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La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy1

Jesús Corella, S.I.

Entre tantos pastores destrozaron mi viña y pisotearon mi parcela, convirtieron mi


parcela escogida en desierto desolado, la dejaron desolada, yerma, ¡qué desolación!. Todo el
país desolado ¡y a nadie le importaba!
(Jeremías, 12, 10- 11)

San Ignacio describe en las Reglas de discernimiento la desolación por


contraste con la consolación. Ella es todo el contrario de la tercera regla, que es la que
describe la consolación. Esta primera constatación nos pone ya en la pista de la
diferencia que hay entre las dos mociones respecto de su centralidad en la
experiencia espiritual. No estamos en medio de dos influjos cualitativamente
iguales, y de igual potencia, atractiva o repulsiva, para nosotros. Lo normal es la
consolación. La variante de esa situación, lo que acontece en algunos momentos -a
veces muy largos- en la vida, pero que siempre tiene un carácter de transitoriedad,
de inestabilidad, es la desolación. Veremos por qué. Pero ya desde ahora conviene
advertir esa diferencia.

Los textos ignacianos

Otra observación literaria nos ayudará a poner la desolación en su sitio. Si


comparamos la redacción de las dos reglas [316] y [317] notaremos con facilidad
que la primera presenta una redacción muy ordenada en su descripción. Son tres
formas de consolación descritas, separadas en frases distintas, y con una clara
tendencia como en un proceso de crecimiento y armonía interna, que nos habla del
"hacia dónde vamos" de cómo crecemos, y cómo acabamos, satisfechos y
realizados en el Criador y Señor.

1 Corella, J. La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy. MANRESA Vol. 75 (2003) pp. 325- 344
La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy.
Jesús Corella, S.I.

En la regla de la desolación no parece darse tal orden o armonía creciente.


Más bien Ignacio nos hace una descripción de estados de ánimo o de sensaciones,
pero meramente yuxtapuestas, amontonadas como queriendo transmitir una
sensación de opresión, pérdida de orientación, o de no saber. "Aquí no estamos en
nuestro sitio" parece queremos decir, cada sensación va por su lado, nos golpean
sin saber qué son, y en definitiva como que nos tienden a destruir como personas,
dejándonos reducidos a un grado puramente sensitivo de vida: oscuridad,
turbación, tentación, inquietud, pereza, tristeza... Somos incapaces de una "lectura"
de lo que estamos viviendo; solo la sentimos. La inestabilidad se muestra en ese
"así como" con que Ignacio inicia la letanía de los desconciertos. Nos recuerda
aquel otro "así como si se asentase" el caudillo de todos los enemigos, en las Dos
Banderas [140].

La primera palabra del n. [317] es oscuridad, que el mismo Ignacio puso en


lugar de "ceguera" que había puesto antes. "Oscuridad" sugiere que el mal es algo
más externo, ambiental y pasajero que un defecto en la persona. La oscuridad
puede cambiarse en luz; la ceguera necesitaría un milagro para cambiarse. Con
todo, la oscuridad, lo mismo que la "turbación" que viene detrás, son "del anima",
es decir, que afectan a toda la vida interior de la persona.

De ese estado general, nace una mayor proclividad a la tentación. Si uno


pierde las riendas de su vida es porque alguien o algo las toma. Las cosas "bajas y
terrenas" producen una necesidad de satisfacción urgente y concreta, a veces
obsesiva. "Bajas y terrenas" es la típica endíadis ignaciana, y el lenguaje está
coloreado de neoplatonismo. En realidad, las cosas se hacen bajas y terrenas
cuando la persona que las usa pierde su capacidad de transcenderlas, de ir hasta el
fondo de ellas, de comprender toda su belleza y toda su utilidad, su sentido. Se
acaban en su exterioridad, cerradas en sí mismas. Igual podríamos hablar de cosas
superficiales o vacías, en lugar de bajas. Diríamos que la persona desolada
funciona más bien movida por dinamismos casi instintivos, que se relacionan con
el poder y con el placer. En resumen la persona desolada se siente un tanto
inhibida como persona, vive la 'in-quietud' de varias (es decir, variadas, diversas,
incoherentes y aun chocantes) agitaciones y tentaciones. Un náufrago sin tabla de
salvación no estaría de otra manera en medio del mar. No puede marcarse un
rumbo. Ni siquiera se siente capaz de sostenerse: se hunde.

Los siguientes síntomas están referidos más bien a los aspectos espirituales
y anímicos de la persona. Se contraponen directamente a lo que en la regla de la
consolación caracteriza la tercera forma o estadio de vivirla: "Finalmente llamo... "
[316]. Frente al aumento de esperanza, fe y caridad que robustece y plenifica la
persona, encontramos aquí la tendencia a la falta de fe, a la ausencia de esperanza
y de amor. El resultado de tales deficiencias es el que podría esperarse. Frente a la

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"leticia (alegría) interior" que quieta y pacifica en el Criador y Señor, el desolado


tiende a sentirse perezoso, tibio, triste, y como separado (la desolación de por sí no
separa) de su Criador y Señor.

La nota final es la sensación de separación de Dios. En ella reside el


padecimiento supremo del desolado. En esas desolaciones profundas que han
experimentado personas muy espirituales, que a veces han durado largos espacios
de su vida, aquí está la cumbre del padecimiento. No vamos a hablar aquí de ese
tipo cuasi místico de desolación. Pero recordar esas experiencias ayuda a entender
lo que pueden ser las desolaciones más ordinarias de nuestra existencia. La
separación de Dios, la fuente de la vida y del amor estable. De ahí brotan las
inquietudes, agitaciones y tentaciones. Una brújula sin norte. No sabemos bien lo
que queremos. Nos atraerá cualquier belleza que nos recuerde algo de la belleza
del Dios lejano, inasequible y desaparecido. Pero, o llegamos finalmente a Dios, o
esa belleza acabará por defraudarnos. Tenderemos a sustituir a Dios, porque
sentimos el vértigo del no ser, del no-amor, y buscaremos desesperadamente (aun
sin saberlo) a ese "amor de mi alma", pero sin rumbo. Con las compensaciones nos
quedamos peor. Por eso al desolado no se le puede tratar con dureza [7]. Es más
víctima que enemigo, aunque con frecuencia sea uno víctima de sí mismo. Cristo
experimentó esa forma de desolación que los teólogos espirituales llaman
"derelicción", se sintió abandonado, con la tentación encima de percibir el egoísmo
humano como omnipotente, imparable.

Hasta aquí la descripción ignaciana de [317]. Lo que queda es más bien una
explicación de ese confuso estado. Si la consolación es contraria a la desolación,
"los pensamientos" que salen de ellas también serán contrarios entre sí. Es como si
dijera: no te fijes tanto en lo que se te ocurre cuando estás en ese estado, porque
puede ocurrírsete cualquier barbaridad. Atiende más bien a saberte en desolación
y a tomar los remedios oportunos para salir de ahí cuanto antes.

Otras descripciones de la desolación nos pueden ayudar a conocer mejor su


naturaleza. Quizás el escrito más cercano a la regla que acabamos de describir es el
que aparece en un pliego escrito por San Ignacio, y que se titula "Para dar
Ejercicios". Dice así: La desolación es el contrario, del espíritu malo, y dones del mismo,
así como guerra contra la paz, tristeza contra gozo espiritual, esperanza en cosas bajas
contra la esperanza en las altas; así como el amor bajo contra el alto, sequedad contra
lágrimas, vagar la mente en cosas bajas contra la elevación de mente 2.

La referencia por contraste con la consolación es aquí aún más visible. Es el


lugar ignaciano en que con más asertividad se nos dice que es "del espíritu malo".
Un regalo del mal caudillo, que busca desencantarnos de la vida y detenernos en
nuestro crecimiento hacia la plenitud deseada por Dios. La guerra es un aspecto

2 MI, Exercitia, vol. 76 Directorios, doc. 1 [ 12] p. 72.

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La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy.
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nuevo, y la esperanza no es solo la "desesperanza" de antes, sino que aquí se pone


la esperanza en cosas bajas, en lugar de vivirla como virtud teologal. No podemos
vivir sin esperanza. Lo que hay que saber es dónde la tenemos puesta, qué nos
mantiene en vigor y capacidad de aguante, qué esperamos conseguir como meta
de la vida. El desolado pondrá su expectativa en "cosas bajas", es decir, sin
trascendencia, a las que se agarrará en su ansia de felicidad. Esto mismo ya le
producirá tristeza o desilusión con el tiempo. Por eso conviene salir pronto de la
desolación. Vamos por mal camino.

A nadie extrañará que la desolación afecte con mayor fuerza a la vida de


oración. Hacer oración y permanecer en ella resulta casi imposible. Aquí reside la
causa de muchos abandonos de la oración entre nosotros: no haber resuelto con
satisfacción situaciones de desolación, que se alargan sin hallar remedio.
Preferimos trabajar por Dios a estar en sequedad con El. En la famosa carta de
Ignacio a Teresa Rejadell hay otra descripción de la desolación justamente referida
a la vida de oración.

“Nuestro antiguo enemigo, poniéndonos todos inconvenientes posibles por


desviarnos de lo comenzado; y tanto nos veja, (y todo contra la primera lección [la de la
consolación], poniéndonos muchas veces tristeza sin saber nosotros por qué estamos tristes,
ni podemos orar con alguna devoción, contemplar ni aun hablar ni oír de cosas de Dios
nuestro Señor con sabor o gusto interior alguno), que no solo esto, mas... nos trae
pensamientos como si del todo fuésemos de Dios nuestro Señor olvidados; y venimos en
parecer que en todo estamos apartados del Señor nuestro. Y cuanto hemos hecho y cuanto
queríamos hacer, que ninguna cosa vale; así procura traernos en desconfianza de todo, y así
veremos que se causa nuestro tanto temor y flaqueza, mirando en aquel tiempo
demasiadamente nuestra miseria, y humillándonos tanto a sus falaces pensamientos” 3.

Alguna novedad de este importante texto conviene comentar. Nos


confirmamos en que la desolación está producida por "nuestro antiguo enemigo",
que con ella busca desviarnos del camino comenzado de nuestra conversión.
Propiamente no puede detenemos, ni desviarnos directamente. Lo que puede es
poner todo tipo de inconvenientes, como si tuviera que trabajar desde fuera, no
con dominio interior sobre la persona. Eso sí, nos hará sufrir mucho. Por una parte,
con la tristeza. Una tristeza que parece "sin causa" (como la famosa consolación de
la regla [330]), porque no sabemos de dónde o por qué viene, y por lo tanto nos
abruma más, porque nos parece más trascendente. Por otra parte sufriremos la
"derelicción" de Dios, lo cual afecta fuertemente a la vida de oración y unión con
El. Nos sentimos del todo apartados de El. Es como una antesala de la "pena de
daño" infernal. No aguantamos ni siquiera oír cosas de Dios. La oración se nos
hace inaguantable, incluso en el tiempo (Cfr. EE. [13']). Las últimas frases del
Párrafo describen la situación afectiva que resulta de estos pensamientos, con
expresiones que nos recuerdan mucho la depresión psíquica y la baja autoestima.

3 Carta a sor Teresa Rejadell. Venecia, 18 de Junio de 1536 [7].

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La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy.
Jesús Corella, S.I.

La persona está "humillada" al mal espíritu. Que no le deja ser ella misma, la
devalúa, en el fondo intenta destruirla. Ese es el misterio de la desolación. En
realidad no existe la desolación sin causa precedente. Toda desolación tiene su 'por
qué' humano, personal, colectivo, o estructural. Todo el país desolado. ¡Y a nadie le
importaba!

Los rasgos típicos de la desolación

Hemos comentado hasta ahora unos cuantos textos ignacianos. Antes de


pasar adelante sería bueno que recogiéramos una síntesis de los aspectos más
característicos de este estado espiritual de desolación. Nos ayudarán a detectarla
ahora dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Porque una cosa es cierta, y es que
este estado anímico-espiritual aparece en todos los tiempos y lugares de nuestro
planeta. Hoy vivimos desolaciones múltiples, y lo peor es que muchas veces las
vivimos sin reaccionar, como si fueran irremediables. Las sufrimos porque no las
detectamos ni entendemos. Incluso algunos pensarán que hay que sufrirlas como
pruebas de Dios. Y que lo sean, es algo que hay que explicar. Veremos más
adelante en qué sentido.

Los rasgos típicos de la desolación son: unos de orden espiritual, es decir,


acontecen a nivel trascendente, en el ámbito de una fe vivida. Cuando esa fe y el
sentido que brota de ella se perturban, se produce la desolación. En términos
ignacianos diríamos que la consolación se produce cuando el Principio y
Fundamento de los Ejercicios inspira nuestras vidas. Cuando ese Principio y
Fundamento amaga con oscurecerse, y somos tentados de romper esa armonía y
de buscar intereses parciales, egocéntricos, o de grupos cerrados, caemos tarde o
temprano en la desolación. Porque no estamos hechos para ellos. Acabamos por
vivir como si Dios no existiese.

A partir de esos rasgos más transcendentes de la desolación, se desarrollan


otros más propios de nuestro nivel psíquico, que es donde sentimos la desolación.
En nuestro psiquismo la desolación produce sentimientos de tristeza, oscuridad,
inseguridad y falta de horizonte de que hablaba la regla [317]. Son los rasgos más
sensibles de nuestras desolaciones. Diríamos que así como en la "ausencia" de Dios
del primer nivel hay algo que preludia la "pena de daño" de que hablaban antes los
teólogos de la escatología, así estos sentimientos tan dolorosos a la afectividad
podrían reflejar una especie de preludio de la "pena de sentido". La desolación, si
es un poco fuerte, puede experimentarse como una especie de amago de infierno.
En este terreno psíquico es donde puede producirse cierta correlación entre lo que
es desolación y lo que es depresión psíquica. Pero no corresponde tratar de ello
ahora.

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La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy.
Jesús Corella, S.I.

Baste lo dicho como resumen de los rasgos característicos identificadores de


la desolación. Lo más clarificador sería que cada uno pudiera reconocer algunos de
esos rasgos en el historial de su propia vida interior. De lo contrario podemos creer
que estamos hablando de cosas sumamente abstractas. No es así. La desolación
está a la orden del día, por desgracia nuestra.

Formas de desolación a las que estamos más expuestos hoy

Quisiera comenzar este apartado con una afirmación que quizás nos va a
aclarar bastante acerca de la desolación en nuestro tiempo: La afirmación, que es
como una vehemente sospecha, y por lo tanto no intenta acusar a nadie, es ésta:
estamos viviendo hoy en la Iglesia una situación que, en términos ignacianos de
los Ejercicios es preferente de "Primera Semana". Un cristianismo de Primera
Semana. Me refiero claro está, a los ámbitos cristianos más extendidos, y salvando
excepciones dignas de todo aprecio. Quizá incluso a muchos les parecerá esta
afirmación demasiado optimista, porque, refiriéndonos al mundo cristiano
occidental, son inmensos los ámbitos socio-culturales económicos y políticos en los
que reinan los pecados capitales como dueños y señores de la situación. Sería la
situación que Ignacio describe en su primera regla de discernimiento 4, y en ella el
embotamiento del espíritu es tan grande que ni siquiera hay lugar para sentirse
desolado, y mucho menos para sentir la desolación de los demás. Sólo de vez en
cuando se siente un cierto remordimiento de conciencia, que pronto se pasa sin
que nada cambie mayormente. Mucho menos se da un paso adelante hacia el
Reino de Dios. ¿No será algo de esto lo que está en la base de tantas peticiones de
perdón como últimamente se vienen produciendo?. Nos sentimos pecadores, con
deseos de superar el pecado, pero éste tiene en nosotros aún mucha fuerza. Y aquí
nos movemos muchos cristianos, como si la vida cristiana consistiera en alcanzar la
meta de no pecar. La mayor parte de nuestras oraciones, incluso las de la liturgia,
se orientan a pedir la gracia de no pecar.

Seamos sinceros: ¿cuántos en la Iglesia hoy estamos de verdad dispuestos a


lanzarnos a la aventura del seguimiento de Jesús con todas las consecuencias, es
decir, a pasar a la Segunda Semana?. Intentamos, cumplir los mandamientos, no
hacer cosas inmorales, pero con frecuencia nuestra vida cristiana toma unos tintes
negativos, como de renuncia, de ascesis, de cumplimiento de leyes o normas. Esto
nos cansa y volvemos a caer y a levantarnos una y otra vez, como dando vueltas a
una rueda de molino. Nuestros Pastores en la Iglesia nos van diciendo lo que es
admisible y lo que no lo es. Muchos viven intentando cumplir, no transgredir. Pero
por culpa de quien sea, no solemos pasar a las oblaciones de mayor estima, ni

4 “ la primera regla : en las personas que van de pecado mortal ( = capital) es pecado mortal, acostumbra
comúnmente el enemigo proponerles placeres, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales, por más
los conservar y aumentar en sus vicios y pecados ....”

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La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy.
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llegamos a sentir el atractivo de un seguimiento cercano de Jesús, ni a


identificarnos con sus bienaventuranzas. No damos lugar suficiente a los deseos, v.
gr. de una fe más activa, de justicia, de solidaridad fraterna. Todo esto sería pasar a
la Segunda Semana, y a las siguientes. La Iglesia tiene demasiados ecos de Primera
Semana, en su pastoral y en sus exigencias por parte de los pastores, y en los
cumplimientos por parte de todos. A pesar de las voces del Vaticano II llamando a
todos a la perfección, que (en términos ignacianos), consistiría en descubrir la
Contemplación para alcanzar amor como clave de la vida.

Si esto es así, sabemos que para Ignacio, la situación de Primera Semana es


la más vulnerable y peligrosa para la desolación. Con frecuencia nos
desmotivamos, nos cansamos de volver una y otra vez a los mismos pecados muy
individuales, a conversiones que con frecuencia nos suenan a falsas o
voluntaristas. Y esto sucede en los ámbitos de nuestra afectividad, aún no afectada
con fuerza por lo espiritual. Decir adiós a esa vida anterior, genera angustia y
turbación, y nos agarramos a cualquier clavo ardiendo para justificar nuestro
retorno a ella. Ahí, en esos momentos iniciales del camino, es donde más peligrosa
se hace la desolación. Uno está haciéndose niño, por ver si puede entrar en el Reino
de los Cielos. Está sin defensas, porque las ha perdido para poder salir de sí. Por
otra parte aún uno no conoce la alegría del seguimiento, la alegría del amor
gratuito, de la entrega confiada.

Esa es la razón de por qué San Ignacio trata de la desolación en estas


primeras reglas propias del tiempo de la conversión (Primera Semana). Es más,
casi podríamos afirmar que el bloque central de esta primera serie, son reglas para
la desolación espiritual. Aunque estén previstas para cuando uno esté en
consolación. Hay que robustecer al ejercitante para que pueda afrontar
sentimientos impactantes, como la vergüenza y confusión de no hacer casi nada
por pelear el Reinado de Dios un poco en serio. O verse a sí mismo en esa situación
cansina y repetitiva de lucha y recaída, que parece no tener fin. No es extraño que
a partir de ahí se produzcan desolaciones, que el mal espíritu aprovechará para
desilusionarnos y hacernos desandar el camino. O para tenernos ahí no más
entretenidos obsesivamente sin pasar adelante, lo cual es otra forma de tentación.

Quizás por aquí podamos comprender muchos abandonos de lo cristiano


que se dan hoy entre nosotros. Desde las crisis vocacionales en la vida consagrada
o sacerdotal, en las que ordinariamente se pasa por una situación espiritual de
Primera Semana, de lucha abierta con el pecado y con tentaciones descubiertas,
hasta esos silenciosos abandonos de la Iglesia por parte de generaciones casi
enteras. Hay desolación en el mundo y en la Iglesia de hoy. Y es que la situación de
Primera Semana no es para durar indefinidamente. Quizás en tiempos de San
Ignacio era distinto. Quizás entonces muchos vivían así su cristianismo. Hoy el
“tiempo” de Primera Semana presenta un equilibrio inestable: o se pasa adelante

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hacia un cristianismo de Misterio Pascual y de Reino de Dios en positivo, o se


acaba absorbido por el mundo presidido por los pecados capitales. No puede uno
mantenerse parado en medio del proceso (es decir, en 'medianías'). Sería algo así
como vivir en la escalera, sin saber si subes o bajas.

En esta situación, se producirán fácilmente estas clases de desolación:

a) La desolación por la divinidad escondida

Hemos dejado 'asolar' la Creación de Dios en nuestra vida; 'mi vida me la


construyo yo'. Pero así no podemos durar. Como mucho, nuestra euforia durará lo
que duró el viaje de ida del hijo pródigo al país lejano de la parábola. No damos
para más. Somos demasiado efímeros para saciarnos a nosotros mismos. Y
entonces, Dios permanece oculto, casi como sepultado dentro de nosotros, opaco
en la realidad. Quizá no sentiremos esa ausencia de Dios en los rasgos que más
arriba hemos llamado transcendentes, pero las repercusiones psico-afectivas de la
desolación se harán hoy más notorias. Porque todo está más liberado y a la mano y
son durísimas las renuncias si no tenemos una motivación potente y estable para
ellas. Todo nos hastiará. Puede ser que ni echemos de menos a Dios. Hasta eso
puede llegar nuestro empequeñecimiento interior. Pero sin El las cosas no
acabarán de llenarnos, sobre todo a los que, por su forma de ser, las busquen con
avidez.

Es la forma de desolación por secularismo: la divinidad que se esconde.


Puestos nosotros mismos en el centro de nuestra propia vida, la realidad se ha
desordenado y es incapaz de reflejar la utopía atrayente y posible del Reino de
Dios, como sentido original y último de todo. Se rompió el espejo: todo se ha
fragmentado, y no vemos la realidad más que a trozos dispersos, con frecuencia
incoherentes, como un rompecabezas que aún no es sino un montón informe de
fichas.

b) La desolación por estancamiento

Si el pueblo de Dios está preferentemente demasiado anclado en Primera


Semana, es porque la tradición familiar y social y los catequistas (en un sentido
amplio de la palabra) le han catequizado más bien en esa línea. Pero ese pueblo
cada día tiene más capacidad de interrogantes. Las nuevas generaciones de
cristianos desean ser tratadas como 'ovejas inteligentes'. Por lo tanto, responsables,
y con el Espíritu Santo como guía interior insustituible y 'personalizante'. Para eso
les confirieron el sacramento de la Confirmación. La Primera Semana acaba con
una pregunta del ejercitante, que es la formulación de un deseo muy profundo:
¿qué debo hacer por Cristo a partir de ahora?. A la que Jesús responde siempre, "a
cada uno en particular" (EE. [953]) con la contemplación del Reino, que a su vez es

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una llamada, una propuesta que embarca toda la vida. Por ahí se desarrollará esa
consolación final de la Primera Semana. Hay que darle futuro, misión, envío. Si nos
quedamos en el cumplimiento de lo establecido, experimentará la esclavitud de la
ley, por santa que ésta sea. Esa esclavitud produce desolación, aunque con
frecuencia vaya unida a una falsa seguridad. Pero quien confunda la consolación
con la seguridad o con el cumplimiento, es que no la ha experimentado nunca. Le
falta todo aquello que relaciona al hombre, que le saca de sí y le abre a los
compromisos del amor. La desolación es aquí producto de una deficiencia en la
vida interior, no suficientemente alimentada y en crecimiento. Este tipo de
desolación suele generar dureza en las personas que la padecen, rigidez y
moralismo. Difícilmente verán a Dios en todas las cosas; lo que ven son siempre
defectos.

e) Un mundo proclive a la depresión

Si hemos hablado de una Iglesia demasiado encerrada en problemas de


Primera Semana, tenemos también que hablar de un mundo cultural proclive a la
depresión psíquica. ¿Por qué hay tanta depresión hoy? No es propio de este
artículo entrar en el análisis de las causas de la depresión. Bastará aludir a la
relación existente entre la depresión y la falta de amor. El proceso se repite una y
otra vez. El sano equilibrio interior, que nos permite una buena captación de la
realidad para poder gozar de ella, insertarnos en ella con confianza e ilusión de
futuro y entablar relaciones de diverso tipo, está presuponiendo el desarrollo de
una buena autoestima, basada en el reconocimiento de nuestras capacidades y de
nuestras limitaciones. Este reconocimiento nace y progresa en el contacto afectivo
con personas que nos quieren y casi sin darse cuenta van descubriéndonos a cada
uno, por contrastes y confirmaciones, quiénes somos y qué podemos y deseamos.
Nos van afianzando en nosotros mismos, nos van preparando para descubrir con
positividad el sentido de la vida y de lo que cada uno puede hacer en ella, en
colaboración con otros, y siempre hacia un bien solidario. El hecho de sentirnos
amados y ayudados nos va preparando para amar y ayudar a otros. Y si todo esto
va presidido por la fe en un Dios creador y defensor hasta la muerte de este género
de vida, el camino hacia una vida en consolación está asegurado. En medio de todo
tipo de tribulaciones, pero habrá consolación de fondo. Como le sucedía a Pablo:
"Estoy lleno de consuelo, desbordo de gozo en toda clase de tribulaciones" (2 Cor. 7, 4).
Sencillamente, así es la consolación en este mundo.

Pero de nuevo, seamos realistas. ¿Quién nace así y quién crece así en
nuestro mundo actual?. El no haberse podido abrir desde el seno materno a un
amor recibido y dado es la causa más frecuente de la baja autoestima que a tantos
afecta.

Si de esta infancia, escasa en amor, pasamos al proceso de inserción en la

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vida social, laboral y afectiva, nos encontramos ya desde la adolescencia, con una
sociedad más bien cerrada y a la defensiva ella misma. El desempleo y el trabajo no
por vocación sino por pura necesidad de subsistencia van creando ámbitos
deprimentes. Hay clases sociales, naciones y continentes enteros que se sienten
abandonados y excluidos; podemos hablar de una depresión colectiva.

De esta situación global generadora de sentimientos depresivos, nacen


también formas de desolación típicas de nuestro tiempo. Hemos dicho que la
desolación es un estado espiritual, y por desgracia la vida tan desabrida que tantos
viven oscurece casi por necesidad la presencia de Dios en ella. ¿Qué Dios se
transparenta en los niños de la calle, o en los pueblos donde los niños mueren de
hambre?, ¿qué Dios transparentan los amores rotos, o las estructuras injustas?
¿Qué dios hay omnipotente -así nos dijeron en catequesis que era nuestro Dios-
fuera del entramado económico globalizado?. Para muchos en toda esa realidad no
se transparenta ningún dios: simplemente no hay dios. Para otros, el dios que se
transparenta es un dios en desolación, que es el Dios verdadero, el crucificado, el
Dios desolado y deprimido hasta los infiernos, el Dios cuya divinidad se esconde.
Es el Dios kenótico, vaciado, pero -y esto es lo verdaderamente desolador hoy-
privado de su resurrección. Es el Dios verdadero, pero no es el 'Dios Completo' de
Jesús. No amanece el domingo, como para las mujeres madrugadoras del
evangelio; estamos atrapados en el Viernes, y no vemos futuro. Esto es estar en el
mundo de la desolación y tan lejos de vislumbrar la resurrección que para muchos
la desolación es el mismísimo infierno, sin esperanza, sin amor, ya adelantado. Por
eso la desolación de que ahora hablamos tiene tantos rasgos tan semejantes a la
depresión que lleva a la muerte, en concreto, al suicidio, o a la falta de deseo de
tener hijos, que es otra forma de suicidio. Es la tierra desolada, la viña escogida
des-trozada, fragmentada, yerma y sin belleza ni atractivo. Para cuántos la vida es
así... ¡Y a nadie parece importarle!, como decía Jeremías.

d) La desolación depresiva

Entre los teólogos de la espiritualidad que escriben sobre la desolación, hay


partidarios de distinguirla de la depresión, y hay partidarios de identificarlas.

Arzubialde, por ejemplo, las separa con claridad 5. Jordi Font, jesuita y psiquiatra,
muy buen conocedor de San Ignacio y de los Ejercicios, las trata indistintamente6.
Si no queremos hacer cuestión de palabras, Font habla de la desolación
exclusivamente desde un punto de vista psicológico, analizando los síntomas que

5 ARZUBIALDE, SANTIAGO. Ejercicios Espirituales de San Ignacio, Historia y análisis. Mensajero–Sal Terrae,
1991, Colección Manresa, vol . 1; ver nota 108 de la p. 628: “que no debe ser confundida (la desolación) con la
depresión”
6 FONT, JORDI- Los afectos en desolación y en consolación: lectura psicológica. En ALEMANY, CARLOS Y GARCIA

MONGE, JOSÉ ANTONIO (Eds) - Psicología y Ejercicios ignacianos, vol I. Mensajero– Sal Terrae, Colección
Manresa vol. 5, pp.141-153

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Jesús Corella, S.I.

se dan en una y otra en ese nivel. El mismo Font dice: "La gracia, la acción del
Espíritu de Dios escapa a nuestro quehacer (en ese artículo suyo). Tal vez se pueda
objetar que nosotros tomamos el término desolación en un sentido abusivo, al aplicarlo
también al malestar afectivo (dolor, culpa...) que durante los Ejercicios es pedido como una
gracia a alcanzar... "7.

Por eso Font llega a tratar de una desolación buena y de otras desolaciones
perjudiciales. El dolor por los pecados, la vergüenza y confusión, el
remordimiento causado por el buen espíritu en los empedernidos de la regla [314]
y otros sentimientos semejantes serían para Font desolaciones buenas. Mientras
que las perjudiciales serían las causadas por autoexigencias coercitivas, por
falacias, falsas razones, sutilezas, o autocomplacencias fallidas por ideales
narcisistas de perfección, por ejemplo. Claro está que en estos últimos casos
estamos en una línea depresiva, producida por malos encauzamientos de la vida
en el espíritu.

En realidad, no hay desolaciones buenas. Si provienen de "nuestro antiguo


(¡y persistente!) enemigo" nada bueno podemos esperar de él. Si las alimenta
nuestro mundo roto, más bien nos hace sentirnos esclavos. El dolor de los pecados
propios y ajenos, que siempre tiene dosis de liberación, puede venirnos con una
honda consolación (EE.[316]), lo mismo que la vergüenza y confusión por ellos. Y
no digamos nada de las lágrimas de arrepentimiento por nuestra participación
grande o pequeña en estar poniendo el mundo como está. Todo eso son, de
ordinario, consolaciones. Incluso el remordimiento por nuestros egoísmos, aunque
doloroso, llama a un futuro: a una liberación que puede irse haciendo cada día más
deseada y luminosa. En realidad estamos en la esfera de la consolación. La
desolación sólo es buena en la medida en que nosotros la sepamos reconducir
adecuadamente, pero en ese sentido todo es bueno, incluso el pecado. No hay nada
tan maligno y esclavizante en este mundo, que nos pueda dañar, en referencia a
nuestro último fin, de una forma necesaria, es decir, si nosotros no queremos.

Podríamos concluir este punto diciendo que la depresión presenta un frente


más amplio en su motivación: puede ser endógena, y puede producirse por muy
variadas circunstancias de la vida que nos encontramos al ser concebidos, sin
referencia particular (al menos visible) a la vida más personal en el espíritu. Es más
totalizante en la captación que opera en nosotros, y más radical en su tendencia
autodestructiva (hasta el suicidio).

Claro está que el desolado puede también estar en depresión, o ser


depresivo por naturaleza. Iñigo en Manresa estuvo largamente desolado y bastante
deprimido, por abusar de sus fuerzas físicas y psíquicas. Pero el que solo está

7
Ibid. P. 147

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La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy.
Jesús Corella, S.I.

desolado no pierde por ello, a pesar de todo lo dicho, las ganas de vivir. Lo que
quiere (en clave de tentación o tendencia) es vivir "de pecado mortal en pecado
mortal", según la expresión ignaciana, sin salir de sí, con una fuerte repugnancia a
todo lo que sea cambiar la vida o continuar en la "vía comenzada del divino
servicio", que se le hace insípida y aborrecible. Tiene esperanza, pero la pone
donde ve que la pone todo el mundo: en cosas "baxas" que no son sino
compensaciones de las "altas" que intentan descender desde Dios hasta nosotros.
No quiere perder sus apoyos afectivos desviados, ni transformarlos ni ordenarlos.
Es como adicto a ellos. Por el contrario, el deprimido se niega a vivir, porque todas
las puertas están cerradas y nada tiene sentido

"Tres causas principales son porque nos hallamos desolados" [322]

Estas formas de desolación tienen hoy sus fuentes de alimentación en la


cultura postmoderna y globalizada. Como en todos los tiempos y lugares de este
mundo. La desolación brota de la tierra según cómo la habitan y cultivan los
hombres. Por eso es importante saber cómo se produce entre nosotros. Para ello el
primer paso a dar será una reflexión actualizada de lo que Ignacio, con una
intuición supra -cultural nos dejó escrito en sus reglas de discernimiento. La regla
novena [322] resulta iluminadora para conocer las causas de la desolación. El sabe
que conocer esas causas es la mejor manera de comenzar a dominarla. Por otra
parte, conociendo las causas se orientan mejor las tácticas para su eliminación.

Por etiquetarlas con una palabra, diríamos que para San Ignacio la
desolación se produce por falta de respuesta fiel; o por probarnos en su servicio y
alabanza; o por darnos la verdadera sabiduría acerca de los dones de Dios.

Quizás podríamos descubrir un denominador común a estas tres causas, sin


forzar nada el pensamiento ignaciano, y ello nos ayudaría a descubrir la razón de
ser de nuestras múltiples desolaciones actuales. Tal denominador común sería el
tema de la gratuidad. La gratuidad es divina. Lo humano es, como mucho, el "do
ut des" del Derecho romano. La justicia divina es gratuita, estable. La justicia
humana tiende hacia la Ley del Talión, la del ojo por ojo. Esto si no se genera una
escalada de violencia. En la medida en que nos acercamos más a Dios todos nos
hacemos más gratuitos. Cuanto más nos separamos de El, requerimos con más
insistencia la retribución. El dinero o los beneficios de otros diversos tipos
adquieren un valor para la satisfacción personal muy difícil de renunciar. Aparte
de que nos sentimos con todo derecho para reclamar nuestros emolumentos. La
gratuidad es un tesoro escondido, pero es la clave de entrada en el Reino de los
Cielos. Algo de esto sabía Ignacio cuando promulga para la Compañía la gratuidad
de los ministerios, y algo veía él en la Iglesia de su tiempo -hoy también lo vería-
que no le cuadraba con el anuncio del Reino. Por algo de eso sin duda le dice al

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La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy.
Jesús Corella, S.I.

que pretende entrar en la Compañía que se ejercite en "pedir por las puertas por amor
de Dios nuestro Señor" para estar aparejados a trabajar como enviados "sin demandar
ni esperar premio alguno en esta presente y transitoria vida, esperando siempre aquella que
en todo es eterna, por la suma misericordia divina" (Constituciones S.J. [823 y 8]). La
consolación es gratuita y nos hace gratuitos en la autodonación plena de cuanto
somos y tenemos. Cuando esa gratuidad se deteriora, la autodonación ya no es tan
plena, la consolación de aleja; la consolación está producida por la totalidad y la
exclusividad de la entrega; si nos ponemos a pactar en alteridad o a hacer cuentas
con Dios, ya no es El nuestra única verdadera retribución, ya le mezclamos con
otras pagas, la relación de puro amor se quiebra entre nosotros, se deteriora el
proceso de identificación. Aquí puede que esté la raíz última de la desolación,
cuando el valor de las cosas tiende a absolutizarse, comenzando por nuestros
propios planes o deseos, y siguiendo por la sed de las dichosas compensaciones
"baxas" que rompen la ordenación del amor.

Si esto es verdad, las tres causas de desolación serían tres estadios que hay
que superar en progresión hacia el verdadero puro amor al que Dios nos llama.
Veámoslo.

Quien está en el primer caso falta a esa gratuidad en el amor con su


respuesta tibia, perezosa o negligente. Nuestra falta de respuesta a un amor no
medido, con un amor tacaño y rebajado, aleja de nosotros la consolación. Estamos
bien cerca de la Primera Semana. Hay que sobrepasarla.

En la segunda causa, Dios desea ejercitarnos en la gratuidad del amor, de


forma que nos alarguemos en su servicio y alabanza. "sin tanto estipendio de
consolaciones". El sabe que ésa es la única pedagogía para alcanzar amor, ese amor
al que El nos llama, el amor que se ejercita y crece a lo largo de toda la Segunda
Semana poniendo los ojos en Jesús, pura gratuidad y totalidad sin medida "hasta el
extremo", que dirá Juan. Es la más fina fidelidad de quien procura "andar adelante
en la vía del divino servicio", "ahora sea con muchas visitaciones espirituales, ahora con
menos”8, como pide Ignacio que se forme a los novicios de la Compañía. La
"prueba" no consiste ya en ver si, soy bueno o soy malo, o si soy negligente y tibio.
La prueba consiste en aprender a pasar de la consolación al amor estable, porque el
amor se goza en la consolación, pero no consiste en ella. Las consolaciones por
ahora no duran siempre; el amor sí debe durar siempre.

Ahí tiene su papel la desolación: ver si el puro amor, en sí mismo, se va


sosteniendo en pie, y se consolida. La desolación, como prueba, no significa que
Dios nos envíe desolaciones para probarnos. La desolación nunca viene de Dios;
brota de la tierra yerma y desolada, oscurecida en su papel de mediación a causa

8 Constituciones S.J. ( 2602 )

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La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy.
Jesús Corella, S.I.

de nuestros descuidos, aprovechados por el mal espíritu. La desolación es prueba


como es prueba una enfermedad, o la pérdida de un ser querido, o cualquier otra
desgracia propia de esta vida rota que vivimos. La vida entera es prueba. Lo que
importa es nuestra reacción, y el ejercicio de nuestra capacidad de dominar y
cuidar la tierra y cuanto en ella acontece, como parcela o viña preferida de Dios, de
forma que su belleza transparente la belleza divina. Y eso depende de nosotros.
San Ignacio dice que Dios permite la desolación 9. Es verdad, la permite para que
nos hagamos hombres, para que seamos libres de verdad sin dependencias
internas ni externas de nada creado. La permite porque tiene que ser consecuente
con su acto creador, para que aprendamos a ser responsables y solidarios. Pero lo
importante es cómo la permite: sufriéndola él mismo, y acompañándola en
nosotros mediante la encarnación definitiva de su Hijo. Así nos hace hombres,
capaces de consolación y bien consolidados en la desolación.

La tercera causa nos lleva a descubrir la que podríamos llamar "sabiduría de


la gratuidad". Es una gracia de "conocimiento" o de re-conocimiento, cuando se
llega a descubrir en la vida que "todo es don y gracia": devoción, amor, lágrimas,
consolación. Nada ni nadie, ni uno mismo por mucho que se quiera, pueden darse
tales gracias. Sencillamente porque esos dones de amor y consolación son meras
señales de que "el mismo Señor desea dárseme" y eso no nos lo puede hacer más que
El. En una palabra, estamos iniciándonos en el amor que el ejercitante descubrirá
del todo en la Contemplación para alcanzar amor. Desde aquí, ya se ve que sería
horrible poner nido en cosa ajena, o bien atribuimos egolátricamente ese gozo, que
necesariamente "desciende de arriba", con el Dios que se da. Perderíamos
enteramente el rumbo, y nos quedaríamos sin lo mejor de la vida. Esta es la
pedagogía más fina a cuenta de la desolación espiritual: abrirnos al amor,
alcanzarlo, cuando se nos da de lo alto.

Hoy estamos arruinando el paraíso terrenal de la gratuidad

Suponiendo que está bien enfocado el tema de la gratuidad en referencia a


la consolación y a la desolación del espíritu, bastará ahora abrir los ojos a nuestra
realidad de cada día. Hemos perdido el sentido de la gratuidad. Lo estamos
perdiendo de día en día. Dios sigue siendo tan gratuito como siempre. Pero a nivel
terrenal, alguien nos está expulsando del paraíso de la gratuidad. Todo se vende y
se paga, todo puede comprarse con dinero, y sin él, nadie tiene nada, ni es nada. Y
este paso del tener al ser (o creer que se es) es desolador para la vida humana. El
olvido de la gratuidad es quizá la tragedia humana más angustiosa de nuestro
tiempo; porque lo más bonito de la vida ni se compra ni se vende, y si se intenta
comprarlo o venderlo, deja ya de ser lo más bonito: "si alguien quisiera comprar el

9
Carta a Teresa Rejadell de 18 de Junio de 1536. MI . Epp. I . pp.99-107: en BAC. P. 732, ( 7)

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La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy.
Jesús Corella, S.I.

amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable" (Cantar, 8, 7). Sin duda,
pues, la fuente más honda de la desolación en nuestro mundo es la casi total
ausencia del sentido de gratuidad.

Esa ausencia genera desolación en muy diversas formas. Por enumerar


algunas, hoy nos sentimos más valorados por lo que hacemos que por lo que
somos. La repercusión que esto tiene en amplios frentes de la Iglesia y de la
sociedad es inmensa. Uno se siente casi una máquina; si no produces, no eres
nadie; el trabajo es esclavitud. En una encuesta realizada hace pocos días en
Argentina, más del sesenta por ciento de los jóvenes trabajadores y profesionales
encuestados respondía que el trabajo para ellos era asumido por pura necesidad de
subsistencia, no precisamente por vocación ni afición, ni por capacidades
especiales propias. En todas partes es igual.

La vida Consagrada encuentra serios problemas para darse a entender en su


identidad y en sus intuiciones más profundas. Quieren los religiosos vivir más
palpablemente el Reino, la conformación plena con Jesús Resucitado. Pero a su
alrededor lo que se les pregunta es qué hacen, y si no lo podrían hacer igual fuera
del convento. ¿No es como para entrar en desolación?. Cuántos religiosos y
religiosas desisten de intentar alguna explicación y aceptan con tristeza la
incomprensión que les excluye.

Habría que ser más gratuito en nuestras devociones. Pero con frecuencia
buscamos obtener beneficios y "gracias". Hasta abandonamos en la práctica la
vida cristiana si Dios no nos "oye" en nuestros planteamientos, y se plega a ellos.
Son actitudes cercanas a la magia, que es muy poco gratuita. Si Dios no se acopla,
me siento olvidado de El, y esto es desolación. La fe y la esperanza se desmoronan.
Con ésta o parecidas imágenes de Dios, la consolación o es imposible o es falsa.

Otra brecha contra la gratuidad es la trivialización del amor y del sexo, que
se venden y compran por separado. Hasta la fecundidad se compra. Pero si cada
elemento va por su lado, experimentaremos el infierno del desamor, gastaremos
obsesivamente el sexo, y los niños crecerán proclives a la desolación depresiva.

Como guinda de este apartado, tenemos nuestra sociedad de consumo, tan


alienante y desequilibradora de las relaciones humanas. No necesita comentario,
porque este aspecto será tratado seguramente en otro lugar de este número de la
revista. Cuando los medios interesan más que los fines, la vida tiende a
desintegrarse, a fragmentarse, y corremos más peligro de oscuridades, turbaciones
y pérdidas de sentido. La presencia viva de los fines favorece la consolación,
porque nos unifica, personal y comunitariamente. Cuando los medios nos cautivan
y tienden a convertirse en fines, la desolación encontrará un terreno abonado. Los
medios no son para quedarse en ellos; eso -decíamos antes- sería vivir parado en la

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La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy.
Jesús Corella, S.I.

escalera. O se transforman en mediaciones hacia algo que los transciende y les da


sentido, o tienden a absolutizarse. Si esto último sucede, nosotros mismos nos
haremos irremediablemente "mediocres"; entraremos en desolación. Y esto por dos
caminos, por lo menos, que no haremos sino enunciar: por la fragmentación
desintegradora (volvemos a construir la torre de Babel), y por la prevalencia de la
pura imagen (lo virtual) sobre las cosas (lo real). Tierra fragmentada, tierra
desolada. Fragmentada no solo en lenguas, sino en culturas, religiones, intereses,
oportunidades, barrios, mentalidades... De ahí al individualismo (que es la
fragmentación elevada a la máxima potencia) no hay más que un paso.

Falta de gratuidad, prevalencia de los medios sobre los fines y de la imagen


aparente sobre la realidad, y ruptura de la comunión hasta el individualismo
narcisista y psicologizante constituyen hoy, en una palabra, el humus fundamental
que alimenta la desolación espiritual entre nosotros.

Cómo superar evangélicamente la desolación

No puede concluir este estudio sin recoger los caminos de salida que
Ignacio nos da en sus reglas. Están sacados de su propia experiencia, y también de
la experiencia de siglos en el patrimonio espiritual de la Iglesia. En el fondo, tales
caminos consisten en una cierta 'psicoterapia espiritual' de gran sabiduría y
sencillez. Veamos sus elementos.

En primer lugar se necesita un psicoterapeuta del espíritu. Una persona en


soledad puede envejecer en desolación sin hallar remedio. Situación que el mal
espíritu aprovechará con su vieja astucia. El acompañamiento espiritual es la base
de la salida. Ignacio no concibe el discernimiento sin un acompañante.

A alertar a éste se orienta la anotación [7] de los Ejercicios. No debe ser duro
ni desabrido con el ejercitante desolado, sino blando y suave, dándole ánimo y fuerzas
para adelante, y descubriéndole las astucias del enemigo... haciéndole preparar y disponer
para la consolación que ha de venir. Esto no es otra cosa que hacer con él una terapia,
solo que referida al campo espiritual. Podría pensarse que Ignacio busca con esto
sustituir la consolación divina con los consejos y ánimos dados por el que da los
Ejercicios. No es propiamente eso, porque la consolación no tiene sustitutos. El
acompañante puede prepararle y disponerle para ella, nada más. Con lo de ser
suave y blando lo que Ignacio intenta es poner en funcionamiento una mediación
más fácil para que venga la consolación, ya que ésta no se produce más
directamente. Esa mediación es una acogedora relación humana que Dios
aprovechará para superar bloqueos y llegar a consolar a su ejercitante. Por eso el
objetivo que ha de pretender el que da los Ejercicios no es tanto consolar él al
ejercitante, sino relacionarse con él de forma acogedora, (empática, diríamos hoy).

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La desolación espiritual en nuestro mundo de hoy.
Jesús Corella, S.I.

Eso sí lo puede hacer; Dios se sentirá ayudado en su oficio de consolar.

A continuación hay una serie de consejos para el tiempo mismo de la


desolación. Están dirigidos a los dos, al desolado y a su acompañante. Todos los
conocemos: consisten en no hacer mudanza [318], y en mudarse contra la misma
desolación [319]. Ambas orientaciones resultan difíciles hoy para nosotros. Estamos
acostumbrados a regirnos mucho por nuestros estados de ánimo, nos parece
insensato mantener unas resoluciones anteriores que han perdido su encanto, e
incluso nos parecen imposibles, faltas de realismo, idealistas. Por otra parte, senti-
mos una gran debilidad para intentar salir de ese estado y reaccionar contra él.
Preferimos 'alienarnos' o buscar compensaciones que nos hagan olvidar que
estamos en desolación. Son salidas en falso. Pero todo a nuestro alrededor nos
inclinará a buscarlas, porque la mayoría así lo hace. Los remedios ignacianos de
instar más en la oración, meditación, en mucho examinar en alargarnos en algún modo
conveniente de hacer penitencia nos sonarán a medievales y voluntaristas. Pero no
tienen por qué ser así. Sencillamente con estos medios creemos en Dios, esperamos
en él, lo buscamos, deseamos quitar nuestros impedimentos. Y sobre todo, con el
mucho examinar intentamos ver desde Dios la razón de nuestra propia desolación,
lo cual le hará perder su virulencia.

Por lo demás, no son éstos los únicos medios a emplear. Hoy habrá que
tener en cuenta la psicología del individuo, no vaya a ser que el mucho examinar
sea contraproducente, y lo que haya que hacer para superar la desolación sea llevar
una vida más sana y abierta.

Las dos reglas siguientes [320, 321] van más orientadas al que está en
desolación. Es un poco de autoterapia, que todos hemos de sabernos hacer en la
vida. Vamos en la misma dirección: entender la desolación desde Dios, verla desde
El, entender bien lo de la prueba que comentábamos más arriba, cómo El la
acompaña y precede con su Pasión y Cruz, y creer a fondo en su amor. Dadme
vuestro amor y gracia que ésta me basta [234]. Como el amor está tan en crisis entre
nosotros, y es tan escaso, nos cuesta creer en el que Dios nos tiene. Pero sin él, la
vida carece de sentido.

Por último, Ignacio busca aprovechar la desolación para desarrollar en


nosotros la capacidad de vivir en equilibrio espiritual estable. Necesitamos la
consolación pero ni de ella debemos depender desordenadamente. Lo importante,
como antes hemos visto es aprender a andar adelante en el divino servicio, con
muchas o con pocas visitaciones divinas. El divino servicio va vinculado al divino
amor, y eso ha de ser estable. Las visitaciones divinas son como el riego: son
necesarias, pero sufren las alternativas de tiempos y personas [323, 324].

Un último y crucial instrumento para navegar en desolación (y en con-

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Jesús Corella, S.I.

solación también) es irse haciendo, con la experiencia de las diversas mociones,


hombre de discernimiento espiritual. Los Ejercicios son una formidable escuela de
discernimiento, para entender a fondo la vida y aprovecharla al máximo para lo
que ella es. La persona que se entiende cada día mejor a sí misma, y entiende cada
día un poco mejor a Dios, está preparada para vivir en medio de las más diversas
mociones, y en cualquier momento de la historia humana. Por eso Jesús y los
grandes maestros del espíritu siguen siendo hoy nuestros guías. Discernían muy
bien.

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