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1 Corella, J. La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy. MANRESA Vol. 75 (2003) pp. 325- 344
La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy.
Jesús Corella, S.I.
Los siguientes síntomas están referidos más bien a los aspectos espirituales
y anímicos de la persona. Se contraponen directamente a lo que en la regla de la
consolación caracteriza la tercera forma o estadio de vivirla: "Finalmente llamo... "
[316]. Frente al aumento de esperanza, fe y caridad que robustece y plenifica la
persona, encontramos aquí la tendencia a la falta de fe, a la ausencia de esperanza
y de amor. El resultado de tales deficiencias es el que podría esperarse. Frente a la
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Hasta aquí la descripción ignaciana de [317]. Lo que queda es más bien una
explicación de ese confuso estado. Si la consolación es contraria a la desolación,
"los pensamientos" que salen de ellas también serán contrarios entre sí. Es como si
dijera: no te fijes tanto en lo que se te ocurre cuando estás en ese estado, porque
puede ocurrírsete cualquier barbaridad. Atiende más bien a saberte en desolación
y a tomar los remedios oportunos para salir de ahí cuanto antes.
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La persona está "humillada" al mal espíritu. Que no le deja ser ella misma, la
devalúa, en el fondo intenta destruirla. Ese es el misterio de la desolación. En
realidad no existe la desolación sin causa precedente. Toda desolación tiene su 'por
qué' humano, personal, colectivo, o estructural. Todo el país desolado. ¡Y a nadie le
importaba!
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Quisiera comenzar este apartado con una afirmación que quizás nos va a
aclarar bastante acerca de la desolación en nuestro tiempo: La afirmación, que es
como una vehemente sospecha, y por lo tanto no intenta acusar a nadie, es ésta:
estamos viviendo hoy en la Iglesia una situación que, en términos ignacianos de
los Ejercicios es preferente de "Primera Semana". Un cristianismo de Primera
Semana. Me refiero claro está, a los ámbitos cristianos más extendidos, y salvando
excepciones dignas de todo aprecio. Quizá incluso a muchos les parecerá esta
afirmación demasiado optimista, porque, refiriéndonos al mundo cristiano
occidental, son inmensos los ámbitos socio-culturales económicos y políticos en los
que reinan los pecados capitales como dueños y señores de la situación. Sería la
situación que Ignacio describe en su primera regla de discernimiento 4, y en ella el
embotamiento del espíritu es tan grande que ni siquiera hay lugar para sentirse
desolado, y mucho menos para sentir la desolación de los demás. Sólo de vez en
cuando se siente un cierto remordimiento de conciencia, que pronto se pasa sin
que nada cambie mayormente. Mucho menos se da un paso adelante hacia el
Reino de Dios. ¿No será algo de esto lo que está en la base de tantas peticiones de
perdón como últimamente se vienen produciendo?. Nos sentimos pecadores, con
deseos de superar el pecado, pero éste tiene en nosotros aún mucha fuerza. Y aquí
nos movemos muchos cristianos, como si la vida cristiana consistiera en alcanzar la
meta de no pecar. La mayor parte de nuestras oraciones, incluso las de la liturgia,
se orientan a pedir la gracia de no pecar.
4 “ la primera regla : en las personas que van de pecado mortal ( = capital) es pecado mortal, acostumbra
comúnmente el enemigo proponerles placeres, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales, por más
los conservar y aumentar en sus vicios y pecados ....”
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una llamada, una propuesta que embarca toda la vida. Por ahí se desarrollará esa
consolación final de la Primera Semana. Hay que darle futuro, misión, envío. Si nos
quedamos en el cumplimiento de lo establecido, experimentará la esclavitud de la
ley, por santa que ésta sea. Esa esclavitud produce desolación, aunque con
frecuencia vaya unida a una falsa seguridad. Pero quien confunda la consolación
con la seguridad o con el cumplimiento, es que no la ha experimentado nunca. Le
falta todo aquello que relaciona al hombre, que le saca de sí y le abre a los
compromisos del amor. La desolación es aquí producto de una deficiencia en la
vida interior, no suficientemente alimentada y en crecimiento. Este tipo de
desolación suele generar dureza en las personas que la padecen, rigidez y
moralismo. Difícilmente verán a Dios en todas las cosas; lo que ven son siempre
defectos.
Pero de nuevo, seamos realistas. ¿Quién nace así y quién crece así en
nuestro mundo actual?. El no haberse podido abrir desde el seno materno a un
amor recibido y dado es la causa más frecuente de la baja autoestima que a tantos
afecta.
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vida social, laboral y afectiva, nos encontramos ya desde la adolescencia, con una
sociedad más bien cerrada y a la defensiva ella misma. El desempleo y el trabajo no
por vocación sino por pura necesidad de subsistencia van creando ámbitos
deprimentes. Hay clases sociales, naciones y continentes enteros que se sienten
abandonados y excluidos; podemos hablar de una depresión colectiva.
d) La desolación depresiva
Arzubialde, por ejemplo, las separa con claridad 5. Jordi Font, jesuita y psiquiatra,
muy buen conocedor de San Ignacio y de los Ejercicios, las trata indistintamente6.
Si no queremos hacer cuestión de palabras, Font habla de la desolación
exclusivamente desde un punto de vista psicológico, analizando los síntomas que
5 ARZUBIALDE, SANTIAGO. Ejercicios Espirituales de San Ignacio, Historia y análisis. Mensajero–Sal Terrae,
1991, Colección Manresa, vol . 1; ver nota 108 de la p. 628: “que no debe ser confundida (la desolación) con la
depresión”
6 FONT, JORDI- Los afectos en desolación y en consolación: lectura psicológica. En ALEMANY, CARLOS Y GARCIA
MONGE, JOSÉ ANTONIO (Eds) - Psicología y Ejercicios ignacianos, vol I. Mensajero– Sal Terrae, Colección
Manresa vol. 5, pp.141-153
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se dan en una y otra en ese nivel. El mismo Font dice: "La gracia, la acción del
Espíritu de Dios escapa a nuestro quehacer (en ese artículo suyo). Tal vez se pueda
objetar que nosotros tomamos el término desolación en un sentido abusivo, al aplicarlo
también al malestar afectivo (dolor, culpa...) que durante los Ejercicios es pedido como una
gracia a alcanzar... "7.
Por eso Font llega a tratar de una desolación buena y de otras desolaciones
perjudiciales. El dolor por los pecados, la vergüenza y confusión, el
remordimiento causado por el buen espíritu en los empedernidos de la regla [314]
y otros sentimientos semejantes serían para Font desolaciones buenas. Mientras
que las perjudiciales serían las causadas por autoexigencias coercitivas, por
falacias, falsas razones, sutilezas, o autocomplacencias fallidas por ideales
narcisistas de perfección, por ejemplo. Claro está que en estos últimos casos
estamos en una línea depresiva, producida por malos encauzamientos de la vida
en el espíritu.
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Ibid. P. 147
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desolado no pierde por ello, a pesar de todo lo dicho, las ganas de vivir. Lo que
quiere (en clave de tentación o tendencia) es vivir "de pecado mortal en pecado
mortal", según la expresión ignaciana, sin salir de sí, con una fuerte repugnancia a
todo lo que sea cambiar la vida o continuar en la "vía comenzada del divino
servicio", que se le hace insípida y aborrecible. Tiene esperanza, pero la pone
donde ve que la pone todo el mundo: en cosas "baxas" que no son sino
compensaciones de las "altas" que intentan descender desde Dios hasta nosotros.
No quiere perder sus apoyos afectivos desviados, ni transformarlos ni ordenarlos.
Es como adicto a ellos. Por el contrario, el deprimido se niega a vivir, porque todas
las puertas están cerradas y nada tiene sentido
Por etiquetarlas con una palabra, diríamos que para San Ignacio la
desolación se produce por falta de respuesta fiel; o por probarnos en su servicio y
alabanza; o por darnos la verdadera sabiduría acerca de los dones de Dios.
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que pretende entrar en la Compañía que se ejercite en "pedir por las puertas por amor
de Dios nuestro Señor" para estar aparejados a trabajar como enviados "sin demandar
ni esperar premio alguno en esta presente y transitoria vida, esperando siempre aquella que
en todo es eterna, por la suma misericordia divina" (Constituciones S.J. [823 y 8]). La
consolación es gratuita y nos hace gratuitos en la autodonación plena de cuanto
somos y tenemos. Cuando esa gratuidad se deteriora, la autodonación ya no es tan
plena, la consolación de aleja; la consolación está producida por la totalidad y la
exclusividad de la entrega; si nos ponemos a pactar en alteridad o a hacer cuentas
con Dios, ya no es El nuestra única verdadera retribución, ya le mezclamos con
otras pagas, la relación de puro amor se quiebra entre nosotros, se deteriora el
proceso de identificación. Aquí puede que esté la raíz última de la desolación,
cuando el valor de las cosas tiende a absolutizarse, comenzando por nuestros
propios planes o deseos, y siguiendo por la sed de las dichosas compensaciones
"baxas" que rompen la ordenación del amor.
Si esto es verdad, las tres causas de desolación serían tres estadios que hay
que superar en progresión hacia el verdadero puro amor al que Dios nos llama.
Veámoslo.
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Carta a Teresa Rejadell de 18 de Junio de 1536. MI . Epp. I . pp.99-107: en BAC. P. 732, ( 7)
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amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable" (Cantar, 8, 7). Sin duda,
pues, la fuente más honda de la desolación en nuestro mundo es la casi total
ausencia del sentido de gratuidad.
Habría que ser más gratuito en nuestras devociones. Pero con frecuencia
buscamos obtener beneficios y "gracias". Hasta abandonamos en la práctica la
vida cristiana si Dios no nos "oye" en nuestros planteamientos, y se plega a ellos.
Son actitudes cercanas a la magia, que es muy poco gratuita. Si Dios no se acopla,
me siento olvidado de El, y esto es desolación. La fe y la esperanza se desmoronan.
Con ésta o parecidas imágenes de Dios, la consolación o es imposible o es falsa.
Otra brecha contra la gratuidad es la trivialización del amor y del sexo, que
se venden y compran por separado. Hasta la fecundidad se compra. Pero si cada
elemento va por su lado, experimentaremos el infierno del desamor, gastaremos
obsesivamente el sexo, y los niños crecerán proclives a la desolación depresiva.
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No puede concluir este estudio sin recoger los caminos de salida que
Ignacio nos da en sus reglas. Están sacados de su propia experiencia, y también de
la experiencia de siglos en el patrimonio espiritual de la Iglesia. En el fondo, tales
caminos consisten en una cierta 'psicoterapia espiritual' de gran sabiduría y
sencillez. Veamos sus elementos.
A alertar a éste se orienta la anotación [7] de los Ejercicios. No debe ser duro
ni desabrido con el ejercitante desolado, sino blando y suave, dándole ánimo y fuerzas
para adelante, y descubriéndole las astucias del enemigo... haciéndole preparar y disponer
para la consolación que ha de venir. Esto no es otra cosa que hacer con él una terapia,
solo que referida al campo espiritual. Podría pensarse que Ignacio busca con esto
sustituir la consolación divina con los consejos y ánimos dados por el que da los
Ejercicios. No es propiamente eso, porque la consolación no tiene sustitutos. El
acompañante puede prepararle y disponerle para ella, nada más. Con lo de ser
suave y blando lo que Ignacio intenta es poner en funcionamiento una mediación
más fácil para que venga la consolación, ya que ésta no se produce más
directamente. Esa mediación es una acogedora relación humana que Dios
aprovechará para superar bloqueos y llegar a consolar a su ejercitante. Por eso el
objetivo que ha de pretender el que da los Ejercicios no es tanto consolar él al
ejercitante, sino relacionarse con él de forma acogedora, (empática, diríamos hoy).
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Por lo demás, no son éstos los únicos medios a emplear. Hoy habrá que
tener en cuenta la psicología del individuo, no vaya a ser que el mucho examinar
sea contraproducente, y lo que haya que hacer para superar la desolación sea llevar
una vida más sana y abierta.
Las dos reglas siguientes [320, 321] van más orientadas al que está en
desolación. Es un poco de autoterapia, que todos hemos de sabernos hacer en la
vida. Vamos en la misma dirección: entender la desolación desde Dios, verla desde
El, entender bien lo de la prueba que comentábamos más arriba, cómo El la
acompaña y precede con su Pasión y Cruz, y creer a fondo en su amor. Dadme
vuestro amor y gracia que ésta me basta [234]. Como el amor está tan en crisis entre
nosotros, y es tan escaso, nos cuesta creer en el que Dios nos tiene. Pero sin él, la
vida carece de sentido.
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