presentada la primera versién
del mismo. Sokolsky comenté que en vez de describir los es-
tados experimentados por Stella al final de la pelicula como
si hubieran evolucionado desde el luto hasta el éxtasis, ella los
hubiera descrito como si lo hubieran hecho desde la melan-
colia hasta el luto. Creo que se trata de una reformulacién
enriquecedora a la que responderé, y me parece que también
entonces respondi de la misma manera, afiadiendo basica-
mente dos complicaciones sobre las que habria que reflexio-
nar mas detenidamente.
En primer lugar, encontramos oculta en el juego de pala-
bras que hace Thoreau con amanecer (morning) y guardar
luto (mourning) la idea de que ci éxtasis en cuestién sigue
siendo parte de la tarea de guardar luto y no una sefial de que
el tiempo de guardar luto se ha tetminado para siempre. En
segundo lugar, no estoy seguro de entender la «pena» del lito
como si se tratara de la estructura freudiana de la melancolia
330
(0 del auto-abandono), sino como una depresién y una rabia
estrechamente relacionadas.
Lo que traigo a colacién aqui es, de nuevo, un estado de
4nimo tipico de mi madre que, de alguna manera, esta rela-
cionado con la exigencia de ser tenida en cuenta (quiza con
el fracaso explicito de dicha exigencia, quiz con el fracaso
implicito que significa tener que exigirlo). Ella lo llamaba mi-
gratia ~definible, segdn supuse, y sigo suponiendo, con la te-
rapia consistente en tocar el piano en una habitacién a oscuras
(sus ojos, obviamente, se vieron afectados por ello), sola. (Mi
interpretacién de este estado de dnimo se basa en las pocas
veces que al llegar a casa después del colegio me encontré
con la escena que acabo de describir,) La miisica que mi
madre tocaba en esos momentos (casi siempre Chopin, que
era su compositor favorito), y de qué manera llegé a ser una
conocida pianista en Adanta (que por aquel entonces era una
parte culturalmente insignificante del pais) y, en consecuen-
cia, cual era su relacién con un cierto estrellato, asf como su
techazo a tener la oportunidad de alcanzar un estrellato
mayor, son cuestiones todas ellas relevantes. Deben ser rele-
vantes para la relacién existente entre la btisqueda de la mi-
ada de la madre y estar expuesto a sus estados de énimo. Son
relevantes, por tanto, para comprender a qué estan sujetos
estos estados de animo, a qué escenas de herencia.
jCompensaba la miisica la pérdida o el empobrecimiento
de un ego auto-abandonado (a la melancolia, por asi decir),
1 mas bien recordaba éste ~recontaba— los origenes, por tanto
las pérdidas, de su contacto con, y de su glamuroso talento
para, el mundo de la musica (de desposesién y nostalgia, por
asi decir)? Miisica, estados de dnimo, mundos, abandono, so-
metimiento, desposesisn —hablamos, por supuesto, de melo-
drama.
331